Capítulo
XXXVI
RUPTURA
Para mayor y desagradable sorpresa,
cuando el grupo abandonó la mansión rasca cielo de Alejandro y se dirigió al
aeropuerto de Vildenor, descubrieron que allí ya no quedaban aviones. Tras la
mega evolución tecnológica de Metroya, el gobierno político de dicha ciudad
decretó que el único punto de destino para la aviación en el continente este
sería la propia capital.
Hacía ya un par de años que dicha ley
se había aprobado, y desde entonces el servicio aéreo de Vildenor se había
suspendido y llevado sus aviones para siempre. El aeropuerto de la localidad se
había convertido en un complejo de edificación abandonado, sin uso desde hacía
años.
Con esta terrible noticia, y tras
informarse mejor sobre los medios de transporte, se enteraron de que las únicas
formas de entrar y salir de Vildenor eran por tierra y por mar. Viendo que
tenían que llegar al otro lado del mundo, no les quedaba más remedio que cruzar
nuevamente el ancho mar.
Gracias a la información de un
ciudadano de a pie, Eduardo y los demás descubrieron que su único destino se
encontraba al norte, en un puerto situado a las afueras de la ciudad. Sin
embargo era el único punto de navegación más cercano del que disponían en
aquellos momentos.
Para llegar primero tendrían que atravesar
el denso bosque que rodeaba toda la ciudad, y a juzgar por su amplia extensión
seguramente les llevarían dos o tres días cruzarlo. Como siempre, acudieron a
varias de las tiendas de Vildenor para gastar parte de sus ahorros en pociones,
éteres y elixires, con el fin de tener provisiones médicas para evitar posibles
desgracias. Cuando lo tuvieron todo preparado y las fuerzas recuperadas,
finalmente salieron de la ciudad rumbo al norte, internándose de lleno en la
espesura de los árboles.
Este bosque, a diferencia de los demás
que habían visitado, tenía algo horriblemente especial. Según había leído Jack
en los diarios de Alejandro sobre ese lugar, las plantas y la gran mayoría de
seres vivos en general que formaban el ecosistema de aquel bosque se alimentaban
de los restos descompuestos del medio que los rodeaba, es decir, de materia
muerta.
Por esta razón, para sobrevivir, los
seres vivos habían ideado con el paso del tiempo diferentes especies de trampas
para hacer caer a sus presas. Sin embargo, para poder alimentarse primero
tenían que matarlas. Incluso las plantas se habían desarrollado de tal forma
que podían mover las ramas.
A este lugar se le conocía como el
“bosque de la muerte” debido a que muy pocos eran los que conseguían salir con
vida, y a que a la gran mayoría que entraba no se volvía a saber nada de ellos.
Este bosque servía de protección a
Vildenor frente a las temibles criaturas del desierto y, obviamente, los
ciudadanos tenían sus propios medios para atravesarlo y no estar aislados en la
ciudad. Existían tres caminos seguros por el bosque que conectaban el desierto
con el interior de Vildenor, asfaltado y con vallas metálicas a ambos lados
para protegerse de los monstruos del bosque.
Mediante esos caminos, los ciudadanos
de Vildenor podían cruzar el lugar sin peligro a ser atacados por las criaturas
que lo habitaban.
Sin embargo, el problema se encontraba
en que los tres caminos estaban situados de cara al sur, a Metroya, y que en
aquellos momentos se estaban llevando a cabo los preparativos para comenzar la
construcción en dirección al norte, al puerto. El grupo sabía que aquello
tardaría como mínimo un par de meses, y no tenían tiempo que perder.
A pesar de las advertencias de algunos
ciudadanos de Vildenor ante la locura que iban a hacer, Eduardo y los demás
decidieron atravesar directamente el bosque de la muerte por la cara norte, que
algunos decían era la zona más peligrosa del lugar. No podían permitirse perder
más tiempo, ya que a cada minuto que pasaba Ludmort se acercaba más al planeta.
Debían recuperar cuanto antes la
piedra angular y llevarla rápidamente al templo sagrado.
El bosque de la muerte tenía un
ambiente tétrico y siniestro. Incluso por el día, bajo los rayos del sol, en el
interior del lugar parecía que estaba anocheciendo. Todo a su paso era oscuro,
la hierba y el suelo que pisaban era tierra muerta, los árboles parecían tener
ojos que los observaban, y los seres vivos del bosque acechaban desde las
sombras, esperando a que sus presas cayeran en alguna trampa.
Habían pasado dos días, en los cuales
el grupo se había perdido en numerosas ocasiones y también luchado contra
criaturas de toda clase. Sin duda aquel lugar era demasiado peligroso para
cualquiera que no dominara algún arte de combate ni tampoco técnicas de
autodefensa. No tardaron en descubrir que, estando allí, no podían bajar la
guardia ni un solo instante.
Al tercer día, mientras caminaban con
precaución por una senda oscura, Eduardo se sobresaltó al notar que una rama
empezaba a enrollarse alrededor de su brazo, seguramente con malas intenciones.
Se apartó rápidamente mientras dejaba escapar una pequeña exclamación de
sorpresa:
- Tened cuidado- advirtió Jack al
volverse- hasta las cosas más pequeñas pueden ser peligrosas. No debéis fiaros
de nada y estar siempre alerta.
Los demás asintieron y siguieron
caminando, con cuidadosa precaución de no acercarse demasiado a los árboles.
Erika notó que Eduardo caminaba sin apenas prestar atención a lo que le
rodeaba, y no era la primera vez que lo veía. Desde que se adentraron en el
bosque, el joven estaba perdido en sus pensamientos y bastante ido. No parecía
ser el mismo desde la conversación con Alejandro, días atrás.
La chica reaccionó cuando vio que se
abría una mandíbula en un árbol cercano a Eduardo y de ella salía
repentinamente una especie de lengua viscosa en dirección al chico. Nadie más
parecía darse cuenta de la amenaza, y justo en el momento en que la lengua se
lanzó a atacar al joven, Erika conjuró la magia ofensiva Piro.
De la vara mágica salió disparada una
pequeña bola de fuego que acertó en el objetivo y abrasó la lengua, se partió y
cayó envuelta en llamas al suelo.
Durante todo aquello Eduardo se
sorprendió con el ataque mágico, que perdió el equilibrio y cayó de espaldas
sobre la hierba muerta. Los demás se volvieron y corrieron hacia ellos,
preocupados:
- ¿¡Qué ha pasado!? ¿¡Estáis todos
bien!?- preguntó jack.
- Si…- dijo Eduardo inconscientemente-
solo…sólo ha sido…un pequeño susto…no es nada…
Con el rostro serio, Erika se acercó,
se agachó junto a él y le soltó un tortazo en toda la mejilla, que dejó
impactados a todos. El chico, todavía sorprendido, se llevó la mano a la cara y
levantó la mirada hacia ella:
- ¿¡Se puede saber qué te pasa!?
¡¡Llevas varios días deprimido, con la mirada perdida y sin decir ni una sola
palabra!!- le gritó la chica, enfadada- ¡¡De no ser por mí seguramente ahora no
lo contarías!!
Eduardo la miraba perplejo,
sorprendido y sin saber qué decir:
- ¡¡Qué sepas que no siempre estaré
cerca de ti para salvarte!!
Erika se levantó y siguió caminando al
frente. Jack y Alana le tendieron la mano a Eduardo para ayudarlo a levantarse,
y éste agradeció su ayuda.
Después de este último suceso, los
pensamientos negativos que nublaban la mente del chico se disiparon casi por
completo y volvió a ser el que era. Sin embargo, desde entonces Erika no le
dirigió la palabra durante el resto del día, y eso lo deprimía un poco. Con la
cabeza firme, se prometió a sí mismo que estaría más atento a los peligros que
le rodeaban.
Aquella misma noche el grupo acampó en
un espacioso claro del bosque, lejos de los árboles que trataban inútilmente de
alcanzarlos con sus ramas. Para mayor seguridad, Jack y Erika creaban por las
noches un escudo mágico de protección que rodeaba todo el campamento y hacía
imposible que intrusos no deseados los atacaran.
Encendieron una hoguera en el centro
y, después de cenar carne asada, todos se echaron a dormir junto al calor que
desprendía el fuego protector.
Sin embargo, Eduardo no podía dormir.
Estaba despierto y tumbado boca arriba, contemplando las apenas visibles
estrellas del cielo nocturno.
Un ruido cercano lo sobresaltó y se
levantó mirando en todas direcciones, alerta. Todavía sentado en la hierba, se
tranquilizó al girarse y ver que se trataba de Erika, quien se levantaba
perezosamente mientras estiraba los brazos.
El chico se apresuró a tumbarse
rápidamente y aparentar que seguía durmiendo, deseando que no lo hubiera visto.
Se maldijo a sí mismo por no saber mentir delante de ella, cuando oyó a sus
espaldas su voz delatora diciendo:
- Te he visto…parece que tú tampoco
puedes dormir, ¿verdad?
Eduardo suspiró y, tras un momento sin
respuesta, se levantó y sentó en la hierba. Se limitó a decir:
- No he podido conciliar el sueño.
Hubo un incómodo silencio prolongado,
en el que ninguno de los dos miraba al otro a los ojos. El incidente de ese
mismo día aún permanecía muy reciente en su memoria, pero fue el semblante
melancólico de la chica lo que acabó rompiendo el silencio:
- Siento lo de hoy.
Aquella disculpa sorprendió tanto al
joven que volvió la mirada a ella: Escuchó atentamente las siguientes palabras:
- Quería que reaccionaras…y que
volvieras a ser tú.
El chico desvió la vista al fuego, que
ardía con una intensa llama cálida y acogedora delante de ellos. Tardó un poco
en responder:
- En realidad la culpa fue mía…caí en
un agujero oscuro de pensamientos del que no podía salir…hasta que tú me
despertaste.
Erika se sorprendió al oír esas
palabras, y miró a su compañero. Aunque al principio no se dio cuenta, al cabo
de pocos segundos creyó adivinar en lo que estaba pensando. Tardó un poco en
preguntar:
- ¿Sigues pensando en lo que nos contó
Alejandro?
Eduardo asintió con la cabeza y sus
ojos se encontraron, sin apartar la mirada. Fue él el que sacó el tema que a
ambos les preocupaba:
- ¿Crees que Mirto realmente mató a la
primera elegida?
- No lo sé…- respondió ella- pero de
lo que sí estoy segura es que tiene que haber alguna razón importante…y por eso
se lo preguntaremos al propio Mirto cuando regresemos con la piedra angular.
Eduardo asintió débilmente con la
cabeza, y la chica se dio cuenta enseguida que algo malo le rondaba por la
cabeza, algo que dejaba inquieta su conciencia, algo que reflejaba claramente
su cara triste:
- ¿Hay algo más que te preocupa?
- En realidad…- empezó el chico, con
inseguridad en sus palabras- lo que más me preocupa es…lo que hizo Mirto…el
hecho de que…
Eduardo no pudo continuar con la
frase, lo que dejó todavía más intrigada a Erika. La sola idea de imaginarse a
él mismo matándola a ella le helaba la sangre hasta el punto de temblar como
una hoja. Sin duda sabía que, si llegaba a hacerle algo a Erika, se odiaría
profundamente a sí mismo el resto de su vida.
El chico se mordió los labios, respiró
hondo y levantó la cabeza hacia ella diciendo:
- Tengo miedo de que…algún día pueda
hacerte daño.
Aquella respuesta pilló por sorpresa a
la chica, y fue en ese entonces cuando supo a lo que se refería. Al cabo de
unos segundos de asombro, su rostro sonrió dulcemente:
- No te preocupes, Edu…te conozco y sé
que nunca le harías daño a nadie, al menos por voluntad propia…porque confío en
ti.
Al joven le sorprendió esas palabras
por parte de su amiga, que lo dejaron sin voz de repente. Durante unos segundos
reinó el silencio entre ambos, y justo cuando el chico iba a pronunciar algo,
ella bostezó de repente en ese momento, enérgicamente. Se tumbó de nuevo en el
suelo, de espaldas a él, y le dijo, cansada:
- Bueno…hasta mañana, Edu.
El chico también se echó en la hierba,
en dirección opuesta a ella. Tras unos segundos en los que parecía que la
conversación había terminado, Eduardo pronunció dulcemente:
- Erika…gracias.
La sinceridad que emanaba de sus
palabras conmovió a la joven, que sonrió a su vez de igual forma antes de
cerrar los ojos y caer de lleno en un profundo sueño.
Eduardo despertó abriendo poco a poco
los ojos, y descubrió que estaba en una cama. Palpitó con las manos las sábanas
y la almohada, y de repente entendió que algo no cuadraba. Sobresaltado, y a la
vez confuso, se levantó y observó a su alrededor la estancia en la que se
encontraba. Sabía perfectamente dónde estaba:
- ¡Ésta…esta es mi habitación!-
exclamó, perplejo y asombrado.
Sin duda era aquella. Reconocía de
sobra sus cuatro paredes pintadas con colores cálidos, el mobiliario que la
formaba, la mesa de noche con su lámpara, la cama típica sin hacer y la ventana
abierta de par en par por la que se filtraba la luz del sol:
- Pero… ¿cómo he llegado aquí?- se
preguntó a sí mismo, atónito- He vuelto a casa, pero… ¿realmente estoy en La
Tierra? ¿He dejado Limaria atrás?
Le sorprendió ver mucha ropa tirada en
el suelo. Además de eso, los armarios se encontraban curiosamente revueltos y
todo en general estaba patas arriba, como si alguien hubiera estado preparando
las maletas. Y al hablar de maletas recordó en ese momento su mochila.
Se sorprendió escalofriantemente al
descubrir que su mochila, la que solía llevar todos los días y cada mañana al
instituto, la que únicamente él cogía, no estaba en su sitio. Le pareció
extraño ya que nadie más que él la usaba. A juzgar por el estado de la
habitación desordenada, no le extrañaba que alguien hubiera entrado en su casa
a robar.
Cuando miró el calendario que tenía
colgado en la pared, sus ojos se abrieron como platos al igual que su boca,
perplejo. El cuerpo empezó a temblarle y su rostro perdió el color natural,
volviéndose repentinamente pálido:
- No…no puede ser…
No se lo creía. Lo que estaba viendo
con sus propios ojos era práctica, o al menos teóricamente imposible. Pensó que
estaba loco, y para asegurarse de que no veía visiones consultó también el
calendario de un folleto, de una tarjeta, del móvil e incluso de su propio
reloj. Cada vez temblaba más al darse cuenta de la extraña y, por
supuesto, anormal realidad:
- Hoy…hoy es el día…el día de la
excursión de acampada del instituto…
Parecía imposible, pero lo era.
Aquello sólo podía significar una cosa. Se dijo a sí mismo, confuso y
preocupado:
- Pero, entonces…eso quiere decir
que…he vuelto desde el mismo día en que me fui a Limaria…no ha cambiado nada.
En ese momento desvió la mirada al
reloj de su mesa de noche, y un tremendo apuro le invadió de repente, al observar
la hora. Pegó un salto de sorpresa y exclamó, diciendo:
- ¡Oh no, llego tarde a clase para ir
a la excursión!
Cogió rápidamente lo necesario menos
la ropa que tenía preparada para el viaje, que curiosamente no estaba donde
debía estar. Lo mismo pasaba con su mochila y su maleta de viaje, y todo
aquello empezaba a asustarle. Parecía como si alguien hubiera estado allí antes
y se hubiera llevado el equipaje para hacer la misma excursión que él.
Como de costumbre y nunca se le
olvidaba, inconscientemente fue a coger el colgante que siempre llevaba en el
cuello. Sin embargo, sintió un tremendo y duro golpe en el corazón de repente
al darse cuenta de que tampoco estaba en su lugar. Comenzó a buscarlo por la
mesa de noche, por entre las sábanas de su cama, e incluso debajo de la montaña
de ropa del suelo, sin resultados.
Entristeció cuando por fin asimiló que
su colgante no estaba en aquella habitación, y muy probablemente tampoco en el
resto de la casa. Aquel objeto era uno de sus bienes más preciados y queridos,
y le tenía muchísimo cariño. Tenía un enorme valor sentimental para él, y lo
guardaba con mimo en un único lugar que sólo Eduardo conocía. Al parecer, había
otra persona que también conocía el particular escondite del colgante.
Con mucha tristeza y gran desilusión,
tuvo que dejar de buscar su más preciado tesoro. Se le acababa el tiempo, y
como siguiera así llegaría tarde a la excursión. Salió corriendo de la
habitación y del domicilio sin cerrar la puerta, todavía con la duda de que
aquella fuera su casa.
Corría a toda prisa por el lugar. Todo
era exactamente igual, no había ninguna duda. Aquella era Eleanor, su ciudad.
Corría por todas sus calles en dirección al instituto, como cualquier otro día
normal, y no hacía más que sorprenderse a cada paso que daba.
Seguía la misma gente, las mismas
tiendas, los mismos lugares, el mismo tráfico y el mismo movimiento. Todo
permanecía tal cual lo recordaba aquel mismo día, y tenía la sensación de que
algo no iba bien.
Un mal presentimiento rondaba su
encogido y asustado corazón, el cual le advertía de que iba a encontrar una
desagradable sorpresa al final del camino. No se imaginaba ni por un momento lo
que estab a punto de ver con sus propios ojos.
Tras una acelerada carrera que lo hizo
pararse en seco y apoyar las manos en las rodillas mientras jadeaba del
cansancio, por fin llegó a las puertas del instituto de enseñanza secundaria de
Eleanor. Tal y como esperaba, todo estaba exactamente igual a aquel día.
Los autobuses se encontraban en la
entrada, los profesores en las puertas de los transportes gritando y tratando
de poner orden, y los jóvenes alumnos guardando sus maletas en los
compartimentos inferiores y subiendo en fila al interior de los autobuses.
Muchos padres estaban un poco más
lejos, de pie y observando partir a sus hijos, mientras los despedían a gritos
y agitando las manos. Más de uno montaba un espectáculo con lágrimas en los
ojos, como si aquella fuera la última vez que iban a ver a sus hijos, mientras
éstos se morían de vergüenza.
Eduardo buscó con la mirada en todas
direcciones y sonrió al ver a sus amigos reunidos en el lugar de siempre,
agrupados en el mismo sitio y de la misma forma. Corrió hacia ellos con una
gran sonrisa en la cara mientras gritaba:
- ¡Chicos ya estoy aquí, he vuelto!
Al llegar al grupo, notó algo raro.
Hablaban y se relacionaban entre ellos, pero nadie pareció haberse dado cuenta
de su presencia. Ninguno le miraba ni le dirigía la palabra. Eduardo se dirigió
a una de sus amigas diciendo:
- ¡Mandy, he tenido un sueño rarísimo!-
exclamó el joven- ¡soñé que viajaba a otro mundo, conocía a personas con
poderes mágicos, e incluso blandía una extraña espada con forma de llave…no te
lo vas a creer!
Sin embargo, se sorprendió al darse
cuenta de que la chica no le hacía caso. Se estaba riendo por una anécdota
graciosa que le contaba Lionel y hacía oídos sordos a las palabras de Eduardo.
Él insistió y preguntó, confuso:
- ¿Mandy?
Lo que ocurrió a continuación dejó sin
palabras al joven estudiante. El chico estiró el brazo para tocarla y, con el
rostro pálido y la boca abierta, la atravesó como si fuera aire. Pegó un grito
de sorpresa y dio un salto atrás, completamente asustado:
- ¿¡Pe…pero qué…qué es lo que…ha
pasado!?
Eduardo se miró la mano intacta con la
que atravesó a Mandy, temblándola. Volvió la vista a la chica, y se sorprendió
aún más al ver que ella seguía hablando y riéndose. No le afectó que una mano
atravesara su hombro y tampoco parecía haber notado algo al respecto ni
siquiera mínimamente. Era como si no hubiera sentido nada:
- No…no puede ser…- dijo Eduardo,
aterrado.
El chico, todavía sin creérselo, no se
rindió tan fácilmente. Intentó tocar al resto de sus amigos, y
sorprendentemente obtuvo los mismos resultados. El miedo y la desesperación
crecían a enorme y gran velocidad en su interior, atravesando a sus amigos como
si fueran aire y llamándolos por sus nombres mientras éstos se divertían y
reían entre ellos:
- ¡¡Laura, Bruno…!!- gritaba el chico,
cada vez alzando más la voz y mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
- ¡¡Mandy, Lionel…!!- seguía gritando
Eduardo, al tiempo que atravesaba con sus manos los cuerpos de sus amigos-
¡¡Chicos!! ¿¡Es que no me veis…no me oís!? ¡¡Estoy aquí!!
Todos sus esfuerzos por tratar de
llamar la atención fueron inútilmente en vano, y muy pronto se dio cuenta de
ello. En ese sintió una tremenda y horrible tristeza, que invadió todo su
corazón y su ser de una forma tan repentina que perdió el color natural de su
rostro.
Al ver que no podía hacer nada
retrocedió unos pasos, temblando y con el semblante pálido. Estaba
completamente sólo, como si fuera alguien invisible:
- ¿¡Qué…qué está pasando!? ¿¡Por
qué…por qué nadie puede verme ni oírme!?- se decía a sí mismo, asustado- ¡Es
como si yo…fuera un fantasma…como si…no existiera…!
En ese momento se sorprendió al
levantar la vista y ver que el grupo había fijado sus miradas en él, con una
media sonrisa. Por un momento Eduardo sonrió al creer que no estaba sólo, que sus
amigos por fin se habían dado cuenta de su presencia. Casi estuvo a punto de
llorar cuando pronunció a medias palabras:
- Chicos, yo…
Tan pronto como se reflejó su sonrisa
en la cara ésta desapareció fugazmente al comprobar que sus miradas no se dirigían
a él, sino a otra persona a sus espaldas, que venía corriendo por el camino y
se acercaba rápidamente hacia ellos:
- ¡Gabriel, llegas tarde como de
costumbre!- exclamó Bruno, en cuanto el nuevo individuo llegó junto al grupo.
- ¡Perdonad, chicos!- se disculpó
éste, jadeando y con una sonrisa jovial- ¡tardé…un poco en prepararme…y…se me
fue el tiempo volando!
Al dar media vuelta y observar al
nuevo individuo, Eduardo ahogó una exclamación de sorpresa. Lo que estaba
viendo lo dejó tan pálido que sintió que le faltaba la respiración. Un
siniestro escalofrío recoriió todo su cuerpo, acompañado de un miedo y terror
que nunca antes había sentido por dentro. Aquella aparición lo dejó con la boca
abierta mientras temblaba como una hoja, como si hubiera visto un fantasma.
Ese chico era idéntico a él, sólo que
rubio y de ojos azules. De la misma altura, con igual forma de cuerpo, cara,
nariz y orejas, lo único que los diferenciaba era el color del pelo, de los
ojos y de la ropa. También llevaba una chaqueta de manga corta, unos pantalones
vaqueros cortos y unos tenis deportivos. Aparte de la diferencia de colores,
por lo demás se podía decir perfectamente que eran clones.
Para mayor asombro de Eduardo, el
chico que se hacía llamar Gabriel llevaba a la espalda la mochila del primero,
y supo entonces que fue él que estuvo en su habitación esa misma mañana.
Sin embargo, lo que realmente le dolió
y supuso un brutal golpe para su corazón fue ver su querido colgante en el
cuello del nuevo chico rubio. No podía creer que fuera él el que tuviera uno de
sus más preciados tesoros, y aunque trató de cogerlo con la mano, también lo
atravesó igual que a los demás.
Miró con tristeza y resignación cómo
de repente alguien desconocido aparecía y le robaba todo cuanto le pertenecía en
su antigua vida de estudiante.
El recuerdo de una persona especial le
hizo acordarse de algo importante que ocurrió aquel día, en aquel mismo
momento. En medio de la confusión del grupo, Eduardo miró rápidamente en la
dirección de la que había venido su otro “yo”, y su corazón se aceleró a una
velocidad increíble.
Erika también se encontraba allí, un
poco más lejos, caminando con la mochila a la espalda y cargando con sus
maletas de viaje. Iba a pasar por un lado del grupo en cuestión de segundos, y
el chico recordaba con claridad lo que iba a pasar después.
Sin embargo, con lo que no contaba era
con su otro “yo”, Gabriel. Descubrió, completamente pálido y sorprendido, que
el joven rubio clavado a él también dirigió la mirada a Erika, y a quien
realmente miraba ella era a su doble.
Aquello fue un tremendo golpe para el
corazón de Eduardo, y el dolor aumentó más cuando la chica sonrió dulcemente y
el rubio volvió la vista al grupo, completamente colorado. Su amigo Lionel le
vio y notó algo raro. Preguntó, confuso:
- Gabriel, ¿qué te pasa? Estás
totalmente colorado.
El chico, un poco paralizado, tardó en
responder:
- ¡Nada, nada, cosas mías…!- contestó,
con un nudo en la garganta.
En ese momento señaló con el dedo,
para cambiar de tema, exclamando:
- ¡Mira, ya estamos listos, vamos
corriendo al autobús!
Agarró a su amigo por el brazo y ambos
corrieron a la cola de gente que se formaba para guardar las maletas y subir al
medio de transporte.
Eduardo temblaba como una hoja,
horrorizado por todo lo que veía. Aquel chico rubio llamado Gabriel, el que en
aquel momento estaba ocupando su lugar en La Tierra, en su mundo, le estaba
robando su vida:
- No…no puede ser…- decía el joven,
asustado y con el corazón encogido, mientras temblaba- esto…esto tiene que ser
una pesadilla… ¿¡por qué ese chico…se parece tanto a mí!? ¿¡Por qué…por qué
ocupa mi lugar en mi mundo…en mi vida!? ¿¡Qué…qué significa todo esto!?
Entonces ocurrió algo que Eduardo no
recordaba que sucediera ese día. Sintió un escalofrío a sus espaldas, que lo
hizo dar media vuelta, y allí estaban. Dos personas que el chico conocía y que
había visto en muchísimas ocasiones, sobre todo a la salida del horario escolar.
Los padres de Erika, que se
encontraban un poco más lejos, lo observanam fijamente como estatuas y sin
pestañear. El joven se dio cuenta de que lo miraban realmente a él porque al
moverse sus ojos seguían cada uno de sus pasos, y supo de alguna forma que sólo
ellos podían verle.
Sin embargo, había algo diferente en
ellos, que a Eduardo le inquietaba y no le gustaba nada. A pesar de no
conocerlos personalmente, sí que los había visto en muchas ocasiones, cada vez
que su amiga se reencontraba con sus progenitores, a la salida de cada jornada
escolar.
Al igual que Erika, sus padres también
eran personas alegres y simpáticas, y cada vez que veían a su hija se lanzaban
a abrazarla, con cariño y fuerza. A primera vista cualquiera diría que son unos
padres encantadores y cariñosos.
Pero por alguna extraña razón, en
aquellos momentos estaban mostrando la faceta más seria que el chico había
visto nunca en un ser humano. Llegaban hasta un punto tan extremo que incluso
no parecían mostrar signos de vida, y eso daba mucho miedo.
Era precisamente ese rostro y ese
semblante tan serio, duro y frío como el hielo, lo que más confundía e
inquietaba a Eduardo. Esa faceta suya no era propia de ellos, y menos en aquel
momento de despedida con su hija que se supone debería ser emotivo. Permanecían
tan quietos y callados, con unas miradas asesinas, que hasta Eduardo creyó que
esas personas no eran los auténticos padres de Erika, que no eran ellos mismos.
Lo que dijo entonces la madre de la
chica, en tono de indiferencia, le dio a entender al joven que se refería a él.
No miraba a nadie más:
- Pobre e iluso necio… ¿te das cuenta
ahora de la triste y cruda realidad?
Aquellas palabras cargadas de
arrogancia y con una sonrisa maliciosa hicieron hervir la sangre a Eduardo, que
apretó los puños y dientes mientras exclamaba:
- ¿¡Qué!?
- Todo cuanto creías…todo cuanto querías…todo
cuanto amabas…toda tu vida…no es más que una ilusión…un sueño…y ya va siendo
hora de despertar…
El chico estalló de rabia acumulada, y
alzó la voz diciendo:
- ¿¡De qué estás hablando!?
¡¡Esta…esta es mi vida!!- gritó Eduardo, furioso- ¡¡Siempre lo ha sido…no
podéis venir y arrebatarme todo cuanto me pertenece!!
El padre de la chica sonrió de la
misma forma, e intervino en ese momento hablando con arrogancia:
- ¿Realmente eso crees? ¿Cómo puedes
explicar entonces que seas un fantasma inexistente para tus amigos y todas las
personas a tu alrededor?
El joven calló de repente, asustado y
aterrado. Temblaba de miedo y no quería asumir la triste y amarga realidad.
Apretó los puños con más fuerza, alzó la cabeza con decisión y gritó
firmemente:
- ¡¡Sé que no sois los auténticos
padres de Erika!!- afirmó el chico, que
luego añadió- ¡¡Decidme la verdad!! ¿¡Quiénes sois vosotros!?
Ambos rieron de malicia, para mayor
furia del joven. Lo que dijeron ellos a continuación terminó de enfadar a
Eduardo, que apretó los puños y dientes con rabia e ira:
- Nuestra identidad no importa…al
menos somos reales…- y luego añadieron, para terminar de rematar al chico- pero
tú…al contrario que nosotros…no eres más que despojos, restos, basura inútil e
inservible…nada de lo que aquí conocías te pertenece, simplemente porque se lo
robaste a otra persona…tu vida no era la tuya…porque nunca debiste haber
existido…
Las palabras repetidas con una sonrisa
maléfica y en tono de indiferencia resonaron nuevamente en la cabeza del chico,
como una especie de eco que escuchaba una y otra vez:
- Nunca debiste haber existido…
Aquellas cuatro palabras bastaron para
hacer que Eduardo se enfureciera de verdad y perdiera toda noción de su
conciencia.
De repente empezó a latirle violentamente
el corazón, mientras sus latidos se aceleraban cada vez más rápido. Se llevó
las manos a la cabeza mientras caía de rodillas al suelo. Le dolía la cabeza y
comenzó a gritar al notar que aumentaba la intensidad del dolor. Sentía un
odio, una rabia e ira que nunca antes había sentido en toda su vida.
Al mirarse las manos, contempló
horrorizado cómo sus venas se le marcaban más de lo normal y sus uñas crecían
hasta afilarse. En su mandíbula sintió que sus incisivos caninos se convertían
en colmillos, y sus ojos sufrían un cambio radical. Sus pupilas humanas se
transformaban en los ojos de un animal salvaje:
- ¡¡No…ahora no…!!- gritaba Eduardo de
dolor.
El chico ya había experimentado antes
esa sensación, pero nunca con tanta fuerza e intensidad como en aquel momento.
Sabía lo que le estaba pasando y no quería seguir, no quería continuar la
transformación y acabar convertido en un horrible monstruo.
Sin embargo ya era demasiado tarde, y
por mucho que intentaba resistirse, ya no lograba controlar el rebosante odio
que se adueñaba de sí mismo. Sentía que poco a poco iba perdiendo la conciencia
y lo que quedaba de su parte humana, casi no discernía lo que era real y lo que
no.
Una desagradable y terrible aura
oscura invadía rápidamente todos y cada uno de los rincones más profundos de su
corazón. Cuando por fin Eduardo se quedó sin fuerzas y no pudo aguantar mucho
tiempo más, el último destello de luz que quedaba en su conciencia desapareció
inevitablemente. Lo último que vio el joven fue una misteriosa aura roja a su
alrededor, envolviéndole el cuerpo, antes de perder totalmente el control de su
ser.
Eduardo abrió de repente los ojos. Se
despertó y levantó rápidamente mientras jadeaba, con el sudor corriendo por su
cara. Temblaba de miedo y tardó un poco en tranquilizarse.
Sentía que había liberado todo el odio
y la rabia que llevaba acumulada en su interior durante mucho tiempo. Por otra
parte, gracias a eso se había quitado un enorme peso de encima, y no podía
evitar sentir un gran alivio. Suspiró y dijo:
- Es extraño…aunque fuera un sueño…creí
que era real…sentía que era real…- comprobó que aún era de noche y que los
demás seguían durmiendo. Se dispuso a dormir de nuevo- sólo ha sido un sueño…
Sin embargo, su rostro palideció de
terror en un instante. Al mirarse las manos descubrió que éstas estaban
ensangrentadas, al igual que el resto de la ropa que llevaba puesta. Se
preguntó a sí mismo sin entender nada, temblando y como si hubiera visto un
fantasma:
- “¿¡Pero qué…qué ha pasado!? ¿¡Por
qué…por qué mis manos están ensangrentadas!? ¿¡Qué…qué es lo que he hecho!?”
En aquel momento Erika despertó,
bostezando. Se giró y no tardó en darse cuenta, por la mirada de él, que algo
malo ocurría. No fue hasta el momento de observar, con sus propios ojos la
sangre del chico, que se enteró y dio cuenta de la gravedad de la situación:
- ¿Edu, qué…?- luego vio sus manos y
su ropa ensangrentadas y exclamó, perpleja- ¿¡Qué ha pasado!?
- ¡¡No…no lo sé!!- respondió el joven,
nervioso y rápidamente- ¡¡Desperté y me encontré así!! ¡¡No he hecho nada!!
Los demás despertaron en ese momento,
un poco aturdidos, pero recuperándose con el frío de la noche. La llama de la
hoguera se había apagado, y la barrera mágica que los rodeaba destruida. Muy
pronto se dieron cuenta de lo que ocurría cuando, horrorizados, vieron a
Eduardo manchado de sangre:
- ¿¡Qué ha pasado aquí!?- preguntó
Jack, perplejo y sorprendido- ¿¡Cómo es que…!?
El chico se apresuró a declarar en su
defensa, nervioso e inseguro de sus propias palabras:
- ¡¡Jack, te juro que no he hecho
nada, no sé lo que ha pasado, de verdad, yo…!!
Todos volvieron la vista de repente a
un punto fijo cuando observaron, sorprendidos, cómo aparecía un agujero oscuro
de entre la espesura del bosque. De la brecha oscura surgió un misterioso
hombre de negro encapuchado, el cual reconocieron los demás al instante y
supieron a qué siniestra organización pertenecía:
- Parece que, después de tantos años,
el monstruo por fin está despertando…
El tipo de negro se quitó la capucha y
sonrió maléficamente, dejando su rostro al descubierto. Todos exclamaron a la
vez, sorprendidos:
- ¡¡Helio!!
A Jack le invadió la rabia y la furia,
y apretó los dientes mientras se adelantaba un paso al frente diciendo:
- ¡¡Devuélvenos la piedra angular!!
- Todo a su tiempo, Jack, ahora mismo
no la llevo encima…- respondió el hombre de negro- está en la cima de un lugar
lejano, mucho más allá del mar…al otro lado del mundo.
El mago gruñó de rabia, entre dientes:
- ¡Maldito…!
- Además…- añadió Helio
tranquilamente, al ver que todos desenfundaban sus armas y se ponían en
guardia- no he venido hasta aquí para luchar…todavía no ha llegado la hora de
que recibáis vuestra muerte.
- ¿Entonces a qué se debe esta
desagradable visita?
- He venido a comunicarle un mensaje a
la elegida de la vara mágica- dijo el hombre de negro, mientras miraba
maliciosamente a Erika- que supongo, debería interesarle.
La chica lo miró fijamente y le
preguntó desafiante:
- ¿De qué se trata?
Helio rió maléficamente y luego volvió
a hablar:
- ¿Sabéis que existe una habilidad
secreta para viajar de un mundo a otro…a través de los sueños?
A Eduardo le empezó a palpitar
rápidamente el corazón. Un mal presentimiento lo invadía, y sus temores le
hacían imaginarse lo peor. Sabía que nada bueno saldría de aquella
conversación.
Ajena a lo que estaba sintiendo
Eduardo en su interior, Erika permanecía firme y enfadada ante Helio. La chica
le respondió, apretando los puños:
- ¿Así que sólo querías hablarme de
una ridícula habilidad secreta? ¿Eso es lo que debería interesarme?
El miembro de la organización Muerte
sonrió sarcásticamente:
- En ningún momento he dicho que ése
fuera el mensaje, querida.
Erika empezaba a perder la paciencia.
Helio se estaba burlando de ella:
- ¿Entonces por qué me hablas de ella?
El tipo de negro rió nuevamente y,
tras unos segundos de intriga entre risitas malvadas, al fin dijo:
- Porque ése es el método que usó…para
matar a tus padres.
Aquellas últimas palabras pillaron por
sorpresa a Erika, mientras su rostro pasaba de ser y duro y enfadado a débil e
inseguro. Preguntó, todavía confusa:
- ¿Qué has dicho?
- Lo que has oído…tus padres han
muerto…los han asesinado…
Erika empezó a temblar, agarrando
fuertemente su arma mientras ésta temblaba en sus manos. El pilar de la
seguridad y la confianza en sí misma comenzó a tambalear con riesgo de caerse:
- Mientes…no te creo…
Helio la miró enigmáticamente, como si
supiera de antemano lo que iba a ocurrir. Dijo, tranquilo y sereno:
- Sabía que pasaría esto, así que te
he traído una prueba que demuestra la veracidad de mis palabras.
Tratándose de un miembro de la organización
Muerte, el resto del grupo intuía que guardaba un as bajo la manga. Mientras el
hombre de negro buscaba algo en sus bolsillos, todos aguantaron con fuerza sus
armas en las manos, preparados para un posible ataque inesperado.
Sin embargo, lejos de lo que
esperaban, Helio extrajo de su bolsillo negro una especie de collar reluciente,
el cual lo lanzó justo a los pies de Erika. La chica se agachó a recogerlo y el
color de su rostro desapareció en el mismo instante en que sostuvo el objeto en
su mano:
- No…no puede ser…- dijo ella,
completamente pálida.
El resto del grupo se acercó a mirar
el objeto, que no resultaba ser otro que un collar de plata ensangrentado.
Eduardo y Erika lo reconocieron inmediatamente, pues lo habían visto muchísimas
veces, pero la chica en especial sabía muy bien a quién pertenecía ese objeto.
Los ojos de la joven comenzaron a llenarse de lágrimas:
- Es…el collar de mi madre…- dijo ella,
casi a punto de llorar- siempre lo lleva puesto…
Helio sonrió irónicamente diciendo:
- ¿Me crees ahora?
Erika no pudo evitar que le saltaran
las lágrimas, y éstas rodaron por sus mejillas cayendo al suelo. La chica
perdió de repente el equilibrio de sus piernas y cayó de rodillas al suelo, con
las manos apoyadas en la hierba muerta.
Lloró desconsoladamente frente a las
miradas apenadas de sus amigos, y mientras la tristeza lo invadía todo a su
alrededor. Tan sólo los llantos de dolor y sufrimiento de la joven se oían en
el lugar.
Al cabo de unos minutos de descarga de
llantos y lloros, el corazón de Erika empezó a consumirse de odio y rabia.
Llegó un momento en que dejó de llorar y, apretando los puños y los dientes con
fuerza, se levantó y se puso en pie. Miró al miembro de la organización Muerte
con unos sorprendentes ojos asesinos:
- Tú…maldito asesino…juro que acabaré
contigo…
Eduardo se encogía de miedo y de
terror con aquella faceta furiosa de la chica. En sus ojos se percibía
claramente un profundo dolor, enmascarado por un odio y una rabia nunca antes
vista en ella. No parecía ser la misma:
- Siento decirte que te estás
equivocando de persona- respondió Helio, impasible- en realidad no he sido yo
el que ha matado a tus padres, sino…
- ¡¡NO DIGAS TONTERÍAS!!- gritó Erika,
interrumpiéndole y llena de rabia- ¡¡ESTÁ CLARO QUE HAS SIDO TÚ…Y NADIE MÁS!!
Sin previo aviso, y cegada por la ira y
el odio, corrió a atacar al enemigo empuñando su arma. El resto del grupo no
pudo detener a tiempo la repentina reacción ofensiva de la joven, y
contemplaron sorprendidos y aterrados cómo la chica se acercaba corriendo a su
oponente:
- ¡¡Erika, no!!- gritó Jack.
Con un grito de furia, Erika llegó
hasta Helio e intentó golpearlo con la vara mágica. Sin embargo, antes de que
el arma lo alcanzara, el hombre de negro se protegió con un escudo de hielo que
bloqueó el ataque de la joven. Ambos se encontraron cara a cara, y él sonrió
irónicamente diciendo:
- Pobre necia ilusa…ya va siendo hora
de que te enteres y conozcas lo triste que puede llegar a ser la cruda y amarga
realidad.
Con un gesto de Helio, el escudo de
hielo que apareció en su brazo a voluntad se rompió en mil pedazos de
cristales. Estos cristales salieron disparados y atacaron a la chica,
lanzándola por los aires mientras ésta gritaba de dolor:
- ¡¡Erika!!- gritó Eduardo.
La joven cayó y rodó por el suelo un
poco más lejos, y el grupo entero corrió a ayudarla. Tras aplicarle la magia
Cura y restablecer un poco sus heridas, la chica se levantó torpemente mientras
Helio decía:
- El verdadero asesino que buscas se
encuentra dónde menos te lo esperas…- dirigió una mirada rápida a una persona
del grupo- y está mucho más cerca de ti de lo que imaginas.
De forma instintiva, todos siguieron
la mirada de Helio, que sorprendentemente acabó en Eduardo. De repente el joven
se sintió intimidado ante tantos ojos puestos en él, y las miradas atónitas de
sus amigos aumentaban aún más sus nervios:
- ¿¡Edu!?- preguntó Erika, mucho más
perpleja y confusa que antes- ¿¡Has sido tú!?
El chico se quedó sin palabras, al
notar las desconcertantes sospechas de sus compañeros sorprendidos, y la
seguridad con la que Helio lo acusaba. Justo cuando iba a decir algo, el hombre
de negro volvió a hablar. Sus tranquilas y confiadas palabras parecían indicar
que estaba en lo cierto:
- ¿Acaso niegas lo evidente?- preguntó,
dirigiéndose a la joven- ¿Cómo si no explicas toda esa sangre manchada en su
ropa y en sus manos?
Erika volvió la vista a Helio, con la
mirada firme y decidida:
- No volveré a caer en tus mentiras…
¡él nunca haría algo así!
El enemigo volvió a reír
maliciosamente, y después dijo con una siniestra sonrisa maléfica:
- En el fondo sabes que lo que digo es
verdad, pero como estás cegada por tus sentimientos deniegas mis palabras.
- ¡¡No es verdad!!- estalló la chica-
¡¡Yo confío en él y sé que nunca le haría daño a nadie!!
En ese momento Helio se mostró mucho
más frío y duro de lo que el grupo recordaba. Alzó la voz y le dijo seriamente:
- ¡¡ESTÚPIDA NIÑA INMADURA!!- gritó el
hombre de negro, con fuerza- ¡¡DEJA DE CREER EN FANTASÍAS IRREALES Y APRENDE A
ACEPTAR LA REALIDAD!!
Aquellas duras y frías palabras
dejaron sin habla a Erika, que de repente se quedó pálida. Los últimos pilares
de seguridad y confianza que quedaban en ella se derrumbaron tras lo que
ocurrió a continuación.
El miembro de la organización Muerte
extrajo nuevamente un objeto de su bolsillo y lo lanzó de modo que cayera justo
a los pies de Erika. La chica se agachó a recogerlo y perdió el color del
rostro, con los ojos muy abiertos y el corazón palpitándole entre dos latidos.
No podía creer lo que veía.
Los demás se acercaron a mirar el
objeto, del que Eduardo fue el único que se quedó sin habla. Sus propios
reflejos actuaron de manera instintiva cuando su mano fue a parar a su pecho.
Una terrorífica sensación de miedo le invadió al darse cuenta de que lo que
buscaba no estaba ahí. Aquel colgante ensangrentado era realmente el suyo,
porque no lo llevaba encima:
- No…no puede ser…- dijo Erika,
atónita y sin palabras.
No había ninguna duda. Era el colgante
que Eduardo siempre llevaba puesto, envuelto en sangre.
El silencio que vino a continuación
fue tan sepulcral y escalofriante que se respiraba la tensión en el ambiente.
La chica bajó la cabeza y se quedó en silencio, sin saber qué pensar. Después
de un largo período de segundos sin respuesta, finalmente pareció tomar una
decisión.
Apretó con fuerza el colgante de su
compañero en una mano, se levantó y dirigió la mirada hacia él:
- Edu… ¿por qué?
El joven respondió a medias, nervioso,
asustado y sin saber qué decir:
- Erika, yo…yo no…
Al volver la vista al frente, comprobó
sorprendido y perplejo que Helio ya no estaba allí. Había desaparecido y
parecía que nadie se había dado cuenta.
Sin embargo, eso no era lo que más le
preocupaba en aquel momento. Se giró de nuevo a la chica, y se sorprendió al encontrarse con unos ojos tristes y llenos
de lágrimas:
- ¿Cómo has podido? Después de todo lo
que hemos pasado juntos…
- Erika, te digo que de verdad yo…
- ¡¡Yo confiaba en ti!!- gritó ella,
sin dejarle hablar.
Su rostro se volvía cada vez más duro,
y las lágrimas caían por sus mejillas. Un tremendo dolor y tristeza albergaba
su herido y destrozado corazón:
- Creía que eras mi amigo…una persona
en la que podía creer y confiar…pero me equivoqué…
El chico estiró el brazo y la mano
hacia ella, pero ella la apartó de un manotazo. Dijo, completamente enfadada:
- ¡¡No me toques…apártate de mí!!
La joven lo empujó fuertemente y lo
hizo retroceder. Lo que escuchó Eduardo a continuación le dejó pálido. Nunca
creyó oír esas palabras de la chica dirigidas a él:
- ¡¡Vete…no quiero volver a verte
nunca más!!
Aquellas últimas palabras,
pronunciadas con tanto odio y rabia, golpearon tan fuerte al chico que su
corazón acabó roto y destrozado en mil pedazos. El joven bajó la cabeza,
ocultando su rostro y tratando de asimilar la idea.
Tras unos segundos de silencio sin
respuesta finalmente Eduardo, sin levantar la mirada, dio media vuelta y corrió
tan rápido como le permitían sus piernas. Su silueta se entremezcló con los
árboles hasta desaparecer en la espesura del bosque, mientras las lágrimas
caían por sus mejillas:
- ¡¡Eduardo, espera!!- gritaron los
demás, preocupados desde la lejanía.
Ni siquiera los gritos de sus amigos
llamándolo por su nombre consiguieron detenerlo.
Cuando el chico desapareció de la
vista, Erika cayó de rodillas al suelo y apoyó las manos en la hierba. Bajó la
cabeza, ocultando su rostro, y rompió a llorar desconsoladamente, mucho más que
antes.
Mientras tanto, oculto entre la maleza
de los árboles, Helio contemplaba satisfecho los acontecimientos, y una expresiva
sonrisa maléfica se le dibujó en la cara.
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