domingo, 5 de julio de 2015
Crónicas de un amor platónico (parte 33)
Mi vida universitaria transcurre con total normalidad, igual que lo ha hecho siempre desde el colegio y el instituto: acudir a clases por la mañana y estudiar por la tarde. Sin embargo, la diferencia es que ahora dedico más tiempo a otras cosas de suma importancia, como por ejemplo ir a la autoescuela para conseguir el carné de conducir, o asistir a la escuela de idiomas para mejorar mi nivel de inglés. Incluso me apunto a un nuevo deporte recomendado por mis amigos, un arte marcial llamado Taekwondo, en la escuela municipal de mi localidad. Gracias a esto ahora hago ejercicio y me mantengo en forma, ya que hace muchos años que no me inscribo en ningún deporte, y además también aprendo técnicas de defensa personal, que siempre viene bien contra personas que intenten atacarme.
Mi amistad con mis antiguos compañeros del instituto prácticamente se ha perdido. Todos los chicos y chicas con los que hace un año compartía clase ya los he perdido no solo de vista sino también de contacto. La gran mayoría porque no los trataba mucho, pero con los más cercanos simplemente porque cada uno ha elegido su propio camino, en el que conoce a nueva gente y por supuesto nuevas amistades, las cuales reemplazan a las anteriores. Es bastante similar al cambio del colegio al instituto, pero lo cierto es que no me importa. Ahora conozco a gente y nuevos compañeros también divertidos, pero a decir verdad aún sigo echando de menos a Laura y Mandy, entre otras de mis amigas. Las risas y bromas que compartía con ellas no las hago con la nueva gente madura que me rodea.
A pesar de tener a Érika y a nuestra compañera particular en la misma facultad, no estamos en la misma clase. Es exactamente igual que el primer año de instituto, cuando nos separaron en distintas aulas, solo que en la matrícula acabamos en cursos diferentes. Aunque sí es cierto que me hubiera gustado tenerla como compañera de clase, en realidad con mis nuevas compañeras y compañeros tampoco estoy tan mal. Al menos, la veo por las mañanas y en alguna que otra ocasión en el viaje de vuelta en autobús.
El tiempo pasa. El primer año se acaba. Apruebo todo con buenas notas. Y lo mejor de todo es que ya por fin consigo el carné de conducir. Eso cuenta con la ventaja de que ya no seguiré dependiendo de nuestra compañera de facultad, ya que conduzco mi propio coche, pero también significa dejar de ver a Érika por las mañanas. Por suerte ella también logra conseguir el carné, varios meses antes que yo, y ambos compartimos la nueva letra "L" en la ventanilla trasera de nuestros vehículos, durante nuestro primer año como conductores noveles.
El segundo año de carrera universitaria sigue igual que el primero. Nuevas asignaturas, nuevos profesores, nuevos temarios y contenidos, nuevo alumnado y por supuesto nuevas amistades. Es en este segundo año (curiosamente el mismo que en el instituto) cuando conozco a dos nuevas chicas con las que trabo amistad: Lidia y Paula, ambas también aspirantes a maestras de primaria. Enseguida no tardamos en conectar y darnos cuenta de que tenemos los mismos gustos y aficiones, como que los tres somos otakus y nos gusta todo lo relacionado con Japón o el anime y el manga, además de los videojuegos. Compartimos risas y bromas propias, y nos lo pasamos bien juntos. En ese sentido me recuerdan mucho a Laura y Mandy, a quienes apenas veo ya debido a mi cambio de transporte.
Junto a ellas también conozco a dos chicas más, muy originales y divertidas, por no hablar de un par de hermanos gemelos muy agradables y simpáticos que en más de una ocasión nos hacen reír con sus payasadas. En total los siete formamos un grupo de lo más variopinto y singular, cada uno con sus particularidades, pero compartiendo en común nuestro amor por Japón y por quien consideramos el rey de la animación: Hayao Miyazaki. Incluso exponemos un trabajo sobre él y sus películas en relación a la educación, ante el resto de la clase.
Lidia y Paula empiezan poco a poco a ocupar los lugares de Laura y Mandy, y aún a pesar de que todavía sigo hablando a veces con ambas, las cosas ya no son como antes. El cambio de estudios y el que estemos tantos ciclos separados hace que con el tiempo nuestra relación se enfríe, hasta el punto de que incluso las bromas que hacíamos antes ya no tienen la misma gracia ahora. Las conversaciones son ahora más formales, menos divertidas, más apagadas, más ordinarias. Todo se vuelve repentinamente más normal y corriente, como si habláramos con cualquier persona desconocida de la calle.
Los tiempos cambian, igual que las relaciones y las amistades. Cada uno madura de distinta manera, y muchas veces ese resultado de maduración a menudo no encaja con el de otras personas, bien sea porque los gustos y las aficiones cambian, o bien porque las formas de ser y estilos de vida no son compatibles. En cualquier caso noto que la amistad que tengo con Laura y Mandy ya no es la misma de antes, y eso es algo innegable.
Algo similar me pasa con Érika, con quien a pesar de no haber tenido una gran amistad como las anteriores, en este segundo año de carrera también he perdido el contacto. Es normal, puesto que ya no quedamos a las siete de la mañana ni tampoco vamos en el mismo coche de nuestra compañera. Además cada uno ya tiene su propio carné, de modo que cogemos nuestro coche y vamos y volvemos de clase por separado. Sí que seguimos saludándonos cada vez que nos vemos y con una gran sonrisa, pero no es como antes en primer año. Lo cierto es que hecho de menos esos momentos cotidianos que vivía con ella.
Sin embargo, no es hasta el siguiente tercer año de carrera cuando por fin volvemos a coincidir en la misma clase, aguardándonos a su vez una inesperada sorpresa. Siendo en tercer año el primero en el que hacemos las prácticas externas, los dos fijamos el objetivo en un mismo centro escolar para ejercer por fin como maestros de prácticas.
Ése objetivo no resulta ser otro que el mismo colegio de Educación Primaria en el que estudiamos los dos siendo pequeños. Y también el mismo en el que nos conocimos por primera vez siendo niños de tres años de edad.
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