Crónicas de un amor platónico (Parte 13)

Cuando ya a principio de este nuevo curso supe que la vida estaba empezando a sonreírme, nunca imaginé que fuera a hacerlo de una manera tan sorprendentemente increíble. Sin duda este nuevo año de instituto no tiene ni punto de comparación con el anterior.

Además de ser feliz estando con nuevas amigas, con las que me siento bien y a gusto en compañía, el número de momentos que paso con Érika también aumenta de forma considerable: tanto que, en muy poco tiempo, supero la cantidad de recuerdos que conservo de ella del colegio.

Entre ellos se encuentra el día en que estamos en una clase de Matemáticas, donde Érika está sentada de espaldas delante de mí. Ese día la profesora reparte el último examen hecho, pero todavía sin corregir ni con nota puesta. Cuando llega mi turno, y la docente coloca mi examen delante mío en la mesa, Érika se da la vuelta en su silla de cara a mí. Ante la curiosidad de la joven que mira mi hoja, la profesora le pregunta "¿Qué nota le pondrías a este examen, Érika?".

A simple vista se detecta que tiene fallos, con algunos tachones feos y varios espacios en blanco. Pienso que está claro que no merece un 10, pero tampoco creo suspenderlo. Sin embargo, lejos de oír un 6 o un 7 como yo pensaba, de repente me sorprendo y quedo mudo al oírle decir a la chica que está sentada delante de mí "¡Yo le pondría un 10, profe!", con una amplia sonrisa.

En otra ocasión, estando en la clase de Lengua y Literatura, la profesora nos pide que le confirmemos el libro que hemos decidido y estamos leyendo para hacer un trabajo literario sobre él. Cuando me acerco a su mesa para decirle que elegí "Colmillo Blanco" de Jack London, Érika también coincide conmigo y espera a un lado su turno. La sorpresa me la llevo cuando le oigo decir el título de un libro que me llama mucho la atención: "El vuelo del águila" o "El águila y la rosa". Es la palabra "águila" la que me sorprende, ya que en ese momento llevo puesto, efectivamente, el colgante de un águila: un colgante que tengo desde hace bastante tiempo, y el cual llevo todos los días a clase.

Otro día, durante una clase justo después de Educación Física, me quedo asombrado cuando Érika me dice algo que no esperaba para nada. En la clase anterior jugamos todos a un partido de fútbol, en la que claramente los mejores y más entrenados chicos y chicas lo hicieron mejor que los no entrenados. Yo soy parte del segundo grupo, y la verdad es que no destaco especialmente por ser un buen jugador de dicho deporte. Aún así, parezco haber sorprendido a Érika, ya que de repente me dice, con su ya típica y alegre sonrisa "¡Oye, juegas muy bien al fútbol! ¿Lo sabías?"

Y por si todo eso fuera poco encima llega un día a mí mesa, tras girarse aún sentada en su silla, y me mira señalando mi agenda escolar. Me sorprende su rostro alegre y risueño al decir que si puede escribirme una dedicatoria en ella, a lo cual no respondo nada y me quedo con la boca abierta, pasmado y como un idiota. Todavía estoy tratando de asimilar lo que acaba de decir cuando la profe entra por la puerta y la cierra tras ella. Érika se cansa de esperar por mi respuesta y se da nuevamente la vuelta, de cara a la pizarra, mientras yo me maldigo por dentro al callar y no decirle ni siquiera una sola palabra.

Esos, entre muchos otros quizá menos importantes, son algunos de los nuevos recuerdos que conservo de Érika en el instituto. No tardo en darme cuenta de que superan con creces a los del colegio, al menos en frecuencia y cantidad.

No dejo de pensar en todo momento en las palabras que me dijo aquel chico a principio de curso, y en lo que significan: "Érika te ha echado el ojo". Con eso en mente, y sumado a los múltiples y variados momentos que vivo con ella en clase, poco a poco va surgiendo en mi cabeza la inevitable cuestión que llevo planteándome últimamente:

¿De verdad le gusto a Érika?