viernes, 3 de julio de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 32)


Los siguientes días y semanas se convierten en una extraña serie de sucesos que cambian mi interacción y forma de ver a Érika. Si antes la trataba poco ahora lo hago más, ya que coincidimos en varios momentos del día, en su mayoría por la mañana. Durante esas ocasiones hablamos más que cuando lo hacíamos estando en el colegio o en el instituto, y es precisamente en esos momentos cuando tengo oportunidad de conocer mejor a la que hasta hace poco era la persona que me gustaba.

Al ser el primer año y todavía sin carné de conducir, Érika y yo nos ponemos de acuerdo con una compañera común que también va a la misma facultad, que se ofrece a llevarnos en su coche y con quien vamos por las mañanas. Me levanto temprano y acudo puntual a las siete de la mañana frente a la puerta de su casa, donde también aguarda Érika. Allí esperamos los dos de pie, hablando, mientras contemplamos a esa hora los colores cálidos en el cielo del bonito amanecer por la mañana, junto a la playa.

A media jornada también suelo encontrarla por los pasillos, en reprografía o por los alrededores de la facultad. Siempre que nos vemos paramos a saludarnos y a comentar que tal nos va en nuestros estudios, nos preguntamos dudas, o simplemente criticamos a algún que otro profesor y sus manías. A veces incluso vamos a desayunar juntos, en compañía de nuestra amiga común, a la espera de la siguiente hora de clase.

Los encuentros terminan en el viaje de vuelta, cuando finaliza la jornada. Son varios los días que encuentro a Érika en el autobús de regreso a nuestra localidad, que está a más de veinte kilómetros de la universidad. Siempre que me ve me saluda y sonríe, y nos sentamos juntos al lado de la ventana. Durante el viaje hablamos un poco de todo, desde temas de estudio y del curso hasta nuestras propias metas y aspiraciones personales. En uno de esos viajes Érika me explica que desde muy pequeña siempre ha querido ser maestra, y que lo tenía muy claro desde hace muchos años. Yo también le cuento mi aspiración infantil de ser veterinario, pero que por causas de ramas de estudio al final me decanté por la docencia. También le confieso que mi madre tuvo mucho que ver en la decisión final, ya que fue ella la que me abrió los ojos.

En general hablamos más, y gracias a eso tengo la oportunidad de conocerla mejor, como nunca antes lo había hecho.

Cada vez que lo pienso no puedo evitar recordar a mis "yo" del pasado: tanto el niño como el adolescente. Ambos habrían dado lo que fuera por estar viviendo esos momentos, como por ejemplo ir con Érika en el autobús, desayunar en la cafetería, reír con ella a la espera de la siguiente hora, o lo que es mejor: contemplar los dos juntos un bonito amanecer a las siete de la mañana. Estoy seguro de que a los dos nos les habría importado madrugar para vivir esos instantes, que habrían considerado sacados de un verdadero y dulce sueño.

Pero claro, eso es lo que habrían pensado mis "yo" del pasado. Mi "yo" del presente no lo ve de la misma forma ahora. Ya asimilé desde hace tiempo que no me gusta Érika, y por eso no la veo con los mismos ojos de antaño. Tampoco me pongo nervioso cuando estoy con ella, y eso es una señal positiva. Quiero dejar de sentirme preso de un amor platónico que no va a ninguna parte, y que además estoy seguro no tiene ni tampoco tendrá futuro.

Sin embargo, siempre surgen complicaciones. A decir verdad me siento a gusto con su compañía, no ya como amor platónico, sino como compañera de estudios. Me doy cuenta de que estoy descubriendo cosas de ella que me gustan y me agradan, y por primera vez otras que no tanto pero no me importan. Estoy conociéndola más y mejor de lo que en nuestros dieciocho años hemos estado como compañeros de clase en el colegio y el instituto.

Pero claro, conocer mejor a una persona conlleva también un importante riesgo: el de enamorarse de ella. Y ése es el riesgo que estoy viviendo ahora, a pesar de repetirme una y otra vez que voy a olvidarme de Érika.


Del mismo modo, casualmente encuentro en estos días una estropeada caja en el trastero, con todas mis viejas pertenencias del instituto. Entre ellas descubro los 41 capítulos escritos de una historia fanfiction de Final Fantasy, a la que había titulado "Final Fantasy: Memories of a Promise". Desde el momento en que la veo no puedo evitar recordar a mis amigas Laura y Mandy, con sus respectivos fanfics de Pokémon y Kingdom Hearts, y una tremenda nostalgia invade mi memoria. Desde luego, hace bastante tiempo que dejamos de escribir esas historias infantiles, igual que yo con la mía.

Releo algunas de sus páginas, rememorando aquellos tiempos en los que leíamos nuestros capítulos y comentábamos lo guays que eran, así como también la espera para seguir leyendo el siguiente. Ahora que leo el mío, en realidad me parece muy infantil. Recuerdo el último capítulo escrito, el 41, y por dónde había dejado la historia. Lo cierto es que llevaba más de la mitad escrita.

De repente me acuerdo de los blogs y de las páginas web donde se publican este tipo de cosas, escritas por fans, y una bombilla se enciende inmediatamente en mi cabeza. ¿Por qué no publicar yo también mi propio fanfic? Alomejor le gusta a alguien. Y, ¿quién sabe? ¿Y si la continuo y la termino? Faltan poco más de diez capítulos, ¿por qué no intentarlo?

De esa forma cojo la caja, la subo a mi habitación y empiezo a releer el primer capítulo. "No me gusta nada"- pienso- "Hay que retocarlo". Hago lo mismo con el segundo y tercer capítulo y, en menos de 3 días, por fin los termino. "Si veo que no le gusta a nadie, lo dejo"- vuelvo a pensar.

Así creo mi primer blog, llamado "Memories of a Promise" en honor a su título, y publico mi primera entrada.

Nace el sitio web dedicado a mi fanfic, a mi historia.

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