Capítulo XLIV
RECUERDOS
Eduardo despertó, abriendo poco a poco
los ojos. Se sentía como si acabara de despertar de un profundo sueño, y su
cuerpo tumbado boca arriba flotaba en el aire. Al mirar y girar la cabeza a
todas partes, no veía más que blanco a su alrededor. Parecía encontrarse en la
nada más absoluta, completamente sólo:
- ¿Dónde…dónde estoy?- preguntó
vagamente el chico, con los ojos entreabiertos.
En ese momento recordó los últimos
acontecimientos, y a su memoria llegaron fugazmente los recuerdos de su
aventura por la montaña helada de Conaga. Además de las fuertes tormentas y
ventiscas, la feroz avalancha y el duro combate contra Bégimo, lo último que
recordaba era recibir de lleno el ataque mágico de Helio, seguido de una
tremenda explosión.
Con aquel pensamiento, llegó a la
siguiente conclusión:
- ¿Estoy…muerto?
Fue entonces cuando de repente, toda
la verdad acerca de su pasado oculto hasta ahora, afloró en su memoria. Cada
una de las palabras de Helio y Rodvar, afirmando su terrible existencia y
verdadera identidad, resonaron con eco en su mente, una fugazmente seguida de
otra.
Cuando las voces de sus enemigos
acabaron de recordarle quién era en realidad, Eduardo suspiró, decepcionado:
- ¿Qué más da?- dijo el chico,
deprimido- al fin y al cabo, soy la reencarnación de Ludmort…es mejor para
todos que esté muerto, ¿verdad?
Cerró de nuevo los ojos y trató de
concentrarse en el sueño eterno, conocido como la muerte. Ahora que sabía que
toda su vida había sido una mentira, y que en realidad sólo era la sombra de
otra persona, ya no le importaba morir.
Tal y como una misteriosa voz le había
dicho durante el primer sueño que tuvo al llegar a Limaria, nunca debió haber
existido, y en aquellos momentos deseaba con todas sus fuerzas que ojalá
hubiera sido así.
Sin embargo, una extraña y envolvente
luz cálida comenzó a brillar de repente en ese instante, haciendo abrir de
nuevo a Eduardo poco a poco los ojos. Con éstos entreabiertos, el joven se
sorprendió al descubrir que lo que brillaba era un objeto muy familiar.
Miró fijamente lo que levitaba frente
a sus ojos, al igual que el resto de su cuerpo. Parecía no haber gravedad en la
nada en la que se encontraba:
- El…el colgante de Erika…- murmuró el
chico, mirando el objeto que llevaba siempre al cuello.
Lo que le pareció más extraño y
sorprendente era el simple hecho de que brillara. Nunca lo había visto de esa
manera, y que él supiera, no tenía ninguna capacidad ni habilidad mágica. Ver
el cristal tallado brillar le resultaba demasiado confuso y misterioso:
- Nuestra…promesa…
Hizo un esfuerzo y movió lentamente
los brazos, alzando las manos abiertas contra su pecho para coger el colgante.
A medida que sus extremidades se acercaban al objeto, el joven pronunciaba, con
los ojos entreabiertos:
- ¿Era también un sueño…o fue real?
Cuando finalmente sus manos tocaron el
colgante y se cerraron con él en la palma de una de las mismas, el cristal de
la cálida promesa eterna empezó a brillar con mucha más fuerza que antes.
Eduardo se sorprendió mucho cuando
abrió de nuevo las manos, y la luz del cristal salió repentinamente disparada
hacia el cielo, creando un infinito haz de luz cegadora:
- ¿¡Pero qué…qué pasa!?- exclamó el
chico, perplejo.
La luz era tan resplandeciente y
cegadora que Eduardo tuvo que cerrar los ojos y taparse el rostro con un brazo.
Por unos instantes el espacio pareció distorsionarse, y el joven temió que
aquello realmente fuera la muerte.
Eduardo abrió los ojos de repente, y
se quedó atónito y perplejo al descubrir que el espacio y el tiempo se estaban
distorsionando a su alrededor de verdad. Sin embargo, fueron apenas unos pocos
segundos cuando todo volvió a la normalidad, y el chico volvió a pisar de nuevo
tierra en cualquier lugar menos la nada.
El joven se sorprendió con los ojos y
la boca abierta, al encontrarse en un sitio que le era demasiado y tiernamente
familiar. En dicho lugar había un enorme patio de recreo, situado justo al lado
de un enorme complejo de edificios amarillos de bonito tejado rojo.
Contaba también con pequeñas parcelas de
tierra y hierba verde, bajo la sombra de una serie de grandes y frondosos
árboles. Sin embargo, además del cielo bonito decorado de las paredes y de los
edificios en general, sumados al hermoso cielo azul y nubes que hacía aquel
día, lo que verdaderamente daba emoción y vida al lugar eran los sonidos.
El murmullo infantil y la risa de
cientos de niños inundaban todos los rincones del patio del recreo, que
retornaron a Eduardo mucho tiempo atrás, a su propia infancia:
- ¿Esto…esto es…mi colegio?- se preguntó
a sí mismo, sorprendido y con los ojos y la boca abierta.
Tardó un poco en asimilarlo, pero
finalmente no tenía ninguna duda. Se encontraba ahora en el centro escolar
infantil y primaria donde comenzó sus primeros años de estudiante. Estaba en el
colegio donde había estudiado muchos años antes, situado en la localidad de su
ciudad natal: Eleanor.
Enseguida supo que aquella especie de
sueño, visión o lo que fuera, él era de nuevo un fantasma, ya que nadie parecía
verlo ni oírlo. Los niños lo atravesaban corriendo como si fuera aire, sin
inmutarse, mientras reían y jugaban. No le parecía nada extraño, después de
saber que ni él ni su existencia nunca fueron reales.
Una voz infantilizada que le sonaba
familiar lo sorprendió por detrás, cuando dijo:
- ¡Cógela, Bruno!
Una pelota le atravesó el pecho a sus
espaldas y voló por los aires, fuera del alcance de las manos de un niño
situado un poco más lejos de su posición. El objeto acabó botando y rodando por
el suelo varios metros de distancia, en la otra punta del patio:
- ¿Pero qué haces, idiota?- exclamó el
que falló el recibo del pase- ¡No la tires tan alto, que no llego!
El primero se acercó a su compañero,
atravesando de frente a Eduardo y corriendo con energía. Cuando llegó a su lado
se quejó, frunciendo el ceño:
- ¡Pues salta y estira los brazos, que
si le doy más flojo esto parece un juego de bebés!
- ¡Pero si tú ya eres un bebé! ¿Qué me
estás contando?
- ¿¡Qué!?- exclamó el primero,
enfadado- ¡Te vas a enterar!
De esa forma se inició una persecución
por todo el patio del recreo, en la que uno de los niños amenazaba con pegarle
un puñetazo al otro, mientras corrían y reían:
- ¡Esos…esos niños son…Lionel y
Bruno!- exclamó Eduardo, perplejo.
En ese momento otras dos niñas
atravesaron corriendo al chico, una persiguiendo a la otra. Al parecer estaban
jugando al pilla pilla, y no precisamente porque las dos quisieran:
- ¡Píllame si puedes, Mandy!- dijo la
niña de coletas saltarinas, con una amplia sonrisa burlona- ¡O si no nunca
conseguirás lo que tengo!
La otra niña, en cambio, no se lo
tomaba como un juego:
- ¡Maldita sea, Laura!- exclamó su
amiga, enfadada y apretando los dientes- ¡O me devuelves lo que me acabas de
quitar, o te pegaré tal patada que te mandaré directa a la luna!
Eduardo no puedo evitar esbozar
inconscientemente una tierna sonrisa cálida: sus amigos de La Tierra no habían
cambiado nada, ni siquiera siendo muy pequeños.
Fue entonces cuando se dio cuenta y
comprendió que, por alguna extraña razón, la luz del cristal lo llevó a través
de un viaje en el tiempo siete años atrás. Había vuelto misteriosamente al
pasado, y no era difícil imaginar que el responsable de aquello era su propio
colgante. El cristal de la cálida promesa eterna trataba de decirle algo, y
Eduardo supo enseguida que debía descubrirlo.
Siguiendo la lógica del viaje
temporal, el chico dedujo que en aquella época él mismo acababa de llegar al
colegio, y que a juzgar por lo que acababa de ver, aún no había entablado
amistad con sus futuros amigos Bruno, Mandy, Lionel y Laura. Por tanto él, como
era tan tímido y vergonzoso, todavía tenía que andar sólo, en alguna parte del
patio de recreo.
Decidió que lo mejor por ahora era
buscar a su Yo de la infancia.
Conociéndose a sí mismo, no tardó en
encontrar a un niño sentado en el balancín de un columpio, completamente sólo y
alejado del núcleo central de pequeños en el patio. Por un momento se quedó
pálido, y una expresión de tristeza se reflejó en la cara de Eduardo, al ver a
aquel niño idéntico a él, solo que con siete años menos:
- Ése…ése es…
El niño del columpio se balanceaba
débilmente, deprimido y sin ganas. No tenía a nadie a su lado, y parecía triste
de estar sólo. Era normal, siendo el nuevo de la clase:
- Ése…ése soy yo…- dijo Eduardo,
apenado al verse a sí mismo en el pasado.
En ese momento los dos Eduardos, tanto
del presente como del pasado, se sorprendieron al ver que una pelota botó y se
acercó rodando hasta el lugar donde se encontraba el segundo. El joven niño
Eduardo levantó la cabeza, perplejo cuando el grupo que estaba jugando con el
objeto le gritó a lo lejos:
- ¡Eh tú, pasa la pelota!
El niño de rojo del pasado se quedó
atónito y sorprendido, al descubrir que se estaban dirigiendo a él. Miró a
ambos lados y supo que no había nadie más dirigiéndole la mirada:
- ¡Si, tú, el del columpio!- replicó
uno de los niños- ¿A qué esperas? ¡Pasa la pelota!
El pequeño Eduardo esbozó una amplia
sonrisa: por fin alguien le pedía algo y lo trataba como un igual. Pensó que,
si le daba una buena patada al balón y sorprendía al resto de sus compañeros, a
lo mejor podría entablar amistad con ellos y hacer amigos.
Con este pensamiento se levantó del
columpio de un enérgico salto, y se dispuso a preparar la pierna para dar una
patada. Sin embargo, lejos de lo que imaginaba y felizmente esperaba, sus
esperanzas se esfumaron en un instante, cuando la planta de su pie se posó en
la superficie del balón.
El impulso y la fuerza le hicieron
levantar la pierna muy por encima de su cabeza, y caer estrepitosamente de
espalda al suelo.
La pelota se movió apenas unos metros
de su posición, y el grupo de niños estalló en risas y carcajadas burlonas al
ver el golpe que se acababa de llevar Eduardo:
- ¡Mira qué pringado!- exclamó uno de
los niños, burlándose de él- ¡Ni siquiera sabe dar una patada a un balón!
Uno de los pequeños del grupo no lo
ayudó a levantarse cuando fue a recoger la pelota cerca de él, y volvió con los
demás a seguir jugando mientras el niño de rojo se lastimaba y quejaba de dolor
en el suelo.
Eduardo volvía a estar de nuevo
triste. No era precisamente bueno jugando al fútbol, y sufría cada vez que le
pasaban el balón en un partido. Hacía muy mal los pases y chutaba de pena, por
eso él era siempre el último en ser elegido cuando formaban equipos en las
clases de educación física.
El Eduardo del presente se sorprendió
al ver acercarse a una nueva persona a su Yo del pasado. El niño de rojo logró
ponerse de rodillas en el suelo, aún dolorido de la espalda, y cuando trató de
levantarse apoyando las manos, una nueva voz infantil se agachó junto a él
diciendo:
- ¡Oye! ¿Estás bien?
El niño levantó la mirada, perplejo, y
sus ojos se encontraron con los de una pequeña de aspecto amable y simpática.
Se trataba de una niña de su misma edad, de pelo castaño corto suelto y con una
graciosa coleta saltarina en la nuca. El Eduardo del pasado se sorprendió al
verla, y respondió tímidamente a medias:
- Yo…no…no es nada…sólo ha sido un…
- ¡Sí, seguro!- exclamó ella, con una
amplia sonrisa jovial- ¡He visto cómo te caías, y te aseguro que duele mucho!
Los dos Eduardos del pasado y del
presente se quedaron perplejos y completamente sorprendidos, cuando la pequeña
le dijo extrovertidamente y con una gran sonrisa de oreja a oreja:
- ¡Oye, juegas muy bien al fútbol! ¿Lo
sabías?
En ese momento la niña le tendió una
mano a su nuevo compañero de rojo, y le dijo con una media sonrisa alegre:
- Me llamo Erika, ¿cómo te llamas tú?
- E…Eduardo- respondió el otro.
El niño estrechó la mano de su nueva
amiga, y gracias a ella logró levantarse. Cuando se puso en pie, ambos
sonrieron el uno frente al otro, y la niña le dijo:
- Está bien, Edu…- y a continuación le
invitó, girándose al grupo de niños que la esperaban un poco más lejos-
¿Quieres jugar con nosotros al pilla pilla? ¡Únete, que es muy divertido y te
lo pasarás genial!
El pequeño de rojo sintió que su nueva
amiga le transmitía confianza y seguridad, y que con ella ya no tenía tanto
miedo de relacionarse. No se lo pensó dos veces cuando asintió con la cabeza y
exclamó, sonriente:
- ¡Sí!
De esa forma, los dos jóvenes niños
corrieron juntos a reunirse con el resto de compañeros, en el centro del patio
de recreo. El pequeño Eduardo se integró entonces con sus iguales, y mientras
corría huyendo y persiguiendo a los demás, se podía ver claramente en su cara
que se sentía como uno más: que era feliz porque ya no estaba sólo.
El Eduardo del presente observaba, a
modo de fantasma espectador, todos los sucesos, y una inconsciente y tierna
media sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro. Una sensación cálida en su
pecho lo inundaba por dentro:
- Así fue cómo conocí a Erika…- dijo
el chico, llevándose una mano al corazón- ya casi lo había olvidado…cómo empezó
todo…
En ese momento el joven se sorprendió
de nuevo, cuando de repente el espacio a su alrededor volvía a distorsionarse.
Todo el patio de recreo y los niños a su alrededor se deformaban de tal manera
que parecían irreconocibles, llegando a un punto que eran incluso irreales.
Eduardo se asustó diciendo:
- ¡Oh no! ¿¡Otra vez!?
El chico cerró los ojos un instante y
se cubrió con los brazos el rostro, sin entender nada de lo que estaba pasando.
Cuando volvió a abrirlos, se quedó
perplejo al descubrir que ya no estaba en el patio del recreo, sino en otro
lugar. Ahora se encontraba en un aula, ya que al mirar a su alrededor habían
cuatro paredes, con una puerta de salida y muchas ventanas a un lado de la
estancia.
Había una gran pizarra en la pared,
detrás de una enorme mesa del profesor, y justo frente a ella treinta mesas y
sillas pequeñas, correspondientes a los niños pequeños. Tenía las paredes y las
puertas de los armarios adornadas con trabajos educativos infantiles hechos, y
parecía el aula de un colegio normal:
- Ésta…ésta era mi clase…
El chico de rojo se sorprendió porque
estaba en un pasillo de las filas de mesas pequeñas, y lo que más lo dejó
asombrado era que irrumpía en medio de una clase. No estaba sólo.
Los niños permanecían sentados en sus
sillas y mirando a la pizarra, mientras algunos se distraían y jugaban con lo
que tenían en la mesa. Muchos armaban escándalo y bulla, y la mayoría estaban
nerviosos e inquietos deseando que acabara la hora. Faltaban apenas unos
segundos para que tocara el timbre de salida:
- ¡¡Niños, callaos ya!!- gritaba la
maestra, enfadada porque ninguno de sus alumnos le hacía caso- ¡¡Nadie se va de
aquí hasta que haya silencio!!
En ese momento uno de los niños le
tiró una bola de papel a la docente entre risas, lo cual terminó de enfadarla y
le echó la bronca alzando la voz:
- ¡¡Bruno, estate quieto!!- gritó la
maestra, furiosa- ¡¡Mañana estás castigado y sin recreo!!
Y justo cuando iba a reprocharle su
mal comportamiento y actitud al niño, ocurrió lo que temía. El timbre de salida
de la jornada resonó en toda el aula y el centro, y los gritos de alegría y
euforia infantil sonaron como altavoces a todo volumen. En medio de la marea de
niños corriendo con sus mochilas cargadas a la espalda, la maestra gritaba a
pleno pulmón:
- ¡¡No os olvidéis de los deberes para
mañana, y no quiero ninguna queja!!
Sin embargo, supo que la mitad o más
de los alumnos no oyeron nada de lo que había dicho. Suspiró agotada, mientras
recogía sus cosas de la mesa:
- Niños, no tienen remedio…
Y de esa forma recogió su maleta y
apuntes de profesora, y abandonó la clase hasta la próxima jornada del día
siguiente.
Sin embargo, no todos se habían
marchado de la clase. El Eduardo del presente se sorprendió al comprobar que
aún faltaban tres niños en el aula. Uno de ellos era su Yo del pasado, que
terminaba de guardar sus cosas en la mochila.
Los otros dos niños se encontraban un
poco más lejos de él, en una de las mesas de primera fila, y no precisamente
hablando con tranquilidad. Al parecer, uno de los dos le había quitado el
estuche al otro, mientras éste trataba de recuperarlo saltando y estirando sus
manos. Le resultaba difícil porque su compañero era más alto:
- ¡Daniel, dame el estuche, que tengo
prisa!- suplicaba Erika- ¡Por favor, mis padres están esperándome fuera!
- ¡Pues que esperen, sólo te lo
devolveré cuando consigas cogerlo!- sonreía el niño, con burla- ¡Venga, salta
más alto, que así no vas a llegar!
La joven niña Erika seguía
esforzándose, saltando una y otra vez repetidas veces, pero no podía: Daniel
era más alto que ella. A ese paso tardaría mucho en coger el estuche:
- Daniel, ya me acuerdo de él…- dijo
el Eduardo del presente, observando toda la escena como un fantasma espectador-
era un niño muy vago y travieso, que nunca hacía los deberes y sólo se dedicaba
a molestar a los demás…- y luego añadió, al ver lo que pasaba- esta vez la
había cogido con Erika…no recuerdo cómo fue que…
Lo que vio a continuación no le dejó
terminar la frase, ya que se quedó perplejo cuando su Yo del pasado le atravesó
corriendo por detrás.
El joven Eduardo niño corrió decidido
hasta la posición de sus dos compañeros, se subió encima de la silla y la mesa
de dos saltos, y con un nuevo e increíble tercer salto pasó por en medio de
Erika y Daniel, que se quedaron con la boca abierta mientras giraban la cabeza:
- ¿¡Pero qué…!?- exclamó Daniel,
atónito.
Eduardo se levantó del suelo, al
apoyar mal los pies en el aterrizaje, y caminó cojeando de una pierna y con
muecas de dolor hasta su amiga. Llevaba su estuche robado en una de las manos,
el cual se lo tendió abiertamente diciendo, con una media sonrisa:
- Creo…que esto…es tuyo…
Erika no pudo evitar sonreír al tener
su objeto de vuelta, y le dijo a su amigo, profundamente agradecida:
- Gracias, Edu.
Ambos niños se quedaron unos segundos
mirándose fijamente a los ojos, hasta que el tercero interrumpió el momento
mágico. Daniel enseguida se dio cuenta de lo que pasaba, y los señaló a los dos
exclamando:
- ¡Ya lo entiendo…sois novios!
Los dos niños se ruborizaron de
repente, avergonzados con la idea. Desviaron sus miradas hacia Daniel y
exclamaron, curiosamente a la vez:
- ¡¡No es verdad!!
Ambos se sorprendieron y miraron de
nuevo a los ojos, perplejos porque lo habían dicho al mismo tiempo. Sacudieron
la cabeza y volvieron la vista a su compañero de clase, que dijo con una mirada
pícara y sonrisa burlona:
- ¡Ya veréis cuando lo cuente mañana
en clase…nadie se lo va a creer!
Y con tal afirmación cogió su mochila
y abandonó corriendo el aula, seguido de Erika, que también cogió su mochila y
corrió detrás de él, enfadada. Ni siquiera se despidió de Eduardo, que aquella
vez se quedó sólo en la clase.
El chico de rojo del presente de quedó
boquiabierto al contemplar lo que acababan de ver sus ojos. No parecía creer lo
que había hecho su Yo del pasado:
- ¿De verdad…hice yo eso?- se preguntó
Eduardo, perplejo- no…no puede ser… ¿por qué…por qué no recuerdo nada de esto?
Se alejó de sus pensamientos al ver
que su Yo del pasado cogía también su mochila y se largaba de la clase:
- ¡Eh, espera!- exclamó el fantasma
del presente, aunque supiera que no podía oírlo.
Eduardo corrió detrás de su propio Yo
por todo el colegio. Atravesó todo un largo pasillo y bajó por unas amplias
escaleras dos pisos hasta llegar al vestíbulo del centro. Siguiendo el rastro
de sí mismo por el pasado, acabó saliendo al exterior, donde repentinamente so
Yo se detuvo en medio del patio del recreo.
El Eduardo del presente se detuvo en
seco junto a su Yo del pasado, sin entender nada:
- ¿Por qué te paras así de repente?
¿Qué es lo que te…?
Al alzar la vista al frente, supo lo
que le pasaba, y un semblante de pena y tristeza se reflejó en su rostro.
Un poco más lejos de su posición se
encontraba la joven niña Erika, rodeada del cálido abrazo de sus progenitores.
Éstos la acariciaban y abrazaban dulcemente, con alegría:
- ¡Mamá, Papá!- sonreía la pequeña.
- ¿Dónde estabas, mi niña bonita?- le
preguntó su madre.
- ¡El tonto de Daniel me robó el
estuche justo a la salida, por eso tardé tanto!- explicó Erika.
- ¿Ah, sí?- preguntó su padre,
sorprendido- ¿Y cómo lo recuperaste?
- Bueno…un compañero de clase se lo
quitó por mí y me lo devolvió.
- ¿Le habrás dado las gracias
entonces, no?- sonrió su madre.
La pequeña Erika asintió con la
cabeza:
- ¡Sí!- sonrió ella.
En ese momento su padre la agarró,
sorprendiéndola, y la montó sobre sus hombros. La niña reía de alegría:
- ¿Quieres ir cabalgando a lomos de
papá hasta casa?
- ¡Sí, vamos!- sonrió la pequeña-
¡Arre, papá!
De esa forma, Erika y su familia
caminaron lentamente hacia las grandes puertas de salida del colegio. Mientras
se alejaban, el Eduardo del pasado observaba con sus ojos tristes cómo su amiga
disfrutaba del cariño de sus padres. Verlos reír juntos, disfrutar y saborear
cada instante de alegría y felicidad, saber que siempre estarán unidos en los
buenos y en los malos momentos, gozar del calor y el amor de unos padres que
quieren a sus hijos: ese sentimiento de alegría y felicidad era una emoción que
Eduardo nunca podría sentir en su vida:
- Ahora entiendo por qué estás tan
triste…- le dijo el fantasma del presente a su Yo del pasado- echas de menos
unos padres…quieres tener una familia…
Los ojos tristes del Eduardo niño con
siete años y su única presencia solitaria en el patio del recreo fueron lo
último que vio el fantasma del presente, antes de que todo el espacio a su
alrededor volviera a distorsionarse. Eduardo supo entonces que aquellos
repentinos cambios se trataban de viajes temporales, que lo transportaban a
diferentes momentos en el tiempo.
El que empezara a deformarse todo el
espacio significaba que había acabado un viaje temporal y que empezaba otro:
- Genial…- suspiró el chico de rojo-
¿A dónde me llevarás ahora?
Cerró los ojos y esperó que el viaje
en el tiempo acabara de realizarse. No dejaba de preguntarse qué era lo que
quería decirle el cristal de la cálida promesa eterna.
Cuando los abrió de nuevo, lo primero
que le sorprendió fue la falta de luz y claridad solar. Enseguida se dio cuenta
de que era de noche, y la luna y las estrellas yacían brillantes en el cielo
nocturno, junto con la hermosa vía láctea.
Ya no se encontraba en su colegio como
las anteriores veces, sino que estaba en una especie de parque, alejado del
núcleo urbano de la ciudad. El lugar de ocio infantil estaba situado en una
pequeña montaña al lado de la localidad de Eleanor, en plena naturaleza, y a
aquellas alturas se podía contemplar perfectamente toda la ciudad.
Cuando era de noche, las millones de
luces de Eleanor junto al mar ofrecían un hermoso espectáculo multicolor, dando
vida a un increíble y romántico paisaje nocturno.
Eduardo se encontraba en la entrada de
dicho parque, con los columpios completamente vacíos y solitarios debido a
aquellas horas de la noche. Reconocía perfectamente el lugar donde estaba:
- Este lugar…era mi parque favorito de
pequeño…- sonreía el chico, nostálgico- me trae tantos recuerdos…es como aquella
noche…
En ese momento la chispa de la memoria
apareció en su mente, y creyó saber entonces dónde lo había llevado el viaje
temporal. Sorprendido y perplejo, se preguntó a sí mismo, confuso:
- ¿Sería este aquel momento…hace siete
años?
El chico de rojo caminó lentamente,
atravesando todo el parque mientras los columpios vacíos y solitarios yacían a
ambos lados de su camino. No tardó en llegar a un enorme y frondoso árbol, en
el otro extremo del parque, situado justo al lado de un amplio mirador desde
donde se podía contemplar el paisaje nocturno iluminado de Eleanor.
Cuando dio la vuelta al árbol de cara
al mirador, se sorprendió de nuevo al encontrar a su Yo del pasado, sentado en
la hierba fresca y mirando al frente, contemplando el paisaje nocturno. El
fantasma del presente se acercó unos pasos al niño, y se detuvo a unos metros
de él:
- Este árbol…- dijo el Eduardo
fantasma, mirando y sonriendo con nostalgia- cuántos recuerdos…
En ese momento centró su atención en
la visión del pasado, cuando el niño de rojo de siete años volvió la cabeza
atrás, sorprendido al oír unos pasos que se acercaban:
- ¿¡Qui…quién anda ahí!?- preguntó el
Eduardo del pasado, un poco asustado.
Se levantó de golpe y, con una rama
que tenía cerca, se puso en guardia, listo para luchar. En realidad tenía tanto
miedo que le temblaba todo el cuerpo y la rama en las manos, con la que no
podría hacer daño ni a una mosca.
Los segundos de profunda tensión y
suspense le parecieron una eternidad al joven Eduardo, que apuntaba a todas
partes con su inofensiva arma, esperando que llegara el peligro.
Se asustó y gritó de miedo cuando de
repente dio media vuelta y otra nueva rama le sacudió con fuerza en toda la
cara, que lo tiró de espaldas al suelo. El niño se llevó las manos a la cara
mientras se quejaba y retorcía de dolor en la hierba:
- ¡¡Ay, qué daño, cómo duele!!
El agresor que lo golpeó por detrás se
sorprendió al reconocer la voz de su víctima y exclamó, perplejo y confuso:
- ¿¡Edu, eres tú!?
- ¡¡Sí, soy yo!!- replicó el herido,
molesto- ¿¡Quién va a ser si no!?
El agresor tiró entonces su arma y se
agachó junto a Eduardo, que lo ayudó a levantarse:
- ¡¡Madre mía, qué desastre…no sabía
que fueras tú!!- exclamó la niña, arrepentida- ¡¡Lo siento mucho, Edu…por
favor, perdóname!!
Eduardo abrió entonces los ojos, un
poco dolorido por el golpe, y reconoció a la persona que nunca imaginaba ver
allí:
- ¡¡E…Erika!!- exclamó él, sorprendido
y perplejo- ¿¡Qué…qué haces tú aquí!?
- ¡¡Eso mismo te iba a decir yo!!-
replicó ella- ¿¡Qué haces tú aquí!?
Al pequeño no le gustó el tono de voz
enfadado que tenía su amiga, y también se enfadó diciendo:
- ¿¡A ti qué te parece!? ¡¡Estaba tan
tranquilo sentado y mirando el paisaje, cuando de repente llegas tú y me
golpeas con una rama en toda la cara!! ¿¡Es que intentabas matarme o qué!?
- ¡¡Sólo trataba de defenderme!!- se
excusó Erika- ¡¡Es de noche, no se ve nada y con los desconocidos hay que tener
cuidado…no sabía que fueras tú!!
Ambos se miraron fijamente a los ojos
con expresión de enfado, durante unos segundos, hasta que al final Erika
suspiró y le dijo más calmada a su compañero:
- ¡Anda, vamos…a ver si se te pasa el
dolor con un poco de aire fresco!
Le tendió la mano a Eduardo y él la
estrechó con la suya, que lo ayudó a levantarse. Los dos niños caminaron hasta
acercarse al mirador y sentarse en la hierba, a contemplar el bonito paisaje
costero de la ciudad iluminada de Eleanor.
- ¿Te duele mucho?- preguntó la niña,
tras un largo e incómodo silencio.
- Sólo un poco…al menos, no tanto como
al principio- respondió él.
En ese momento Erika le pidió
disculpas, un poco avergonzada y arrepentida:
- Siento lo de antes…pensaba que eras
un pervertido o algo así…- explicó ella- normalmente a estas horas de la noche
no hay nadie en este lugar.
A Eduardo le sorprendieron sus últimas
palabras, y le preguntó de la misma forma, confuso:
- ¿Normalmente? ¿Es que ya habías
venido aquí antes?
La niña asintió con la cabeza:
- Sí…cuando me siento triste, o me
apetece estar un rato sola…me escapo de casa y vengo aquí por las noches…- dijo
la pequeña- este lugar tiene algo que me reconforta, que me tranquiliza y
relaja…es por eso que, para mí, es un sitio único y especial…
- A mí también me gusta este lugar…-
respondió el niño- vengo todas las noches y me paso un rato observando este
increíble paisaje, antes de volver a casa a dormir…no me gusta estar en mi
casa, y por eso intento pasar el menor tiempo posible en ella.
Erika se sorprendió por lo que acababa
de decirle su compañero, y lo miró confusa y perpleja mientras le preguntaba:
- ¿Por qué? ¿Es que tus padres te
maltratan? ¿No te quieren?
- No exactamente…- dijo el niño, a
medias- digamos que…no hay nadie esperándome en casa…
La niña creyó entender lo que
significaban aquellas palabras, y se quedó perpleja y con los ojos abiertos
cuando lo miró diciendo:
- ¿Quieres decir que…no tienes
familia?
Eduardo tardó un poco en responder.
Asintió débilmente con la cabeza y el rostro apagado, con la mirada fija en la
suave y fresca hierba que tocaba:
- No tengo padres, y tampoco
familia…siempre he vivido sólo…- explicó el pequeño- por eso no me gusta estar
en casa…porque me recuerda al dulce y cálido hogar que los demás sí tienen, con
padres que te cuidan y te quieren de verdad…ese amor y esa felicidad son algo
que yo nunca podré saborear…
Erika se avergonzó entonces de haber
hecho aquella pregunta, y le dijo, arrepentida:
- Lo siento, no lo sabía…
La niña se encogió de hombros y
también miró fijamente al suelo, con la cara triste y apagada. Ahora era ella
la que parecía estar deprimida, con la tristeza reflejada en su rostro:
- Tú al menos tienes suerte…no sufres
la pérdida de ningún ser querido…
Eduardo se sorprendió mucho cuando vio
caer una lágrima en la hierba. Levantó la vista y sus ojos miraron directamente
a la niña que tenía a su lado, que lloraba:
- ¿E…Erika?- preguntó el niño,
preocupado.
Entendió entonces la razón de su
presencia en el parque: estaba triste por alguna razón y por eso había acudido
al parque. Se trataba de su lugar íntimo y personal, en el que desahogaba todas
sus penas:
- Hace una semana que murió mi
abuelo…le hecho tanto de menos…
El niño se mostró amable y compasivo
con ella, cuando le dijo:
- Lo siento, no lo sabía…
Su amiga siguió hablando, contándole
sus penas por primera vez a alguien, bajo el árbol favorito de su lugar
especial. Aquel gesto le demostró a Eduardo, sorprendido, que la niña confiaba
en él:
- Muchas veces mis padres estaban
siempre ocupados, y él era el que me llevaba al parque a pasear…él era el que
me impulsaba en los columpios, el que me atendía y consolaba cuando me caía y
me hacía daño, el que me daba dinero a espaldas de la abuela y de mis padres,
el que me compraba todos los días ese helado sabor fresa que tanto me gustaba…-
explicó Erika, con una inconsciente sonrisa nostálgica en la cara- él era el
que muchas veces me cuidaba y me protegía, con todo el cariño y la buena
intención del mundo…y ahora ya no está…se ha ido…
En ese momento la niña dijo, mientras
su compañero la miraba y escuchaba atentamente:
- Antes de morir, mi abuelo escribió
un diario sobre su vida y la de sus seres queridos…- explicó Erika- un día me
confesó que lo había terminado, y que sus últimas palabras iban dirigidas a
mí…a mi propio futuro…es todo cuanto queda de él…
Y fue entonces cuando la pequeña
pronunció, sollozando y con la mirada triste:
- Es por eso que…mi mayor sueño…es
encontrar la llave que abre su diario…- dijo Erika- quiero saber…qué es lo que
quería decirme al abuelo sobre mi futuro…y de si tenía razón, dentro de diez o
veinte años…para comprobar si me convertiré…en la clase de persona que él
decía…
Aquellas palabras hicieron reflexionar
a Eduardo, que se quedó sorprendido y perplejo mientras escuchaba a su amiga.
Al cabo de los siguientes segundos de silencio, en los que ninguno de los dos
dijo nada, finalmente el pequeño tomó una decisión:
- Está bien…
Se levantó de golpe y, con la mirada
firme y decidida, le dijo a la niña que tenía a su lado:
- ¡A partir de ahora…yo seré el que te
cuide y te proteja…no permitiré que nadie te haga daño nunca más!
La decisión y la seguridad con que su
amigo pronunció aquellas valientes palabras sorprendieron a Erika, que de
repente dejó de llorar y se quedó perpleja mirándolo, con los ojos y la boca
abierta. No podía creer lo que oía:
- Edu… ¿por qué…?
El niño le dijo entonces,
tranquilamente y con seguridad en sí mismo:
- Tú fuiste la primera en aceptarme…no
dudaste en acudir en mi ayuda, cuando nadie más lo hizo…gracias a ti ya no
estoy solo, y tengo buenos y grandes amigos…- explicaba Eduardo, con una media
sonrisa sincera, que luego añadió- eres la primera persona con la que creé un
vínculo, y quiero mantenerlo de alguna forma…porque eres alguien muy importante
para mí.
La declaración del niño y sus tiernas
y sinceras palabras sorprendieron a Erika, que se quedó perpleja y con la boca
abierta. Nunca hubiera imaginado que su compañero le dijera unas palabras tan
bonitas.
De repente pareció perder la tristeza
que hasta hace unos instantes tenía. Se secó las lágrimas, y sonrió cuando
Eduardo le tendió abiertamente la mano, en gesto de ayuda:
- Está bien…- respondió ella.
Estrechó la mano del niño, que la
ayudó a levantarse, y ambos permanecieron durante unos segundos mirándose
fijamente a los ojos. Erika le preguntó entonces, con una media sonrisa, a su
amigo:
- ¿Me cuidarás y me protegerás…hasta
el día en que muera?
Eduardo negó con la cabeza. Respondió
de la misma forma, con una dulce media sonrisa:
- No, hasta ese día no, sino más…mucho
más allá…por siempre jamás.
Ambos niños sonrieron dulcemente, y la
pequeña extrajo en ese momento de su bolsillo una especie de colgante, con un
bonito cristal tallado que tendió en la palma de la mano a su compañero:
- ¿Lo prometes?
Eduardo no lo dudó ni un instante, y
estrechó su mano con la de Erika:
- Lo prometo.
Fue entonces cuando cogió el objeto
que le regalaba su amiga y se lo colgó al cuello, con una sonrisa de felicidad
dibujada en el rostro. El cristal brillaba y relucía con la luz de la luna y
las estrellas, y en ese momento nada le parecía más bonito que aquel detalle
por parte de su amiga:
- Es una promesa- dijo Erika, feliz-
¿no la olvides, vale?
Eduardo asintió con la cabeza y
respondió diciendo:
- No lo haré.
De esa forma, ambos niños giraron la
cabeza a un lado y levantaron la vista al cielo, sorprendidos y asombrados
porque acababan de ver una estrella fugaz. Sólo la luna y las estrellas fueron
testigos de la cálida promesa eterna que habían hecho los dos pequeños, en
aquel momento mágico que cambiaría sus vidas para siempre.
El fantasma del Eduardo del presente
veía, completamente asombrado y perplejo, el momento que con más cariño
recordaba de su infancia. Ver a su Yo del pasado era como verse a sí mismo, y
se sentía como si hubiera revivido él mismo aquel instante junto a la pequeña
Erika.
Casi había olvidado que aquello solo
era una visión del pasado:
- La promesa que le hice a Erika…bajo
nuestro árbol de los deseos…- sonrió el chico de rojo, nostálgico- ya casi no
recordaba cómo la hice…y lo feliz que estaba cuando ella me dio el colgante…
En ese momento a Eduardo se le borró
la sonrisa de la cara, y palideció de repente cuando al mirar a su pecho
descubrió que al colgante que llevaba le pasaba algo. Por alguna extraña razón
parpadeaba, con color gris y apagado, como si se tratara de un error o bug
informático. El joven no entendía nada de lo que estaba ocurriendo:
- ¿¡Pe…pero qué…qué es lo que pasa!?-
exclamó Eduardo, atónito.
No tardó en darse cuenta de la razón
cuando, al levantar la vista al frente, observó horrorizado una terrible pesadilla.
Perdió el color del rostro, y se quedó con los ojos y la boca abierta al ver
que, curiosamente, su Yo del pasado también parpadeaba al mismo tiempo que el
colgante, y de la misma forma.
Lo que más le aterraba era ver que el
pequeño de rojo del pasado se transformaba en otro muy parecido a él, con la
única diferencia de que éste nuevo niño era rubio y de ojos azules.
Eduardo reconocía perfectamente al
nuevo niño que estaba sustituyéndolo y ocupando su lugar en la visión. Se
trataba de alguien que conocía muy bien, aunque nunca lo hubiera visto en vida:
- ¡¡Ga…Gabriel!!- exclamó el joven,
pálido y como si hubiera visto un fantasma.
Mientras el verdadero individuo rubio
recuperaba su forma e identidad en La Tierra, el colgante de Eduardo desaparecía
de su pecho, cada vez más borroso y difuminado. Aquello sólo podía significar
una cosa:
- Yo…estoy…desapareciendo…- afirmaba,
asustado y temblándole todo el cuerpo.
En ese momento, el parque en el que se
encontraba y todo el espacio a su alrededor comenzó a distorsionarse, igual que
el final de un viaje temporal. Sin embargo, a diferencia de los anteriores
viajes realizados, en éste no aparecía un nuevo lugar físico al que ir.
Todo a su alrededor se volvía
completamente negro, sumergiéndose en la más absoluta oscuridad:
- ¿¡Qué…qué es este sitio!?- exclamó
Eduardo, perplejo- ¿¡A dónde voy!?
Lo que vio a continuación lo dejó
completamente pálido, con el corazón palpitándole débilmente entre dos latidos,
y los ojos y la boca abierta.
Una serie de fugaces recuerdos del
pasado cruzaron rápidamente su memoria: recuerdos de su anterior vida en La
Tierra como estudiante. Sin embargo, no era precisamente él el que
protagonizaba dichos recuerdos, sino otra persona.
Algunos de los más importantes fueron:
el momento en que se conocieron Erika y Gabriel tras tenderle la mano y
ayudarlo a levantarse; el rescate del estuche robado de la pequeña, el instante
en que sus miradas se encontraron antes de subirse al autobús en la acampada;
la llegada de Gabriel junto a sus amigos Lionel, Mandy, Bruno y Laura; los
felices días en que éste jugaba de pequeño con sus amigos en el patio del
recreo; las noches en que Gabriel se sentaba bajo el árbol de los deseos y
contemplaba el paisaje nocturno de la ciudad iluminada de Eleanor, etc.
Todos esos recuerdos, con las voces
originales de quiénes aparecían en ellos incluida la de Gabriel, resonaron en
la mente del chico de rojo, que lo torturaban interiormente y hacía que le entraran
ganas de llorar.
Fue ver esos recuerdos por sí mismo lo
que le hizo afirmar y asimilar de una vez por todas la terrible y amarga
verdad: ni él ni su existencia, y mucho menos todo lo que había vivido, era
real.
Sin embargo, nada le golpeó tan duro
el corazón como el último recuerdo que cruzó su memoria. Se dio cuenta entonces
de que Gabriel también estaba enamorado de Erika, y que al igual que él,
también ellos dos se encontraron en el parque aquella noche, bajo el árbol de
los deseos. Tras recibir un golpe de rama en la cara y de tirarlo de espaldas
al suelo, Erika y él se sentaron a observar el mirador de toda la ciudad.
Gabriel y Erika hablaron de lo mismo,
soltaron las mismas lágrimas e hicieron los movimientos que la primera pareja.
Llegó el esperado momento en que el niño rubio se levantó de golpe y le tendió
la mano abierta a Erika, la cual aceptó con una media sonrisa, y la ayudó a
levantarse.
Las mismas palabras de la cálida
promesa eterna y la entrega del colgante y el cristal a Gabriel destrozaron el
herido corazón de Eduardo, mientras lágrimas de tristeza caían por sus
mejillas.
Tras ese último recuerdo, la mente del
joven se quedó en blanco y sin respuesta, cuando las oscuras tinieblas lo
invadieron todo a su alrededor. La misma y terrorífica voz de ultratumba que le
habló durante el primer sueño que tuvo al llegar a Limaria volvió a resonar en
su mente, con indiferencia:
- Nunca debiste haber existido.
Esas fueron las últimas palabras que
escuchó Eduardo, antes de romperse el cristal del colgante de su pecho en mil
pedazos. Su cuerpo levitando sin gravedad en la más absoluta oscuridad de
repente perdió todo rastro de vida, y cayó en ese momento como un peso muerto
al vacío, cerrando los ojos al mismo tiempo.
El chico cayó de lleno en las sombras,
internándose por completo en las tinieblas y uniéndose a ella. Parecía que nada
ni nadie podía salvarlo de su unión con la oscuridad.
Justo cuando parecía haber perdido
toda esperanza de salvarse, un nuevo milagro hizo acto de presencia.
Un inesperado rayo de luz surgió de
repente un poco más lejos, cuya sola presencia aportaba el único rayo de
esperanza entre las sombras. El chico abrió los ojos al oír una voz que le
resultaba familiar, llamándolo con mucha preocupación:
- ¡Edu…Edu…!
El joven entreabrió los ojos y levantó
un poco la mirada, con esfuerzo. Su cuerpo inerte y sin vida no le respondía.
Levitaba en el aire sin gravedad, en medio de aquella inmensa oscuridad:
- ¿Quién…me…llama?- preguntó él, casi
dormido en los brazos de la muerte.
Del foco de luz que se encontraba un
poco más lejos surgió una figura humana, pero envuelta en luz clara y cálida.
Al entrar en el espacio oscuro, la nueva figura también perdió toda gravedad, y
comenzó a levitar de la misma forma:
- E…ri…Erika…- dijo el chico al verla,
sin sorprenderse en absoluto.
- ¡¡Edu, despierta!!- exclamó ella,
preocupada- ¡¡No permitas que la oscuridad te absorba!!
Eduardo seguía medio dormido, con los
ojos entreabiertos. Su mirada perdida y apagada delataba que había perdido las
ganas de vivir:
- Erika…tú…- dijo el joven, sin
energía- ¿estás…dentro de mi mente?
Cuando la chica entró en el espacio
oscuro, las tinieblas empezaron a agarrarla por sus extremidades, temerosas de
la luz que irradiaba. Trataban de cubrirla de oscuridad a medida que se
extendía por sus brazos y piernas:
- ¡¡Edu, tienes que despertar!!-
exclamaba la joven- ¡¡Si no lo haces, morirás en la oscuridad!!
Su compañero no respondía. Permanecía
callado y con los ojos entreabiertos, observándola sin brillo en la mirada. Su
rostro apagado parecía indicar que ya casi lo habían devorado las sombras:
- ¡¡Reacciona, por favor!!- suplicaba
ella, asustada- ¡¡No puedes rendirte ahora…prometiste que me protegerías!!
Aquellas palabras parecieron hacer
reaccionar al joven, que movió lentamente los labios mientras pronunciaba:
- La…promesa…
La oscuridad cada vez cubría más el
cuerpo de Erika, que se extendía por sus brazos y piernas, y ya había alcanzado
los codos y las rodillas. Sin embargo, y a pesar de que aquello podría significar
su propia muerte si seguía adelante, ella continuaba acercándose poco a poco al
chico, levitando en el aire.
Su mirada firme y decidida dejaba
claro que no estaba dispuesta a echarse atrás:
- No me rendiré…no dejaré que mueras…-
decía ella, con los brazos y las manos abiertas apuntando hacia él- después de
todo lo que has hecho por mí, no pienso quedarme atrás…yo también seré valiente…y
lucharé por ti, hasta el final…
Las sombras seguían extendiéndose por
el cuerpo de Erika, mientras la joven gemía de dolor y se acercaba poco a poco
a su amigo. La oscuridad se interponía entre ambos haciéndole daño a la chica,
cuya luz se apagaba rápidamente al igual que él:
- Por favor, Edu…no te rindas…-
pronunciaba ella, a punto de tocarlo con sus manos- ya estoy aquí, contigo…por
favor, no me dejes…
El chico la miraba, sin expresión
alguna en su rostro. No parecía importarle salvarse o morir, y a su compañera
le faltaba poco para morir junto a él:
- Erika…vete…- pronunció Eduardo,
débilmente- aléjate…de esta oscuridad…
- ¡¡Ni hablar!!- exclamó ella,
preocupada y asustada- ¡¡No pienso dejarte aquí…eso nunca!!
El joven veía, con los ojos
entreabiertos y apagados, cómo la chica sufría y aguantaba el dolor de las
tinieblas, mientras se acercaba a él empleando todas sus fuerzas. Eduardo no
entendía por qué su amiga se esforzaba tanto por alguien como él:
- Erika…sabes que nuestra promesa…no
es real…que Gabriel…es el que prometió cuidarte para siempre…- dijo él, sin
ganas de vivir- entonces… ¿por qué…por qué llegas tan lejos…por un impostor?
¿Por qué…haces todo esto…por mí?
La oscuridad ya casi había cubierto por
completo a Erika, y la mano de la joven estaba a apenas unos centímetros de su
amigo. Lo que respondió ella a continuación sacudió interiormente el corazón de
Eduardo:
- Porque aunque digas que es un
recuerdo falso… ¡¡en mi corazón era real!!
En ese momento la chica abrazó al
chico y lo estrechó con fuerza, rodeándolo con los brazos, al mismo tiempo que
la oscuridad terminaba de cubrirlos a los dos.
Justo cuando parecía que la oscuridad
había ganado, y que los dos habían muerto, ocurrió un nuevo milagro.
Una poderosa luz surgió de repente del
pecho de ambos jóvenes, y cuyo resplandor puro y cegador destrozó las sombras y
las tinieblas que los cubrían por completo.
La chica permaneció abrazando con fuerza
a su amigo, éste último sorprendido por las palabras de ella, mientras
recuperaba el brillo natural de su mirada. Los dos cerraron en ese momento los
ojos cuando la luz que los había salvado se volvió tan cegadora que era
imposible ver nada, y ésta se expandió por todo el espacio igual que lo hizo la
oscuridad en su momento. Todo se volvió blanco a su alrededor.
Eduardo abrió poco a poco los ojos, al
oír unas voces familiares que lo llamaban. Reconoció las siluetas humanas y una
animal que lo observaban, con mucha atención:
- Jack…chicos…- balbuceó el joven, aún
medio dormido.
Notó un peso encima de su pecho, y al
bajar la mirada descubrió, sorprendido, que Erika estaba apoyada en él, con la
cara hundida entre sus brazos. Parecía dormida igual que él.
En ese momento la chica levantó la
cabeza lenta y pesadamente, y abrió poco a poco los ojos, que se encontraron
con los del joven. Fue entonces cuando el chico entendió que su amiga se había metido
en su mente de alguna forma para salvarlo, y que acababa de despertar igual que
él. Una sonrisa de alivio y alegría se dibujó en su rostro, al ver que su
compañero estaba bien:
- Edu…- dijo ella, con una sonrisa aliviada-
¡Edu!
La chica se lanzó a abrazarlo, con
fuerza, mientras él se sorprendía de que siguiera vivo. El resto del grupo hizo
lo mismo, y una sensación alegre y cálida inundó el corazón de Eduardo, que
supo entonces que había cumplido uno de sus más preciados sueños desde pequeño:
tener una familia.
Al mirar a su alrededor, Eduardo
descubrió para su sorpresa que había estado durmiendo en una cama, en una de
las habitaciones de Valor Alado. No entendía cómo había podido acabar allí,
después de recordar la tremenda explosión de la cima de la montaña de Conaga:
- ¿Cómo hemos llegado aquí?- preguntó
el chico, confuso.
Los demás sabían que necesitaba una
explicación, y la pelirroja se lo explicó claramente diciendo:
- Justo cuando se produjo la
explosión, Valor Alado apareció en la cima de la montaña, y nos rescató a
tiempo antes del combate contra Helio- explicó Alana- los moguris nos
localizaron gracias a la señal de frecuencia del transmisor, y al parecer,
recibieron la llamada que les dimos en medio de la montaña…supieron que
estábamos en peligro, y enseguida acudieron a rescatarnos.
Eduardo lo entendió todo, pero en ese
instante se acordó de los dos enemigos que les hablaron en Conaga:
- Pero… ¿Y Helio y Rodvar?
- Desaparecieron tras la explosión-
respondió Rex- no sabemos nada de ellos.
El chico se quedó un rato pensativo,
reflexionando sobre lo sucedido. Conociendo a esos dos seguro que no estaban
muertos, y que tarde o temprano los volverían a encontrar. La próxima vez no se
librarían tan fácilmente, y seguro que tendrían que combatir contra los hombres
de negro.
Al parecer, su lucha contra la
organización Muerte aún no había terminado: un nuevo y desconocido ser
sobrenatural los lideraba, completamente envuelto en misterio.
En ese momento Cristal extrajo de su
mochila un objeto y lo mostró en su mano al resto de compañeros, con una amplia
sonrisa de triunfo:
- ¡Al menos, hemos conseguido la
piedra angular!- sonrió la princesa- ¡Ya podemos volver al templo sagrado y
escuchar las voces de los oráculos para derrotar a Ludmort!
Todos los miembros del grupo se
alegraban y estaban contentos con el logro alcanzado. Por fin, desde que se
marcharon del templo sagrado aquella vez que conocieron a Mirto, habían
conseguido lo que tanto andaban buscando.
Con la piedra angular en su poder, ya
podían volver y entregársela al primer elegido de la llave espada. Ahora, con
todos los requisitos necesarios, ya era posible escuchar las voces de los
oráculos, y conocer de una vez por todas la forma de derrotar al monstruo
maligno conocido como Ludmort.
Sin embargo, había una persona que no
festejaba el logro, y tampoco parecía contenta por estar más cerca de su
objetivo. Eduardo se levantó de la cama, y ando con pasos lentos y pesados
hasta acercarse a la ventana de la habitación. Sus amigos enseguida se dieron
cuenta de que tenía el semblante oscuro, y parecía triste y deprimido:
- ¿Edu?- preguntó Erika, preocupada-
¿Estás bien?
El chico observaba el inmenso mar de
nubes que sobrevolaban, con la mirada perdida en sus más profundos
pensamientos. No dejaba de darle vueltas en la cabeza a la terrible verdad
sobre su pasado y auténtica identidad. Tardó varios segundos en responder:
- Durante todo este tiempo, siempre habéis
protegido al que creíais y considerabais ser el elegido de la profecía, a una
de las dos personas que supuestamente salvaría el mundo…- explicaba Eduardo,
con tristeza y pesar- durante todo este tiempo, siempre he querido conocer mi
verdadera identidad, y la razón del por qué de mi existencia…quería saber quién
era en realidad…
Sus amigos lo escuchaban,
sorprendidos, mientras el joven de rojo hablaba. Lo que dijo a continuación
dejó muy confuso a Jack y los demás:
- Ahora que por fin ya sé quién soy…y
cuál es mi destino y la razón de mi existencia…no estoy seguro de que quiera
seguir con esto…
La pelirroja le preguntó entonces,
confusa y preocupada:
- ¿Qué…qué quieres decir?
- Ya lo dijo Rodvar una vez…-
respondió Eduardo- yo soy…la reencarnación de Ludmort…y como tal, cuando llegue
el momento…destruiré el planeta por completo…
En ese momento el chico dio media
vuelta, de frente a sus amigos. Lo que dijo a continuación, con la mirada
triste, dejó totalmente pálidos a los demás:
- Chicos, por favor…matadme.
Aquellas palabras hicieron perder el
color del rostro al grupo entero, que con los ojos y la boca abierta, no podían
creer lo que oyeron. Su compañero acababa de pedirles que lo asesinaran y
acabaran con su vida: quería morir:
- ¿¡Qué…qué estás diciendo, Eduardo!?-
exclamó Rex, atónito- ¿¡Te has vuelto loco o qué!?
- Es lo mejor para todos…- respondió
el chico de rojo, deprimido- si yo muero, Limaria y La Tierra se salvarán…ambos
mundos sobrevivirán…
En ese momento Jack apretó los puños y
los dientes, mientras gruñía de enfado. Se acercó al joven y le pegó un
puñetazo en toda la mejilla, que lo tiró al suelo para sorpresa de todos. El
resto del grupo se quedó boquiabierto y perplejo con la actuación de Jack, y
aún más cuando le dijo al chico:
- ¡¡Me importa una mierda que seas la
reencarnación de Ludmort!!- exclamó el mago, enfadado- ¡¡Eres nuestro amigo…y
como vuelvas a pedirnos algo así, te reventaré la cara a puñetazos!! ¿¡Me has
entendido!?
Eduardo apoyó las manos en el suelo, y
se levantó lenta y pesadamente mientras se llevaba una mano a la mejilla.
Levantó la mirada a los ojos furiosos y enfadados de Jack, que lo miraban con
rabia e ira:
- ¿¡Es que acaso no te das cuenta de que,
si mueres, ni este mundo ni el tuyo podrán salvarse!?
El joven le hizo entonces una
pregunta, con el mismo rostro triste y deprimido:
- ¿Y cómo estás tan seguro de que,
cuando llegue la hora de la verdad, no me convertiré en Ludmort y destruiré el
planeta?
Lo que le respondió Jack lo dejó
completamente perplejo y asombrado:
- ¡¡Porque la llave espada te eligió a
ti!!- exclamó el mago.
Aquellas palabras dejaron sin habla al
chico de rojo, que se quedó con los ojos y la boca abierta mientras escuchaba a
su compañero. Parecía más calmado que antes, pero seguía apretando los puños:
- Las armas sagradas nunca se
equivocan al elegir a sus portadores, de eso sí estoy seguro…- explicó el mago-
por eso, si la llave espada te eligió a ti, no fue por una simple coincidencia…
Eduardo reaccionó en ese momento,
tratando de defender su postura:
- ¡¡Pero si soy la reencarnación de
Ludmort…soy un ser oscuro y maligno…soy aquello contra lo que todo este tiempo
hemos estado luchando!! ¿¡Es que no lo entiendes!?
- Claro que lo entiendo…y el arma
sagrada también lo sabía, antes de elegirte… ¿y, aún así…por qué tú?
Eduardo se sorprendió cuando Jack se
acercó a él y lo abrazó con fuerza. En su rostro ya no se reflejaba furia y
enfado, sino una cara comprensiva y preocupada. Las palabras que le dijo lo
dejaron sin habla:
- Ni yo mismo termino de entenderlo,
pero de una cosa sí estoy seguro: eres el elegido de la profecía, el portador
de la llave espada, el que junto a Erika, salvaréis este mundo de la
destrucción…- explicó el mago, con los ojos llenos de lágrimas- seas quien
seas, incluido Ludmort, si el arma sagrada te eligió a ti, lo hizo por alguna
razón…Erika y tú sois nuestra única esperanza…y estoy seguro de que, pase lo
que pase, la profecía se cumplirá, y nos salvaréis a todos…porque confío
plenamente en vosotros.
Aquellas sinceras palabras conmovieron
al chico de rojo, que perdió la mirada triste que tenía y en su lugar volvió a
recuperar el brillo de esperanza en los ojos. Abrazó de la misma forma al mago
mientras decía:
- Muchas gracias, Jack.
Una vez que hubieron recuperado a su
compañero perdido y traído de vuelta al equipo, todos se dirigieron a la sala
de control de Valor Alado, donde los moguris habían estado pilotando la nave en
ausencia de la piloto:
- ¡Eduardo, ya despertaste, kupó!-
exclamó uno de los seres alados de pompón rojo- ¡menos mal que estás bien,
kupó!
La pelirroja caminó hasta el puesto de
mandos y uno de los moguris le cedió su asiento, para que trabajara en lo que
mejor se le daba hacer:
- ¡Dejad que la mejor piloto de
Limaria se encargue de esto!- sonrió Alana, que tras acomodarse en el puesto
preguntó a sus compañeros- ¿Nuestro próximo objetivo, chicos?
En ese momento Eduardo respondió, con
la mirada firme y decidida:
- ¡Al sur del continente central…rumbo
al Templo Sagrado!
De esa forma, Valor Alado cambió de
dirección y sobrevoló el mar de nubes rumbo al sur, a toda velocidad. Erika y
los demás sabían muy bien cuál era su próximo objetivo: encontrar a Mirto y
escuchar las voces de los oráculos.
Por fin, muchas de las preguntas que
rondaban en sus cabezas, iban a tener respuestas, que sólo el primer elegido de
la llave espada podía darles. Los dos jóvenes sabían que muy pronto conocerían
el pasado y la auténtica verdad acerca de los elegidos de las armas sagradas.
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