jueves, 8 de mayo de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 3)

¿Es posible enamorarse de una persona a partir de un simple beso? ¿Puede un acto afectivo como ese no significar nada, o por el contrario cambiarlo todo? ¿Hasta qué punto un beso se puede interpretar como una muestra de cariño o de amor? ¿Cómo somos capaces de identificar que alguien nos quiere como un familiar o como pareja? ¿Cuál es la diferencia entre un beso de cariño y un beso de amor?

A diario recibo muchos besos, la mayoría por parte de mi familia y parientes. Recibo besos cálidos de mi madre, mi padre y mis abuelos, a quienes suelo ver más a menudo en mi vida diaria, y rara vez de mis hermanos, con quienes casi siempre me peleo y no solemos mostrar dicho cariño fraternal. Aunque muchas veces nos peleemos y estemos enfadados, en el fondo nos caemos bien, y lo demostramos a nuestra manera, sin besos (salvo en ocasiones especiales, por forzada obligación en determinados contextos festivos y de celebración). No es necesario darse besos para manifestar lo bien que nos llevamos. Ya lo hacemos estando juntos y riendo juntos, y eso es más que suficiente.

Sin embargo, el beso de Érika me deja sorprendido y boquiabierto, y no precisamente porque me besara, cosa a lo que estoy acostumbrado, sino por el simple hecho de que lo hiciera ella. De repente, una compañera de clase a la que hasta entonces he considerado una desconocida, se acerca y me planta un beso en la mejilla. Así, por toda la cara. Me parece extraño sabiendo que yo tampoco soy nada para ella. Otro desconocido compañero de clase, igual que los demás. Pero también debo tener en cuenta que Érika es así de sociable y extrovertida con todo el mundo, por naturaleza, así que tampoco debería sorprenderme tanto. Seguramente estará acostumbrada a dar y regalar besos por doquier, como si fuera algo normal.

Lo que más me deja perplejo es que no pertenezco a su círculo familiar, al igual que ella tampoco lo es del mío. No soy ningún pariente ni mucho menos un amigo que pueda considerar y, aún así, me trata como tal. Siendo yo no podría hacer eso, no me veo haciéndolo. Yo solo doy besos a mi familia y parientes cercanos, quienes creo que se los merecen, y por supuesto Érika no es de mi familia. Yo no la besaría a menos que fuera estrictamente necesario, y digo esto tanto para ella como para el resto de mis compañeros de clase y desconocidos que pasean por la calle. Aquí también incluyo a mis amigos, con los que paso la mayor parte del tiempo y juego en los recreos, ya que tampoco somos familia. Después de todo, solo somos amigos y nada más.

Y sin embargo, ¿por qué noto esta extraña sensación de alegría y regocijo? ¿Por qué no me enfado? ¿Por qué no me importa que me haya besado? ¿Por qué me ha parado el corazón en un solo instante? ¿Por qué este momento ha pasado a ser un recuerdo inolvidable e imborrable?  Enseguida descubro, cuando con la misma se da media vuelta y se coloca en su posición de la fila más atrás, que me alegra de que lo haya hecho. Ese beso en la mejilla, aunque fugaz e inocente, me ha transmitido una calidez y una seguridad muy distintas a todos los demás besos que me han dado. Ese maldito beso, a simple vista como otro cualquiera, no ha sido como los que recibo de mi familia. Ese ha sido diferente, y no sabría decir exactamente en qué, pero de lo que sí estoy seguro es que ha sido distinto. Quizá no tanto para Érika, que se ha marchado de vuelta a su posición como si nada, pero a mí sí que me ha afectado interiormente, como un gran torbellino fluyendo dentro de mi cuerpo. Por suerte cuento con mi habilidad para disimular ante los demás, así que nadie se da cuenta del increíble fenómeno que ocurre en mi interior.

Por más que trato de recordar, creo que hasta ese entonces nunca antes me he fijado en Érika. Hasta ese instante la he tratado como a otra compañera más de la clase, que para mí pasaba desapercibida e inadvertida. Hasta ese momento no suponía nadie importante, y mucho menos especial. No conservo ningún recuerdo con ella hasta ese entonces, y por lo tanto estoy seguro de que ,antes de eso, no me había percatado de quién es esa chica realmente.
Creo que puedo afirmar con toda seguridad que, a partir de ese beso, de ese momento, de ese instante, me enamoré de Érika.

Es a partir de ese día cuando empiezo de verdad a mirarla con otros ojos. Unos ojos, no ya de compañero de clase, sino de joven ilusionado. Y antes incluso de darme cuenta, ya en mi interior sé lo que me pasa, y no hacen falta explicaciones para saber claramente que estoy enamorado. Porque cuando uno está enamorado, no hacen falta palabras para describir la mágica y maravillosa sensación que se tiene por dentro. No existe una definición exacta o un término concreto, sino un incontable e infinito cúmulo de emociones y sentimientos, que te desbordan interiormente de inmensa alegría y felicidad.
Estoy experimentando una felicidad que nunca había sentido antes, muy distinta a la de mi familia, y casi puedo asegurar que es la alegría de ese tipo de amor desconocido del que tanto he oído hablar. Porque acabo de darme cuenta de que el amor no se define, se descubre.

Creo que ese es el primer recuerdo vital que guardo de Érika, siendo todavía un niño en el colegio. Pero no se trata del primero, y mucho menos el último que tengo con ella. Ese beso es el detonante de una larga serie de recuerdos posteriores más, y también el responsable de que luego mi vida cambiara radicalmente para siempre.

Otro de los primeros recuerdos que prevalece en mi memoria con la que se convierte en la chica de mis sueños ocurre un año después, a la salida del colegio. Es última hora y faltan apenas unos minutos para irnos a casa, tras una aburrida jornada escolar. La clase entera está alborotada y desesperada, nadie ve el momento en que suene el timbre para largarnos de la escuela. La maestra también está alterada, pero al contrario que nosotros, enfadada. Tantos gritos la ponen de mal humor y nos manda a callar continuamente con la amenaza de que, en caso contrario, nadie se marchará del colegio. Aún así, a la clase le cuesta quedarse tranquila y callada. Son más las ganas de irse que de cerrar la boca.
Y entonces suena el tan ansiado y esperado timbre, con su atronador pitido agudo que a más de uno le saca una sonrisa. La marea de niños recogen sus mochilas, las cargan a la espalda, y echan a correr como una estampida hacia la puerta de salida del aula. Mientras tanto la profesora trata de frenarlos y controlarlos como puede, en medio de gritos y chillidos eufóricos infantiles.

Cuando ya todos se van y no queda nadie en la clase, ni siquiera la maestra, yo todavía sigo recogiendo mi material escolar de la mesa. Una vez que termino y cierro la cremallera de mi mochila, unas voces conocidas me sorprenden de repente y levanto la cabeza. Al otro lado de la clase, en primera fila y junto a la pizarra, aún están dos niños más que todavía no han salido del aula. Uno de ellos es Daniel, que sostiene en alto un estuche, y lejos del alcance de la otra niña que trata de cogerlo, Érika.
Ella no para de quejarse y de regañar a Daniel, quien juega con ella como si de un cachorro con su comida en alto se tratara. La situación se vuelve cada vez más dramática y más injusta cuando la niña empieza a ponerse triste, ya que sus padres la están esperando fuera, y no quiere tardar tanto para no preocuparles. Aún así, a Daniel no parece importarle lo que diga Érika, y sigue jugando con ella sabiendo que probablemente sus propios padres le estarán esperando fuera a él también.

No soy consciente de lo que hago hasta que, de repente y sin pensarlo, me encuentro corriendo hacia ellos. Cuando llego hasta los dos niños, le quito rápidamente el estuche a Daniel y se lo devuelvo a Érika en sus manos. Todo ha pasado tan rápido que no me doy cuenta de lo que he hecho hasta que los dos niños me miran perplejos y sorprendidos, estando yo de por medio.
La sonrisa agradecida de ella me reconforta, y su mirada cruzada con la mía durante unos escasos segundos se corta de repente, cuando Daniel nos mira con la boca abierta y nos acusa de ser novios, señalándonos con un dedo. Con tal afirmación anuncia que mañana se lo dirá a toda la clase, y acto seguido se marcha corriendo del aula. Érika me da de nuevo las gracias, guarda el estuche en su mochila y se va corriendo igual que él, desapareciendo por la puerta abierta de la clase.

Tardo un poco en asimilar lo que ha pasado, y cuando lo hago todavía no termino de creer lo que acabo de hacer. Nunca pensé que sería capaz de algo así, de imaginar que sería tan valiente como para hacer eso por alguien que no es de mi familia. Lo que he hecho, lo he hecho sin pensar. ¿Será esto cosa del amor?
Sea lo que sea, lo cierto es que no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa de inmensa alegría y felicidad.

4 comentarios:

  1. ¡Qué valiente y noble! Me habría venido bien alguien como tu en mis años de colegio e instituto.
    Si te sirve de consuelo yo también viví eso del amor platónico durante años, y esa "historia" me sirvió para crear un personaje para mis historias ficticias.
    Y, los niños y su manía de acusar de noviazgo a sus compañeros, de verdad, siempre lo he odiado, sobretodo porque yo me llevaba muy bien con varios chicos y siempre jugaba con ellos, entonces yo era la novia de todos xD ¿No sería que al niño ese le gustaba Erika y quería llamar su atención? Porque no sería el primer caso que conozco.

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    1. Coincidimos en lo mismo: gracias a esa experiencia, hemos creado personajes ficticios basados en eso. Bueno, en mi caso yo creé una historia xD

      Exacto, porque dos personas estén juntas no significa que sean novios. Eso me enfadaba un montón.

      Que yo recuerde, creo que no le gustaba. Andaban juntos muchas veces, pero es como tú dices: no eran novios, sino amigos. Además, a ese chico lo conozco todavía hoy día y ya tiene novia, pero no precisamente Erika.

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    2. PD: ¿Has leído las otras dos partes? ¡Aún me quedan muchísimos recuerdos que publicar de este amor platónico!

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    3. Si, las he leído. He esperado al final para comentarlo todo junto, me parecía un poco tonto dejar un coment en cada entrada para decir lo mismo xD

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