Capítulo
XXVIII
ESCAPE
DE LA PRISIÓN DE OBLIVIA
- ¿¡Qué!?- gritó la sombra, furiosa.
- Así es, señor…- repitió Magno,
seriamente- Asbel ha caído, al igual que Lectro…después de todo, no era tan
poderoso como parecía.
La oscuridad apretó los puños, emanando
una increíble cantidad de tinieblas que se expandía rápidamente por todos los
rincones de la sala del trono, y lo envolvía todo a su paso. Sin embargo, el
líder de la organización Muerte logró calmarse y controlar su mal humor. Antes
de que toda la estancia se tiñera de absoluta oscuridad, las tinieblas se
detuvieron y retrocedieron hasta volver al trono de dónde provenían. La sombra
pareció tranquilizarse, tras respirar hondo profundamente:
- ¿Qué se podía esperar de un mortal?
Sus capacidades y poderes son tan limitados que los hacen utópicamente
incapaces de alcanzar el verdadero poder…
Tras un breve silencio, en el que la
sombra hizo aparecer con un gesto de mano un tablero de ajedrez frente a él,
Magno preguntó:
- ¿Qué hará ahora, señor?
Un caballo negro fue atacado por otro
blanco, que lo lanzó fuera del tablero y desapareció envuelto en tinieblas. Las
fichas blancas iban ganando terreno y acorralando a las negras. A lo lejos, en
el otro extremo del tablero, se encontraban el rey y la reina blanca:
- De momento dejaremos a un lado a los
elegidos…- respondió la sombra, en tono de reflexión- tenemos que pensar en
nuestro siguiente movimiento.
- ¿Pero no supondrán una amenaza en el
futuro? Cada vez son más fuertes, y la clara prueba son Lectro y Asbel- explicó
el hombre de negro- para cuando nos enfrentemos a ellos, quizá no podamos
igualar su fuerza.
- Te preocupas demasiado,
Magno…tranquilo, tarde o temprano morirán, ya sea a manos de ti o de Helio como
en mis propias manos…al fin y al cabo son simples y frágiles mortales, por muy
fuertes que sean, les será bastante difícil llegar hasta mí…y si lo consiguen,
ten por seguro que desearan no haber nacido.
- Confío en su palabra, señor.
En ese momento apareció a pocos pasos
del hombre de negro un agujero oscuro, del que surgió una figura humana. Sus
caderas y cuerpo estilizado delataban una silueta femenina. Tenía la piel
pálida y el color del cabello morado igual que sus ojos violeta. El sello
maldito de Ludmort lucía en su cuello, al igual que el manto negro típico de la
organización Muerte. La mujer aparentemente joven habló sensualmente
dirigiéndose a su compañero:
- Magno, tan serio y misterioso como
siempre.
- Sigues conservándote bien a pesar de
tus setenta años, Venigna.
La mujer de negro sonrió maléficamente,
tras pasar su lengua por los labios y saborearlos con gusto:
- Ya ves lo que puede hacer la sangre
de una chica radiante de belleza…te mantiene joven y hermosa…
La oscuridad los irrumpió en ese
momento, para tratar de asuntos más importantes. Sabía el motivo por la visita
de la bruja, de modo que cortó el rollo y fue directamente al grano:
- Venigna, ¿cómo va el plan?
- Todo está saliendo tal y como lo
habíamos planeado- sonrió maquiavélicamente la mujer de negro- tengo a todos
los estianos comiendo de mi mano…realmente creen que soy la elegida enviada por
los dioses, la que los guiará hacia la victoria- y luego añadió, con una
sonrisa malvada- los humanos son tan ingenuos…
La sombra lo entendió como una buena
señal, y sonrió también diabólicamente. Sus ojos rojos brillaban en medio de la
oscuridad y su voz profunda resonó en toda la estancia:
- Muy pronto…la mayor y sangrienta
guerra que Limaria ha tenido jamás tendrá lugar en el continente central…ambos
territorios lucharán en una batalla a muerte a nivel mundial, y en medio de la
tormenta de caos y dolor mucha gente morirá, mientras Ludmort llega al planeta
y lo condena a su irremediable destino: el fin del mundo.
Magno y Venigna sonrieron de la misma
forma. Se acercaba el principio de la gran guerra que marcaría el fin de
Limaria.
Rex caminaba inquieto de un lado a
otro por la celda. Sabía que les quedaban unas pocas horas de vida antes de que
amaneciera y los ejecutaran. En aquella situación era imposible dormir, y
ninguno de los dos acusados podía conciliar el sueño. Cada vez que pasaba al
lado de la única ventana que los comunicaba con el exterior, el perro se paraba
durante unos segundos y miraba el cielo nocturno, para luego retomar sus pasos
al otro lado de la celda. Aquello molestaba mucho a Alana, que tras un rato de
silencio sin hablar, al final rechistó sentada en un rincón:
- ¿¡Quieres parar de una vez!? ¡Me
estás poniendo nerviosa!
El perro le devolvió la mirada, y no
precisamente con buena cara. Al igual que ella, también estaba de los nervios:
- ¡No puedo tranquilizarme sabiendo
que dentro de unas horas nos van a matar!
- ¡Pues al menos intenta morir con
tranquilidad y dignidad, como hago yo!
- ¡Prefiero morir en el intento por
salir de esta celda!- gruñó él.
En ese momento el can levantó una de
sus orejas, alerta, indicando que había oído algo. El ruido provenía del
exterior, de modo que se acercó a la ventana, y se puso a dos patas, asomando
el hocico por entre las rejas. Lo que vio lo dejó sorprendido.
En el jardín de palacio, la alta verja
de acero que protegía la entrada se había abierto, dejando paso a una lujosa
carroza con un símbolo real diferente al del reino de Oblivia:
- Esa debe ser la carroza del príncipe
Dorle- dedujo Rex.
- ¿¡Qué!?- exclamó Alana, que se
levantó y fue a mirar por la ventana junto al perro.
Ambos vieron cómo se abría la puerta
del vehículo, y de la carroza bajaba un apuesto un apuesto príncipe, con la
misma sonrisa falsa que tenían el Conde Marchelo y su hija Floripondia. La
pelirroja parecía embobada, y una sonrisa se dibujó en su cara al ver a Dorle:
- Aquí hay algo raro…- dijo Rex,
pensativo- no es normal que el novio venga clandestinamente a estas horas de la
madrugada, faltando aún muchas horas para la boda, y sin consentimiento del…
Calló en ese momento al ver, con la
boca abierta, al mismísimo rey Arturo acercarse al patio al patio y recibir
alegremente a su invitado. La reina Aurora no estaba allí presente con él:
- Esto tiene que ser un complot, algo
que ni la propia reina sabe…- dijo el can- ¿pero por qué ocultárselo? ¿Acaso no
es, después de todo, su futuro yerno?
Alana seguía embobada mirando al
príncipe e ignorando completamente a Rex. Parecía hipnotizada:
- Por otro lado está la angustia y la
desesperación del rey por casar a Cristal con ese príncipe. Nada más llegar, su
padre ya ordenó la boda al día siguiente, e imagino que informó inmediatamente
al novio para que viniera cuanto antes… ¿por qué tanta prisa en casarse? Eso es
lo que no entiendo…- y luego se giró a sus compañera- ¿tú qué piensas de todo
esto, Alana?
- Es tan guapo…- dijo la pelirroja,
soñando despierta.
El perro se dio cuenta de que no le
estaba prestando atención, y le pegó una colleja con su pata:
- ¡¡Alana, céntrate en salir de
aquí!!- gritó Rex, enfadado.
- Lo siento…- respondió la piloto, con
un chichón en la cabeza.
En ese momento, una nueva voz resonó
por las frías y húmedas paredes de piedra, sorprendiendo al perro y a la mujer:
- Yo conozco la respuesta a tu
pregunta, mamífero de cuatro patas.
Ambos dieron media vuelta, y
palidecieron de forma radical. En la celda de enfrente había una sombra
envuelta en harapos y ropa vieja y rasgada. A juzgar por su vestimenta, parecía
tratarse de un mendigo. Lo más sorprendente y escalofriante es que Alana y Rex
jurarían no haber visto a nadie en esa precisa celda cuando llegaron:
- Perdone, ¿qué ha dicho?- preguntó el
perro, aún confuso.
- Que conozco la respuesta a tu
pregunta- repitió nuevamente el desconocido- de hecho, soy el único que la
sabe.
- ¿Quién es usted?- intervino alana,
intrigada.
El desconocido ocultaba su rostro
entre las sombras, y nadie podía verle:
- Mi identidad no importa…total, sólo
me quedan unas horas de vida, al igual que vosotros, supongo.
- ¡Espere! Acaba de decirme que sabe
la respuesta a mi pregunta- dijo el can, retomando el inicio de la
conversación- ¿cuál es?
- La razón por la cual la boda entre
la princesa Cristal y el príncipe Dorle debe ser inmediata.
- ¡Díganosla, por favor!- dijo Alana,
con intriga.
El desconocido suspiró, y tardó unos
segundos en hablar, antes de explicar:
- Todo se remonta a hace siglos de
historia, cuando comenzaron a surgir los diferentes reinos medievales en
Limaria, mucho tiempo atrás…
La mujer y el perro escucharon
atentamente cada palabra que pronunciaba el desconocido, pues sabían que era
importante:
- De los tantos mitos y leyendas que
envuelven este mundo, hay una antigua leyenda en Limaria que dice había un
único y poderoso reino gobernando el mundo entero. En dicho reino había un rey
que tenía dos hijos, ambos gemelos: los dos príncipes. Éste rey tenía el
absoluto gobierno en toda Limaria, no había otro con tanta grandeza como él, ni
tan siquiera riqueza a la altura de la suela de sus zapatos…
- ¡Espere, espere!- intervino Rex- ¿a
qué viene toda esa historia? ¿Qué tiene que ver eso con la boda de Cristal?
A pesar de no verle la cara, bastó el
silencio para indicar que su compañero de prisión no estaba dispuesto a tolerar
interrupciones. Alana le chistó al perro para que se callara, y luego
respondió:
- ¡Continúe, por favor!- indicó ella-
¡no le interrumpiremos más!
Al cabo de unos segundos, el
desconocido retomó su explicación por dónde la había dejado, y siguió hablando
tranquilamente:
- Al cabo de los años, murió el rey
más rico y poderoso que había tenido Limaria en toda su historia, y en su
testamento no certificó con claridad quién de sus dos hijos reinaría por
siempre en su trono. Esto lleva, claro está, a la confusión, el caos y la
incertidumbre, y por lo tanto era de esperar que los dos príncipes se
enfrentaran en varias ocasiones por ser el sucesor de la corona, quedando
siempre en empate…
Alana y Rex siguieron escuchando, con
muchas preguntas en sus cabezas queriendo formularlas, pero que por respeto
decidieron esperar a que terminara de contar la historia:
- Viendo que los dos solos estaban
igualados en fuerza y poder, y que de seguir así nunca resolverían el
conflicto, ambos decidieron separarse y crear cada uno su propio ejército de
combate, con el que algún día ganarían al otro y se autoproclamaría rey
absoluto de Limaria.
El desconocido hizo una pausa, y tras
un breve silencio, continuó:
- Uno de ellos se apropió y estableció
sus dominios en las lejanas y hermosas tierras del continente oeste, y de ahí
nacieron los oestianos, sus principales habitantes natales. El otro hizo lo
mismo con las áridas y secas tierras del continente este, y a los habitantes
nacidos en ella los llamaron estianos.
Hubo un silencio, en el que la
pelirroja y el perro comprendieron que era un breve momento para hacer
preguntas. El desconocido también quería asegurarse de que habían entendido la
historia:
- ¿Y se supone que nosotros…somos los
oestianos?- preguntó el perro, pensativo- quiero decir… ¿el rey Arturo y todos
los que habitan en este territorio?
- Así es…- afirmó el mendigo, con el
rostro cubierto por las sombras.
Comprendió entonces que no se habían
perdido del hilo de la historia, y se dispuso a contar el final de la misma:
- La batalla entre ambos herederos
continuó ferozmente, incluso después de la muerte de los dos, al mismo
tiempo…se les había inculcado tanto la idea de luchar y pelear a sus ciudadanos
por la patria, que ellos mismos perdieron la noción de la paz, el significado
de ser personas…y continuaron enfrentándose, a pesar de que lo que dio origen
al conflicto ya no existía…
Alana y Rex palidecieron con la boca
abierta, al oír lo siguiente:
- Y esta situación continúa hoy día en
Limaria, después de muchos siglos de historia…los actuales continentes este y
oeste son los reinados de los antiguos príncipes, que lamentablemente aún
conservan sus espíritus de lucha, y siguen peleando en una guerra eterna, que
continuará igual hasta el final de los tiempos…- y luego añadió, para acabar-
se dice que algún día, tarde o temprano, llegará el momento en que uno de los
dos bandos ganará, y pondrá fin a esta horrible pesadilla…la leyenda de la que
os hablo, no es otra que una de las más conocidas en Limaria…y a la que muchos
han llamado la “leyenda de los príncipes”.
Fue entonces cuando finalmente el desconocido
terminó de hablar, y durante unos segundos de silencio, la mujer y el perro
trataban de asimilar toda la información recogida:
- Ahora lo entiendo todo…- comentó
Alana, asombrada- por eso el rey Arturo quiere casar cuanto antes a Cristal con
ese príncipe…
En ese momento el perro recordó el
símbolo real de la carroza del invitado, y era diferente al del reino de
Oblivia:
- Dorle es un príncipe estiano…-
reflexionó Rex- lo que pretenden los reyes de Oblivia es romper y acabar de una
vez con la maldición de la guerra…si se uniesen ambos reinos en uno sólo,
terminaría la leyenda de los príncipes de una vez y para siempre.
Alana, sin embargo, seguía pensativa.
Formuló la pregunta a la duda que seguía sin comprender:
- Sigo sin entender una cosa… ¿por qué
le han encerrado aquí? Recuerdo que usted dijo que era el único que lo sabía…
¿el qué?
El desconocido supo a lo que se
refería, y tardó un poco en responder:
- Que el príncipe Dorle en realidad
quiere apoderarse de Oblivia.
- ¿¡Qué!?- exclamaron la pelirroja y
el perro.
- Lo que oís…bajo esa apariencia
afable y simpática se esconde un vil villano, esperando el momento de dirigir
este reino a su voluntad.
- ¡Eso es imposible!- negó Rex- ¡pero
si el rey persona lo trata como a un hijo suyo…de ser así, nunca le habría dado
ni en sueños la mano de la princesa Cristal!
El mendigo soltó un par de carcajadas
y risas por lo bajo, en medio de la oscuridad, antes de responder:
- Ilusos…para eso existen las mentiras
y las falsas promesas…
- ¿Quiere decir entonces que Dorle
mintió al rey para que accediera a que su hija se casara con él?- preguntó
Alana, perpleja.
- Así es…y la inocencia del rey Arturo
es lo que llevará a este reino a su completa y absoluta destrucción…y para
cuando se dé cuenta, ya será demasiado tarde…
Rex volvió a intervenir en ese
momento:
- Pero… ¿¡y la reina Aurora!? ¿¡Por
qué no sabe nada de todo esto!?
- El mismo Dorle le pidió al rey no
verla hasta la ceremonia del matrimonio…porque sabe que si ella lo mira a los
ojos, descubrirá sus malignas y auténticas intenciones.
- ¿Cómo va a saberlo con solo mirarlo
a los ojos?
- Porque ella es una maga blanca, y le
basta con mirar detenidamente a los ojos para sentir qué tan puro u oscuro es
el corazón de cada persona.
- ¿¡Qué!?- volvieron a exclamar los
dos, con la boca abierta.
Alana y Rex se llevaban una sorpresa
tras otra. Ahora entendían por qué la chica con coletas podía enlazar
diferentes magias elementales a su arma y provocar ataques el doble de letales.
Aunque no fuera una maga plena y completa, por sus venas corría sangre mágica.
Había heredado una pequeña parte de los poderes mágicos de su madre:
- La malvada reina del continente este
hizo pasar a Dorle por su hijo, y de esa forma proponerle a los reyes la idea
de acabar de una vez y para siempre con el conflicto de la maldición…pero lo
que en realidad busca es la destrucción definitiva de Oblivia y el continente oeste, desde su interior.
La mujer y el perro se quedaron
atónitos al oír aquello. Alana apretó los puños y gruñó de rabia:
- ¿¡Pero cómo se puede ser tan mala!?
¡¡si la tuviera delante, le reventaría la cara a base de puñetazos!!
- ¿Y quién es la reina del continente
este?- preguntó Rex, también conteniendo rabia e ira en su mirada.
El desconocido tardó en responder:
- Todos la conocen como…Venigna.
- ¿Y ella es la que ha planeado todo
esto?- exclamó Alana.
El mendigo asintió con la cabeza:
- Es la líder y soberana de los
estianos…muchos de ellos la consideran un ser sobrenatural, puesta que usa la
magia negra…con fines malignos, claro está.
- ¿Es que acaso es…?
- En efecto…- es una auténtica bruja,
aparentemente joven.
- ¿Aparentemente joven?- preguntó el
perro, confuso- ¿qué quiere decir?
- Es que en realidad tiene setenta
años.
- ¿¡Qué!?- exclamaron nuevamente Alana
y Rex- ¿¡pero cómo puede ser eso!?
- Es simple…-dijo el mendigo- usa la
sangre de mujeres bellas y guapas para mantenerse joven.
El perro estaba empezando a sospechar
de toda la información que les estaba dando el misterioso mendigo, y supo que
debía ser alguien cercano a la malvada reina:
- ¡Espere! ¿¡Quién es usted y cómo
sabe todo eso!?
- Mi identidad no importa- respondió
el misterioso desconocido- ahora tenéis que salir de aquí y rescatar a la
princesa Cristal, antes de que sea demasiado tarde…
Oculto entre las sombras, el mendigo
sacó un reluciente juego de llaves de entre sus harapos, y lo tiró al vuelo a
la celda de Alana y Rex, que cayó en el suelo justo frente a ellos. La
pelirroja y el can se agacharon a recogerlas mientras este último decía:
- ¡Espere! ¿¡Por qué nos ayuda!? ¿¡Qué
es lo que pretende!?
El perro palideció al levantar la
vista, igual que Alana. En la celda de enfrente no había nadie. El misterioso
desconocido había desaparecido sin dejar rastro, de la misma forma que apareció
de la nada. Ambos temieron que lo que vieron hace apenas unos segundos fuera un
fantasma o una espeluznante visión del más allá, y un profundo miedo los
invadió de repente, tras un escalofrío que recorrió toda su espalda.
Prefirieron no quedarse más tiempo en
aquel escalofríante lugar, de modo que actuaron de inmediato. La pelirroja abrió
la puerta de la celda que los retenía con las llaves recibidas, y las dos
corrieron hasta desaparecer subiendo las escaleras al final del pasillo. Tenían
que informar a Cristal de todo cuanto habían oído y salir de aquel castillo
medieval antes del amanecer.
Mientras tanto, Cristal lloraba en
silencio en su habitación, con la cabeza hundida entre las muchas almohadas de
su cama. Estaba demasiado triste y deprimida como para levantarse, y decidió
quedarse allí encerrada, ajena al horrible y cruel mundo exterior que la
rodeaba. La habían cerrado bajo llave y se encontraba en lo alto de una torre,
sin su mochila ni armas. En aquella situación sentía que no podía hacer nada
para ayudar a sus amigos, y que lo mejor era quedarse allí sin oponer
resistencia. Su vida estaba injustamente condenada para el resto de sus días y
no tenía ánimos para nada.
De repente levantó la cabeza al oír un
sonido que le resultaba familiar, y que hacía años que no escuchaba. Una bonita
y suave melodía se activó misteriosamente de la caja de música de su mesa de
noche, que se abrió por razones desconocidas y que ella no había tocado en
ningún momento.
La chica con coletas miró asombrada a
las pequeñas figuras en miniatura, un príncipe y una princesa, que bailaban
entrelazados dando vueltas al ritmo de la música, dentro de la caja:
- ¿Quién le ha dado cuerda?- preguntó
ella, en voz baja.
Aquella dulce melodía le traía muchos
y bonitos recuerdos de su infancia, de cuando era pequeña. Fueron sus padres
los que le regalaron aquella caja de música con tan sólo cinco años, y con la
cual se dormía plácidamente cada noche escuchando su suave sonido, parecido al
de una nana. Aquel objeto tenía un gran valor sentimental para ella, y en ese
momento una media sonrisa nostálgica se dibujó inocentemente en su rostro:
- Mamá…papá…
En ese instante, un tenue y débil haz
de luz brilló fugazmente dentro de la caja, junto a las figuras diminutas, que
llamó la atención de la princesa:
- ¿Pero qué…?
Se levantó, secándose las lágrimas, y
se acercó a la caja de música. Descubrió asombrada que la luz provenía de un
pequeño objeto que brillaba débil e intermitentemente con el color del más
reluciente zafiro y de los diferentes tonos del fondo del mar. Se trataba de
una pequeña esfera azul celeste:
- ¿Qué es…esto?
Fue entonces cuando recordó que aquel
objeto se lo había dado un viejo amigo de la
familia a su padre hace bastantes años, un multimillonario caza tesoros,
que lo consideraba inútil e inservible. Al rey Arturo tampoco le pareció gran
cosa, y viendo que no le servía para nada, se lo dio a su hija como regalo de
cumpleaños cuando ésta apenas tenía siete años. Desde entonces lo mantenía
guardado en su caja de música, cuya esfera observaba a veces antes de dormir.
Sin embargo, nunca antes lo había
visto brillar, y la inquietud y la confusión la invadían. Era la primera vez
que la veía brillar:
- ¿Qué es lo que eres exactamente?- le
preguntó ella, perpleja, mientras se llevaba el objeto esférico a sus manos.
En ese momento oyó abrirse lentamente
con un chirrido la puerta de su habitación y dio media vuelta, sorprendida.
Pasaron varios segundos de silencio y nadie aparecía en la entrada de su
dormitorio, lo que la dejaba todavía más perpleja y confusa:
- ¿Hola?- dijo ella, con inseguridad-
¿Hay alguien ahí?
No hubo respuesta. Antes de que
realizara algún movimiento, una misteriosa voz resonó como un ligero susurro en
toda la estancia, alertando a la chica:
- Ve…tus amigos te están esperando…
Sin pensárselo dos veces, la princesa
guardó la pequeña esfera en uno de sus bolsillos, y corrió hasta la puerta,
directa a la salida. No dejaba de preguntarse de quién sería la voz que le
susurró, y que seguro había sido esa persona la que había dado cuerda a la caja
de música, pero en cualquier caso tenía vía libre y no estaba dispuesta a
perder la quizá única oportunidad de escaparse nuevamente.
Su mayor sorpresa la encontró fuera de
su dormitorio, y que la dejó con la boca abierta. Los guardias que la custodiaban
se hallaban tumbados en el suelo, inconscientes. Estaba claro que alguien los
había dejado fuera de combate, y debía ser muy fuerte. Sonrió de oreja a oreja
al ver su mochila sobre una hermosa y exquisita bandeja de plata, frente a la
puerta y con una misteriosa nota que decía:
“Reúnete con tus amigos y escapad de
Oblivia, antes de que sea demasiado tarde”
No tenía firma, y tampoco le hacía
falta. La princesa había captado el mensaje y sabía lo que tenía que hacer. Sea
quien sea, alguien los estaba ayudando, y no conocían ni su identidad ni los
motivos que lo llevaban a actuar. La chica ajustó sus coletas, cogió la mochila
y asintió firme con la cabeza, antes de salir corriendo escaleras abajo. Tenía
que encontrar a Rex y Alana cuanto antes.
La mujer y el perro tuvieron muchas
dificultades para correr sin ser vistos por entre los pasillos y escaleras del
castillo de Oblivia. Sin embargo, y a diferencia de la anterior infiltración,
en aquella ocasión contaban con la ventaja de ser de noche, ya que les resultaba
más efectivo ocultarse detrás de estatuas y columnas. Su objetivo era llegar a
lo alto de la torre dónde se encontraba la habitación de Cristal, y la tenían
más o menos situada. En su anterior recorrido clandestino por el palacio habían
registrado la mitad de las torres, y sólo una era la más próxima al ala de los
reyes.
Todo parecía marchar bien hasta que,
en el último tramo, un guardia los vio correr antes de subir unas escaleras, y
los detuvo alzando la voz:
- ¡Eh, vosotros!
Rex y Alana, camuflados en la
oscuridad, no eran más que dos sombras con figura humana y canina. Desde su
posición, el guardia no podía distinguirlos con claridad:
- ¿Quiénes sois?- preguntó,
sospechando de ellos- ¿Qué hacéis aquí a estas horas de la madrugada?
Cuando el centinela empezó a caminar
hacia los sospechosos, éstos no se lo pensaron más. Sabían que de no actuar en
ese momento, los descubrirían sin remedio. Ambos corrieron escaleras arriba,
dejando a su opresor con la palabra en la boca:
- ¡Eh, volved aquí!
En ese momento otro guardia, que venía
corriendo de los calabozos, se acercó al primero gritando:
- ¡¡Los prisioneros se han escapado!!
- ¿¡Qué!?- exclamó el que los había
visto, que luego volvió la mirada en la dirección en la que partieron las
sombras- ¡¡pero entonces esos eran…!!
No tardó en darse la alarma de fuga, y
la noticia corrió rápidamente de boca en boca por todo el castillo. En cuestión
de pocos minutos, más de cincuenta soldados se unieron en la búsqueda de los
retenidos, registrando cada rincón de la fortaleza, y despertando a los que en
ella vivían. Los reyes enseguida se enteraron de la noticia, al igual que el
invitado especial y el resto de sirvientes del castillo:
- ¡¡Los prisioneros se han escapado!!-
dijo uno- ¡¡hay que atraparlos!!
- ¡¡Están subiendo la torre de la
princesa!!- dijo otro- ¡¡cogedlos!!
Alana y Rex subían corriendo lo más
rápido que podían las escaleras de la torre en la que debía estar Cristal,
agotados y jadeando del cansancio. Llevaban ya un rato pisando escalón tras
escalón, y llegaron a pensar que aquellas escaleras interminables no iban a
acabar nunca. Los gritos de los guardias que los seguían un par de pisos más
abajo, cada vez más cerca, indicaba que los estaban alcanzando poco a poco.
Cuando estaban a mitad de camino, se
encontraron con su amiga, bajando las escaleras, y ésta sonrió al verlos:
- ¡¡Rex, Alana!!
Los dos pasaron a ambos lados de ella
mientras gritaban:
- ¡¡Corre!!
El rostro de Cristal palideció al
mirar abajo. Más de veinte guardias subían rápidamente por la escalera de
caracol, armados hasta los dientes, gritando de furia y con cara de pocos
amigos. La mujer y el perro se sorprendieron cuando la princesa los adelantó a
los dos por en medio gritando, de tres en tres escalones, y corriendo a la
velocidad de la luz:
- ¡¡Yo primero!!- gritaba ella, presa
del pánico.
Tras una larga serie de escalones
aparentemente eternos, finalmente los tres llegaron a lo más alto de la torre.
En cuanto entraron en la habitación de Cristal, cerraron la puerta a toda prisa
y colocaron algunos mobiliarios delante de ésta:
- ¡¡Esto al menos los detendrá durante
unos minutos!!- dijo la pelirroja, que con la ayuda de Rex, empujaron un enorme
armario.
- ¡Menos mas que estáis bien!- suspiró
aliviada la chica con coletas- ¿¡cómo habéis conseguido encontrarme!?
- ¡Ésta era la última torre que nos
faltaba por mirar!- respondió el perro, que luego recordó lo importante-
¡¡Cristal, escúchame…el príncipe Dorle no es tan buena persona como aparenta…en
realidad quiere casarse contigo para destruir Oblivia!!
- ¿¡Qué!?- exclamó ella, perpleja-
¡¡no puede ser…mi madre habría visto sus intenciones y nada de esto se habría
preparado para la boda!!
- ¡¡El caso es que la reina Aurora aún
no le ha visto la cara, y mucho menos sus ojos!!- explicó Alana- el rey Arturo
y él lo tenían todo preparado para después de la boda… ¡¡tu madre aún no sabe
nada de él!!
- ¿¡Qué!?
- ¡¡Por favor, Cristal, tienes que
creernos!!- exclamó Rex.
En ese momento la puerta de la
habitación comenzó a ser golpeada y sacudida violentamente. Por suerte, el
armario bloqueaba el paso a los guardias que se encontraban detrás de la
puerta:
- ¡¡Mierda, ya están aquí!!- exclamó
Alana- ¡¡y encima no hay salida…estamos atrapados!!
Cristal pensó rápidamente en algo,
mientras observaba toda la habitación a su alrededor. Su única ventana al
exterior era el balcón desde el que se podía ver todo el patio del castillo. Se
asomó fuera, y una media sonrisa firme se dibujó en su cara al ver a varios
metros de distancia otra torre de la misma altura, situada al otro lado del
patio:
- ¡Sí que la hay!- confirmó ella,
segura de sí misma.
Sus amigos se acercaron y Rex se asomó
desde el balcón. Una sensación de vértigo y mareo comenzaron a invadirle por
dentro. Estaban a una altura bastante considerable:
- ¿¡No pensarás en serio saltar desde
aquí, verdad!?
- ¿¡Tienes una idea mejor!?- respondió
la princesa.
Los golpes en la puerta eran cada vez
más violentos, y el armario comenzaba a tambalearse de un lado a otro. La
situación se complicaba y no les quedaba mucho tiempo antes de que el armario,
y con él la puerta, cayeran abajo.
Cristal actuó rápidamente. Extrajo de
su mochila “mágica” un arco y una gruesa cuerda resistente, la cual ató un
extremo al balcón con un fuerte nudo, y el otro a una flecha del carcaj:
- ¿¡Cristal, pero qué haces!?-
preguntó Alana, aguantando el armario con todas sus fuerzas- ¿¡Qué pretendes
hacer con esa flecha!?
La chica ignoró la pregunta, tenía que
concentrarse si quería acertar en su objetivo. Suspiró con calma, y tras
apuntar con un ojo entrecerrado, disparó a la torre vecina, en la cual no había
ningún guardia. El disparo resultó ser un éxito, ya que la flecha quedó
incrustada en la pared de piedra, justo encima del balcón vecino. Tras
comprobar que la cuerda se tensó y era segura, la princesa dijo a sus
compañeros:
- ¡¡Vamos rápido, no nos queda
tiempo!!
La puerta y el armario se encontraban
en un estado crítico, no aguantarían mucho tiempo más. Alana, con un enorme
esfuerzo de valor, fue la primera. Se subió al balcón, agarró la cuerda con las
dos manos y tras el repentino susto de sentir el peso de su cuerpo en el aire,
avanzó poco a poco por la cuerda:
- ¡¡Eso es Alana, sigue así!!- la
animaba la chica con coletas desde el balcón- ¡¡sobretodo no mires abajo!!
La pelirroja estaba acostumbrada a las
alturas, y el vértigo no le suponía ningún problema, ya que había nacido para
volar. Trataba de concentrarse en llegar cuanto antes al otro extremo de la
cuerda, mientras cruzaba el vacío bajo sus pies con la ayuda de sus brazos.
El problema lo tenía Rex, que a pesar
de sus negaciones, se vio obligado a colgarse de la cuerda. Avanzaba lentamente
y muy despacio, debido a su miedo a las alturas. Cada vez que miraba abajo el
vértigo le hacía temblar, y con el estómago revuelto cerraba los ojos al parar
en seco:
- ¡¡Rex, no mires abajo!!- le gritaba
Cristal desde el balcón.
- ¡¡No, no puedo…!!- respondió él,
asustado- ¡¡no puedo hacerlo!!
La princesa acabó enfurecida, ya que
el can apenas había avanzado cinco metros mientras que Alana casi había llegado
a la otra torre:
- ¡¡Maldito perro asqueroso, como no
sigas adelante te juro que la te va a matar soy yo!!
A pesar de su miedo, Rex logró armarse
de valor. Continuó avanzando por la cuerda todo lo rápido que le permitían sus
patas, y procurando no mirar abajo. Cuando vio que su compañero estaba a mayor
distancia, Cristal no esperó más. La chica con coletas se colgó se la cuerda y
avanzó rápidamente hasta alcanzarlos:
- ¡¡Rápido, deprisa!!- gritaba ella.
Cuando iban aproximadamente por la
mitad, la puerta de la habitación de Cristal se vino abajo, junto con el
armario, y la estancia se llenó de guardias:
- ¿¡Dónde están!?- preguntó uno,
mirando en todas direcciones.
- ¡¡Mirad, en el balcón!!- exclamó
otro- ¡¡allí están!!
Los centinelas no tardaron en darse
cuenta de las intenciones de los prisioneros fugados. Con un fuerte corte de
hacha, un guardia cortó el extremo de la cuerda atada al balcón. Cristal los
vio detrás de ella anticiparse a su movimiento, y avisó a sus amigos:
- ¡¡Agarraos fuerte!!
El pánico cundió cuando los tres
sintieron la poderosa fuerza de gravedad que los atraía al suelo. El estómago
les subió de repente a la garganta mientras caían y trataban de aferrarse con
todas sus fuerzas a la gruesa cuerda de la que dependían sus vidas, cuyo otro
extremos afortunadamente seguía enganchado a la torre vecina. Tras un duro
golpe con la pared de piedra de la torre objetivo, el grupo soltó la cuerda y
los tres cayeron encima de una enorme carreta de paja.
Tardaron unos segundos en recuperarse
del susto y de dejar de darle vueltas la cabeza. Cuando volvieron a la
normalidad dieron las gracias a los dioses, bajaron de la carreta y corrieron
rumbo a la gran verja de acero. Por suerte, los guardias que vigilaban los
patios exteriores del castillo habían recibido órdenes del rey de buscar a la
princesa por el interior de la fortaleza de piedra. El lugar estaba desierto,
tenían el paso libre antes de que los centinelas volvieran, quizá la única
oportunidad que tenían para salir de allí. Tan sólo la verja de acero los
separaba de la libertad:
- ¡¡Corred!!- animaba Cristal, con una
sonrisa- ¡¡ya casi estamos fuera!!
Sin embargo, y para sorpresa de los
tres miembros del grupo, se detuvieron cuando una majestuosa carroza se
interpuso en su camino. De ella salieron los reyes, acompañados del príncipe
Dorle. Éste último llevaba una máscara que le cubría el rostro y representaban
el último obstáculo para escapar de Oblivia:
- ¡¡Cristal, no hagas esto más
difícil!!- dijo el rey Arturo- ¡¡te ordeno que te detengas y vuelvas al
castillo de inmediato!!
- ¡¡No…ya estoy harta de escucharte y
de obedecer tus órdenes!!- gritó ella- ¡¡Esta vez no…nunca más!!
Arturo, frustrado y furioso, apretó
los puños mientras decía:
- Hasta ahora he sido bueno
contigo…siempre te he dado todo lo que una chica de la alta sociedad se
merece…durante todos estos años te lo he dado todo con mi inmensa fortuna…
¿para qué? ¿Para qué ahora me rechaces y me des la espalda después de todo lo
que he hecho por ti?
- Esto es distinto, papá…- dijo la
princesa- puedo ayudarte en cualquier cosa que me pidas…menos en casarme con
ése.
- ¿¡Es que todavía no lo entiendes!?
¡¡se acerca una guerra y no tenemos tiempo…necesitamos casaros a ambos para
destruir la leyenda de los príncipes y acabar con el sufrimiento que vivieron
nuestros antepasados y que vivirán las generaciones futuras!!
La chica con coletas bajó por un
momento la cabeza, cerrando los ojos. Conocía de sobra el importante papel que
desempeñaba ella en aquel compromiso, y de lo mucho que saldrían beneficiados
no sólo su reino, sino el mundo entero. Por fin se rompería la maldición, el
horrible legado que les habían dejado los dos primeros príncipes de Limaria. Se
acabarían las guerras y se salvarían millones de vidas inocentes futuras. Sin
duda, una buena decisión para una mayor paz en el mundo.
Sin embargo, la lealtad y la confianza
que les había demostrado sus amigos también suponían un peso importante.
Pudiendo haber seguido su camino, Alana y Rex decidieron volver atrás para
rescatarla, no la dejaron sola. Aquella mujer y aquel perro estaban dispuestos
a luchar por ella y protegerla, y estuvo casi segura de que Jack y los demás
harían lo mismo en esa situación. Sabía que no le mentirían sin una buena
razón, de modo que finalmente levantó la cabeza y abrió los ojos, firme y
decidida:
- El que no lo entiendes eres tú, papá…-
y luego se dirigió a la reina Aurora- ¿aún no le has mirado a los ojos, mamá?
¿Realmente estás segura de que este hombre quiere acabar con la maldición?
Aquellas palabras dejaron por un
momento sin habla tanto a los reyes como al príncipe Dorle, y la chica con
coletas pudo intuir tras esa máscara una expresión de frustración radiante. La
reina cayó en la cuenta de lo que intentaba decirle su hija, y por primera vez
se dirigió a su invitado, con semblante serio:
- Vuestra máscara me desconcierta,
Dorle… ¿por qué ocultáis vuestro rostro a la luz de la luna?
Ante la sospecha cada vez mayor de
Aurora, Arturo trataba de defender a su huésped. Además de la paz mundial, el
continente este les había prometido muchísimas riquezas de las que ellos nunca
tendrían, y tenía que tratar de llevar por buen cauce la relación con el
invitado antes de la boda:
- Cariño, el príncipe Dorle representa
una gran autoridad en el continente este…oculta su rostro en nuestro territorio
para que los oestianos no intenten producirle males…ya sabes que algunos de los
nuestros siguen sin tolerar este matrimonio.
En ese momento intervino el invitado,
que con voz tranquila y pasiva pronunció:
- Con el debido respeto, majestad…no
creo conveniente hacer caso a las palabras necias de su hija. Comprendo cómo
debe sentirse ante este problema…muchas veces dice tonterías sin sentido debido
a que todavía no ha asumido su destino.
La reina Aurora seguía sin convencerle
aquel yerno para su hija, que lo miraba de forma sospechosa. Viendo que sus
palabras no habían servido para desenmascarar las intenciones de Dorle, y que
su padre había recuperado el control de la situación, Cristal cambió de
expresión a furia. Tan sólo había una forma de demostrar que ella tenía razón.
Sacó de su mochila la estrella ninja que siempre solía usar como arma, y corrió
enfurecida a atacar al enemigo:
- ¡¡Eres un maldito impostor y ten por
seguro que lo voy a demostrar!!
Los reyes se alejaron varios metros
tras un gesto del príncipe, que desenfundó su espada de acero y se puso en
guardia:
- Su hija no me deja más remedio que
abatirla.
- Haz lo que tengas que hacer- ordenó
el rey Arturo.
- ¡¡Cristal, no!!- exclamaron Alana y
Rex.
Pero ya era demasiado tarde. La
princesa llegó hasta él e intentó atacarlo con la estrella ninja. El choque
entre hojas de acero se produjo de forma irremediable y ambos combatientes de
encontraron cara a cara, en un bloqueo:
- Cariño, cuánta agresividad…esto es
muy poco femenino para una princesa- dijo Dorle, con una media sonrisa maléfica-
no me obligues a hacerte daño antes de la boda.
- ¡¡Cállate!!- gritó Cristal- ¡¡jamás
me casaré contigo!!
La chica intentó nuevamente atacarle
con una serie de movimientos ofensivos formados por puñetazos, patadas y
ataques con su arma, mientras que Dorle los esquivaba y bloqueaba sin mucha
dificultad. Un movimiento en falso le permitió al enmascarado golpear a Cristal
con el puño de su espada en una pierna y hacerle perder el equilibrio. Para
sorpresa de la chica, otro rápido puñetazo en la cara la envió rodando por el
suelo:
- ¡Aero+!- exclamó Dorle, con su brazo
extendido y la palma de la mano abierta.
Una fuerte ráfaga de aire la empujó
volando hasta un establo cercano vacío, que lo destrozó mientras las tablas de
madera le caían encima:
- ¡¡Cristal!!- gritaron sus amigos,
preocupados.
Para los reyes, era muy duro ver sufrir
a su hija de aquella manera., pero ambos sabían que era por su bien. Aurora no
podía soportar ver a Cristal recibiendo daños, y en más de una ocasión trató de
intervenir, pero Arturo se lo impedía. Le decía que era necesario por la paz
mundial, y que tenía que ser fuerte, por los dos y por ella.
La chica con coletas se levantó,
apartando los escombros de madera que la ocultaban, y con varios rasguños por
todo el cuerpo. Le dolían la pierna y la cara, pero aún así no cejó en su
empeño por continuar el combate:
- No me rendiré…- dijo la princesa, en
voz baja- eso nunca…
La chica volvió a correr hacia su
oponente, y al llegar al centro del patio enlazó la magia Piro a su estrella
ninja, la cual lanzó con fuerza directa a Dorle:
- ¡¡Chúpate esta, desgraciado!!- gritó
ella.
Para sorpresa de todos los presentes,
el enmascarado detuvo sin problemas la estrella llameante con su espada, y ésta
cayó clavada en el suelo frente a él. Rió por lo bajó, oculto tras la máscara,
y luego dijo:
- Cariño… ¿cuándo aprenderás que nunca
podrás vencerme?
El príncipe recogió el arma de la
chica, aún en llamas, y se preparó para lanzársela:
- ¡Toma, te devuelvo el regalo de
boda!
Dorle lanzó con fuerza la estrella
ninja llameante a Cristal, y ésta consiguió esquivarla a tiempo a pesar de que
una de sus afiladas puntas le rajó una pierna y le quemó un brazo. La princesa
cayó herida mientras la sangre brotaba de sus heridas:
- ¡¡Cristal!!- gritaron Alana y Rex.
- ¡¡Ya es suficiente!!- ordenó el rey
Arturo- ¡¡no sigas, Dorle!!
El enmascarado enfundó su espada.
Había debilitado a la princesa y acabado con sus intenciones de escaparse de
Oblivia. Era sólo cuestión de minutos que llegaran los guardias y los apresaran
a ella y a sus amigos. Sonrió satisfecho al saber que su plan seguía
correctamente, y que tan sólo tenía que esperar varias horas para casarse con
Cristal y llevar a cabo lo planeado con la reina Venigna:
- Como ordenéis, majestad.
En ese momento su sonrisa maléfica
desapareció de su cara. Al mirar abajo pudo ver una espada ensangrentada que
atravesaba su estómago. Todos los presentes palidecieron con la boca abierta al
ver los acontecimientos. Tras el príncipe Dorle se encontraba un joven
empuñando una siniestra espada, aparecido de la nada.
Tenía el pelo corto de un color gris
oscuro. Tras sus gafas redondas se encontraban unos ojos inundados de oscuridad
y un rostro serio y frío dibujaba su cara. Vestía un traje negro igual al de
Magno y Helio:
- ¡¡Es…es de la organización Muerte!!-
exclamó Rex, completamente perplejo.
El príncipe Dorle, escupiendo
espumarajos de sangre por la boca, dijo:
- Maldito…traidor…
El misterioso joven le quitó la espada
ensangrentada por la espalda, mientras Dorle caía al suelo al mismo tiempo que
su máscara. Antes de exhalar su último soplo de vida y de morir definitivamente,
la reina Aurora vio por primera vez los ojos de su invitado, y el horror la
invadió por dentro mientras se llevaba las manos a la boca. Había descubierto
el corazón oscuro del príncipe estiano, y sus verdaderas y malignas intenciones
contra el reino de Oblivia. Fue entonces cuando comprendió las palabras de su
hija, y de lo que había tratado de decirles todo ese tiempo.
Ante el asombro de los reyes y la
conmoción general de los presentes provocada por su actuación, el chico
misterioso dio media vuelta y lanzó un poderoso ataque mágico contra la verja
de acero, la cual alcanzó y destruyó en mil pedazos.
Alana y Rex no perdieron tiempo,
sabían que aquella era una oportunidad única. Aunque aquel chico fuera otro
enemigo más, estaba claro que por alguna extraña razón, los estaba ayudando a
escapar. Ambos corrieron hasta llegar a la princesa justo cuando los cientos de
guardias salían al patio a apresarlos, y la sanaron rápidamente con la magia
Cura:
- ¡¡Vamos Cristal, corre…huyamos antes
de que nos alcancen!!- gritaba Rex.
La chica con coletas, aún aturdida por
los últimos acontecimientos, tardó varios segundos en reaccionar. Se levantó
con la ayuda de sus amigos y los tres corrieron directos a la salida a toda
prisa.
Al pasar a un lado del misterioso
miembro de la organización Muerte, éste se quedó mirándolos fijamente durante
su huida sin impedírselo, y no volvieron la vista atrás para ver cómo
desaparecía a través de un agujero oscuro, antes de que los guardias lo
apresaran.
La princesa no dejaba de darle vueltas
a la cabeza sobre lo que suponía la reciente muerte del príncipe Dorle, y de
las consecuencias que ello tendría en el pacto entre Oblivia y el continente
este. Un mal presagio la invadía por dentro, y sentía que lo que acababan de
presenciar no era más que el inicio de otra de las tantas guerras que habían
librado sus antepasados mucho tiempo atrás.
Edu!!! Alá... es que te lo curras a más no poder. Hacía mucho que no me pasaba, bueno no tanto pero cuando pasé esto estaba parado y pensé donde se metió xD en fin aver si me busco un hueco para seguir leyendo que a este paso nose cuando será poque ya sabes que es la vuelta al cole y blablabla ocupación 120%.
ResponderEliminarUn Saludo. :)