Capítulo
LIII
LÁGRIMAS
Eduardo abrió poco a poco y lentamente
los ojos, como si le pesaran los párpados. El dolor interno que hasta hace unos
instantes lo torturaba sin piedad había cesado de repente, en un solo segundo,
como si la enfermedad que tenía se hubiera curado espontáneamente.
El dolor se había esfumado así, sin
más, y ni siquiera él mismo lo entendía. Nunca antes había sentido un
sufrimiento así, y mucho menos el motivo o la razón del por qué de la
desaparición de sus efectos. En cualquier caso, sentía un enorme alivio al
dejar de sufrir de aquella manera, en el mirador exterior de Valor Alado.
Y justo en ese momento abrió de
repente mucho más los ojos, al llegarle a la memoria todo lo relacionado con
Derriper y Ludmort, durante la batalla final en la noche del fin del mundo.
Después de haberse enfrentado al séptimo en un duro enfrentamiento y de haberlo
derrotado con el poder de los seis en las armas sagradas, todo cuanto Eduardo
alcanzaba a recordar era que se encontraban de nuevo en la cubierta exterior de
la aeronave, después de haber salido del mundo onírico del enemigo.
Justo cuando Erika y él iban a acabar
con el monstruo Ludmort, de repente el joven sintió el intenso dolor interior,
acompañado de la siniestra voz del ser oscuro en su cabeza. Tras eso perdió el
conocimiento y cerró los ojos, cuyos recuerdos terminaban ahí.
El chico de rojo levantó la mirada del
suelo negro en el que estaba tumbado, y sus ojos palidecieron todavía más al
descubrir el lugar en el que se encontraba.
Todo a sus alrededor era completa y
absolutamente negro: no se vislumbraba ningún tipo de escenario. Por más que
miraba en todas direcciones no se veía tierra, ni mar ni cielo: no había ningún
otro color visible salvo el negro, desde cualquier lado o ángulo que se viera.
Se preguntaba a sí mismo, sorprendido
y asustado, a qué horrible lugar había ido a parar:
- ¿Dónde…dónde estoy?- preguntó en voz
alta, aún sabiendo que no había nadie allí con él.
Muy pronto descubrió que no estaba
solo cuando, al girar la cabeza a sus espaldas y fijarse bien, encontró un poco
más lejos el cuerpo también tumbado e inerte de otra persona. Su chaleco
blanco, su camisa rosa, sus vaqueros azules y su pelo castaño eran
inconfundibles, al menos para Eduardo:
- ¡¡Erika!!- exclamó el joven, asustado
y preocupado.
El chico de rojo trató de levantarse,
pero sus extremidades flaquearon de fuerza, y cuando apoyó sus brazos éstos se
tambalearon, apenas un segundo antes de que cayera otra vez al suelo.
Por alguna extraña razón se sentía
débil, bastante débil, e imaginó que no debía de ser sólo por el cansancio y
por las muchas heridas a causa de las tres anteriores rondas de combate. No,
aquel cansancio y aquella fatiga no eran producto de ningún rasguño físico
externo, sino de otro tipo de daño mucho más profundo.
Pudo sentir, sin lugar a dudas, que el
motivo de su exhausto estado de debilidad no procedía de sus rasguños y heridas
externas, sino del interior de su propio cuerpo, y concretamente del corazón.
El joven apenas podía sentir el
pálpito de su propio corazón, que latía débilmente y casi sin energía, como el
de una pequeña llama de fuego a punto de extinguirse para siempre. Se trataba
de una extraña y escalofriante sensación que nunca había sentido antes: parecía
sentir como si la mitad de su corazón hubiera muerto por alguna causa, mientras
que la otra mitad restante aún vivía débilmente y lo mantenía a duras penas,
cargando con el peso del músculo entero.
Sentía que poco a poco la llama
latente de su corazón se iba apagando y que, irremediablemente tarde o
temprano, su propia vida terminaría de extinguirse con ella.
Sabía que no le quedaba mucho tiempo,
y que tanto Erika como él debían volver al mundo real para acabar de una vez
con Ludmort. De ellos dependía únicamente el destino de Limaria y de La Tierra:
el destino de ambos mundos.
Con tremendo esfuerzo, y reuniendo
todas las pocas fuerzas que le quedaban, Eduardo volvió a apoyar sus brazos y
manos en el suelo, apretó los puños y dientes, cerró los ojos y trató de
levantarse. Tardó unos largos segundos en hacerlo, pero finalmente logró
ponerse en pie, esta vez reuniendo toda su fuerza de voluntad.
Abrió de nuevo los ojos, esta vez
jadeando del cansancio y mientras le temblaba todo el cuerpo. Se giró de cara a
la chica detrás de él y corrió hacia ella, débilmente y tambaleándose a lo
largo del camino.
Cuando llegó junto a su amiga, Eduardo
dejó caer el peso de cuerpo débil y sin aliento al lado del de ella, que seguía
tumbada e inconsciente. De rodillas y muy exhausto, giró el cuerpo de su
compañera boca arriba y con una mano le apartó el pelo castaño que le cubría la
cara, mientras que con la otra le sujetaba la nuca, más levantada que el resto
del cuerpo. No dejaba de preguntarse cómo había podido llegar la chica a aquel
horrible lugar:
- ¡¡Erika!! ¡¡Erika, despierta!!-
exclamó el joven, preocupado y mientras la sacudía para que reaccionara-
¡¡Erika, por favor…!!
Temió lo peor y pensaba que estaba
muerta, pero enseguida una sonrisa de alivio se dibujó en su cara cuando ella
comenzó a mover su expresión facial y todos los músculos de su rostro. Igual
que él, abrió lentamente los ojos, y cuando sus pupilas descubrieron al chico
que estaba a su lado, murmuró débilmente diciendo:
- E…Edu…
La joven iba a volver a cerrar los
ojos, pero su amigo no se lo permitió, porque si lo hacía era muy probable que
no volviera a abrirlos. Eduardo no sabía hasta qué punto de fatigada estaba su
compañera, pero lo que sí resultaba claro era que parecía estar igual de débil
y agotada que él:
- ¡¡No, Erika, no te duermas!!- la
zarandeó él para que despertara- ¡¡No es hora de dormir!!
La agitación de su amigo terminó por
devolverla a la realidad. Una vez que salió por completo del estado somnoliento
el chico dejó de sacudirla, y Erika abrió los ojos, esta vez totalmente
despierta. Miró a su compañero, confusa y extraña por los últimos
acontecimientos que recordaba en el mirador exterior de Valor Alado:
- Edu… ¿qué ha…pasado?
- No…no lo sé…- respondió Eduardo,
temblando y jadeando del cansancio- todo cuanto recuerdo es el dolor…y la voz
de Derriper en mi cabeza…el resto, sólo oscuridad…
La chica observó entonces el panorama
alrededor, intentado adivinar con los ojos dónde se encontraban. Sin embargo,
nada aparte de negras tinieblas los rodeaba. No había nada en aquel siniestro y
solitario lugar que pudiera indicarles dónde estaban: ni un trozo de tierra, ni
un ínfimo espacio de agua y ni tan siquiera un pedazo de cielo al que mirar
arriba.
Lo único que veían a su alrededor era
puro y absoluto color negro, igual que el estar encerrados en una estancia
oscura y sin luz. No se veía nada salvo ellos mismos, el uno al otro:
- ¿Dónde…dónde estamos?- preguntó
Erika, asustada y aterrada.
Su amigo también estaba igual de
asustado que ella, y temblaba de miedo al mirar a todas partes y no ver nada
que les indicara, ni tan siquiera un pequeño detalle, del sitio en el que se
encontraban. El espacio oscuro de aquel lugar parecía infinito e interminable,
de tal forma que, aunque caminaran toda la vida, nunca llegarían a ninguna
parte:
- No…no lo sé…no sé…qué es este
lugar…- respondió Eduardo, pálido y atónito, con los ojos y la boca abierta de
terror- parece…el mismísimo corazón de la oscuridad…
Con este siniestro y escalofriante
pensamiento, el chico de rojo sacudió la cabeza y volvió a mantenerse alerta,
para no sucumbir al miedo. Se dirigió a Erika y le dijo, seriamente y cambiando
de tema:
- ¡Vamos, tenemos que salir de aquí y
volver al mundo real para acabar con Ludmort!
La chica también recordó en ese
instante lo que estaban a punto de realizar, antes de desmayarse y perder los
dos el conocimiento. Supo entonces lo que debían hacer:
- ¡Tienes razón, no hay tiempo que
perder!- afirmó ella de la misma forma, seriamente- ¡Debemos cumplir con
nuestro cometido en la profecía!
Eduardo ayudó a levantar a su
compañera, y los dos se incorporaron y pusieron en pie con sumo esfuerzo,
mientras les temblaba todo el cuerpo. La joven apoyó uno de sus brazos en los
hombros del chico, mientras éste la sujetaba con el brazo opuesto por la
espalda, ayudándola a no caerse.
Agarró con su otra mano la muñeca de
Erika apoyada en él, y ambos empezaron a caminar lentamente hacia adelante. Sus
pasos aminorados y pesados, sumados a la dificultosa respiración con que
jadeaban del cansancio, eran la clara prueba del débil estado en el que se
encontraban.
No dieron más de diez pasos cuando se
detuvieron de repente, al sentir una nueva y terrorífica aura mágica, y una
nueva presencia.
Los dos jóvenes palidecieron y
perdieron el color del rostro, cuando frente a ellos surgió del propio espacio
negro que los rodeaba una extraña masa de materia oscura, de la cual provenía
la nueva aura mágica. Dicha masa negra comenzó a agitarse lentamente, para
luego empezar a cobrar forma.
Eduardo y Erika se separaron
inmediatamente, a la vez que retrocedían y contemplaban horrorizados cómo la
materia oscura cobraba la silueta de una reconocible forma humana:
- ¡¡No…no puede ser…!!- dijo Erika,
aterrada y con los ojos y la boca abierta de terror.
El chico también estaba igual de
asustado que ella, tenía la misma expresión en la cara que su amiga. La misma
aura mágica que habían sentido en las anteriores rondas seguidas de combates la
tenían justo ahora en frente, de nuevo formándose en una gran armadura oscura.
Ambos jóvenes temblaban de miedo, cuando finalmente la transformación de la
materia negra terminó de completarse.
Ante ellos se encontraba ahora un
nuevo individuo perfectamente reconocible, cuyo cuerpo estaba en su absoluta e
inmensa mayoría cubierto por una ancha armadura negra. Tanto él como ella
sintieron palpitar débilmente sus corazones entre dos latidos, encogidos de
puro miedo y terror al saber a quién tenían delante, y al que creían muerto:
- ¡¡Derriper!!- exclamó Eduardo,
pálido y atónito.
Tal y como el chico de rojo había
imaginado, el líder de la organización Muerte seguía vivo. Lo supo desde el
instante en que la siniestra voz de ultratumba le habló en el interior de su
cabeza, durante el ataque de dolor que lo invadió en el mirador exterior de
Valor Alado.
Sin embargo, sorprendentemente el
séptimo había vuelto a su primera forma, en cuya condición no tenía sus poderes
avanzados de dios ni tampoco podía convertir su cuerpo en estado líquido o
gaseoso. Ahora sólo podía transformar su extremidad izquierda con el poder de
la oscuridad, mientras que en su mano derecha volvía a empuñar su enorme espada
del mismo elemento. De igual manera Caos Bahamut había vuelto a convertirse en
lo que era al principio del combate: en una capa negra que colgaba a la espalda
de la armadura.
Erika y Eduardo sabían que su enemigo
ya no podía volver a invocar al dragón negro del caos y la destrucción, lo cual
suponía un gran alivio. En su exhausto y agotado estado ni siquiera los dos
juntos habrían podido hacer frente a Caos Bahamut.
Pero por otro lado, y olvidando el
hecho de que el poder oscuro de Derriper había disminuido considerablemente, lo
que más impactó y llamó la atención de los dos jóvenes era observar a simple
vista el nuevo estado del séptimo.
Contrastando con las anteriores rondas
de combate, el ser oscuro se encontraba ahora en un nuevo masacrado y
lamentable estado, con la mitad de la armadura de su cuerpo desgarrada y
destrozada, igual que su capa.
Para mayor sorpresa, Eduardo y Erika
observaron con horror que, bajo las partes donde no había armadura cubriéndole
el cuerpo, su piel era completa y absolutamente negra y oscura como la noche.
Sus extremidades, la mayor parte visibles, albergaban la piel más negra que
habían visto en sus vidas, del mismo color que el de la materia oscura.
Sin embargo, la visión más
escalofriante y siniestra de todas era sin duda la de su cara, cuyo casco
también estaba medio destrozado y dejaba la mitad de su rostro al descubierto.
Su lado derecho de la cara, sin casco
que lo ocultara, mostraba ahora bien claro uno de sus brillantes ojos rojos,
resplandeciendo en medio de la piel negra, y una media boca abierta y jadeando,
con colmillos afilados en vez de dientes.
La sola visión de aquel rostro y
aquella mirada asesina, observándolos fijamente, ponía a los dos jóvenes los
pelos de punta. Sentían el miedo y el terror con la sola presencia de su
enemigo:
- Enhorabuena…Erika…Eduardo…- dijo
lentamente el séptimo, sin dejar de mirar en ningún momento a sus dos oponentes
frente a él- habéis conseguido lo que nunca nadie había logrado antes: acabar
conmigo…de hecho, sois los primeros elegidos en toda la historia de Limaria en
hacerlo…
Tanto el chico como la chica
observaron, sorprendidos, un detalle del ser oscuro que no habían advertido
antes. En el pecho de Derriper, semicubierto por la armadura destrozada, había
un brillo de luz blanca que contrastaba con el negro de la materia oscura, y
que resplandecía de forma permanente, sin apagarse.
Los dos se dieron cuenta enseguida de
que se trataba de la misma luz blanca sagrada que la que tenían en sus armas en
la anterior ronda de combate, cuando atravesaron con ella el corazón del
séptimo. Justamente el brillo de luz blanca se situaba en el corazón de
Derriper:
- Durante todo este tiempo…siempre había
intentado no pensar en vosotros…siempre me había centrado en otros asuntos que
creía de mayor importancia…aún sabiendo, desde luego, que erais los mismísimos
elegidos de la profecía…los que, supuestamente, suponíais el único obstáculo en
mi camino…- dijo Derriper, lento y tranquilo en el tono de su voz- imaginaba
que tarde o temprano moriríais a manos de cualquiera de los miembros de la
organización…que no debía preocuparme lo más mínimo por vosotros…- a lo que
luego añadió, seco y frío como el hielo- después de todo, no erais más que dos
niños débiles y endebles, con unos guardianes de iguales características…
Eduardo y Erika poco a poco dejaban de
temblar, y la expresión asustada de sus rostros también cambiaba a otra
valiente y decidida, a medida que el ser oscuro seguía hablando y pronunciando
sus palabras, cargadas de despreocupada indiferencia:
- Sin embargo, y para mayor sorpresa,
no resultó ser así…sino todo lo contrario…- dijo Derriper, tranquilo y
manteniendo la calma- vosotros y vuestros guardianes…habéis matado, poco a
poco, a todos y cada uno de mis subordinados…a los que habían dejado de ser
humanos y gozaban del poder de la oscuridad, retenida en el sello maldito…-
dijo el séptimo, que bajó la cabeza y ocultó su rostro mirando al suelo,
cerrando los ojos rojos- y, aún a pesar de sus esfuerzos, todos han caído…uno
tras otro…de forma lenta e inevitable…
Los dos jóvenes seguían observando y
escuchando a su enemigo, mientras mantenían la distancia con él. Éste seguía
hablando con total calma y tranquilidad, como si tuviera la situación bajo
control, y aún sabiendo que iba a desaparecer con la luz blanca sagrada:
- Vosotros dos, y vuestros
guardianes…habéis acabado con la organización Muerte…y habéis matado incluso a
un dios…- afirmó el séptimo, con indiferencia- tales logros nunca antes los
había alcanzado nadie hasta ahora…ni siquiera ninguno de los anteriores
elegidos antes que vosotros…- que luego añadió, con cierto aire de respeto- y
por ello ahora me doy cuenta…del fatídico error que cometí al subestimaros…por
ser sólo simples niños…
Erika y Eduardo no bajaron ni un
momento la guardia, cuando Derriper volvió a abrir los ojos y alzó la cabeza,
para mirarlos de frente:
- Puede que todos estos hechos y
acontecimientos…sean sólo parte del destino…y que desde el principio
estuviéramos predestinados para este momento…para este combate…- dijo el ser
oscuro- quizá, después de tantos milenios, por fin tocaba que me llegara la
hora…mi hora de morir…
Lo que dijo el séptimo a continuación
sorprendió a los dos jóvenes, que seguían alejados y sin bajar la guardia:
- Sin embargo, todavía sigo vivo…y
estoy dispuesto a seguir luchando para acabar con este mundo podrido y
exterminar para siempre a la raza humana…- afirmó seriamente Derriper- todavía
me quedan fuerzas para mataros…y así evitar que se cumpla la profecía…
> Por eso, esta vez será diferente…ya
no volveré a dejaros al margen…- declaró el enemigo, firme y seriamente- por
esa misma razón, esta vez no volveré a cometer el error de subestimaros o de
trataros como a inferiores…ni mucho menos el de veros como simples obstáculos
en mi camino…
La armadura oscura dijo entonces, con
una voluntad férrea:
- Por todo lo que habéis logrado…y por
el simple hecho de haber llegado hasta aquí…esta vez no sólo os habéis ganado
mis más sinceras felicitaciones…sino también mi más profundo respeto…- afirmó
el séptimo, sin vacilar- por eso ya no os considero simples y débiles humanos,
sino rivales a mi altura…y por eso mismo también, esta vez, lucharemos en
igualdad de condiciones…combatiremos de igual a igual, como debe ser toda gran
batalla…
El líder de la organización Muerte
empuñó entonces con más fuerza su espada oscura en la mano derecha, y la alzó
en el aire apuntando su filo directamente hacia ellos:
- Puesto que no voy a ser el dios del
nuevo mundo, tampoco permitiré que este planeta siga sufriendo por las acciones
del ser humano…- declaró el séptimo, seriamente- voy a hacer que muera conmigo,
y con nosotros todos los humanos que habitan en él… ¡porque sólo así nacerá una
nueva forma de vida, respetuosa con…!
El ser oscuro no terminó la frase.
Tanto Eduardo como Erika se quedaron sorprendidos y atónitos, al ver delante de
ellos, cómo Derriper sintió de repente un tremendo dolor en su corazón, que le
hizo bajar el arma y caer apoyando una rodilla en el suelo. Se llevó su mano
izquierda al pecho mientras jadeaba y respiraba con dificultad:
- Este dolor…- dijo, mirando al suelo
y ocultando su rostro- parece…que no me queda mucho tiempo…
El séptimo logró controlar el dolor
que lo atormentaba, y volvió a alzar la mirada hacia ellos mientras hacía un
tremendo esfuerzo por levantarse, a la vez que le temblaba todo el cuerpo:
- Tal y como así lo ha querido el
destino desde el principio…ha llegado la hora…de librar esta última batalla…-
dijo el ser oscuro, mientras se levantaba lentamente y con dificultad- la que
decidirá, por fin, el destino de Limaria y de su misma existencia…para siempre…
Cuando finalmente el líder de la
organización Muerte logró ponerse en pie, éste miró a sus dos oponentes frente
a él. En ese entonces Erika y Eduardo no dudaron en ponerse en guardia,
sabiendo que era cuestión de segundos que empezara la última ronda del combate.
Desenfundaron mágicamente en sus manos las armas sagradas, al mismo tiempo que
el séptimo decía, en alta voz:
- ¡¡ESTE COMBATE…LA GUERRA QUE LOS
DIOSES LLEVAMOS TANTO TIEMPO LIBRANDO…TERMINA AQUÍ!!
Tras estas últimas palabras,
finalmente acabó la charla y dio comienzo a la acción; a la última etapa del
combate.
Derriper tomó la iniciativa y atacó el
primero, que apuntó con su extremidad izquierda hacia ellos y ésta se estiró
gracias al poder de la oscuridad. Los dos jóvenes lograron esquivar rápidamente
la garra negra apartándose ambos en direcciones opuestas, pero por desgracia la
chica no pudo evitar el siguiente ataque, cuando el alargado brazo del enemigo
se desplazó enseguida a su lado y la golpeó y empujó de tal manera que cayó al
suelo:
- ¡¡Erika!!- exclamó el chico,
preocupado.
Su sorpresa fue mayor cuando vio al séptimo
echar a correr hacia ella, mientras su extremidad izquierda mutaba y volvía a
su tamaño normal. Eduardo reaccionó enseguida
y, apuntando con la llave espada en ambas manos, conjuró y disparó un
hechizo mágico elemental:
- ¡¡Piro++!!
Del arma sagrada salió disparada una
enorme y gran bola de fuego, directa a Derriper. Sin embargo, y sin ni siquiera
mirar al joven, el enemigo destrozó y neutralizó el ataque mágico con un
sablazo de su espada oscura a un lado, sin perder de vista el objetivo que tenía
delante ni dejar de correr en todo momento. Eduardo no podía creer que hubiera
fallado su ataque.
Justo cuando el líder de la
organización Muerte llegó hasta Erika, y después de haber transformado su
extremidad izquierda en una gran mazo negro pesado, arremetió con ella directo
al cuerpo de la chica. Por suerte la joven logró levantarse a tiempo y esquivar
de un salto atrás, por los pelos, el ataque del enemigo, que podría haberla
matado.
En ese momento llegó Eduardo,
corriendo por un lado hacia él. Empuñaba firme la llave espada en sus manos y,
con ella, dio un salto para golpear al oponente. Derriper giró la cabeza al
filo del arma sagrada que iba a herirlo, y rápidamente la bloqueó en el aire
con su propia espada oscura. A continuación transformó de nuevo su brazo
izquierdo en una mano negra, con la que agarró el cuello de la chaqueta del
chico y, dando media vuelta, lo lanzó y golpeó brutalmente contra el suelo:
- ¡¡Edu!!- gritó la joven, preocupada
al ver el cuerpo de su amigo rebotar de la brutal sacudida y rodar apenas unos
metros de su posición.
La chica no lo dudó un instante y
conjuró otra magia elemental básica. Apuntó con su arma al séptimo y dijo
rápidamente:
- ¡¡Hielo++!!
De la vara mágica salieron disparados
varios cristales de hielo, directos a Derriper. Sin embargo, el ser oscuro
también reaccionó a la misma velocidad, y la sorprendió destrozando los
cristales con su enorme espada, igual que lo había hecho antes con el ataque
mágico de su compañero.
Su aterradora sorpresa fue mayor
cuando el enemigo transformó en un segundo su extremidad izquierda de nuevo,
pero esta vez en un látigo negro, con el que agarró uno de los tobillos de la
joven y la tiró con fuerza, haciéndola rodar por el suelo en un ángulo de
noventa grados.
Para cuando la chica ya se encontraba
un poco más lejos y tirada en el suelo, Eduardo ya estaba de nuevo en pie,
mirando al enemigo con rabia y furia. Se encontraba a apenas unos metros de
distancia de él, pero lo suficiente como para acertar de lleno un ataque.
Alzó la llave espada en sus manos al
cielo y conjuró otro nuevo hechizo mágico ofensivo, diciendo:
- ¡¡Electro++!!
Pero sin embargo Derriper volvió a
neutralizar el ataque, para sorpresa del joven. Con su enorme espada oscura
también alzada en el aire por encima de su cabeza, el séptimo la hizo girar
rápidamente trescientos sesenta grados a una velocidad increíble, tanta que
detuvo los rayos que le llegaron por arriba y ninguno logró alcanzarle:
“¡¡No…no puede ser…!!”- pensó el
chico, pálido y horrorizado- “¡¡Esa espada neutraliza cualquier tipo de
magia…los hechizos mágicos no tienen ningún efecto sobre él!!”
La nueva acción del líder de la
organización Muerte corriendo hacia él lo apartó repentinamente de sus
pensamientos. Pero sin embargo no fue lo bastante rápido para reaccionar
cuando, en el preciso instante en que Derriper llegó a su lado, éste le pegó un
duro puñetazo en el estómago con su extremidad izquierda, ahora transformada en
un puño negro normal. El chico de rojo se quedó pálido y atónito, cuando su tronco
se dobló por inercia del golpe, mientras escupía sangre por la boca.
Estaba tan aturdido por el golpe que
no fue capaz de defenderse cuando el ser oscuro volvió a rematarlo con el mango
de su enorme espada en toda la cara, que lo envió un poco más lejos rebotando
un par de veces por el suelo.
Erika tampoco había sufrido graves
daños con el anterior látigo, y se había puesto nuevamente en pie, viendo a su
compañero caer otra vez. También miró al enemigo con rabia y furia, apretando
los dientes, y mientras le temblaba todo el cuerpo:
- ¡¡Todavía…no has acabado conmigo!!-
exclamó la joven.
Y justo cuando el séptimo se giró de
cara a ella, Erika apuntó de nuevo con su vara mágica hacia él, para conjurar
otro hechizo mágico ofensivo:
- ¡¡Aero++!!
En ese momento unas potentes y
poderosas ráfagas de aire surgieron de la nada, directas hacia Derriper. Sin
embargo, el ser oscuro volvió a ingeniárselas para detener el ataque mágico, y
en esta ocasión transformó su extremidad izquierda en un enorme abanico negro.
En apenas un segundo lo sacudió con
tanta fuerza y velocidad que generó con él otra gigantesca ráfaga de aire, de
mayor potencia que la de la chica, y que la alcanzó y envió volando por los
aires, mientras gritaba.
Cuando Erika cayó nuevamente al suelo,
un poco más lejos, Eduardo se levantaba otra vez. Aún jadeando del cansancio y
temblándole todo el cuerpo, apuntó con sus dos manos temblorosas y el arma
sagrada en ellas diciendo, con dificultad:
- ¡¡Gra…grave…!!
No terminó de conjurar el hechizo
mágico, porque en ese instante la punta afilada de una lanza negra le atravesó
de repente el hombro izquierdo, que lo sorprendió e hizo gemir de dolor. La
lanza se estiró de tal forma que empujó al chico más lejos, más o menos
aproximado hasta la posición de su compañera, y allí el arma negra se
desprendió de su cuerpo, donde el joven cayó tumbado cerca de su amiga.
Los dos elegidos se encontraban ahora
tirados en el suelo, heridos, pero sin dejar de empuñar sus armas en las manos.
Muy pronto Derriper comenzó a caminar lenta y pesadamente hacia ellos, al mismo
tiempo que ambos jóvenes también empezaron a levantarse, de manera torpe y
temblorosa:
- ¿Por qué…?- preguntó el dios oscuro,
débil, jadeando y respirando con dificultad, mientras su extremidad izquierda volvía
a transformarse en un brazo negro normal, manchado de sangre- vosotros,
malditos humanos…que habéis llevado a este planeta…al borde de su destrucción…
¿por qué…por qué queréis recuperarlo ahora? Sabiendo…que ya no tiene
salvación…entonces… ¿por qué…por qué seguís insistiendo…en protegerlo? ¿Por
qué…seguís luchando…para salvarlo? ¿Por qué…os resistís tanto…a lo inevitable?
Eduardo y Erika seguían levantándose,
apoyando sus extremidades y separándose cada vez más del suelo. Cuando ya se
pusieron en pie y alzaban el tronco con las manos apoyadas en las rodillas para
levantar la mirada, la chica respondió de la misma forma que el enemigo,
diciendo:
- Porque…aún no…no todo…está perdido…-
dijo Erika, jadeando y temblándole todo el cuerpo- porque…las personas…siempre…podemos
mejorar…siempre…podemos cambiar…
Antes de que la joven terminara de
levantarse, una bomba de aire la golpeó y la envió brutalmente hacia atrás,
rodando por el suelo:
- ¡¡Erika!!- gritó Eduardo,
preocupado.
El líder de la organización Muerte
seguía caminando lentamente y con pasos pesados hacia ellos, mientras respiraba
con dificultad en el mismo débil y lamentable estado que sus dos oponentes:
- ¿Mejorar…? ¿Cambiar…?- preguntó el
séptimo, tranquilo y paciente, sin preocuparle en absoluto su estado y como si
no supiera que estaba a punto de morir- eso…es un estúpido sueño
utópico…producto de las falsas esperanzas…y del concepto erróneo que tienen los
humanos…sobre el cambio y la mejora…
Justo cuando el chico iba a apuntar
con la llave espada para atacar al enemigo, otra repentina bomba de aire lo
golpeó y lo envió a él también hacia atrás, cayendo otra vez y rodando por el
suelo:
- ¡¡Edu!!- gritó la joven desde su
posición, preocupada.
- Si en todos estos años…no han
aprendido a cambiar…para mejorar la salud del planeta…- prosiguió Derriper, muy
seguro de sus palabras- mucho menos lo harán ahora…cuando ya está condenado a
morir…
Los dos volvían a estar otra vez
tirados en el suelo, heridos, temblando y tratando de moverse, mientras el séptimo
seguía avanzando hacia ellos, empuñando su enorme espada oscura en la mano
derecha:
- Ya es demasiado tarde…porque los
seres humanos…por mucho que se esfuercen…siempre lo destruyen todo a su
paso…siempre extinguen y acaban con la vida…de todo cuanto les rodea…siempre
son, y seguirán siendo…la más aberrante y monstruosa forma de vida…que haya
conocido jamás el universo…- a lo que luego añadió, con firmeza y decisión-
¡¡por eso…los seres humanos…jamás podrán cambiar!!
En ese momento el chico de rojo por
fin habló, y su voz detuvo de repente la marcha del enemigo, que se quedó
quieto desde el instante en que pronunció palabra:
- Te…te equivocas, Derriper…- dijo
Eduardo, volviendo a apoyar sus manos y tratando de levantarse a duras penas,
con gran esfuerzo.
El líder de la organización Muerte se
detuvo a escuchar las palabras del joven, sin dejar de flaquear y de temblar, a
la vez que jadeaba del cansancio:
- Puede que…los humanos…a lo largo…de
toda nuestra existencia…hayamos hecho…muchas cosas malas…y también
cometido…muchos errores…en el pasado…- decía el chico de rojo, poco a poco
levantándose y temblando, mientras ocultaba su rostro- pero…son precisamente…de
esos errores…por los que…las personas…tratamos…de mejorar…tratamos…de cambiar…
Erika también se levantaba al mismo
tiempo que él. Cuando, por fin, tras unos largos segundos de tremendo esfuerzo
físico, ambos terminaron de ponerse en pie, los dos jóvenes seguían mirando al
suelo y ocultando sus rostros. En ningún momento dejaban de temblar y de
respirar con dificultad:
- Por eso…aunque los daños
causados…sean irreparables…aunque todo cuanto hagamos…no sirva de nada…e
incluso aunque parezca…que ya todo está perdido…- dijo Eduardo, seriamente-
nosotros…los humanos…las personas…siempre…seguiremos luchando…siempre…seguiremos
combatiendo…para cambiar…para mejorar…porque así…somos en realidad…
Fue entonces cuando el séptimo volvió
a tomar la palabra, esta vez formulando una pregunta dirigida a sus dos
oponentes:
- Después de todo…lo que le habéis
hecho a este planeta… ¿todavía…estáis dispuestos…a protegerlo? ¿Vais a seguir
luchando…por un mundo podrido…y condenado a la destrucción?
En ese momento Erika respondió
diciendo, seriamente e igual que su compañero:
- Claro que sí…porque…mientras
haya…una manera de arreglarlo…mientras haya…una forma de
evitarlo…nosotros…seguiremos luchando…para proteger nuestro mundo…hasta el
límite…con todas nuestras fuerzas…
En ese instante ambos levantaron la
vista, a la vez y con ojos serios, firmes y decididos, y la chica alzó la voz
con decisión exclamando:
- ¡¡Porque siempre hay una forma de
cambiar…siempre hay una forma de mejorar…!!- afirmó Erika, muy segura de sus
palabras- ¡¡…y con esa misma forma…encontraremos la manera de evitar el mal de
nuestros actos…!! ¡¡Con dicha forma…definitivamente cambiaremos y salvaremos
nuestro mundo!!
Derriper tardó un poco en responder.
Bajó la cabeza y ocultó su oscuro rostro, mientras apretaba los puños con
fuerza y decía, tranquilamente:
- Estúpidos necios e insolentes
humanos…vuestras valientes palabras no cambiarán para nada el hecho de la
destrucción de este patético y contaminado planeta…- dijo el séptimo, lenta y
pacientemente, que luego añadió de la misma forma- muy bien…si tanto queréis,
luchad…morid por este condenado mundo carente de salvación alguna…
En ese momento el líder de la
organización Muerte volvió a levantar la cabeza, y miró a sus dos oponentes con
los ojos rojos brillantes de su cara fijados en ellos. Se puso nuevamente en
guardia, igual que Eduardo y Erika frente a él, y con su enorme espada oscura
alzada en posición de ataque, exclamó alzando la voz:
- ¡¡Que vuestro valor se extinga junto
con vuestra raza y vuestro mundo podrido…para siempre!!
La segunda charla acabó en ese
entonces, y los combatientes pasaron de nuevo a la acción en la última etapa de
aquel decisivo combate final.
Esta vez fueron los dos jóvenes
quienes tomaron la iniciativa y, con sus armas empuñándolas en las manos,
corrieron directos a atacar al enemigo. En aquella ocasión la vara mágica
brillaba con un destello plateado, mientras que la llave espada resplandecía
igual con un brillo dorado. En ese nivel superior, con el tamaño aumentado y
las longitudes triplicadas de sus filos, las armas sagradas adquirían un mayor
poder y una mayor fuerza considerable, muy temibles a tener en cuenta.
Se desató entonces una feroz y
frenética batalla campal entre Derriper y los dos elegidos, quienes no dejaban
de atacar ni un momento y seguían luchando con todas sus fuerzas. Durante los
siguientes segundos de auténtica tensión, en los que ambos jóvenes no permitían
ni un solo instante de respiro a su enemigo, el séptimo no hacía más que
bloquear y esquivar los continuos ataques consecutivos y encadenados de sus
oponentes, empleando para ello su enorme espada y también el poder de la
oscuridad de su extremidad izquierda.
Mientras tanto, por su parte, Erika y
Eduardo trataban por todos los medios de golpear al ser oscuro con sus armas,
usando tanto ataques físicos como mágicos. A pesar de su débil y agotado estado
de cansancio y fatiga, ambos jóvenes no cejaban en su empeño, y se esforzaban
con todas sus fuerzas corriendo, saltando, rodando por el suelo y atacando sin
parar.
Sin embargo, daba la impresión de que
todos sus esfuerzos eran inútiles, ya que por más que rodeaban y hacían
retroceder a Derriper sin descanso, éste no recibía ni uno solo de sus ataques:
siempre los bloqueaba o esquivaba todos de alguna manera o de otra. Lo más
sorprendente de todo era que el líder de la organización Muerte también se
encontraba en el mismo estado de cansancio y fatiga que ellos y, aún así,
lograba moverse de una increíble forma que ninguno de los dos podía creer.
Al cabo de unos feroces y tensos
segundos de lucha, el séptimo decidió contraatacar, cuando Eduardo exclamó en
voz alta diciendo:
- ¡¡Último Arcano!!
El chico arremetió contra el enemigo
con su enorme llave espada dorada en las manos, y con ella desencadenó una
poderosa y letal combinación de golpes consecutivos, todos ellos dirigidos al
ser oscuro.
Sin embargo, en aquella ocasión
Derriper no solo esquivó todos los mandobles del arma, sino que también bloqueó
con su espada el último ataque de la combinación. Para mayor sorpresa del
joven, la extremidad izquierda del enemigo, ahora transformada en un martillo
negro, le golpeó a continuación y rápidamente en un costado.
Eduardo sintió de lleno el brutal
golpe en su torso, cuyo impacto le destrozó al instante un par de huesos y le dejó
a su vez varias costillas rotas. El crujido interno de los huesos al romperse y
la potencia del golpe lo enviaron un poco más lejos, rodando por el suelo:
- ¡¡Edu!!- gritó Erika, preocupada.
La chica tampoco se quedó atrás y,
apretando los dientes de rabia, apuntó con su arma a la armadura que tenía
delante. Conjuró enseguida la magia ofensiva más poderosa de todas con su
enorme vara mágica plateada, mientras Derriper se volvía de cara a ella:
- ¡¡Artema!!- exclamó la joven,
furiosa.
Del arma sagrada salió disparado un
increíble y poderoso ataque, tan fuerte y de tanta potencia que incluso Erika
fue empujada hacia atrás y cayó al suelo de espaldas, incapaz de contener tanta
fuerza mágica.
El ataque mágico llegó hasta su
objetivo, dada la escasa distancia que los separaba, y acertó de lleno en él.
El impacto produjo una tremenda y colosal explosión de tal magnitud que abarcó
una gran área del campo de batalla, si bien el espacio negro en el que se
encontraban era inmenso, infinito e interminable.
Tras el breve temblor de tierra en la
nada, a la explosión le siguió detrás una gran humareda negra. La joven se
levantó del suelo, temblando, jadeando y respirando con bastante dificultad.
Ahora se sentía mucho más débil que antes, al haber agotado hasta el último
resquicio de la poca magia que le quedaba en aquel ataque.
Definitivamente se había quedado sin
magia, y ya no le quedaban tampoco objetos de recuperación tales como éteres o
elixires:
“¿Se ha…acabado todo?”- pensó la chica
en su mente, agotada.
Pasaron varios segundos de silencio,
en los que solo se oía el eco cada vez más bajo y lejano de la explosión, hasta
que se fundió con el resto del silencio. Durante ese tiempo reinaba una gran
tensión e intriga acerca del resultado del ataque, mientras el humo negro poco
a poco se disipaba.
Erika permanecía alerta y mirando a la
humareda, manteniendo las distancias.
De repente surgió del humo una larga
cadena negra, que se estiró de tal forma y a tanta velocidad que agarró
rápidamente a la chica por una de sus muñecas, pillándola por sorpresa. A
continuación la descomunal fuerza del séptimo la atrajo hacia sí y la levantó
por los aires, como si de una muñeca de trapo se tratara, para luego, después
de dar media vuelta, estrellarla brutalmente contra el suelo.
Con el humo ya desaparecido y el
enemigo de nuevo a la vista, aparentemente herido por el ataque mágico, Erika
no podía moverse. El duro impacto que había recibido también le destrozó
algunos huesos, que la dejaron muy gravemente herida.
Estaba tan débil y tan debilitada que
su cuerpo no le respondía: incluso le pesaban los párpados y su vista se
alternaba continuamente de borrosa a nítida, y viceversa. Cuando sintió que
otra nueva cadena la agarró por su otra muñeca, no fue capaz de resistirse: no
tenía fuerzas ni para defenderse. De este modo, luchó por mantenerse consciente
y despierta, mientras las dos cadenas arrastraban de ella.
Muy pronto descubrió, cuando las
cadenas la separaron del suelo y la alzaron en el aire, que éstas pertenecían a
la extremidad izquierda del ser oscuro, cuyo brazo se había transformado a su
vez en cuatro nuevas extremidades: dos cadenas y dos garras negras.
La joven se quedó cara a cara con
Derriper, frente a él y colgada a un metro del suelo por las cadenas que la sujetaban.
Se mecía muy lentamente y con las puntas de los pies mirando abajo, como si
fuera un peso muerto.
El líder de la organización Muerte
fijó en ella sus siniestros y brillantes ojos rojos, mientras la miraba con
profundo odio y jadeaba del cansancio, respirando con dificultad. Al igual que
ellos, el séptimo también estaba muy débil y exhausto, y luchaba contra los dos
elegidos empleando el poco poder oscuro que le quedaba, antes de morir:
- Y ahora…quiero que experimentes tú
misma…el verdadero terror…- dijo el ser oscuro, pacientemente- el pavor…el
miedo y la desesperación…sabiendo que has fracasado…y que por tu culpa ya todo
está perdido…que no hay salvación alguna…
Derriper empleó una de las garras
negras de sus nuevas extremidades y, con sus afiladas uñas, empezó a hundirlas
en el estómago de la joven, donde también comenzó a apretar con fuerza.
Enseguida Erika sintió el tremendo dolor y estalló a gritar, sacudiendo de
manera violenta su cuerpo en el aire y tratando inútilmente de liberarse de las
cadenas que la apresaban:
- Eso es…siente el dolor…- dijo el
séptimo, tranquilo y torturándola sin piedad, mientras ella gritaba y
pataleaba, completamente indefensa a su merced- agoniza…lucha desesperadamente
por tu vida…siente cómo se escapa de tus manos sin poder hacer nada…siente el
auténtico dolor…siente el verdadero miedo y terror…
Mientras tanto Eduardo, situado un
poco más lejos tirado en el suelo, levantó la cabeza al oír los gritos
desgarradores de su amiga. Palideció al ver a Derriper y a la joven unos metros
más alejados de su posición, mientras ella gritaba profunda e inmensamente de
dolor, como nunca antes lo había hecho en toda su vida.
Su sangre roja manchaba el estómago de
la elegida y la garra negra, cuyas uñas la desgarraban por dentro a sangre fría
y sin piedad:
- ¡¡ERIKA!!- gritó Eduardo, asustado y
preocupado.
El chico de rojo trató de levantarse,
pero la fractura de sus huesos y costillas rotas le hizo gemir de dolor y caer
otra vez al suelo.
Sin embargo, esto no lo detuvo ni un
instante para volver a intentar levantarse. Con mueca de sufrimiento físico y
profundo dolor interno, apretó los puños y dientes y reunió fuerzas para seguir
luchando. Aguantó dolorosamente la tortura de su hemorragia interna y se
levantó lo más rápido que le permitía su grave estado, temblando. Una vez en
pie, echó a correr hacia el enemigo empuñando la llave espada en su mano y
gritando de rabia y furia:
- ¡¡Suéltala, bastardo!!
A punto estuvo de asestarle un
mandoble con el filo de su arma cuando la enorme espada oscura bloqueó la del
joven, a escasos centímetros de él. A continuación la otra garra negra que
quedaba se transformó enseguida en una fina katana negra, que atravesó
rápidamente el costado derecho de Eduardo.
Para rematar, y aprovechando el
aturdimiento de su oponente a causa del dolor, Derriper blandió de nuevo su
gran espada oscura y con ella le rajó horizontalmente el estómago, manchando su
filo de la sangre del joven. La potencia del golpe lo envió hacia atrás rodando
por el suelo, un poco más lejos:
- ¡¡EDU, NO!!- gritó Erika,
horrorizada al ver por un instante los hechos.
La tortura continuó y la chica siguió
gritando, incapaz de escapar de aquella carnicería que sin duda acabaría
matándola.
Su compañero de rojo estaba de nuevo
en el suelo, con dos cortes profundos más en su tronco y perdiendo mucha sangre
a cada segundo que pasaba. Un terrible mareo le inundaba la cabeza, y su visión
se hacía intermitentemente más borrosa, mezclándose también con la nitidez.
Estaba grave y urgentemente más herido
que antes, pero aún así no le importaba. Levantó de nuevo la cabeza y miró con
rabia y furia al ser oscuro, apretando los puños y dientes. Con el único deseo
de proteger y salvar a su amiga, Eduardo volvió a levantarse aguantando
inmensamente el dolor y echó a correr, otra vez sin dudarlo, a atacar a
Derriper y con un grito de furia.
Al igual que en la ocasión anterior,
el chico de rojo no pudo alcanzar con el filo de la llave espada a su oponente.
Esta vez el líder de la organización Muerte, además de volver a bloquear el
ataque con su enorme espada, transformó de nuevo la katana negra que tenía en
un látigo negro, con el que agarró uno de los tobillos del chico y tiró de él,
con tanta fuerza que lo arrastró por el suelo en un ángulo de ciento ochenta
grados.
La tortura continuaba y la joven
seguía gritando agónicamente de dolor. Eduardo alzó de nuevo la mirada tumbado
boca abajo en el suelo, temblando. Se estaba quedando sin ideas y debía pensar
rápido en algo, antes de que fuera demasiado tarde para su compañera:
“¡¡Maldita sea, como no haga algo,
Erika morirá!!”- pensó el chico en su mente, observando con rabia la tortura
frente a sus ojos- “¡¡Por mucho que le ataque de frente, siempre bloquea todas
mis ofensivas y vuelve a contraatacar!!”- a lo que luego se preguntó a sí
mismo, enfadado- “¡¡Mierda!! ¿¡Qué puedo hacer!?”
En ese momento se le encendió una
bombilla en la cabeza, al darse cuenta de que aún no habían probado a atacarle
con un hechizo mágico en concreto. No se lo pensó más, ya que no se le ocurrían
más opciones y, de no hacer nada, la chica moriría sin remedio.
El joven de rojo volvió a levantarse
otra vez, con profundo dolor, y echó a correr nuevamente hacia el enemigo.
Derriper no se dio cuenta de que Eduardo iba otra vez a la carga hasta que éste
reunió fuerzas para dar un gran salto de altura, impulsándose para contraatacar
por arriba.
Estando en el aire, el chico conjuró
rápidamente la magia ofensiva que tenía planeada, directa contra el séptimo:
- ¡¡Gravedad++!!
Para mayor sorpresa el elegido
descubrió que su enemigo no podía contrarrestar aquella magia, puesto que el
ser oscuro enseguida se apartó para esquivarla y evitarla.
Eduardo encontró la ocasión perfecta,
tras el ataque mágico, de romper las cadenas negras que sujetaban a Erika, ya
que éstas quedaron indefensas ante la mayor distancia que se produjo entre la
joven y la armadura.
Con un grito de furia el chico asestó
una rápida guillotina en el aire, partiendo a la mitad y destrozando las
cadenas negras que, una vez rotas, éstas desaparecieron y soltaron el cuerpo de
la joven.
Eduardo aterrizó torpemente tras el
salto, debido al grave y agotado estado en el que se encontraba, pero enseguida
volvió a ponerse en pie y, temblando y gimiendo de dolor, echó a correr hacia
el cuerpo tirado de su amiga, aparentemente inconsciente:
- ¡¡Erika!!
Sin embargo, nada más agacharse junto
a ella y rodearla entre sus brazos, una nueva bomba de aire los sorprendió a
ambos y los envió bastante más lejos, separándolos y rodando por el suelo.
En aquella ocasión Eduardo no pudo
volver a levantarse. Estaba ya totalmente exhausto y, aunque quisiera, su
cuerpo no le respondía. Había empleado la última reserva de magia que le
quedaba para poder salvar a Erika de la tortura, y tampoco tenía objetos de
recuperación tales como éteres o elixires.
Por otro lado su cuerpo había hecho un
gran esfuerzo moviéndose con graves y profundos cortes, y eso le había
provocado mayores heridas internas con cada acción realizada. Había perdido
tanta sangre que un terrible mareo le inundaba la cabeza y, al mismo tiempo, le
hacía intermitentemente borrosa y nítida la visión.
Sin duda su cuerpo había llegado al
límite, y él lo sabía. Tumbado boca abajo en el suelo, levantó la cabeza con
dificultad y esfuerzo, jadeando y respirando entrecortadamente:
- E…Eri…ka…- dijo, al ver a su
compañera también tirada en el suelo, inerte y un poco más lejos- por
favor…perdóname…
Ella no respondía, y el chico temía
que hubiera llegado demasiado tarde para salvarla. Giró en ese momento la
cabeza de cara a la armadura, situada a mucha mayor distancia entre ellos.
Eduardo palideció en el instante en que Derriper transformó las cuatro nuevas
extremidades de su brazo izquierdo en un gran cañón negro, con el que apuntó
directo hacia los dos jóvenes.
Cuando dicho cañón empezó a acumular
energía oscura, poco a poco, el joven supo lo que venía a continuación, y desde
ese momento perdió toda esperanza de ganar aquel último combate. Estando ellos
dos solos, exhaustos y debilitados, y sin la ayuda de sus amigos y de las
invocaciones, la derrota frente al séptimo siempre había estado presente, desde
el principio:
“¿Por qué…?”- se preguntó el chico de
rojo en su mente, viendo al enemigo preparando su ataque a lo lejos, y luchando
con las pocas fuerzas que le quedaban para seguir respirando- “Después de todo
lo que hemos pasado…y de todo lo que hemos luchado para llegar hasta aquí… ¿por
qué…? ¿por qué esto…tiene que acabar así?”
El ser oscuro seguía acumulando
energía, cada vez más grande y más peligrosa, y desbordaba una gran cantidad de
poder. Eduardo giró otra vez la cabeza de cara a su compañera, que continuaba
inmóvil y desmayada a pocos metros de él, y le dedicó unas últimas palabras:
- Lo siento…Erika…- dijo, a pesar de
saber que era muy probable que no lo oyera- si hubiera…sido más
fuerte…yo…habría podido salvaros…a todos…a Limaria…a La Tierra…habría podido
salvarte a ti…- declaró, muy triste y apenado- pero no lo soy…no soy
fuerte…porque…no he podido…cumplir la promesa…que te hice…
Con los ojos llenándose de lágrimas,
el chico finalmente le dijo, para acabar:
- Todo esto es por mi culpa…tú no
merecías esto…- afirmó él, compungido- Erika…por favor…perdóname…
Justo en ese momento Derriper terminó
de cargar energía, y el joven se dio cuenta al volver la mirada hacia él.
Pálido y horrorizado, Eduardo contempló cómo su enemigo por fin iba a disparar
su peligroso ataque.
Sin mediar palabra, el líder de la
organización Muerte los miró indiferentemente, al mismo tiempo que jadeaba y
respiraba con dificultad. La luz blanca sagrada que poco a poco lo devoraba le
estaba debilitando cada vez más, incluso hasta el punto de que le temblaba el
brazo izquierdo del cañón:
“Este…es el fin…”- pensó Eduardo, con
tristeza y pesar, en los últimos diez segundos.
Y justo en el último segundo, cuando
Derriper finalmente disparó el peligroso ataque del cañón oscuro, el joven
cerró los ojos y bajó la cabeza, esperando la muerte.
Pero sin embargo, aún no le había llegado
la hora.
Se produjo una gran explosión, tal y
como esperaba, pero sorprendentemente no le alcanzó. Tras el sonido de la gran
bomba estallar muy cerca de él, llegó un escalofriante silencio que sobrevino y
se apoderó por completo de la atmósfera.
Pasaron varios segundos sin que se
oyera nada, antes de que el chico de rojo se atreviera a abrir de nuevos los
ojos, poco a poco, y levantar la mirada arriba.
Lo que vio a continuación le dejó los
ojos y la boca abierta mudo de terror, a la vez que el corazón palpitando
débilmente entre dos latidos.
Frente a él, con las piernas y los
brazos estirados a ambos lados, mirando al suelo y ocultando su rostro, se
encontraba la chica que hasta hace nada él creía desmayada.
Enseguida comprendió que ella se había
interpuesto en el último momento entre el disparo y Eduardo, protegiéndolo del
ataque del enemigo. De alguna forma reunió valientemente las últimas fuerzas
que le quedaban, y con esas mismas fuerzas logró levantarse y echar a correr
para salvar a su amigo:
- E…Erika…- dijo el chico, pálido y
atónito, mientras la miraba- ¿por qué…?
Ella levantó la vista y lo miró a los
ojos, temblándole todo el cuerpo. Sonrió tierna y dulcemente, y le respondió
diciendo:
- Edu…ya te lo dije…una vez…- afirmó
la joven, jadeando y temblando. Se notaba que estaba en las últimas- si
empezamos esto juntos…lo terminaremos juntos…
A continuación le dijo, para acabar y
sin dejar de sonreír:
- Juntos…hasta el final…
Esas fueron sus últimas palabras,
antes de cerrar los ojos y de perder por completo las fuerzas. Eduardo gritó en
ese momento, con toda su alma y mientras su compañera caía:
- ¡¡ERIKA!!
Ni siquiera él mismo fue consciente de
que, en ese instante, algo ajeno a sus propias fuerzas lo impulsó a levantarse
y abrazar a su amiga, cuyo cuerpo no llegó a caer al suelo. El chico dejó que
la cabeza de ella se apoyara en su hombro, y con sus brazos rodeó y sujetó el
tronco de la elegida.
Como él también estaba escaso de
fuerzas, no aguantó mucho y se dejó caer de rodillas en el suelo:
- No…no…- decía Eduardo, triste y
sollozando- no…por favor…Erika…
Aún temblando, cogió con una mano la
cabeza de la chica por detrás y, con toda la delicadeza que le permitían sus
manos temblorosas, la tumbó boca arriba encima de sus rodillas.
Miró por un momento su dulce rostro,
ahora pálido y con los ojos cerrados, y luego bajó poco a poco su cabeza hasta
apoyarla en el pecho de ella. Lo que descubrió a continuación lo dejó
totalmente helado y horrorizado.
El corazón de Erika había dejado de
latir.
Por unos momentos el chico de rojo
olvidó todo lo que había a su alrededor, incluso hasta su propia existencia.
Todo había pasado tan rápido en tan poco tiempo que aún trataba de asimilar lo
ocurrido.
Por primera vez desde que se
embarcaron en aquella larga odisea para salvar el mundo, el corazón de la chica
dejó de latir. Y él sabía muy bien que, cuando un corazón no late ni palpita,
es porque la persona que lo tiene está muerta.
Eduardo estaba pálido y temblando, con
la expresión de miedo y horror todavía reflejada en su cara. No podía ni quería
creer que, después de todo lo que habían pasado juntos, su amiga de la infancia
hubiera perecido allí, en la última batalla y en sus propias manos.
Sabía muy bien lo que su muerte
significaba: el mundo de Limaria ya no tenía ninguna salvación. Sin ella, él
sólo no podía completar el proceso para destruir a Ludmort, y tampoco salvar el
planeta. Ahora que la elegida había muerto, ya de nada servía seguir luchando.
Todo cuanto habían hecho, todo cuanto
habían luchado, todo por cuanto se habían esforzado para llegar hasta allí, no
había servido de nada. Por primera vez, el mundo estaba condenado a morir bajo
la amenaza del monstruo Ludmort, y con él la extinción inminente y definitiva
de la raza humana.
Derriper transformó de nuevo el gran
cañón de su extremidad izquierda en un brazo y en una mano corriente, mientras
observaba en silencio a los dos jóvenes delante de él. Había sido testigo del
último acontecimiento y de cómo Erika se sacrificó para salvar la vida de su
compañero, empelando las últimas fuerzas que le quedaban.
El séptimo seguía jadeando y
respirando con dificultad, sin dejar de mirar al chico de rojo frente a él,
todavía de rodillas en el suelo. Eduardo seguía sujetando el cuerpo sin vida de
su amiga, con la cabeza aún apoyada en su pecho y ocultando su rostro.
Sollozaba por su pérdida y no parecía que fuera a levantarse:
- ¿Lo sientes…verdad? Es el precio de
los sentimientos…y del ser capaz de amar…- afirmó el ser oscuro, muy seguro de
sus palabras- es cierto que el amor puede llegar a ser…el arma más poderosa de
todas…pero también la más peligrosa…- dijo la armadura- pues…cuando se pierde a
un ser querido…sentimos que nos derrumbamos por completo…que todas nuestras
esperanzas e ilusiones se pierden…y que, en definitiva, se nos quitan las ganas
de vivir…
El joven no se movía. Seguía llorando
de rodillas en el suelo por la pérdida de su compañera, cuyas lágrimas caían
encima de ella:
- En cierto modo…los sentimientos
también son una peligrosa arma letal…pues pueden volverse en nuestra contra…y
hacernos sufrir incluso mucho más que la propia muerte…- dijo el séptimo,
tranquilo y pacientemente- al final acaban matándonos por dentro…a veces de
forma rápida e instantánea…y otras de manera lenta y gradual…pero, en cualquier
caso…no dejan de ser lo que son…simples e inútiles debilidades humanas
innecesarias…no son más que…
En ese momento Eduardo, cansado de
escuchar sus frías e insensibles palabras, alzó la voz gritando, enfadado:
- ¡¡CÁLLATE!!
Derriper no terminó la frase, debido a
la interrupción del joven. Se limitó a mirar, en silencio y tranquilamente,
cómo su oponente comenzó a hablar. El tono de su voz había cambiado
sorprendente y radicalmente, pasando de ser asustado y preocupado a rabioso y
furioso. La hostilidad emanaba de cada una de sus palabras:
- Ella…ella tenía sueños…tenía
familia, amigos…libertad, futuro, esperanzas, ilusiones…- pronunció, mirando
abajo y ocultando su rostro- tenía todo lo que necesitaba…para ser feliz…
El ser oscuro seguía mirándolo, sin
apartar la vista en ningún momento. Ni siquiera se sorprendió ni mostró gesto o
expresión alguna de sorpresa, cuando en ese instante una misteriosa aura roja
visible surgió de repente del cuerpo de Eduardo. Ésta empezó a rodearle todo el
cuerpo, hasta que acabó totalmente envuelto en ella:
- Siempre ayudaba…esperando no recibir
nada a cambio…y anteponía…las necesidades de los demás…antes que a los de ella
misma…- dijo el chico, que en ese instante colocó delicadamente el cuerpo de
ella en el suelo, y luego comenzó a levantarse, lento y con esfuerzo- era una
buena persona…que siempre luchaba por la justicia…
El líder de la organización Muerte
pudo apreciar, con mayor detalle, cómo las uñas de los dedos de las manos del
joven crecieron hasta hacerse más largas y afiladas, más propias de una bestia.
De la misma forma, sus incisivos caninos gruñendo de rabia también se
convirtieron en grandes y peligrosos colmillos, idénticos a los de un animal
salvaje.
A medida que se levantaba, con
dificultad y temblándole todo el cuerpo, el séptimo descubrió que también lo
hacía su aura mágica, que crecía rápidamente y a una velocidad sobrehumana.
Aquella nueva aura mágica no tenía nada que ver con la anterior con la que
llevaba luchando hasta ahora. Ésta resultaba mucho más monstruosa y aterradora,
y también la que le daba las nuevas fuerzas con las que se movía:
- No tenía miedo a luchar…a ser
valiente…y a defender lo que por derecho le correspondía…- decía Eduardo, aún
levantándose a duras penas- ella me enseñó a luchar…a no tener miedo ni
rendirme jamás…a creer en mí mismo y ser valiente…- afirmó, muy decidido y
seguro de sus palabras- desde que la conocí…ella…cambió mi vida para siempre…
Cuando el joven finalmente acabó de
ponerse en pie, caminó con pasos lentos y pesados rodeando el cuerpo de su
amiga, mientras seguía diciendo y mirando al suelo, ocultando su rostro:
- Ella me daba ánimo y fuerzas…y
también un motivo…una razón para vivir…
Una vez por delante y dándole la
espalda al cuerpo de Erika, el chico de rojo se detuvo de cara al enemigo.
Todavía mirando al suelo, desenfundó mágicamente la enorme llave espada dorada
en su mano, cuyo estado superior y más poderoso se mantenía gracias a la
influencia del aura mágica roja visible:
- Jamás te perdonaré…lo que has hecho,
Derriper…- dijo, desenfundando su arma, que luego añadió- por eso…y por todo lo
que le has hecho a la raza humana…yo…
En ese momento el joven finalmente
levantó la cabeza y miró de frente al ser oscuro. Las pupilas de sus nuevos
ojos animales, sumados a los colmillos, a las uñas afiladas de sus manos y a la
misteriosa aura roja visible que rodeaba su cuerpo por completo, le conferían
en su conjunto un aspecto más humanamente monstruoso y temible.
Su mirada, ahora peligrosa y salvaje,
transmitía no sólo rabia y furia, sino también un profundo e inmenso odio.
Apretó los puños y colmillos, gruñendo de enfado, y gritó con toda su alma y
todo su ser exclamando:
- ¡¡JURO QUE TE MATARÉ Y ACABARÉ
CONTIGO…AUNQUE ME CUESTE LA VIDA!!
Eduardo apretó con fuerza su puño
izquierdo, retrocedió el mismo brazo para preparar el ataque y, con un grito de
furia, pegó un puñetazo al aire en dirección a la armadura oscura. Tal era la
fuerza de su puño batiendo el aire que, con la sola acción de pegar, levantó
una poderosa ráfaga de viento, directa a Derriper.
El líder de la organización Muerte no
pudo evitar ni esquivar la fuerte ráfaga de aire, que se cubrió justo a tiempo
con las extremidades antes de que el viento lo alcanzara y lo enviara más lejos
hacia atrás.
Aterrizó de nuevo en el suelo y
frenando con las plantas de los pies, manteniendo el equilibrio, pero no tuvo
tiempo de recuperarse. Justo después de realizar el primer ataque, el joven
echó a correr a toda velocidad hacia el séptimo, a quien intentó asestar un
mandoble con el filo de su arma. Derriper logró bloquearlo a tiempo con su
extremidad izquierda ahora convertida en un enorme escudo negro, pero no fue
capaz de parar lo que siguió a las acciones de su oponente.
Con sorprendente rapidez, Eduardo
empleó su increíble fuerza sobrehumana para apartar a un lado el escudo negro
y, a continuación, propinarle un duro golpe con el codo izquierdo en el
estómago. Para rematar le dio otro golpe en el mismo lugar con la rodilla
derecha y, durante el mismo pequeño salto, estiró con gran flexibilidad la
pierna contraria hacia arriba a la altura de la cabeza del enemigo, con cuyo
pie le pegó una patada en toda la cara.
Al final, estando todavía en el aire y
de un giro rápido también a la derecha, le asestó por fin un tremendo golpe con
la llave espada, que lo envió rodando por el suelo hasta acabar un poco más
lejos.
La ofensiva del joven no terminó ahí.
Tirado en el suelo, Derriper alzó la vista arriba, al cielo, y vio que su
oponente había dado un gran salto de altura. Empuñando la enorme arma dorada en
sus manos por encima de la cabeza, caía en picado para atacarle con una
poderosa guillotina.
El ser oscuro se levantó justo a
tiempo y esquivó por los pelos el ataque de Eduardo, cuyo impacto provocó un
breve terremoto en la zona. Pero no tuvo tiempo de recuperarse, pues el chico
de rojo enseguida volvió a la carga y echó a correr otra vez hacia su enemigo,
gritando en todo momento de furia y de rabia.
La armadura trató de defenderse como
pudo con su arma y el poder de la oscuridad, pero ni siquiera ésta fue capaz de
detener el inmenso poder de Ludmort del que gozaba la gran llave espada dorada.
Derriper trató de herirlo atacando de
frente con su enorme espada oscura, de un poderoso mandoble vertical hacia
abajo que su oponente esquivó con facilidad. Situado el joven de una finta a su
izquierda, el séptimo transformó su extremidad del mismo lado en una guadaña
negra, con la que intentó alcanzarlo.
Pero falló de nuevo cuando Eduardo dio
un increíble salto mortal, de varias vueltas en el aire, por encima de su
cabeza, y fue a parar a su lado derecho. Todavía a su alcance, Derriper volvió
a atacarlo con un rápido sablazo horizontal de su arma oscura, a mano derecha,
pero su joven rival seguía siendo más rápido que él.
El chico de rojo dio una última finta
y se colocó justo por detrás de la armadura, donde acto seguido dejó de
esquivar y contraatacó a la velocidad del rayo, embistiéndolo con un placaje
que lo envió hacia delante.
Tal era su asombrosa velocidad
sobrehumana que, en un solo segundo, dio media vuelta al enemigo, colocándose
de nuevo frente a él. Estando cara a cara con el séptimo, y éste aún
desequilibrado por el golpe recibido en la espalda, Eduardo le pegó otro
puñetazo en la cara que volvió a mandarlo hacia atrás, violentamente.
Derriper dio varios traspiés, casi
perdiendo el equilibrio y a punto de caer al suelo, hasta que logró detenerse
tan sólo unos metros de distancia. Apenas levantó de nuevo la mirada cuando el
chico de rojo llegó corriendo otra vez hasta él y, veloz como un relámpago, le
asestó una combinación de ataques consecutivos encadenados, con su enorme llave
espada dorada.
Para acabar, dio un salto y apoyó
ambos pies en el pecho de la armadura, desde donde se impulsó y dio otro nuevo
salto hacia atrás, a la vez que el ser oscuro caía de espaldas al suelo, debido
a la potencia del impulso de su oponente.
Estando en el aire Eduardo apuntó con
la llave espada hacia abajo, directo al enemigo, y disparó una gran bola de
fuego característica del hechizo mágico Piro++. El ataque impactó de lleno en
el objetivo y provocó una tremenda explosión propia de una magia de nivel
avanzado.
El joven cayó de nuevo con los pies en
el suelo, y se quedó observando la humareda mientras gruñía de enfado. Sabía
que su oponente aún no había muerto, ya que podía sentir su aura mágica todavía
latente.
Pasaron varios segundos de silencio
antes de que, finalmente y de repente, el séptimo pasara otra vez a la acción.
Del humo negro surgió una cadena
negra, que agarró el brazo izquierdo de Eduardo y trató de tirar de él. Sin
embargo el chico no avanzó más de dos metros, arrastrando las plantas de los
pies, antes de que clavara su propia arma en el suelo. Sirviéndole la llave
espada como ancla inamovible, y agarrando su mango con la mano derecha, tiró
hacia sí mismo con la izquierda, arrastrando al enemigo con la cadena que los
unía.
Gracias a la terrible y abrumadora
fuerza sobrenatural del joven, éste levantó en el aire a Derriper y, dando
media vuelta, lo condujo hasta estrellarlo brutalmente contra el suelo. Repitió
el mismo proceso varias veces, levantando por los aires al séptimo e
impactándolo con dolorosos golpes en el lugar donde pisaban, en todas direcciones.
Sus continuos movimientos recordaban a
los de un niño pequeño jugando con un muñeco de trapo, pero a lo bestia.
Y cuando Eduardo se cansó de abatirlo
y de arrastrarlo por el suelo como si fuera un juguete, alzó la cadena negra
que los unía y, haciéndola girar, dio numerosas vueltas al dios oscuro en el
aire, por encima de su cabeza.
Tras cientos de vueltas mareantes para
Derriper, finalmente el chico de rojo lo lanzó más lejos, a una increíble
velocidad. Acto seguido extrajo la llave espada aún anclada en el suelo, y
rápidamente apuntó con ella al enemigo que se alejaba disparado por el aire.
El arma sagrada dorada se estiró en
ese momento, aumentando exageradamente la longitud de su filo hasta kilómetros
de distancia. Tal era su inaudita velocidad de estiramiento que superó y
alcanzó a Derriper, atravesándole en pleno centro del estómago y deteniéndolo
en seco.
Aún estando en el aire, y sujetado por
la llave espada, Derriper no pudo liberarse cuando ésta comenzó de repente a
encoger la longitud de su filo, volviendo hacia atrás y recuperando su tamaño
normal.
Mientras el séptimo se aproximaba a su
oponente a una increíble velocidad sónica, Eduardo cerró su puño izquierdo y
cargó en él toda la fuerza que tenía. Lo alzó a la altura de su cabeza y lo
retrocedió para atrás, en posición de ataque. Cuando su enemigo estaba a punto
de llegar hasta él, el chico de rojo finalmente, con todas sus fuerzas y
gritando de rabia, le pegó un brutal puñetazo en toda la cara, que volvió a
enviarlo muchísimo más lejos rodando por el suelo.
Derriper estaba otra vez tirado,
tumbado boca abajo en el suelo y gravemente herido. Comenzó a mover de forma
lenta sus extremidades, temblando y jadeando del cansancio, las cuales apoyó en
el suelo y empezó a levantarse, a duras penas y con dificultades:
- Ya veo…- dijo el ser oscuro,
vomitando espumarajos de sangre negra por la boca- ahora entiendo lo que pasa…
Levantó la vista al frente, donde,
situado a muchos metros de distancia, Eduardo lo observaba fijamente y gruñendo
de rabia. Estaba parado y en guardia, esperando a que la armadura se levantara
de nuevo para seguir luchando:
- Parece que sólo te
transformas…cuando experimentas una auténtica situación de impacto y
sufrimiento emocional…como, por ejemplo, la pérdida de un ser querido…- afirmó
el séptimo, mientras poco a poco se levantaba- otra razón de más…por la
inutilidad de las emociones humanas…dependes de tus sentimientos para
transformarte…
Cuando, por fin, Derriper terminó de
ponerse en pie, volvió a adoptar su postura de combate, a la vez que apuntaba
con su brazo izquierdo hacia él. Alzó la voz diciendo, muy seguro de sus
palabras:
- ¡¡Después de todo…no dejas de seguir
siendo un experimento fallido!!
La extremidad izquierda del líder de
la organización Muerte se transformó en dos segundos en seis alargados brazos,
con garras negras al final de cada extremo. Cada una de esas nuevas
extremidades disparó, en cuanto el joven echó a correr hacia él, uno de los
hechizos mágicos elementales: Piro, Hielo, Electro, Aqua, Aero y Gravedad.
Sin embargo, ninguno de los ataques
mágicos alcanzó a Eduardo, que se movía corriendo a cuatro patas como un animal
salvaje, en zigzag y a una velocidad supersónica. Su grito de furia y rabia
descontrolada se oía por todo el espacio infinito en el que se encontraban,
cuyo estado furioso asustaría y haría temblar incluso al más valiente.
El chico de rojo era tan
asombrosamente veloz que Derriper no se dio cuenta de que su oponente llegó
hasta él hasta que, en un arrebatado salto y magistral giro rápido en el aire,
Eduardo le golpeó con el filo de su gran y enorme llave espada dorada.
El golpe letal del joven lo envió más
lejos rodando por el suelo, que rebotó sólo tres veces antes de que el elegido
reapareciera a la velocidad del rayo por detrás, justo en la dirección donde
iba a parar, y le asestara otro nuevo mandoble con su arma.
De esta manera se desencadenó una
feroz tormenta de ataques y golpes consecutivos por parte de Eduardo que,
moviéndose con increíble agilidad y velocidad sobrehumana, atacaba sin respiro
ni descanso a su enemigo. El ser oscuro, incapaz de reaccionar ni de
contraatacar, salía disparado violentamente de un lado a otro como una pelota
en continuo movimiento, recibiendo numerosos golpes letales por todo su cuerpo
sin parar.
La mayor parte de la brutal paliza que
le estaba dando el chico, atacando con toda su furia y fuerza animal
descontrolada, la recibió a golpes en el suelo o volando por los aires.
Derriper experimentaba de antemano la
fuerza de su propio poder, del de Ludmort, mientras el joven monstruo le
provocaba serios y graves daños en todo su cuerpo, con cada golpe que recibía.
Desde luego, el séptimo no recordaba nunca haber recibido antes una violenta e
inhumana paliza como aquella.
Después de varios minutos de intensos
golpes brutales, que habrían matado de uno solo a todo aquel que no llevara
sangre de Ludmort por sus venas, Eduardo decidió poner fin a aquella última
batalla.
Tras empujar hacia delante y
desestabilizar a la armadura durante unos segundos, el chico de rojo empuñó con
más fuerza su arma sagrada. Corrió nuevamente hacia él y exclamó, con imponente
grito de furia y pupilas animales asesinas:
- ¡¡Último Arcano!!
Tras estas palabras, y con una rápida
e increíble velocidad, el joven atacó a su enemigo empleando una combinación de
golpes consecutivos y encadenados, con la gran llave espada dorada. Todos
acertaron de lleno en el objetivo, que no pudo evitar ni esquivar la técnica
debido a la velocidad de su oponente.
Sin embargo, una nueva y terrible sorpresa
ocurrió a continuación.
Justo cuando Eduardo iba a rematarlo
con el último y definitivo mandoble, un nuevo golpe interior sacudió de repente
su corazón, que lo hizo palpitar débilmente entre dos latidos. Tal fue la
magnitud de aquel imprevisto cardíaco que, tras sentir la sacudida en el resto
de su cuerpo, el chico sintió perder de repente toda la fuerza animal que hasta
ese instante sentía. Con los ojos y la boca abierta mudo de terror, el joven
contempló horrorizado cómo su velocidad disminuyó y volvió a la normalidad.
También presenció delante de sus ojos,
aún sin creérselo, cómo Derriper reaccionó de nuevo justo a tiempo para
esquivar el último ataque, apartándose a un lado. No podía creer lo que acababa
de pasar:
“¿¡Pero qué…!?”- se preguntó el chico
en su mente, perplejo y atónito.
Al volver de nuevo a su velocidad
normal, estaba otra vez a la altura del séptimo, con su lamentable estado de
agotamiento y fatiga: exhausto y agotado.
Y fue por esta misma razón por la que
no pudo reaccionar a tiempo, cuando el ser oscuro le rajó con su enorme arma en
toda la espalda, por sorpresa. A continuación, y aprovechando la debilidad de
su oponente, transformó rápidamente su extremidad izquierda en un martillo
negro, con el que le pegó un brutal golpe en toda la cara. La potencia del impacto
lo envió un poco más lejos, rodando por el suelo.
El elegido abrió de nuevo los ojos
poco a poco, con esfuerzo. Cada vez se le nublaba más la vista mientras abría
los párpados, a la vez que también se hacía nítida, intermitentemente.
Al principio no lo creía, pero ahora
sí estaba completamente seguro: la fuerza animal, el poder de Ludmort que
corría por sus venas, lo había abandonado repentinamente, al igual que su
increíble fuerza sobrenatural. Y lo supo desde el instante del golpe cardíaco,
que lo afectó y debilitó en un solo segundo.
Ahora estaba de nuevo igual o peor que
al principio del combate: totalmente agotado y exhausto. Le temblaba todo el
cuerpo y jadeaba del cansancio, respirando con dificultad.
Sin embargo, lo más sorprendente de
todo era que, a pesar de sentirse débil, todavía conservaba su estado de
transformación en monstruo. Aún tenía las uñas de sus manos largas, los
afilados colmillos en su boca, las pupilas de animal salvaje en sus ojos, y la
misteriosa aura roja envolviendo su cuerpo.
La llave espada en su mano también
seguía siendo grande y dorada, tal y como así la mantenía el poder de Ludmort:
“¿¡Por qué…por qué sigo transformado
en monstruo!?”- se preguntó Eduardo en su cabeza, confuso y sin entender nada-
“¿¡Qué es…lo que ocurre!? ¿¡Qué me está pasando!?”
Se sorprendió todavía más, al levantar
la cabeza al frente, cuando vio que Derriper también sufrió en ese momento un
ataque cardíaco dentro de él. La misma sacudida interna que el chico de rojo
sufrió hace unos instantes igualmente afectó al líder de la organización
Muerte, que gimió de dolor y cayó, apoyando una de las rodillas en el suelo y
también su enorme espada oscura, como punto para no derrumbarse.
El joven no entendía nada de lo que
estaba pasando, hasta que su enemigo empezó a hablar lenta y pesadamente:
- Tal y como pensaba…tú también
estás…en la misma situación que yo…- afirmó el ser oscuro, temblando y
respirando con esfuerzo, jadeando- y eso…es lo que debilita…tu poder de
Ludmort…
Eduardo seguía sin comprender nada,
por lo que preguntó, confuso y perplejo, pero sin perder la rabia y el odio en
sus palabras:
- ¿De qué estás hablando?
- ¿Todavía no lo entiendes?- dijo el
séptimo, con indiferencia- estúpido necio e insolente crío humano…
En ese momento Derriper comenzó a
hablar, aún arrodillado débilmente en el suelo. Su voz grave, aunque débil y
entrecortada, se mantenía tranquila e impasible:
- Mira a tu alrededor…contempla el
espacio infinito en el que estamos…
El chico movió la cabeza lentamente a
ambos lados, observando la absoluta materia oscura que los rodeaba. Desde
luego, si aquello era otro mundo onírico nacido de un sueño, no se parecía en
nada a la ciudad ilusoria de Eleanor. Aquel lugar era tan oscuro, solitario y
deprimente, que solo el vacío silencioso del universo podía compararse a él.
Sin embargo, Eduardo seguía sin saber
a dónde quería llegar el séptimo. Volvió de nuevo la vista al frente, cuando
Derriper continuó hablando y diciendo:
- Fue aquí, en este mismo lugar, donde
vinieron a parar la mitad del poder de los seis elementos…tras el pacto de los
seis dioses para crear Limaria…- explicó el ser oscuro, pacientemente- fue
aquí, en este espacio vacío infinito, donde también los seis elementos se
reunieron y explotaron…dando vida a un nuevo y séptimo elemento, a un nuevo y
séptimo dios…
El joven se sorprendió de repente en
ese momento, al descubrir el importante sitio en el que se encontraban:
- ¡¡Pero, entonces…!!- dijo el chico,
perplejo- ¿¡Eso quiere decir que…!?
- Exacto…- afirmó el líder de la
organización Muerte- de esta oscuridad infinita nací yo, y también Ludmort…- a
lo que luego añadió, con siniestras palabras- o mejor dicho…de donde nacimos tú
y yo.
- ¿¡QUÉ!?- exclamó Eduardo, atónito y
con la boca abierta.
Aquellas palabras hicieron que un
gélido escalofrío le recorriera la espalda al joven. Se le pusieron los pelos
de punta con solo imaginar que él mismo había nacido en ese vacío y solitario
lugar, absolutamente reinado por la oscuridad:
- No…te equivocas…- respondió el
elegido, tratando de sobreponerse- yo…soy el resultado de un experimento
genético…creado por la organización Muerte…- explicó, temblando y jadeando del
cansancio- yo…nací en un laboratorio…no en este sitio…no en este lugar…
Derriper también temblaba y respiraba
con dificultad. Siguió hablando mientras decía:
- Puede que tu cuerpo material naciera
en un laboratorio…pero tu poder, tu esencia, la materia suprema que portas y
eres capaz de utilizar…proviene de estas tinieblas…- explicó el séptimo, muy
tranquilo y seguro de sus palabras- porque tú y yo…nacimos de la más pura y
absoluta oscuridad.
Lo que dijo la armadura a continuación
dejó completamente pálido y horrorizado a Eduardo, con los ojos y la boca
abierta mudo de terror:
- La razón por la que ambos estamos en
las últimas y a punto de morir…es que, tal y como el monstruo Ludmort, tú y yo
somos parte de un solo ser…porque los dos juntos, formamos una única vida…una
sola existencia.
Tal afirmación golpeó interiormente al
chico de una forma violenta y repentina. Aquella información le afectó de tal
manera que por unos momentos el joven olvidó todo a su alrededor. No quería
creer que Derriper y él eran parte de un solo ser, como las dos caras de una
misma moneda. Se trataba de una idea escalofriante y aterradora:
- No…no es cierto…- dijo Eduardo,
ahora temblando no solo de dolor, sino también se miedo- estás mintiendo…tú y
yo no somos iguales…
- Estoy en lo cierto…y tú mismo lo
sabes…aunque lo niegues…- afirmó el séptimo, seriamente- ¿cómo si no eres capaz
de explicar…que podamos comunicarnos telepáticamente? ¿Cómo explicas
entonces…que los dos estemos sufriendo al mismo tiempo…un ataque cardíaco?
¿Cómo explicas que nos encontremos tan débiles y agotados…luchando el uno
contra el otro?
El chico de rojo trataba de asimilar
toda la información de su enemigo, cuyas palabras lo dejaban cada vez más
confuso y pálido. Apoyó los brazos en el suelo y empezó a levantarse,
lentamente y con esfuerzo, gimiendo de dolor:
- Pero también tienes razón…pues tal y
como dices, tú y yo no somos del todo iguales…- continuó hablando Derriper,
mientras su oponente se levantaba frente a él- a pesar de tener el mismo poder,
la misma fuerza…lo que nos diferencia son nuestros corazones…
Eduardo se quedó perplejo al oír aquello.
Preguntó en voz alta al ser oscuro, mientras seguía levantándose:
- ¿Nuestros…corazones?
Hubo una pequeña pausa tras la
pregunta, de varios segundos de silencio. El líder de la organización Muerte
esperó a que el joven terminara de levantarse, y él mismo también dejó de
apoyarse en la gran espada oscura para hacer lo mismo que Eduardo. Cuando los
dos por fin se pusieron en pie, temblándoles todo el cuerpo y jadeando del
cansancio, Derriper retomó la charla respondiendo a la pregunta:
- Fuiste creado para convertirte en un
segundo Ludmort…con su mismo poder y sus mismas facultades…en cierto modo, eres
un portador de la materia suprema artificial…- explicó el ser oscuro,
lentamente- tu nacimiento supone toda una revolución científica…un gran paso en
la conquista de esta guerra de dioses…
El chico de rojo seguía escuchando las
palabras de su enemigo, sin dejar de mirarlo con odio y rabia en sus ojos
animales. La gran llave espada dorada seguía en su mano, con media longitud de
su hoja apoyada en el suelo, debido a las escasas fuerzas de su portador:
- No sé si eres consciente, pero…tú
representas la primera reencarnación de Ludmort en un ser humano…el primer
monstruo creado artificialmente y con éxito…- siguió diciendo el séptimo, en
todo momento tranquilo y paciente- y también el primer y único ser vivo, aparte
de Ludmort, con el que comparto mi vida y mi existencia…
Fue en ese momento cuando Derriper
finalmente respondió a la verdadera pregunta que había formulado Eduardo
minutos antes, la de los corazones:
- Sin embargo, hace poco me di cuenta,
después de todos estos años…de que tú no eres igual a mí…sino todo lo
contrario…- afirmó el líder de la organización Muerte, muy seguro de sus
palabras- tú eres…el lado justo, la parte buena de mí mismo.
El joven no pudo evitar sorprenderse
ante tales palabras del séptimo, que preguntó confuso y sin perder la rabia y
el odio que sentía:
- ¿Qué…qué quieres decir?
El ser oscuro volvió a hablar de
nuevo, mientras su oponente lo miraba un poco más lejos, igual de cansado y
exhausto que él:
- Lo supe desde nuestro primer
encuentro en Nautigh, bajo mi forma de Alejandro…y a medida que te conocía las
siguientes veces que nos veíamos…- explicó Derriper, recordando el pasado- en
todas esas ocasiones, tú siempre reías y sonreías de felicidad…siempre te
mostrabas siendo tú mismo, atento y preocupado por los demás…siempre tratabas
de ser valiente, aún cuando en realidad tenías mucho miedo…siempre eras tan
inocente e ingenuo, tan débil…que me reía de lo increíble buena persona que
podías llegar a ser…
Eduardo temblaba y respiraba con
dificultad, igual que el líder de la organización Muerte mientras hablaba:
- Tú representas toda la justicia, el
amor y la bondad…aspectos humanamente positivos y agradables…todo lo contrario
a lo que yo represento como negativo y desagradable…la injusticia, el odio y la
maldad…- explicó el ser oscuro, mirando fijamente al chico- al contrario que mi
corazón frío, oscuro y egoísta…el tuyo es cálido, claro y justo…y ahí se
encuentra la gran diferencia que hay entre nosotros…que, a pesar de ser los dos
parte de un solo ser…nuestros corazones son total y completamente opuestos.
Al joven le costaba asimilar toda la
información que estaba recibiendo de aquella manera tan rápida, con las ideas
seguidas una detrás de otra. Estaba igual de confuso que su enemigo al
principio, cuando descubrió la verdad:
- Lo sé…yo también pensaba al
principio que, como parte de mí, tú también serías igual que yo…pero no resultó
ser así…- afirmó Derriper, con indiferente seriedad- desconozco la razón a
esto…y puede que, al igual que tus falsos recuerdos implantados, quizá también
adquirieras los buenos sentimientos de Gabriel…el portador de la materia
suprema original.
Lo que dijo el séptimo a continuación
dejó muy sorprendido a Eduardo, en cuanto oyó decir las siguientes palabras:
- Ambos pertenecemos a un solo
ser…somos parte el uno del otro…estamos conectados a una misma vida, a una sola
existencia…y, sin embargo, al mismo tiempo somos diferentes…nuestros corazones
son diferentes…- dijo el ser oscuro, muy seriamente y convencido de sus
palabras- mientras que tú eres la bondad, yo soy la maldad…mientras que tú eres
el bien, yo soy el mal…mientras que tú eres el día, yo soy la noche…y, de la
misma forma, mientras que tú eres la luz, yo soy la oscuridad…
Derriper formuló en ese momento una
misteriosa pregunta, justo después de la última palabra:
- Dime… ¿sabes lo que eso significa?
Ante el silencio por respuesta del
chico de rojo, el líder de la organización Muerte aclaró con su grave y herida
voz profunda:
- Tal y como cualquier elemento
opuesto de la naturaleza, nosotros también estamos destinados a luchar el uno
contra el otro…y lo hemos estado siempre, desde el principio, en un largo e
irreversible proceso del destino, que de una forma u otra nos ha traído hasta
aquí…hasta este combate…- explicó la gran armadura, impasible- los dos somos
criaturas engendras…aberraciones de la naturaleza…horribles monstruos creados
por los dioses, que ponemos en peligro el equilibrio natural…y que nunca
deberíamos haber existido…
> Ambos fuimos creados para
destruir el mundo, para sembrar el caos y la destrucción a nuestro paso…para
romper el equilibrio…- aseguró Derriper, con total y absoluta convicción de sí
mismo- y, sin embargo, debido al contraste y a la rivalidad de nuestros
corazones, estamos destinados a enfrentarnos continuamente…así, por siempre,
hasta el final de los tiempos…
El ser oscuro retomó la pregunta
inicial del muchacho, en ese entonces:
- Por eso nos estamos matando a golpes
el uno al otro…y también a nosotros mismos…por eso, desde el instante en que
Erika y tú atravesasteis mi corazón con las dos armas sagradas, los dos nos
condenamos automáticamente a la muerte…por eso ambos nos sentimos tan débiles y
con repentinos ataques cardíacos…porque nos estamos muriendo…- explicó el
séptimo- al ser los dos parte de un solo ser…nos necesitamos con vida para
poder sobrevivir…del mismo modo que, si uno muere, el otro también lo hará con
él…
Fue en ese momento cuando Derriper
esbozó una siniestra y diabólica sonrisa, muy propia de él, cuyas siguientes
palabras le siguieron diciendo:
- Por eso decidí terminar esta pelea
en el mismo sitio donde nacimos…en el mismísimo corazón de la oscuridad de
donde nunca debimos haber existido ni salido…en el mismo lugar “donde empezó
todo”.
El chico de rojo se quedó atónito y
perplejo, al reconocer las mismas palabras que le dijo el científico Rodvar en
la base de la organización Muerte:
- Es el escenario apropiado para
nosotros…un buen lugar para morir…- a lo que luego añadió, sin dejar de sonreír
con malicia- ¿no lo crees, Eduardo?
El joven elegido no respondió a la
pregunta. Estaba total y completamente pálido y horrorizado, con los ojos y la
boca muy abierta mudo de terror. Le temblaba todo el cuerpo, mientras por fin
asimilaba todo lo que le había dicho Derriper. Se quedó pálido y boquiabierto
de la sorpresa al descubrir ahora, de repente, que todas las piezas encajaban.
No sólo no había descubierto la
respuesta a su débil y agotado estado, sino también la razón que lo vinculaba
tan vitalmente a Ludmort y al líder de la organización con la que tanto habían
luchado.
De repente ahora todo cobraba sentido.
Fue en ese momento cuando el chico
entendió la cita correspondiente al lugar de la última batalla: “Donde empezó
todo”. No se refería al colegio ni a la ciudad ilusoria de Eleanor, sino al
inmenso espacio de tinieblas donde reinaba la oscuridad infinita. Al contrario
que éste, el primer sitio onírico debió de surgir a partir de los recuerdos infantiles
de Erika y Gabriel.
Viendo el expresivo rostro de sorpresa
y perplejidad del joven, la armadura volvió a hablar diciendo, tranquilamente:
- ¿Sorprendido, Eduardo?- preguntó,
con sonrisa irónica- pues eso no es, ni mucho menos, lo más interesante de
todo…porque hagas lo que hagas, Ludmort acabará destruyendo el planeta…después
de todo, yo ya he ganado desde el principio…
- ¿¡QUÉ!?- exclamó el chico de rojo,
pálido y atónito.
El líder de la organización Muerte
soltó un par de risas malvadas por lo bajo, todavía sin dejar de sonreír
maléficamente:
- ¿Mirto no te lo había dicho? ¿De
verdad no conoces el secreto que guardan las llaves espada?
De nuevo su oponente se quedó pálido y
en blanco, dando a entender que no comprendía nada de lo que estaba diciendo.
El séptimo respondió otra vez, tras unas breves risas malvadas y como si
aquello fuera un juego de niños:
- Está bien…como de todas formas no sobreviviremos
a esta pelea, no veo motivo para ocultarlo…después de todo, quiero que sepas y
conozcas el secreto…la verdad acerca del auténtico poder de las llaves
espada…antes de morir…
El ser oscuro dejó una pausa, antes de
volver a hablar. Inició otro nuevo tema, ajeno al vínculo vital que mantenían
ambos adversarios, pero igualmente de suma y gran importancia:
- Se dice que, de las dos armas
sagradas, la llave espada surgió mucho antes…y la vara mágica, mucho después…-
explicó Derriper, tranquilamente- es cierto que ambas armas poseen un increíble
e inigualable poder en todos los sentidos, incluso en combate…cada una a su
manera…ya que son las únicas capaces de llamar y controlar voluntariamente a
los G.F…pero, sin embargo, la primera cuenta con dos especiales dones que la
segunda no posee…y que, lógicamente, sólo los conocen los portadores de las
mismas…
Eduardo escuchaba, prestando atención
a todas y cada una de las palabras de su enemigo. En ese instante recordó,
fugazmente, la ocasión en que se adentró con Mirto en la sala de las voces de
los oráculos, durante su estancia en el Templo Sagrado. Recordaba que él mismo
le había dicho no revelarle nada de lo acontecido en aquella sala a nadie, y
mucho menos a Erika:
- El primer don, como ya sabrás, es el
de escuchar las voces de los oráculos…habilidad que nunca ha tenido la vara
mágica…- explicó el séptimo- y el segundo, del que ese anciano no llegó a
hablarte, es el poder de la creación…el poder de cambiar el mundo…
El chico de rojo se quedó boquiabierto
y perplejo al oír el segundo don de su arma sagrada:
- ¿¡El poder…de cambiar el mundo!?
Derriper continuó hablando, para el
repentino asombro de su oponente. Su voz grave y profunda helaba la sangre de
todos cuanto lo oyeran:
- Desde siempre, y desde la primera y
primitiva llave espada que acabó con Ludmort hace miles de años, el planeta
lleva cambiando y regenerándose continuamente…- explicó el ser oscuro- cada
generación de llaves espada cumple, al matar a Ludmort, su función de cambio y
regeneración del mundo…y, al hacerlo, termina su ciclo…que empezará más tarde
otra misma arma sagrada…dicho de otro modo…todas las llaves espada tienen y
cumplen el mismo ciclo, desde que eligen a su portador hasta que acaban con
Ludmort…y, una vez hecho esto, las suceden otras nuevas llaves espada…una y
otra vez sin parar…igual que el ciclo de la vida…
Hasta ese punto Eduardo lo entendía
todo. Comprendía que todas las llaves espada sin excepción antes que la suya
habían pasado por un ciclo, y que el fin último de dicho ciclo era matar a
Ludmort, para así poder cambiar y regenerar el planeta.
Gracias a ese don, el mundo siempre se
había mantenido a base de cambios y regeneraciones, durante miles de años,
debido a la intervención continua de las llaves espada.
- Sin embargo, las armas sagradas por
sí solas no son capaces de transmitir esa energía creadora y renovadora…porque
no la tienen…- siguió diciendo el séptimo- para tal labor deben elegir a
alguien que las porte, a alguien que sí tenga esa energía…y aquí es donde entran
en juego los portadores de las llaves espada…
El joven siguió escuchando atentamente
las palabras del líder de la organización Muerte, mientras hablaba:
- Las armas sagradas son muy exigentes
a la hora de escoger a alguien que las empuñe…no eligen a un portador
cualquiera, sino a una persona que cumpla dos condiciones…la primera, que posea
dicha energía creadora y renovadora, porque no todos la tienen…y la segunda,
que sea una buena persona…atributo que califican con sólo ver su corazón…-
explicó Derriper- de esta forma ambos elementos se necesitan el uno al otro…ya
que una persona con esta energía no puede catalizarla sin un arma sagrada…y la
propia arma necesita de un portador para transmitir dicha energía…sólo así los
dos, portador y arma, son capaces de cambiar y renovar el planeta…de mantenerlo
vivo de la amenaza del monstruo Ludmort.
Eduardo seguía entendiéndolo todo, sin
muchos problemas. Ahora comprendía la relación que se establecía entre el
portador y su llave espada: la persona que la empuñaba, tras acabar con Ludmort
y gracias a ella, empleaba su propia energía y poder creador para renovar el
mundo. Sólo así era posible cumplir la función del arma sagrada y mantener vivo
el planeta, al menos durante un ciclo.
Supo que el discurso del ser oscuro no
había acabado en cuanto éste siguió hablando, con toda paciencia y
tranquilidad, aún sabiendo el lamentable estado en el que se encontraba:
- Sin embargo, poseer este inmenso
poder también conlleva un gran inconveniente…que la duración de su energía
creadora y renovadora varía indefinidamente por debajo de la cantidad de años
de vida su portador…- explicó la gran armadura- esto quiere decir que, cuando
el elegido de la profecía de ese ciclo mata a Ludmort, existe la posibilidad de
que su poder de renovación dure más o menos un número indefinido de años,
siempre por debajo de la cantidad de años de vida que tenga…hasta que empiece
el siguiente ciclo de la próxima llave espada…
El chico de rojo se quedó perplejo y
atónito, al comprender la última información recibida. Lo que el inconveniente
del poder de la creación quería decir es que, al acabar con Ludmort, éste
monstruo volvía a aparecer años después, dependiendo de la cantidad de años de
vida del portador de la llave espada.
Así, por ejemplo, si el elegido de un
ciclo tiene treinta años, el monstruo Ludmort podría volver a aparecer entre
uno y veintinueve años después, dependiendo de la suerte.
Recordando el caso de Mirto, si el
anciano tenía aproximadamente setenta años y acabó con Ludmort hace quince, con
cincuenta y cinco, la amenaza surgió poco tiempo después: pasados tan sólo
quince años. Una cantidad de tiempo que no alcanzaba ni la cuarta parte de su
vida total.
En su propio caso Eduardo, que contaba
únicamente con catorce años de vida, Ludmort volvería a renacer en un escaso
período comprendido entre uno y trece años después, al azar y dependiendo de la
suerte. Al ser tan joven, la cantidad de tiempo de su poder de regeneración era
relativamente ínfima y ridícula, en comparación con otros elegidos de mayor
edad como Mirto:
“¡¡Oh, no!!”- pensó el joven en su
mente, horrorizado- “¡¡El ciclo de mi poder de regeneración es mucho más corto
que el de los anteriores elegidos que lucharon antes de mí!!”
Con la cara pálida y aterrorizada, no
se imaginaba que las siniestras sorpresas aún no habían acabado, sin saber que
todavía la más escalofriante de todas estaba aún por llegar:
- Como imaginarás, en los inicios de
este ciclo de cambio y regeneración sin fin, los primeros portadores de la
llave espada, para completar el proceso y acabar con Ludmort, no tenían más
remedio que suicidarse ellos mismos con su propia arma…- explicó Derriper- y
eso, lógicamente, les restaba tiempo no sólo de vida, sino también de años de
su poder de regeneración…lo cual hacía que Ludmort volviera a renacer en un
período de tiempo más corto que si vivieran más años…
Lo que dijo el ser oscuro a
continuación heló la sangre de Eduardo y oyó su corazón palpitar entre dos
débiles latidos, al mismo tiempo que su rostro adquiría un semblante pálido y
horrorizado:
- Para contrarrestar este
inconveniente, los dioses idearon una nueva artimaña…algo que prolongara la
esperanza de vida de los portadores de la llave espada…y para eso crearon la
segunda arma sagrada, la vara mágica, mucho tiempo después…- explicó el ser
oscuro- para completar el proceso de un ciclo, se necesita el sacrificio de la
vida del portador de cualquier arma sagrada de ese ciclo, ya sea tanto de la
llave espada como de la vara mágica…
> Con la introducción de la segunda
arma sagrada, los portadores de la primera recibieron la orden de los dioses de
matar a los portadores de la segunda, para que éstos ocuparan su lugar en el
sacrificio del proceso…y su esperanza de vida aumentara…- explicó el séptimo,
seriamente- en otras palabras…los portadores de la vara mágica nacieron para
ser sacrificados ante Ludmort…y así lo ha sido desde siempre, por el bien de la
regeneración del planeta.
El chico de rojo se había quedado
total y absolutamente aterrado y paralizado. Acababa de descubrir la oscura
verdad que se escondía detrás de los elegidos de la profecía y de las armas
sagradas. Una verdad tan terrible y tan oscura que ni él mismo quería creer.
Con el corazón encogido y asustado, deseaba que todo aquello fuera una pesadilla.
Ahora Eduardo lo entendía todo. Ahora
comprendía perfectamente la razón por la que Mirto nunca hablaba acerca de su
compañera, ni tampoco del mismo momento en que ambos lucharon contra Ludmort
hace quince años. Las lágrimas que recordaba caer por sus mejillas eran la
prueba de que, aquellos hechos y acontecimientos del pasado, lo habían marcado
de esa manera para el resto de su vida.
De la misma forma también entendía el
por qué las voces de los oráculos le habían dicho que matara a su amiga, al
igual que el anciano le dijo que tampoco le revelara nada a la chica sobre el
tema: un asunto que sólo debían conocer los portadores de la llave espada; un
secreto que llevaban guardando durante miles de años.
Ahora el joven ya no tenía ninguna
duda. Tal y como le habían dicho las voces en el Templo Sagrado, no tenía más
remedio que matar a Erika para regenerar el mundo y completar su ciclo, aunque
ni él mismo quisiera. Así lo habían hecho Mirto y los anteriores elegidos de la
llave espada en el pasado antes que él, para salvar y proteger el mundo durante
cientos de generaciones.
Es ahora cuando Eduardo comprendía,
después de todo, que los elegidos de las armas sagradas no eran nada más que
simples piezas de juego en aquella guerra de dioses, donde ellos tan solo jugaban
el papel que las deidades les habían dado. Todos los elegidos de la profecía
anteriores cumplieron correctamente su trabajo, y así lo llevaban haciendo
desde el principio, siempre bajo la misma pauta de sacrificio que habían
impuesto los dioses.
En cierto modo, ser dos personas
elegidos de las armas sagradas no se trataba de una virtud, sino de una
maldición:
“Esto…esto no es justo…nunca lo ha
sido…”- pensó el chico en su mente, apretando los puños y dientes con fuerza y
rabia- “no somos simples peones al servicio de los dioses…somos
personas…tenemos derecho a decidir nuestro propio futuro…nuestra propia vida…”
Con este sentimiento de rabia y
enfado, el joven prestó de nuevo atención cuando Derriper volvió a hablar,
tranquilamente:
- Una de las reglas que establecieron
los dioses, al crear la vara mágica, no es del todo cierta…aunque fuera
inventada para tratar de despistar a los elegidos…- explicó la gran armadura-
durante el proceso para acabar con Ludmort, no es necesario el sacrificio del
portador de la segunda arma…el propio elegido de la llave espada puede
sacrificarse a sí mismo si así lo desea…tal y como lo hacían los primeros
portadores en sus inicios.
Eduardo sabía que su enemigo tenía
razón. De otra no le había quedado a los primeros elegidos de la llave espada,
cuando no existía la vara mágica. Al estar ellos solos tenían que suicidarse.
Eso significaba, por lógica, que desde entonces siempre había existido esa
opción, aunque en realidad todos mataran al portador de la vara mágica, por
orden de los dioses:
- Todavía estás a tiempo de cumplir tu
labor como elegido de la llave espada…suicidándote con tu propia arma, claro
está…- afirmó el ser oscuro- pero para eso antes tendrías que acabar conmigo y
salir de aquí…cosa que, aunque lograras, no te serviría de nada…
El chico de rojo no entendía a lo que
se refería. Preguntó con odio y recelo a su oponente:
- ¿Qué quieres decir?
Derriper esbozó de nuevo en ese
momento otra macabra y diabólica sonrisa, dando a entender que nada bueno se
acercaba. Rió con pequeñas risas malvadas por lo bajo, antes de decir:
- Piénsalo bien, Eduardo…todos los
portadores de la llave espada tienen el poder de la creación…el poder de
cambiar el mundo…- dijo el ser oscuro, sin dejar de sonreír maléficamente-
¿alguna vez te has parado a pensar en qué tipo de poder tienes tú? ¿En lo que
ocurriría si lo canalizas a través de tu llave espada al resto del planeta?
Fue entonces cuando el joven se dio
cuenta de lo que quería decir la gran armadura y, con expresiva cara de terror
y sorpresa, palideció abriendo mucho los ojos y la boca, diciendo:
- No…no puede ser…- dijo él,
temblándole todo el cuerpo de miedo- mi…mi poder…el poder que yo tengo es…
- Exacto…tienes el poder de Ludmort…la
sangre del monstruo corre por tus venas…- afirmó el séptimo, sonriendo de
malicia- los anteriores elegidos tenían un poder de regeneración bastante
diferente al tuyo…y con él protegían y abastecían al mundo de paz y seguridad…-
explicó el dios oscuro- en cambio, el tuyo es todo lo contrario…yo diría que
incluso tóxico…un poder lleno de maldad y destrucción… ¿qué crees que le haría
al planeta un poder como el de Ludmort?
Eduardo conocía muy bien la respuesta
a esa pregunta, pero sin embargo no quería escucharla. La verdad le dolía mucho
y le encogía tanto el corazón que no quería creerla. Aún así, Derriper se lo
dijo igualmente, con palabras tan frías que le dieron un duro y deprimente golpe
interior:
- A juzgar por el temor de tu rostro,
intuyo que sabes perfectamente cuál es la respuesta…después de todo, eres el
ser contra el que siempre han combatido los elegidos de las armas sagradas…eres
el monstruo contra el que siempre han luchado todos tus antecesores…- explicó
la gran armadura, con dureza y frialdad- y, con tu inmenso poder y la materia
suprema…en lugar de cambiar y regenerar al mundo…lo destruirías, igual que lo
haría el auténtico Ludmort.
El chico se quedó total y
absolutamente pálido y horrorizado. Enmudeció de repente, casi paralizado y con
el terror reflejado en su cara. Lo que dijo su enemigo a continuación terminó
de desmoronarlo por completo:
- Qué ironía…tantos siglos y tantas
generaciones de sacrificios de elegidos de las armas sagradas…protegiendo el
mundo…para que uno de ellos mismos sea el que lo destruya…- sonrió Derriper
diabólicamente- un final adecuado para semejante mundo contaminado…ni yo mismo
lo hubiera acertado mejor…
> Por eso, este maldito planeta ya
está condenado a morir…si no es por el Ludmort original, por el segundo y
artificial…- declaró el séptimo, refiriéndose al joven, mientras sonreía con
malicia- ahora, aunque consigas derrotarme y salir de aquí…ahí fuera tendrás
que liberar tu poder y transmitírselo al mundo entero…con el que lo destruirás
sin remedio…- a lo que luego añadió, con una mayor y amplia sonrisa de triunfo-
hagas lo que hagas, esta vez ya nada podrá impedir que Ludmort acabe con este
podrido planeta…porque he ganado, y lo he hecho desde el principio…desde el
mismo instante en que la llave espada te eligió precisamente a ti.
Eduardo volvía a estar de nuevo
aterrado y asustado. Estaba paralizado por el miedo, observando con los ojos
muy abiertos y las pupilas muy pequeñas, temblando, a la gran armadura
sonriente que tenía delante. Sabía perfectamente que a Derriper ya no le
importaba en absoluto sus graves heridas, porque sabía que iba a morir, pero
también porque ya había ganado.
Y lo había hecho desde el principio,
desde aquella noche en la excursión de acampada de su instituto, cuando la
llave espada se apareció por primera vez en sus manos para combatir a los
asesinos Magno y Helio, con la misión de matarlos a él y a Erika.
El joven ahora entendía por qué en la
boda de Alejandro, por entonces Derriper, el mago legendario sonreía de triunfo
al descubrir sus verdaderos poderes. La misma razón por la que también cambió
repentinamente de planes, y en lugar de querer matarlo, avivar su poder
interior para que despertara.
Eduardo no podía creer que de verdad
él mismo fuera la causa, el motivo, el ser que acabaría destruyendo el mundo.
Cuando ambos jóvenes empezaron su aventura por Limaria, junto al grupo de la
resistencia formado por Jack y Asbel, el chico nunca imaginó que acabaría de
aquella manera: teniendo que matar a Erika y siendo la reencarnación del
monstruo Ludmort, además del responsable de la destrucción del planeta:
“¿Por qué…por qué yo…?”- preguntó el
chico, mirando a su propia arma en la mano que la empuñaba- “Si sabías que mi
poder de regeneración traería el mal al mundo…si sabías que yo era la
reencarnación de Ludmort… ¿por qué me elegiste a mí? ¿Por qué no a otro?”
Eduardo casi se había derrumbado
moralmente por completo cuando, en el último instante, un recuerdo atravesó
fugazmente su memoria. Su rostro adquirió en ese entonces una expresión de
asombro y perplejidad, al llegarle a su memoria las palabras que una vez le
dijo Jack, en cierta ocasión en la que también él mismo dudaba de sus aptitudes
como portador de la llave espada:
“Las armas sagradas nunca se equivocan
al elegir a sus portadores”- le dijo el mago rubio una vez, con una sonrisa
cálida y segura- “Recuérdalo siempre”.
Aquellas palabras en su cabeza le
dieron un nuevo golpe interior, sacudiéndolo de tal manera que por un momento
olvidó todos los prejuicios y todos los malos pensamientos. Fue en ese instante
cuando de repente una gran energía positiva y llena de fuerza de voluntad
invadió, no sólo su corazón, sino también todo su ser. Tal energía apartó a un
lado la negatividad del joven, cuya depresión y tristeza desaparecieron para
dejar lugar a la decisión y la esperanza:
“Recordarlo siempre…no olvidarlo
nunca…”- pensó Eduardo, más firme y decidido en su mente- “¡Eso es…ahora lo
entiendo!”
Justo cuando Derriper creía haber
minado hasta el último atisbo de esperanza de su oponente, de repente dejó de
sonreír al ver que Eduardo, hasta ese momento deprimido y con la cabeza mirando
al suelo ocultando su rostro, apretó los puños y dientes diciendo:
- La llave espada…tuvo que tener sus
motivos, sus razones…algo tuvo que haber visto en mí…para elegirme como su
portador…- dijo el chico de rojo, firme y seriamente, que luego alzó la mirada
frente a él- por eso…yo…no pienso rendirme…no voy a echarme atrás…porque si el
arma sagrada confía en mí…entonces yo también confiaré en mí mismo…
El séptimo lo observaba tranquilo y
paciente, sin inmutarse lo más mínimo mientras jadeaba y respiraba con
dificultad. Sus brillantes ojos rojos desbordaban seria indiferencia:
- Por eso…y por todos mis amigos y mis
seres queridos…por el mundo entero de Limaria…- declaró Eduardo, que en ese
momento se puso en guardia con la gran llave espada dorada en sus manos, y dijo
valientemente las siguientes palabras- ¡¡Juro que encontraré la forma de acabar
con Ludmort para siempre…para salvar el mundo…y para cambiar la historia…PORQUE
SOY EL ELEGIDO DE LA PROFECÍA!!
Derriper no se mostró en absoluto
sorprendido por la nueva reacción de su oponente, cuya decisión y firmeza
habían dejado atrás al chico asustado y aterrorizado de hace unos instantes. A
pesar de seguir estando en su forma monstruosa, con el aura roja envolviendo su
cuerpo y las uñas de los dedos de sus manos y los colmillos de su boca
afilados, su mirada había cambiado. Mantenía las pupilas de animal salvaje en
sus ojos, pero éstos ya no desprendían tanto odio y tanta rabia como al
principio.
Algo había cambiado en él que lo hacía
más humano y menos monstruo. Quizá fuera la regulación de su impulso animal
destructivo, o la mayor seguridad en sí mismo para tener confianza. En
cualquier caso ahora Eduardo parecía tener un mayor control sobre sí mismo. Parecía
haber dominado su poder del monstruo Ludmort, sometiéndolo a su voluntad.
La parte humana del joven parecía
ganado a la animal, aún estando en su forma de monstruo:
- Pobre estúpido necio…ya nada puedes
hacer para impedir lo inevitable…- dijo el ser oscuro, seriamente y con
indiferencia, que en ese momento también se puso en guardia igual que él, con
su enorme espada oscura. Fue entonces cuando también alzó la voz diciendo, con
su voz grave y profunda- ¡¡acabemos con esto de una vez por todas…terminemos
esta pelea y pongamos fin a nuestras vidas y a esta guerra de dioses…para
siempre!!
En ese momento, por fin, terminó la
larga charla del séptimo y dio paso de nuevo a la acción. Una vez resueltos los
misterios y contada toda la verdad, ahora sólo quedaba terminar aquel
conflicto: el último y definitivo combate que cambiaría para siempre la
historia de Limaria.
Ambos echaron a correr el uno hacia el
otro, dispuestos a matarse con sus armas. Las dos espadas chocaron en un fuerte
golpe que acabó en bloqueó, del que saltaron chispas eléctricas debido al
tremendo poder de ambas.
Justo antes de que Eduardo atacara,
Derriper se adelantó y, con su mano izquierda abierta apuntando hacia él, hizo
que estallara una bomba de aire frente a su oponente. La potencia del mismo
envió al joven hacia atrás un poco más lejos, cayendo de espaldas al suelo.
No tardó en volver a levantarse de
nuevo, cogiendo impulso con las manos apoyadas y dando una rápida voltereta
hacia atrás. Esquivó justo a tiempo y por los pelos el mazo negro del séptimo,
que lo estampó en el mismo sitio preciso donde segundos antes estaba su cabeza.
Eduardo cogió otra vez impulso con las
plantas de los pies apoyadas y corrió de nuevo hacia la armadura frente a él,
en apenas dos segundos de reacción. Atacó a Derriper con dos rápidos tajos
cruzados de su arma dorada y un gancho alto con el puño izquierdo cerrado.
Los tres golpes alcanzaron e hirieron
al ser oscuro, que no fue lo bastante rápido como para reaccionar a ellos. Sin
embargo, cuando el joven fue a rematarlo de un giro rápido con la llave espada,
la armadura consiguió bloquearla con su enorme espada oscura, justo a tiempo
tras recuperarse de los ataques recibidos.
Esta vez Derriper contraatacó primero,
asestándole un rápido puñetazo con su extremidad izquierda en toda la cara.
Pero no acabó ahí, ya que enseguida le dio otro nuevo golpe con la rodilla
derecha en el estómago, que le hizo a Eduardo doblar su tronco hacia adelante
por inercia, para luego volver a herirlo con su codo izquierdo en la espalda.
El chico cayó de rodillas y apoyando
las manos en el suelo, a los pies del séptimo, pero enseguida recibió una
patada del pie derecho de éste debajo de la barbilla, que lo levantó de nuevo y
lo empujó hacia atrás, herido.
Apenas manteniendo el equilibrio y sin
dejar ni un segundo de respiro, la armadura corrió otra vez hacia su joven
enemigo, que acababa de pararse y lo miraba otra vez de frente. Tras otro nuevo
mandoble vertical a modo de guillotina de la espada oscura, el chico la bloqueó
con su arma dorada por encima de la cabeza, tras el cual reaccionó enseguida
propinándole un puñetazo con el puño izquierdo en el estómago.
A continuación le asestó tres rápidas
e increíbles patadas giratorias en el mismo sentido, terminando la última con
un violento empujón que hizo retroceder a Derriper.
La ofensiva de Eduardo no terminó ahí,
cuando al tomar carrerilla se tiró y se deslizó por el suelo, apuntando con la
planta de uno de sus pies hacia delante. El pie del chico golpeó uno de los tobillos de
la armadura, que cayó de frente y apoyando las manos y las rodillas en el
suelo. Por último, y estando aún agachado por detrás del séptimo, el joven
remató la acción de sus movimientos con un giro rápido de su arma de ciento
ochenta grados, alcanzando e hiriendo a Derriper, que de nuevo rodó por el
suelo hasta parar un poco más lejos.
En ese momento Eduardo cogió impulso
y, de un gran salto, ascendió a muchos metros de altura. Estando en el aire el
chico dio varios giros rápidos sobre sí mismo, de los cuales salió disparada de
su gran llave espada dorada una visible y peligrosa onda expansiva, que atacó
diagonalmente trescientos sesenta grados a su alrededor.
El ser oscuro logró levantarse a
tiempo y esquivar de un salto atrás la onda expansiva, cuyo filo rojo lo habría
partido por la mitad. A continuación apuntó hacia arriba con su extremidad
izquierda transformada en un pequeño cañón negro, hacia el joven que caía en
picado desde el cielo, y disparó una pequeña pero rápida bola oscura.
Eduardo se cubrió enseguida con los
brazos mientras caía, recibiendo la bola oscura en el aire y explotando con su
impacto. Pero sin embargo, al salir de la humareda, descubrió que su enemigo ya
no estaba en tierra. Fue en ese entonces cuando oyó una voz grave y profunda a
sus espaldas, diciéndole:
- ¡Detrás de ti!
Pero antes de que el chico terminara
de girarse por completo, un nuevo golpe con el filo del arma de Derriper en el
aire lo envió esta vez rápidamente y en picado hacia abajo, como una presa herida
cayendo inconsciente.
Estando todavía en el aire, el ser
oscuro disparó de nuevo con el cañón negro de su brazo izquierdo hacia abajo,
directo al chico de rojo, con el que impactó y estalló en una explosión,
mientras Eduardo se estrellaba brutalmente contra el suelo.
Derriper cayó otra vez con los pies en
la tierra, manteniendo el equilibrio mientras jadeaba del cansancio. Observaba
tranquilo y pacientemente la humareda negra que tenía frente a él, en la que
dentro se encontraba su oponente. Le temblaba todo el cuerpo, incluso la espada
oscura que empuñaba en su mano derecha:
- Vamos, Eduardo…sé que sigues vivo…-
dijo el séptimo, sin apartar la vista de su objetivo- los dos lo sabemos mejor
que nadie…así que deja ya de esconderte.
Pasaron varios segundos de silencio,
tensión e intriga, en los que el joven no respondió ni dijo nada. Al cabo del
poco tiempo, el chico volvió a contraatacar, sorprendiendo a su enemigo.
De repente una misteriosa garra roja
gaseosa y transparente surgió del interior del humo, que se alargó y estiró a
toda velocidad en dirección a la armadura. Derriper no fue capaz de reaccionar
a tiempo, y cuando se dio cuenta ya tenía su brazo izquierdo agarrado por la
nueva extremidad del elegido, cuyas uñas se hundían en su piel y lo apresaban
con fuerza:
- Esta garra…- comentó el ser oscuro
para sí, pensativo- ¿no será…?
Otra nueva sorpresa lo hizo volver la
vista al frente, cuando en ese mismo momento una brillante columna dorada
surgió verticalmente del humo negro, en dirección al cielo, y no paraba de
crecer. Derriper juraría que aquella columna era tan exagerada y
kilométricamente alta que alcanzaba la estratosfera y el espacio infinito del
universo: una longitud descomunal teniendo en cuenta el sistema de medida en el
mundo humano, pero que en aquel espacio de oscuridad infinita era posible.
No fue hasta que se disipó el humo por
completo que la armadura se dio cuenta de dos cosas: la primera, que la garra
roja provenía del aura mágica roja que envolvía el cuerpo del chico, y la
segunda, que aquella columna dorada se trataba ni más ni menos que de la propia
llave espada de Eduardo, cuyo portador la empuñaba con los brazos en alto
apuntando hacia el cielo. El líder de la organización Muerte nunca antes había
visto una longitud tan irreal y exagerada, pero lo que sí podía afirmar era que
tenía ante él la llave espada más grande y larga del mundo, y muy posiblemente
del universo:
- Ya veo…- dijo, refiriéndose a la
garra roja que le apresaba el brazo, y de la cual no podía liberarse por más
que lo intentaba- su aura mágica de Ludmort ahora tiene mayor libertad de
movimientos, ya no es una simple aura que lo rodea…y también me impide
transformar el brazo izquierdo, por su influjo…- confirmó, tratando inútilmente
de usar el poder de la oscuridad, que luego preguntó diciendo- ¿significa esto
que ha aprendido a controlar su propia aura mágica de Ludmort?
No tuvo tiempo de hacerse más preguntas,
ya que fue en ese instante cuando Eduardo dejó de alzar la vista al cielo y
bajó la cabeza, mirando de frente a Derriper. El séptimo no palideció ni se
mostró asustado u horrorizado en ningún momento, cuando el chico de rojo lo
miró seriamente y, con un alto y amplio grito de furia, empleó toda la fuerza
que tenía para mover su arma en las manos.
De esta forma, con Derriper
inmovilizado, sin poder transformar su extremidad izquierda ni atacar ni huir,
estaba completamente a merced del ataque del joven. Fue así como, de estar
parada como un poste mirando al cielo, la colosal y descomunal llave espada
cayó al mismo tiempo que los brazos de su portador, cuando la hizo estrellarse
a modo de guillotina contra el suelo.
La brutal sacudida cósmica impactó y
provocó el mayor temblor de tierra que nunca antes se había visto en la
historia, y que de haberlo hecho en Limaria o en La Tierra, habría destruido y
partido a la mitad el planeta.
Segundos después de que cesara el
terremoto producido por la colisión del ataque, Eduardo seguía jadeando y
respirando con dificultad, mientras le temblaba todo el cuerpo. Tanto la garra
roja que había apresado a la armadura como la descomunal llave espada habían
desaparecido, volviendo el arma sagrada a su tamaño triplicado y manteniendo el
brillo dorado.
El chico seguía en su estado
monstruoso, sin desaparecer el aura roja de su cuerpo, ni las uñas ni los
colmillos afilados, ni tampoco las pupilas de animal salvaje en sus ojos.
Parecía cada vez más cansado y agotado por momentos.
Miraba con desconfianza y recelo el
panorama vacío frente a él, donde a primera vista no se veía a nadie. Eduardo
juraría que no había fallado su ataque, ya que Derriper estaba inmovilizado por
la garra roja de su aura mágica y no podía huir: no tenía forma de escapar.
Sabía, sin embargo y a pesar de no
verlo, que su enemigo seguía vivo, puesto que aún podía sentir su aura mágica
muy cerca.
Y tan cerca estaba el ser oscuro que
en ese momento sintió su presencia a sus espaldas, acompañado de una grave y
profunda voz que le sorprendió diciendo:
- ¿Me buscabas?
El chico dio media vuelta dispuesto a
golpearlo con su arma, y en ese momento la armadura también arremetió con su
espada oscura, mientras su oponente se giraba rápidamente a él.
Ambos atacaron al mismo tiempo con sus
armas y las dos sangres, roja y negra, salpicaron en el aire.
Eduardo vomitó sangre roja por la
boca, y Derriper sangre negra por la suya. Ambos habían atravesado una parte
del cuerpo del otro con su espada, y un charco de sangre rojinegra mezclada se
formó en el suelo a sus pies. Por un lado el séptimo, cuya arma atravesaba un
costado del joven, y por otro el elegido, cuya arma sagrada atravesaba el
corazón del ser oscuro.
Los dos se encontraban ahora cara a
cara, jadeando del cansancio, respirando entrecortadamente y temblándoles todo
el cuerpo. Gotas de sangre caían del filo de las espadas de ambos, empuñadas
por sus manos temblorosas:
- Ya es demasiado tarde, Eduardo…ya no
puedes hacer nada…- dijo Derriper, sonriendo con malicia- sabes que he ganado…y
lo he hecho desde el principio…
El chico de rojo se quedó perplejo y
atónito, al ver que la armadura ya no tenía brazo izquierdo. No tardó en
averiguar, al fijarse en el arma de su enemigo, que ésta también estaba
manchada no solo de sangre roja, sino también negra.
Fue entonces cuando el joven descubrió
lo que había pasado hace unos instantes: justo antes de que lo alcanzara la
guillotina cósmica, el séptimo se había cortado el brazo izquierdo con su
propia arma, para poder escapar. Derriper tenía ahora otra nueva y grave
herida, aunque en realidad no le importaba, puesto que sabía que iba a morir:
- Los dos estamos en desventaja…ganará
el mejor de nosotros…- comentó Derriper, al ver toser a Eduardo y vomitar
sangre roja por la boca. Le había dado otro nuevo ataque cardíaco de repente-
ambos sabemos que ya estamos prácticamente muertos…así que ríndete de una vez y
acepta lo inevitable.
El elegido logró sobreponerse a pesar
del dolor que sentía, y alzó la cabeza para mirarlo a la cara, al mismo tiempo
que la voz, diciendo seriamente:
- Me niego…no pienso aceptarlo…no
mientras siga con vida…
El líder de la organización Muerte
escuchó, jadeando y temblando, las firmes y decididas palabras de su oponente:
- Cada segundo…del poco resto que me
queda de vida…combatiré…patalearé…gritaré…me esforzaré...haré todo cuando esté
en mis manos…- declaró valientemente el chico- ¡¡lucharé para salvarlos a
todos…para proteger el planeta…para cambiar la historia!!
En ese momento los dos luchadores
separaron sus espadas del cuerpo del otro, al mismo tiempo, y a continuación se
enzarzaron rápidamente de nuevo en el combate para el que ambos estaban
destinados a enfrentarse.
Se libró en ese entonces un feroz y
frenético duelo de esgrima, entre el joven monstruo Ludmort y el líder de la
organización Muerte. Durante ese tiempo, Eduardo y Derriper lucharon a muerte
intercambiando golpes con sus armas, mientras el eco metálico resonaba con cada
nuevo choque de las dos espadas.
Ambos estaban llegando ya a un estado
bastante débil y agotado, en el que cualquier persona ya no podría ni moverse.
Pero sin embargo, aún a pesar del dolor que sentían y de los ataques cardíacos
que les debilitaba el corazón, los dos hacían un esfuerzo sobrehumano para
mantenerse en pie y seguir luchando, con todas sus fuerzas.
La velocidad de reacción de los dos
iba disminuyendo conforme avanzaba el combate, debido al cada vez más débil
estado, y tanto el uno como el otro se hacían muchísimo daño con sus armas.
Derriper y Eduardo caían repetidas veces, algunas de ellas al mismo tiempo,
levantándose una y otra vez con dificultad y esfuerzo, pero luchando con toda
la voluntad y todo el valor que ambos tenían.
Definitivamente el combate estaba
llegando a su recta final.
Después de varios largos minutos de
dura y difícil batalla, ambos luchadores estaban llegando ya a su límite,
apenas pudiendo mantenerse en pie.
La gran armadura esquivó una nueva
estocada del chico, y a continuación volvió a golpearlo con el filo de su
espada, cuyo ataque envió a Eduardo un poco más lejos, rodando por el suelo.
El joven no pudo volver a levantarse
en aquella ocasión. Su cuerpo había llegado al límite, incluso para su forma
monstruo, a la que ya no le quedaba fuerza sobrenatural. Se sorprendió a sí
mismo al ver que, en ese momento, tanto las uñas de sus dedos como los
colmillos de su boca, decrecieron hasta volver a la normalidad. Sus pupilas de
animal salvaje volvieron a convertirse en ojos humanos normales, y el aura roja
visible de Ludmort que hasta ese entonces tenía envolviendo su cuerpo
desapareció de la misma forma que había surgido antes: misteriosamente.
Su llave espada también perdió el
brillo dorado y volvió a la normalidad:
“Mierda…el aura mágica de Ludmort me
abandona…estoy tan debilitado que ya ni siquiera el poder del monstruo aguanta
en este cuerpo…”- pensó Eduardo en su mente, luchando por respirar y seguir
vivo- “he vuelto a la normalidad…y sin el poder de Ludmort, ya no hay
posibilidad de que gane este combate…”
Los párpados de sus ojos débiles y
entreabiertos se esforzaban por no cerrarse, ya que de lo contrario no volvería
a abrirlos. Tirado en el suelo de lado y sin poder moverse, el chico observaba
a su enemigo acercarse cojeando hacia él. Derriper exhalaba grandes bocanadas
de aire, también haciendo un tremendo esfuerzo físico para respirar y
mantenerse en pie, mientras la sangre negra de sus heridas goteaba y caía al
suelo a su paso:
- Ha llegado…la hora...Eduardo…- dijo
el séptimo, mientras cojeaba acercándose a él- nuestra hora…de morir…
El elegido seguía mirando con los ojos
entrecerrados a su oponente, jadeando y respirando entrecortadamente. Ya no
tenía fuerzas ni para mover un dedo.
Cuando por fin Derriper llegó hasta
él, aún temblando, alzó su único brazo derecho tembloroso en el aire, en cuya
mano empuñaba su enorme espada oscura, también temblando. Su filo apuntaba
directo al cuerpo del joven:
- Por fin…podré descansar tranquilo…-
afirmó el ser oscuro- sabiendo…que he ganado…esta guerra de dioses…
Antes de rematar con su arma al
elegido y acabar con su vida, el séptimo le dijo unas últimas palabras:
- Hasta nunca, Eduardo…y contigo los
humanos y el mundo entero de Limaria.
Y fue entonces cuando impulsó su
espada oscura hacia abajo, cuyo filo iba a atravesar a su oponente, a la vez
que el chico cerraba los ojos esperando lo inevitable.
Pero sin embargo, sorprendentemente,
ocurrió un nuevo milagro.
Justo antes de que la espada oscura
alcanzara su objetivo, se produjo una nueva explosión que solo afectó a
Derriper, pillándolo por sorpresa y enviándolo mucho más lejos, rodando por el
suelo hasta acabar a mayor distancia.
Eduardo abrió de repente los ojos en
ese momento, sorprendido por el ataque aliado inesperado que le había salvado
la vida. Se preguntaba qué había sido eso y quién lo había disparado, si se
suponía que sólo estaban ellos dos solos luchando en aquel espacio oscuro
infinito.
No fue hasta que una persona conocida
pasó cojeando y lentamente a su lado que el joven se dio cuenta de quien había
sido. Su rostro palideció de sorpresa, y sus ojos y su boca abierta de asombro
no daban crédito a lo que veía. Sencillamente no podía creer que fuera verdad:
- ¡¡Erika!!- exclamó Eduardo, atónito
y perplejo.
La chica caminó como pudo, jadeando
del cansancio y respirando con dificultad, mientras andaba cojeando de una
pierna. Al igual que él, tenía graves heridas por todo su cuerpo, de las cuales
muchas brotaban y goteaba sangre al suelo, a su paso. Ella también estaba
gravemente herida, pero al menos tenía fuerzas para moverse:
- Erika…yo…creí que…- dijo el chico,
todavía pálido y como si estuviera viendo un fantasma, mientras recordaba
perfectamente haber sentido que su corazón dejó de latir- ¿Cómo has…?
La joven le enseñó, llevándose una
mano al pecho, un objeto esférico agrietado que llevaba de colgante al cuello,
y que brillaba tenue y débilmente. Fue entonces cuando Eduardo entendió lo que
pasaba: el dragón plateado la había salvado una vez más, en este caso
reanimando su corazón parado de una forma misteriosa.
Aunque el chico no alcanzaba a
comprender cómo un guardián de la fuerza podía hacer un milagro semejante, lo
cierto es que los G.F. eran realmente increíbles:
- Sigo viva…gracias a él…- dijo Erika,
jadeando y respirando entrecortadamente, mientras seguía andando y cojeando
paso a paso, rodeando a su compañero- le debo la vida a Bahamut…
La elegida por fin se detuvo delante
de su amigo, dándole la espalda y de cara en la dirección donde había ido a
parar Derriper. El joven de repente se dio cuenta, al fijarse en el arma de
ella en sus manos, que la vara mágica estaba de nuevo brillando
intermitentemente con una cálida y misteriosa luz blanca sagrada, la misma con
la que atravesaron el corazón el séptimo en la anterior ronda de combate. Se
quedó perplejo y asombrado, al imaginar lo que estaba viendo frente a sus ojos:
“Esa luz blanca…”- pensó el chico de
rojo, sorprendido- “¿No será…?”
La voz de Erika lo devolvió a la
realidad, diciéndole:
- No te preocupes, Edu…- dijo ella,
firme, seria y decidida, a la vez que también se puso en guardia, en posición
de combate- esta vez…yo te protegeré a ti…
En ese momento ambos jóvenes volvieron
la mirada al frente, donde el ser oscuro se levantaba poco a poco del suelo,
bastante más lejos. Le costaba hacerlo con un solo brazo, temblando:
- Ya es demasiado
tarde…Erika…Eduardo…- decía Derriper, esbozando una siniestra sonrisa diabólica
y soltando risas malvadas por lo bajo- nada de lo que hagáis ahora…cambiará el
trágico destino que le espera a este mundo…ya estaba condenado a morir…desde el
mismo instante en que las armas sagradas…os eligieron a vosotros…
Cuando finalmente el séptimo acabó de
ponerse en pie, en ese instante le dio otro nuevo ataque cardíaco, de repente,
que le hizo apoyarse en su enorme espada oscura para no caerse, mientras
vomitaba espumarajos de sangre negra por la boca. Desde luego, el líder de la
organización Muerte estaba en las últimas y a punto de morir. Apenas le
quedaban un par de minutos de vida:
- En este estado…ya me es
imposible…seguir luchando…- afirmó la gran armadura, a punto de caer rendida y
sin fuerzas- no obstante…y, con un poco de suerte…quizá aún puedo
mataros…empleando mi último recurso…
Tanto el chico como la chica se
quedaron en ese momento pálidos y perplejos, al oír las palabras de su enemigo.
Les costaba creer que, estando en ese grave y lamentable estado, el ser oscuro
todavía tuviera alguna posibilidad de acabar con ellos. Quizá Eduardo no, pero
Erika sí tenía todas las de ganar en un nuevo combate contra Derriper, ya que
ella tenía más fuerzas en ese momento para rematarle con cualquier ataque, ya
fuera físico o mágico:
- Esta técnica definitiva…requiere del
sacrificio de mi propia vida…y sólo puedo ejecutarla una sola vez…- explicó el
séptimo- pero…puesto que voy a morir…ya no me importa usarla…si gracias a
ella…al menos consigo mataros…tanto a vosotros como al mundo entero de Limaria…
En ese instante Derriper suspiró, de repente
más aliviado y tras lo cual dejó de jadear y de respirar entrecortadamente,
como si en un solo segundo se hubiera recuperado de su fatiga. Cerró sus
brillantes ojos rojos para siempre y alzó la cabeza arriba, mirando al cielo,
esperando a algo.
Eduardo y Erika se quedaron
sorprendidos y perplejos, al ver en ese momento cómo el cuerpo de la gran
armadura empezó a elevarse hacia arriba, levitando en el aire y ascendiendo de
forma vertical hacia el cielo.
Tanto la espada oscura, que cayó de su
mano derecha y se quedó en el suelo, como el resto del cuerpo del séptimo,
comenzaron a desvanecerse, desapareciendo de una extraña y peculiar manera.
Empezando por sus extremidades, y ascendiendo y acercándose al tronco, su
cuerpo entero iba dividiéndose en miles de diminutas estrellas negras
brillantes, que también se elevaban hacia arriba y desaparecían, parpadeando
débilmente hasta quedarse en nada.
Se trataba de una mágica pero
misteriosa muerte, muy propia de algún ser mágico y sobrenatural.
Justo cuando la cabeza del ser oscuro,
la última parte de su cuerpo, terminó de desvanecerse por completo entre las
miles de diminutas estrellas negras, ya no quedaba nada material de él.
Erika se mantuvo firme y alerta,
preparada para reaccionar en cualquier momento al inminente ataque de su
enemigo, mientras ella y Eduardo observaban mirando arriba cómo desaparecieron
los últimos destellos brillantes de Derriper.
Al desaparecer la última estrella
negra brillante, y justo cuando parecía que todo había acabado, en ese momento
comenzó a producirse un terremoto que sacudió toda la zona del espacio oscuro,
a pesar de no haber nada en él. Los dos jóvenes se sorprendieron de repente, y
la chica estuvo a punto de perder el equilibrio y caer, debido al movimiento
sísmico. Por suerte, logró mantenerse en pie y aguantar, resistiendo aún en el
estado en el que se encontraba.
Tanto él como ella se sorprendieron y
quedaron pálidos y atónitos, con los ojos y la boca abierta de terror, al
levantar de nuevo la cabeza arriba. En el cielo, delante de ellos, había
surgido una extraña bola oscura, situada a muchos metros de altura. Esta
misteriosa esfera negra había parado el terremoto, y desprendía una siniestra
aura maligna visible a su alrededor:
- Contemplad con vuestros propios
ojos…la mitad del poder de cada uno de los seis dioses…reunidos en un solo
ataque…- dijo la voz del séptimo, resonando desde todas partes- la fuerza de
aquellos que crearon el mundo de Limaria…el auténtico y absoluto poder…la
verdadera oscuridad…
Fue entonces cuando Derriper
finalmente alzó la voz, gritando con toda su alma y todo su ser la más letal y
poderosa técnica definitiva que conocía, y que sólo él podía usarla:
- ¡¡¡BIG BANG!!!
Justo antes de que la inmensa bola
oscura explotara, Erika reaccionó enseguida y, con la vara mágica en sus manos,
apuntó rápidamente con ella al objetivo. Del arma sagrada salió disparada una
larga columna blanca diagonal ascendente, cuya luz blanca era la misma que
tenía el poder de los seis dioses en la anterior ronda de combate.
Dicha luz cálida alcanzó la esfera
negra justo a tiempo para detenerla, cuyo resplandor la cubrió por completo y
la encerró dentro de otra esfera transparente y translúcida, de un tamaño
similar a la maligna.
Fue así cómo la luz blanca atrapó y
encerró a la bola oscura.
Sin embargo, la pesadilla no había
hecho más que empezar.
Cuando los dos jóvenes creían que
aquello detendría el ataque del líder de la organización Muerte, ambos se
horrorizaron al ver que la luz cálida no era suficiente para pararlo. Lo
comprobaron enseguida, viendo que el poder retenido de la bola oscura hacía
temblar y retumbar la esfera blanca exterior que la mantenía cautiva.
Su fuerza y la potencia que tenía
parecían muy superiores a la defensa de la luz blanca, que trataba de aguantar
y retenerla dentro de ella. A juzgar por los continuos e incesantes temblores,
no parecía que la protección fuera a resistir mucho tiempo, y que muy pronto
acabaría estallando y liberando la explosión.
Erika se mantenía en pie y flaqueando
delante de Eduardo, en cuyas manos temblorosas empuñaba la vara mágica,
sosteniendo la columna diagonal y el escudo esférico en lo alto que los
protegía. De su arma sagrada salía la luz blanca que comunicaba con el peligro
del cielo:
- ¡¡Maldita sea…yo…no…!!- dijo la
chica, temblando y sujetando con esfuerzo su arma en las manos, como si llevara
un enorme peso en ellas- ¡¡no…no aguantaré…mucho tiempo más…!!
El joven la miraba desde el suelo,
tirado e incapaz de moverse. Deseaba poder levantarse y ayudarla, pero las
graves heridas del reciente combate no se lo permitían. Observaba con rabia y
frustración cómo su amiga se hacía responsable sola de la salvación de sus
vidas.
Sabía que, de romperse el escudo y
alcanzarles la explosión que originó el universo, los dos morirían en el acto
sin remedio:
- ¡¡No te rindas…!!- exclamó Eduardo,
apoyándola- ¡¡Resiste, Erika!!
La elegida era consciente de la
difícil situación en la que se encontraban. Debido al duro combate que acababan
de librar contra Derriper, estaba muy débil y apenas le quedaban fuerzas para
nada. Mantenerse en pie como lo estaba haciendo ahora, y sujetando un increíble
e inmenso poder sagrado, le costaba un tremendo esfuerzo físico que sólo la
fuerza de voluntad podía lograr.
Pero aún así, ni la luz blanca ni el
agotado estado de su cuerpo, eran suficientes para detener el último ataque del
ser oscuro:
- ¡¡Es…es inútil…!!- exclamó la joven,
poco a poco debilitándose y apretando los puños y dientes, tratando de
aguantar- ¡¡el poder oscuro es demasiado fuerte…y yo apenas puedo mantenerme en
pie!! ¡¡No me quedan fuerzas para luchar!!
Tan débil estaba ella que enseguida
comenzaron a flaquearle los brazos y las piernas, temblándoles de tal forma que
parecía que iba a caer en cualquier momento. La situación se estaba poniendo
cada vez de mal en peor, a cada segundo que pasaba. La esfera blanca que los
protegía de la gran explosión también empezó a agrietarse, con crujidos,
acompañados de finas fisuras visibles desde el exterior.
Estas grietas poco a poco se hacían
más grandes, largas y numerosas, y presagiaban lo inminente: el escudo
protector se rompería en muy poco tiempo:
- Lo…lo siento, Edu…no…no tengo
fuerzas…- dijo Erika, triste y deprimida, tras darse por fin cuenta de que no
podía hacer nada para evitarlo- yo…ya no puedo más…éste…es mi límite…
Y justo cuando la chica perdió toda
esperanza y sus manos, cansadas y agotadas, ya iban a caer y soltar el arma, la
mano izquierda de él apareció en el último momento, apoyándose justo encima de
las de ella y ayudándola a levantar de nuevo la vara mágica:
- ¡¡EDU!!- exclamó la joven, atónita y
sorprendida, cuando giró la cabeza y sus ojos se encontraron con la cabeza del
chico, a su lado.
Éste se había levantado
misteriosamente del suelo y había acudido para ayudarla, colocándose justo por
detrás y pegado a ella. Tenía la cabeza apoyada en el hombro izquierdo de su
compañera, con el brazo del mismo lado estirado hacia delante, la mano izquierda
sujetando encima de las de Erika el arma sagrada, y la mano derecha apoyada en
el hombro derecho de ella:
- No…no permitiré que mueras…no
mientras viva…- dijo el chico, también agotado y temblando igual que ella, que
luego añadió, con decisión y seguridad en sí mismo- vamos, Erika…juntos podemos
hacerlo…
- Pero, Edu…el escudo no aguantará
mucho tiempo más…y los dos estamos exhaustos y debilitados…no nos quedan
fuerzas…- afirmó ella, triste y afligida, queriendo creer en sus palabras- el
escudo pronto se romperá…y la explosión nos alcanzará…vamos a morir con Derriper,
y lo sabes…tú…
En ese instante Eduardo la
interrumpió, formulándole de repente una nueva pregunta, que la sorprendió y
pilló por sorpresa, debido al extraño momento y lugar para hacerla:
- ¿Confías en mí?
- ¿¡Qué!?- exclamó Erika, asombrada.
La situación era cada vez más crítica.
La luz blanca se estaba apagando por segundos, y la esfera clara protectora
también debilitando. Era cuestión de un minuto que la gran explosión fuera
liberada, y con ella murieran los dos jóvenes:
- ¿Confías en mí?- le repitió el
chico, olvidando por completo la situación en la que se encontraban.
En ese momento los dos tenían la
cabeza girada de cara al otro, mirándose fijamente a los ojos. La chica pudo
apreciar, durante unos largos segundos de silencio, que en lo más profundo de
los ojos marrones de su compañero había una cálida paz y seguridad consigo
mismo, que le hacía sentirse mejor y más relajado. Se trataba de una extraña
tranquilidad que ella no comprendía del todo bien:
- Edu…- dijo Erika, sin apartar la
mirada de sus ojos.
Al cabo de otros largos segundos de
silencio, y aún sin entender muy bien por qué estaba tan relajado su amigo, al
final ella misma también se contagió de su estado. La paz y la tranquilidad de
sus ojos la envolvían en un cálido y acogedor instante, que la hacía sentirse
mejor y más segura al estar junto a él. Por fin sonrió tierna y dulcemente, y
luego dijo, muy segura de sus palabras:
- Confío en ti.
Eduardo también sonrió de la misma
forma, mirándola, y fue entonces cuando ambos jóvenes desviaron sus miradas de
nuevo al frente. Las expresiones de sus rostros cambiaron repentinamente de
tierno y dulce a firmeza y seriedad, al volver la vista arriba, al cielo, donde
se encontraba la gran esfera oscura.
Los dos empuñaban juntos la vara
mágica, ahora más firme y segura en sus manos. Ya no temblaba ni flaqueaba, y
entre la portadora y su compañero ahora parecía más equilibrada, sujetándola
ambos a la vez.
La luz blanca que emanaba del arma
sagrada seguía fluyendo a través de la columna diagonal ascendente, que la
comunicaba con el peligro en lo alto del cielo. Sin embargo, y aún a pesar de
la poca fuerza combinada de los dos jóvenes, el escudo protector seguía
temblando, esta vez con más violencia y muchísimo más agrietado que antes. Su
destrucción ya era inevitable.
Faltaban tan solo diez segundos para
que la protección se rompiera, y con ella la explosión fuera liberada.
El chico y la chica se aferraban a la
vara mágica, mirando arriba y sin retroceder en ningún momento. Aún sabiendo
que era el final, y que ya no servía de nada tratar de luchar o huir, ambos
seguían ahí en pie, sujetando el arma sagrada de ella.
No tenían miedo a lo que pudiera
pasar, a lo que pudiera llegar o a lo que pudiera ocurrir. Lo único que tenían
claro era que iban a afrontar el peligro a la cara, valientemente y sin volver
la vista atrás.
Y fue en ese entonces cuando, pasados
los diez últimos segundos, finalmente el escudo protector se rompió, y con él
llegó la explosión. Pero sin embargo, justo cuando también los dos elegidos
agacharon la cabeza y cerraron los ojos en el último segundo, la vara mágica
dejó de brillar intermitentemente para resplandecer de manera fija y estática
con la luz blanca.
El poder sagrado del arma aumentó
sorprendentemente en el último segundo, sin que los que la sujetaban lo vieran,
y cuyo resplandor adquirió mucha más fuerza, llegando a expandirse por toda la
zona que los rodeaba.
Al mismo tiempo que la gran explosión
se expandía por toda el área del sueño onírico, la luz blanca también lo hizo a
la misma velocidad. Dicho resplandor blanco envolvió a los dos jóvenes, con los
ojos cerrados, mientras el chico escuchaba unas últimas palabras en su mente,
de alguien perfectamente reconocible:
“Es demasiado tarde, Eduardo…hagas lo
que hagas, ya no puedes hacer nada…”- dijo la voz grave y profunda de Derriper,
dentro de su cabeza- “a partir de ahora, aunque yo no esté, recuerda siempre
estas palabras…”
Lo que dijo el ser oscuro a
continuación quedó grabado para siempre en la memoria del joven, cuyo significado
predecía un terrible y mal presagio:
“Tú naciste para destruir el mundo, y
tarde o temprano, ya sea esta noche como dentro de varios años, lo harás…porque
ése es tu destino”.
Esas fueron las últimas palabras del
séptimo que Eduardo oyó en su mente, antes de que la luz blanca terminara de
envolverlos por completo tanto a Erika como a él, y al resto del espacio de
oscuridad infinita.
Luego todo se volvió blanco, y el
silencio llegó con él.
El chico de rojo abrió de repente los
ojos, de golpe, al darse cuenta de que había acabado el combate. Estaba confuso
y extraño, pues de repente ya no se sentía cansado ni fatigado, ya no se
encontraba exhausto ni agotado. Ahora, en un solo instante, había recuperado
todas las fuerzas perdidas en el último combate contra Derriper.
Sin embargo, a pesar de sentirse mejor
que antes, su cuerpo aún conservaba las graves heridas de la batalla. No solo
mantenía la ropa rota y desgarrada, sino que también la piel llena de rasguños
y cortes, con muchas heridas sangrientas de las que aún brotaba sangre roja.
Lo primero que vio con sus ojos lo
dejó totalmente sorprendido y con la boca abierta de asombro.
Estaba de pie en un amplio e infinito
espacio blanco, igual que el anterior y negro corazón de la oscuridad, pero de
color contrario u opuesto. Aquella zona no tenía tierra, ni cielo, ni mar ni
límites. Por más que miraba en todas direcciones no había ningún otro color
visible salvo el blanco. El espacio claro de aquel lugar parecía infinito e
interminable, de tal forma que, aunque caminara toda la vida, nunca llegaría a
ninguna parte.
Pero sin embargo eso no era, ni mucho
menos, lo más increíble y sorprendente de todo.
No estaba solo en aquel lugar. Había
más personas como él allí, acompañándole. Había miles y millones de personas,
de todos los tamaños, de todas las razas y de todas las edades: desde bebés y
niños hasta mayores y ancianos, en un complejo entramado conglomerado de
personas de todas las regiones y de todos los países del mundo.
Sin embargo, había algo en aquel lugar
que lo hacía de todo menos normal, y se debía en especial al movimiento.
Mientras que el resto de personas andaban a cámara rápida de un lado a otro a
tanta velocidad que no se distinguían sus rostros, el chico de rojo se movía
tan despacio y a cámara lenta que el tiempo parecía estar a punto de detener
para siempre sus movimientos. Era la única persona diferente que había allí que
se movía tan lento y tan despacio.
Así se mantuvo durante unos largos
segundos, con los ojos y la boca abierta de asombro y perplejidad, mientras se
giraba a ambos lados y miraba lentamente por todos lados en medio de la
multitud, al mismo tiempo que el resto de gente andaba rápidamente en todas
direcciones, de un lado a otro. Ninguna persona parecía verlo, ya que nadie lo
miraba ni le prestaba atención.
Eduardo creía que había ido a parar a
otro mundo onírico o a otra ilusión creada por Derriper, pero enseguida se dio
cuenta de que no podía ser así, ya que no sentía el aura mágica del líder de la
organización Muerte por ninguna parte. Esta había desaparecido, y el joven pudo
creer por fin que quizá para siempre.
Justo cuando creía que no encontraría
a nadie conocido en medio de aquella multitud de personas que iban y venían de
todas partes, el chico se sorprendió de repente al ver que varias de ellas
caminaban a una velocidad normal, ni muy lenta ni muy rápida. Lo que más le
dejó boquiabierto fue que las conocía a casi todas:
- ¡¡No…no puede ser…!!- dijo él,
atónito y perplejo.
Por delante de él, andando normal, se
cruzaron en su camino todas las personas que él conocía de la ciudad de
Eleanor. Todos los vecinos, la gente de a pie, los dependientes de las tiendas,
sus profesores del colegio y del instituto, los chicos y chicas de su edad que
estudiaban con él en la misma clase, la gente de la pequeña localidad…todas las
personas que, de alguna u otra forma, conocía de vista y formaban parte de su
día a día, en su antigua vida como estudiante.
Como era lógico, y al igual que el resto
de la multitud desconocida, nadie lo veía. Pasaban caminando por delante de él
y lo ignoraban, como si fuera la sombra de un fantasma que no existiera, como
si no estuviera ahí.
De repente Eduardo se sorprendió aún
más, al ver en ese momento a sus antiguos compañeros y amigos del instituto,
con los que andaba en clase y en los recreos. La nostalgia lo invadió por
completo al rememorar su pasado, cuando dos chicas y dos chicos se acercaron a
él:
- ¡¡Mandy!! ¡¡Laura!!- exclamó el
joven, boquiabierto- ¡¡Lionel!! ¡¡Bruno!!
Pero sin embargo, tristemente y como
era de esperar, ninguno de ellos tampoco vio a Eduardo. De la misma forma que
se acercaron también se alejaron, pasando por delante de él sin mirarlo.
Y en ese instante lo recordó todo,
fugazmente en su memoria. Tan solo era la sombra de lo que había sido Gabriel,
cuyos recuerdos era lo único que tenía y que lo relacionaban con aquellas
personas, a quienes en realidad no le eran nada. Después de todo, no era más
que el resultado de un experimento de la organización Muerte, con falsos
recuerdos de una vida ajena implantados, y él lo sabía muy bien.
La tristeza lo invadió durante unos
cortos segundos, hasta que entonces, cuando creía que ya no quedaba nadie más
de la vida de Gabriel que pasara frente a él, una nueva sorpresa lo dejó otra
vez atónito y perplejo.
Delante de él, un poco más lejos, se
encontraba su amiga Erika. Pero no estaba sola. Junto a ella la acompañaban sus
padres, a quienes abrazaba y sonreía de felicidad.
Pero sin embargo, también había otra
cuarta persona más con ellos, muy cerca de la chica y con su propia mano
enlazada a la de ella. A juzgar por su tamaño, parecía de la misma edad que
Erika.
Lo más increíble y sorprendente de
todo era que, al contrario que el resto de la multitud de gente, esa persona en
concreto no se veía. Estaba envuelta en absoluta oscuridad negra, de forma que
sólo se observaba su silueta en negro y rodeada de misterio.
Eduardo no entendía por qué esa
persona no se veía, cuya identidad se desconocía por completo, hasta que
enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. Se sorprendió mucho al descubrir que,
lo que en realidad estaba viendo frente a sus ojos, era el futuro, la vida que
su amiga habría tenido de no haberlo conocido nunca.
En ese futuro él mismo no existía, ni
para ella ni tampoco para el resto de la gente que había pasado delante de él.
En ese futuro todos eran felices, y vivían rehaciendo sus vidas con normalidad,
como cualquiera cuando crecía. En ese futuro nadie le conocía ni sabía de su
existencia, y por supuesto tampoco le echaban de menos.
De la misma forma, también supo quién
era en realidad la persona oculta y misteriosa, a pesar de que no la conociera
de nada. No era difícil imaginar que se trataba de la pareja de la chica, a
quien conocería en el futuro, y con quien compartiría con amor el resto de su
vida. Pensó que debía de ser su futuro novio o marido, y que desde luego no era
él.
No, aquel futuro no era de Eduardo,
sino de su compañera. En ese mundo donde nunca había nacido no había sitio para
el chico de rojo, puesto que no pertenecía a él.
Sin embargo, y aunque nunca pudiera
saborear esa alegría y esa sensación de auténtica vida, por alguna razón se
sentía bien, con sólo ver el increíble rostro alegre y la maravillosa felicidad
de su amiga de la infancia. Verla rodeada de sus seres queridos y con la futura
persona más especial para ella lo inundaba de gran paz y tranquilidad, con sólo
saber que iba a ser feliz.
Sonrió tierna y dulcemente diciendo,
mientras una lágrima de tristeza caía por una de sus mejillas:
- Erika…
En ese momento una misteriosa luz
blanca empezó a cobrar fuerza, con tanto brillo cegador que el joven cerró los
ojos para no dañar su vista. Dicha luz comenzó a expandirse y a cubrir todo el
infinito espacio a su alrededor, lentamente, tragándose a todas las miles de
personas que aún seguían andando de un lado a otro en él, hasta que por fin
todo se volvió blanco otra vez, y el silencio reinara de nuevo en él.
Unas voces conocidas lo despertaron de
su sueño profundo, abriendo poco a poco los ojos, mientras cinco voces lo
llamaban a gritos por su nombre, sacudiendo su cuerpo para que reaccionara:
- ¡¡Eduardo!! ¡¡Eduardo!!- gritaban
los que lo sacudían- ¡¡Eduardo, despierta por favor!!
El chico terminó de abrir de golpe los
ojos, de repente, cuando se despertó del todo y se dio cuenta de que ya no
estaba durmiendo. Se sorprendió al ver que Jack, Cristal, Rex, Alana y Ray
estaban allí, rodeándolo y junto a él. Su asombro y perplejidad aumentaron al
comprobar que Erika también se encontraba con ellos, despierta y llamándolo por
su nombre:
- ¡¡Chi…chicos!!- exclamó él,
sorprendido.
- ¡¡Gracias a los dioses, menos mal
que estás bien!!- dijo Jack, alarmado- ¡¡Creíamos que nunca despertarías!!
- ¡¡Pero…!! ¿¡Y Erika!?- preguntó el
joven, extraño y confuso- ¿¡Cómo es que ella…!?
- ¡¡Se despertó unos minutos antes que
tú!!- respondió Alana, también alarmada- ¡¡y nos contó lo que ha pasado en el
sueño!!
- ¿¡Estás bien!?- intervino Rex,
preocupado por su salud, al verlo en aquel terrible y lamentable estado.
El chico se fijó en el estado de su
propio cuerpo, que seguía conservando las graves heridas del último y duro
combate recién librado contra Derriper. No sólo mantenía la ropa rota y
desgarrada, sino que también la piel llena de rasguños y cortes, con muchas
heridas sangrientas de las que aún brotaba sangre roja.
Se fijó en su compañera y descubrió
que Erika también estaba igual que él, tras la última batalla contra el ser
oscuro. Ambos seguían teniendo las mismas heridas que en el sueño, y desde
luego estaban muchísimo más gravemente heridos que el resto de sus guardianes:
- Sí…creo que sí…- mintió Eduardo, aún
sabiendo que en realidad no lo estaba.
Fue entonces cuando Ray le preguntó,
seriamente, que advirtió enseguida que su compañero estaba mintiendo:
- ¿Y qué hay de Derriper?- formuló,
para cambiar de tema y no preocuparlos a todos- ¿Seguro que ya está muerto? ¿No
volverá a molestarnos?
El chico se concentró por un momento
en la resonancia de aura mágica, sintiendo la de él y la de todos sus amigos
alrededor. Sin contar con la del monstruo Ludmort, no había ninguna otra aura
mágica poderosa y maligna, como la del líder de la organización Muerte. Aquella
prueba era suficiente para demostrar y comprobar, por fin, que la existencia
del séptimo definitivamente había terminado:
- Sí…su aura mágica ha desaparecido…no
la siento por ninguna parte- confirmó Eduardo, muy seguro de lo que decía-
Derriper ha muerto…y creo que por fin para siempre.
Los demás suspiraron de alivio,
sabiendo que su mayor enemigo ya había perecido en la última batalla. Con el
último miembro muerto, la organización Muerte ya no existía, y los ideales del
nuevo mundo con el que soñaban desaparecieron también con ellos, desde el
instante en que su líder estaba condenado a morir.
Sin embargo, un nuevo y terrorífico
rugido desgarrador los sorprendió a todos y los pilló por sorpresa, cuyo sonido
hizo que les recorriera un siniestro escalofrío por la espalda.
De repente Eduardo se dio cuenta de
que Erika y él ya habían salido del mundo onírico, al percibir en ese instante
la brisa nocturna, el acero frío de Valor Alado sobre el que estaba semitumbado
y la presencia de sus compañeros alrededor. Se encontraban de nuevo en el mismo
lugar al que llegaron, antes de adentrarse en el agujero oscuro: en el mirador
exterior de la aeronave, parada en el aire y con los motores en marcha,
pilotada por los moguris.
La monstruosidad que tenían por encima
de sus cabezas cubría todo el cielo a su alrededor hasta el horizonte, sin
dejar ni un solo espacio en el que se pudiera ver tan solo un pequeño trocito
de cielo estrellado. La colosal cabeza del monstruo Ludmort los observaba como
si fueran apenas diminutos e insignificantes átomos, en medio de aquel vasto
mundo que temblaba con la llegada del ser que amenazaba con destruirlo.
La sola visión de aquella aberración
del mal, con sus ojos siniestros y diabólicos, devolvió a todos los tripulantes
de Valor Alado a la terrible realidad, al momento crucial, a la tan y temida
esperada hora de la verdad. La pesadilla aún no había terminado:
- ¡¡LUDMORT!!- exclamaron todos a la
vez, atónitos, mirando al cielo.
El terror al sentir a ese monstruo tan
cerca, siendo la cosa más grande y más gigante que habían visto en su vida, se
apoderó de todos ellos al instante. Sin embargo, de no ser por Jack, que logró
vencer el miedo con valor, los demás no habrían podido moverse del terror que
los paralizaba:
- ¡¡Adelante, Erika, Eduardo…es
vuestro turno!!- exclamó el mago, seriamente- ¡¡Debemos aprovechar ahora que
Derriper ha muerto para acabar con él!!
Los dos jóvenes sabían que tenía
razón. Una vez muerto el ser oscuro, Ludmort ya debería de haber perdido la
mitad de su fuerza, al estar vitalmente unido al séptimo, y por consiguiente de
igual forma a punto de morir. Sin embargo, todavía tenía mucho poder como para
destruir el mundo, antes de desaparecer, y por ello debían eliminarlo
rápidamente cuanto antes.
Ambos jóvenes asintieron firmes con la
cabeza. El chico se levantó del suelo y se puso en pie, mientras el resto de
sus compañeros retrocedían para dejarles espacio. De esta manera los dos
elegidos, situados en el centro del mirador exterior y bajo la atenta mirada de
sus guardianes, desenfundaron mágicamente sus armas sagradas en las manos,
éstas de nuevo en su forma base.
Con la llave espada y la vara mágica
en sus manos, empuñándolas, los dos conjuraron con ellas la llamada a los
guardianes de la fuerza. Tal y como era de esperar, tratándose de la hora de la
verdad, las cuatro esferas de invocación que llevaban Jack, Cristal, Rex y
Erika empezaron a brillar en ese momento, cada una de un color diferente. Del
resplandor de cada uno de esos colores surgió una misteriosa luz amorfa, que se
elevó en el aire por encima de sus cabezas, y ahí fue donde comenzaron a
moldearse, mutando.
Al cabo de los siguientes segundos,
después de transformarse y de adquirir una nueva y reconocible forma, las
cuatro luces acabaron convirtiéndose en distintas criaturas diferentes, cada
una en un ser que todos conocían y habían visto en combate en ocasiones
anteriores.
Por encima de ellos se encontraba un
enorme pájaro amarillo envuelto en chispas eléctricas, una mujer de piel azul y
pálida rodeada de aire gélido, un demonio con cuernos ardiendo en llamas y un
gran dragón plateado cuyas alas del mismo color destellaban pequeñas estrellas
brillantes.
Los cuatro G.F. miraban firme y
seriamente a su desde siempre archienemigo Ludmort en el cielo, contra el que
llevaban luchando durante miles de generaciones pasando de unos elegidos a
otros, desde tiempos ancestrales:
- ¡¡Quetzal!!- dijo Erika en ese
momento, llamando a las invocaciones por sus nombres- ¡¡Shiva!!
- ¡¡Ifrit!!- siguió Eduardo, igual que
su compañera- ¡¡Bahamut!!
Fue entonces cuando ambos jóvenes
gritaron, a la vez y al mismo tiempo:
- ¡¡A POR ÉL!!
Nada más dar la señal y de apuntar con
sus armas sagradas hacia arriba, las cuatro criaturas obedecieron enseguida y
echaron a volar hacia el cielo, directas a la cabeza del monstruo. Sin embargo,
como era tan inmensa y tan gigantesca, se detuvieron a mitad de camino y,
estando quietas y paradas en el aire, todas las invocaciones atacaron cada una con
su mejor y más poderosa técnica: Quetzal con Tormenta Eléctrica, Shiva con
Polvo de Diamantes, Ifrit con Llamas del Infierno, y Bahamut con Megafulgor.
Las cuatro técnicas definitivas de los
G.F. fueron disparadas hacia arriba, directas a la cabeza de la aberración
oscura. Tras muchos kilómetros de alargada longitud y de la amplia distancia
que aún los separaba de Ludmort, finalmente los ataques alcanzaron la barrera
protectora que rodeaba al monstruo.
Desde el instante en que éstos
impactaron con el objetivo, se produjo un gran temblor en la superficie del
escudo de Ludmort, que duró varios largos segundos de profunda tensión e
intriga, en medio de un increíble espectáculo de luces multicolores sagradas,
hasta que por fin la barrera se rompió en mil pedazos, de la misma forma que lo
haría un cristal.
El escudo de protección que hacía a
Ludmort invulnerable ya se había roto, gracias a la intervención de los G.F.
Pero sin embargo, ahí no acabó la
cosa. Inmediatamente después de destruir la barrera, los cuatro guardianes de
la fuerza se quedaron quietos en su sitio, cada uno posicionado en un
estratégico semicírculo de cara al monstruo, y desde ahí hicieron brillar
alrededor de ellos una misteriosa aura mágica visible, de diferente color según
la invocación:
- ¿¡Qué…qué están haciendo ahora!?-
exclamó Rex, atónito y perplejo, mientras veía lo que ocurría.
Todos contemplaron, asombrados y con
la mirada alzada al cielo, cómo sus poderosos aliados de repente sintieron un
brutal y violento estremecimiento en todo su cuerpo, que los sacudió
empujándolos hacia atrás y para abajo. Desde el instante en que recibieron el
brutal golpe surgió de cada uno la misteriosa aura mágica visible, con la que
aguantaron y permanecieron en el aire, tratando de resistir:
¡¡Ya lo entiendo!!- dijo Jack, al descubrir lo
que pasaba- ¡¡Están aguantando todo el peso de Ludmort, resistiendo para que no
llegue al planeta!!
- ¿¡Qué!?- exclamaron los demás,
sorprendidos.
- ¡¡Fijaos en ellos!!- insistió el
mago rubio, señalando arriba- ¡¡Están sufriendo!!
Cristal y el resto de sus compañeros
comprobaron, en efecto, que sus aliados lo estaban pasando muy mal. Las cuatro
criaturas temblaban de dolor y sufrimiento en el aire, al tener que soportar
todo el peso de su enemigo literalmente sobre sus hombros. Con los ojos
cerrados y apretando los puños, patas, dientes y colmillos, Quetzal, Shiva,
Ifrit y Bahamut descendían lentamente en el aire hacia abajo, tratando de
resistir y de aguantar todo lo que podían con sus últimas fuerzas.
Los cuatro aliados todavía conservaban
las graves heridas de la anterior ronda de combate, con numerosos rasguños y
heridas sangrientas por todo su cuerpo. Las esferas de invocación también
estaban seriamente dañadas, con muchas grietas alrededor de ellas y cuyas luces
brillaban tenue y débilmente. Aquello significaba que, aun a pesar de todo el
daño y de todas las heridas recibidas, los G.F. aún seguían esforzándose para
seguir luchando, hasta el final.
Verlos a ellos, aguantando y
soportando lo imposible, mientras Ludmort rugía de furia y de frustración al
ver que detenían su avance, los dejaba completamente mudos y con los ojos y la
boca abierta de terror.
Sin embargo, de todos ellos fue Jack
el que otra vez logró vencer su miedo, y con firme decisión se movió y dijo:
- ¡¡Los G.F. tratan de ganar más
tiempo para nosotros!!- afirmó el mago rubio, que luego se dirigió a los dos
jóvenes diciéndoles, apremiante- ¡¡Deprisa, Eduardo, Erika…acabad con él ahora!!
Ambos elegidos reaccionaron entonces,
gracias al valor de Jack, y volvieron a ponerse en guardia en el centro del
mirador exterior de la aeronave. Sin embargo, el chico se sorprendió cuando la
joven se giró de cara a él y le dijo, pillándolo por sorpresa:
- ¡¡Edu, el siguiente paso para acabar
con Ludmort sólo lo sabes tú!!- le recordó ella, muy segura de su afirmación-
¡¡Ahora el resto depende de ti!!
Aquellas palabras hicieron que de
repente el corazón de Eduardo comenzara a palpitar débilmente entre dos
latidos, escuchándolos de una forma tan clara y nítida que por un momento
olvidó todos los demás sonidos a su alrededor. El rostro del joven palideció de
repente, mientras le temblaba el arma en las manos.
Recordó en ese instante lo que le
había dicho Mirto y las voces de los oráculos en el Templo Sagrado, hace varias
horas atrás, y fue precisamente eso lo que le aterraba. Sabía lo que tenía que
hacer, y eso era lo que más miedo le daba: lo había vivido en sus más terribles
pesadillas premonitorias:
- ¿¡Pero qué demonios te pasa,
Eduardo!? ¡¡Deprisa, haz algo!!- gritó Jack, enfadado, al ver a su amigo
paralizado de repente durante segundos- ¡¡Tú entraste con Mirto en la sala,
escuchaste las voces de los oráculos y saliste de ella…sólo tú sabes lo que hay
que hacer!! ¡¡Así que hazlo, rápido!!
El chico seguía paralizado de cara a
Erika, mientras la elegida lo miraba frente a él, ahora ella también
preocupada. Muy pronto se dio cuenta de que algo tremendamente grave le
preocupaba a su compañero, porque de lo contrario no estaría con ese rostro de
haber visto un fantasma:
- ¡¡Maldito crío, reacciona de una
vez!!- gritó Alana, también enfadada, viendo que Eduardo seguía sin moverse-
¡¡No te hemos protegido todo este camino para que ahora la cagues en el último
momento!! ¡¡De ti dependemos ahora, así que muévete!!
Sin embargo, Erika era la única que
estaba lo suficientemente cerca como para ver la pálida y angustiosa cara que
ponía su amigo, y supo que algo no marchaba bien:
- Edu… ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que
pasa?- le preguntó ella, preocupada y empezando a asustarse- ¿No recuerdas…lo
que tienes que hacer?
Él sí sabía muy bien lo que tenía que
hacer, lo sabía desde hacía muchas horas. Tener que matar a su amiga de la
infancia suponía un duro golpe interior, tanto para él como para su corazón. El
problema era que le había hecho una promesa, y aún tratándose de recuerdos
falsos, no quería romperla. Aquella promesa era demasiado especial para el
joven:
- Yo…-balbuceó Eduardo, temblándole la
voz de inseguridad, mientras la miraba- yo…
Al cabo de los siguientes segundos de
silencio y de absoluta tensión e intriga, en los que el resto de guardianes y
Erika lo miraban ansiosos esperando una respuesta, finalmente el chico
respondió, para sorpresa de todos:
- No…no puedo…- declaró él, con la
cara en blanco y pálida- no puedo hacerlo…
Aquellas palabras dejaron totalmente
boquiabiertos y horrorizados a todos los presentes, que no daban crédito a lo
que acababan de oír. Por un instante incluso les pareció una broma, pero
enseguida comprobaron, a juzgar por el rostro afligido del joven, que no era
así. Estando en aquella situación, no era momento para bromas:
- ¿¡Cómo que no puedes!?- exclamó
Cristal, atónita- ¿¡Se te ha ido la olla o qué!?
- ¡¡Eduardo, si esto se trata de una
broma, no tiene ninguna gracia!!- exclamó Jack, enfadado- ¡¡No juegues con el
destino del planeta y haz ahora mismo lo que tengas que hacer, pero ya!!
El chico seguía paralizado, mirando a
Erika con el miedo reflejado en la cara. Tardó varios segundos en responder,
mientras en ese momento el monstruo Ludmort rugía de rabia en el cielo:
- Es que…- dijo Eduardo, temblándole
la voz de inseguridad- es que yo…
Lo que dijo él a continuación
sorprendió de nuevo a todos sus amigos, adquiriendo cada vez una mayor
expresión de terror en sus rostros:
- Yo…tenía…tenía que matarte.
Tal afirmación dejó completamente
pálidos y aterrados a todos, tanto a Erika como al resto de sus compañeros, que
se llevaban una sorpresa tras otra. Sin embargo la chica, situada frente a él,
no retrocedió en ningún momento al oír esas palabras. Permaneció quieta y
parada delante de Eduardo, a la vez que lo miraba con los ojos y la boca
abierta muda de terror:
- ¿Ma…matarme?- preguntó ella, todavía
tratando de asimilar la idea- ¿Ése es…el siguiente paso para acabar con
Ludmort?
Bastó la mirada triste del joven para
que la elegida se diera cuenta de que decía la verdad, a través de sus ojos
marrones. No hacían falta palabras para saber la respuesta:
- ¿¡Matar a la elegida, a su propia
compañera!?- exclamó Rex, atónito, que desde su posición no podía ver con
claridad el rostro del chico- ¿¡Cómo es posible!?
- ¿¡Así que, después de todo, lo que
nos dijo Derriper aquella vez, siendo Alejandro, era verdad!?- intervino Alana,
también perpleja- ¿¡Fue así como Mirto salvó al mundo hace quince años!?
¿¡Matando a la elegida de la vara mágica!?
Sin embargo, el más aterrado y
horrorizado de todos era Jack, que observaba a los dos jóvenes con los ojos y
la boca abierta. No podía creer que los rumores al final acabaran siendo
ciertos, ya que eso le destrozaba toda la admiración que había tenido por su
maestro siendo niño:
- ¡¡No…no me lo creo…no puedo
creerlo!! ¡¡Tiene que haber un error!!- exclamó el mago, triste y sin querer
aceptar la cruda realidad- ¡¡El maestro Mirto era bueno, y justo…no pudo
haberla matado…porque era el elegido…el elegido de la llave espada…representaba
todo un héroe para mí!!
La respuesta era evidente, pero no fue
hasta que Eduardo habló en ese momento, pasados varios segundos después, el que
confirmó y dejó clara la terrible revelación. Durante todo ese tiempo, el chico
había permanecido con la cabeza agachada, mirando al suelo y ocultando sus
ojos.
Había dejado de temblar, en lo que sus
amigos exclamaban, exaltados, acerca de la situación. También le cambió la voz,
antes insegura y temblorosa, a otra más firme y segura. Ya no parecía tener
miedo y estaba más tranquilo y calmado que antes:
- Y lo era, Jack…de eso no te quepa la
menor duda…- dijo, tras exclamar el mago las últimas palabras- era un héroe,
igual que lo fue el resto de elegidos antes que él…tanto de la llave espada
como de la vara mágica…- afirmó el joven, muy seguro de sí mismo- y ésa…es la
única verdad.
Tardó un poco antes de seguir
hablando, con calma y seguridad, mientras el resto de sus compañeros lo miraban
en silencio y perplejos. En todo momento no dejaba de mirar al suelo, ocultando
sus ojos, y con el arma sagrada en su mano derecha:
- Es cierto, chicos…aquella vez, las voces
de los oráculos me dijeron que matara a Erika…de igual manera que a Mirto le
dijeron que hiciera lo mismo con su compañera, hace quince años…- declaró el
chico, despacio y tranquilamente- ambos estaban en la misma situación por
entonces…y ahora, en este momento, somos nosotros los que la estamos
viviendo…porque la historia se repite…
Tanto la chica frente a él, como Jack
y los demás, seguían escuchando atentamente a su compañero. En ese momento
Eduardo por fin levantó la cabeza, mirando de frente, y sus ojos se encontraron
con los de su amiga. Ella se sorprendió de repente al descubrir que, en lo más
profundo de sus ojos, brillaba una confianza y una seguridad en sí mismo
insólitas.
Le había cambiado sorprendentemente la
mirada de un momento a otro, y ahora parecía otra persona más seria y madura:
- Tenía que matarte, Erika…es el
siguiente paso para acabar con Ludmort…- dijo Eduardo, mirándola fijamente a
los ojos- pero ahora…ahora ya no puedo hacerlo…ya no tengo la facultad ni el
poder para hacerlo…
Aquellas palabras desconcertaban cada
vez más a la chica, que no entendía nada de lo que decía su compañero:
- Edu… ¿De…de qué estás hablando?-
preguntó ella, confusa y perdida.
El joven tardó otra vez un poco en
responder, manteniendo el silencio. Aquella pregunta requería explicar todo el
secreto de los portadores de la llave espada, así como también de la oscura y
terrible verdad acerca de los elegidos de las armas sagradas. Fue entonces
cuando los recuerdos de Mirto en la sala de las voces de los oráculos asaltaron
su memoria, en los que el anciano le había dejado bien claro que no le contara
nada a nadie en relación al tema, y menos a Erika.
Eduardo cerró los ojos por un momento,
tratando de evocar las palabras que le había dicho Mirto por aquel entonces, y
también el de encontrar su propia respuesta a ellas. Tenía muy clara su propia
opinión respecto a lo que le había contado el anterior elegido, y la mantenía
firmemente sólida, sin renunciar a ella:
“Lo siento, Mirto…”- pensó el chico de
rojo en su mente- “pero yo no pienso quedarme callado…no seré como tú ni como
el resto de elegidos anteriores a nosotros…porque no me parece justo”.
En ese momento abrió de nuevo los
ojos, mirando a Erika frente a él. Lo que iba a hacer no se lo perdonaría nunca
ningún elegido de la llave espada, pero a él no le importaba. Estaba a punto de
revelar un secreto que llevaban guardando sus antecesores, durante miles de
años, al resto de elegidos de la vara mágica y de la humanidad en general.
Teniendo sus convicciones claras, el
joven comenzó a hablar de nuevo, tras varios segundos de silencio y de
pensamiento reflexivo, mirando seriamente a Erika. Tanto ella como el resto de
sus amigos escucharon, atónitos y perplejos, todas y cada una de sus palabras:
- Ludmort lleva existiendo desde
siempre, desde el principio de los tiempos…amenazando con destruir el planeta…-
explicó Eduardo, seriamente- de la misma forma que también lo han hecho los
elegidos de la llave espada, luchando contra él generación tras
generación…antes de que aparecieran siglos después los elegidos de la vara
mágica.
Jack y los demás seguían escuchando,
totalmente sorprendidos, al compañero situado en el centro del mirador exterior
de Valor Alado, junto a Erika:
- Durante miles de años, el mundo se
ha mantenido protegido y en equilibrio, debido a los continuos cambios y
regeneraciones…gracias al poder de los portadores de la llave espada…- explicó
el joven, sin vacilar ni un solo momento- ése poder es lo que ha permitido
mantener vivo al planeta…y que sólo poseen los elegidos de la llave espada…la
primera de las dos armas sagradas.
Sus amigos lo oían con increíble
asombro, cada vez adquiriendo una mayor expresión de horror y sorpresa en sus
rostros. Desde luego, aquella versión inédita y nunca vista de los elegidos de
las armas sagradas les ponía los pelos de punta:
- Sin embargo, dicho poder sólo tiene
efecto con el sacrificio de un elegido de un arma sagrada…un sacrificio que
culmine con el fin de Ludmort y de la profecía…antes de repetirse nuevamente el
ciclo tiempo después, con la llegada de otra nueva generación de elegidos…-
explicó el chico de rojo, muy seguro de sus palabras- el tiempo de paz venidera
que reina luego depende de la edad del portador de la llave espada, cuyo poder
de regeneración se mantiene aleatoriamente en función de los años de vida que
tenga.
Los guardianes de la fuerza seguían
descendiendo en el aire, tratando de frenar y retener el avance de Ludmort,
mientras éste rugía de furia y frustración. Quetzal, Shiva, Ifrit y Bahamut
continuaban sufriendo, bajo el peso que soportaban de su desde siempre
ancestral enemigo:
- Al principio, como sólo existían los
elegidos de la llave espada, éstos no tenían más remedio que suicidarse ellos
mismos con su propia arma, y con lo cual afectaba negativamente tanto a sus
años de vida como a su poder de regeneración…- explicó Eduardo, seriamente-
para corregir esta desventaja, los dioses crearon una segunda arma sagrada, la
vara mágica…sin los mismos dones que la primera, y cuyos portadores serían los
que ocuparían el puesto de los sacrificios de los primeros…en el momento de la
hora de la verdad.
La chica y los demás se quedaron
completamente pálidos y horrorizados, al descubrir con escalofriante sorpresa
lo que aquello significaba:
- ¡Pero, entonces…!- dijo Rex,
aterrado- ¿¡Eso significa qué…!?
- Sí…- afirmó el chico, sin vacilar ni
un solo momento- desde el principio, los portadores de la vara mágica…nacieron
para ser sacrificados a manos de sus compañeros…los elegidos de la llave
espada.
Una vez revelado el oscuro secreto que
llevaban guardando los elegidos de una arma sagrada, Erika y el resto de sus
amigos estaban ahora pálidos y con la cara blanca. Ni siquiera el mago Jack,
que poseía conocimientos mayores acerca del mundo de Limaria, sabía de la
verdadera historia sobre los elegidos de las armas sagradas. Descubrirla ahora
supuso un rotundo golpe que cambió y trastocó todos los esquemas que tenía en
cuanto a la figura de los dos héroes que salvarían el planeta:
- No…no puede ser…no es posible…- dijo
Jack, traumatizado y aún tratando de asimilar la idea- no me lo creo…no puedo
creerlo… ¿los elegidos de la llave espada…son asesinos?
Además de él, el resto de sus compañeros
también se vieron afectados por la cruda y auténtica realidad, que escapaba a
todo lo anteriormente oído, contado y creído acerca de los héroes. Ninguno
esperaba para nada una verdad semejante como aquella.
Sin embargo Ray, que tenía un mayor
dominio y control de sus emociones, logró regular su asombro con rapidez, antes
que los demás. Retomó una importante pregunta relacionada con una anterior
incógnita, antes de que el joven comenzara a hablar, y que aún permanecía sin
responder:
- Si es cierto que tenías que matar a
Erika, tal y como lo han hecho los elegidos anteriores a ti…- dijo el chico de
negro, seriamente- ¿por qué dices que ahora no puedes?
Eduardo supo que había llegado el
momento de contarles a todos toda la verdad. Sabía que, si quería salvar el
mundo de la amenaza de Ludmort, debía revelar el otro secreto que estaba
guardando desde hacía muy poco tiempo, y que sólo él y nadie más conocía.
El joven tardó un poco en responder,
en los que pasaron varios segundos de silencio. Cuando lo hizo, sus palabras
dejaron una marcada e inolvidable expresión de sorpresa y horror, en los
rostros de todos sus amigos:
- Porque yo ya no tengo el don, el
poder de cambiar y regenerar el mundo…sino Erika.
En ese momento un flashback tomó
protagonismo en la mente de Eduardo. A su memoria llegaron los recuerdos de su
estancia en el Templo Sagrado, ocurridos horas antes aquella misma noche.
El chico de rojo se encontraba con
Mirto en la cámara oscura y sin salida salvo una única puerta, con poca
iluminación y envuelta en un misterioso silencio sepulcral, casi sagrado. Ya
había terminado de escuchar las voces de los oráculos, y también la historia de
la amenaza del monstruo Ludmort quince años atrás, cuando el anciano y la
anterior elegida de la vara mágica salvaron el mundo en su momento.
Tras descubrirse la verdad acerca de
los elegidos de las armas sagradas, Mirto le dijo al chico, con gran pesar:
- Lo siento mucho, Eduardo…pero…debes
hacerlo…para salvarnos a todos.
El joven bajó la cabeza en ese
momento, ocultando sus ojos. Le preguntó al primer elegido, seriamente:
- ¿Estás seguro de que no hay otra
forma?
Mirto le respondió, con profunda
tristeza y pesar en su rostro:
- No la hay…lo siento.
Eduardo apretó los puños con fuerza en
ese momento, y dijo seriamente y con indiferencia:
- Entiendo…
En ese momento el chico respondió,
todavía serio y mirando al suelo:
- Si eso es lo que significa ser un
elegido de la profecía…- dijo, que luego levantó de nuevo la mirada frente a
él, diciendo- entonces me niego a serlo.
Aquella afirmación sorprendió de
repente al anciano, que lo pilló por sorpresa y se quedó asombrado por sus
palabras. No esperaba para nada que el joven reaccionara de esa manera:
- ¿¡Qué!?- exclamó Mirto, perplejo.
- Ya lo has oído…me niego…- declaró Eduardo,
valientemente y seguro de sí mismo- me niego a ser otro peón más de los
dioses…me niego a ser otro eslabón más de esta interminable cadena de maldición
de las armas sagradas…me niego a servir la voluntad de los seis…me niego a ser
otro falso héroe cobarde, que se resigna a obedecer órdenes y nada más…- a lo
que luego añadió, para acabar- me niego…a ser todo lo que representa un elegido
de las armas sagradas…un portador de la llave espada.
Tales palabras hicieron que Mirto
cambiara la expresión de su rostro, de sorpresa y perplejidad, a enfado y
frustración. Le costaba creer que el chico dijera todo aquello en serio:
- ¿¡Eduardo, te das cuenta de lo que
estás diciendo!? ¡No puedes negar lo que eres! ¡No puedes abandonar el rumbo
que te dicta la vida…lo que por suerte o azar estás destinado a ser!
- Te equivocas, Mirto…- respondió el
joven, serio y firme- quizá no pueda cambiar lo que soy…pero sí el rumbo de mi
propia vida, y de cómo quiero vivirla…y por eso decido no seguir adelante con
esto…porque renuncio.
La forma en que pronunció esas
palabras, tan altas y claras, bastaron para que el anciano comprobara, en
efecto, que lo decía muy en serio. No estaba bromeando, y eso era lo que más le
preocupaba:
- Esto no es ningún juego, Eduardo…y
creo que eres lo bastante consciente como para saberlo- dijo Mirto, ahora
también idéntico de actitud que él- al igual que imagino, como sabrás, que de
tus actos depende el futuro del planeta…el futuro de Limaria.
- Lo que yo haga ahora no cambiará
para nada el futuro…si acabo con Ludmort ahora, ese monstruo seguirá
reapareciendo continuamente, una y otra vez…de la misma forma que también lo
harán las nuevas generaciones de elegidos de las armas sagradas…con las mismas
muertes y los mismos sacrificios repitiéndose, una y otra vez sin fin…como una
maldición…- explicó Eduardo, muy seguro y convencido de sus palabras- si cumplo
con mi cometido ahora, la cadena de muertes seguirá repitiéndose…el futuro
seguirá siendo igual que el presente y el pasado…no cambiaría nada…y nosotros
sólo habremos cumplido con nuestro trabajo y seríamos otros de los tantos
héroes olvidados del pasado…
Mirto escuchó la siguiente declaración
del joven, seriamente y sin apartar ni un instante la mirada firme de sus ojos:
- Yo no quiero que Ludmort renazca
otra vez…no quiero que surjan más elegidos de las armas sagradas…no quiero que
hayan más muertes ni sacrificios…ni tampoco que hayan más injusticias ni
órdenes de dioses que cumplir…- dijo Eduardo, valientemente- quiero poner fin a
esta cadena de muertes…quiero acabar con Ludmort, con la profecía y con los
elegidos de una vez por todas…quiero terminar con esta maldición, y con todo
esto…para siempre.
El anciano entendía muy bien lo que
quería decir el chico, que ansiaba con poner fin a toda la pesadilla con la que
tanto ellos como los demás elegidos anteriores habían sufrido. En otros tiempos
él mismo también había soñado algo así, cuando recorrió su peregrinaje con
Alejandro y su compañera elegida de la vara mágica, hace quince años.
Se trataba de un sueño muy utópico e
ideal, demasiado hermoso. Sin embargo, la realidad distaba mucho de los sueños,
ya que a pesar de querer alcanzarlo, nadie se atrevía a intentarlo. Y la
principal razón a esto era el miedo: el miedo al cambio.
Los dioses dejaban siempre claro que,
si se hacían las cosas a su manera, todo salía bien. Pero, por otro lado, nunca
mencionaban las consecuencias que traería hacerlo de otra forma, y al no
citarlo ni saberlo, la gente siempre hacía lo que aseguraba que iba a salir
bien. Por eso ningún elegido se atrevía a cuestionar la orden de los dioses y
siempre elegían la misma opción segura: por miedo al cambio, el miedo a lo
desconocido.
Por ese mismo miedo Mirto, al igual
que los anteriores portadores de la llave espada, también eligió la opción
segura: matar a la elegida de la vara mágica. Por esa misma razón el planeta,
Ludmort y las siguientes generaciones de elegidos seguían reapareciendo, igual
que siempre. Por ese mismo motivo todo seguía igual, nada había cambiado:
- Es un sueño muy bonito, demasiado
hermoso…de hecho, yo también lo soñaba hace quince años…y seguro que algún otro
elegido del pasado también…- dijo el anciano, seriamente, que luego se tornó
aún más al decir- pero sin embargo, la realidad es completamente
distinta…vivimos en un mundo cruel y despiadado, gobernado por el caos y regido
por interminables muertes y sacrificios sin fin…y no hay forma de
cambiar…porque no existe ese sueño.
- ¡Existiría si creyeras en él!- alzó
la voz un poco el joven, firme y decidido- ¡Todo es posible si crees en…!
- ¡YA ESTÁ BIEN, EDUARDO!- gritó
Mirto, interrumpiéndolo y ahora sí muy enfadado y furioso- ¡BAJA DE LAS NUBES,
DEJA YA DE SOÑAR Y VUELVE A LA REALIDAD…NO EXISTE TAL SUEÑO, NO HAY FORMA DE
ACABAR CON LUDMORT PARA SIEMPRE, NI TAMPOCO DE PARAR ESTA MALDICIÓN!
¿¡ENTIENDES!? ¡ASÍ QUE DEJA YA DE DECIR TONTERÍAS Y LIMÍTATE A OBEDECER TU
DESTINO…A CONVERTIRTE EN EL HÉROE QUE ESTÁS DESTINADO A SER!
El estado furioso de Mirto hizo que al
chico también le hirviera la sangre, oyendo lo que decía. No se cortó ni un
pelo cuando también gritó, sorprendiendo al anciano:
- ¡NO, ME NIEGO…TÚ NO ERES UN
HÉROE...!- gritó Eduardo, seriamente, que luego dijo, muy seguro de sí mismo-
¡TÚ LO QUE ERES ES UN COBARDE!
Aquellas palabras afectaron
interiormente a Mirto, que de repente dejó de gritar y se quedó callado.
Todavía con el rostro serio y aparentemente firme, escuchó la siguiente
declaración del chico, con un fuerte golpe emocional en cada una de sus
palabras:
- ¡Me niego a ser un héroe cobarde y
sumiso como tú…como el resto de elegidos anteriores a nosotros!- afirmó
Eduardo, sin vacilar ni un momento- ¡No quiero ser otro falso héroe más del
montón, que se resigna a obedecer órdenes y nada más! ¡Renuncio a ser como tú!
El anciano seguía mirándolo, seriamente
y con sus ojos firmes clavados en él. Aunque no dijera nada, en el fondo sabía
que el joven tenía razón, y así lo demostraba con sus palabras:
- Tú lo que eres es un cobarde,
Mirto…por resignarte a obedecer las órdenes tal cual están impuestas…por callar
y no decir nada…por ser sumiso y no cuestionar las cosas…- dijo el chico de
rojo, serio y convencido- por no tener el valor necesario para luchar contra
las injusticias…por encasillarte en una única forma de resolver las cosas, sin
posibilidad de cambio…y por no tener el valor de creer en lo imposible.
Lo que dijo Eduardo a continuación
dejó total y completamente pálido a Mirto, cuyo rostro por fin se quedó helado
y en blanco, como si hubiera oído una terrible y escalofriante locura:
- Me niego a ser un héroe como tú…y a
cumplir con lo que se espera de mí en esta guerra de dioses…- afirmó el
elegido, seriamente- por eso, esta vez, no seré yo el que acabe con
Ludmort…sino Erika.
Aquella afirmación hizo que Mirto se
horrorizara, como si hubiera visto un fantasma, con los ojos y la boca abierta
de miedo y terror. La sola idea lo aterraba, al ser la primera vez que oía
semejante barbaridad:
- ¿¡Qué!?- exclamó el anciano,
atónito- ¿¡Te has vuelto loco!? ¡¡Ella es la elegida de la vara mágica!! ¡¡No
tiene los mismos dones que tú…no puede matar a Ludmort!!
- Pero también es una elegida, igual
que yo, y por tanto tiene el mismo derecho a hacerlo- respondió Eduardo, en
todo momento serio y decidido- ella se convertirá en la primera elegida de la
vara mágica que acabe con Ludmort…porque ése es mi deseo.
- ¡¡No seas idiota, el futuro de
Limaria depende de ti!!- exclamó Mirto, boquiabierto y perplejo- ¡¡Si
contradices las órdenes de los dioses, si haces algo fuera de lo normal y de lo
que se lleva haciendo durante milenios…!! ¿¡Quién sabe lo que pasará!? ¿¡Quién
sabe lo que ocurrirá!?
- Bueno…solo hay una forma de
averiguarlo- dijo el joven, que en ese momento esbozó una ligera sonrisa
irónica- ¿no te parece?
Aquel gesto, con aquella relajada
calma y tranquilidad por parte de Eduardo como si no pasara nada, hizo rabiar
tanto a Mirto que gritó, enfadado:
- ¡¡NO TE BURLES DE MÍ!!
Por unos escasos segundos la situación
se volvió de repente peligrosa, cuando en ese instante el anciano desenfundó
mágicamente su llave espada en las manos, y con ella apuntó directa al chico
frente a él. La tensión y la intriga reinaron entonces en la sala, mientras el
filo del arma casi rozaba la cara de Eduardo. Parecía estar a punto de
desencadenarse un combate entre los dos elegidos de la llave espada:
- No sabes lo que dices…no sabes lo
que haces…- dijo Mirto, enfadado y apretando los puños y dientes con fuerza- no
tienes ni idea de la responsabilidad que cargas sobre tus hombros…sobre el
mundo entero de Limaria.
Sin embargo, y pese a la amenaza del
anciano que lo apuntaba con su arma, Eduardo no se movía ni un centímetro. El
joven se mantenía absoluta y completamente tranquilo y calmado, como si tuviera
la situación bajo control. No se había movido ni había retrocedido en ningún
momento:
- Adelante, Mirto…mátame…acaba
conmigo, si es lo que quieres…- dijo el chico, mirándolo fijo y seriamente a
los ojos- pero ten en cuenta que, si lo haces, entonces el mundo sí que estará
perdido…y quizá para siempre.
El anterior elegido de la llave espada
seguía sujetando su arma entre las manos, apuntando con ella al rostro firme y
decidido de Eduardo, mientras éste continuaba hablando:
- Hice una promesa, y me juré a mí
mismo que la cumpliría, pase lo que pase…- declaró el joven, sin vacilar en
ninguna de sus palabras, que luego añadió- y lo siento, Mirto…pero ni tú ni
nadie logrará que cambie de opinión jamás.
El anciano no podía creer lo que oía.
La amistad que aquel chico sentía por Erika superaba con creces sus
obligaciones como elegido de la llave espada, llegando incluso a relegarlas a
un segundo plano. Bastaba con ver que, en lo más profundo de sus ojos marrones, brillaba una confianza
y una seguridad en sí mismo insólitas. Una mirada firme y decidida, cuya voluntad
no se rendía ante nada ni nadie:
- Supongo que…no hay forma de hacerte
cambiar… ¿verdad?- preguntó Mirto, ahora más triste y afligido, para nada
enfadado.
Eduardo respondió valientemente y sin
retroceder con las siguientes palabras:
- He tomado una decisión, y pienso
cumplirla…pase lo que pase.
Tal afirmación hizo que el anciano por
fin se diera cuenta de que hablaba en serio y, tras unos largos segundos de
tensión y silencio, con un gran y largo suspiro acabó rindiéndose. Bajó su
llave espada y la enfundó otra vez haciéndola desaparecer mágicamente de sus
manos, mientras decía con gran pesar y agachando su cabeza, mirando al suelo:
- Te envidio, Eduardo…porque desbordas
del valor que yo no tuve hace quince años…- afirmó Mirto, hablando sinceramente
y con el corazón- eres diferente a todos los demás portadores de la llave
espada…de eso no me cabe la menor duda…
Y fue en ese momento cuando, aún con
la cabeza agachada y ocultando sus ojos, sonrió de alivio diciendo:
- Después de todo, quizá tú sí seas
aquel del que me hablaron los dioses hace quince años…- declaró Mirto, con una
sonrisa llena de fe y esperanza- el elegido que lo cambiará todo…para siempre.
De vuelta a la realidad, tras acabar
el flashback en la mente del joven de rojo, su presencia volvía a estar de
nuevo en el mirador exterior de Valor Alado. Allí, con el resto de sus amigos y
de la chica, le dijo directamente y mirándola a los ojos:
- Erika…ahora sólo tú puedes acabar
con Ludmort…porque eres la primera elegida de la vara mágica en toda la
historia de Limaria…con los dones de un portador de la llave espada.
Aquella era la respuesta a la pregunta
de por qué no podía matar al monstruo Ludmort, formulada por Ray antes del
flashback, y cuyas palabras dejaron una marcada e inolvidable expresión de
sorpresa y horror, en los rostros de todos sus compañeros:
- ¿¡Así que Erika ahora…es la primera
elegida de la vara mágica en toda su historia…con los dones de un portador de la
llave espada!?- exclamó Cristal, perpleja y con la boca abierta.
- ¿¡De modo que ella ahora…es la que
tiene el poder de cambiar y regenerar el mundo!?- exclamó Rex, también
asombrado.
Sin embargo, la más sorprendida de
todos era sin duda la chica, que se quedó muda y boquiabierta de la sorpresa.
No podía creer que lo que acababa de decir su amigo fuera verdad:
- Entonces…ése… ¿ése fue tu deseo?-
preguntó Erika, recordando en ese instante el momento en que ella y él pasaron
la última hora de descanso aquella misma noche, junto a la barandilla del
mirador exterior de la aeronave, antes del combate final- ¿El que pediste con
tu esfera de los deseos?
La respuesta era clara, a pesar de que
Eduardo no respondiera. La joven y el resto de sus compañeros se quedaron
pálidos y atónitos, al descubrir que el chico ya había empleado la esfera de
los deseos que le había dado Mirto en el Templo Sagrado, horas antes.
Había pedido como deseo entregar sus
propios dones, de los que habían gozado con ventaja todos los elegidos de la
llave espada durante milenios, a la portadora de la vara mágica. Ahora, por
primera vez en toda la historia de Limaria, Erika era la primera elegida de su
arma sagrada con los dones de la llave espada: escuchar las voces de los
oráculos, y poseer el poder de la creación, el poder de cambiar el mundo.
Ya se había cumplido uno de los dos
deseos disponibles, al desaparecer la esfera de Eduardo. Ahora quedaba un
deseo, el de Erika, cuya esfera aún conservaba guardada de su mano:
- Pero, entonces…- dijo la chica,
tratando de asimilar la idea, todavía perpleja- si yo tengo ahora el poder de
cambiar y regenerar el mundo…eso significa que…yo…
- Así es…- dijo Eduardo, seriamente.
El chico bajó la cabeza y ocultó sus
ojos, mirando al suelo. Sin mediar más palabras, se giró a un lado y empezó a
caminar, lentamente, hacia el extremo opuesto del mirador exterior, en
dirección contraria a la puerta que comunicaba con el interior de Valor Alado:
- ¿E…Edu?- preguntó Erika, asustada y
preocupada, mientras su amigo se alejaba caminando a pasos lentos de ella.
Cuando el joven finalmente llegó al
extremo opuesto del mirador, se detuvo. Desde allí parado se dio la vuelta, de
cara a sus compañeros, y volvió a levantar la mirada hacia ellos. Lo que dijo a
continuación, tras el inquietante y misterioso silencio de su marcha, dejó
total y completamente pálidos y horrorizados a todos los presentes, que
perdieron de repente el color del rostro, al oírle decir:
- Erika…tienes que matarme.
Aquellas palabras dejaron sin habla
tanto a la chica como a los demás guardianes presentes, que no daban crédito a
lo que acababan de oír. Todos se quedaron aterrados al descubrir, de repente,
que la situación que llevaba repitiéndose una y otra vez durante milenios,
ahora había dado radicalmente la vuelta.
Ahora, por primera vez en toda la
historia, la elegida de la vara mágica tenía que matar al elegido de la llave
espada, al ser ella la que poseía el poder de regeneración para abastecer al
planeta:
- Edu…tú…- dijo Erika, aterrada y
paralizada.
Curiosamente los dos jóvenes se habían
cambiado los roles. Ahora era la chica la que de repente se mostró asustada e
insegura. Desde el instante en que Eduardo mencionó aquellas escalofriantes
palabras, el corazón de Erika comenzó a palpitar débilmente entre dos latidos,
escuchándolos de una forma tan clara y nítida que por un momento olvidó todos
los demás sonidos a su alrededor. El rostro de la joven palideció también de
repente, mientras le temblaba el arma en las manos:
- No…no puedo…- declaró ella, con la
cara en blanco y pálida- no lo haré…no puedo hacerlo…
La misma respuesta que había dado el
joven momentos antes sorprendió a Jack y los demás, cuya situación se repetía
de nuevo. Ninguno de los dos elegidos podía matar al otro:
- Erika, debes hacerlo- dijo el chico,
seriamente- ahora sólo tú puedes acabar con Ludmort…eres la única que puede
cambiar y regenerar el planeta…la única que puede salvarnos a todos en este
momento.
- Pe…pero yo…- balbuceaba la joven,
temblándole la voz de inseguridad- no…no quiero matarte…no puedo matarte…
- ¡Sí que puedes, Erika!- alzó la voz
un poco Eduardo, apremiándola, al oír un nuevo rugido del monstruo en el cielo.
Sabía que se les estaba acabando el tiempo- ¡Sé que puedes…no dudes de ti
misma, y menos ahora que…!
Todos se quedaron pálidos de repente,
cuando en ese instante el joven no terminó la frase. Un nuevo ataque cardíaco
golpeó repentinamente el corazón del chico por dentro, que sacudió todo su
cuerpo y le hizo perder el equilibrio, cayendo de rodillas al suelo y con las
manos apoyadas por delante, mirando abajo:
- ¡¡Edu!!- gritó la elegida,
preocupada.
Todo su cuerpo temblaba, igual que
durante el combate contra el ser oscuro. Eduardo sabía muy bien lo que le
pasaba, ya que se lo había dicho su enemigo, y sabía que tarde o temprano le
llegaría a él también la hora. Lo que no esperaba, sin embargo, era aguantar
tanto tiempo vivo tras su muerte:
“Maldita sea…”- pensó el joven en su
mente, apretando los puños y dientes- “Se me acaba el tiempo…”
Todavía en el suelo, mirando abajo y
ocultando su rostro, el chico volvió a hablar diciendo, seriamente:
- Mírame, Erika…- dijo Eduardo, sin
vacilar ni un instante- yo ya estoy muerto…siempre lo he estado.
Fue en ese momento, en el que el
elegido empezó a levantarse temblando y con tremendo esfuerzo apoyando sus
extremidades, cuando la chica sintió de verdad que su amigo estaba en las
últimas. Verlo en aquel terrible y lamentable estado, a tan solo unos escasos
minutos de vida, hizo que se le partiera el corazón y se le llenaran los ojos
de lágrimas. No podía creer que todo eso estuviera pasando de verdad:
- Tan sólo tienes que… rematarme…con
el último golpe…- dijo el chico, jadeando, temblando y respirando con
dificultad, mientras se levantaba- un solo ataque más…y todo habrá acabado…
Cuando, finalmente, el joven terminó
de ponerse en pie, aún le temblaba todo el cuerpo. Todavía jadeando del
cansancio, y aguantando el dolor de su corazón a punto de morir, levantó de
nuevo la mirada a su compañera y le dijo, seriamente:
- Un solo ataque más…y seremos por fin
libres…para siempre.
Fue en ese instante cuando Erika
descubrió entonces todo el plan de su amigo, todo lo que hasta ese momento
llevaba preparado y había cumplido a la perfección. Lo descubrió al mirarlo a
los ojos, y ver que en ellos brillaba una calma y una seguridad que no temían
en absoluto a la muerte.
Reconoció en ese momento esa misma
mirada cuando ella le dijo que confiaba en él, justo antes de recibir la última
explosión del séptimo, y supo que en ese entonces también lo sabía. Aquello la
hizo enfadarse tanto que, de repente, cobró un estado de ánimo totalmente
diferente:
- Tú lo sabías…- dijo ella, al
principio en voz baja, que luego lo repitió de nuevo pero un poco más alto- tú
lo sabías…
En ese momento la elegida cambió
repentinamente de rostro, pasando del anterior asustado y paralizado a otro más
serio y enfadado. Miró a Eduardo a los ojos, apretó los puños y dientes con
fuerza, y gritó alzando la voz de rabia:
- ¡¡TÚ LO SABÍAS, SABÍAS QUE ESTO
PASARÍA…LO TENÍAS TODO PLANEADO!!- gritó la chica, llena de furia- ¡¡SABÍAS QUE
IBAS A MORIR LUCHANDO CONTRA DERRIPER!! ¡¡SABÍAS QUE TU DESEO SE CUMPLIO AL VER
BRILLAR MI ARMA CON LA LUZ BLANCA SAGRADA!! ¡¡SABÍAS QUE LLEGARÍA ESTE
MOMENTO!! ¡¡SABÍAS QUE TENDRÍA QUE MATARTE!! ¡¡SABÍAS QUE ESTO SIGNIFICARÍA TU
PROPIA MUERTE!!- gritó Erika, enfadada, mientras las lágrimas caían por sus
mejillas- ¡¡TÚ LO SABÍAS TODO…Y AÚN ASÍ SEGUISTE ADELANTE!! ¡¡CONTINUASTE PARA
MORIR!!
El joven la escuchaba, en todo momento
serio y sin dejar de mirarla a los ojos, jadeando del cansancio y la fatiga. No
reprochó ni interrumpió a su compañera, pues sabía de sobra que todo lo que
decía era verdad. Había revelado a los demás perfectamente y hasta el más
mínimo detalle cada uno de los elementos que formaban parte de su plan, y que
había reconocido enseguida.
Sin duda conocía muy bien a su amiga
de la infancia, y sabía que era de todo menos tonta. Era lo bastante lista como
para intuir las intenciones de los demás, aún cuando no dijeran nada:
- ¿Por qué…?- preguntó Erika, ahora
más calmada, pero todavía apretando los puños y dientes de rabia. Las lágrimas
ya afloraban de sus ojos y caían por sus mejillas, sollozando- Edu… ¿por qué…?
El chico por fin respondió, tras un
buen rato de silencio por su parte. Todavía con el rostro y la mirada seria, y
viendo a su amiga llorar delante de él, habló despacio y con tranquilidad
diciendo:
- Porque esto…es lo mejor para todos.
Aquellas palabras sorprendieron y
dejaron asombrados al resto de los presentes, que adquirieron en ese entonces
también una expresiva cara triste igual que la joven elegida, mientras Eduardo
seguía hablando:
- Yo…no soy como los demás portadores
de la llave espada…sus poderes de regeneración eran buenos…y abastecían al
mundo de paz y seguridad…- explicó el chico de rojo- en cambio, el mío es todo
lo contrario…el poder de Ludmort que yo tengo…está lleno de maldad y
destrucción…no regenera, sino que destruye…- afirmó el joven- y si lo liberara,
igual que hicieron los anteriores elegidos…destruiría el planeta.
Jack y los demás seguían escuchando,
atentamente, todas y cada una de las palabras de su compañero, cuyo rostro y
tono de voz poco a poco iban perdiendo la seriedad que tenía en un principio:
- Pero además de eso, también soy la
reencarnación de Ludmort…una criatura engendra, una aberración de la
naturaleza…soy un horrible monstruo que pone en peligro el equilibrio natural…y
que nunca debería haber existido…- explicó el chico- Derriper tenía razón…fui
creado para destruir el mundo…para sembrar el caos y la destrucción a mi
paso…para romper el equilibrio…y sé que algún día, tarde o temprano, acabaré
destruyendo el planeta…porque ése es mi destino.
Lo que dijo Eduardo a continuación
heló la sangre de todos sus amigos, que palidecieron aún más al oírle decir:
- Por eso…antes de que llegue ese
día…y por el bien de la salvación y protección de Limaria…- declaró el chico de
rojo- he decidido morir…ocupando el lugar del sacrificio de Erika…y
entregándole a ella los dones de mi arma sagrada.
Lo que acababa de decir el joven les
abrió los ojos a todos. Ahora entendían por qué había tomado aquella decisión,
ofreciendo sus dones y su propia vida a cambio de la de su compañera. Él mismo
sabía que su propio poder traería consigo la destrucción del mundo, y que de
liberarlo como lo hizo Mirto y los anteriores elegidos de la llave espada,
desataría el mismo fin que si el auténtico Ludmort llegara al planeta.
De igual forma también era consciente
de que su propio poder iría aumentando, conforme creciera y se hiciera mayor.
Si siendo niño ya era peligroso, superando incluso a una invocación, cuando
fuera adulto su poder no conocería límites. Estaría a la altura del verdadero
Ludmort, y por entonces ya nada ni nadie podría detenerle.
Estando en su situación era la mejor
opción para todos, tanto para ellos como para el mundo entero de Limaria. Debía
morir, ya que su mera existencia ponía en peligro el planeta.
Sin embargo, y a pesar de la tristeza
que reflejaban todos los presentes y los guardianes al conocer la verdad, tan
sólo una persona tenía el valor de oponerse a su decisión. Esa persona era la
que estaba más cerca del chico, situada aún parada en el centro del mirador
exterior de la aeronave:
- No es justo…no es justo…- dijo
Erika, todavía llorando y sollozando, mientras las lágrimas caían por sus
mejillas- que seas un monstruo…no significa que no tengas derecho a una vida…a
un futuro por delante…a ser feliz…
Eduardo la miraba fijamente a los
ojos, jadeando y respirando entrecortadamente. En su rostro apenas se
vislumbraba la seriedad de hace unos minutos, y ahora tan solo reflejaba una
profunda tristeza en sus ojos:
- Erika…yo ya no tengo un futuro…nunca
lo he tenido…- dijo el chico, tristemente- desde el principio, yo…
En ese momento la chica, todavía
triste y afligida, no le dejó terminar de hablar. Interrumpió a su compañero
alzando la voz y diciendo:
- ¡¡LO PROMETISTE!!- gritó Erika,
llorando, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y caían al suelo-
¡¡PROMETISTE QUE ME PROTEGERÍAS Y ME CUIDARÍAS SIEMPRE!! ¿¡NO LO RECUERDAS!?
¡¡ME HICISTE UNA PROMESA!!
El chico también reflejaba una gran
tristeza en su mirada, observándola. Ella tenía razón, aún quedaba la promesa.
El vínculo que los había mantenido unidos desde pequeños, desde aquella noche
estrellada en la colina de Eleanor, bajo el árbol de los deseos. A pesar de ser
un recuerdo falso, para ambos es como si hubiera sido real:
- Lo siento, Erika…- dijo Eduardo,
triste y deprimido, tras unos segundos de silencio- pero…no voy a poder cumplir
la promesa…porque yo…yo ya no voy a estar…
Las siguientes palabras que declaró el
elegido, cuyos ojos empezaron a llenarse de lágrimas, rompían cada vez más el
corazón de la joven, que sentía derrumbarse todo su mundo junto a ellas:
- Ni siquiera los recuerdos que tengo
junto a ti son reales…toda mi infancia, toda mi vida, no es real…- dijo
Eduardo, hablando despacio, lenta y emocionalmente- ni siquiera fui yo quien te
hizo la promesa…sino otra persona, cuyos recuerdos tengo injustamente
implantados en mi memoria…
Erika seguía escuchando, cada vez
llorando más y con los ojos llenos de lágrimas, la triste declaración de un
joven enamorado de ella, a punto de morir:
- Tú tienes tu propia vida, y es
real…tú sí tienes familia y amigos…tú sí existes de verdad…- afirmó el chico,
deprimido- tienes toda una vida, todo un futuro por delante…
Lo que dijo Eduardo a continuación
terminó de destrozar el corazón de la chica en mil pedazos, cuando oyó decir de
él:
- Algún día encontrarás a alguien muy
especial…alguien a quien podrás querer y amar de todo corazón de verdad…-
declaró el joven, esbozando una ligera y dulce tierna sonrisa- ese alguien se
convertirá en la persona más importante para ti…y entonces, me olvidarás…tal y
como debería haber sido desde el principio…
Todavía llorando y sollozando, con la
cara roja de tanto llorar y las muchas lágrimas ya derramadas, Erika intervino
en ese momento, diciendo con profunda tristeza:
- ¡Pero yo no quiero olvidar…no quiero
a otra persona…no quiero un futuro…una vida sin ti…!- exclamó la joven,
llorando, que luego declaró con toda su alma y todo su ser- ¡porque yo te
quiero!
Ahora le llegó el turno de hablar a
ella, que siguió apretando los puños y llorando desconsoladamente, a la vez que
miraba a su amigo a los ojos:
- ¡No me importa que seas un
monstruo…no me importa que seas Ludmort, o que algún día destruyas el mundo!-
dijo Erika, valientemente y muy segura de sus palabras- ¡No le tengo miedo a tu
poder…y estoy dispuesta a luchar contra él…a afrontarlo juntos si hace falta…porque
confío en ti…y porque somos un equipo…porque luchamos siempre juntos…porque, de
alguna u otra forma, siempre logramos salir adelante!
Lo que dijo la chica a continuación
sorprendió increíblemente al joven que tenía delante, cuyo rostro se quedó asombrado
y con los ojos y la boca abierta de sorpresa:
- ¡Yo te quiero, Edu…con tus virtudes
y tus defectos…así tal y como eres!
El elegido permaneció durante unos
segundos en silencio, asombrado por la valentía y la sinceridad de su amiga.
Ella le quería, aún sabiendo todo lo que era y lo que representaba:
- Erika…yo…- dijo Eduardo, finalmente
y de nuevo con una tierna y dulce sonrisa- a pesar de tener recuerdos falsos…lo
que siento por ti es real…- en cuyo instante, a continuación, por fin cayó una
lágrima por su mejilla-…porque yo también te quiero.
En aquel momento los dos se miraron
fijamente a los ojos, tristes y llorando a la vez. Maldecían a los dioses y al
destino por haber sido ellos los elegidos de la profecía, los portadores de las
armas sagradas. Se preguntaban por qué tuvieron que ser ellos y no otros, los
que cargaran con el peso de la maldición y tuvieran que llegar a esa situación.
Ambos se sentían tristes y
desdichados, al ser los dos los protagonistas de aquel trágico amor imposible,
en el que no parecía haber ninguna forma de poder estar juntos. Uno de los dos
tenía que morir, y el chico había decidido ocupar el lugar que le correspondía
a ella en el sacrificio, rompiendo las reglas establecidas por amor.
En ese instante un nuevo y ensordecedor
rugido de Ludmort rompió el silencio, que sorprendió y pilló a todos por
sorpresa. Fue entonces cuando Eduardo sacudió la cabeza a ambos lados, se secó
con la mano izquierda las lágrimas de sus ojos y volvió a mirar adelante. Su
rostro volvió a adquirir un semblante serio cuando le dijo a su compañera, sin
vacilar:
- ¡¡Rápido, Erika…mátame de una vez!!-
gritó el joven, seriamente- ¡¡No nos queda tiempo!!
La chica de nuevo se mostró pálida e
insegura, con la cara en blanco:
- ¡¡Pe…pero yo…!!- exclamó ella,
horrorizada- ¡¡No…no puedo…no puedo hacerlo!!
- ¡¡Sí que puedes, Erika!!- apremió
Eduardo, cada vez más enfadado, tras oír un nuevo grito del monstruo
proveniente del cielo- ¡¡Si no lo haces, las muertes de Marina y Mirto, y la
mía, habrán sido en vano!! ¿¡Es eso lo que quieres!? ¡¡Vamos, reacciona!!
Aquellas palabras hicieron recapacitar
a la joven, al recordar entonces a la maga sagrada que los había acompañado y
protegido al principio, y al anciano que se sacrificó para salvarlos luchando
contra Magno, en el Templo Sagrado. Ambos habían dado sus vidas por ellos, por
su causa, y si ahora fallaban en el último momento, desde luego sus muertes
habrían sido en vano.
Esa fue la razón por la que Erika
trató de ser valiente, aún a pesar del miedo que sentía. Reunió fuerzas para
sujetar la vara mágica en sus manos, y con ellas la levantó despacio y
lentamente hacia el frente:
- Edu…yo…- dijo la chica, mientras
levantaba su arma- seré valiente…lucharé por ti…por todos…por el mundo de
Limaria…
Cuando, por fin, la elegida terminó de
alzar su arma sagrada, los G.F. ya gritaban de dolor y sufrimiento. Estaban en
las últimas y no iban a poder aguantar más tiempo a su colosal y gigantesco
enemigo:
- ¡¡Los G.F. se debilitan!!- exclamó
Jack, horrorizado, mirando arriba- ¡¡No aguantarán ni treinta segundos más!!
- ¡¡Esto es el fin!!- exclamó Alana,
pálida y aterrada.
El momento final y decisivo se
acercaba. Con los guardianes de la fuerza a punto de caer y el monstruo Ludmort
a escasos segundos de tocar la superficie terrestre, el planeta entero
temblaba. La elegida apuntaba directa hacia su amigo, con la media luna de su
vara mágica brillando con la luz blanca sagrada, mientras él la miraba jadeando
y respirando con dificultad.
Faltaban tan solo diez segundos para
el fin del mundo:
- Edu…- dijo Erika, valientemente, al
mismo tiempo que las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas- esto…es por ti…
La chica cerró en ese momento
lentamente los ojos, todavía sujetando el arma en sus manos y apuntando hacia
él. En los últimos tres segundos Eduardo también cerró sus ojos, pero de golpe,
y gritó, con toda su alma y todo su ser:
- ¡¡¡ERIKA…HAZLO YA!!!
Y fue en ese instante, justo en el
último segundo, cuando se produjo el sacrificio.
La media luna de la vara mágica brilló
con un rápido y fugaz parpadeo de luz sagrada, en un instante, cuyo poder
atravesó a la misma velocidad el corazón del elegido, y lo detuvo para siempre.
Inmediatamente después de que dejara
de latir el corazón de Eduardo, el colosal monstruo Ludmort también sufrió las
consecuencias. Justo cuando estaba a punto de alcanzar y destruir el planeta,
de repente sintió su corazón por dentro también detenerse, en un instante, y
entonces gritó. Pero no se trataba de ningún grito de rabia o de furia, sino de
dolor y de agonía. Así, justo antes de tocar con su cara o cualquier parte su
cuerpo la superficie terrestre, la horrible criatura demoníaca chilló de dolor
y sufrimiento, a la vez que caía en picado y sin vida en el aire, cerrando los
ojos.
La explosión que se produjo a
continuación fue histórica, igual que las anteriores veces que se terminaba de
completar un ciclo. El cuerpo entero de Ludmort explotó con tanta potencia que
su explosión hizo temblar violentamente el conjunto del planeta durante unos
largos segundos, al mismo tiempo que su onda expansiva desgarraba los cielos a
miles de millones de kilómetros de distancia a su alrededor.
El peligro que llevaba casi un año
amenazando con destruir el mundo desapareció en una sola y apocalíptica
explosión sin precedentes, muy por encima de la suma de todas las bombas
nucleares que se pudieran imaginar, y envuelto en millones de infinitas luces
sagradas.
Por supuesto, Valor Alado y todos sus
tripulantes lograron sobrevivir a la explosión gracias a la ayuda de las
invocaciones, que crearon un enorme escudo protector alrededor de la aeronave.
Al perder Ludmort todo su poder de la materia suprema cuando los G.F. rompieron
su escudo, el poder de Quetzal, Shiva, Ifrit y Bahamut pudo aguantar y resistir
ante la amenaza.
Después de unos largos segundos de
espera y de tensión e intriga, finalmente luego llegó la calma, y el silencio
con ella.
Erika y todos los guardianes del
mirador exterior abrieron poco a poco los ojos, con precaución. Se
sorprendieron con la increíble calma que reinó de repente, después de los
muchos minutos de intensa batalla y de profunda tensión ante la hora de la
verdad.
Sus rostros, hace unos instantes
pálidos y horrorizados, cambiaron radicalmente de expresión al levantar la
mirada arriba. Ver de nuevo el cielo nocturno de la noche, con su luna y sus
millones de estrellas brillando en el firmamento, hizo que una amplia sonrisa
de oreja a oreja se dibujara en las caras de todos, a punto de llorar de
felicidad. No quedaba rastro de Ludmort por ninguna parte. Limaria y todo el
planeta habían vuelto a la normalidad:
- ¡Es…estamos vivos!- exclamó Cristal,
eufórica- ¡No me lo puedo creer…estamos vivos!
- ¡Ludmort ha desaparecido!- exclamó
Rex, también radiante de alegría- ¡Ludmort está muerto…ha funcionado!
- ¡Los elegidos han acabado con
Ludmort!- exclamó Alana, igual de eufórica que sus compañeros- ¡Hemos
sobrevivido al fin del mundo!
Sin embargo, de todos ellos había una
sola persona que no sonreía ni reía de felicidad. Esa única persona no
exclamaba ni celebraba nada, y permanecía con el rostro y los ojos húmedos
mirando hacia delante. La joven elegida ya había bajado el arma sagrada, y la
tenía sujeta en su mano derecha. La luz blanca que brillaba en su media luna
había dejado de resplandecer, y también vuelto a la normalidad:
- ¿E…Erika?- preguntó Jack, mirándola
preocupado.
Su tono de voz pronto contagió al
resto de los guardianes, que en ese instante perdieron de repente la alegría
que celebraban. Sus caras también se volvieron tristes al mirarla, y descubrir
atónitos lo que ella observaba.
Frente a ellos, en el otro extremo del
mirador exterior, aún había alguien en pie. Se sorprendieron al comprobar que
se trataba del chico de rojo, que todavía seguía en el mismo sitio exacto donde
la elegida lo había sacrificado.
Resultaba inquietante ver que, al
contrario que antes, ahora ya no le temblaba el cuerpo, ni tampoco jadeaba ni
respiraba entrecortadamente. Permanecía muy quieto y tranquilo, parado en pie y
con la cabeza agachada mirando abajo, al suelo. Ocultaba su rostro a la vista
de los demás:
- Oh no…- dijo Jack, muy triste y
deprimido- Eduardo…
La chica no dejaba de mirarlo, triste
y con el corazón roto. Sus ojos llenos de lágrimas estaban a punto de llorar
cuando dijo, a media voz:
- ¿E…Edu?
El chico tardó un poco en responder.
Cuando lo hizo, su voz denotaba debilidad, pero al mismo tiempo cálida
seguridad:
- Felicidades, Erika…- respondió él,
que en ese momento levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, con una
tierna y dulce sonrisa- lo has hecho muy bien…
Sin embargo, el débil estado de su
cuerpo no le permitía mantenerse en pie por más tiempo, y fue tras la última
palabra cuando de repente sintió que le pesaban los párpados y entrecerró los
ojos, a la vez que se disponía a perder el equilibrio. Fue en ese entonces
cuando la llave espada cayó de su mano sin vida al suelo, donde desapareció
mágicamente sin dejar ningún rastro.
La chica no lo dudó ni un instante
cuando soltó la vara mágica y echó a correr hacia el joven, mientras su arma
sagrada caía al suelo y desaparecía mágicamente, sin dejar ningún rastro. Llegó
justo a tiempo para abrazar y sujetar a su amigo, rodeándolo con los brazos, y
evitando que cayera al suelo.
Dejó que la cabeza de Eduardo se
apoyara en su hombro, como punto de apoyo, mientras ella lo abrazaba y lo
mantenía en pie, a su lado. Lloraba y sollozaba desconsoladamente, al sentir su
propio cuerpo pegado a él y descubrir que el corazón del joven ya no latía ni
palpitaba. Se había parado, y ahora era como un muñeco sin vida, un muñeco sin
corazón:
- Edu…lo siento…- se disculpó ella,
hundiendo la cabeza en el hombro del chico al que abrazaba, sin dejar de
llorar.
- No, al contrario…así está bien…esto
es lo que quería…- respondió el elegido, débilmente y con los ojos
entreabiertos. Hablaba despacio y lentamente, como si no tuviera prisa en
decirle las cosas, antes de morir- no sé si con esto pondremos fin…a la
maldición de las armas sagradas…pero…al menos me quedo más tranquilo…sabiendo
que lo hemos intentado…- a lo que luego añadió, diciendo- seguro que Marina,
Mirto y todos nuestros guardianes…estarán muy orgullosos de nosotros…lo hemos
conseguido…
Erika seguía llorando y sollozando,
pegada a él. Lo abrazaba con tanta fuerza que parecía no querer soltarlo nunca:
- Erika, no estés triste…por favor, no
llores…- le dijo dulcemente, y con una misma tierna sonrisa- si lloras, yo
también lloraré…no quiero verte triste.
Sabía que aquello no serviría de nada.
Ni todas las palabras que le dijera en ese momento bastarían para detener su
llanto y sus lágrimas, las lágrimas de un corazón roto:
- No es justo… ¿por qué…por qué
nosotros? ¿Por qué tú y yo? ¿Por qué no otros?- preguntó la chica, triste y
afligida- yo no quería esto…yo no quería ser una elegida de las armas sagradas…no
quería tener que llegar a esto…tener que acabar así, de esta manera…
Eduardo deseaba tener fuerzas para
abrazarla, pero no le quedaban. No podía ni levantar los brazos para rodearla y
corresponderla de la misma forma. Al detenerse su corazón ahora era como un
muñeco sin vida y sin fuerzas. Se mantenía en pie gracias a ella, que lo
abrazaba y sujetaba. Le entristecía no tener fuerzas para abrazarla:
- Erika…
Fue en ese momento cuando una diminuta
estrella brillante amarilla surgió de pronto del cuerpo sin vida del elegido.
Esta pequeña estrella brillante sorprendió a la chica de repente, al verla
elevarse hacia arriba y desaparecer tras varios parpadeos en el aire.
Muy pronto empezaron a surgir con ella
más diminutas estrellas brillantes amarillas, que salían del cuerpo de Eduardo,
y se elevaban lentamente hacia arriba, parpadeando hasta desaparecer por
completo en el aire. Aquel fenómeno dejó sorprendida y asombrada a la joven,
con los ojos y la boca abierta de sorpresa:
- Edu…estás…estás desapareciendo…
Erika palideció en ese instante, al
recordar la muerte de Derriper. El ser oscuro también tuvo la misma muerte
cuando acabaron con él, envuelto en miles de diminutas estrellas brillantes. La
única diferencia entre ambos era que las del séptimo eran negras y oscuras,
mientras que las de Eduardo eran amarillas y claras. Al ser los dos parte de un
mismo ser, de una única vida y existencia, debían de tener la misma y
misteriosa muerte mágica:
- Ha llegado la hora…- afirmó el chico
de rojo, muy seguro de sí mismo- debo irme con Derriper…dondequiera que esté
ahora.
En ese momento Eduardo levantó la
cabeza como pudo y alzó la mirada, observando fijamente a todos sus guardianes
al otro lado del mirador exterior de Valor Alado. Fue a ellos, que contemplaban
la escena con tristeza y pesar, a quienes les dirigió las siguientes palabras:
- Guardianes…compañeros…amigos…hasta
aquí ha llegado nuestro viaje…donde termina nuestra aventura…- declaró el
elegido, lento, despacio y emocionalmente- quiero agradeceros por todo lo que
habéis hecho por nosotros…por habernos guiado…por haber luchado…y por habernos
protegido todo el tiempo…nada de esto hubiera sido posible sin vosotros…sin
vuestra ayuda, y sin vuestro apoyo…- dijo abiertamente el joven, con una media
y dulce sonrisa agradecida- por eso y mucho más…no tenemos forma de compensar todo
lo que habéis hecho…y no creo que la tengamos nunca…por eso y mucho más…os doy
las gracias por todo…de todo corazón…
Algunos lloraban, otros contenían las
lágrimas, pero todos mostraban una expresión de tristeza en sus rostros. Los
guardianes también sentían la pérdida del elegido al que habían protegido todo
aquel tiempo:
- Os digo adiós, a todos.
Y justo en ese momento, cuando terminó
de pronunciar la última palabra, el cuerpo del chico empezó a elevarse
lentamente en el aire, para sorpresa de la joven. Despegó las plantas de los
pies del suelo y dejó que su cuerpo sin vida ascendiera hacia arriba, por sí
solo, y mientras las diminutas estrellas brillantes amarillas seguían subiendo
y resplandeciendo a su alrededor:
- Edu, no…por favor…- dijo Erika,
todavía con los pies en el suelo y mirando arriba, al joven que poco a poco se
apartaba de ella- no quiero separarme de ti.
Ya no estaban abrazados. Se había
separado debido a la ascensión del elegido, que tampoco tenía fuerzas para
quedarse allí con ella:
- Erika…me alegro mucho de haberte
conocido…eres una persona increíble…- dijo, sonriendo mirándola a los ojos y
elevándose lentamente frente a ella, rodeado de miles de diminutas estrellas
brillantes- y también te doy las gracias…por todo lo que has hecho por mí…
Lo que le dijo Eduardo a continuación
la hizo llorar todavía más, escapando una lágrima tras otra de los ojos de la
chica. Las dos manos de ella agarraban un brazo de él, cuyo cuerpo ya se
encontraba por encima de su cintura:
- Cuando llegues a casa, me olvidarás…no
recordarás nada de mí…
- Edu, yo no quiero olvidar…- declaró
Erika, triste y llorando, mirándolo a los ojos y con la mirada alzada- no
quiero olvidarte…
El cuerpo de Eduardo ya estaba por
encima de la cabeza de su amiga, y tan solo una única mano de ella agarraba
ahora la suya muerta, al deslizarse de su brazo a la mano. Ahora tan solo la
mano de la chica agarrando la de él era lo que los unía, impidiendo ella que se
elevara más arriba. La triste separación estaba inminentemente cerca:
- Edu…
El chico le dedicó entonces sus
últimas palabras, también llorando y con una media tierna sonrisa. Le dijo
dulcemente y con el corazón:
- Hasta siempre, Erika.
Y fue justo en ese instante, tras
pronunciar su nombre, que las manos de los dos jóvenes finalmente se separaron.
La chica y todos los guardianes
permanecieron mirando arriba, con la mirada alzada, mientras veían el cuerpo de
su amigo seguir ascendiendo lentamente en el aire. Las miles de diminutas
estrellas brillantes por fin empezaron a devorar a Eduardo, desde las
extremidades hasta poco a poco su tronco y luego su cabeza, igual que Derriper,
no dejando tras ellas ningún tipo de rastro.
Así estuvo el chico durante todo el
proceso, llorando y sonriendo dulcemente, mientras miraba abajo a sus
compañeros cada vez más lejanos y desaparecía entre destellos y resplandores
amarillos parpadeantes.
Al cabo de unos largos segundos, en
los que no dejó de sonreír en ningún momento, Eduardo desapareció mágica y
finalmente en el cielo, envuelto en miles de estrellas amarillas brillantes.
Junto a él, los G.F. también desaparecieron de la misma forma y volvieron, cada
uno, a su correspondiente esfera de invocación.
Cuando por fin la última de las
estrellas dejó de parpadear y se apagó en el cielo, Erika no pudo aguantarlo
más. Cayó de rodillas y apoyó sus manos abiertas en el suelo, mirando abajo,
donde rompió a llorar desconsoladamente. Tan solo su llanto de profunda
tristeza se oía en el mirador exterior de Valor Alado, ante las miradas tristes
de los guardianes que habían contemplado con gran pesar toda la escena.
Y, mientras la chica lloraba en el
suelo, los primeros rayos del sol salieron en ese entonces en el horizonte,
indicando el amanecer de un nuevo día: el amanecer de un nuevo mundo.
La profecía, finalmente, se había
cumplido.