Capítulo
XIV
EL
LEGENDARIO CAÑÓN COSMO
Eduardo se encontraba de nuevo en la
entrada a las ruinas de una ciudad fantasma. La reconoció enseguida y supo que
ya había estado ahí antes, en un sueño. No dejaba de recordar que estaba en un
desierto a punto de morir, y se preguntaba a sí mismo continuamente cómo había
llegado allí. Pensó que quizá ya estaba muerto y aquel lugar era el portal de
entrada al otro mundo, si es que lo había.
Mientras pensaba por dónde empezar a
andar, sus ojos volvieron la mirada a un rayo de luz proveniente un poco más
lejos. Se sorprendió al recordar que la otra vez que visitó aquel lugar también
surgió una misteriosa luz, y se quedó sin palabras al comprobar que también
provenía del centro de la ciudad. Le vino de nuevo esa sensación de miedo y
terror, y corrió siguiendo el mismo camino por entre las calles de aquella
ciudad en ruinas que había recorrido en sueños tiempo atrás.
Encontró, como imaginaba, el parque
central de la ciudad, florecido, lleno de vida y color. En el centro de aquella
belleza de fuentes, manantiales y cataratas de agua pura se encontraba Marina,
subida en una pequeña plataforma superior. La chica rezaba aparentemente
tranquila y de rodillas, con los ojos cerrados.
Eduardo recordó en ese entonces lo que
a continuación ocurría en su sueño. Preocupado, observó por los alrededores
buscando indicios malignos, y suspiró al ver que tras un par de segundos no
sucedía nada.
Sin embargo, su tranquilidad se esfumó
al comprobar con sus propios ojos que apareció un agujero de oscuridad frente a
las escaleras que comunicaban con la plataforma. Tal y como recordaba, Asbel
surgió del agujero oscuro vestido de negro y armado siniestramente con su gran
espada hacha.
El chico hizo aparecer mágicamente la
llave espada en su mano y corrió al ver que el espadachín de negro caminaba
lentamente por las escaleras directo a Marina. Ya había visto lo que iba a
hacer una vez, y no estaba dispuesto a permitir que volviera a ocurrir. Eduardo
gritaba el nombre de su amiga para avisarla y decirle que huyera, pero ésta
parecía no oírle. Estaba tan concentrada en su oración que permanecía ajena al
peligro que le esperaba.
En aquella ocasión, el joven logró
alcanzar a Asbel cuando llegó a la plataforma, y le atacó desprevenido por
detrás con la llave espada. Sorprendido y sin palabras, el espadachín de negro
bloqueó su ataque con su arma sin ni siquiera darse la vuelta. Dándole la
espalda al chico, una poderosa fuerza que no había visto hasta ahora empujó a
Eduardo y lo lanzó por los aires hasta acabar rodando por el suelo un poco más
lejos.
El chico se levantó con esfuerzo y vio
horrorizado nuevamente cómo su antiguo mentor de la esgrima atravesaba con su
espada el estómago de la maga:
- ¡¡Marina!!- gritó Eduardo.
Ya era demasiado tarde. Al igual que
la última vez, había fallado tratando de salvar a su amiga. No podía hacer nada
frente al nuevo y oscuro poder de Asbel, que retiró su arma ensangrentada del
cuerpo inerte de la maga, que cayó al suelo sin vida.
Llenó de rabia, el chico se puso en
guardia con la llave espada en la mano, dispuesto a luchar contra el
espadachín. No podía quedarse de brazos cruzados ante lo que acaba de hacer
Asbel, y tampoco podía perdonarle por sus actos.
Su antiguo mentor dio media vuelta y
le dirigió la mirada con sus ojos fríos y oscuros. Eduardo no lo dudó más.
Estuvo a punto de dar el primer paso para correr a atacar a su enemigo cuando
de repente apareció otra persona a su lado, que corrió directo hacia Asbel:
- ¿¡Jack!?- preguntó el chico,
perplejo.
No le quedaban dudas, realmente era su
amigo el mago, el mismo que le había salvado la vida a él y a Erika en la
Tierra. Aquella vez tenía algo diferente. Su mirada llena de rabia y furia guiaba
sus movimientos agresivos e impulsivos, algo poco frecuente en él:
- ¡¡Espera, Jack…no lo hagas!!-
exclamó el joven.
Pero ya era demasiado tarde. El mago
corría directamente hacia Asbel mientras empuñaba su bastón mágico para atacar
al espadachín oscuro. La batalla final entre los dos eternos rivales era ya
inevitable y estaba a punto de comenzar:
- ¡¡Parad, por favor…!!- gritaba
Eduardo- ¡¡Ya basta!!
Antes de que los dos llegaran a colisionar
en un duro enfrentamiento, el espacio se distorsionó y todo comenzó a dar
vueltas. El chico recordó que pasó lo mismo la última vez justo en ese momento.
En medio de la confusión, deseando que aquello fuera una pesadilla, cerró los
ojos mientras todo a su alrededor se volvía negro hasta convertirse en la más
profunda oscuridad.
En ese momento en que no veía nada,
una misteriosa y cálida voz le habló diciendo:
- Escúchame, joven elegido de la llave
espada…todavía no ha llegado tu hora, no puedes morir aquí. Debes salvar este
mundo junto a la elegida de la vara mágica.
- ¿Quién…eres?- preguntó el chico, con
esfuerzo y delirando.
- Sólo cuando lo hayas hecho, el
destino decidirá tu muerte…hasta entonces, debes permanecer con vida.
El joven no podía pronunciar palabra.
Se encontraba muy cansado y exhausto. La voz que le hablaba le dijo con eco en
sus últimas palabras:
- Despierta, Eduardo…despierta…
El chico abrió poco a poco los ojos.
Estaba tumbado en una especie de cama de hojas. Observó con los ojos cansados y
pesados la estancia en la que se encontraba. Le resultó curioso observar que
estaba en una pequeña cueva iluminada por diminutos agujeros de la parte
superior por los que entraba la luz del sol:
- ¿Dónde…estoy?- balbuceó delirando-
¿Qué ha…pasado?
Al girar la cabeza lentamente vio a
alguien conocido al otro lado de la habitación. Un perro sentado a espaldas
suyas miraba pacientemente por la ventana. No tardó en reconocer su silueta:
- ¿Rex?
Éste se giró y su rostro sonrió al ver
despertar al chico. Exclamó de furor:
- ¡Eduardo, estás bien, qué alegría!
- ¿Dónde estamos?
El perro sonrió de nuevo diciendo:
- Estamos a salvo en mi hogar, mi
pueblo natal.
- ¿Quieres decir qué…?
Rex asintió con la cabeza:
- Sí, hemos llegado al Cañón Cosmo.
El chico se sorprendió al oír aquello.
Después de todo lo que habían pasado, no podía creérselo. Creía que se trataba
de otra de las tantas ilusiones que había visto mientras vagaba por el desierto
de Geonyria. Tras palparse con las manos la cara y el torso, y el hocico del
can a su lado para asegurarse, sonrió de oreja a oreja y supo que no era un
sueño. Realmente estaba a salvo.
Tenía ganas de gritar y saltar de
alegría, y de contarles a sus amigos todo por lo que había pasado. En ese mismo
instante se acordó de los dos magos:
- ¡Espera! ¿Y los demás?- preguntó de
repente, preocupado.
- Tranquilo, están bien- respondió
Rex- un poco agotados por el viaje, pero de una pieza.
En ese momento aparecieron por la
entrada de la pequeña cueva Jack y Marina, quienes también se alegraron de ver
al joven despierto:
- ¡Ya era hora, hombre!- exclamó Jack.
- Al fin despiertas, dormilón- sonrió
Marina- llevas durmiendo más de tres días. Pensábamos que no saldrías de ésta.
Eduardo sonrió feliz al ver que sus
amigos seguían vivos. Suspiró aliviado sabiendo que, a pesar de soportar los
peligros de Geonyria, habían logrado atravesar el desierto y llegar a su
objetivo.
Su felicidad duró poco al sentir que
aún faltaba alguien. Pálido al recordar a esa persona y lo mucho que había
sufrido durante su compañía, preguntó bastante preocupado:
- ¡Esperad! ¿¡Dónde está Erika!?
Todos bajaron sus rostros, con el
semblante oscuro. Aquello hizo que el chico palideciera todavía más, hasta ver
el miedo reflejado en su cara. Tembló al pensar que no habían encontrado a su
amiga en el desierto, o quizá algo peor:
- Sigue durmiendo en otra habitación-
contestó la maga- su estado es más grave que el tuyo, y los curanderos de esta
aldea aún no saben si se recuperará.
- ¿¡Qué!?- exclamó Eduardo, perplejo-
¡no puede ser, tengo que verla!
El joven trato de levantarse, pero un
fuerte dolor le hizo quejarse impidiéndole el movimiento:
- ¿¡Eduardo, qué haces!?- le reprochó
Jack- ¡Todavía no estás en condiciones de levantarte!
- ¡Me da igual!- decía mientras se
retorcía de dolor- ¡no puedo quedarme…!
- ¡¡Sí que puedes!!- alzó una voz
desconocida de repente.
Por la entrada de la estancia apareció
un nuevo perro que se parecía mucho a Rex. Sin embargo al contrario que éste,
el nuevo can aparentaba ser más anciano que él:
- ¡Maestro Bugen!- exclamó Rex.
- ¡Madre mía, qué impacientes son los
jóvenes de hoy en día!- se quejó el perro anciano caminando hacia ellos- ¡Hacen
todo lo que quieren sin importarles su salud!
- ¡Usted no lo entiende!- dijo el
chico- ¡Erika corre peligro y no sabemos si sobrevivirá…debemos ir con ella!
El anciano lo miró y le dijo
seriamente:
- Dime, muchacho...cuando llegues a su
lado, ¿detendrás el veneno? ¿Crees que podrás salvarla?
Eduardo calló de repente al oír las
palabras del perro. Supo que tenía razón, no contaba con ningún antídoto ni
magia curativa para sanar enfermedades. El anciano can, tras ver que el chico
se había calmado, suspiró y comenzó a decir:
- El veneno de los escorpiones del
desierto de Geonyria no es un veneno cualquiera. Hay pocos antídotos que curan
esta grave enfermedad, y sus efectos mortales acaban enseguida con todo lo que
infecta- y luego añadió bastante sorprendido- me sorprende que tu amiga siga
con vida después de varios días infectada con el veneno…debo ser sincero, ya
que nunca había visto un caso igual.
En ese momento se acercó a Eduardo y
puso una de sus patas en su frente. Ésta comenzó a brillar rodeada de una
pequeña aura verde que la cubría, y el chico repentinamente sintió que el dolor
se iba poco a poco. Lo estaba recuperando con la magia cura:
- Eres un joven muy valiente, chico.
No hay muchas personas en el mundo que se atreven a enfrentarse a esos
monstruos del desierto. Ni siquiera los valientes guerreros de nuestra aldea
osan desafiar a un escorpión de Geonyria.
Eduardo miraba al anciano sorprendido
mientras lo curaba:
- Sin embargo, podrías haber muerto.
De hecho, casi lo estabas cuando te encontramos ¿sabes? Pasábamos por el
desierto con la partida de caza cuando te vimos a ti y a Erika inconscientes en
la arena, a merced de una de esas criaturas. Si hubiera sido uno sólo de
nosotros no se nos hubiera ocurrido luchar siquiera contra el escorpión, pero
tuvisteis suerte de que fuéramos un numeroso grupo de caza. Somos demasiado
generosos y no podíamos dejar que murierais, así que enfrentamos al monstruo
con fuego y os salvamos de una muerte segura.
Jack, Marina y Rex tampoco dejaban de
prestar atención al perro de Kengo:
- Poco después encontramos a tus tres
amigos, aquí presentes, y os llevamos con nosotros a la aldea- explicó el
anciano- desde entonces, llevas dormido un par de días en este lugar. Creíamos
que no despertarías nunca.
En ese momento intervino Rex:
- Maestro, ¿no deberías presentarte
como es debido?
- ¡Tienes razón, qué cabeza la mía!-
sonrió el otro perro- me llamo Bugen y soy el anciano sabio líder de la aldea
de Kengo…- miró al chico, al que le quitó la pata de la frente y le dejó
espacio- ¿y tú cómo te llamas, joven?
- Eduardo- respondió él, totalmente
recuperado.
- Imagino que querrás ir a ver a
Erika, ¿cierto?- preguntó Bugen.
- Más que nada en estos momentos.
- Bien, seguidme todos- indicó el
anciano can- os llevaré hasta ella.
Eduardo se levantó con increíble
facilidad. No podía creer la capacidad curativa de Bugen, que lo había sanado
por completo en apenas unos minutos:
- Muchas gracias, Bugen- dijo él,
agradecido.
El grupo salió de la pequeña cueva
siguiendo al anciano, y caminaron por unos pasillos rocosos naturales. Al
fijarse en las paredes, Eduardo pudo comprobar que realmente se trataban de
rocas volcánicas por diferentes capas. Se sorprendió bastante al mirar por las
ventanas y espacios el inmenso paisaje rocoso que los rodeaba. A lo lejos podía
verse los confines desérticos de Geonyria, e imaginó que se encontraban en el
Cañón Cosmo. Toda aquella estructura se había formado de manera natural por la
erosión del lugar, dando lugar a una sorprendente casa montaña en la que vivía
la tribu canina de Kengo.
No tardaron en llegar a una nueva
entrada, en la que en el centro de la estancia estaba Erika acostada en otra
cama de hojas. A su lado la acompañaba otro perro igual a Rex y Bugen, que la
atendía. Era mucho más joven que el anciano, más o menos de la edad de Rex.
Éste se alteró repentinamente, y al ver al otro can, dijo preocupado:
- ¡Maestro Bugen, la salud de la chica
humana empeora!- exclamó- le está subiendo mucho la fiebre, más que los otros
días, y su pulso cada vez es más débil.
Los demás también se alteraron al oír
aquello. Corrieron a acercarse a la chica y Bugen se puso junto a ella:
- He intentado usar mi magia curativa,
pero no consigo que baje la fiebre- explicó el nuevo perro- por eso le he
colocado hierbas medicinales en la herida, para calmar un poco el dolor.
Tras analizar y verificar la
situación, el anciano dijo también preocupado:
- Es terrible…el veneno de escorpión
corre rápidamente por sus venas, y se encuentra en estado crítico. No
sobrevivirá mucho tiempo más.
- ¿Qué quieres decir, Bugen?- preguntó
Jack- ¿de verdad Erika va a…?
La salud de la chica empeoraba por
momentos. Empezaba a quejarse y no podía soportar el intenso dolor que sentía
por todo su cuerpo. El anciano can, tras ver la situación de la joven y
pensarlo durante unos segundos, no lo dudó más. Sabía que no le quedaba mucho
tiempo:
- Llegados a este punto, no me queda
más remedio que usar la magia curativa más poderosa de todas.
Bugen puso sus patas sobre la joven y
conjuró las palabras de un hechizo mágico curativo. Centrándose en la herida de
su pierna derecha como origen del veneno, pronunció unas palabras en un extraño
lenguaje antiquísimo para conjurar el hechizo mágico. Visiblemente pareció dar
resultado, ya que Erika se calmó un poco durante unos segundos.
Sin embargo el dolor volvió, y parecía
más intenso que antes. Bugen puso rápidamente una pata en la herida y la otra
en la frente de Erika. Repitió el mismo proceso que había usado con el chico,
pero diciendo extrañas palabras que sólo los antiguos ancestros de la tribu
Kengo sabían.
Eduardo observaba la operación sin
palabras. Su corazón se situaba entre dos latidos al ver a su amiga sufriendo
por la enfermedad, y deseaba con todas sus fuerzas que se recuperara. El joven
se quedó perplejo al ver a Bugen resplandecer con todo su cuerpo de verde, con
los ojos cerrados. Diminutas estrellas brillantes del mismo color se
desprendieron del cuerpo del perro y fueron a parar a la chica, a la que tras
unos minutos de profunda tensión, se calmaba mientras volvía poco a poco a la
normalidad. Los demás observaron que la macha negra que tenía la herida de
Erika desapareció sin dejar rastro. El veneno y la fiebre habían desaparecido
del cuerpo de la joven, la cual se calmó completamente y dejó de sentir dolor.
Tras finalizar la operación, Bugen
dejó de brillar de verde. Apartó sus patas de Erika y miró a su aprendiz de
médico diciendo:
- Lo has hecho muy bien, Koren…algún
día serás un gran médico de Kengo…y salvarás a todos los que atiendas.
- Gracias, Maestro Bugen- dijo
agradecido el perro.
Los demás se acercaron a Erika,
preocupados. Viendo que no despertaba, pensaron que la magia del anciano no
había dado resultado. Sin embargo, se alegraron al observar que la chica abría
poco a poco los ojos. Con los ojos llenos de lágrimas, todos sonrieron alegremente
mientras la abrazaban. Se había salvado milagrosamente de una muerte segura.
Después de varios segundos de
descanso, la joven se levantó de la cama de hojas, y acudió a agradecer al
anciano can su ayuda, sin la cual en aquellos momentos no estaría viva. Tras
presentarse ambos, ella le dijo:
- Muchas gracias, Bugen. De no ser por
ti, ahora mismo no estaría aquí.
- No hay de qué, Erika- sonrió a su
vez el perro- no podía dejar morir a la elegida de la vara mágica.
Todos se sorprendieron al oír aquello.
Perpleja, la chica preguntó:
- ¿Cómo sabes que soy yo?
- Puede que mis ojos no lo perciban,
pero mi olfato nunca me engaña…- sonrió Bugen, que después miró a Eduardo- e imagino
que tú debes de ser el elegido de la llave espada.
El chico asintió con la cabeza, y el
anciano perro les dijo a los dos jóvenes:
- Desde que os vi a ambos, supe que
erais los elegidos de la profecía.
- Pero sigo sin entenderlo…- dijo
Eduardo, confuso- ¿cómo lo sabes?
- Digamos que…lo sé todo- sonrió Bugen
pícaramente, que luego se dio la vuelta y les indicó que le siguieran- ahora,
si sois tan amables, tengo que enseñaros una cosa.
Sin oposición a su petición, todo el
grupo siguió al anciano can, que les llevó fuera de la estancia y salieron al
exterior de la montaña rocosa. Eduardo se tapó los ojos con la mano para
proteger su vista de la cegadora luz del sol que los iluminaba. Tras adaptarse
a la claridad del ambiente, bajó su mano y contempló asombrado con una sonrisa
de oreja a oreja a un montón de seres iguales a Rex y Bugen. Había muchos
perros reunidos en pequeños grupos alrededor del gran lugar del Cañón Cosmo.
Algunos conversaban entre ellos, otros se tumbaban para tomar el sol, y muchos
cachorros jugaban correteando en la plaza central vigilados por sus padres un
poco más lejos.
El chico observaba toda la aldea
canina de Kengo asombrado y feliz. Jamás hubiera imaginado que existieran
poblaciones así, todo le parecía demasiado mágico e increíble:
- ¿Y aquí sólo viven perros?- preguntó
Jack por curiosidad.
- Así es- afirmó el anciano mientras
caminaban- creo que sois los primeros seres humanos que visitáis esta pacífica
aldea.
Se dieron cuenta de que Bugen tenía
razón ya que por donde pasaban, los demás perros de Kengo no podían evitar
girar la cabeza. Los miraban con asombro y perplejidad. Parecía que nunca antes
habían visto humanos en su vida:
- ¿Creen que somos peligrosos?-
preguntó Marina al ver a más de uno alejarse de ellos.
- Tienen miedo…es normal cuando ven o
sienten algo que desconocen.
- ¿Y a qué se debe eso?- dijo Erika
andando detrás de Bugen.
- Verás…es que los humanos os habéis
ganado una reputación en esta aldea, y no precisamente buena que digamos.
- ¿Qué quieres decir?- preguntó
Eduardo.
- Debido a la ambición de los seres
humanos por conseguir el más preciado tesoro del Cañón Cosmo, los perros de
Kengo han desarrollado un sentimiento de terror y odio hacia ellos. Esa es la
razón por la que os tienen miedo.
- ¿Tesoro?- indicó Jack- ¿Qué tesoro?
- ¿Es que nunca habéis oído hablar de
la leyenda del Cañón Cosmo?- preguntó Bugen sorprendido.
Ante las negaciones con la cabeza de
los miembros del grupo, el anciano can suspiró y comenzó a decir:
- Hace muchísimos años, antes de que
se formaran las primeras civilizaciones de Limaria, uno de nuestros ancestrales
antepasados caninos fundó la aldea de Kengo, en este mismo cañón al que bautizó
con el nombre de Cosmo. Tradicionalmente siempre se le recuerda como el perro
Kengo más poderoso de la historia de nuestra especie, pues llevaba consigo la
fuerza de una de las criaturas más poderosas del planeta. Un aliado que residía
en una pequeña esfera roja y que ardía en llamas a su alrededor. Lo controlaba
como si fuera parte de su ser, y con su fuego arrasaba todo a su paso.
- ¡Espere!- exclamó Jack, perplejo-
¿Se refiere al guardián de la fuerza Ifrit, el espíritu demoniaco del fuego?
Bugen asintió con la cabeza:
- Veo que estáis al tanto del tema,
supongo que sobran las explicaciones al respecto.
El anciano continuó hablando mientras
decía:
- Con el paso del tiempo, cuando murió
el fundador de Kengo, la esfera del G.F desapareció misteriosamente y sin dejar
rastro. Nadie conoce el paradero de su esfera en la actualidad. Se dice que el
espíritu ardiente de Ifrit continúa vivo en este lugar, y que lo protege de los
peligros del exterior.
- Es una analogía con el desierto de
Geonyria, ¿verdad?- comentó pensativa Marina- el calor y las trampas mortales
de estas tierras representan a Ifrit, que protege a los aldeanos Kengo.
- Has acertado- afirmó el can- por
fortuna Geonyria es nuestra barrera de protección ante los numerosos humanos
que han intentado llegar a este lugar, en busca de la esfera de invocación de
Ifrit. Piensan que la tenemos nosotros escondida en el Cañón Cosmo, y por eso
la consideran el mayor de los tesoros del desierto de Limaria. Muchos ahí fuera
consideran el Cañón Cosmo como un lugar ancestral y legendario, lleno de
míticas y fantásticas leyendas relacionadas con el guardián de la fuerza.
- Vaya, no sabía nada de esa leyenda…-
dijo Erika sorprendida, que luego añadió con firmeza- por nosotros no os tenéis
que preocupar, que no pensamos robaros ni tampoco hemos venido en busca de
ningún tesoro.
El anciano Bugen sonrió diciendo:
- Lo sé, de lo contrario no estaríais
aquí, ¿no crees?
En ese momento intervino Rex, que le
dijo al otro perro:
- Maestro Bugen, ¿no se olvida de
algo?
- ¡Ah sí, ya me olvidaba…qué cabeza la
mía!- exclamó el can- la leyenda no acaba ahí, ni mucho menos.
- ¿Cómo?- preguntó Eduardo, confuso-
¿Es que hay más?
- Surgió como última voluntad del fundador
de la aldea, y está escrito en una de las paredes del Cañón Cosmo por su propia
pata. Dice así que algún día, en un futuro bien lejano o cercano, aparecerá un
perro de la tribu de Kengo, que logrará encontrar la esfera del G.F y será el
elegido para controlar el espíritu de fuego de Ifrit. Ese perro es el que
traerá la paz y armonía próspera del resto de futuras generaciones Kengo.
- ¡Es increíble! - dijo Eduardo con
asombro- ese perro seguramente será todo un prodigio en su especie.
- Estoy de acuerdo contigo, joven-
dijo el anciano Bugen- sin duda, sería digno de honor tener a esa leyenda como
líder de la manada Kengo. Mis padres y abuelos me contaban esa historia, que se
transmite de generación en generación en esta aldea. Llevo soñando con conocer
a ese perro desde que tengo uso de razón, y es el sueño de mi vida.
En ese momento bajó la cabeza y
suspiró diciendo:
- Pero puede que ese elegido del poder
de fuego aparezca dentro de aún muchos años, cuando ya no viva. Dentro de poco
tendré que jubilarme para dejar el puesto de líder Kengo a otro, y todavía no
tengo claro quién es el más adecuado para serlo.
- No digas eso, Bugen- intentó
animarlo Erika- seguro que ese perro aparecerá dentro de poco tiempo, y
alomejor incluso está más cerca de lo que crees. No pierdas la esperanza.
- Muchas gracias por tus palabras,
jovencita- sonrió de nuevo el can- desde luego sabes cómo animar a este viejo
anciano.
A partir de entonces continuaron el
camino atravesando el resto de la aldea. Aún no sabían qué era exactamente lo
que quería mostrarles el perro Bugen, y tampoco tardarían demasiado en saberlo.
Siguieron caminando por unas escaleras
rocosas que los llevo hasta lo más alto del Cañón Cosmo, en la cual había una
entrada a otra cueva. Desde allí se podía divisar toda la aldea de Kengo y en
el horizonte los límites del desierto de Geonyria:
- Bienvenidos a mi humilde hogar- dijo
el anciano can- no es muy grande ni cómoda, pero os aseguro que es acogedora.
Bugen los invitó a entrar y los demás
aceptaron, adentrándose en ella. Caminaron por un corto pasillo hasta llegar a
una nueva sala, en la que había un pequeño lago de agua cristalina en el centro
de la misma:
- Esperad un momento por favor,
enseguida os lo enseño.
El perro caminó hasta una palanca que
había al otro lado de la sala y la accionó con los dientes. El agujero del
techo por el que entraba la luz del sol se tapó con una densa capa de hojas, y
la habitación en la que se encontraban quedó a oscuras.
Bugen dejó a un lado la palanca y se
acercó hasta el lago del centro, en el que misteriosamente su agua brillante
iluminaba la sala de diferentes tonos azules. Pronunció una serie de palabras
del mismo lenguaje ancestral que había usado para recuperar a Erika, y tras
unos segundos de incertidumbre, un hermoso manto de estrellas cubrió la
estancia entera.
Sorprendidos y maravillados al verse rodeados
e inmersos en el mapa del universo, observaban fascinados y asombrados el
gigantesco sol en el centro de la sala, la vía láctea, los asteroides, las
estrellas y los planetas dispersados por toda la habitación.
Eduardo contemplaba sin palabras aquel
mágico mapa casi virtual, y trató de tocar con la mano un planeta, el cual
atravesó como si de aire se tratara. De repente, una veloz estrella fugaz le
sorprendió y sobresaltó al verla dar vueltas alrededor de él. Curioso, trató
nuevamente de cogerla con las manos, pero era tan rápida que no pudo atraparla
y se alejó del joven para dirigirse a la chica, un poco más lejos.
Eduardo se quedó por unos segundos
atontado al ver que la estrella que perseguía fue a parar a su amiga de la
infancia. Unas estrellas fugaces corrían alrededor de Erika, mientras ésta reía
de felicidad intentando tocarlas con las manos. El efecto brillante de las
luces, el fondo del mapa del universo y la calidez de las estrellas fugaces
hacían de la escena un momento mágico que el chico no pudo evitar mirar con
gran sorpresa. El corazón le latía rápidamente y supo que aquel instante
quedaría grabado para siempre en su memoria.
Hipnotizado por la belleza que
desprendía su amiga con las estrellas fugaces, tardó en darse cuenta que ésta
lo miraba a él con una sonrisa jovial. Cuando volvió en sí, sacudió la cabeza
rápidamente a ambos lados y giró su mirada, bastante colorado. Erika lo miró
por un instante y sonrió cálidamente, antes de volver la mirada al anciano
Bugen, que dijo en ese momento:
- Bien, a lo que íbamos…observad el
sol, por favor.
Todos centraron sus miradas en la gran
estrella solar. Al cabo de unos segundos de intriga, hubo una pequeña explosión
en un lateral del sol, de la cual se desprendió sorprendentemente un gran trozo
de asteroide. Al principio ardió en llamas, pero luego se enfrió y convirtió en
un trozo rocoso aparentemente normal:
- ¿Qué es eso, Maestro Bugen?-
preguntó Rex.
- Espera y lo verás- dijo sin más el
anciano.
Continuaron observando a aquel
asteroide corriendo lentamente por el universo, que de momento no suponía
ninguna amenaza para los demás planetas del sistema solar. Sin embargo, los
demás palidecieron al darse cuenta de que éste se dirigía directamente hacia un
planeta muy conocido por todos:
- ¡¡Meteorito!!- exclamaron los presentes,
perplejos.
- Así es…- afirmó Bugen- ese trozo de
asteroide se acerca cada día más a nosotros. Limaria está sufriendo, porque
sabe que se acerca su hora. Teme por su vida y la de todos los seres que
habitan en ella…en ambos mundos.
- ¿Ambos mundos?- preguntó confuso
Eduardo- ¿Qué quieres decir?
El grupo siguió escuchando con
atención las palabras del anciano can:
- Este mundo es un universo paralelo
al vuestro, al que llamáis “La Tierra”. Está firme y peligrosamente conectada a
Limaria. Podemos decir que los dos mundos nacieron juntos al mismo tiempo.
- ¿¡Qué!?- exclamaron todos, sin
palabras- ¿¡Es eso posible!?
Bugen asintió con la cabeza y continuó
hablando:
- Desde el principio de los tiempos,
ambos mundos estaban separados en diferentes dimensiones por una barrera
tridimensional que impedía el contacto entre ellos. Los dioses crearon esa
barrera para mantener la paz entre los dos mundos, poniendo como condición que
ninguno de ellos intente destruirla. En caso de desobediencia, ellos mismos
enviarán todo su poder y castigarán con la muerte a ambos mundos.
- Maestro Bugen, ¿esa es la vieja
leyenda de Limaria?- preguntó Rex.
- Sí- contestó el anciano- la misma
que te contaba cuando eras un cachorro.
En ese momento intervino Erika
diciendo:
- ¿Quiere decir entonces que…la
barrera ha sido destruida?
- Desgraciadamente sí, y aún se
desconocen las razones y los medios…pero el que lo hizo nos ha condenado a
todos- afirmó Bugen- como prueba de ello, Jack fue a rescataros a vuestro
mundo, y vosotros ahora estáis aquí en Limaria. Ambas realidades totalmente
distintas suponen un completo desequilibrio para los dos mundos, que nunca
debieron encontrarse.
Fue entonces cuando Jack preguntó:
- ¿Qué pasará si Meteorito llega a
Limaria?
El anciano can les indicó que
observaran nuevamente al asteroide, y los demás centraron sus miradas en
Meteorito. Tras unos segundos de silencio y profunda tensión, el asteroide
colisionó finalmente contra el mundo de Limaria, y se produjo una gran
explosión planetaria que cegó a todos.
Cuando volvieron a abrir los ojos, el
miedo y el terror se reflejó en sus caras. No había ni rastro de Limaria, el
planeta había desaparecido del universo.
Sin palabras para expresar el temor
que sentían y viendo que habían comprendido la gravedad de la situación, el
anciano Bugen susurró un par de palabras del lenguaje ancestral Kengo. De
repente toda la habitación volvió a quedar a oscuras, y tras accionar el
anciano nuevamente la palanca, el agujero del techo volvió a abrirse dejando
iluminar la estancia rocosa con la luz del sol. Todo el lugar y sus ocupantes
volvieron a la normalidad:
- Eso es lo que pasará si Meteorito
llega a Limaria. La existencia tal y como la conocemos desaparecerá para
siempre. Y vuestro planeta, la Tierra, lo hará con él. Ambos mundos coexisten y
viven juntos, no se pueden separar…de modo que si uno desaparece, el otro
también lo hará.
Eduardo y Erika no creyeron lo que
oían. Acababan de comprender que si no salvaban Limaria, su mundo también sería
destruido. Aquello suponía una gran responsabilidad para dos jóvenes, que
perplejos y sin palabras, comenzaban a tener miedo de que fallaran. El anciano
Bugen los miró a los dos:
- Sin embargo, si la profecía es
cierta, los dos elegidos de la luz unirán sus fuerzas y salvarán ambos mundos
de su destrucción.
Viendo que los dos jóvenes parecían
tener dudas sobre sí mismos y su labor en aquella dura misión, el anciano can
se acercó a ellos y les dijo con confianza en sus palabras:
- Confío plenamente en vosotros-
sonrió- estoy seguro de que haréis todo lo posible en vuestras manos para
salvarnos a todos. No me cabe duda.
Al cabo de unos segundos, ambos se
miraron todavía confusos. No se sintieron del todo seguros hasta que Bugen les
tocó las manos con su hocico y les sonrió en gesto de confianza. Los dos
jóvenes sonrieron y repentinamente sintieron seguridad en sí mismos. Miraron al
perro y le dieron las gracias, quien les correspondió con una sonrisa y les
dijo:
- Imagino que necesitaréis descansar
por el largo viaje del desierto… ¡podéis quedaros aquí esta noche, no hay
ningún problema!
Los demás miembros del grupo lo
miraron y, junto a Eduardo y Erika, dijeron a coro con una sonrisa:
- ¡Muchas gracias, Bugen!
Esa misma noche, la aldea de Kengo
celebraba un baile en la plaza central del Cañón Cosmo, en honor a sus
invitados. El anciano de la tribu les había comunicado a los demás que Jack y
compañía no eran peligrosos, ni tampoco malvados. Todos los perros los habían
aceptado y comprendido que, a pesar de las cosas malas que oían de los seres
humanos, no todos eran tan malos como los imaginaban. En aquellos momentos
bailaban alrededor de la hoguera central, representando la fuerza y resistencia
del espíritu ardiente del G.F Ifrit. Con aquel baile querían transmitirles la
cultura Kengo y desearles suerte a los viajeros en su larga travesía por el
mundo mágico de Limaria.
Mientras Jack y Marina probaban la
comida típica de la aldea Kengo rodeados de perros con los que charlaban, Erika
bailaba alegre y llena de energía junto a los canes en medio de la plaza.
Eduardo observaba aquella cultura y
forma de vida hasta entonces desconocida para él. Le resultaba de lo más
interesante, cálida y acogedora. Había probado los más importantes platos
preparados por perros de la aldea, y le sorprendió gratamente comprobar que le
gustó mucho su sabor típico.
En ese momento llegó Rex, que se sentó
junto al chico y observó el panorama alegre y animado de la aldea. Eduardo le
comentó con una sonrisa:
- ¿Estás contento, verdad? Por fin
conseguiste lo que querías.
- Sí, supongo que sí…- dijo no muy
convencido.
- ¿Qué te pasa?- preguntó el chico al
verlo deprimido- ¿no te alegras de volver a casa?
- Es que…pensé que durante el trayecto
encontraría lo que buscaba…pero me equivoqué.
- ¿A qué te refieres?
- Llevo toda mi vida, desde que era un
cachorro, con un único objetivo en mente: convertirme en el líder de la aldea
Kengo. Había escuchado del maestro Bugen repetidas veces las antiguas historias
del primer fundador de la tribu, y sus increíbles hazañas, que le convirtieron
en una leyenda. Siempre me he maravillado con su historia, y desde pequeño
jugaba a ser cómo él. Por eso, cuando crecí y me hice mayor, decidí encontrar
algún día la esfera del G.F de fuego. De esa forma podría demostrar a los demás
que soy digno merecedor del liderazgo de esta aldea.
- Vaya, no lo sabía…- dijo el chico,
sorprendido.
- Es el mayor sueño de mi vida, y por
eso aún no me siento del todo bien…no hasta que haya cumplido mi sueño…- y
luego añadió tras un suspiro- puede que, después de todo, yo no sea el perro
del que habla la leyenda de Kengo.
- No digas eso, Rex…- intentó animarlo
el joven-he visto lo que has hecho estando con nosotros. Nos salvaste a todos
en el laboratorio Muerte, y luchaste valientemente contra un escorpión de
Geonyria, tú solo. Además, siempre estás ahí cuando la situación se complica, y
luchas arriesgando tu vida por los demás. A pesar de lo que digas, yo te
considero un gran líder, y te daría el puesto sin dudarlo.
El perro lo miró sorprendido por sus
palabras, que luego sonrió y dijo agradecido:
- Gracias, Eduardo.
En ese momento el can se levantó y
dijo firmemente con una sonrisa:
- ¡Decidido! ¡Encontraré la esfera de
invocación de Ifrit…y le demostraré a Bugen que puedo ser un buen líder de la
aldea Kengo!
Luego miró al chico y le dijo:
- Eso, si me permitís continuar el
viaje con vosotros.
Eduardo sonrió diciendo:
- Claro que sí, Rex…para mí, siempre
has sido uno de los nuestros.
Ambos sonrieron, y el perro asintió
alegremente con la cabeza:
- Muchas gracias.
En ese momento Rex salió corriendo. Se
acercó y unió al grupo de baile junto a los demás perros de la aldea. Se sentía
feliz al ser aceptado por sus amigos humanos, y saber que contaba con su ayuda
y apoyo para todos los peligros que se les presentaran por delante. Tenía
decidido que algún día cumpliría su sueño, sin importarle los obstáculos que le
aguardaran por el camino.
El chico vio alejarse a Rex y unirse
al baile canino junto a la hoguera. Lo observaba bailar alegremente al ritmo de
la música junto a los otros perros, y sonrió feliz al ver a sus amigos
divertirse tanto con aquellos animales. En ese momento, se levantó del suelo y antes
de que diera un paso, le sorprendió una voz conocida por detrás:
- Así que…lo conseguiste.
El joven se dio la vuelta y la miró,
perplejo:
- Erika…
- Me salvaste la vida ahí fuera.
Entonces Eduardo supo a lo que se
refería, y exclamó nervioso:
- ¡Ah, eso! ¡Yo…no podía…porque…!
- A pesar de todas las dificultades y
peligros, me protegiste y cargaste conmigo todo el camino, soportando mi mal
estado. Arriesgaste tu vida por la mía sin importar las consecuencias…nunca
antes nadie había hecho eso por mí.
El joven empezaba a ponerse cada vez
más nervioso, y su corazón a latir también a más velocidad. Pronunciaba sus
palabras temblando:
- ¡No podía…dejarte,
porque…simplemente…no podía…yo…!
Ella lo miró con cariño en su rostro y
dijo cálidamente:
- Todavía no he podido darte las
gracias.
Erika se acercó al chico y le besó
dulcemente en la mejilla, el cual se puso colorado. En ese instante sintió una
paz y calma que nunca antes había sentido hasta entonces. Todo le parecía tan
mágico e irreal que ni él mismo se lo creía. Por un momento pensó que era un
sueño, y deseó que no acabara nunca. Esperando despertar en cualquier momento,
las palabras que le susurró Erika al oído le demostraron que se equivocaba.
Asombrado, le escuchó decir:
- Quiero que sepas que eres mi héroe.
En ese momento la joven se separó de
él y le dijo con una sonrisa:
- ¿Bailamos?- le preguntó tras dirigir
su mirada al grupo de perros que bailaban danzantes, en medio de la plaza.
La sensación de tranquilidad y la
seguridad que le había transmitido la chica con aquel gesto le dieron la
energía necesaria al joven para apartar a un lado sus miedos y pensar que podía
lograr cualquier cosa:
- ¡Sí!- respondió con una sonrisa
cálida y llena de energía.
Ambos corrieron hasta mezclarse entre
el numeroso grupo de perros, y comenzaron a bailar alegremente al ritmo de la
música mientras reían de felicidad.
Eduardo sabía que tenían que pensar en
lo que les había contado Bugen, y recapacitar sobre su importante misión. Pero
tras dar algunos torpes pasos de baile, el chico prefirió apartar a un lado
esos pensamientos para dejar sitio en su cabeza a la música. En aquellos
momentos nada en el mundo le hubiera hecho pensar en otra cosa más que en
bailar junto a su amiga de la infancia, y rodeado por los perros más simpáticos
y agradables de Limaria.
Todo esto sucedía mientras una
siniestra luz en forma de un punto rojo proveniente de muchos kilómetros de
distancia brillaba maléficamente en el cielo estrellado de la noche.
Ojalá yo en esa aldea rodeada de perros xD
ResponderEliminarMe encantó la escena del planetario, y la del baile, pero esa no tiene merito, siempre me gustan las escenas con bailes xD
¡Ojalá digo yo, que me encantan los perros y ya me gustaría estar rodeado de tantos! xD
EliminarAmbas escenas son memorables, pero sin duda encontrarás otras todavía más tiernas a lo largo de la historia. Es lo que tiene ser un Final Fantasy romántico xD