miércoles, 7 de marzo de 2012

Capítulo 1: Eduardo

Nota del escritor antes de empezar a leer

"Final Fantasy: Memories of a Promise", es un proyecto personal en el que llevo trabajando durante más de cinco años, y en el cual comprimo todo lo que siempre había querido hacer desde pequeño: crear mi propia historia ficticia de aventuras, ambientada en un universo mágico con personajes, seres y criaturas increíblemente extraordinarias.

Este relato que tenéis delante nació de la imaginación de un joven estudiante de quince años, motivado e ilusionado por la fantástica saga de videojuegos de Square Enix, "Final Fantasy". Las experiencias y las emociones vividas en algunas de sus entregas marcaron una buena parte de mi infancia y adolescencia, y quise homenajear esta saga creando una historia no oficial basada en ella.

Me gustaría dejar claro que nunca, desde el ya lejano primer capítulo, he tenido objetivo alguno de lucro o ganancias económicas, y mucho menos pretendo conseguir fama o fortuna. He llevado yo sólo todo este pequeño proyecto por mi cuenta, escribiendo sin recibir nada a cambio, y con un único objetivo en mente: entretener a los fans de la saga y a todas aquellas personas que les gusta esto. Que sepan que sólo quiero mostrar mi historia al mundo, dejar constancia de mi existencia y añadir mi propia y pequeña huella en este basto e infinito universo que nos rodea.

Esta novela supone para mí un reto de superación personal, y acabarla es uno de los muchos objetivos de mi vida. Si para algunos es correr y alcanzar una meta, o para otros es tocar bien un instrumento, el mío es el siguiente: escribir y terminar una historia. Si lo consigo, habré terminado uno de los mayores retos de mi vida hasta ahora, y ya me falta muy poco. Desde luego no pienso rendirme ahora, y mucho menos después de todo lo que me he esforzado para llegar hasta aquí.

Sin embargo, nada de esta novela hubiera sido posible de no ser por una persona especial para mí, y cuyos recuerdos junto a ella marcaron mi entera infancia y adolescencia. Gracias a su valor, simpatía, amabilidad y su gran sonrisa, que me sirvieron de apoyo y ánimo para seguir adelante y no rendirme jamás. A esa persona que admiré en silencio y que desde hace años le debo muchísimo, quiero que sepa que ha dejado una enorme huella en mí, imposible de borrar, y que nunca la olvidaré. Decir desde aquí, esté donde esté, que vaya a donde vaya o haga lo que haga, la recordaré con cariño hoy, mañana, y siempre.

No sé si este relato merece llevar siquiera el distinguido nombre de Final Fantasy, y mucho menos si estará a la altura como para llamarse así. Me he esforzado desde el principio y he intentado no defraudar el orgullo que supone llevar "FF" y, a pesar de lo que puedan pensar algunos, para mí personalmente siempre será una auténtica "Fantasía Final".

Sin más demora os doy la bienvenida, nuevos lectores interesados en este escrito, a mi pequeño y diminuto universo de magia y fantasía. Espero que gocéis de vuestra aventura por el mágico mundo de Limaria, y que de la misma forma disfrutéis leyéndolo tanto como yo escribiendo cada letra y palabra para vosotros.

Porque como diría Tidus, en Final Fantasy X: "Ésta es mi historia".


Primera parte: Búsqueda

Prólogo-Capítulo I

EDUARDO

Amanecía en la ciudad de Eleanor. Los primeros rayos del sol surgieron del horizonte, iluminando con su resplandor las costas de una pequeña localidad al lado del océano, y tanto el mar como el cielo se vestían de maravillosos colores cálidos, en diferentes tonalidades mezcladas de rojo, rosa y amarillo. Pero sin embargo, de todos los colores, el naranja era sin duda el protagonista. El naranja de un bonito y hermoso amanecer, reflejado en las nubes y en el cielo cálido sin límites.

Un joven estudiante de catorce años, Eduardo, despertaba de su sueño profundo. Lo había despertado el estridente sonido de un pequeño despertador que tenía en la mesa de noche, al lado de la cama. Tras tantear varias veces con la mano por fuera de la cama hasta dar con la fuente del sonido, finalmente logró dar con ella y pulsar el botón superior, que cesó de repente el ruido igual que se enciende y apaga la luz de una habitación. Todavía más dormido que despierto, el chico dejó caer de nuevo su brazo por fuera de la cama, aún acogido entre los brazos del sueño. Después de varios minutos en los que deseaba seguir durmiendo, al final acabó levantándose, a una velocidad tan lenta que parecía estar literalmente entre las nubes.

Cuando se hubo puesto en pie, tras lo cual se tambaleó y casi cae al suelo, trató de situarse en la vida real. Como sabía que aún seguía medio dormido, con los ojos entrecerrados, decidió seguir inconscientemente con su rutina diaria de cada mañana. Lo primero que hizo fue dirigirse al baño y darse una ducha de agua fría, que acabó despertándolo por completo. Una vez limpio, seco y despejado, lo siguiente era abrir las puertas del armario y elegir con cuidado la ropa que iba a ponerse.

Tras vestirse y estar decentemente arreglado, su siguiente parada era la cocina, donde se sirvió un desayuno rápido compuesto por una taza de leche fría, cacao en polvo que disolvió en la misma, cereales y un par de tostadas con mermelada.

Después de cepillarse los dientes y acicalarse lo mínimo frente al espejo del baño, el joven regresó de nuevo a su habitación, donde preparó la mochila con materiales poco habituales para una jornada escolar. Metió en ella un saco de dormir, todos los objetos necesarios para una correcta higiene personal de baño, dos o tres camisas y pantalones cortos, varios pares de ropa interior, calcetines, una chaqueta, una cantimplora y una linterna.

Debido a lo llena que iba su mochila, tardó más de lo que esperaba en cerrar la cremallera, con mucho esfuerzo. Incluso no descartó la idea de llevar el saco de dormir en una bolsa a mano, pensando más en la comodidad.

Sin embargo, cuando por fin cargó con la pesada mochila a su espalda y ya iba a dejar su habitación, de repente recordó algo muy importante, y volvió sobre sus pasos. En la mesa de noche que había junto a su cama, al lado del despertador, había un colgante del cual pendía una pequeña piedra transparente y cristalina, casi como un cristal. Tenía una forma cuidadosamente tallada, y a la luz del sol resplandecía con una bonita luz cálida.

Tras coger el colgante e introducir la cabeza en el agujero formado por el cordel con ambas manos, el chico suspiró de alivio. Sentía que se olvidaba de algo muy importante, y notar aquel colgante alrededor de su cuello le devolvía parte de la tranquilidad. Cuando miró la piedra cristal por un momento y la cerró en la palma de su puño derecho, sonrió al sentirla. Ya tenía todo lo que le faltaba.

Y de esa forma, con la seguridad de quien sabe que no se le olvida nada, salió de la habitación y de su propia casa, cerrando la puerta con llave tras de sí.

Por alguna extraña razón, tenía la sensación de que aquel día iba a ocurrir algo emocionante, algo increíble. Y tenía razón, pues, aunque no lo supiera, la rueda del destino ya había comenzado a girar.
Irremediablemente aquel día cambiaría su vida para siempre.

Debido a que había tardado más de lo que esperaba en preparar su mochila, Eduardo apuró la marcha y no tardó en empezar a correr, bajando a toda prisa por las escaleras del edificio en el que vivía, hasta llegar a la planta baja. Allí corrió esquivando a una señora mayor que justo iba entrando en ese momento, a la que sorprendió de un repentino susto, y abrió entonces la puerta principal que comunicaba con el exterior.

El joven continuó su carrera sin descanso por entre las calles de la ciudad de Eleanor, subiendo y bajando cuestas empinadas, y transitando por en medio de la gente que iba y venía de un lado a otro. Gracias a su torpeza chocó con varias personas en su camino, e incluso al cruzar un paso de peatones en rojo un coche frenó en seco, a pocos centímetros de Eduardo. Tanto las personas como el conductor del vehículo se mostraron muy enfadados ante tan poca prudencia por parte de él, y todos coincidieron en gritarle, molestos:
- ¡Eh tú, ten más cuidado, chaval!- le dijo un transeúnte.
- ¿Pero será posible?- exclamó una mujer, frunciendo el ceño.
- ¡Maldito crío estúpido!- le gritó el conductor del coche asomado por la ventanilla, haciendo sonar la pita del vehículo- ¡Mira por dónde vas!
El chico solo se disculpaba rápidamente ante aquellas quejas y molestos comentarios, y de la misma forma continuaba su camino, sin dejar de correr en ningún momento. Sabía que le quedaba poco tiempo, y no podía permitirse perder ni un solo segundo si quería llegar cuanto antes a su objetivo. Sabía que podía llegar tarde cualquer otro día corriente del curso, pero no aquel día. No precisamente aquel día.

De modo que Eduardo continuó su interminable carrera, cada vez más agotado y asxifiado por el esfuerzo. El peso de la mochila que cargaba ese día tampoco ayudaba mucho, puesto que iba muy llena, y eso le restaba velocidad y agilidad para esquivar obstáculos.
Podría haber compartido el peso de la misma en una bolsa a mano, pero ya era demasiado tarde. Si se detenía ahora a administrar el peso de la mochila, lo más probable era que perdiera el tiempo necesario para llegar al instituto, y eso era lo que menos quería en aquellos momentos. Así, continuó corriendo con todas sus fuerzas, como si su vida dependiera de ello, por entre las calles de la ciudad de Eleanor.


Cuando llegó al instituto quince minutos más tarde, sorprendentemente sus amigos todavía continuaban allí, esperándole. No tardó en descubrir que el chófer del autobús tenía problemas técnicos con el vehículo, y que se encontraba agachado y con el capó abierto registrando el motor del mismo. Eduardo agradeció en silencio y para sí mismo aquel repentino fallo técnico, totalmente imprevisto y a todas luces inesperado.
- Una avería del motor- oyó decir al chófer, mientras el joven paseaba cerca del vehículo, andando hacia el resto de estudiantes.
- ¿Suele pasar a menudo?- preguntó uno de los profesores tutores, junto a él.
- ¡Qué va! ¡Si casi nunca da fallos de este tipo!- afirmó el conductor, todavía ojeando el motor- ¡Y además, ayer pasó perfectamente bien por la revisión! No entiendo por qué se avería hoy de nuevo. Es como si...
- ¿Como si quisiera dar la lata...expresamente hoy?
Ambos se miraron a los ojos por un momento, y enseguida los dos soltaron una carcajada, riendo por la gracia del chiste. Fue entonces cuando el chófer añadió, con una amplia sonrisa en la cara.
- ¡Sí, seguro que esto es cosa del destino!- bromeó el conductor- ¡Alomejor hoy también me toca la lotería!
Eduardo continuó su camino, oyendo las risas de ambos hombres a su espalda. Por un breve momento pensó en las últimas palabras del chófer, pero enseguida las apartó a un lado en su mente, al recordar que había llegado a tiempo al instituto.
Podía estar seguro de que, de no ser por aquel pequeño percance de última hora, el chico habría perdido definitivamente el autobús, y por consiguiente el viaje organizado. No sabía si aquello era cosa del destino, que lo tenía todo cuidado y meticulosamente preparado, o si simplemente tenía mucha suerte. Con entusiasmado optimismo, prefirió elegir la segunda opción, ya que la primera le resultaba ligeramente siniestra.

El chico no tardó en encontrar a su grupo de amigos del instituto, todos ellos esperando en una de las largas filas de estudiantes, a la espera del funcionamiento del vehículo. Ese día su clase haría una excursión al monte, de acampada, durante tres días. Ésa era la razón por la que todos llevaban grandes mochilas de montaña cargadas a la espalda, o por mayor comodidad a los pies de uno, ya que pesaban lo suyo.

Eduardo llegó junto a sus amigos andando lentamente, todavía sudando y jadeando del cansancio. Sus compañeros enseguida notaron la fatiga en su rostro, e imaginaron la tremenda carrera que acababa de hacer el joven para llegar hasta allí.
- Ya...ya estoy...aquí... - dijo él, aún respirando con dificultad, cuando llegó junto a ellos.
- ¡Llegas tarde, Edu! - dijo Bruno, con cara de pocos amigos. Se notaba que estaba cansado de esperar- ¡Como de costumbre!
- Has tenido mucha suerte, ¿sabes? - le animó Mandy, con una media sonrisa - hoy dio la casualidad de que el motor del autobús se averió, ¡y justo antes de que saliéramos!
- ¡Y tanto que tiene suerte! - intervino Laura, mirando y ladeando la cabeza en todas direcciones, siguiendo algo invisible con la mirada. No parecía ni que estuviera prestándole el mínimo asunto a la conversación- ¡Este tío siempre se las arregla de alguna forma para que todo le salga bien! ¡No sé cómo lo hace!
Y justo en el momento en que la chica dio una fuerte palmada en el aire, como queriendo aplastar a una mosca invisible, otro de sus amigos aprovechó para intervenir.
- Es la primera vez que acampamos todos juntos, ¡seguro que será divertido! - dijo Lionel, integrándose de lleno en la conversación - siempre había querido hacer esto con todos mis amigos.
- No creo que sea para tanto, sólo es una excursión - aclaró seriamente Bruno- ¿por qué os ponéis todos tan contentos?
- ¡Bruno, no estropees la magia del momento!- dijo Mandy.
- ¡Es que llevo aquí esperando desde las siete y media de la mañana, y ya estoy harto de esperar!- se quejó el chico, frunciendo el ceño- ¡Encima esta mierda de mochila pesa que no veas, y ahora para colmo se estropea el motor del autobús! ¿Qué será lo siguiente? ¿Que se cancele el viaje en el último momento?

Bastó que el chico pronunciara aquellas palabras para que, en ese momento, el profesor que acompañaba al chófer alzara la voz, haciendo a la vez señas con las manos en alto para que todos prestaran atención. El siguiente comunicado de que, en caso de que no arreglaran el motor, no tendrían más remedio que cancelar el viaje, hizo que un profundo desaliento unánime surgiera por parte del patio entero del alumnado. Sin duda, aquello supuso el colmo de todos los colmos, sobretodo para Bruno, que no pudo evitar reprimir su ira gritando palabrotas y quejándose frunciendo el ceño.

En medio de toda la confusión del grupo y del patio en general, que resignados tuvieron que seguir las siguientes instrucciones del profesor de que lo intentarían una vez más, Eduardo giró la cabeza, y su corazón empezó a latirle de repente a un ritmo acelerado. Sus ojos contemplaron durante largos segundos a una persona especial para él, que despertaba sentimientos incondicionados en su alma.
Se llamaba Erika. Tenía la misma edad que él, estaba en su misma clase y la conocía desde que eran niños pequeños.
Se quedó un buen rato observándola, recordando todos los momentos que habían pasado juntos desde entonces. Sin embargo, de todos ellos, el recuerdo más especial que tenía era la noche en que le prometió que la protegería y la cuidaría siempre.
Cuando le hizo esa promesa tan sólo tenían siete años. Al mirarse todavía en el espejo, aún se reía al pensar en las tonterías infantiles que hacía de pequeño, y en muchas ocasiones se sonrojaba y avergonzaba de que una vez le hiciera esa promesa a la chica que le gustaba.
Habían pasado muchos años desde entonces, y el chico se decía a sí mismo que probablemente ella se hubiera olvidado de aquella promesa infantil, que en algunas ocasiones deseaba no haber hecho por vergüenza. Lo que sí tenía claro y sus gestos y comportamiento indicaban, además de los sentimientos que despertaba de su corazón cuando la veía, es que estaba perdidamente enamorado de ella. Lo había estado durante toda su vida, desde aquella noche, y nunca le había confesado lo que sentía. Junto a ella se mostraba tímido e introvertido, y se sonrojaba cuando la tenía cerca o sabía que lo veía.

En ese momento sus ojos se encontraron, y ella enseguida lo saludó con una dulce sonrisa, al mismo tiempo que agitaba la mano abierta de un lado a otro. Él inmediatamente le desvió la mirada, sorprendido y completamente rojo.
Su amigo Lionel le vio en ese momento y notó algo raro. Preguntó confuso.
- Eduardo, ¿qué te pasa? Estás totalmente colorado.
El chico, un poco paralizado, tardó en responder.
- ¡Nada, nada, cosas mías…! - contestó, temblando y riendo, en un claro intento de aparentar seguridad.

Y justo en ese momento, el mismo profesor de antes volvió a hacer señales con las manos en alto y hablando en alta voz. Con una gran sonrisa, anunció diciendo las siguientes palabras.
- ¡Buenas noticias, chicos!- exclamó el docente- ¡Finalmente nos vamos de acampada!
Un nuevo grito de júbilo se extendió por todo el patio del instituto, expresando alivio y alegría. Incluso Bruno cambió de repente la expresión de su rostro, quedando finalmente satisfecho tras sus largas horas de espera.
- ¡Por fin, ya era hora! - asintió éste.
- ¡Menos mal! - dijo Mandy.
- ¡Por poco no lo contamos! - añadió Lionel.
Y justo en ese momento Laura, que no había prestado la menor atención a nada de lo que había ocurrido, por fin logró aplastar a la mosca invisible que llevaba todo el rato intentando matar, siguiendo con la mirada.
- ¡Ja, te tengo! - exclamó la chica, sonriendo con astucia y picardía.

Momentos después, se inició el proceso de carga de mochilas en el compartimento inferior del vehículo, en el que los estudiantes fueron metiendo sus pertenencias en el autobús y luego subiendo al interior del mismo en fila.
Sin embargo Eduardo, justo cuando iba a caminar igual que sus amigos, se detuvo de repente en seco, quedándose en su misma posición. Sus ojos y expresión de la cara palidecieron repentinamente de terror, cuando en ese momento oyó decir por primera vez una misteriosa voz en su cabeza.

"Adelante, ya puedes pasar...tu viaje empieza ahora"

El chico de rojo se quedó totalmente congelado de repente, con los ojos y la boca abierta mudo de terror. Nunca antes había oído otra voz que no fuera la suya cuando hablaba mentalmente consigo mismo, y desde luego estaba seguro de que aquello no podía ser su conciencia. Pues, si no era su conciencia ni tampoco él mismo, ¿de quién podía ser aquella misteriosa voz?

No tuvo tiempo de meditarlo, puesto que en ese momento sus amigos lo llamaron a lo lejos, apartándolo de sus pensamientos.
- ¿Edu, pero qué haces? - gritó Laura, junto al resto - ¡No te quedes ahí parado y ven a guardar tu mochila, que te vas a quedar atrás!
El joven asintió con la cabeza, todavía tratando de pensar en la misteriosa voz de su mente. Ésta no volvió a manifestarse en su cabeza, y parecía claro que solo él la había escuchado. Incluso fue tan corta y efímera que Eduardo pensó que se lo había imaginado, pero el extraño escalofrío posterior que sentía en su cuerpo le demostró que se equivocaba.
- ¡Edu, espabila! - gritó Bruno, al ver a su amigo indeciso.
El nuevo aviso de su compañero hizo que el chico reaccionara. Agitó la cabeza rápidamente a ambos lados para despejarse, y echó a correr inconscientemente. Pero justo en ese momento, cuando iba corriendo hacia sus amigos, tropezó con otra persona en el camino, a quien no vio porque todavía estaba distraído, y ambos chocaron hombro con hombro.
- ¡Oye, ten más cuidado! ¿Quieres? - replicó la otra persona.
Eduardo enseguida descubrió, cuando se dio la vuelta, que había tropezado ni más ni menos que con Erika, quien también se dirigía al autobús a dejar su mochila.
Tanto ella como él se mostraron los dos sorprendidos de repente, con los ojos abiertos y mirándose fijamente. La chica había perdido todo rastro de furia o enfado en su rostro.
- Edu, tú...
- ¡Lo...lo siento, Erika! - se disculpó enseguida él, titubeando - ¡Ha...ha sido sin querer...yo...yo solo quería...!
- ¡Vamos chicos, deprisa! - repitió uno de los profesores tutores en voz alta en ese momento, llamando la atención de todos los estudiantes - ¡Más rápido, que llegamos tarde!
La interrupción del docente quebró el instante en que ambos se miraron a los ojos, y la chica enseguida entendió que debían embarcar cuanto antes. Volvió a mirar al joven de rojo, y su sonrisa se estrechó un poco cuando le dijo.
- No pasa nada, ha sido un accidente - justificó Erika, que luego añadió diciendo - venga, subamos de una vez al autobús.
- Sí - respondió Eduardo, también algo más frío y seco.

Ambos se separaron de nuevo y continuaron distintos caminos para guardar sus mochilas en el compartimento inferior. Cuando el joven llegó por fin junto a sus amigos, éstos habían contemplado toda la escena del choque de hombros.
- ¡Hay que ver, Edu! - dijo Mandy, sonriendo jovialmente - ¡Siempre estás en las nubes!
- ¡Tierra llamando a Eduardo! - bromeó Lionel, con otra sonrisa pícara - ¡Baja de una vez, que es hora de partir!
- ¡Venga, guarda ya esa maldita mochila! - dijo Bruno - ¡Parece incluso que pesa más que la mía!
Sin embargo, mientras los demás guardaban sus pertenencias Laura, que solía ser la que percibía cosas que nadie más veía, fue la única en darse cuenta de que algo le pasaba al chico. Le preguntó, ladeando la cabeza y mirándolo a los ojos.
- Oye, ¿estás bien? Parece como si hubieras visto un fantasma o algo así.
Eduardo supo que estaba en lo cierto. Todavía no dejaba de pensar en la misteriosa voz de su cabeza, que desapareció de la misma forma en que apareció: rápida y efímeramente, como una estrella fugaz. Sin embargo, prefirió no contarle nada de lo sucedido a su amiga, por temor a que pensara que estaba loco.
- ¡Ah, no, nada, nada! - respondió él, con una media sonrisa forzada - ¡Es solo que acabo de tener un escalofrío, nada más!
La chica se quedó largo rato mirándolo, fijamente. Eduardo supo de alguna forma que quizá Laura sabía que estaba mintiendo, pero al parecer prefirió no hacerle más preguntas, por respeto. Lo único que le dijo tras mirarlo fueron las siguientes palabras.
- Pues deberías preocuparte. A menudo los escalofríos auguran malos presagios.

Y con estas mismas palabras dio media vuelta y se dispuso a guardar su mochila, acercándose al compartimento de carga con pasos ligeros y demasiado infantiles para una chica de su edad. Eduardo se quedó con los ojos y la boca aún más abierta de lo que la tenía antes.

Al cabo de un rato, cuando ya había guardado su mochila e iba a subir al autobús, Eduardo echó un último vistazo al instituto, antes de entrar. De repente, una profunda preocupación invadió su ser, recordando las palabras de la misteriosa voz desconocida, y pensando que tal vez estaría cometiendo un error. Sin embargo, al cabo de unos instantes, y después de pensarlo durante un momento, finalmente movió la cabeza rápidamente a ambos lados. Trató de decirse a sí mismo que se estaba inventando cosas raras, y que era muy probable que su imaginación le estuviera jugando una mala pasada.

Después de todo, él no creía en eso del destino, ni tampoco en los malos presagios originados por repentinos escalofríos.


Finalmente entró en el autobús, decidido. Pues, tal y como le había dicho la misteriosa voz desconocida, su viaje ya había comenzado.

10 comentarios:

  1. Leído el primer capítulo y decirte que me ha sorprendido mucho y felicitarte por lo bien escrito que está, en serio, me ha gustado el comienzo, la narración, como van apareciendo los personajes, todo jeje.

    Me gustó también el nombre de la ciudad, y la frase última para acabar este capítulo con el destino.

    Seguiré leyendo el próximo. ^^

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias Patrick, me alegra mucho que te guste! =D ojalá que también te gusten los demás jejeje...todavía no ha empezado lo bueno ^^

      Eliminar
  2. Me he leído este primer capítulo y me ha encantado! Adoro las historias juveniles de este tipo, los personajes me parecen muy carismáticos! El personaje de Eduardo está basado en ti??

    Me gusta el rubo que está tomando nada más empezar, lo veo muy ágil y dinámico,me ha encantado el último párrafo y la sensación con la que se ha subido al autobus el prota:)

    ResponderEliminar
  3. ¡Muchas gracias por comentar Tex! Sí, desde un principio siempre he querido que el personaje de mi mismo nombre tenga una personalidad como la mía, así que en parte está basado en mí ^^
    Y me encanta que te guste el prólogo, que sepas que lo bueno todavía está por llegar jejeje... seguiré esperando que leas para saber tu opinión sobre futuros capítulos :)

    ResponderEliminar
  4. Eso mismo me preguntaba yo, si estaría basado en ti el personaje, está bien saberlo jeje.

    ResponderEliminar
  5. No sólo el prota, la mayoría de personajes están basados en personas que conozco de la realidad jejeje :)

    ResponderEliminar
  6. Genial!
    Me ha encantado, GUAU
    Las descripciones, los pensamientos...
    Por lo que he visto el personaje esta basado en ti, has tenido esos sentimientos? NTC
    JAJAJAJJA
    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Me encanta que te encante, jajaja! xD
      Sí, el prota está basado en mí, al igual que los sentimientos de los que habla. De todas formas esto se escribió hace más de 4 años... ¡es lo que tiene el primer amor platónico, jejeje! xD

      ¡¡Muchas gracias por leer este primer capítulo, Happy Hero!! :D

      PD: ¿Qué significa "NTC"? xD

      Eliminar
  7. Eh! Yo me había topado con este blog hace un par de años buscando algo del FF pero no recuerdo qué xD Veamos que nos depara el futuro.
    Si que se nota FF en el diseño de los personajes xD Veo a Rinoa, a Rikku y a Edgard, pero seguro que mi favorito será el perro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Jajaja, seguro que no te lo esperabas! xD
      ¡A ver a ver, el futuro de la lectura depende de ti y de si la continuas! ¡Espero que te guste y disfrutes! ^^

      Eliminar