Capítulo
XLII
ESCALADA
EN LA MONTAÑA HELADA DE CONAGA
Tras descansar en el bosque de
Arievant, el grupo decidió finalmente decidió continuar su viaje. Con Erika
nuevamente en el equipo, y la integración de un nuevo y poderoso miembro,
Eduardo y los demás partieron hacia una nueva aventura.
Su próximo objetivo, la montaña de
Conaga, se encontraba en la región más fría de Limaria: el continente norte,
famoso por sus paisajes blancos invernales. Esta región era de sobra conocida
en el mundo por “el lugar del eterno invierno”, puesto que nunca llegaba la
primavera y el frío y la nieve se mantenían apenas intacto todo el año. Sin
embargo, también eran reconocidas las tormentas y ventiscas que asolaban dicho
lugar frecuentemente, debido a los fuertes vientos que soplaban en aquella
región.
Con Alana al volante de valor Alado,
atravesaron en unas horas el inmenso mar y se dirigieron a toda velocidad hacia
el continente norte, dispuestos para su próxima misión.
En la cima de dicha montaña les
esperaba Helio, uno de los comandantes de la organización Muerte, con la piedra
angular en su poder que robó durante su estancia en el parque temático Gold
Saucer. Debían recuperarla cuanto antes y regresar rápidamente al templo
sagrado para devolvérsela a Mirto, pues sin ella era imposible escuchar las
voces de los oráculos y descubrir el secreto para derrotar al monstruo Ludmort.
Sin embargo, la pregunta que a todos
les recorría la cabeza, tras derrotar a Alejandro, era la gran duda sobre dicha
organización. No sabían si tras la muerte de su líder, la organización Muerte
todavía seguía en pie con sus malvados planes, o por el contrario se había
disuelto.
En base a esa pregunta sin respuesta,
y con la única pista de Helio para determinar un lugar y un objetivo, no tenían
más opción que seguir adelante, aún a riesgo de que aquello fuera una trampa.
No sabían lo que encontrarían allí,
pero de lo que sí estaban seguros es que Helio no accedería a entregarles sin
más la piedra angular, y por ello se habían preparado a conciencia para una
nueva batalla. Estaban seguros y dispuestos a darlo todo en la lucha contra el
hombre de hielo.
Tal y como Ray había imaginado, ya no
podía usar su habilidad del agujero oscuro. Sin duda habría resultado muy útil
para el grupo teletransportarse rápidamente de un lugar a otro, pero los
últimos y recientes acontecimientos los habían llevado inevitablemente a
aquella situación. Al no ser ya el chico de negro miembro oficial de la
organización Muerte, no podía usar dicha habilidad.
De ese modo no tuvieron más remedio
que viajar por el aire, así que montaron en Valor Alado y partieron a toda
velocidad hacia su próximo objetivo.
A medida que avanzaban hacia el polo
norte del planeta, la temperatura ambiental disminuía rápidamente con cada
minuto que pasaba. Los tripulantes de la aeronave pronto empezaron a temblar y
a estornudar, llegando incluso algunos a ponerse enfermos. Aquel cambio brusco
de temperatura radical no era nada bueno para la salud física, y la fiebre y la
hipotermia no tardaron en aparecer entre los miembros enfermos del grupo. Por
suerte la magia curativa, especialista de los magos, se encontraba allí para
sanarlos.
Antes de que empeoraran, todos se
abrigaron con chaquetas térmicas que cogieron de los armarios de las
habitaciones individuales. Seguramente las prendas pertenecieron a Alejandro y
a sus antiguos tripulantes humanos, pero a Eduardo y los demás no les
importaron en absoluto. En aquellos momentos tenían tanto frío que se pondrían
encima cualquier cosa que los mantuvieran calientes y a temperatura ambiental,
aunque fuera del enemigo o estuviera en malas condiciones.
En ese aspecto, desde luego, la
aeronave contaba con todo tipo de materiales, incluso para las situaciones más
adversas, además de reservas de comida y agua para varios meses. Sin duda,
Valor Alado constituía una gigantesca joya de supervivencia.
Muy pronto avistaron tierra firme en
la lejanía. Aquel día, una fuerte ventisca asolaba las costas del continente
norte, dificultando la aviación de la aeronave. Alana sabía muy bien que era
imposible volar con aquella tormenta, por lo que decidió por el bien de sus
amigos y de la nave que lo mejor era parar a descansar. Lo único que podían
hacer era esperar a que amainara el mal tiempo.
Las fuertes ráfagas y vientos azotaban
la nave y la hacían tambalear, lo que dificultaba bastante el aterrizaje en una
gran explanada, cerca de un pequeño pueblo al amparo de la nieve. A pesar de
los problemas, Valor Alado logró finalmente aterrizar sin daños, y ya parado la
ventiscas no le suponía ningún problema.
Como era peligroso permanecer en el
interior de Valor Alado con aquel temporal, el grupo decidió pasar la noche en
un pequeño hostal del pueblo cercano. Trataron inútilmente de convencer a los
moguris para que los acompañaran, pero descubrieron que era imposible.
Los seres alados que poblaban la nave
se negaban a dejarla sola en medio de la nada, y a no ser que fuera una
emergencia extrema, no la abandonarían a su suerte. Para mayor sorpresa, Erika
y los demás descubrieron que a los moguris no les afectaba la baja temperatura
del continente norte, y parecían estar plenamente en forma como siempre. Al
parecer, estas criaturas de pompón rojo eran mucho más resistentes al frío y al
calor que los seres humanos, y hacían falta límites extremos de temperatura
para que realmente se pusieran enfermos como el resto de seres vivos.
Viéndolo de aquella forma, al mago no
le pareció tan mala idea que los moguris se quedaran en la nave. Como apenas
ellos tenían frío y buena resistencia, podían quedarse para cuidar de Valor
Alado, y así además podrían estar preparados para cualquier problema y ellos
acudirían en su ayuda. Todos estuvieron de acuerdo con la propuesta, incluso
los propios moguris, aunque el resto no pudiera evitar estar un poco preocupados
por ellos.
Tras despedirse de sus compañeros
alados y con pompones, el grupo se abrigó bien con sus atuendos térmicos y se
dispuso a salir al frío del exterior. Ya fuera de Valor Alado, a Eduardo
enseguida se le congelaron la nariz y los dedos hasta tal punto que no los
sentía. Acostumbrado al clima tropical de sus islas, aquello era un infierno
helado que el chico jamás había experimentado en su vida. Imaginó que estarían
a temperatura muy bajo cero, y que de no ser por las ropas seguramente ya se
habrían congelado.
Tardaron varios minutos en adaptarse
al extremo frío que los rodeaba, aunque algunos de sus miembros no pudieron
soportar las bajas temperaturas:
- ¡Joder, me cago en los dioses!- se
quejaba Cristal, temblando y tiritando por completo- ¿¡Cómo demonios puede
hacer tanto frío!?
- ¿Y qué esperabas?- respondió Rex,
también temblando de frío- ¿una playa tropical con cálido sol de verano?
- ¡Algo menos helado!- seguía
quejándose la princesa, frunciendo el ceño, que luego se miró las manos y exclamó,
pálida y asustada- ¡¡Mis…mis dedos…no los siento…no siento los dedos…!! ¡¡Voy a
morir congelada!!
Antes de que la chica con coletas
perdiera la cabeza y se dejara llevar por la histeria, Jack alzó la voz para
controlar la situación:
- ¡¡Cristal, cállate, nadie va a morir
aquí!!
La princesa cerró la boca de repente,
y el mago recobró la compostura. Abrió con esfuerzo y mucho cuidado el
mapamundi que siempre llevaba encima. La tormenta y los copos de nieve que
caían sobre el papel le dificultaban la visión sobre su posición actual:
- A ver…estamos en pleno centro del
continente norte…- señaló el mago, con el resto del grupo alrededor para cubrir
y ver el mapa- y el pueblo más cercano que tenemos es Frozen, justo a un par de
kilómetros de aquí…
- ¿Frozen?- preguntó Eduardo,
tiritando y con los huesos congelados- ¿es ahí donde iremos?
Jack asintió con la cabeza:
- Debido a las dificultades climáticas
y a las terribles tormentas que asolan esta región, el continente norte no está
muy poblado, que digamos. Aparte de Boneland, situada en la cara sur y ajena al
frío y la nieve, la única con civilización aquí es Frozen- explicó el mago-
amparada en medio de las montañas y paisajes invernales, es el único pueblo que
hay aquí, y que ofrece cobijo y suministros a los viajeros. Nos será muy útil
para descansar seguros, y además comprar algunos materiales y objetos, que nos
harán falta para este viaje.
El resto del grupo estuvo de acuerdo
con la idea, y en ese momento Jack cerró el mapa. Señaló en la dirección correcta
diciendo:
- ¡Vamos, chicos, directos a Frozen!
Caminaron rápidamente y con dificultad
bajo la ventisca, durante lo que les pareció una eternidad, hasta que
finalmente sonrieron al divisar las luces de las casas de su destino. Frozen
era un pequeño pueblo al pie de las montañas nevadas, con numerosas casas de
madera que formaban un amplio terreno en medio de la llanura invernal. Eduardo
lo recordaba siempre como la foto de una postal, ideal como recuerdo de unas
minivacaciones en algún país frío. Imaginaba Frozen como el hogar del mismísimo
Papá Noel en época navideña, y de seguro un bonito lugar si se lucía con luces
y adornos de dichas fiestas.
Recorrieron todo el pueblo, sorteando
las casas y dejando huellas en la nieve tras su paso, hasta que finalmente
llegaron al enorme caserón que les interesaba.
Ya dentro del hostal, tiritando y tras
cerrar la puerta, el grupo se dirigió al mostrador de la recepción, tras el
cual un tendero vestido de esquimal les recibió:
- Buenas tardes, señores- y fijándose
en sus caras, afirmó con total seguridad- ¿forasteros, verdad?
- ¿Co…cómo…lo…ha sabido?- preguntó
Alana, todavía temblando de frío.
- Este es un pueblo pequeño y no
solemos recibir visitas del exterior. Todos los de la localidad nos conocemos…y
además, estamos acostumbrados a soportar estas temperaturas- explicó el
esquimal- ¿en qué puedo ayudarles?
- Queremos…una…habitación…- dijo Jack,
tiritando y con esfuerzo.
- ¡Y…que sea…calentita…por favor…!-
añadió Erika, temblándole todo el cuerpo.
El tendero esquimal los miró a todos,
para tomar la cuenta que les correspondía por una noche:
- Muy bien…cuatro adultos, dos niños y
un perro…en total son cuatro mil quinientos platines, sin contar lo que pueda
ensuciar el chucho y otros desperfectos.
Rex empezó a gruñir al esquimal
mientras Jack entregaba el efectivo. Estaba harto de que en todos los locales
comerciales lo infravaloraran y trataran como un sucio ser inferior, sólo por
ser un animal. Estuvo a punto de abrir el hocico y de pronunciar insultos
cuando Eduardo se dio cuenta de sus intenciones, y rápidamente le tapó el
hocico con las dos manos mientras negaba con la cabeza. De esa forma se evitó
un espectáculo innecesario, que sin duda no les habría permitido pasar una
noche tranquila y relajada.
Sin embargo, como único consuelo antes
de irse a la habitación, Rex pudo dirigirle una mirada enfadada al tendero,
acompañado de un gruñido amenazante por lo bajo. Por alguna razón, el grupo
siguió por el pasillo hacia la habitación mientras Alana le consultaba una duda
al esquimal.
Encendieron la luz de la habitación
alquilada, tras abrir y cruzar la puerta que la mantenía cerrada. A pesar de
estar dentro de un caserón, en el interior de la estancia aún se respiraba un
aire frío e incómodo. Eduardo enseguida vio una chimenea apagada muy tentadora,
y usando su llave espada conjuró la magia Piro directo a ella, con la que
prendió una pequeña llama a la madera:
- ¡Esto está mucho mejor!- exclamó el
chico, retirando su arma.
La chispa de la llama y el posterior
crecimiento del fuego en la chimenea le dieron el toque cálido y acogedor que
le faltaba a la estancia. Los demás se pusieron cómodos repartidos por la
habitación mientras Cristal, Rex, Eduardo y Erika se colocaban junto al fuego
para entrar en calor:
- No es una buena idea salir a
explorar en estas condiciones climatológicas- comentó Ray, mirando por la
ventana la tormenta del exterior.
- Pasaremos la noche aquí y mañana
iremos a escalar la montaña, si el tiempo lo permite- dijo Jack.
- ¿¡Qué!?- exclamó Cristal,
sorprendida por la idea- ¿¡Piensas llegar a la cima de la montaña escalando!?
¡Pero si tenemos a Alana y a Valor Alado!
En ese momento la pelirroja entró en
la habitación y cerró la puerta tras de sí. Acababa de oír las palabras de la
princesa, y le respondió diciendo:
- Eso no va a ser posible- afirmó la
piloto, decepcionada- antes he hablado con el tendero esquimal, preguntándole
la misma duda…y nos aconseja no hacerlo.
El resto del grupo se quedó perplejo
ante la sorpresa, y todos dirigieron la mirada a Alana:
- ¿Por qué?- preguntó Eduardo- ¿Es muy
peligroso?
- Según me dijo, aquí las ventiscas
son impredecibles. Tanto puede hacer buen tiempo como repentinamente cambie y
se ponga peor de un momento a otro, y viceversa- explicó la pelirroja- aunque
mañana haga buen tiempo, una tormenta puede pillarnos a medio camino y la cosa
se pondría muy fea.
- ¿Pero Valor Alado no es capaz de
aguantar esta ventisca?- añadió Erika- ¡parece bastante seguro, y además
llegaríamos a la cima en un abrir y cerrar de ojos!
- ¡Ojalá fuera tan fácil!- suspiró
Alana, que luego explicó a sus compañeros- aunque cueste creerlo, el material
de Valor Alado no es capaz de soportar temperaturas extremas, y el frío de esta
tormenta congelaría los motores en pocos minutos…- y dirigiendo su mirada hacia
la ventana, dijo- por suerte, la temperatura que se da en el pueblo
generalmente, no llega a la altura de las tormentas de la montaña.
En ese momento intervino Jack, para
aclarar la forma en la que llegarían a su objetivo:
- Por eso hemos decidido dejar aquí a
Valor Alado y seguir nosotros a pie, hasta que volvamos.
- Pero esa montaña parece muy alta-
comentó Rex, agotado con solo pensar en la idea- seguramente tardaremos mucho
tiempo en llegar a la cima.
- ¡No te creas!- habló de nuevo Alana,
bastante convencida- he logrado sacarle información al esquimal de la
recepción, y me indicó una ruta más rápida para llegar antes…- a lo que añadió
diciendo- ¡no veas lo histérico que se puso cuando le mencioné que pretendíamos
escalar a la cima de la montaña…nos trató como locos suicidas!
La mujer expuso un objeto encima de la
mesa, a la vista de todos, y lo abrió por los dos pliegues. Se trataba de un
mapa viejo y arrugado, y parecía antiguo:
- ¿Eso es la montaña Conaga?- preguntó
Ray, al reconocer la silueta dibujada en el papel.
Alana asintió con la cabeza, y el
resto de sus compañeros por fin se enteraron de la idea. Lo más llamativo era
que habían dos recorridos trazados en el mapa: uno de color rojo y otro de
color azul. La pelirroja señaló el primero diciendo:
- Éste es el camino que sigue la
ladera norte de la montaña, que como vemos llega hasta la cima…- y a
continuación indicó el otro trazado de color azul- y por este otro bajamos de
nuevo al pueblo por la ladera este… ¿fácil, no?
Eduardo y los demás se quedaron un
rato mirando el mapa, no muy convencidos. Las rutas de colores dibujadas eran
muy irregulares, y se veía claramente que daban por lo menos dos vueltas a las
caras correspondientes de la montaña. Cualquiera que viera aquel recorrido
pensaría que el que lo hizo estaba loco, o que realmente llegó a perderse en la
montaña Conaga y que dibujó las líneas de rojo y azul en un último esfuerzo
tratando de fingir su tan ansiado logro. Lo que sí estaba claro era que aquel
mapa no inspiraba demasiada confianza:
- Todo parece muy bonito, demasiado
bueno para ser verdad…- comentó Rex, no muy convencido- sinceramente no me
fiaría de este mapa, ya que parece tener por lo menos cincuenta años… ¿quién
nos dice que siguiendo esta ruta no nos perdamos?
Y fue Ray el que formuló la pregunta
clave a aquel dilema:
- ¿Dónde conseguiste este mapa?
- Me lo regaló el tendero esquimal-
respondió la pelirroja- me contó que pertenecía a su padre, y que hace la tira
de tiempo llegó hasta la cima y consiguió bajar de nuevo al pueblo…se convirtió
en todo un héroe, y en la sexta persona hasta entonces que consigue semejante
logro.
Seguía sin haber convicción en el
ambiente. Que aquel mapa fuera de una de las pocas personas en coronar la cima
de la montaña no significaba que consiguieran lo que se proponían, por una
simple y sencilla razón:
- Hay un problema- dijo Jack, serio y
pensativo- hace por lo menos cincuenta años de este mapa, y seguramente las
rutas no sean las mismas o hayan desaparecido… ¿qué haremos entonces?
Aquel planteamiento del mapa dejó
sorprendidos al resto de miembros del grupo. Pensándolo de esa forma resultaba
mucho más razonable no usar el mapa antiguo:
- Pero…no sabemos a ciencia cierta si
las rutas han cambiado o no…- insistió Alana- este mapa es la única pista que
tenemos para llegar a la cima…y sin él, seguramente nos perderemos en la
montaña…
Todos sus amigos la miraron, no muy
convencidos, y en ese momento miraron al joven de rojo, para conocer su
respuesta:
- ¿Tú qué opinas, Eduardo?- preguntó
Jack.
El chico se quedó un rato pensativo,
razonando lo dicho hasta ahora. Por un lado era verdad que no debían fiarse de
un mapa tan antiguo, pero por otro la pelirroja también tenía razón en que era
la única pista que tenían para alcanzar la cima. Tras unos segundos de profunda
reflexión, finalmente Eduardo dijo:
- Estoy de acuerdo con Alana. Pienso
que es mejor tener algo en lo que basarse, que andar a ciegas por la montaña-
explicó el chico de rojo- y en el caso de que nos pasara algo, siempre podemos pedirles
ayuda a nuestros amigos los moguris, y ellos acudirían a salvarnos con Valor
Alado.
- Pero, Eduardo, recuerda que Valor
Alado no soporta temperaturas extremas…- dijo Rex, apuntando a la información
de la piloto- si la nave acudiera a nuestro encuentro, puede que a medio camino
la pillara una fuerte tormenta…y si eso ocurre, tanto los moguris como Valor
Alado morirían en el intento…
El joven respondió a su afirmación,
con aparente calma y seguridad en sus palabras:
- Lo sé, Rex…pero si no lo intentamos
nunca lo sabremos…en ocasiones hay que arriesgarse, y nosotros hemos pasado por
muchos momentos en los que la muerte nos acechaba…- y luego sonrió diciendo-
¡así que ya estamos acostumbrados a vivir al límite! ¿No?
Sus amigos lo miraron, sorprendidos,
cuando pronunció las siguientes palabras:
- Nos hemos enfrentado en numerosos
combates contra todo tipo de poderosos enemigos, que nos habrían matado de un
solo golpe…- a lo que añadió con una gran sonrisa- ¡comparado con eso, escalar
una peligrosa montaña no es nada!
Jack y los demás recordaron entonces
todos los retos y desafíos por los que habían pasado, y la enorme dificultad y
riesgo que supuso superarlos. Desde luego habían sido retos difíciles, que
gracias al milagroso poder de las invocaciones habían conseguido superar.
Sintieron el mensaje positivo y los
ánimos que su amigo quería transmitirles, y sonrieron de la misma forma:
- ¡Tienes razón!- dijo el mago,
sonriente- ¡si hemos llegado hasta aquí, seguro que podemos conseguirlo!
Y fue entonces cuando Erika exclamó
diciendo:
- ¡Muy bien, chicos, descansad bien
esta noche!- animó la chica, con una amplia sonrisa- ¡mañana nos espera un duro
día de escalada!
A la mañana siguiente, el día se
presentó de forma distinta a la ventisca que los recibió en la región la noche
anterior. El sol resplandecía de lo alto del cielo azul despejado, y se podían
contemplar los paisajes nevados con todo su esplendor y belleza. Era el día
perfecto e ideal de unas vacaciones invernales, en las que se podía jugar
perfectamente a la típica guerra de bolas de nieve.
Por suerte, en aquellos momentos el
continente norte gozaba de un clima tranquilo y despejado, y no parecía que
fuera a haber tormenta, al menos durante unas horas.
El grupo abandonó el hostal esa mañana
y, antes de encaminarse hacia su objetivo, caminó por entre el pueblo de
Frozen. Necesitaban provisiones y objetos como pociones y éteres para el
combate, ya que el viaje que les esperaba iba a ser largo y peligroso. No
dudaron en gastarse todos sus ahorros de platines para esta ocasión.
Mientras caminaban por las calles y
compraban en las tiendas de Frozen, Eduardo no podía evitar observar a la gente
que vivía en el pueblo, y los miraba incluso al girar la cabeza a su paso.
Estaba claro que parecían forasteros, y el pueblo entero los reconocía con una
sola mirada.
Los habitantes de Frozen vestían con abrigadas prendas de piel, e iban
cubiertos la mayor parte de su cuerpo, a excepción de la cara y las manos.
Muchos llevaban gorros en la cabeza, acompañados de gruesas bufandas alrededor
del cuello y guantes que les mantuvieran calientes las manos. Al parecer,
cualquier ropa o prenda abrigada podía servir de poco viviendo en aquella
localidad.
Una vez hubieron terminado de hacer
las compras necesarias, el grupo finalmente retomó la marcha, y partieron de la
ciudad de Frozen rumbo a la montaña de Conaga, que se alzaba imponente a lo
lejos y cuya cima se ocultaba entre un mar de nubes que la rodeaba.
Mientras caminaban por los parajes
nevados directo a su objetivo, el chico de rojo no dejaba de observar lo alto
de Conaga. Había algo que le parecía raro y no sabía por qué:
- Es extraño…- dijo Eduardo mirando a
la cumbre, pensativo.
- ¿El qué?- preguntó Alana.
- En todas las fotos y postales que
veo de la montaña, incluso ayer, y ahora…la cima siempre se esconde entre las
nubes, nunca se ve… ¿no os parece demasiado raro?
El chico de negro supo entonces a lo
que se refería, y respondió diciendo:
- Eso se debe a una vieja leyenda que
oí escuchar a unos tipos del hostal- explicó Ray- se dice que ahí arriba vive
el espíritu demoníaco de un antiguo monstruo que habitó la montaña hace siglos.
- ¿¡Un…un monstruo!?- exclamó Cristal
de repente, nerviosa.
Ray asintió con la cabeza:
- Ese monstruo era el guardián
protector de Conaga, y con su furia ahuyentaba a los exploradores que osaban
acercarse a la cima de la montaña, lugar que se rumorea era su santuario, su
hogar.
- ¿Y qué pasó con él?- preguntó Erika,
con curiosidad.
- Un día, alguien llegó a la cumbre, a
pesar de las advertencias del guardián- explicó el chico de negro- ese alguien
se encontró cara a cara con el monstruo, y tras una feroz batalla…le dio muerte
al guardián de Conaga.
Los demás se sorprendieron al oír
aquello. Les parecía increíble:
- ¿¡En serio!?- exclamó Alana,
perpleja- ¿¡Y qué fue del desconocido!?
Ray hizo una pequeña pausa, para dejar
un instante de intriga a sus compañeros, y luego empezó a hablar de nuevo
diciendo:
- Tras aquello, el saqueador de tumbas
trató de huir del lugar, pero inesperadamente, el fantasma del guardián le
tendió una trampa…y quedó atrapado en Conaga para toda la eternidad.
Eduardo tragó saliva, al tiempo que un
escalofrío recorría su espalda. Prestó más atención, un poco asustado, al oír
de Ray:
- Desde entonces, se dice que el
espíritu del monstruo de Conaga vaga por la montaña y la protege de todo aquel
que intenta acercarse. Por tanto la cima, su hogar, permanece siempre oculta al
mundo.
- Eso explicaría la razón de las
continuas tormentas y ventiscas alrededor de la montaña, ¿no?- concluyó Rex.
- Exacto…- afirmó Jack, que luego
añadió como si fuera algo sin importancia- pero de todas formas, olvidémonos de
esa leyenda urbana…después de todo, sólo son cuentos de viejas.
Sin embargo, no todos los miembros del
grupo adquirieron esa connotación objetiva de la leyenda. A diferencia del
racionalismo lógico de Jack, la princesa era muy susceptible a todo lo
relacionado con cualquier indicio paranormal. Intervino en ese momento, cuando
hubo un silencio en el grupo, y se dirigió a su compañero diciendo, mientras temblaba
de miedo:
- O…oye, Ray…- dijo Cristal, un poco
nerviosa y asustada- ¿tú no crees en monstruos y fantasmas, verdad?
- Sí que creo- sonrió él, como si
fuera algo normal- y, de hecho, me gustaría que nos encontráramos con ese
fantasma guardián.
- ¡No…no digas esas cosas!- exclamó la
chica con coletas, temblando de miedo- ¿¡Y si se nos aparece, y nos quedamos
atrapados para siempre en la montaña!?
En ese momento Cristal se detuvo en
seco, bastante paranoica sobre el tema. Estaba tan asustada por la leyenda que
ni siquiera se dio cuenta de que sus amigos seguían caminando adelante, y que
estaba hablando sola en voz alta:
- ¡Jack! ¿¡Y si…y si nos replanteamos
el subir a la cima!?- propuso la ladrona, temblando de miedo- ¡Aquí se está a
gusto y genial! ¡Podemos mandarle un mensaje a Helio y preguntarle si se
enrolla y baja aquí a reunirse con nosotros! ¡La verdad, no creo que le importe
librar el combate aquí en vez de arriba! ¿¡Qué más dará si luchamos aquí o en
la montaña, eh!?- rió, temblando y asustada- ¡Total, sólo es un combate! ¡Creo
que sería mucho mejor para todos si…!
En ese momento Jack le gritó, un poco
más lejos con los demás:
- ¡Cristal, hasta hace un momento
estabas de acuerdo en subir la montaña, así que no seas cobarde y ven aquí
ahora mismo si no quieres perderte!
La princesa accedió de mala gana, y
corrió a reunirse con el resto del grupo. Seguía temblando de miedo, y con
pocas ganas y el ánimo por los suelos, finalmente asintió con la cabeza, un
poco asustada:
- Sigamos adelante- dijo el mago,
decidido.
De esa forma, todos retomaron la
marcha y empezaron a caminar directos a la misteriosa montaña de Conaga,
mientras una terrible tormenta se avecinaba desde la lejanía.
Escalar la montaña helada resultó ser
mucho más difícil de lo que imaginaban, hasta tal punto de considerar dar la
media vuelta. Sin embargo, para cuando se replantearon volver atrás ya era
demasiado tarde. Se encontraban a una altura considerable, y sin duda ya habían
recorrido un buen trecho desde que llegaron a la base, muchas horas antes.
Por si eso fuera poco, y tal y como
desgraciadamente lo esperaban, una fuerte tormenta los pilló a mitad de camino,
sorprendiéndolos a todos. En aquellas condiciones climatológicas adversas, la
nieve y la ventisca habían borrado todo rastro del camino seguido hasta
entonces, y por lo tanto ya era imposible volver atrás. No tenían más remedio
que seguir adelante.
Los siguientes días fueron
extremadamente duros y peligrosos, en los que el instinto y la supervivencia
fueron cruciales para avanzar en el irregular camino que recorrían. Las
provisiones de comida disminuían a gran velocidad, al igual que las reservas de
pociones y éteres, objetos empleados para recuperarse tras un cierto número de
batallas.
Además de eso, los poderosos y
terribles monstruos que habitaban la montaña los atacaban en numerosas
ocasiones, dejándoles muy poco tiempo de respiro. Por suerte la gran mayoría
eran afines al elemento Hielo, y Eduardo y los demás los debilitaban empleando
ataques físicos y mágicos con la magia Piro.
Frente a las fuertes tormentas que
iban y venían cada período de tiempo indefinido, el grupo se refugiaba en
cuevas o sitios resguardados, y encendían hogueras para no congelarse y
mantener el calor. Muchas veces se veían en graves aprietos al sorprenderles la
tormenta de repente y no encontrar un sitio donde cobijarse.
Durante todas las noches que pasaron
en la montaña Conaga, Eduardo siempre se despertaba de madrugada, sudando y
jadeando, mientras le temblaba todo el cuerpo. Últimamente le estaba rondando
por la cabeza la misma pesadilla, una y otra vez, en la que podía verse a sí
mismo atravesar el corazón de Erika con la llave espada, y asesinándola en el
acto.
El chico tenía mucho miedo, porque
aquellas horribles pesadillas le recordaban a los sueños que tuve hace tiempo
con Asbel y la muerte de Marina, en la Ciudad Olvidada. Por aquel entonces aún
no se habían producido tales acontecimientos, y el joven no tardó en descubrir,
justo antes de iniciar el combate contra su antiguo maestro, que las visiones
que tenía en realidad se trataban de sueños premonitorios, que aún no habían
ocurrido en el futuro.
Eduardo tenía mucho miedo, y temblaba
con solo imaginarse la idea. Recordaba entonces las palabras que les había
dicho Alejandro sobre los elegidos y las armas sagradas, aquel día que
visitaron Vildenor y su morada. Afirmaba que el propio Mirto era el responsable
de la muerte de su compañera, la elegida de la vara mágica, y que les dio a
entender que lo mismo pasaría con los dos jóvenes provenientes de la Tierra.
El chico temblaba de miedo con la idea
de matar a su amiga de la infancia, y deseaba con todas sus fuerzas que esas
horribles pesadillas fueran, sólo eso, horribles pesadillas.
Al cuarto día de escalada en la
montaña, el grupo entero empezó a perder las esperanzas que tenían puestas en
llegar a la cima. Tal y como habían decidido, estaban siguiendo el recorrido
trazado en el mapa antiguo, pero desde el día anterior habían perdido la pista
de por dónde debían seguir.
Empezaban a pensar que Jack tenía
razón al decir que no debían guiarse por un mapa antiguo, y las consecuencias
se notaban a cada hora que pasaba. Estaba claro que las rutas de hace cincuenta
años ya no eran las mismas a las de ahora debido, entre otras cosas, al mal
tiempo y a las terribles tormentas que asolaban Conaga:
- Maldita montaña…maldito mapa
inservible…maldito frío que hace…- se quejaba Cristal, temblando y andando con
pasos pesados en la nieve.
En ese momento tropezó con la gruesa
raíz de un tronco que sobresalía, y la princesa cayó de bruces al suelo, con la
cara enterrada en la nieve. Apoyó las manos en el suelo frío y levantó la
cabeza mientras escupía nieve de la boca:
- ¡Maldita sea la hora en que pisamos
esta mierda de montaña!
Sus amigos se detuvieron en seco y
volvieron la mirada a ella. Tumbada en el suelo, parecía que estuviera
descansando:
- Cristal, no es momento de jugar con
la nieve- la reprochó Jack- ¡anda, levántate, que nos puede pillar otra
tormenta en cualquier momento!
La princesa se levantó del suelo,
enfadada y frunciendo el ceño, mientras se limpiaba la nieve posada en la ropa
térmica. Exclamó, molesta e inflando las mejillas de enfado:
- ¡Estoy cansada y agotada! ¡Llevamos
más de tres días caminando en círculos y siempre llegamos al mismo sitio! ¡Nunca
conseguimos subir más de nuestra posición, y todo por culpa de ese mapa!-
exclamó la chica con coletas- ¡Estoy harta y empiezo a pensar que realmente nos
hemos perdido en esta asquerosa montaña! ¡El fantasma guardián de Conaga nos ha
atrapado y jamás saldremos de aquí!
Aquel comentario molestó y enfadó al
mago, que respondió de la misma manera:
- ¡Oye, aquí también estamos todos
cansados! ¿¡Vale!? ¡No eres la única que está deseando salir de este lugar!
- Eso sí lo conseguimos, claro…- dijo
la ladrona, por lo bajo- y, la verdad, dudo mucho que salgamos vivos de aquí…
- ¡Claro que saldremos, en cuanto
lleguemos a la cima y consigamos la piedra angular!- exclamó Jack, firme y
decidido.
- ¿Ah, sí?- preguntó Cristal,
desafiante- ¿y cuánto crees que falta para que lleguemos arriba?
El mago se quedó un breve momento
callado, como si de repente hubiera perdido la voz. Incluso él mismo tenía que
reconocer que no sabía en qué parte de Conaga se encontraban, y que había
muchas probabilidades de que estuvieran perdidos. Al cabo de varios segundos de
silencio Jack respondió, tratando de mantener la seriedad y fingir seguridad en
sí mismo:
- Creo…creo que…vamos por la mitad del
camino…nos falta la otra mitad…
Su intento por tratar de estar seguro
de que todo iba bien fue inútil, ya que el resto del grupo notó enseguida que
mentía. Eso sólo podía significar una cosa: que realmente estaban perdidos:
- Llevas diciendo eso desde ayer, y no
veo ningún cambio a nuestro alrededor- dijo Cristal, apoyando su innegable
afirmación- ¡Admítelo, estamos perdidos…y todo por culpa de ese puñetero mapa!
Todos miraron el objeto que Alana
llevaba en sus manos, y comprobaron que tenía razón. Habían estado siguiendo
una ruta que no existía, y eso les había llevado inevitablemente hasta la nada,
perdidos en el mismísimo corazón de Conaga:
- ¡Ya os dije que no era una buena
idea usar ese mapa!- dijo la princesa, frustrada- ¡mirad ahora nuestra
situación…ni siquiera sabemos dónde estamos!
La pelirroja suspiró, decepcionada
porque su plan había sido un completo fracaso, y guardó de nuevo el mapa en uno
de los bolsillos de su chaqueta térmica. A continuación extrajo de otro
bolsillo una especie de aparato intercomunicador, que empezó a poner en marcha
pulsando un botón:
- ¿Qué haces, Alana?- preguntó Rex,
confuso.
- Voy a llamar a los moguris-
respondió la piloto, llevando el aparato a su oreja- les diré que vengan a
recogernos en Valor Alado…podrán localizarnos mediante la señal de este
transmisor.
- ¡Buena idea! ¿Por qué no se nos
ocurrió antes?- exclamó Cristal, con sarcasmo- ¡De haberlo hecho, nos habríamos
ahorrado todo este sufrimiento desde el principio!
Eduardo y los demás suspiraron,
aliviados al saber que por fin saldrían de aquel infierno helado. Un silencio
se apoderó de repente del ambiente, mientras el grupo esperaba la conversación
con los moguris al otro lado de la línea.
Sin embargo, el miedo y la
preocupación se hicieron presentes al notar que la pelirroja tardaba mucho en
ponerse en contacto con las criaturas de pompón rojo de la nave. Erika preguntó
entonces, preocupada:
- ¿Alana?
La piloto había perdido el color del
rostro. Su cara ahora reflejaba miedo y terror, y estaba claro que algo malo
pasaba:
- No…no puede ser…- respondió la
pelirroja, asustada- aquí…aquí arriba no hay cobertura…
- ¿¡Qué!?- exclamaron los demás,
atónitos y horrorizados por la sorpresa.
- ¿¡Se trata de una broma, verdad!?-
preguntó Cristal, sonriendo y temblando de miedo- ¡Dinos que es una broma, por
favor!
El rostro y la voz temblorosa de Alana
demostraban claramente que no estaba bromeando. Incluso ella misma tenía mucho
miedo, y deseaba que aquello no estuviera pasando:
- ¡No…no estoy bromeando!- respondió
la pelirroja, asustada- ¡Aquí arriba no hay cobertura…no podemos llamar a los
moguris!
Aquella terrible sorpresa dejó por los
suelos las últimas esperanzas que tenían puestas en salir de Conaga. Sin contar
con la ayuda de Valor Alado, era prácticamente imposible escapar de ese
laberíntico lugar. Sin embargo, lo peor de todo era que apenas les quedaban
provisiones para el combate, y con la poca comida que tenían no podrían
sobrevivir más de tres días.
Definitivamente estaban condenados a
morir en la montaña helada de Conaga:
- ¡Genial, atrapados y condenados a
morir en esta mierda de montaña!- exclamó Cristal, con absoluto sarcasmo- ¡Qué
gran idea la de escalar Conaga!
La chica con coletas empezaba a perder
los nervios, y el pánico y el terro comenzaron a apoderarse del resto de
miembros del grupo. A diferencia de sus compañeros, y mientras Eduardo y los
demás corrían y gritaban alrededor presa del pánico, Ray permanecía tranquilo
sentado en una roca cercana.
El chico de negro parecía bastante
calmado y seguro, como si la situación le pareciera lo más normal del mundo, y
observaba la locura de sus amigos, armando ruido y escándalo:
- ¡¡Chicos, calmaos, no vamos a morir
aquí!!- trataba de tranquilizarlos Jack, sin resultados- ¡¡Así no podemos
pensar en una forma de escapar de esta montaña!!
Los escandalosos gritos de miedo y
terror descoordinados de sus amigos seguían contaminando acústicamente el
lugar, y estaban siendo cada vez más molestos y estridentes. Tras varios
intentos fallidos por las buenas, y viendo que no le hacían caso, Jack acabó
perdiendo la paciencia. Apretó los puños, aspiró todo el aire que pudo en sus
pulmones, y gritó con todas sus fuerzas diciendo:
- ¡¡CALLAOS YA, JODER!!
El grito del mago, resonando con el
eco en toda la montaña, obtuvo resultados inmediatos al instante, ya que todos
sus compañeros se detuvieron en el acto, sorprendidos. Jack suspiró aliviado, y
una vez que hubo llamado la atención de todos, continuó hablando:
- Bien, ahora que nos hemos calmado,
vamos a ser positivos y a pensar la forma de…
No terminó de hablar porque en ese
momento de oyó un fuerte estampido, seguido de un tremendo rugido que surcó
todos y cada uno de los rincones de Conaga. Ray se levantó de la roca, y el
grupo entero volvió la vista a lo alto de la montaña.
Un terrorífico escalofrío les recorrió
la espalda, al ver cómo una gigantesca capa de nieve se desprendía de la ladera
de la montaña, y se precipitaba a gran velocidad hacia ellos:
- No…no puede ser…- dijo Alana,
horrorizada- eso…eso es…
- Muy bonito, Jack…- comentó la
princesa, a aquellas alturas saturada de malos presagios- te has lucido con el
grito…
Sin embargo, fue el perro el que
finalmente dio la voz de alarma:
- ¡¡Una avalancha!!- gritó Rex-
¡¡CORRED!!
Erika y los demás corrieron de nuevo
bajando la montaña por donde habían subido, mientras tras ellos se acercaba
peligrosamente a gran velocidad la enorme masa de nieve, arrasando y
destrozando todo lo que encontraba a su paso. Sabían de sobra que si les
alcanzaba la avalancha, no sobrevivirían para contarlo.
Los siguientes segundos que pasaron
fueron absolutamente críticos y agobiantes. Podían sentir la fría ráfaga de la
muerte acechándolos a su espalda, y más cerca conforme pasaban los segundos.
Sentían que si no ponían toda la fuerza en sus piernas para correr, acabarían
enterrados de por vida bajo una gigantesca montaña de nieve.
La avalancha estaba peligrosamente
cerca de su posición. Habían corrido muchos metros cuesta abajo, y no
encontraban un buen sitio donde refugiarse de la amenaza. Parecía el final de
todos, y los gritos histéricos de algunos de los miembros al girar la cabeza
atrás y ver que tenían la inmensa ola nevada a apenas treinta metros, rozaba el
límite de la desesperación.
Justo cuando todo parecía perdido e
inevitablemente iban a morir, Jack sonrió al encontrar un refugio natural en el
camino, constituido por una formación rocosa saliente y que dejaba un amplio
espacio interior cubierto por un techo rocoso acogedor. Avisó a sus amigos
gritando:
- ¡¡Rápido, chicos, por aquí!!
Los demás le hicieron caso y corrieron,
con el mago encabezando la marcha. Lograron refugiarse justo a tiempo, cuando
la avalancha les estaba pisando los talones.
Todos consiguieron meterse en el
refugio a tiempo menos una persona, que se había quedado atrás y no logró
llegar junto con el resto. Jack y los demás vieron, horrorizados al volver la
vista atrás, cómo su compañero fue tragado por la masa de nieve:
- ¡¡Eduardo!!- gritaron todos.
Los gritos del chico de rojo fueron
ahogados al hundirse de inmediato en la ola nevada. Su cuerpo desapareció de la
vista, pero la cuerda que llevaba a la cintura seguía visible. Todos llevaban una
puesta y amarrada en el mismo sitio, por si la necesitaran en una situación
extrema durante aquella aventura por Conaga, para que sirviera de agarre:
- ¡¡La cuerda!!- exclamó Erika,
preocupada- ¡¡No dejéis que escape la cuerda!!
De esa forma, y sin pensarlo dos
veces, todos sus amigos se lanzaron a coger la cuerda que suponía la única
esperanza de vida de su compañero. Sin embargo, y aún sujetándola entre todos
con fuerza, ni siquiera los seis juntos fueron capaces de soportar la tremenda
fuerza de la avalancha.
Con gritos de pánico y terror, el
resto del grupo se unió junto a Eduardo en el inmenso oleaje de nieve. No quedó
nadie en el refugio rocoso.
La sensación de violento movimiento y
la falta de respiración eran exactamente igual a la de una ola gigante de mar,
cuando atrapaba a una persona. Erika y los demás no sintieron otra cosa aparte
de agobio y asfixia, mientras sus cuerpos eran brutalmente zarandeados en todas
direcciones, perdiendo el sentido del rumbo.
Aquellos terribles segundos fueron
eternos para todos, en los que deseaban que aquella tortura acabara cuanto
antes. Más de uno recibió duros golpes de roca y troncos de árbol destrozados
en medio del oleaje.
Después de lo que les pareció una
eternidad, finalmente notaron que la devastadora fuerza de la avalancha
comenzaba a debilitarse, y los anteriores movimientos bruscos pasaron a ser
cada vez más suaves y delicados. Muy pronto la marea de nieve se detuvo en
seco, indicando que se habían detenido y pasado el peligro.
Rex asomó el hocico de repente, y
enseguida sacó la cabeza de la masa de nieve que lo rodeaba, jadeando y
respirando entrecortadamente. Lo mismo hicieron los demás, dispersados por los
alrededores, que emergían del mar de nieve que los rodeaba, como si volvieran a
la vida. No podían creer que siguieran vivos:
- ¿Es…estáis…todos bien?- preguntó
Jack, dirigiéndose al resto.
- Creo…creo que si…- respondió Erika,
dolorida.
Todos se levantaron a duras penas,
apoyando los brazos y manos en el suelo frío. Algunos cojeaban de heridas
leves, y la gran mayoría tenía rasguños por todo el cuerpo. Gemían de dolor con
cada movimiento y paso que daban.
Desde luego, aquella avalancha los
había dejado en las últimas:
- ¿Estamos todos?- recontó Alana, una
vez que se reunieron en el centro.
- ¡Esperad!- exclamó Rex, preocupado-
¿¡Dónde está Eduardo!?
Todos se acordaron de repente del
breve instante en que su amigo fue tragado por la avalancha, antes de verse
inmersos en el oleaje de nieve. Todavía faltaba él:
- ¡¡Buscadlo, rápido!!- exclamó Jack,
horrorizado- ¡¡tiene que estar por aquí cerca!!
Cada uno de los miembros del grupo
empezó a buscar a su compañero perdido en un sitio diferente, excavando y
desenterrando en la nieve con las manos. Fueron angustiosos segundos de tensión
y desesperación, en los que creyeron que no encontrarían a su compañero y que
definitivamente lo habían perdido para siempre. La esperanza decaía por
momentos y a cada segundo que pasaba.
Justo cuando creían que todo había
terminado con aquella pérdida, Erika encontró con la mirada parte de la cuerda
de su amigo, un poco más lejos:
- ¡¡Chicos, mirad!!- exclamó la joven-
¡¡allí está la cuerda de Edu!!
Todos corrieron a su objetivo, pero en
cuanto la recogieron con las manos y la separaron de la montaña de nieve que
tenía encima, un peso muerto los sorprendió arrastrándolos hacia el frente.
Descubrieron entonces que se
encontraban al borde de un alto precipicio, y que el cuerpo inerte de su amigo
colgaba por el otro extremo de la cuerda, bajo cuyos pies se encontraba el
abismo:
- ¡¡Eduardo!!- gritaron todos,
preocupados.
- ¡¡Rápido, hay que sacarlo de ahí!!-
exclamó Jack- ¡¡tirad fuerte!!
De esa forma, y con la fuerza sumada
de los seis, consiguieron subir al último miembro del equipo, alejándolo del
precipicio y del peligro. Colocaron el cuerpo de Eduardo en el suelo, y se
asustaron al ver que no respondía a sus llamadas. Tenía la cara fría y pálida,
con los ojos cerrados y sin expresión de vida alguna:
- ¡¡Mierda, se ha desmayado y no
respira!!- dijo Ray, atónito- ¡¡hay que reanimarlo rápido, o si no morirá!!
El mago juntó enseguida sus manos y
presionó repetidas veces con el peso de su cuerpo en el pecho del joven,
tratando de reanimarlo. No parecía dar resultado:
- ¡¡Maldita sea, Eduardo, despierta!!-
decía Jack, asustado y mientras los recuerdos de Marina muriendo en sus manos
asaltaban su memoria- ¡¡por lo que más quieras, no te vayas a morir ahora!!
Tras varios segundos de profunda
tensión, angustia y desesperación, y justo cuando creían haber perdido toda
esperanza de salvarlo, la luz iluminó de nuevo sus corazones.
Jack y los demás sonrieron cuando el
joven recuperó el color del rostro de repente, y empezó a toser y a respirar,
jadeando. A abrir su amigo poco a poco los ojos, balbuceó débilmente los
nombres de sus compañeros, respirando con dificultad:
- Erika…Jack…chicos…
- ¡Pensábamos que te habíamos
perdido!- exclamó Rex, preocupado- ¡menos mal que estás bien!
Al contrario que el resto, Cristal
reprochó al joven, aunque en su cara podía verse claramente una sonrisa
aliviada. Ella también estaba preocupada por él:
- Maldito crío, siempre trayéndonos
problemas…no tienes remedio…
La alegría y la felicidad reinó
durante un breve instante, al saber que todos habían sobrevivido a la
avalancha, antes de que un poco más lejos de su posición los sorprendiera la
aparición de un agujero oscuro.
Erika y los demás se quedaron atónitos
y perplejos al ver surgir de la brecha oscura dos figuras humanas, encapuchadas
y vestidas de negro. Reconocieron perfectamente aquellos uniformes:
- ¡¡No…no puede ser…!!- exclamó Ray,
sorprendido.
Uno de los dos hombres de negro se
quitó entonces la capucha, dejando su rostro y pelo azul al descubierto:
- ¡¡Helio!!- exclamaron todos a la
vez, boquiabiertos.
- Parece que os divertís mucho- sonrió
el hombre de negro, burlándose de ellos- ¿os gusta jugar con la nieve, eh?
Aquel comentario molestó a todos los
miembros del equipo, que enseguida desenfundaron sus armas y se pusieron en
guardia:
- ¡¡Vete a la mierda, desgraciado!!-
exclamó Cristal, enfadada.
Jack, en cambio, fue directamente al
grano. Amenazó al enemigo diciendo:
- ¡¡Devuélvenos la piedra angular
ahora mismo!!
El mago trató de correr hacia él para
atacarle, pero cojeó de una pierna y cayó de rodillas al suelo, apoyando las
manos en la nieve. A igual que el resto de sus amigos, estaba demasiado herido
para luchar:
- En vuestro estado actual, podría
acabar con vosotros fácilmente de un solo ataque- sonrió Helio con malicia-
pero tal y como prometí, aún no puedo mataros…tengo que esperar a que lleguéis
a la cima de la montaña para que luchéis por vuestro tan ansiado premio.
- ¡¡Maldito…!!- dijo Jack, mirándolo
con odio desde el suelo.
En ese momento el hombre de negro dio
media vuelta y retomó la marcha al agujero oscuro, mientras decía:
- Bueno, será mejor que me vaya…sólo
quería haceros una pequeña visita para ver qué tal os iba por Conaga…lo estáis
pasando peor de lo que imaginaba…- y antes de internarse en la brecha oscura,
añadió- ¡Por cierto, no os retraséis mucho…que arriba me aburro y quiero a
alguien con quien luchar!
Tras esas palabras joviales
pronunciadas con tranquilidad, Helio se despidió de ellos de la misma manera, y
con esa sonrisa burlona en su cara, desapareció envuelto en las tinieblas.
En la escena seguía, sin embargo, el
otro hombre de negro que acompañaba a Helio. Al contrario que el primero, éste
no se había quitado la capucha negra, y su rostro e identidad seguían siendo un
misterio.
Los miraba fijamente a todos en
silencio, sin pronunciar palabra. Tampoco parecía que fuera a atacarlos, ya que
no mostraba signos ni intenciones de querer luchar. Permanecía tranquilo y de
pie frente a ellos, muy cerca del agujero oscuro que todavía seguía abierto:
- ¡Oye, tú! ¿¡Qué miras!?- dijo
Cristal, rompiendo el tenso silencio- ¿¡Es que tenemos monos en la cara o qué!?
Sin embargo, fue Rex el que preguntó
cosas más serias e importantes:
- ¿Quién eres?- exclamó el perro,
seriamente- ¿Qué es lo que quieres de nosotros?
El hombre de negro desconocido no
respondió a ninguna de las preguntas formuladas, sino que se limitó a seguir
observándolos en silencio, uno por uno. Una mirada fija en cada uno de los
miembros del grupo, que acabó con Eduardo en el último lugar.
El herido y debilitado chico de rojo
se sorprendió mucho, con los ojos y la boca abierta, cuando el enemigo
desconocido se dirigió a él pronunciando las siguientes palabras:
- Ya va siendo hora de que conozcas la
verdad acerca de tu pasado…y de que sepas quién eres en realidad…
- ¡¡Espera!!- exclamó Eduardo, confuso
y perplejo- ¿¡Qué quieres decir!?
El desconocido ignoró su pregunta, y
se encaminó igual que Helio hacia el agujero oscuro. El joven seguía gritando,
pidiendo respuestas:
- ¡¡Espera, no te vayas…!! ¡¡Necesito
saber quién soy!!
Los ruegos de Eduardo fueron inútiles,
ya que su enemigo hacía oídos sordos a sus palabras. Lo último que dijo, antes
de meterse en la brecha oscura, fue lo siguiente:
- No permitas que su muerte haya sido
en vano.
Tras aquello, el desconocido de negro
finalmente desapareció envuelto en las tinieblas, y tras él se cerró y esfumó
por arte de magia la brecha oscura. Ninguno de los dos hombres de negro volvió
a aparecer en escena.
Todavía sorprendidos por tan
inesperada visita, el grupo aún trataba de asimilar los hechos ocurridos. Ver a
aquellos dos enemigos juntos parecía confirmarse lo evidente. ¿Quería decir eso
que la organización Muerte seguía en pie? Y de ser así, ¿quién la lideraba
ahora? ¿Alguno de los anteriores comandantes Magno o Helio? ¿Quizá el reciente
desconocido de negro? Ninguno lo sabía con certeza, ni siquiera Ray.
Sin embargo, de entre todos los presentes,
sin duda el más afectado era Eduardo. Un desconocido acababa de decirle que ya
era hora de conocer la verdad, y con la misma se esfumó sin decir nada más.
Muchas incógnitas y preguntas sin respuesta se entremezclaban en la mente del
joven, y le aterraba imaginarse lo peor.
Tan sólo sabía que muy pronto iba a
conocer la verdad sobre su pasado, durante toda su vida envuelto en incógnita y
misterio. Algo en su interior le decía que, viniendo de la organización Muerte,
no podía ser nada bueno.
Un oscuro pasado a sus espaldas, que
irremediablemente cambiaría su vida para siempre.
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