sábado, 27 de septiembre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 7)


¿Es posible que el destino nos tenga preparado algunas agradables sorpresas? ¿De verdad el universo y la vida misma conspiran para lograr que todos nuestros sueños se cumplan? ¿Que tarde o temprano trabajan para que nuestros más queridos deseos se hagan realidad? ¿Cómo podemos estar seguros de que así se trata? ¿Quizá es mentira? ¿Y si en realidad todo esto no son más que invenciones de la infinita imaginación humana?

Mi vida escolar y académica transcurre con total normalidad, sin nada especial y digno de mencionar. Durante los siguientes años de colegio, me dedico a estudiar todo el tiempo necesario para aprobar los exámenes. La mayoría de conocimientos los aprendo por mi cuenta y casi siempre mediante el recurrente aprendizaje de memoria, que consiste en almacenar todo en mi cabeza para luego vomitarlo literalmente en los exámenes. Con la ayuda de mis padres y mi hermano mayor, quienes me explican algunos conceptos que siempre me cuesta más aprender, entiendo todo lo mínimo que hay que saber para un niño de la escuela primaria como yo.

Y mientras estudio y aprendo cosas nuevas, además de seguir jugando con mis amigos en los recreos, no dejo de estar pendiente de Érika. A pesar de seguir con mis labores de estudiante y dedicar el tiempo a hacer los deberes en el aula, lo cierto es que sigo fijándome en esa niña, y observándola cuando ella no me mira. Por supuesto, cada vez que me pilla haciéndolo, desvío rápidamente la cabeza a un lado, deseando que no me haya descubierto. Por suerte, cuento con mi gran habilidad para disimular, y gracias a ella nadie sospecha que miro más de la cuenta a una persona en especial.

Las horas que permanecemos en clase, ya sea en el aula base como en la cancha deportiva o en cualquier excursión escolar, siempre encuentro algún momento en el que poder contemplarla durante unos escasos segundos, mirándola fijamente y en silencio. Permanezco atento a la mayoría de sus movimientos, y empiezo a temblar cuando se acerca a mí, o por el contrario tengo que acercarme a ella. En ambos casos, cuando establecemos una corta conversación entre compañeros de clase por algún material en particular, siempre intento hablar rápido y con seguridad, aparentando indiferencia y, en ocasiones, un leve deje de aspereza.

Mi plan consiste en tratar de ignorarla, o al menos aparentarlo, pero lo cierto es que, por dentro, tiemblo cada vez que hablo con ella. Siento que el miedo y los nervios intentan apoderarse de mí, y trato por todos los medios de controlarlos, respondiendo de forma reacia e indiferente a los comentarios de Érika. Se trata de una forma que yo mismo he aprendido para autoprotegerme, para autorregular mis emociones.

Sin embargo, este método de defensa solo me funciona en el ámbito escolar, ya que es el sitio donde más suelo verla y lo he desarrollado. Cuando la encuentro en otros lugares cotidianos e informales, como por ejemplo en la escuela de la parroquia, en el parque, en el médico, en el supermercado, o incluso en plena calle, siempre se me escapa un tierno saludo, seguido de un ligero ladeo con la palma de la mano abierta y una dulce sonrisa.

En esos contextos siempre muestro, inevitablemente, mi maldita y estúpida sonrisa boba y enamorada. En esos contextos, siempre se me escapa la verdadera faceta que en realidad escondo por Érika.

Pero por alguna razón, de la que me doy cuenta más tarde, esa sonrisa se esfuma rápidamente de mí cara, normalmente en clase.

En lugar de sonreír, como suelo hacer cuando no me mira, observo por fuera indiferente y por dentro con el corazón encogido de tristeza, cómo Érika acaba siempre emparejada con otros niños compañeros de clase. Algunos los elige ella misma, y otros le tocan por cuestión de suerte, ya sea por deberes de aula como por preferencia personal. Ya sea por división de alumnos en caso de que falte el tutor, como por cualquier actividad cultural a la que asisten los padres, lo cierto es que ella siempre es parte del grupo dividido al que no pertenezco o la pareja de alguien de la clase que no soy yo.

Me entristece un poco ver a Érika ser pareja de todos, y yo el único que nunca le toca estar a su lado. Aunque por fuera finjo que me da igual, en realidad por dentro me muero de ganas de estar con ella, y de compartir juntos algún evento importante del colegio como pareja. Se trata de uno de los pocos sueños que me gustaría vivir con Érika, aunque solo fuera al menos una vez.

En medio de todo este panorama oculto y depresivo por mi parte, en el último año de colegio me sorprende de repente estar con ella, en el mismo pequeño grupo dividido de la clase cuando falta el tutor. Ocurre solo una vez, pero ese día me siento feliz de poder sentarme al lado de Érika, de estar cerca de ella. Por fin uno de mis pequeños deseos se cumple y se hace realidad, y ese día lo conservo en mi memoria como una pequeña luz que surge en medio de la oscuridad.

Pero, para mi mayor e increíble asombro, a ese último año de colegio todavía le queda una sorpresa más que darme: una que me sorprende tanto que me deja atónito y con la boca completamente abierta.

Cierto día tengo un accidente y me veo obligado a llevar escayola en una pierna durante unas semanas, moviéndome gracias a la ayuda de unas muletas, adaptadas a mi estatura. Un día, a la salida del colegio y llevando dichos instrumentos para moverme como un soldado de guerra cojeando de una pierna, una mujer que nunca antes me había dirigido la palabra me mira y llama por mi nombre. Al levantar la cabeza y mirarla, de repente me asombro y me quedo con la boca abierta.

Esa mujer no resulta ser otra que la madre de Érika.

Me pregunta si soy Eduardo, un compañero de clase de su hija, y asiento con la cabeza. Tras eso me sonríe y me desea lo mejor para recuperarme. Acto seguido continúa su camino para recoger a su hija, y yo sigo el mío de camino a mi casa.

Lo que realmente me deja estupefacto y completamente perplejo es que la madre de Érika ya sabía mi nombre, y eso que nunca antes había hablado con ella. Cierto es que ya la conocía de vista, y sabía perfectamente quién era, pero hasta ahora nunca antes me había dirigido la palabra. Estoy casi seguro de que, para que haya pasado esto, la propia Érika debe de haberle hablado de mí.

Lo que no sé es, si le hablaría de mi reciente accidente y se hubiera acercado a mí por pena, o le hablaría de mí refiriéndose a otra cosa. En ambos casos, lo cierto es que ya conocía mi nombre y mi existencia de antemano, y eso me alegra mucho.

Algo me dice que esta no será la última vez que hable con la madre de Érika, y tampoco el último de otro de los pequeños deseos que tanto llevo pidiendo desde hace años, como por ejemplo el de bailar con ella como pareja delante de todos.

Pero, claro, eso ya formaría parte de nuestra siguiente etapa: el instituto.

Porque puede que quizá sea cierto...eso de que el destino conspira para que todos nuestros sueños se cumplan.

2 comentarios:

  1. ¡Hola!

    Tu crónica me parece súper tierna y creo que es algo por lo que pasamos todos alguna vez, en la infancia es muy normal empezar a sentir esa chispa que podría tratarse de amor o simplemente el inicio de la atracción. Creo que es algo muy similar a lo que plasman en la película "Mi chica".

    Un saludo :)

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    1. ¡Hola, Yuna! :D

      Sí, comparto tu misma opinión. Yo también pienso que todos pasamos por esa etapa alguna vez, y más en la infancia y en la adolescencia, donde este tipo de sentimientos afloran de una manera increíble.

      Es la primera vez que oigo hablar de la peli "Mi chica". La tendré en cuenta para verla en alguna ocasión.

      ¡Un saludo, y muchas gracias por comentar, Yuna! ;D

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