Segunda
Parte: Despertar
Capítulo
XVII
OBLIVIA,
TIERRA DE REYES Y PRINCESAS
Rex abrió poco a poco los ojos,
mientras veía una gaviota pasar por delante de su hocico. Enseguida se dio
cuenta de que el ave de costa estaba dando vueltas alrededor de él,
probablemente comprobando si estaba muerto. El perro no le dio mucha
importancia, y de lo cansado que estaba dejó que sus párpados cayeran de nuevo,
cerrando los ojos y tratando de seguir durmiendo.
Volvió a abrirlos de repente al sentir
un dolor que notó cuando la gaviota agarró con su pico una de las orejas del
can y trataba de arrancársela. Aquello lo despertó por completo, mostró sus
colmillos y rugió con furia al animal mientras se ponía rápidamente en pie. La
gaviota se asustó y salió volando a toda prisa:
- ¡Vete a comer a otro, pajarraco!-
gritó él, enfadado.
Aún sentía un poco de dolor en la
oreja, de modo que se sentó y la rascó con una de sus patas traseras. Lo
siguiente fue bostezar y luego estirarse. Ya no tenía sueño.
Se asombró al echar un vistazo rápido
a su alrededor y comprobar sorprendido que se encontraba en una playa de fina y
reluciente arena blanca:
- ¿Dónde estoy?- se preguntó a sí
mismo, perplejo.
Al seguir observando el lugar, no
tardó en ver un poco más lejos dos cuerpos que le resultaban familiares. Uno de
ellos boca arriba y el otro semienterrado en la arena:
- ¡Alana, Cristal!- exclamó Rex.
El perro corrió hasta la piloto y
viendo que no respondía, le lamió la cara:
- ¡Nami, despierta…no es hora de
dormir!
La pelirroja acabó abriendo los ojos,
tras un par de lametones en la mejilla. Cuando vio al can, murmuró su nombre en
voz baja dos o tres veces, con los ojos entreabiertos. Enseguida recordó los
últimos acontecimientos antes de desmayarse: la caída de valor alado en picado,
el hundimiento de éste, el ataque del monstruo marino gigante y la feroz
tormenta en el mar.
De repente terminó de abrir los ojos
como platos y se levantó al instante como un resorte, exclamando perpleja el
nombre de su compañero:
- ¡¡Rex…estás vivo!! ¿¡Pero cómo
hemos…!?
- ¡Ya lo hablaremos después!-
respondió el perro, que señaló en ese momento el otro cuerpo que había no muy
lejos de su posición- ¡Ahora tenemos que ayudar a Cristal!
Alana asintió con la cabeza y los dos
corrieron hasta la princesa, cuya cabeza y torso completo, a excepción de sus
extremidades, tenía enterrado en la arena.
La pelirroja y el can comenzaron a
desenterrarla, temiendo lo peor y deseando que siguiera viva. Sin embargo, para
su sorpresa, al int5entar moverla oyeron unos débiles ronquidos procedentes de
ella. Suspiraron aliviados al comprobar que sólo estaba durmiendo cuando la
chica con coletas dijo, en tono cansado a modo de siesta:
- Ahora no, mamá…tengo sueño…déjame
dormir cinco minutos más…
No estaban dispuestos a quedarse
sentados a que despertara por sí sola, de modo que Rex le mordió un brazo y
Cristal chilló de dolor a la vez que se levantaba de golpe, con increíble
agilidad. La princesa descubrió la marca de dientes canina en su brazo, y le
echó una mirada asesina al perro:
- ¿¡Pero tú de qué vas, chucho
sarnoso!?
- ¡¡Tenía que despertarte, idiota!!-
le respondió él, también enfadado.
- ¡¡Podrías haber usado
una forma menos dolorosa!!
- ¡¡Ni loco iba a
lamerte la cara llena de arena!!
- ¡¡Tus colmillos
tampoco son precisamente suaves!!
Y así continuaron,
durante los siguientes segundos. Alana, cansada de oírlos discutir, alzó la voz
firme y tajante:
- ¡¡Parad ya…en vez de
estar discutiendo por tonterías, podríamos pensar la forma de encontrar al
resto del grupo!!
Cristal y Rex callaron
de repente, sabían que la piloto tenía razón. Igual que ella al principio,
recordaron el ataque del monstruo marino gigante, y de cómo los succionó a
ellos y a sus amigos en el gran torbellino sin remedio, durante la tormenta en
el mar:
- Seguramente fuimos
separados por aquel maldito torbellino- dijo Alana, pensativa, mirando el mar
en el horizonte- es un milagro que hayamos sobrevivido.
- Me pregunto si Jack y
los demás estarán bien…- dijo Rex, con preocupación en sus palabras.
La princesa comentó,
mientras se quitaba las coletas y dejaba su pelo suelto:
- ¡Bah, seguro que sí!-
exclamó ella, que luego sacudió la cabeza y se pasó las manos por el cabello
para quitarse la arena- Jack siempre se las arregla para salir de cualquier
problema… ¡ojalá me dé su suerte algún día!
- Pero… ¿y los demás?
- Si van con él, seguro
que están bien.
Alana se quedó un rato,
pensativa, mientras observaba la kilométrica playa a ambos lados desde su
posición. No se veía ningún acantilado o pared rocosa cerca de la costa,
parecía que la playa no tenía final. Volvió la vista detrás de ellos, de espalda
a la orilla del mar, y miró con detenimiento las montañas en el horizonte,
rodeadas de frondosos bosques que alegraban los ojos. Aquel bonito paisaje no
le sonaba de nada, estaba completamente perdida:
- No recuerdo haber
visto nunca esas montañas…- comentó la pelirroja- ¿creéis que estaremos en el
continente norte?
- No lo sé…tendremos que
adentrarnos más para comprobarlo…- respondió el perro, que luego se dirigió a
la princesa- ¿tú qué dices, Cristal?
La chica había terminado de volver a ponerse las coletas, y
miraba hipnotizada las montañas, con la mirada perdida. Parecía pensativa, y
viendo que no le respondía, Rex volvió a decir:
- ¡Cristal!
La voz del can retumbó
en su cabeza, después de oírla al principio como un susurro hasta escucharla
tan alto que la apartó de sus pensamientos:
- ¡Sí!- exclamó ella de
repente, que sacudió la cabeza y miró a su compañero, asombrada- ¿¡Qué pasa!?
Rex y Alana la miraban,
perplejos:
- Cristal, estabas
absorta mirando el paisaje…- dijo la piloto, preocupada- ¿estás bien?
La princesa asintió con
la cabeza y una media sonrisa fingida, que no convenció demasiado a sus amigos:
- ¡Tranquilos, estoy
bien!- exclamó, con un cierto aire de arrogancia- ¡sólo ha sido un pequeño
trance mental…enseguida seguiré siendo la misma plasta de siempre!
Alana y Rex comprobaron
que seguía siendo la misma Cristal de siempre, y caminaron hacia delante:
- En fin, exploremos
esta zona…- comentó la pelirroja- puede que encontremos a alguien que nos
indique dónde estamos.
Los dos se alejaron unos
pasos mientras que la chica con coletas seguía pensativa, con la mirada
perdida. Rex le gritó, un poco más lejos y volviéndola a la realidad:
- ¡¡Cristal!! ¿¡Vienes o
qué!?
- ¡¡Sí, esperadme!!-
gritó la princesa, mientras corría hacia ellos.
Cuando los alcanzó,
continuaron andando, internándose más y más en el interior de aquel territorio,
completamente nuevo para ellos. Sin embargo, Cristal no dejaba de darle vueltas
a la cabeza sobre, no sólo las montañas, sino todo el paisaje que veía a su
alrededor. Algo dentro de ella le advertía, y poco a poco sus sospechas iban
confirmándose a un ritmo peligrosamente acelerado.
A unos kilómetros de
distancia de la playa, encontraron un sendero marcado, que se dirigía hacia el
norte. Como hasta entonces no habían encontrado nada más interesante,
decidieron seguir su rumbo, con la esperanza de ver a algún paisano de aquel
territorio que los guiara. Durante todo el trayecto lo que hicieron fue rodear
las montañas centrales del continente, y les parecía muy raro no ver ni
siquiera un pueblo, una casa o cualquier mínimo de existencia humana.
Estaban empezando a
cansarse cuando, después de más de dos horas andando, Cristal comentó en un
momento de silencio:
- Ahora que lo pienso…ya
que Jack no está, necesitamos un líder provisional, ¿no?
- ¿Qué?- exclamó Rex de
repente, sorprendido con la idea.
- Ya sabes…alguien que
guía y decide el rumbo de su grupo…- explicó, con una sonrisa pícara.
- Tienes razón…- dijo
Alana, pensativa- debe ser alguien valiente, responsable, eficiente,
comprensible y que esté dispuesto a proteger a sus compañeros.
La chica con coletas
asentía con la cabeza, sin borrar su sonrisa pícara. Estaba claro que se le
veía el plumero:
- ¿Pero quién de
nosotros puede ser?- cuestionó el perro, pensativo.
En ese momento la
princesa intervino, alzando la voz y con claro aire de arrogancia:
- ¡Está claro!- exclamó
la chica con coletas- ¡yo, Cristal, la mejor ladrona de toda Limaria! ¿Quién si
no sería capaz de ocupar tan importante puesto?
Alana y Rex la miraron,
y tras unos segundos de resistirse, finalmente no pudieron aguantar la risa.
Cristal les clavó los ojos con una mirada asesina mientras ellos soltaban
carcajadas en su cara:
- ¿¡Eh, qué pasa!?-
inquirió ella, enfadada- ¿¡Algún problema!?
Alana no podía articular
palabra, le dolía el estómago de tanto reírse. Respiró profundamente, aún
soltando risitas, y pudo decir:
- ¿¡Tú!? ¡Si dejamos que
nos guíes, nos matarás a todos!
- ¿¡Qué insinúas!? ¿¡Que
no sé cumplir como un buen líder!?
Rex habló en ese
momento, también más relajado pero todavía soltando alguna que otra risa:
- Es que…no creo que
tengas madera de líder…- dijo el can, aún riéndose.
La princesa se hartó de
sus comentarios burlones, estaba dispuesta a enseñarles que podía hacerlo. Dio
media vuelta y dijo, frunciendo el ceño:
- ¡Sí que la tengo, y os
lo voy a demostrar!
Sin embargo, la chica
palideció de repente al mirar atrás en el camino, y recordó entonces claramente
dónde se encontraba. El miedo la invadió por dentro, y sus amigos lo vieron
enseguida. La chica con coletas abrió su mochila, se disfrazó rápidamente de
mendiga envuelta en un torbellino que duró tres segundos, y se escondió detrás
de Alana:
- ¡Qué madera de líder,
es impresionante...!- dijo el perro, con sarcasmo.
Sin embargo, la piloto
notó muy rara la repentina reacción de Cristal. Era la primera vez que la veía
así, y sabiendo cómo era ella en realidad, debía de tener mucho miedo a lo que
acababa de ver.
Ella y Rex volvieron la
vista sobre el camino, y se sorprendieron al descubrir por fin indicios de vida
humana. Tras ellos, a lo lejos del sendero, se acercaba una especie de carruaje
tirado por caballos, que tardaría en alcanzarlos:
- ¡Salgamos de aquí!-
susurró Cristal en voz alta, bajo su apariencia de anciana, mientras tiraba de
la manga del uniforme a la piloto. Parecía tener mucha prisa- ¡Rápido!
- ¿Por qué?- preguntó la
pelirroja- ¡pero si por fin hemos encontrado a alguien…preguntémosle y salgamos
de dudas!
- ¡No lo entiendes!-
respondió la chica, desesperada- ¡tenemos que salir de aquí ya!
- ¿Pero qué es lo que te
pasa? ¿Por qué estás tan alterada?
- ¡Si me ven, será mi
final!
- ¿¡Qué!?- exclamó
Alana, confusa.
La chica con coletas iba
a pronunciar algo más, pero calló en ese momento cuando el carruaje se detuvo
delante de ellos. Viéndolo más de cerca, Rex y Alana comprobaron que se trataba
de una majestuosa carroza azul y blanca, con caballos también del color de la
nieve. Los dos guardias a ambos lados del vehículo los observaron fijamente,
con miradas sospechosas:
- Guardias, ¿por qué nos
detenemos?- preguntó una voz dentro del carruaje. A juzgar por el tono debía de
ser un chico joven.
- Sólo será un momento,
majestad- respondió uno de los altos y grandes guardias- retomaremos la marcha
enseguida.
Tras eso, la voz de
quien fuera de la realeza no volvió a oírse. El que estaba dentro de la carroza
parecía calmado y confiado a pesar de no verse su rostro o figura debido a que
tenía la ventanilla cerrada.
Alana tragó saliva y se
aventuró a preguntar a uno de los anchos hombres que custodiaban el carruaje:
- Disculpe… ¿Podría
usted decirnos dónde estamos? Andamos perdidos.
Los dos guardias la
miraron, extrañados, como si hubiera formulado una pregunta obvia. La tomaron
por loca y empezaron a reírse:
- ¡Pobre forastera!-
comentó uno, mirando a su compañero- ¡No sabe dónde se encuentra!
- Estás en los dominios
del reino de Oblivia…y aquí, nosotros somos la autoridad…pertenecemos a la
guardia real de sus majestades, los reyes Arturoi y Aurora- explicó el otro.
- ¿¡Qué!?- exclamaron
atónitos la pelirroja y Rex.
- Así es…y más os vale
andaros con cuidado, si no queréis acabar encerrados en las mazmorras del
castillo real- amenazó el primero.
Pasaron unos largos
segundos de silencio, en los que Alana y Rex por fin entendieron el repentino
miedo de Cristal. Ellos, también completamente perplejos, recordaron que su
compañera de grupo era ni más ni menos que la princesa del reino de Oblivia,
muy buscada por las autoridades de los reyes de dicho reino. Incluso ofrecían
una alta y jugosa recompensa por su captura de un millón de platines. Sin duda,
la chica con coletas se había convertido en un peligroso tesoro humano,
codiciado por muchos cazarecompensas.
La piloto se llevó una
mano a la cabeza, y mientras ella, Rex y Cristal retrocedían unos pasos
lentamente, dijo con una media sonrisa fingida:
- Bueno, nosotros
tenemos que irnos…caballeros, gracias por su amabilidad.
Y cuando, tras dar media
vuelta y caminar unos pasos, todo parecía marchar bien, uno de los guardias los
detuvo a los tres alzando la voz:
- ¡¡Esperad!!
Ambos se bajaron del
carruaje y caminaron hasta ellos, mientras los tres volvían a mirarlos,
completamente horrorizados tras tragar saliva:
- ¿Sí, señor?- preguntó
la piloto, intentando no temblar.
- ¿Quién es la señora
mayor que os acompaña?- inquirió, con una mirada sospechosa- ¿por qué se oculta
de esa manera?
Alana notó cómo algo le subía de repente por la
garganta, y se puso nerviosa. A Rex le pasó exactamente lo mismo, y Cristal
comenzó a temblar de repente como hoja, igual que sus compañeros. Los tres
estaban muy nerviosos:
- ¡Es que…es que…no
puede tomar el sol!- exclamó Alana, con lo primero que se le pasó por la
cabeza- ¡es fotosensible!
Rex y Cristal se
quedaron pálidos y con la boca abierta. La pelirroja acababa de decir una
burrada tan grande como una casa, y los guardias muy pronto se dieron cuenta:
- ¿Fotosensible?-
preguntó uno, cada vez más amenazante- ¿y anda por la calle con el sol y a
plena luz del día?
Alana y sus amigos
comenzaron a retroceder cada vez más, mientras los guardias se adelantaban a
pasos de gigante. Esta vez tenían cara de pocos amigos, y sus intenciones no eran
precisamente buenas:
- Aquí hay gato
encerrado…- dijo uno, de forma sospechosa- ¿quién se esconde tras esa capucha?
- ¿No serán traidores a
la corona?- inquirió el otro.
Una brisa de viento
sacudió la zona en ese momento, y Cristal tuvo la mala suerte de que una ráfaga
de aire le levantó su ropaje hasta la cintura, revelando su ropa juvenil de
colores cálidos y sus piernas jóvenes:
- ¡¡Mierda!!- exclamó la
chica con coletas.
Todo lo que sucedió
después ocurrió tan rápido que los miembros del grupo no tuvieron si quiera
tiempo para reaccionar. Uno de los guardias reales se lanzó como un animal
salvaje encima de la chica y la inmovilizó al instante con sus fuertes brazos,
a pesar de su resistencia. El otro golpeó rápidamente y con gran fuerza a la
piloto y al perro, dejándolos aturdidos en el suelo y sin poder moverse:
- ¡La hemos encontrado!-
exclamó uno- ¡ya tenemos a la princesa Cristal!
- ¡Debemos llevarla de
inmediato a palacio!- dijo el otro- ¡seguro que los reyes se alegrarán mucho de
volver a verla!
Y mientras caminaban de
vuelta a la carroza, con la chica apresada, ésta gritaba, tratando inútilmente
de liberarse:
- ¡¡Soltadme,
cabrones…os ordeno que me soltéis!!- exigía, enfadada- ¡¡soy vuestra
princesa…tenéis que obedecerme, malditos!!
A pesar de sus gritos y
forcejeos, ambos hacían oídos sordos a sus palabras. No mostraban signos de
cansancio al apresarla, mientras que ella jadeaba de luchar con todas sus
fuerzas. En medio del forcejeo, a Cristal se le cayó la mochila, con todas sus
pertenencias.
Rex y Alana levantaron
la vista, con esfuerzo, y vieron cómo aquellos brutos abrían la puerta de la
carroza. Lanzaron dentro a la chica como si fuera un trapo sucio y cerraron la
puerta tras de ella:
- ¡¡Cristal!!- gritaron
sus dos compañeros.
Sin embargo, ya era
demasiado tarde. Para cuando se levantaron y corrieron hacia ella, los dos
guardias ya habían montado en la carroza y reemprendido la marcha por el
camino. Estaba ya muy lejos de su posición, y con el reciente dolor que sentían
por el golpe, ya no podían alcanzarlos. Tan sólo pudieron observar, resignados,
cómo desaparecía su compañera en la lejanía.
Mientras descansaban en
la hierba, recuperándose poco a poco del dolor, Alana y Rex aún trataban de
asimilar lo ocurrido. Todo había pasado tan rápido que les costaba creer que su
compañera no estuviera allí con ellos:
- Debí haberlo
imaginado…- comentó la pelirroja, abatida, mientas veía la mochila naranja de
la chica con coletas en sus manos- tendría que haber hecho caso a Cristal
cuando tenía la oportunidad…si hubiéramos huido a tiempo, nada de esto habría
pasado…- y luego agachó la cabeza y suspiró- todo esto es por mi culpa…
Rex llevaba un rato
meditando sobre lo ocurrido. Al menos ya sabían que se encontraban en el
continente oeste, muy alejados de su objetivo. La tormenta en el mar debió de
ser muy fuerte para llevarlos al otro lado del mundo, y desconocían el paradero
de sus amigos Jack, Marina, Eduardo y Erika, y de si estarían bien donde quiera
que estén.
Lo que sí estaba claro
es que acababan de perder a Cristal, y no pudieron hacer nada para evitarlo. El
perro pensó en Jack, y en su determinación para tomar decisiones y hacer lo
mejor posible por el bien de los demás. Tras pensarlo un poco, el can
finalmente supo lo que tenía que hacer. En aquellos momentos lo más importante
era recuperar a su compañera, y supo que Jack haría exactamente lo mismo en esa
situación.
Se levantó, ya
recuperado, y caminó unos pasos para volver al camino:
- ¿A dónde vas?-
preguntó Alana, confusa.
- A Oblivia, a rescatar
a Cristal- respondió el perro.
- ¿¡Qué!?- exclamó la
pelirroja, perpleja- ¿¡de verdad piensas enfrentarte de nuevo a esos tipos!? ¡Si
atacamos a los reyes seremos condenados a muerte!
Rex se detuvo y dio
media vuelta. Alana se sorprendió al ver su mirada firme y decidida, y la
determinación segura de su voz:
- Sé que no es fácil
rescatar a una princesa, pero la verdad es que me da igual. Sea o no de la
realeza, Cristal es una más de nosotros…- y luego añadió, sin rodeos- sólo
tengo claro que la traeré de vuelta contigo o sin ti, así que decide.
El perro retomó el
camino de nuevo, alejándose. En ese momento Alana lo comprendió, y supo que
estar parada resignándose por los fallos cometidos no serviría de nada. Tenían
que actuar para recuperar a su amiga, y aquel era el momento. Rex le había
transmitido seguridad y confianza con sus palabras, que la impulsaron a
levantarse cargando con la mochila naranja a su espalda, y correr detrás de él:
- ¡Eh Rex, espérame!-
exclamó ella- ¡Voy contigo!
Y así, ambos se pusieron
en marcha por el sendero, siguiendo las finas y profundas marcas del carruaje
en el camino. Tenían claro que iban a enfrentarse a un reino entero para
rescatar a su princesa de las garras de un matrimonio concertado que le
arruinaría su vida para siempre.
Ambos tardaron cerca de
una o dos horas en rodear las montañas centrales del continente oeste, y cuando
llegaron al otro lado de las montañas, los dos se quedaron sorprendidos y con
la boca abierta.
Rodeado de grandes
cascadas y frondosos bosques se hallaba un hermoso pueblo con casas de todos
los tamaños y colores. E su interior, en el centro y alzándose sobre el resto
de la población, había un enorme y gran castillo medieval, con sus murallas y
altas torres de piedra, desde las que seguro se podía contemplar todo el valle.
El conjunto y la armonía
que emanaban del equilibrio, aquel lugar ofrecía un bonito paisaje que agradaba
la vista, y que perfectamente parecía haber salido de un mágico cuento de
hadas:
- ¿¡Esto es…el reino de
Oblivia!?- preguntó Alana, perpleja.
- ¡Es mucho más grande y
bonito de lo que había imaginado!- dijo Rex.
Durante unos segundos,
los dos se quedaron hipnotizados por su belleza, hasta que el perro se dio
cuenta de que estaba absorto. Sacudió la cabeza a ambos lados y le dijo a
Alana, a la que también liberó del hechizo:
- ¡Vamos, en marcha!
La pelirroja asintió con
la cabeza y ambos reanudaron el camino que llevaba a la entrada de la ciudad,
directos a la población natal de su compañera, la plasta chica con coletas.
El ambiente que
presentaba Oblivia al internarse por sus calles era tal y como lo imaginaban
desde la lejanía. Estando en aquel lugar uno podía creer que había viajado de
repente al pasado, como si la entrada a la ciudad fuera una especie de túnel
del tiempo que conectaba ambas épocas, tan distanciadas por siglos de historia.
La gente del lugar
vestía ropa típica de plebeyo de la época, cientos de puestos asaltaban las
calles rebosadas de comerciantes, varios carruajes tirados por caballos andaban
por aquí y por allá y griteríos de la multitud resonaban por toda la ciudad.
Alana y Rex se acercaron
al puesto de un gran gremio especializado en armas, y mientras observaban el
escaparate lleno de cuchillos, arcos, lanzas y espadas, accidentalmente oyeron
una conversación que les llamó demasiado la atención:
- ¿Te has enterado de
las últimas noticias?- comentó un dependiente, al otro lado del mostrador- se
dice que la princesa Cristal ha vuelto, después de seis meses desaparecida.
- ¿¡En serio!?- exclamó
otra mujer, perteneciente al gremio- ¿¡Cuándo lo has oído!?
- Hace poco más de una
hora… ¡en estos momentos no se habla de otra cosa en toda Oblivia!
- ¡Ya era hora!- comentó
la señora- ¡ahora por fin podrá casarse con el príncipe Dorle!
Aquellas últimas
palabras sorprendieron a los dos miembros del grupo, que no pudieron evitar
asombrarse con la noticia. Alana le preguntó a Rex:
- ¿Cristal va a…casarse?
- Esto pinta muy mal…-
dijo el perro- ¡démonos prisa!
Y de esa forma,
siguiendo las indicaciones de los ciudadanos a los que preguntaron por la
localización de la entrada al castillo real, la mujer y el perro lograron
llegar hasta una enorme puerta de varios metros de altura.
Observaron fijamente el
lugar, ocultos desde la esquina de una casa, analizando cualquier detalle que
pudieran pasar por alto. Había cuatro grandes y fuertes guardias reales a los
que les atacaron en el camino, custodiando la verja de acero que tenían detrás.
Iban armados con lanzas y no parecía que fueran a dejar el paso libre a
cualquiera:
- No hay duda, ésa es la
entrada al castillo…- comentó Rex- poner a cuatro guardias ahí no tiene otra
explicación.
Alana también añadió,
pensativa:
- Es imposible que
nosotros solos podamos contra esos cuatro tipos, nos doblan en número…
- ¿Y cómo vamos a entrar?
- Paciencia…- respondió
la pelirroja- tiene que haber otra forma…
En ese momento se acercó
a la entrada otra carroza, con pinta de ser de la realeza, de la que salió un
hombre bajito vestido con traje de gala y una majestuosa capa adaptada a su altura.
Se acercó a uno de los guardias, que medía tres palmos a su lado, y le dijo en
tono arrogante:
- Soy el conde Marchelo,
hermano de su alteza real. He venido para tratar un tema de suma importancia,
aparte de hacerle una visita.
A lo que el guardia preguntó
seriamente:
- ¿Tiene su tarjeta de
invitación?
El hombrecillo sacó de
su bolsillo una tarjeta con el símbolo real y se la mostró al guardia. Éste la
observó durante unos segundos, y finalmente respondió:
- Muy bien, puede pasar.
El señor de la realeza
volvió a montarse de nuevo en la carroza, mientras subía la verja de acero.
Acto seguido se adentró en el interior de la muralla, y tras él se cerró la
gran entrada.
Fue entonces cuando a
Alana se le encendió una bombilla en la cabeza, y su compañero canino no logró
entender lo que pretendía hasta que ella registró la mochila de Cristal. La
pelirroja tardó varios segundos sacando toda clase de ropa y disfraces, tirando
los que no le servían, mientras Rex lo observaba todo completamente perplejo y
con la boca abierta. No lograba entender cómo se podía guardar más de veinte
disfraces en una pequeña mochila como aquella. Parecía más un armario que una
mochila de mano.
Alana finalmente sonrió
al descubrir el disfraz perfecto para la ocasión, y se lo mostró al perro, que
indicó, pensativo:
- Con este disfraz
puedes entrar tú, pero a mí no me sirve…
- ¡No pasa nada!-
respondió ella- ¡puedes acompañarme si llevas esto!
La piloto empezó a
extraer de la mochila nuevos objetos, esta vez armas. De nuevo el can se quedó
asombrado, con los ojos y la boca abiertos como platos, mientras veía sacar a
su compañera todo tipo de armas; cuchillos de cocina y caza, varias lanzas, un
par de machetes, dos pistolas, una espada y tres palos de madera, entre otras
muchas cosas:
- ¡Pero si lo vi antes!-
exclamó ella, con toda la tranquilidad del mundo- ¿Dónde estará…?
Antes de llegar a
Oblivia, Alana había estado registrando la mochila de Cristal, para comprobar
si tenía algo que pudiera resultarles útil. Ahora, en vez de armas, empezó a
extraer objetos varios; como una butaca, una manta, un cepillo de dientes, una
sartén, una fregona, una almohada, un par de pesas y una escalera de mano,
además de otras muchas cosas absurdas que a nadie se le ocurriría llevar nunca
en un equipaje de mano.
Cuando la pelirroja
encontró y le mostró a su compañero lo que quería que llevara puesto, él se
negó diciendo:
- ¡¡Ah no, ni hablar…no
pienso ponerme eso!!
- ¡Es lo único que hay
que va a juego con mi disfraz!- insistió ella- ¡sólo podrás entrar conmigo si
lo llevas puesto!
A pesar de las rotundas
negaciones de Rex, al final comprendió que era la única forma de entrar al
castillo, y no tuvo más remedio que aceptar a regañadientes la propuesta.
Sabiendo que
reconocerían a Rex por su aspecto, había que camuflarlo de cualquier manera.
No se permitía la entrada a palacio de animales salvo la excepción de caballos
que tiraban de las carrozas, de modo que había que disfrazar a Rex de humano.
Con un carrito de la
compra de supermercado y un par de mantas blancas, ambas cosas extraídas del
interior de la mochila, consiguieron imitar algo parecido a un carrito de bebé.
Por supuesto, Alana se disfrazó con majestuosos ropajes de la nobleza medieval,
y sería la que llevaría el transporte con ruedas. Rex, por su parte, vistió sus
patas con pequeños guantes de bebé, su cabeza con un gorro de lo mismo, y para
rematar una chupa que debía llevar puesta en su hocico:
- ¡Y no gruñas o
ladres!- le advirtió la pelirroja- ¡recuerda que los bebés humanos no ladran!
Con cara de mala leche,
y frustrado por tener que vestirse de aquella ridícula manera, el perro se
montó en el carrito y ella lo tapó completamente con las sábanas blancas, de
manera casi invisible:
- ¡A partir de ahora,
calla y déjamelo a mí!- le dijo la piloto- ¡no vayas a estropearlo en el último
momento!
Rex asintió con la
cabeza, y Alana suspiró hondo antes de poner en marcha el plan. Caminaron
lentamente hasta la entrada de la verja de acero, y tal y como esperaban, los
guardias los detuvieron:
- ¡¡Alto!! ¿¡Quiénes
sois!?
Alana tardó un poco en
responder, y cuando lo hizo, su voz cambió de forma radical a otra que no la
caracterizaba ni usaba nunca. Incluso el propio Rex se sorprendió al oírla:
- ¿¡Pero qué es esto!?-
exclamó la pelirroja, frunciendo el ceño- ¡¡Qué poca amabilidad por parte de la
guardia real!!
- Lo hacemos con todo el
mundo, señorita- respondió el que parecía ser el vigilante jefe- y necesitamos
que se identifique inmediatamente.
- ¡Soy la condesa Miss
Universo del reino Cochino, y vengo a visitar a su alteza real por un harto
asuntillo sin importancia!
El guardia se quedó por
un rato observándola, tratando de analizar la información recibida. Con cara
confusa, le preguntó:
- ¿El reino Cochino? Es
la primera vez que oigo hablar de tales tierras…- y luego le interrogó, con
mirada sospechosa- ¿dónde se encuentra ese reino?
- ¡Oh, no lo conoce
nadie…está muy lejos de aquí!- exclamó Alana- ¡al otro lado del extremo del
continente oeste, oculto muy cerca de la costa…se encuentra junto al mar porque
ahí va a parar toda la porquería y la mierda, de ahí su nombre! – y con una
media sonrisa y un par de risas fingidas, dijo- ¡usted ya me entiende, jejeje…!
La pelirroja trató de
avanzar unos pasos para acercarse a la puerta, pero los guardias volvieron a
interponerse, firmes. El vigilante jefe parecía sospechar claramente de ella:
- ¿Y su tarjeta de
invitación?
- ¿¡Pero será posible!?-
se quejó la piloto- ¿¡A qué viene este interrogatorio!? ¿¡Es que no pensáis
dejarme tranquila o qué!?
A juzgar por la mala
cara del guardia jefe, estaba claro que no andaba con rodeos e iba muy en
serio. No hicieron falta palabras para indicar que sin ella no podría entrar:
- ¡¡Vale, vale, está
bien!!- aceptó la chica, de mala gana- ¡¡le enseñaré la dichosa tarjeta!!
A pesar de parecer
molesta, en su interior palideció de repente. La tarjeta no entraba en sus
planes, y sin ella no podrían entrar al castillo. Comenzó a buscar en la
mochila de Cristal mientras rezaba, deseando desesperadamente encontrar lo que
quería. Pasaron varios segundos de profunda tensión y agonía en los que cada
vez a Alana se la veía más nerviosa y temblando, mientras el guardia jefe
afirmaba lo evidente.
Cuando todo parecía
perdido y el guardia iba a echarla por la fuerza, la chica sonrió de repente de
oreja a oreja al encontrar lo que buscaba. Sacó rápidamente loa tarjeta y se la
mostró al vigilante mientras le restregaba en toda la cara su victoria:
- ¡¡Tómala!! ¿¡Qué me
dices a esto, eh!? ¡¡Ahora puedo entrar sin pegas!! ¿¡Verdad!? ¡¡Abre la
maldita puerta ya!!
La actitud arrogante de
la chica no le gustaba nada al vigilante jefe, que a pesar de gruñir entre
dientes, la visitante cumplía con los dos requisitos para poder entrar, y no
podía decir lo contrario. Ordenó al resto de guardias abrir la puerta:
- Está bien, dejadla
pasar.
Alana suspiró aliviada,
igual que Rex oculto dentro del carrito, mientras veían cómo la verja de acero
se levantaba ante ellos, dejando libre el paso. Cuando tuvieron vía libre, la
chica no pudo dar más de tres pasos antes de que el vigilante jefe volviera a
decir:
- ¡¡Espera!!
La mujer y el perro
palidecieron de nuevo, sabían que entrar así como así no sería tan fácil. La
pelirroja trató de mantenerse firme en todo momento. Volvió la vista al
guardia:
- ¿¡Qué tripa se te ha
roto ahora!?- preguntó ella, molesta.
- ¿Qué llevas en ese
carrito?
Aquella pregunta dejó
sin aliento a ambos, creyendo que había pasado lo más difícil. Sin embargo, fue
entonces cuando llegó el verdadero reto. En ese momento se decidiría si
conseguían entrar, o por el contrario, descubrirían a Rex.
Viendo que la chica no
respondía, el vigilante jefe se acercó a ellos diciendo:
- Si tú no me lo dices,
tendré que averiguarlo yo.
Llegados a aquellos
extremos, había que tomar medidas desesperadas. Viendo que estaban a escasos
segundos de ser descubiertos, Alana actuó rápidamente e hizo lo que mejor se le
daba hacer: improvisar. Antes de que la mano del guardia llegase a tocar las
sábanas, la pelirroja la apartó de golpe gritando:
- ¡¡No lo toques…no
permitiré que nadie se acerque a mi bebé!!
- ¿¡Qué!?- exclamó el
centinela, perplejo- ¿¡un bebé!?
- ¡¡Eso es…como le
pongáis la mano encima, os colgaran a todos!!
Aquellas últimas
palabras hicieron reír al resto de los guardias, que enseguida soltaron
carcajadas burlonas:
- ¿¡Colgarnos!? ¿¡A
nosotros!?- dijo el vigilante jefe- ¡pero si somos la máxima autoridad en
Oblivia! ¿¡Quién puede hacernos eso!?
Alana pensó por un
momento y enseguida supo la jugada de su próximo movimiento:
- ¡¡El rey…el rey Arturo
puede hacerlo…porque…porque es su hijo!!
Bastaron esas palabras
para dejar sin habla a todos los presentes, incluido al propio Rex, que
completamente perplejos, exclamaron con
los ojos y la boca bien abierta:
- ¿¡Qué!?
- ¡¡Así es…tenéis ante
vosotros al futuro sucesor de la corona del reino de Oblivia!!- exclamó la
pelirroja, metida en su papel- ¡¡no podéis tocar al príncipe!!
El vigilante jefe logró
sobreponerse, y aunque estaba sorprendido por la noticia, trató de ser firme en
su declaración:
- ¡Eso es imposible…el
rey está casado con la reina Aurora y no ha cometido delitos de adulterio!- y
luego ordenó, serio y firme- ¡¡Estás mintiendo…apresadla!!
El resto de guardias
cogieron sus armas y se dispusieron a arrestarla. La piloto supo que ya nada
podía hacer para enmendar la situación, que había cometido un tremendo error
imposible de corregir. Llegados hasta allí, tan sólo quedaba una opción
posible.
Avisó a Rex enseguida, y
éste saltó del carrito, antes de que Alana sacara de su bolsillo una bomba de
humo que hizo explotar en aquel momento, instante que aprovecharon para huir.
Los guardias tosieron en
medio del humo negro, y cuando éste se disipó por completo, observaron
perplejos que sólo quedaba el carrito tirado de lado y las mantas blancas
esparcidas por el suelo:
- ¡¡Encontradlos!!-
ordenó el vigilante jefe- ¡¡no pueden andar muy lejos!!
Mientras las docenas de
centinelas corrían de un lado a otro por todo el patio, y registrando cada
puerta a su paso, dos figuras los observaban ocultos detrás de una de las
ventanas de una torre.
Alana y Rex se quitaron
los disfraces, ya que de nada les servían ahora. Trataban de asimilar todo lo
que había pasado, y de recuperarse del susto:
- ¡Ha faltado poco!
¿Eh?- comentó la chica- ¡menos mal que llevaba el arsenal de Cristal encima, o
de lo contrario nos habrían pillado!
- ¿¡Estás loca!?-
replicó el perro- ¿¡Cómo se te ocurre decir semejante barbaridad del rey!?
¡¡Ahora seguro que nos cuelgan por esto en cuanto nos pillen!!
- ¡¡Fue lo primero que
se me pasó por la cabeza!!- intentó defenderse ella- ¡¡Además, no teníamos
tiempo…o eso, o no entrar nunca!!
El perro se llevó una
pata a la cabeza, sabía que se habían metido en un buen lío. Miró otra vez por
la ventana, tratando de analizar la situación:
- Bueno…tenemos a más de
treinta guardias buscándonos por todo el castillo…y al paso que van, no
tardarán en encontrarnos.
- Antes de que eso
ocurra, tenemos que encontrar a Cristal y salir de aquí cuanto antes- dijo la
pelirroja- ¡no tenemos mucho tiempo, vamos!
Rex asintió con la
cabeza, y los dos corrieron sigilosamente por entre los pasillos de aquella
fortaleza de piedra, llena de siglos de historia.
El castillo de Oblivia
era mucho más grande y complejo de lo que parecía por fuera. Los cientos de
pasillos, escaleras y puertas lo convertían en un gran laberinto lleno de
alfombras rojas, enromes vidrieras medievales y miles de cuadros colgados en
las paredes con autorretratos de, seguramente, otros reyes anteriores a Arturo
y Aurora.
Alana y Rex avanzaban a
paso ligero, pero con extrema precaución, por cada pasillo y escalera que
encontraban en su camino. En muchas ocasiones tuvieron que esconderse detrás de
columnas, cortinas y estatuas para no ser vistos por los guardias que corrían
rápidamente mientras los buscaban:
- ¡¡No están en el ala
oeste!!- informó gritando un centinela.
- ¡¡Seguid buscando!!-
ordenó el guardia jefe- ¡¡todas las salidas están rodeadas, con diez guardias
en cada una…no tienen escapatoria!!
La mujer y el perro
tragaron saliva, la situación se complicaba cada vez más, llenándose los
pasillos de un mayor número de guardias. Comprendieron que ya no podían andar
por aquella zona infestada de centinelas, y decidieron alejarse hacia un ala
menos transitada.
Lograron colarse por
unas escaleras cercanas sin ser vistos, y subir hasta el tercer piso, aún sin
registrar por los vigilantes. Allí avanzaron en línea recta hasta llegar a una
puerta, cerrada desde el otro lado:
- ¡Mierda!- dijo Rex-
¡no hay salida, estamos atrapados!
- ¡Espera un momento!-
comentó Alana, registrando la mochila de Cristal- ¡todavía nos queda esto!
- ¿¡En serio piensas que
dentro de esa mochila hay de todo cuanto existe!?
El perro calló sin
creerse lo que veía, cuando observó a su compañera extraer un llavero con más
de veinte tipos de llaves diferentes:
- ¡Puede que sí!- sonrió
ella.
Alana fue probando con
todas las llaves que tenía, y sonrieron al dar con la que necesitaban. Desde
luego, no sabían de dónde había sacado la chica con coletas aquella mochila,
pero tenía todo tipo de objetos útiles, además de una indefinida capacidad de
almacenamiento.
Abrieron la puerta,
cerrándola de nuevo tras de sí, para ganar algo más de tiempo a lo evidente. Se
encontraban en un corredor interior, con vistas desde el tercer piso a una gran
sala que podía verse desde su posición. Los dos corrieron en dirección al otro
lado del pasillo, pero enseguida Rex oyó unas voces conocidas, y avisó a su
amiga:
- ¡Alana, espera!
- ¿Qué pasa ahora?
Ambos se detuvieron y el
perro indicó en silencio mientras señalaba al lado abierto del pasillo, desde
dónde se podía observar las vistas. La pelirroja no dudó en obedecerle, y los
dos se asomaron sigilosamente y con cuidado al vacío. Lo que vieron les
sorprendió bastante.
Estaban ni más ni menos
que en la gran sala del trono real, de muchos metros de altura y con balcones
interiores desde los pisos superiores, para que los oblivianos pudieran
presenciar con mayor facilidad los eventos de sus majestades y la vida del
palacio en general.
Largas cortinas con el
escudo del reino colgaban del techo, al igual que las increíbles lámparas
gigantes que iluminaban los acontecimientos con cientos de velas encendidas. En
el centro de la sala había una gran pista de baile, y al fondo de la estancia
los dos tronos correspondientes al rey y la reina. Por supuesto, todo muy bien
decorado y adornado con elementos típicos de la realeza medieval.
Alana señaló mientras
exclamaba:
- ¡Rex, mira!
El perro observó el
centro de la pista de baile, y comprobó perplejo que había varias figuras
humanas. Dos de ellos llevaban largas y majestuosas capas, y otros dos enormes
vestidos de copa. Sólo una figura destacaba entre las demás porque no vestía
nada medieval. Su ropa sencilla y ligera era de una inconfundible gama de
colores cálidos:
- ¡¡Cristal!!-
exclamaron los dos, tras ahogar un grito de sorpresa.
Allí estaba ella,
acompañada de sus padres, el hombrecillo que se hacía llamara el conde
Marchelo, y otra chica de la edad de Cristal, ataviada con joyas, maquillaje y
un vestido de la nobleza. Tenían toda la pinta de ser gente rica y de exquisita
finura:
- Cristal, hija mía…-
dijo el rey Arturo- ¿Dónde has estado estos seis largos meses?
La princesa lo miró con
mala cara, frunciendo el ceño:
- Vagando por el mundo y
recogiendo restos de la basura…
Aquello pareció afectar
como un buen golpe a los reyes que, perplejos, se quedaron con la boca abierta:
- ¿¡Qué!?- preguntó la
reina Aurora, asombrada- ¿¡Y cómo te alimentabas!? ¿¡De dónde sacabas el dinero
para pagarte la comida!?
- Le robaba a la gente…a
veces, incluso directamente la comida…cuando el hambre aprieta, hasta la mierda
del suelo te parece buena.
Cada vez los reyes se
asustaban más y abrían más la boca, completamente sorprendidos. Una princesa de
la noble realeza no podía ir por la vida mendigando y robando como si de una
ladrona se tratara. No era propio de alguien de sangre real:
- ¿¡Qué!? ¿¡Robando como
un vil plebeyo!?- exclamó Arturo, con profunda conmoción, mientras la reina
Aurora pensaba la posibilidad de desmayarse- ¿¡Y dónde has aprendido ese
vocabulario tan tosco y vulgar!? ¡¡No es digno de una princesa!!
- Me cansé de todo este
puñetero lujo en el que tengo de todo y de esta mierda de vida rica en la que
permanezco siempre encerrada entre estas cuatro paredes.
Los presentes cada vez
se horrorizaban más al escuchar las palabras de la chica. Era claramente un
insulto a la nobleza, a la riqueza, a la corona y a todo lo que conllevaba.
Tras un incómodo y sepulcral silencio sin respuesta, la reina Aurora procedió a
hablar, esta vez en tono tranquilo y tratando de ser amable:
- Cristal, cariño… ¿por
qué te fuiste? ¿Es que acaso hicimos algo malo?
La chica con coletas
miró a su madre con resignación:
- No me gusta esta vida,
mamá…ni tampoco quiero ser princesa, ni mucho menos reina algún día…- explicó
Cristal- yo lo que quiero es salir de aquí…vivir ahí fuera, libre…sin
ataduras…siento que todo esto…no va conmigo…que no estoy hecha para ser de la realeza…
El resto de presentes
escuchaba con atención a Cristal, incluidos sus amigos Alana y Rex desde su
escondite. La mujer y el perro se asustaron de repente al ver que la puerta
cerrada estaba siendo forcejeada y golpeada. Los guardias los habían encontrado
y no tardarían en echarla abajo:
- Estaba cansada y
enfadada por todo esto…- siguió la princesa- y ya tenía planeado irme hace
años, cuando fuera más adulta…pero…vuestra última proposición en mi nombre…fue
lo que me hizo enfurecer…y por eso me escapé de casa, sin pensármelo dos veces…
Los reyes supieron
exactamente a lo que se refería, y suspiraron decepcionados. Aurora le dijo,
con calma y tranquilidad:
- Cariño, es por tu
bien…
Fue entonces cuando
Cristal apretó los puños y alzó la voz, enfadada:
- ¡¡No, no es por mi
bien…es por el vuestro!!- gritó- ¡¡no pienso casarme con alguien a quien ni
siquiera conozco, y mucho menos amo!!
El rey Arturo también
acabó enfadándose, y gritó igual que su hija:
- ¿¡Es que no lo
entiendes!? ¡¡Se avecina una gran guerra y sólo esta boda puede detener la
masacre de miles de personas!!
Cristal replicó
diciendo:
- ¡¡Pero no es justo que
decidas lo que debo hacer o no con mi vida!! ¿¡Es que acaso no te importan mis
sentimientos!?- y luego señaló a la otra chica de su edad, vestida de la
realeza- ¿¡no puedes casar a Floripondia con ese dichoso príncipe y dejarme a
mí en paz!?
Al conde Marchelo se le
encendió un brillo en la mirada, y a juzgar por su sonrisa maquiavélica,
parecía gustarle la idea. No puso ninguna objeción al respecto:
- Hermano, a mi hija no
le importaría ocupar el puesto de su prima Cristal, ¿verdad, Floripondia!?
La chica, ataviada con
joyas y un vestido real de princesa, asintió con una clara y repugnante sonrisa
falsa:
- En absoluto, su
alteza. Estoy a su disposición para ocupar el lugar de la princesa Cristal, si
lo gusta.
En más de una ocasión,
el conde Marchelo le había propuesto al rey Arturo la sustitución de Cristal
por Floripondia desde la desaparición de la princesa, principalmente por
motivos de beneficio económico y de ascenso de movilidad social a un puesto
mayor. Sin embargo, siempre se veía frustrado ante las rotundas negaciones de
su hermano:
- ¡No puede ser!- negó
nuevamente el rey- ¡los altos cargos del consejo real saben que sólo tengo una
hija, y no admitirían a su prima como sucesora al trono, a menos que Cristal
muera!
El conde Marchelo gruñó
por lo bajo, entre dientes. Sin embargo, en ese momento una perversa idea se le
pasó por la cabeza. Sonrió falsamente mientras decía:
- De acuerdo, hermano.
Entonces mi presencia aquí ya no tiene sentido. Con tu permiso real, me voy.
El hombrecillo dio media
vuelta y caminó directo a la salida. Su hija, Floripondia, hizo una fina
reverencia a los reyes, y antes de seguir a su padre, le echó una mirada
arrogante a Cristal:
- ¡Qué poco femenina
eres, prima mía…!- le dijo, al ver la camisa y los pantalones sucios que
vestía- con tu aspecto cualquiera diría que eres una vulgar plebeya…parece
mentira que seas una princesa.
Y acto seguido, se
encaminó a reunirse con su padre, que la esperaba en la salida, mientras le
chica con coletas la miraba con cara de pocos amigos. Nunca se había llevado
bien con su prima, debido a sus distintas formas de pensar. Era todo lo
contrario a Cristal, que nunca le había llamado la atención la vida cómoda y
lujosa de palacio, algo que a Floripondia le fascinaba.
En ese momento los
guardias rompieron y echaron abajo la única puerta que protegía a Rex y Alana.
Estando atrapados y sin salida, el perro le gritó a su compañera:
- ¡¡Salta!!
La pelirroja no lo dudó,
y justo antes de que los centinelas los alcanzaran por los pelos, ambos
saltaron al vacío de la inmensa sala del trono, gritando en el aire mientras
sentían que el estomago les subía a la garganta y una sensación de vértigo los
invadía.
Todo ocurrió demasiado
rápido para pensar. Pataleaban en el aire, y se agarraron con todas sus
extremidades a las grandes y largas cortinas que colgaban del techo, más
próximas a ellos. Por supuesto, estas no aguantaron su peso, y tras varios
desgarres que amortiguaron la velocidad en picado, los dos cayeron en medio de
la pista de baile, en cuestión de segundos.
Los reyes y la princesa
advirtieron los gritos poco antes, y lograron apartarse a tiempo antes de que
los cuerpos envueltos en cortinas rotas les cayeran encima:
- ¿¡Pero qué…qué es
esto!?- exclamaron los reyes, perplejos.
Aturdidos y gimiendo de
dolor, Alana y Rex consiguieron ponerse en pie, con esfuerzo. Las cortinas
habían amortiguado una caída mortal, pero aún sentían mucho dolor:
- Estamos vivos…- sonrió
la piloto.
- Es un milagro…- añadió
el otro, también con una media sonrisa.
Cristal tardó un poco,
pero al final logró reconocer aquellas voces. A pesar de que se tambaleaban y
aún lo veían todo a su alrededor dando vueltas, la figura canina del perro los
delataba. Sonrió de oreja a oreja y exclamó:
- ¡¡Alana, Rex!!
La chica con coletas
comenzó a correr hacia sus amigos, pero justo en ese momento entraron en la
sala los más de treinta guardias que los buscaban:
- ¡¡Ahí están!!- ordenó
el vigilante jefe- ¡¡cogedlos!!
Demasiado aturdidos por
la caída como para poder reaccionar, la mujer y el perro no pudieron hacer nada
ante los guardias que se les echaron encima y los inmovilizaron rápidamente. En
medio de todo el forcejeo, la princesa gritó por sus compañeros, presa del
pánico:
- ¡¡No, dejadlos en
paz!!
Pero ni siquiera su voz
parecía tener efecto. Actuaban de acuerdo únicamente a las órdenes y la regla
general de proteger el palacio de cualquier intruso que intentara entrar sin permiso:
- ¡¡Ya basta!!- ordenó
el rey Artuto- ¡¡Parad de una vez!!
Los guardias se
detuvieron de inmediato, mostrando a los intrusos maniatados con cuerdas. Los
reyes se acercaron y pararon a pocos pasos de ellos, y los miraron con
sospecha:
- ¿¡Quiénes sois,
plebeyos!?- preguntó la reina Aurora- ¡¡identificaos ahora mismo!!
La pelirroja fue la que
habló en nombre de los dos. De hablar el perro, lo más probable es que
empeorara las cosas:
- ¡Me llamo Alana, y él
es mi amigo Rex!- dijo al piloto- ¡¡hemos venido a llevarnos a la princesa
Cristal!!
Aquello hizo que no sólo
los reyes, sino también los guardias, soltaran carcajadas y comenzaron a reírse
en tono de burla. Desde luego, a Arturo y Aurora aquello les pareció un chiste
muy gracioso:
- ¿¡Cómo!? ¿¡De verdad
creéis poder hacer eso!?- exclamó entre risas- ¡¡pero si sólo sois plebeyos…y
ella una princesa!!
En ese momento intervino
la chica con coletas, que se impuso a los demás y gritó alzando la voz:
- ¡¡Pero son mis
amigos!!
Aquello hizo callar las
risas y las carcajadas de los presentes de repente, que palidecieron enseguida
al oír las palabras de Cristal:
- ¡¡Así es…son mis
amigos!!- repitió la chica, firme y decidida- ¡¡con ellos he vivido grandes e
increíbles aventuras…muchas de las que jamás habría vivido aquí encerrada…y eso
es algo que no podrás quitarme nunca!!
El rey se enfadaba con
todo lo que decía su hija. Su firme palabra y su mirada determinada indicaban
claramente que estaba muy segura de sí misma, y que no iba a rectificar sus
palabras:
- ¿¡Ah, sí!? ¡Pues ahora
verás!- amenazó él, enfadado- ¡¡Haré que los olvides de una vez y para
siempre!!
Lo que dijo después dejó
tan sorprendida a Cristal como a Alana y Rex, que los tres palidecieron de
terror:
- ¡¡Guardias,
encerradlos en los calabozos…serán ejecutados al amanecer!!
- ¡¡No!!- gritó la
princesa, agonizada.
Pero ya era demasiado
tarde, el rey había sentenciado y su palabra era indiscutible. Arturo comprobó
que su hija se había ido por un mal camino que no le correspondía para su
futuro, llegando incluso a la aberrante idea de mezclarse con plebeyos
socialmente inferior a ella. En toda su vida, y en cada siglo de la historia de
la corona de Oblivia, nunca antes se había dado un caso como este, y sabía que
tenía que actuar de inmediato.
Estaba dispuesto a hacer
todo lo que estuviera en su mano para tratar de corregir la actitud de Cristal
y hacer que se comportara como una auténtica princesa de verdad. Hacía todo
aquello por su propio bien, y su futuro sentenciado desde el mismo día en que nació.
Rex y Alana fueron
encerrados en los calabozos y Cristal en sus propios aposentos, vigilada la
puerta por dos guardias que la custodiarían día y noche, para que no volviera a
escaparse. Antes de cerrar la puerta de golpe, su padre le dijo con frialdad:
- ¡¡Te casarás mañana
mismo con el príncipe Dorle y no hay más que hablar!!
Tras eso, cerró la
puerta y la selló con llave, para mayor seguridad. Cristal, completamente
destrozada por dentro, se echó en su enorme cama de princesa y rompió a llorar.
Sus amigos morirían sin remedio al día siguiente, y todo por su culpa.
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