domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 27: Oblivia, tierra de reyes y princesas


Segunda Parte: Despertar

Capítulo XVII

OBLIVIA, TIERRA DE REYES Y PRINCESAS

Rex abrió poco a poco los ojos, mientras veía una gaviota pasar por delante de su hocico. Enseguida se dio cuenta de que el ave de costa estaba dando vueltas alrededor de él, probablemente comprobando si estaba muerto. El perro no le dio mucha importancia, y de lo cansado que estaba dejó que sus párpados cayeran de nuevo, cerrando los ojos y tratando de seguir durmiendo.
Volvió a abrirlos de repente al sentir un dolor que notó cuando la gaviota agarró con su pico una de las orejas del can y trataba de arrancársela. Aquello lo despertó por completo, mostró sus colmillos y rugió con furia al animal mientras se ponía rápidamente en pie. La gaviota se asustó y salió volando a toda prisa:
- ¡Vete a comer a otro, pajarraco!- gritó él, enfadado.
Aún sentía un poco de dolor en la oreja, de modo que se sentó y la rascó con una de sus patas traseras. Lo siguiente fue bostezar y luego estirarse. Ya no tenía sueño.
Se asombró al echar un vistazo rápido a su alrededor y comprobar sorprendido que se encontraba en una playa de fina y reluciente arena blanca:
- ¿Dónde estoy?- se preguntó a sí mismo, perplejo.
Al seguir observando el lugar, no tardó en ver un poco más lejos dos cuerpos que le resultaban familiares. Uno de ellos boca arriba y el otro semienterrado en la arena:
- ¡Alana, Cristal!- exclamó Rex.
El perro corrió hasta la piloto y viendo que no respondía, le lamió la cara:
- ¡Nami, despierta…no es hora de dormir!
La pelirroja acabó abriendo los ojos, tras un par de lametones en la mejilla. Cuando vio al can, murmuró su nombre en voz baja dos o tres veces, con los ojos entreabiertos. Enseguida recordó los últimos acontecimientos antes de desmayarse: la caída de valor alado en picado, el hundimiento de éste, el ataque del monstruo marino gigante y la feroz tormenta en el mar.
De repente terminó de abrir los ojos como platos y se levantó al instante como un resorte, exclamando perpleja el nombre de su compañero:
- ¡¡Rex…estás vivo!! ¿¡Pero cómo hemos…!?
- ¡Ya lo hablaremos después!- respondió el perro, que señaló en ese momento el otro cuerpo que había no muy lejos de su posición- ¡Ahora tenemos que ayudar a Cristal!

Alana asintió con la cabeza y los dos corrieron hasta la princesa, cuya cabeza y torso completo, a excepción de sus extremidades, tenía enterrado en la arena.
La pelirroja y el can comenzaron a desenterrarla, temiendo lo peor y deseando que siguiera viva. Sin embargo, para su sorpresa, al int5entar moverla oyeron unos débiles ronquidos procedentes de ella. Suspiraron aliviados al comprobar que sólo estaba durmiendo cuando la chica con coletas dijo, en tono cansado a modo de siesta:
- Ahora no, mamá…tengo sueño…déjame dormir cinco minutos más…
No estaban dispuestos a quedarse sentados a que despertara por sí sola, de modo que Rex le mordió un brazo y Cristal chilló de dolor a la vez que se levantaba de golpe, con increíble agilidad. La princesa descubrió la marca de dientes canina en su brazo, y le echó una mirada asesina al perro:
- ¿¡Pero tú de qué vas, chucho sarnoso!?
- ¡¡Tenía que despertarte, idiota!!- le respondió él, también enfadado.
- ¡¡Podrías haber usado una forma menos dolorosa!!
- ¡¡Ni loco iba a lamerte la cara llena de arena!!
- ¡¡Tus colmillos tampoco son precisamente suaves!!
Y así continuaron, durante los siguientes segundos. Alana, cansada de oírlos discutir, alzó la voz firme y tajante:
- ¡¡Parad ya…en vez de estar discutiendo por tonterías, podríamos pensar la forma de encontrar al resto del grupo!!
Cristal y Rex callaron de repente, sabían que la piloto tenía razón. Igual que ella al principio, recordaron el ataque del monstruo marino gigante, y de cómo los succionó a ellos y a sus amigos en el gran torbellino sin remedio, durante la tormenta en el mar:
- Seguramente fuimos separados por aquel maldito torbellino- dijo Alana, pensativa, mirando el mar en el horizonte- es un milagro que hayamos sobrevivido.
- Me pregunto si Jack y los demás estarán bien…- dijo Rex, con preocupación en sus palabras.
La princesa comentó, mientras se quitaba las coletas y dejaba su pelo suelto:
- ¡Bah, seguro que sí!- exclamó ella, que luego sacudió la cabeza y se pasó las manos por el cabello para quitarse la arena- Jack siempre se las arregla para salir de cualquier problema… ¡ojalá me dé su suerte algún día!
- Pero… ¿y los demás?
- Si van con él, seguro que están bien.

Alana se quedó un rato, pensativa, mientras observaba la kilométrica playa a ambos lados desde su posición. No se veía ningún acantilado o pared rocosa cerca de la costa, parecía que la playa no tenía final. Volvió la vista detrás de ellos, de espalda a la orilla del mar, y miró con detenimiento las montañas en el horizonte, rodeadas de frondosos bosques que alegraban los ojos. Aquel bonito paisaje no le sonaba de nada, estaba completamente perdida:
- No recuerdo haber visto nunca esas montañas…- comentó la pelirroja- ¿creéis que estaremos en el continente norte?
- No lo sé…tendremos que adentrarnos más para comprobarlo…- respondió el perro, que luego se dirigió a la princesa- ¿tú qué dices, Cristal?
La chica había  terminado de volver a ponerse las coletas, y miraba hipnotizada las montañas, con la mirada perdida. Parecía pensativa, y viendo que no le respondía, Rex volvió a decir:
- ¡Cristal!
La voz del can retumbó en su cabeza, después de oírla al principio como un susurro hasta escucharla tan alto que la apartó de sus pensamientos:
- ¡Sí!- exclamó ella de repente, que sacudió la cabeza y miró a su compañero, asombrada- ¿¡Qué pasa!?
Rex y Alana la miraban, perplejos:
- Cristal, estabas absorta mirando el paisaje…- dijo la piloto, preocupada- ¿estás bien?
La princesa asintió con la cabeza y una media sonrisa fingida, que no convenció demasiado a sus amigos:
- ¡Tranquilos, estoy bien!- exclamó, con un cierto aire de arrogancia- ¡sólo ha sido un pequeño trance mental…enseguida seguiré siendo la misma plasta de siempre!
Alana y Rex comprobaron que seguía siendo la misma Cristal de siempre, y caminaron hacia delante:
- En fin, exploremos esta zona…- comentó la pelirroja- puede que encontremos a alguien que nos indique dónde estamos.
Los dos se alejaron unos pasos mientras que la chica con coletas seguía pensativa, con la mirada perdida. Rex le gritó, un poco más lejos y volviéndola a la realidad:
- ¡¡Cristal!! ¿¡Vienes o qué!?
- ¡¡Sí, esperadme!!- gritó la princesa, mientras corría hacia ellos.
Cuando los alcanzó, continuaron andando, internándose más y más en el interior de aquel territorio, completamente nuevo para ellos. Sin embargo, Cristal no dejaba de darle vueltas a la cabeza sobre, no sólo las montañas, sino todo el paisaje que veía a su alrededor. Algo dentro de ella le advertía, y poco a poco sus sospechas iban confirmándose a un ritmo peligrosamente acelerado.

A unos kilómetros de distancia de la playa, encontraron un sendero marcado, que se dirigía hacia el norte. Como hasta entonces no habían encontrado nada más interesante, decidieron seguir su rumbo, con la esperanza de ver a algún paisano de aquel territorio que los guiara. Durante todo el trayecto lo que hicieron fue rodear las montañas centrales del continente, y les parecía muy raro no ver ni siquiera un pueblo, una casa o cualquier mínimo de existencia humana.
Estaban empezando a cansarse cuando, después de más de dos horas andando, Cristal comentó en un momento de silencio:
- Ahora que lo pienso…ya que Jack no está, necesitamos un líder provisional, ¿no?
- ¿Qué?- exclamó Rex de repente, sorprendido con la idea.
- Ya sabes…alguien que guía y decide el rumbo de su grupo…- explicó, con una sonrisa pícara.
- Tienes razón…- dijo Alana, pensativa- debe ser alguien valiente, responsable, eficiente, comprensible y que esté dispuesto a proteger a sus compañeros.
La chica con coletas asentía con la cabeza, sin borrar su sonrisa pícara. Estaba claro que se le veía el plumero:
- ¿Pero quién de nosotros puede ser?- cuestionó el perro, pensativo.
En ese momento la princesa intervino, alzando la voz y con claro aire de arrogancia:
- ¡Está claro!- exclamó la chica con coletas- ¡yo, Cristal, la mejor ladrona de toda Limaria! ¿Quién si no sería capaz de ocupar tan importante puesto?
Alana y Rex la miraron, y tras unos segundos de resistirse, finalmente no pudieron aguantar la risa. Cristal les clavó los ojos con una mirada asesina mientras ellos soltaban carcajadas en su cara:
- ¿¡Eh, qué pasa!?- inquirió ella, enfadada- ¿¡Algún problema!?
Alana no podía articular palabra, le dolía el estómago de tanto reírse. Respiró profundamente, aún soltando risitas, y pudo decir:
- ¿¡Tú!? ¡Si dejamos que nos guíes, nos matarás a todos!
- ¿¡Qué insinúas!? ¿¡Que no sé cumplir como un buen líder!?
Rex habló en ese momento, también más relajado pero todavía soltando alguna que otra risa:
- Es que…no creo que tengas madera de líder…- dijo el can, aún riéndose.
La princesa se hartó de sus comentarios burlones, estaba dispuesta a enseñarles que podía hacerlo. Dio media vuelta y dijo, frunciendo el ceño:
- ¡Sí que la tengo, y os lo voy a demostrar!

Sin embargo, la chica palideció de repente al mirar atrás en el camino, y recordó entonces claramente dónde se encontraba. El miedo la invadió por dentro, y sus amigos lo vieron enseguida. La chica con coletas abrió su mochila, se disfrazó rápidamente de mendiga envuelta en un torbellino que duró tres segundos, y se escondió detrás de Alana:
- ¡Qué madera de líder, es impresionante...!- dijo el perro, con sarcasmo.
Sin embargo, la piloto notó muy rara la repentina reacción de Cristal. Era la primera vez que la veía así, y sabiendo cómo era ella en realidad, debía de tener mucho miedo a lo que acababa de ver.
Ella y Rex volvieron la vista sobre el camino, y se sorprendieron al descubrir por fin indicios de vida humana. Tras ellos, a lo lejos del sendero, se acercaba una especie de carruaje tirado por caballos, que tardaría en alcanzarlos:
- ¡Salgamos de aquí!- susurró Cristal en voz alta, bajo su apariencia de anciana, mientras tiraba de la manga del uniforme a la piloto. Parecía tener mucha prisa- ¡Rápido!
- ¿Por qué?- preguntó la pelirroja- ¡pero si por fin hemos encontrado a alguien…preguntémosle y salgamos de dudas!
- ¡No lo entiendes!- respondió la chica, desesperada- ¡tenemos que salir de aquí ya!
- ¿Pero qué es lo que te pasa? ¿Por qué estás tan alterada?
- ¡Si me ven, será mi final!
- ¿¡Qué!?- exclamó Alana, confusa.

La chica con coletas iba a pronunciar algo más, pero calló en ese momento cuando el carruaje se detuvo delante de ellos. Viéndolo más de cerca, Rex y Alana comprobaron que se trataba de una majestuosa carroza azul y blanca, con caballos también del color de la nieve. Los dos guardias a ambos lados del vehículo los observaron fijamente, con miradas sospechosas:
- Guardias, ¿por qué nos detenemos?- preguntó una voz dentro del carruaje. A juzgar por el tono debía de ser un chico joven.
- Sólo será un momento, majestad- respondió uno de los altos y grandes guardias- retomaremos la marcha enseguida.
Tras eso, la voz de quien fuera de la realeza no volvió a oírse. El que estaba dentro de la carroza parecía calmado y confiado a pesar de no verse su rostro o figura debido a que tenía la ventanilla cerrada.
Alana tragó saliva y se aventuró a preguntar a uno de los anchos hombres que custodiaban el carruaje:
- Disculpe… ¿Podría usted decirnos dónde estamos? Andamos perdidos.
Los dos guardias la miraron, extrañados, como si hubiera formulado una pregunta obvia. La tomaron por loca y empezaron a reírse:
- ¡Pobre forastera!- comentó uno, mirando a su compañero- ¡No sabe dónde se encuentra!
- Estás en los dominios del reino de Oblivia…y aquí, nosotros somos la autoridad…pertenecemos a la guardia real de sus majestades, los reyes Arturoi y Aurora- explicó el otro.
- ¿¡Qué!?- exclamaron atónitos la pelirroja y Rex.
- Así es…y más os vale andaros con cuidado, si no queréis acabar encerrados en las mazmorras del castillo real- amenazó el primero.
Pasaron unos largos segundos de silencio, en los que Alana y Rex por fin entendieron el repentino miedo de Cristal. Ellos, también completamente perplejos, recordaron que su compañera de grupo era ni más ni menos que la princesa del reino de Oblivia, muy buscada por las autoridades de los reyes de dicho reino. Incluso ofrecían una alta y jugosa recompensa por su captura de un millón de platines. Sin duda, la chica con coletas se había convertido en un peligroso tesoro humano, codiciado por muchos cazarecompensas.

La piloto se llevó una mano a la cabeza, y mientras ella, Rex y Cristal retrocedían unos pasos lentamente, dijo con una media sonrisa fingida:
- Bueno, nosotros tenemos que irnos…caballeros, gracias por su amabilidad.
Y cuando, tras dar media vuelta y caminar unos pasos, todo parecía marchar bien, uno de los guardias los detuvo a los tres alzando la voz:
- ¡¡Esperad!!
Ambos se bajaron del carruaje y caminaron hasta ellos, mientras los tres volvían a mirarlos, completamente horrorizados tras tragar saliva:
- ¿Sí, señor?- preguntó la piloto, intentando no temblar.
- ¿Quién es la señora mayor que os acompaña?- inquirió, con una mirada sospechosa- ¿por qué se oculta de esa manera?
Alana notó  cómo algo le subía de repente por la garganta, y se puso nerviosa. A Rex le pasó exactamente lo mismo, y Cristal comenzó a temblar de repente como hoja, igual que sus compañeros. Los tres estaban muy nerviosos:
- ¡Es que…es que…no puede tomar el sol!- exclamó Alana, con lo primero que se le pasó por la cabeza- ¡es fotosensible!
Rex y Cristal se quedaron pálidos y con la boca abierta. La pelirroja acababa de decir una burrada tan grande como una casa, y los guardias muy pronto se dieron cuenta:
- ¿Fotosensible?- preguntó uno, cada vez más amenazante- ¿y anda por la calle con el sol y a plena luz del día?
Alana y sus amigos comenzaron a retroceder cada vez más, mientras los guardias se adelantaban a pasos de gigante. Esta vez tenían cara de pocos amigos, y sus intenciones no eran precisamente buenas:
- Aquí hay gato encerrado…- dijo uno, de forma sospechosa- ¿quién se esconde tras esa capucha?
- ¿No serán traidores a la corona?- inquirió el otro.
Una brisa de viento sacudió la zona en ese momento, y Cristal tuvo la mala suerte de que una ráfaga de aire le levantó su ropaje hasta la cintura, revelando su ropa juvenil de colores cálidos y sus piernas jóvenes:
- ¡¡Mierda!!- exclamó la chica con coletas.

Todo lo que sucedió después ocurrió tan rápido que los miembros del grupo no tuvieron si quiera tiempo para reaccionar. Uno de los guardias reales se lanzó como un animal salvaje encima de la chica y la inmovilizó al instante con sus fuertes brazos, a pesar de su resistencia. El otro golpeó rápidamente y con gran fuerza a la piloto y al perro, dejándolos aturdidos en el suelo y sin poder moverse:
- ¡La hemos encontrado!- exclamó uno- ¡ya tenemos a la princesa Cristal!
- ¡Debemos llevarla de inmediato a palacio!- dijo el otro- ¡seguro que los reyes se alegrarán mucho de volver a verla!
Y mientras caminaban de vuelta a la carroza, con la chica apresada, ésta gritaba, tratando inútilmente de liberarse:
- ¡¡Soltadme, cabrones…os ordeno que me soltéis!!- exigía, enfadada- ¡¡soy vuestra princesa…tenéis que obedecerme, malditos!!
A pesar de sus gritos y forcejeos, ambos hacían oídos sordos a sus palabras. No mostraban signos de cansancio al apresarla, mientras que ella jadeaba de luchar con todas sus fuerzas. En medio del forcejeo, a Cristal se le cayó la mochila, con todas sus pertenencias.
Rex y Alana levantaron la vista, con esfuerzo, y vieron cómo aquellos brutos abrían la puerta de la carroza. Lanzaron dentro a la chica como si fuera un trapo sucio y cerraron la puerta tras de ella:
- ¡¡Cristal!!- gritaron sus dos compañeros.
Sin embargo, ya era demasiado tarde. Para cuando se levantaron y corrieron hacia ella, los dos guardias ya habían montado en la carroza y reemprendido la marcha por el camino. Estaba ya muy lejos de su posición, y con el reciente dolor que sentían por el golpe, ya no podían alcanzarlos. Tan sólo pudieron observar, resignados, cómo desaparecía su compañera en la lejanía.

Mientras descansaban en la hierba, recuperándose poco a poco del dolor, Alana y Rex aún trataban de asimilar lo ocurrido. Todo había pasado tan rápido que les costaba creer que su compañera no estuviera allí con ellos:
- Debí haberlo imaginado…- comentó la pelirroja, abatida, mientas veía la mochila naranja de la chica con coletas en sus manos- tendría que haber hecho caso a Cristal cuando tenía la oportunidad…si hubiéramos huido a tiempo, nada de esto habría pasado…- y luego agachó la cabeza y suspiró- todo esto es por mi culpa…
Rex llevaba un rato meditando sobre lo ocurrido. Al menos ya sabían que se encontraban en el continente oeste, muy alejados de su objetivo. La tormenta en el mar debió de ser muy fuerte para llevarlos al otro lado del mundo, y desconocían el paradero de sus amigos Jack, Marina, Eduardo y Erika, y de si estarían bien donde quiera que estén.
Lo que sí estaba claro es que acababan de perder a Cristal, y no pudieron hacer nada para evitarlo. El perro pensó en Jack, y en su determinación para tomar decisiones y hacer lo mejor posible por el bien de los demás. Tras pensarlo un poco, el can finalmente supo lo que tenía que hacer. En aquellos momentos lo más importante era recuperar a su compañera, y supo que Jack haría exactamente lo mismo en esa situación.
Se levantó, ya recuperado, y caminó unos pasos para volver al camino:
- ¿A dónde vas?- preguntó Alana, confusa.
- A Oblivia, a rescatar a Cristal- respondió el perro.
- ¿¡Qué!?- exclamó la pelirroja, perpleja- ¿¡de verdad piensas enfrentarte de nuevo a esos tipos!? ¡Si atacamos a los reyes seremos condenados a muerte!
Rex se detuvo y dio media vuelta. Alana se sorprendió al ver su mirada firme y decidida, y la determinación segura de su voz:
- Sé que no es fácil rescatar a una princesa, pero la verdad es que me da igual. Sea o no de la realeza, Cristal es una más de nosotros…- y luego añadió, sin rodeos- sólo tengo claro que la traeré de vuelta contigo o sin ti, así que decide.
El perro retomó el camino de nuevo, alejándose. En ese momento Alana lo comprendió, y supo que estar parada resignándose por los fallos cometidos no serviría de nada. Tenían que actuar para recuperar a su amiga, y aquel era el momento. Rex le había transmitido seguridad y confianza con sus palabras, que la impulsaron a levantarse cargando con la mochila naranja a su espalda, y correr detrás de él:
- ¡Eh Rex, espérame!- exclamó ella- ¡Voy contigo!
Y así, ambos se pusieron en marcha por el sendero, siguiendo las finas y profundas marcas del carruaje en el camino. Tenían claro que iban a enfrentarse a un reino entero para rescatar a su princesa de las garras de un matrimonio concertado que le arruinaría su vida para siempre.

Ambos tardaron cerca de una o dos horas en rodear las montañas centrales del continente oeste, y cuando llegaron al otro lado de las montañas, los dos se quedaron sorprendidos y con la boca abierta.
Rodeado de grandes cascadas y frondosos bosques se hallaba un hermoso pueblo con casas de todos los tamaños y colores. E su interior, en el centro y alzándose sobre el resto de la población, había un enorme y gran castillo medieval, con sus murallas y altas torres de piedra, desde las que seguro se podía contemplar todo el valle.
El conjunto y la armonía que emanaban del equilibrio, aquel lugar ofrecía un bonito paisaje que agradaba la vista, y que perfectamente parecía haber salido de un mágico cuento de hadas:
- ¿¡Esto es…el reino de Oblivia!?- preguntó Alana, perpleja.
- ¡Es mucho más grande y bonito de lo que había imaginado!- dijo Rex.
Durante unos segundos, los dos se quedaron hipnotizados por su belleza, hasta que el perro se dio cuenta de que estaba absorto. Sacudió la cabeza a ambos lados y le dijo a Alana, a la que también liberó del hechizo:
- ¡Vamos, en marcha!
La pelirroja asintió con la cabeza y ambos reanudaron el camino que llevaba a la entrada de la ciudad, directos a la población natal de su compañera, la plasta chica con coletas.

El ambiente que presentaba Oblivia al internarse por sus calles era tal y como lo imaginaban desde la lejanía. Estando en aquel lugar uno podía creer que había viajado de repente al pasado, como si la entrada a la ciudad fuera una especie de túnel del tiempo que conectaba ambas épocas, tan distanciadas por siglos de historia.
La gente del lugar vestía ropa típica de plebeyo de la época, cientos de puestos asaltaban las calles rebosadas de comerciantes, varios carruajes tirados por caballos andaban por aquí y por allá y griteríos de la multitud resonaban por toda la ciudad.
Alana y Rex se acercaron al puesto de un gran gremio especializado en armas, y mientras observaban el escaparate lleno de cuchillos, arcos, lanzas y espadas, accidentalmente oyeron una conversación que les llamó demasiado la atención:
- ¿Te has enterado de las últimas noticias?- comentó un dependiente, al otro lado del mostrador- se dice que la princesa Cristal ha vuelto, después de seis meses desaparecida.
- ¿¡En serio!?- exclamó otra mujer, perteneciente al gremio- ¿¡Cuándo lo has oído!?
- Hace poco más de una hora… ¡en estos momentos no se habla de otra cosa en toda Oblivia!
- ¡Ya era hora!- comentó la señora- ¡ahora por fin podrá casarse con el príncipe Dorle!
Aquellas últimas palabras sorprendieron a los dos miembros del grupo, que no pudieron evitar asombrarse con la noticia. Alana le preguntó a Rex:
- ¿Cristal va a…casarse?
- Esto pinta muy mal…- dijo el perro- ¡démonos prisa!

Y de esa forma, siguiendo las indicaciones de los ciudadanos a los que preguntaron por la localización de la entrada al castillo real, la mujer y el perro lograron llegar hasta una enorme puerta de varios metros de altura.
Observaron fijamente el lugar, ocultos desde la esquina de una casa, analizando cualquier detalle que pudieran pasar por alto. Había cuatro grandes y fuertes guardias reales a los que les atacaron en el camino, custodiando la verja de acero que tenían detrás. Iban armados con lanzas y no parecía que fueran a dejar el paso libre a cualquiera:
- No hay duda, ésa es la entrada al castillo…- comentó Rex- poner a cuatro guardias ahí no tiene otra explicación.
Alana también añadió, pensativa:
- Es imposible que nosotros solos podamos contra esos cuatro tipos, nos doblan en número…
- ¿Y cómo vamos a entrar?
- Paciencia…- respondió la pelirroja- tiene que haber otra forma…

En ese momento se acercó a la entrada otra carroza, con pinta de ser de la realeza, de la que salió un hombre bajito vestido con traje de gala y una majestuosa capa adaptada a su altura. Se acercó a uno de los guardias, que medía tres palmos a su lado, y le dijo en tono arrogante:
- Soy el conde Marchelo, hermano de su alteza real. He venido para tratar un tema de suma importancia, aparte de hacerle una visita.
A lo que el guardia preguntó seriamente:
- ¿Tiene su tarjeta de invitación?
El hombrecillo sacó de su bolsillo una tarjeta con el símbolo real y se la mostró al guardia. Éste la observó durante unos segundos, y finalmente respondió:
- Muy bien, puede pasar.
El señor de la realeza volvió a montarse de nuevo en la carroza, mientras subía la verja de acero. Acto seguido se adentró en el interior de la muralla, y tras él se cerró la gran entrada.

Fue entonces cuando a Alana se le encendió una bombilla en la cabeza, y su compañero canino no logró entender lo que pretendía hasta que ella registró la mochila de Cristal. La pelirroja tardó varios segundos sacando toda clase de ropa y disfraces, tirando los que no le servían, mientras Rex lo observaba todo completamente perplejo y con la boca abierta. No lograba entender cómo se podía guardar más de veinte disfraces en una pequeña mochila como aquella. Parecía más un armario que una mochila de mano.
Alana finalmente sonrió al descubrir el disfraz perfecto para la ocasión, y se lo mostró al perro, que indicó, pensativo:
- Con este disfraz puedes entrar tú, pero a mí no me sirve…
- ¡No pasa nada!- respondió ella- ¡puedes acompañarme si llevas esto!
La piloto empezó a extraer de la mochila nuevos objetos, esta vez armas. De nuevo el can se quedó asombrado, con los ojos y la boca abiertos como platos, mientras veía sacar a su compañera todo tipo de armas; cuchillos de cocina y caza, varias lanzas, un par de machetes, dos pistolas, una espada y tres palos de madera, entre otras muchas cosas:
- ¡Pero si lo vi antes!- exclamó ella, con toda la tranquilidad del mundo- ¿Dónde estará…?
Antes de llegar a Oblivia, Alana había estado registrando la mochila de Cristal, para comprobar si tenía algo que pudiera resultarles útil. Ahora, en vez de armas, empezó a extraer objetos varios; como una butaca, una manta, un cepillo de dientes, una sartén, una fregona, una almohada, un par de pesas y una escalera de mano, además de otras muchas cosas absurdas que a nadie se le ocurriría llevar nunca en un equipaje de mano.
Cuando la pelirroja encontró y le mostró a su compañero lo que quería que llevara puesto, él se negó diciendo:
- ¡¡Ah no, ni hablar…no pienso ponerme eso!!
- ¡Es lo único que hay que va a juego con mi disfraz!- insistió ella- ¡sólo podrás entrar conmigo si lo llevas puesto!
A pesar de las rotundas negaciones de Rex, al final comprendió que era la única forma de entrar al castillo, y no tuvo más remedio que aceptar a regañadientes la propuesta.
Sabiendo que reconocerían a Rex por su aspecto, había que camuflarlo de cualquier manera. No se permitía la entrada a palacio de animales salvo la excepción de caballos que tiraban de las carrozas, de modo que había que disfrazar a Rex de humano.
Con un carrito de la compra de supermercado y un par de mantas blancas, ambas cosas extraídas del interior de la mochila, consiguieron imitar algo parecido a un carrito de bebé. Por supuesto, Alana se disfrazó con majestuosos ropajes de la nobleza medieval, y sería la que llevaría el transporte con ruedas. Rex, por su parte, vistió sus patas con pequeños guantes de bebé, su cabeza con un gorro de lo mismo, y para rematar una chupa que debía llevar puesta en su hocico:
- ¡Y no gruñas o ladres!- le advirtió la pelirroja- ¡recuerda que los bebés humanos no ladran!
Con cara de mala leche, y frustrado por tener que vestirse de aquella ridícula manera, el perro se montó en el carrito y ella lo tapó completamente con las sábanas blancas, de manera casi invisible:
- ¡A partir de ahora, calla y déjamelo a mí!- le dijo la piloto- ¡no vayas a estropearlo en el último momento!

Rex asintió con la cabeza, y Alana suspiró hondo antes de poner en marcha el plan. Caminaron lentamente hasta la entrada de la verja de acero, y tal y como esperaban, los guardias los detuvieron:
- ¡¡Alto!! ¿¡Quiénes sois!?
Alana tardó un poco en responder, y cuando lo hizo, su voz cambió de forma radical a otra que no la caracterizaba ni usaba nunca. Incluso el propio Rex se sorprendió al oírla:
- ¿¡Pero qué es esto!?- exclamó la pelirroja, frunciendo el ceño- ¡¡Qué poca amabilidad por parte de la guardia real!!
- Lo hacemos con todo el mundo, señorita- respondió el que parecía ser el vigilante jefe- y necesitamos que se identifique inmediatamente.
- ¡Soy la condesa Miss Universo del reino Cochino, y vengo a visitar a su alteza real por un harto asuntillo sin importancia!
El guardia se quedó por un rato observándola, tratando de analizar la información recibida. Con cara confusa, le preguntó:
- ¿El reino Cochino? Es la primera vez que oigo hablar de tales tierras…- y luego le interrogó, con mirada sospechosa- ¿dónde se encuentra ese reino?
- ¡Oh, no lo conoce nadie…está muy lejos de aquí!- exclamó Alana- ¡al otro lado del extremo del continente oeste, oculto muy cerca de la costa…se encuentra junto al mar porque ahí va a parar toda la porquería y la mierda, de ahí su nombre! – y con una media sonrisa y un par de risas fingidas, dijo- ¡usted ya me entiende, jejeje…!
La pelirroja trató de avanzar unos pasos para acercarse a la puerta, pero los guardias volvieron a interponerse, firmes. El vigilante jefe parecía sospechar claramente de ella:
- ¿Y su tarjeta de invitación?
- ¿¡Pero será posible!?- se quejó la piloto- ¿¡A qué viene este interrogatorio!? ¿¡Es que no pensáis dejarme tranquila o qué!?
A juzgar por la mala cara del guardia jefe, estaba claro que no andaba con rodeos e iba muy en serio. No hicieron falta palabras para indicar que sin ella no podría entrar:
- ¡¡Vale, vale, está bien!!- aceptó la chica, de mala gana- ¡¡le enseñaré la dichosa tarjeta!!
A pesar de parecer molesta, en su interior palideció de repente. La tarjeta no entraba en sus planes, y sin ella no podrían entrar al castillo. Comenzó a buscar en la mochila de Cristal mientras rezaba, deseando desesperadamente encontrar lo que quería. Pasaron varios segundos de profunda tensión y agonía en los que cada vez a Alana se la veía más nerviosa y temblando, mientras el guardia jefe afirmaba lo evidente.

Cuando todo parecía perdido y el guardia iba a echarla por la fuerza, la chica sonrió de repente de oreja a oreja al encontrar lo que buscaba. Sacó rápidamente loa tarjeta y se la mostró al vigilante mientras le restregaba en toda la cara su victoria:
- ¡¡Tómala!! ¿¡Qué me dices a esto, eh!? ¡¡Ahora puedo entrar sin pegas!! ¿¡Verdad!? ¡¡Abre la maldita puerta ya!!
La actitud arrogante de la chica no le gustaba nada al vigilante jefe, que a pesar de gruñir entre dientes, la visitante cumplía con los dos requisitos para poder entrar, y no podía decir lo contrario. Ordenó al resto de guardias abrir la puerta:
- Está bien, dejadla pasar.

Alana suspiró aliviada, igual que Rex oculto dentro del carrito, mientras veían cómo la verja de acero se levantaba ante ellos, dejando libre el paso. Cuando tuvieron vía libre, la chica no pudo dar más de tres pasos antes de que el vigilante jefe volviera a decir:
- ¡¡Espera!!
La mujer y el perro palidecieron de nuevo, sabían que entrar así como así no sería tan fácil. La pelirroja trató de mantenerse firme en todo momento. Volvió la vista al guardia:
- ¿¡Qué tripa se te ha roto ahora!?- preguntó ella, molesta.
- ¿Qué llevas en ese carrito?
Aquella pregunta dejó sin aliento a ambos, creyendo que había pasado lo más difícil. Sin embargo, fue entonces cuando llegó el verdadero reto. En ese momento se decidiría si conseguían entrar, o por el contrario, descubrirían a Rex.
Viendo que la chica no respondía, el vigilante jefe se acercó a ellos diciendo:
- Si tú no me lo dices, tendré que averiguarlo yo.
Llegados a aquellos extremos, había que tomar medidas desesperadas. Viendo que estaban a escasos segundos de ser descubiertos, Alana actuó rápidamente e hizo lo que mejor se le daba hacer: improvisar. Antes de que la mano del guardia llegase a tocar las sábanas, la pelirroja la apartó de golpe gritando:
- ¡¡No lo toques…no permitiré que nadie se acerque a mi bebé!!
- ¿¡Qué!?- exclamó el centinela, perplejo- ¿¡un bebé!?
- ¡¡Eso es…como le pongáis la mano encima, os colgaran a todos!!
Aquellas últimas palabras hicieron reír al resto de los guardias, que enseguida soltaron carcajadas burlonas:
- ¿¡Colgarnos!? ¿¡A nosotros!?- dijo el vigilante jefe- ¡pero si somos la máxima autoridad en Oblivia! ¿¡Quién puede hacernos eso!?
Alana pensó por un momento y enseguida supo la jugada de su próximo movimiento:
- ¡¡El rey…el rey Arturo puede hacerlo…porque…porque es su hijo!!
Bastaron esas palabras para dejar sin habla a todos los presentes, incluido al propio Rex, que completamente perplejos, exclamaron  con los ojos y la boca bien abierta:
- ¿¡Qué!?
- ¡¡Así es…tenéis ante vosotros al futuro sucesor de la corona del reino de Oblivia!!- exclamó la pelirroja, metida en su papel- ¡¡no podéis tocar al príncipe!!
El vigilante jefe logró sobreponerse, y aunque estaba sorprendido por la noticia, trató de ser firme en su declaración:
- ¡Eso es imposible…el rey está casado con la reina Aurora y no ha cometido delitos de adulterio!- y luego ordenó, serio y firme- ¡¡Estás mintiendo…apresadla!!
El resto de guardias cogieron sus armas y se dispusieron a arrestarla. La piloto supo que ya nada podía hacer para enmendar la situación, que había cometido un tremendo error imposible de corregir. Llegados hasta allí, tan sólo quedaba una opción posible.
Avisó a Rex enseguida, y éste saltó del carrito, antes de que Alana sacara de su bolsillo una bomba de humo que hizo explotar en aquel momento, instante que aprovecharon para huir.

Los guardias tosieron en medio del humo negro, y cuando éste se disipó por completo, observaron perplejos que sólo quedaba el carrito tirado de lado y las mantas blancas esparcidas por el suelo:
- ¡¡Encontradlos!!- ordenó el vigilante jefe- ¡¡no pueden andar muy lejos!!
Mientras las docenas de centinelas corrían de un lado a otro por todo el patio, y registrando cada puerta a su paso, dos figuras los observaban ocultos detrás de una de las ventanas de una torre.
Alana y Rex se quitaron los disfraces, ya que de nada les servían ahora. Trataban de asimilar todo lo que había pasado, y de recuperarse del susto:
- ¡Ha faltado poco! ¿Eh?- comentó la chica- ¡menos mal que llevaba el arsenal de Cristal encima, o de lo contrario nos habrían pillado!
- ¿¡Estás loca!?- replicó el perro- ¿¡Cómo se te ocurre decir semejante barbaridad del rey!? ¡¡Ahora seguro que nos cuelgan por esto en cuanto nos pillen!!
- ¡¡Fue lo primero que se me pasó por la cabeza!!- intentó defenderse ella- ¡¡Además, no teníamos tiempo…o eso, o no entrar nunca!!
El perro se llevó una pata a la cabeza, sabía que se habían metido en un buen lío. Miró otra vez por la ventana, tratando de analizar la situación:
- Bueno…tenemos a más de treinta guardias buscándonos por todo el castillo…y al paso que van, no tardarán en encontrarnos.
- Antes de que eso ocurra, tenemos que encontrar a Cristal y salir de aquí cuanto antes- dijo la pelirroja- ¡no tenemos mucho tiempo, vamos!
Rex asintió con la cabeza, y los dos corrieron sigilosamente por entre los pasillos de aquella fortaleza de piedra, llena de siglos de historia.

El castillo de Oblivia era mucho más grande y complejo de lo que parecía por fuera. Los cientos de pasillos, escaleras y puertas lo convertían en un gran laberinto lleno de alfombras rojas, enromes vidrieras medievales y miles de cuadros colgados en las paredes con autorretratos de, seguramente, otros reyes anteriores a Arturo y Aurora.
Alana y Rex avanzaban a paso ligero, pero con extrema precaución, por cada pasillo y escalera que encontraban en su camino. En muchas ocasiones tuvieron que esconderse detrás de columnas, cortinas y estatuas para no ser vistos por los guardias que corrían rápidamente mientras los buscaban:
- ¡¡No están en el ala oeste!!- informó gritando un centinela.
- ¡¡Seguid buscando!!- ordenó el guardia jefe- ¡¡todas las salidas están rodeadas, con diez guardias en cada una…no tienen escapatoria!!

La mujer y el perro tragaron saliva, la situación se complicaba cada vez más, llenándose los pasillos de un mayor número de guardias. Comprendieron que ya no podían andar por aquella zona infestada de centinelas, y decidieron alejarse hacia un ala menos transitada.
Lograron colarse por unas escaleras cercanas sin ser vistos, y subir hasta el tercer piso, aún sin registrar por los vigilantes. Allí avanzaron en línea recta hasta llegar a una puerta, cerrada desde el otro lado:
- ¡Mierda!- dijo Rex- ¡no hay salida, estamos atrapados!
- ¡Espera un momento!- comentó Alana, registrando la mochila de Cristal- ¡todavía nos queda esto!
- ¿¡En serio piensas que dentro de esa mochila hay de todo cuanto existe!?
El perro calló sin creerse lo que veía, cuando observó a su compañera extraer un llavero con más de veinte tipos de llaves diferentes:
- ¡Puede que sí!- sonrió ella.
Alana fue probando con todas las llaves que tenía, y sonrieron al dar con la que necesitaban. Desde luego, no sabían de dónde había sacado la chica con coletas aquella mochila, pero tenía todo tipo de objetos útiles, además de una indefinida capacidad de almacenamiento.

Abrieron la puerta, cerrándola de nuevo tras de sí, para ganar algo más de tiempo a lo evidente. Se encontraban en un corredor interior, con vistas desde el tercer piso a una gran sala que podía verse desde su posición. Los dos corrieron en dirección al otro lado del pasillo, pero enseguida Rex oyó unas voces conocidas, y avisó a su amiga:
- ¡Alana, espera!
- ¿Qué pasa ahora?
Ambos se detuvieron y el perro indicó en silencio mientras señalaba al lado abierto del pasillo, desde dónde se podía observar las vistas. La pelirroja no dudó en obedecerle, y los dos se asomaron sigilosamente y con cuidado al vacío. Lo que vieron les sorprendió bastante.
Estaban ni más ni menos que en la gran sala del trono real, de muchos metros de altura y con balcones interiores desde los pisos superiores, para que los oblivianos pudieran presenciar con mayor facilidad los eventos de sus majestades y la vida del palacio en general.
Largas cortinas con el escudo del reino colgaban del techo, al igual que las increíbles lámparas gigantes que iluminaban los acontecimientos con cientos de velas encendidas. En el centro de la sala había una gran pista de baile, y al fondo de la estancia los dos tronos correspondientes al rey y la reina. Por supuesto, todo muy bien decorado y adornado con elementos típicos de la realeza medieval.
Alana señaló mientras exclamaba:
- ¡Rex, mira!
El perro observó el centro de la pista de baile, y comprobó perplejo que había varias figuras humanas. Dos de ellos llevaban largas y majestuosas capas, y otros dos enormes vestidos de copa. Sólo una figura destacaba entre las demás porque no vestía nada medieval. Su ropa sencilla y ligera era de una inconfundible gama de colores cálidos:
- ¡¡Cristal!!- exclamaron los dos, tras ahogar un grito de sorpresa.

Allí estaba ella, acompañada de sus padres, el hombrecillo que se hacía llamara el conde Marchelo, y otra chica de la edad de Cristal, ataviada con joyas, maquillaje y un vestido de la nobleza. Tenían toda la pinta de ser gente rica y de exquisita finura:
- Cristal, hija mía…- dijo el rey Arturo- ¿Dónde has estado estos seis largos meses?
La princesa lo miró con mala cara, frunciendo el ceño:
- Vagando por el mundo y recogiendo restos de la basura…
Aquello pareció afectar como un buen golpe a los reyes que, perplejos, se quedaron con la boca abierta:
- ¿¡Qué!?- preguntó la reina Aurora, asombrada- ¿¡Y cómo te alimentabas!? ¿¡De dónde sacabas el dinero para pagarte la comida!?
- Le robaba a la gente…a veces, incluso directamente la comida…cuando el hambre aprieta, hasta la mierda del suelo te parece buena.
Cada vez los reyes se asustaban más y abrían más la boca, completamente sorprendidos. Una princesa de la noble realeza no podía ir por la vida mendigando y robando como si de una ladrona se tratara. No era propio de alguien de sangre real:
- ¿¡Qué!? ¿¡Robando como un vil plebeyo!?- exclamó Arturo, con profunda conmoción, mientras la reina Aurora pensaba la posibilidad de desmayarse- ¿¡Y dónde has aprendido ese vocabulario tan tosco y vulgar!? ¡¡No es digno de una princesa!!
- Me cansé de todo este puñetero lujo en el que tengo de todo y de esta mierda de vida rica en la que permanezco siempre encerrada entre estas cuatro paredes.
Los presentes cada vez se horrorizaban más al escuchar las palabras de la chica. Era claramente un insulto a la nobleza, a la riqueza, a la corona y a todo lo que conllevaba. Tras un incómodo y sepulcral silencio sin respuesta, la reina Aurora procedió a hablar, esta vez en tono tranquilo y tratando de ser amable:
- Cristal, cariño… ¿por qué te fuiste? ¿Es que acaso hicimos algo malo?
La chica con coletas miró a su madre con resignación:
- No me gusta esta vida, mamá…ni tampoco quiero ser princesa, ni mucho menos reina algún día…- explicó Cristal- yo lo que quiero es salir de aquí…vivir ahí fuera, libre…sin ataduras…siento que todo esto…no va conmigo…que no estoy hecha para ser de la realeza…

El resto de presentes escuchaba con atención a Cristal, incluidos sus amigos Alana y Rex desde su escondite. La mujer y el perro se asustaron de repente al ver que la puerta cerrada estaba siendo forcejeada y golpeada. Los guardias los habían encontrado y no tardarían en echarla abajo:
- Estaba cansada y enfadada por todo esto…- siguió la princesa- y ya tenía planeado irme hace años, cuando fuera más adulta…pero…vuestra última proposición en mi nombre…fue lo que me hizo enfurecer…y por eso me escapé de casa, sin pensármelo dos veces…
Los reyes supieron exactamente a lo que se refería, y suspiraron decepcionados. Aurora le dijo, con calma y tranquilidad:
- Cariño, es por tu bien…
Fue entonces cuando Cristal apretó los puños y alzó la voz, enfadada:
- ¡¡No, no es por mi bien…es por el vuestro!!- gritó- ¡¡no pienso casarme con alguien a quien ni siquiera conozco, y mucho menos amo!!
El rey Arturo también acabó enfadándose, y gritó igual que su hija:
- ¿¡Es que no lo entiendes!? ¡¡Se avecina una gran guerra y sólo esta boda puede detener la masacre de miles de personas!!
Cristal replicó diciendo:
- ¡¡Pero no es justo que decidas lo que debo hacer o no con mi vida!! ¿¡Es que acaso no te importan mis sentimientos!?- y luego señaló a la otra chica de su edad, vestida de la realeza- ¿¡no puedes casar a Floripondia con ese dichoso príncipe y dejarme a mí en paz!?
Al conde Marchelo se le encendió un brillo en la mirada, y a juzgar por su sonrisa maquiavélica, parecía gustarle la idea. No puso ninguna objeción al respecto:
- Hermano, a mi hija no le importaría ocupar el puesto de su prima Cristal, ¿verdad, Floripondia!?
La chica, ataviada con joyas y un vestido real de princesa, asintió con una clara y repugnante sonrisa falsa:
- En absoluto, su alteza. Estoy a su disposición para ocupar el lugar de la princesa Cristal, si lo gusta.

En más de una ocasión, el conde Marchelo le había propuesto al rey Arturo la sustitución de Cristal por Floripondia desde la desaparición de la princesa, principalmente por motivos de beneficio económico y de ascenso de movilidad social a un puesto mayor. Sin embargo, siempre se veía frustrado ante las rotundas negaciones de su hermano:
- ¡No puede ser!- negó nuevamente el rey- ¡los altos cargos del consejo real saben que sólo tengo una hija, y no admitirían a su prima como sucesora al trono, a menos que Cristal muera!
El conde Marchelo gruñó por lo bajo, entre dientes. Sin embargo, en ese momento una perversa idea se le pasó por la cabeza. Sonrió falsamente mientras decía:
- De acuerdo, hermano. Entonces mi presencia aquí ya no tiene sentido. Con tu permiso real, me voy.
El hombrecillo dio media vuelta y caminó directo a la salida. Su hija, Floripondia, hizo una fina reverencia a los reyes, y antes de seguir a su padre, le echó una mirada arrogante a Cristal:
- ¡Qué poco femenina eres, prima mía…!- le dijo, al ver la camisa y los pantalones sucios que vestía- con tu aspecto cualquiera diría que eres una vulgar plebeya…parece mentira que seas una princesa.
Y acto seguido, se encaminó a reunirse con su padre, que la esperaba en la salida, mientras le chica con coletas la miraba con cara de pocos amigos. Nunca se había llevado bien con su prima, debido a sus distintas formas de pensar. Era todo lo contrario a Cristal, que nunca le había llamado la atención la vida cómoda y lujosa de palacio, algo que a Floripondia le fascinaba.

En ese momento los guardias rompieron y echaron abajo la única puerta que protegía a Rex y Alana. Estando atrapados y sin salida, el perro le gritó a su compañera:
- ¡¡Salta!!
La pelirroja no lo dudó, y justo antes de que los centinelas los alcanzaran por los pelos, ambos saltaron al vacío de la inmensa sala del trono, gritando en el aire mientras sentían que el estomago les subía a la garganta y una sensación de vértigo los invadía.
Todo ocurrió demasiado rápido para pensar. Pataleaban en el aire, y se agarraron con todas sus extremidades a las grandes y largas cortinas que colgaban del techo, más próximas a ellos. Por supuesto, estas no aguantaron su peso, y tras varios desgarres que amortiguaron la velocidad en picado, los dos cayeron en medio de la pista de baile, en cuestión de segundos.
Los reyes y la princesa advirtieron los gritos poco antes, y lograron apartarse a tiempo antes de que los cuerpos envueltos en cortinas rotas les cayeran encima:
- ¿¡Pero qué…qué es esto!?- exclamaron los reyes, perplejos.
Aturdidos y gimiendo de dolor, Alana y Rex consiguieron ponerse en pie, con esfuerzo. Las cortinas habían amortiguado una caída mortal, pero aún sentían mucho dolor:
- Estamos vivos…- sonrió la piloto.
- Es un milagro…- añadió el otro, también con una media sonrisa.
Cristal tardó un poco, pero al final logró reconocer aquellas voces. A pesar de que se tambaleaban y aún lo veían todo a su alrededor dando vueltas, la figura canina del perro los delataba. Sonrió de oreja a oreja y exclamó:
- ¡¡Alana, Rex!!

La chica con coletas comenzó a correr hacia sus amigos, pero justo en ese momento entraron en la sala los más de treinta guardias que los buscaban:
- ¡¡Ahí están!!- ordenó el vigilante jefe- ¡¡cogedlos!!
Demasiado aturdidos por la caída como para poder reaccionar, la mujer y el perro no pudieron hacer nada ante los guardias que se les echaron encima y los inmovilizaron rápidamente. En medio de todo el forcejeo, la princesa gritó por sus compañeros, presa del pánico:
- ¡¡No, dejadlos en paz!!
Pero ni siquiera su voz parecía tener efecto. Actuaban de acuerdo únicamente a las órdenes y la regla general de proteger el palacio de cualquier intruso que intentara entrar sin permiso:
- ¡¡Ya basta!!- ordenó el rey Artuto- ¡¡Parad de una vez!!
Los guardias se detuvieron de inmediato, mostrando a los intrusos maniatados con cuerdas. Los reyes se acercaron y pararon a pocos pasos de ellos, y los miraron con sospecha:
- ¿¡Quiénes sois, plebeyos!?- preguntó la reina Aurora- ¡¡identificaos ahora mismo!!
La pelirroja fue la que habló en nombre de los dos. De hablar el perro, lo más probable es que empeorara las cosas:
- ¡Me llamo Alana, y él es mi amigo Rex!- dijo al piloto- ¡¡hemos venido a llevarnos a la princesa Cristal!!
Aquello hizo que no sólo los reyes, sino también los guardias, soltaran carcajadas y comenzaron a reírse en tono de burla. Desde luego, a Arturo y Aurora aquello les pareció un chiste muy gracioso:
- ¿¡Cómo!? ¿¡De verdad creéis poder hacer eso!?- exclamó entre risas- ¡¡pero si sólo sois plebeyos…y ella una princesa!!
En ese momento intervino la chica con coletas, que se impuso a los demás y gritó alzando la voz:
- ¡¡Pero son mis amigos!!

Aquello hizo callar las risas y las carcajadas de los presentes de repente, que palidecieron enseguida al oír las palabras de Cristal:
- ¡¡Así es…son mis amigos!!- repitió la chica, firme y decidida- ¡¡con ellos he vivido grandes e increíbles aventuras…muchas de las que jamás habría vivido aquí encerrada…y eso es algo que no podrás quitarme nunca!!
El rey se enfadaba con todo lo que decía su hija. Su firme palabra y su mirada determinada indicaban claramente que estaba muy segura de sí misma, y que no iba a rectificar sus palabras:
- ¿¡Ah, sí!? ¡Pues ahora verás!- amenazó él, enfadado- ¡¡Haré que los olvides de una vez y para siempre!!
Lo que dijo después dejó tan sorprendida a Cristal como a Alana y Rex, que los tres palidecieron de terror:
- ¡¡Guardias, encerradlos en los calabozos…serán ejecutados al amanecer!!
- ¡¡No!!- gritó la princesa, agonizada.
Pero ya era demasiado tarde, el rey había sentenciado y su palabra era indiscutible. Arturo comprobó que su hija se había ido por un mal camino que no le correspondía para su futuro, llegando incluso a la aberrante idea de mezclarse con plebeyos socialmente inferior a ella. En toda su vida, y en cada siglo de la historia de la corona de Oblivia, nunca antes se había dado un caso como este, y sabía que tenía que actuar de inmediato.
Estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para tratar de corregir la actitud de Cristal y hacer que se comportara como una auténtica princesa de verdad. Hacía todo aquello por su propio bien, y su futuro sentenciado desde el mismo día en que nació.

Rex y Alana fueron encerrados en los calabozos y Cristal en sus propios aposentos, vigilada la puerta por dos guardias que la custodiarían día y noche, para que no volviera a escaparse. Antes de cerrar la puerta de golpe, su padre le dijo con frialdad:
- ¡¡Te casarás mañana mismo con el príncipe Dorle y no hay más que hablar!!
Tras eso, cerró la puerta y la selló con llave, para mayor seguridad. Cristal, completamente destrozada por dentro, se echó en su enorme cama de princesa y rompió a llorar. Sus amigos morirían sin remedio al día siguiente, y todo por su culpa.

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