domingo, 1 de julio de 2012

Capítulo 21: En Gold Saucer hay gato encerrado


Capítulo XXI
EN GOLD SAUCER HAY GATO ENCERRADO
Habían pasado dos días desde que el grupo abandonó el templo sagrado en pos de otra aventura. Su próximo objetivo: buscar la piedra angular, objeto imprescindible para poder escuchar las voces de los oráculos. Era el nuevo reto que debían superar, y estaban decididos a afrontar, para llegar después hasta el secreto que les permitiría vencer a Ludmort y así salvar los dos mundos.
Según la información valiosa que les había contado Mirto, dicha piedra era única y exclusiva en todo el mundo, no existían dos piedras angulares. El anciano se las describió como una piedra transparente y cristalina, con un brillo especial, y en ella se veían reflejados los siete colores del arco iris.
Eduardo trataba de imaginar el objeto, pero le era imposible. Nunca había visto ni oído hablar de un mineral con semejantes datos. Le resultaba raro creer que existía una piedra en la que brillaban los colores del arco iris. Enseguida comenzó a pensar. Después de todo lo que había visto y pasado desde que llegó a Limaria, las magias, los G.F. y los extraños seres que habitaban en él, el joven podía esperarse cualquier cosa de aquel mundo mágico, hasta hace unos meses impensable y completamente fuera de su realidad en la Tierra.

Al cabo de una semana, tras registrar e investigar cada pequeño pueblo y cuidad que encontraban a su paso, sumados a todos los árboles, piedras, ríos e incluso animales salvajes, el grupo cayó rendido al suelo, en medio de un paraje rocoso. Lo que habían registrado no era ni la milésima parte del inmenso planeta de Limaria:
- Es inútil…- dijo Marina- no hemos encontrado la dichosa piedra, y aún nos queda muchísimo planeta por delante, incluyendo el fondo del mar y los picos de las altas montañas.
La motivación y las ganas por encontrar el tan ansiado objeto desaparecieron a los tres días de empezar a buscar. Aquel reto era demasiado para ellos, y para cualquier ser humano en el mundo, resultaba prácticamente inalcanzable. Con las esperanzas bajas y la moral por los suelos, el grupo bajó la cabeza, cansado y agotado:
- Jamás la encontraremos- comentó Rex, abatido.
Todos suspiraron rendidos. Las esperanzas casi se habían perdido hasta que Cristal levantó la vista y observó sorprendida algo que le llamó la atención en el horizonte:
- ¿Qué es eso?- preguntó murmurando para sí misma, intrigada.
Trató de ver con sus ojos, pero estaba demasiado lejos como para alcanzar a discernir alguna forma. Metió la mano en su mochila y sacó unos prismáticos que siempre llevaba encima, los cuales llevó a su rostro. Solía usarlos antes para tácticas de espionaje, asegurarse de que no había guardias de su reino cerca, y para identificar las posibles nuevas víctimas a las que robaba, antes de conocer a Jack y los demás. Sin embargo, estos le hicieron prometer a la princesa que dejaría de robar, y de que tratara a partir de entonces de ser una buena persona honrada y civilizada. A cambio el grupo compartía su comida con ella, y la protegerían de la misma forma que la chica a los elegidos. Aún la estaban poniendo a prueba:
- ¿Cristal, qué haces?- preguntó Jack, amenazante desde el suelo- recuerda lo que acordamos, nada de robos ni de víctimas… ¿qué pretendes?
Las coletas de la chica saltaron con euforia de alegría repentinamente mientras ella exclamaba y esbozaba una gran sonrisa:
- ¡Nada de eso!- replicó la princesa, sin enfadarse- ¡mirad!
Los demás se levantaron sin ganas, pensando que se trataba de alguna broma de Cristal. Lejos de lo que esperaban, lo que vieron con los prismáticos les dejó con la boca abierta.
A lo lejos había un enorme árbol dorado colosal, que se alzaba imponente en el páramo desierto rocoso que lo rodeaba. Resplandecía en el horizonte por sus muchas luces, de todos los colores. Gracias al zoom de los prismáticos, se podía ver grandes focos de luz que se movían de un lado a otro en la estructura, y algo todavía más increíble en sus ramas:
- ¿Qué es eso?- preguntó Eduardo, asombrado por aquel fenómeno antinatural en medio del páramo rocoso en el que se encontraban. Tras observar detenidamente con más detalle gracias a los prismáticos, el chico añadió confuso- ¿¡esos son…atracciones!?
- Gold Saucer- respondió Cristal- el mayor parque de atracciones de Limaria.
- ¿Cómo lo sabes?- intervino Marina, sorprendida- ¿ya has estado ahí antes?
Cristal asintió con la cabeza:
- Cuando escapé de casa, me llevé algo de dinero de mis padres, para poder sobrevivir lo que durara…el primer sitio que visité fue este lugar…- la princesa tardó un poco en responder, antes de decir con una sonrisa pícara- fue ahí donde perdí toda la pasta jugando en las máquinas tragaperras, al póker, los juegos de azar y apostando en las carreras de dragones.
El resto del grupo la miró con sorpresa, y algo de desprecio. Al fin comprendieron por qué la princesa tuvo que aprender a robar para ganarse la vida:
- ¿¡Pero tú eres idiota o qué!?- exclamó Jack- ¿¡cómo pudiste tirar todo el dinero en juegos de azar!? ¡Cualquiera con sentido común sabe que es desperdiciar dinero!- a lo que luego añadió, más calmado- ¿Cuánto tenías?
- Más de treinta mil platines- respondió Cristal sin ningún complejo.
Los demás aguantaron las ganas de pegarla. Aquella suma de dinero suponía una gran ayuda para el grupo, y les ahorraría el recorrer tantos kilómetros a pie. También podrían comprar grandes sumas provisiones y medicamentos en las tiendas, sin ningún problema.
Dejaron a un lado la insensatez de la chica con coletas, y volvieron al tema importante:
- ¿Y por qué no vamos?- propuso Erika, con una sonrisa jovial- ¡así pasaremos un rato divertido!
Enseguida la reprochó el mago:
- ¿¡Qué dices, estás loca!? ¡El futuro del mundo depende de nosotros, no podemos perder el tiempo en un parque de atracciones!
Erika siguió insistiendo. Tenía muchas ganas de ir:
- ¡Ah, vamos Jack, todos estamos cansados y estresados de tanto buscar esa dichosa piedra! ¿Por qué no nos relajamos un poco? ¡Nos vendrá bien!
El mago comenzó a reflexionar las palabras de la chica. Volvió la vista a los rostros cansados de los demás miembros del grupo, y comprendió que no podía negarlo. Tenía razón, necesitaban descansar al menos unas horas y despejar la mente en otra cosa que no fuera el tema de la piedra angular. Hasta él mismo lo necesitaba. Tras pensarlo unos segundos, finalmente suspiró y dijo:
- Está bien, pero sólo por hoy.
Las caras del grupo se iluminaron, risueñas por saber que aquel día no lo dedicarían a la maldita piedra que les estaba amargando la vida. Reemprendieron la marcha y cambiaron el rumbo, directos hacia al famoso parque temático de atracciones Gold Saucer.

Tardaron unas horas andando en acercarse a la base del colosal árbol. Cuánto más se aproximaban, mayor respeto imponía la enorme estructura, que acabó cubriéndoles la sombra de una de sus gigantescas ramas. Al llegar a la base misma del árbol, y cuando las ramas se situaron a varios kilómetros por encima de sus cabezas, dejaron de capturar con los ojos el esplendor de los edificios relucientes que brillaban con multitud de colores artificiales, a lo largo de toda la desmesurada infraestructura. Enseguida descubrieron que el dorado que parecía auténtico, era en realidad una capa de pintura que cubría toda la corteza del árbol, y que desde lejos parecía ser de oro puro y macizo. Lo habían pintado de tal manera para darle el nombre distintivo al parque:
- ¿Y cómo se supone que se sube?- preguntó Rex, buscando a su alrededor una puerta, escalera, ascensor o medio para alcanzar los pisos superiores del árbol.
- Muy fácil- respondió nuevamente Cristal, como si conociera de sobra todo lo referente al parque- Por ahí.
La chica con coletas señaló una especie de puesto no muy lejos de su posición, alejado de la base del árbol. De él partían varios cables gruesos y resistentes que conducían a la primera rama, la más baja de la estructura, en la cual había otro puesto igual al de tierra. Se usaba el transporte aéreo del teleférico para viajar grupos de personas en cabinas suspendidas en el aire, y así llegar a la entrada del parque, o a la salida del mismo.
Todos subieron en una de las cabinas, y comenzaron a subir lentamente por el cable hasta llegar a la primera rama de contacto con Gold Saucer, en la que se encontraba la entrada al parque. Tras unos minutos de viaje en teleférico, en los que cada vez estaban más alto y veían a los demás visitantes como hormigas a lo lejos por debajo de sus pies, finalmente llegaron a la recepción de entrada. Ahí tuvieron que pagar una cantidad elevada de dinero para poder entrar al parque:
- ¿¡Qué!?- exclamó Jack, perplejo- ¿¡tres mil platines por persona!?
- Lo siento, señor…es el preció mínimo sin bono- le respondió la señorita que había detrás del mostrador- ¿no disponen de la tarjeta de socios Gold Saucer? Con ella recibirán un descuento del 5% en sus próximas entradas al parque. Además de eso, si son fieles y llevan más de 50 años viniendo al centro todos los días, podrán entrar completamente gratis…- les sonrió amablemente- ¿desean una?- y enseguida al ver lo numerosos que eran, añadió- ¿o mejor 6? ¡Las mascotas también pagan!
- ¿Y cuánto cuesta esa tarjeta?- volvió a preguntar el mago.
- ¡Podrán conseguirla tan sólo por el increíble precio de cien mil platines la unidad!- exclamó con euforia.
Las caras de todos palidecieron. Eduardo creía que aquella señorita les estaba tomando el pelo, pero a juzgar por su sonrisa de oreja a oreja, y sin añadir ningún comentario esperando la respuesta de los visitantes, parecía que iba bastante en serio:
“¿¡De qué va esta tía!?”- preguntó Eduardo, asombrado en su mente- “¿¡Tres mil platines por una asquerosa entrada al parque durante par de horas, y encima por persona!? ¡Si ni siquiera llegamos a los mil!”- luego agregó en su cabeza- “Y la tarjeta socio de Gold Saucer es un timo más que rematado no, lo siguiente… ¿¡5% de descuento!? ¡Es una estafa como una casa! Además del precio inalcanzable, ¿¡quién va a venir todos los días a este lugar durante 50 años!? ¿¡Es que piensa vivir toda su vida entre atracciones!?”- finalmente terminó pensando- “¡La de locos que abundan por el mundo, en serio, nunca había oído semejante estupidez…y lo peor de todo es que ella sonríe con esa típica sonrisita falsa como si le pareciera completamente normal! ¡Cómo se nota que no pasa hambre y vive entre monedas y billetes…da asco!”

- ¿Van a querer la tarjeta socio o no?- repitió ella, sin dejar de sonreír falsamente- hay más visitantes queriendo pasar detrás de ustedes.
Las esperanzas de entrar al parque se desintegraron rápidamente en cuestión de segundos, y el grupo bajó la cabeza, deprimido. No tenían dinero ni para pagar una entrada normal. Jack comenzó a decir, afligido:
- Pues…verás…nosotros…
En ese momento la voz de Cristal retumbó con firmeza, sorprendiendo a los demás. La princesa se acercó al mostrador y con decisión colocó un puñado de billetes frente a la señorita:
- ¡Seis entradas normales, por favor…!- pidió la chica con coletas, sonriendo pícaramente, que añadió con cierto aire de arrogancia- ¡…y quédese con el cambio!
Jack y los demás no daban crédito a lo que veían en el mostrador. Habían más de veinte mil platines frente a ellos. La señorita respondió, exclamando eufórica, y sin dejar de sonreír:
- ¡Muchas gracias!- indicó recogiendo el dinero e indicando que pasaran por la entrada a un lado del mostrador- ¡Disfruten de su visita a Gold Saucer…no olviden volver!
Aún tratando de asimilar lo ocurrido, Cristal los arrastró hasta la puerta de entrada al parque, sin importar el estado de shock que habían sufrido sus amigos con la boca abierta.

Ya dentro del parque, lograron volver en sí. Enseguida Marina le preguntó perpleja a la princesa:
- ¿¡Pero cómo…de dónde…has sacado todo el dinero para pagar!?
La chica con coletas sacó de su bolsillo una cartera ajena, que no pertenecía a ninguno del grupo. Sonrió pícaramente mientras decía:
- Se la robé a un incauto que estaba detrás de nosotros…el pobre ahora no podrá entrar.
En ese momento oyeron los gritos de desesperación de un hombre en el mostrador, con apariencia multimillonaria, tras ellos. Andaba gritando que hasta hace unos instantes llevaba la cartera en el bolsillo, y que juraba no haberla extraído del mismo para nada. Frente a sus exigencias de protesta y de culpa a la señorita del mostrador, tuvieron que llegar los guardias de seguridad del parque y llevárselo de vuelta al teleférico, para que no armara ningún jaleo. Lo más sorprendente es que, a pesar de los insultos grotescos que recibía la señorita, ella no dejaba de sonreír falsamente, incluso cuando llamó a los guardias y lo vio alejarse. Se despidió de él agitando la mano, deseándole buenos días y que no olvidara volver a Gold Saucer.
Cristal se reía a carcajadas cuando Jack le reprochó, molesto, lo ocurrido:
- ¡¡Cristal, nos prometiste que no volverías a robar…eso no está bien!!
- Mira el lado positivo…al menos ya estamos dentro- sonrió ella, pícaramente- ¡Ay! ¿Qué seríais vosotros sin mí? ¡Acéptalo Jack, me necesitáis!
El mago frunció el ceño e ignoró el último comentario de la princesa. Cristal sonrió de nuevo y continuaron por el largo pasillo que los conducía al tronco del árbol, a través de la rama, al mismísimo centro del parque de atracciones.

No tardaron demasiado en llegar a una gran sala redonda, con numerosas salidas por los trescientos sesenta grados, exceptuando la recepción. En el techo podía contemplarse una enorme cúpula de cristal, desde la que se veían los pisos superiores del parque y algunas ramas doradas, hasta perderse la mirada en el infinito cielo ocaso que mostraba unas excelentes vistas de Gold Saucer.
En cada salida había un teleférico que llevaba a un sitio diferente, pues los cables se dispersaban en muchas direcciones a lo largo del tronco y de las ramas del gran árbol dorado. En ocasiones incluso se entrecruzaban. Aquellos cables iluminados con colores brillantes y artificiales, sumados a las vistosas bolas y enormes globos multicoloridos de helio que rodeaban el parque, le recordaron a Eduardo los adornos de algo que le resultaba muy familiar. En cierta forma, y con un poco de imaginación, Gold Saucer se asemejaba a un gigantesco árbol de navidad.

- Los carteles encima de las salidas indican a dónde va cada teleférico- explicó Cristal, como la guía turística del parque- ¡hay muchísimas atracciones!
- ¿Y por dónde empezamos?- preguntó Marina, con una sonrisa ilusionada.
- Se me ocurre una cosa… ¿por qué no vamos cada uno a las atracciones que más le guste, y después quedamos en algún sitio para vernos?- propuso Erika.
- Buena idea- sonrió Jack, algo más calmado- bien, nos reuniremos aquí dentro de dos horas ¿qué os parece?
Todos asintieron con la cabeza de acuerdo al plan, y se dispersaron. Aquel era un lugar de distracción y ocio, con miles de turistas y curiosos disfrutando de la diversión del parque, sin otro objetivo que olvidar el estrés rutinario del trabajo:
“No parece un lugar peligroso”- pensó Jack- “la gente se divierte, y no hay combates ni muertes en un parque de atracciones, así que… ¿qué problema hay?”

Jack y Marina montaron en el teleférico que conducía a la casa del terror, situado en la sexta rama, deseando pasar un rato de miedo. Cristal y Erika se fueron por otro a la montaña rusa, en la cuarta rama, exclamando y gritando de emoción. Rex y Eduardo no tenían claro en qué atracción subirse, así que al final optaron por dar una vuelta a todo el parque, yendo de rama en rama.
Aquel lugar era el mayor parque de atracciones que el chico había visto en toda su vida. Ni siquiera en la Tierra existía algo como aquello. Observaba asombrado las increíbles montañas rusas que recorrían los espacios aéreos de Gold Saucer, a una velocidad vertiginosa, y dando giros y vueltas que dejarían a más de uno mareado del susto, además de las alturas. Tampoco podía dejar de contemplar los tiros con premio de los puestos de la tercera rama, en el que los participantes podían usar todo tipo de armas a distancia para acertar a las latas. Eso sí, todo bien asegurado de que nadie sufra daño.
Oía los gritos de agonía y de terror de las personas que se adentraban en la mansión maldita de la sexta rama. Algunos incluso necesitaban atención médica al salir de la atracción, cosa que le parecía demasiado fuerte, y por lo tanto decidió no entrar en esa atracción. Incluso veía a los jugadores del recinto de los juegos de azar, en la segunda rama. Éstos, con gestos amenazantes y miradas asesinas, muchas veces acababan en pelea por acusaciones a los demás de hacer trampas. Enseguida acudían las autoridades del parque para poner fin a los conflictos.
En lo alto de la copa del colosal árbol se encontraba una gigantesca noria, que coronaba la cima de Gold Saucer. Allí se reunían los familiares y las parejas felices para tener unos minutos de tranquilidad, alejado de la locura del resto de ramas del parque. El chico se preguntaba cómo sería estar allí arriba, a punto de tocar el cielo. Debía de ser un lugar muy alto, ya que la noria en sí era muchísimo más grande que las que él conocía en la Tierra. A eso le sumaba la altura de Gold Saucer, sin duda aquella atracción no era apta para los que tenían miedo a las alturas.
Sin embargo, nada le llamó tanto la atención como los varios dragones que sobrevolaban todo el parque, volando por entre las ramas de Gold Saucer. Partían de la primera rama, volaban a toda velocidad hasta la noria siguiendo diferentes rutas, y volvían al punto de partida. Lo que extrañaba al joven eran los jinetes que montaban las criaturas míticas, como si de caballos o chocobos se trataran. Asombrado, no podía creer que los dragones existieran de verdad en Limaria. Era la primera vez que los veía:
- ¿Por qué esos dragones vuelan por todo el parque?- preguntó Eduardo, con curiosidad.
- Pertenecen a la atracción “carrera de dragones”, en la primera rama- explicó Rex- la gente apuesta por ellos en las carreras, y si ganan, se llevan el bote. Se trata de otro juego de azar.

El chico y el perro siguieron viajando en teleférico hasta llegar a la quinta rama, en la que se encontraba el recinto ferial de Gold Saucer. Dicho lugar tenía exposiciones de trofeos y reliquias que el parque había ido ganando desde su inauguración, con algún que otro descubrimiento y tesoros de, supuestamente, elevado valor económico. Poca gente entraba allí, ya que la mayor diversión del parque eran precisamente las atracciones.
Las vitrinas sólo contenían medallas y trofeos falsos, con algún que otro robado. En la pared principal había un enorme cuadro, un autorretrato de un hombre de mediana edad, que sonreía falsamente al público:
“¿Por qué todos los que trabajan o son de aquí tienen la misma estúpida sonrisa falsa?”- pensó Eduardo para sí.
Tras unos minutos observando sin mucho interés el contenido de las imitaciones bien hechas, el chico contempló una gran vitrina que se encontraba situada en el centro de la sala, en cuyo interior brillaba una piedra reluciente. Su breve y fugaz resplandor atrajo la atención del joven:
- ¿Qué es eso?- murmuró Eduardo, con curiosidad.
Se separó del can y caminó hasta el objeto misterioso de la vitrina. Dio un salto cuando, estando frente a ella y mirándola de reojo, volvió a brillar repentinamente. En ese momento algo le golpeó en su memoria. Por un momento le pareció ver el arco iris reflejado en el objeto, y pensó que debía de ser una locura:
- ¿Eduardo, has visto algo auténtico y que no sea falso?- le preguntó Rex riéndose mientras miraba por su lado más vitrinas.
El chico reaccionó con sorpresa, y ahogó un grito de alegría mientras sonreía de oreja a oreja. Definitivamente sabía que no estaba loco. Había visto siete colores brillar de aquel objeto. Tembló al saber que lo que llevaban buscando durante semanas, lo que duramente no habían conseguido, lo que día tras día se esforzaban con un mínimo de esperanza por ese objeto, estaba allí, delante de sus ojos, brillando con los siete colores del arco iris:
- ¡Rex!- exclamó el joven, eufórico- ¡Corre, mira esto!
- ¿Qué pasa?- preguntó el perro caminando hacia él- ¿Tan falso es eso que ves que te impresiona?
- ¡Nada de eso!- señaló Eduardo, sacudiendo la cabeza- ¡Mira!
Rex cambió radicalmente de expresión cuando llegó junto a él y contempló el objeto de la vitrina central. Su anterior rostro indiferente dejó paso a otro totalmente asombrado y perplejo. Con la boca abierta, se dieron cuenta de que la piedra angular, el objeto clave único en el mundo que podría salvarlos a todos, y del que su secreto pocos conocen, estaba allí, expuesto en una sala de trofeos abierta al público:
- No puedo creerlo…- dijo Rex, sin palabras- es… ¡es la piedra angular!
- ¡Por fin la hemos encontrado!- exclamó Eduardo, que sonreía de oreja a oreja- ¡verás cuando se lo contemos a Jack y los demás! ¡Se van a llevar una gran alegría!
En ese momento, un hombre gordo, con un cigarro en la boca y echando humo se acercó a ellos. Iba elegantemente vestido, con traje, corbata y zapatos de buena calidad. Atiborrado de joyas, cadenas y anillos de oro, también tenía un diente dorado. Con aire de superioridad y arrogancia, les ordenó diciendo:
- ¡Eh, vosotros, apartad vuestras sucias manos…- y mirando a Rex, añadió- y patas de mi mayor tesoro!
El joven y el perro se alejaron unos pasos y, tras observar al nuevo individuo y el autorretrato de la pared, enseguida comprendieron que se trataba de la misma persona:
- Es el señor Fortuny, el dueño de este parque de atracciones- susurró Rex al joven.
- Tienes razón- respondió Eduardo, también pensativo- tiene la misma sonrisa falsa que en el cuadro.
El hombre millonario les repitió en tono amenazador:
- ¡Alejaos de mi diamante arco iris!
- ¿¡Pero qué dice!? ¡Eso no es un diamante!- dijo Eduardo.
- ¡Calla, mocoso repelente…lo es porque lo digo yo!- replicó Fortuny.
- ¡No lo entiende, necesitamos esa piedra!
- ¿¡Para qué!? ¿¡Para que la vendáis al mejor postor por unos miserables platines!? ¡Lo siento, pero esto es demasiado lujo para unos sucios mendigos muertos de hambre!
En ese momento a Eduardo le hirvió la sangre. Tenía ganas de pegarle un puñetazo a aquel cerdo rico arrogante. Le daban asco las personas creídas que se sentían por encima de los demás, y las trataban como a un puñado de basura:
- ¡Por favor!- insistió Rex- ¡Es cuestión de vida o muerte!
- ¡Bah, si lo que se pierde es la vida de otro desgraciado hambriento, no pasa nada!- dijo Fortuny sin importancia mientras echaba una calada de humo en sus caras- ¡ojalá que se pudra entre la mierda, que eso es lo que valéis!
El chico ya no lo aguantó más, su rabia acumulada estalló. Apretó los puños e hizo aparecer mágicamente la llave espada en su mano, con la que le rajó el traje de marca que llevaba puesto Fortuny, sin herirlo. El millonario cayó al suelo de espaldas, sorprendido, y horrorizado al ver que el joven se acercaba unos pasos a él, pidió clemencia:
- Retira lo que acabas de decir- ordenó el chico, seriamente.
Fortuny, sudando a chorros por su frente, dijo agonizado y con desesperación:
- ¡¡Está bien, está bien, lo retiro...pero no me mates, por favor!!- suplicaba el hombre gordo- ¡¡Aún tengo mucho que ganar e invertir!!
Rex miró a su compañero a los ojos, y Eduardo asintió con la cabeza. Apretó los dientes mientras desaparecía su arma de las manos. Las personas como él le enfurecían, pero no podía acabar con la vida de alguien, por muy malo que fuera. Siempre había sido así:
- No soy un asesino- dijo el joven, más calmado.
Fortuny suspiró aliviado, con su vida a salvo. En ese entonces, Rex volvió a hablar, en tono amenazador:
- Ahora danos la piedra, y nadie saldrá herido.
El hombre millonario bajó la cabeza, y rió maléficamente. En su rostro se dibujó una sonrisa malvada y despiadada:
- Claro, ¿por qué no?
En ese momento pulsó un botón de seguridad que llevaba siempre en la muñeca, para casos de emergencia. Sonó una alarma por el recinto ferial, para sorpresa del joven y el perro. Enseguida entraron en la sala un montón de guardaespaldas de Fortuny, que apresaron a Rex y a Eduardo a pesar de su resistencia. Cuando Fortuny los vio completamente atrapados, y seguro de que no iba a sufrir daños, se levantó del suelo con la ayuda de otro de sus lacayos. Estaban sujetados con fuerza y a merced del magnate, por lo que no podían defenderse.
El hombre millonario se acercó a Eduardo y le pegó un puñetazo en el estómago, que le hizo gemir de dolor:
- Esto por rajar mi mejor traje.
Luego siguió con Rex y le soltó otro duro golpe en el hocico:
- Y esto por obligarme a entregaros el diamante.
Se alejó un poco de ellos y pronunció unas últimas palabras:
- Ha sido mucha la osadía por vuestra parte. Dad gracias a los dioses de que no os condene a muerte por esto.
A continuación dio la última orden:
- ¡Llevadlos fuera de la sala de trofeos! ¡Que quede prohibida la entrada para estos dos mendigos!
Cumpliendo las órdenes de su superior, los guardaespaldas de Fortuny echaron de una patada a Eduardo y a Rex del recinto ferial, que acabaron mordiendo el polvo del suelo.

Al cabo de dos horas, todos se reunieron en el lugar dónde quedaron al principio, el hall de entrada, la gran sala con todas las salidas rodeándola. Sabían que era muy tarde para seguir el camino en busca de su objetivo, pues estaba anocheciendo, y el sol ya se había puesto en el horizonte.
Cristal propuso, gracias a otra de sus geniales ideas, alquilar una habitación para todos y pasar la noche en el hotel de Gold Saucer. Los demás estaban de acuerdo con la idea, pues se encontraban cansados y agotados de tanto movimiento en las atracciones, y a esas horas la visibilidad para encontrar la piedra angular era mínima. Decidieron dejarlo para la mañana siguiente.
El hotel del parque era una increíble mansión de grandes proporciones, situado en la quinta rama del árbol, y dotado de todo tipo de comodidades a la altura de un verdadero hotel de cinco estrellas. Como era de esperar, incluso el precio por una noche era descomunal, imposible de pagar con los fondos normales del grupo. Por suerte, la habilidad de robar de la princesa de Oblivia les resultó más útil que nunca, dejando a otro millonario sin su cartera en el bolsillo. Fue lo menos por lo que se preocuparon.
Rex y Eduardo les contaron a sus amigos lo ocurrido en la sala de trofeos, ante la sorpresa y las bocas abiertas de Jack y los demás, quienes les costaba creerse que su objetivo estuviera tan cerca de ellos:
- ¿¡Estás seguro de que era la piedra angular!?- preguntó Marina, perpleja.
- Completamente- afirmó Eduardo- brillaba con los siete colores del arco iris.
- ¡Maldito Fortuny!- comentó Erika, frunciendo el ceño- ¡si lo tuviera delante le daría su merecido!
Jack entonces dijo, pensativo:
- En cualquier caso, sabemos dónde está la piedra angular…ahora sólo podemos pensar en cómo conseguirla.
En ese momento intervino Cristal con otra de sus grandes ideas, mientras se le formaba una sonrisa pícara en el rostro:
- A mí se me ocurre una forma…
Rex pareció adivinar sus intenciones:
- ¿No estarás pensando en que lo robemos, verdad?
La princesa sonrío, dejando claro su plan:
- Visto lo que les hizo a Rex y a Eduardo, no veo otra forma de conseguirla.
- Odio admitirlo, pero creo que tiene razón…- dijo Jack, pensativo- estamos en un lugar corrupto lleno de ambición y egoísmo…seguro que hay más de una trampa en estos juegos de Gold Saucer, todo sea por ganar dinero y bienes económicos…- y luego añadió- además, no creo que Fortuny acepte a negociar con nosotros.
El resto de los miembros del grupo calló, atentos a las palabras del mago. Sabían que tenía razón, pues ya habían visto demasiado con sólo estar un día en el parque. Fortuny, al igual que los que trabajan ahí, son personas corrompidas por el egoísmo y la materialidad. No sería fácil conseguir el objeto por las buenas:
- Si a alguien se le ocurre una idea mejor, que la diga ahora- dijo Jack.
Tras un largo silencio sin respuesta, Marina finalmente levantó la mano diciendo:
- Será la primera vez que robe algo, pero saber que es por una buena causa me tranquiliza. Voto por la idea de Jack.
Y así, poco a poco, los demás levantaron la mano. Viendo que nadie se oponía a la idea, Jack asintió con la cabeza, y afirmó seriamente:
- Bien, pero tendrá que ser esta noche.
- ¿¡Qué!?- preguntó Eduardo, perplejo- ¿¡Tan pronto!?
- No podemos perder tiempo. Ludmort está cada día más cerca de nosotros, y con él nuestra muerte- dijo Jack, sin vacilar-tenemos que llevarla al templo sagrado cuanto antes.
- Vale, pero… ¿cuál es el plan?- preguntó Rex.
- Formaremos dos grupos; uno se encargará de distraer a Fortuny mientras el otro coge el objeto- explicó el mago- cuando tengamos la piedra angular, salimos pitando de Gold Saucer.
- ¿Los grupos?- preguntó Eduardo, confuso.
La maga se puso al lado de Jack, y él prosiguió con las indicaciones del plan:
- Marina y yo intentaremos distraer a Fortuny de alguna manera, y somos el primer grupo.
- ¿Pero cómo pensáis llamar la atención de Fortuny?- indagó Erika.
- Ya pensaremos en algo- respondió Marina- no será tan difícil llamar la atención de un millonario si se trata de dinero.
Volviendo al tema principal, Rex retomó la cuestión importante:
- ¿Y quiénes formarán el segundo grupo?
Jack se quedó pensativo durante unos segundos, pensando en los integrantes del otro grupo. Finalmente respondió:
- Cristal y Rex, vosotros os encargaréis de coger la piedra.
- Una pregunta- saltó el perro- seguro que esa sala estará bien protegida con todo tipo de trampas, ¿Cómo vamos a coger la piedra angular?
En ese momento saltó la princesa, con una gran sonrisa eufórica. Comentó con un leve tono de arrogancia:
- ¡Qué pregunta más tonta!- exclamó la chica con coletas- ¡por si no lo sabiáis, en este equipo se encuentra la mejor y más experimentada ladrona de toda Limaria! ¡No hay secretos para mí en lo que se refiere al robo!
- Por eso mismo Cristal está en el segundo grupo- añadió Jack- su habilidad para robar cosas nos resulta muy útil en este tipo de situaciones.

La joven se dio cuenta de algo, ya que ni su amigo ni ella formaban parte del plan. Enseguida Erika preguntó:
- ¿Y nosotros, Jack? ¿Qué haremos Edu y yo?
- Vosotros os quedaréis aquí, no podemos permitir que corráis peligro- dijo seriamente el mago y sin vacilaciones- necesitamos a los elegidos con vida. Tranquilos, recibiréis una señal de aviso para la huida.
- ¡No es justo!- se quejó Erika, frunciendo el ceño- ¡nosotros también queremos ayudar!
- Y lo haréis si vencéis a Ludmort- replicó Jack- y para eso os necesitamos vivos.
- ¡Pero…!
- ¡Nada de peros, Erika!- cortó el mago, casi a gritos- ¡Ya basta!
A juzgar por la expresión dura y sin vacilar de Jack, ambos entendieron que iba muy en serio. Tardaron varios segundos de tensión hasta que los dos jóvenes no tuvieron más remedio que aceptar, y tras un suspiro de derrota, dijeron:
- Está bien.
Jack y los demás se fueron al cabo de un rato, no sin antes prepararlo todo y organizarse bien para la peligrosa misión que iban a emprender. Sabían que podía caerles una buena por intentar robar en Gold Saucer, pero aún así debían intentarlo. Ya conocían lo que les pasaba a los que robaban en el parque. Los encerraban un tiempo en los calabozos del parque, y a cambio los liberaban si aportaban una cantidad desmesurada de platines.
Comparado con Gold Saucer, el futuro del mundo era muchísimo más importante que un parque de atracciones. Tenían la obligación de actuar a pesar de los obstáculos, aunque eso incluyera saltarse las normas y leyes de los lugares en los que se encontraran.

Había pasado media hora. Eduardo se encontraba sólo en la habitación, ya que Erika había salido. Suspiraba aburrido mientras miraba por la ventana el panorama de Gold Saucer, que ofrecía un espectáculo de luces multicolores. Más allá, a lo lejos, se dibujaban las siluetas oscuras de las montañas en el horizonte. El cielo nocturno estaba inundado por millones de estrellas. Entre ellas, un gran círculo rojo destacaba, y el chico conocía de sobra lo que era aquello: Ludmort.
No dejaba de pensar en lo que les había dicho Jack. Tenía razón en cuanto que debían protegerlos a Erika y a él, pues eran sus guardianes, los que según Mirto, protegían a los elegidos. Sin embargo, tampoco podían dejarlos fuera de todas las misiones que hacían. Los apartaban y hacían sentirse más inútiles, cosa que no soportaba el chico.
Sabía que Jack no se los decía por maldad, sino todo lo contrario. Lo hacía por su bien, para protegerlos, pero aún así seguía sin estar de acuerdo. Después de pensarlo, tenía claro que algún día convencería al mago, y si hacía falta, desobedecería sus órdenes. Quería demostrarle a Jack que podían ayudar, que no eran sólo unos elegidos con una única misión, que podían luchar junto a ellos en las buenas y en las malas.

Unos toques en la puerta despertaron a Eduardo de sus pensamientos. Se giró y sorprendió mientras Erika entraba en la habitación. Con una sonrisa jovial, ella se acercó a él diciendo:
- Hace una bonita noche para salir.
Eduardo la miró confuso, como si no hubiera entendido ni una sola palabra. Entonces la chica lo agarró del brazo y tiró de él hacia la puerta:
- ¡Vamos a dar una vuelta!
- ¿¡Estás loca!?- reaccionó el joven- ¡Jack dijo que debíamos quedarnos aquí!
- ¡Ah, vamos!- insistió Erika tirando de él, mientras sonreía- ¡sólo será un momento, no tardaremos mucho!
Después de intentar razonar con ella, sin resultados, finalmente Eduardo no tuvo más remedio que dejarse llevar, y ambos salieron de la habitación. Cuando su amiga se ponía de aquella forma solía ser bastante cabezota, y si no había una buena razón para no hacerlo, ella no se rendía. El chico la conocía bien, y supo que aunque se resistiera no conseguiría detenerla:
“Bueno, supongo que por un rato no pasará nada”- pensó el joven para sí- “Estaremos de vuelta antes de la señal de huida”

Tras recorrer todo el parque, y teniendo vistas todas las atracciones, acabaron yendo a una a la que no habían visitado ese día. La idea de Erika de ir al teatro Gold Saucer sorprendió al chico, ya que aunque la había visto durante su trayecto con Rex por el parque horas antes, nunca se paró a fijarse en las obras que representaban en él. Estaba situado en la octava rama, muy arriba en el árbol. La experiencia que vivió en aquel teatro fue algo mágico que Eduardo nunca lograría olvidar en su vida.
Empezaron por sentarse en los bancos para el público, junto con los demás espectadores. Entre los diversos temas que se representaban ahí, como terror, comedia, acción, drama, etc. aquella noche el director eligió de tema el amor. Se trataba de una obra de teatro romántica infantil en la que, como siempre, el amor salía victorioso.
Por supuesto, la mayoría del público allí presente eran parejas felices, abrazadas, acurrucadas y disfrutando de su romance perfecto. Aquello le hacía sentirse incómodo a Eduardo, cuya única compañía era Erika a su lado, y claramente no eran más que amigos. Se preguntaba si ella había visto las muchas parejas que estaban allí, y de si aquello la incomodaba. Aparentemente se veía tranquila en su asiento, sin indicios de nerviosismo, y atendiendo con una sonrisa a la obra, mientras soltaba pequeñas risitas de vez en cuando por alguna torpeza de los actores en el escenario.
En un momento dado de la obra, un hombre disfrazado de lo que parecía ser un duende, salió de un extremo y se colocó a un lado del escenario. Anunció en voz alta y dijo claramente:
- ¡Para la siguiente escena necesitamos dos voluntarios, un chico y una chica para ser exactos!
Dos grandes focos de luz iluminaron el escenario, y luego se dirigieron por entre el público sin detenerse. Eduardo sabía lo que aquello significaba: salir ahí y actuar delante de todas aquellas personas. Era demasiado tímido como para actuar en un escenario. Nunca se le había dado bien el teatro, ni siquiera en las obras que representaba en el colegio de pequeño. Deseó enormemente que no les tocara a ellos, y cerró los ojos buscando alguna forma de camuflarse, aunque supiera que eso no le serviría de nada:
“Bueno, tampoco es para tanto”- pensó el chico en su mente- “Hay otros muchos aquí mirando la obra. Seguro que les toca a dos de la última fila, como de costumbre”- y después añadió, para darse más calma- “Sí…seguro”

Sin embargo, lejos de lo que esperaba, tenía la extraña sensación de que lo estaban observando. Comprobó sus sospechas cuando el duende dijo alegremente con una sonrisa:
- ¡Ahí!- señaló- ¡esa joven pareja de la primera fila!
Los focos de luz iluminaron a Eduardo y Erika, y el joven abrió los ojos de golpe. No se creyó de verdad que ellos habían sido los elegidos hasta que su amiga lo cogió del brazo y lo levantó del asiento, eufórica. Al chico le pareció increíble que de las muchas parejas que había entre el público, el duende se fijara precisamente en ellos. Debió de advertir la timidez del joven y, en contraste con él, la gran alegría de su compañera. Formaban una pareja curiosa, y por eso seguro que los eligieron a ellos. Seguro que los asientos de primera fila tampoco ayudaron mucho, pues estaban a la completa vista del duende del escenario.
A su lado Erika parecía feliz e ilusionada por salir al escenario. Imaginó que desde el principio quiso salir a actuar, y no le extrañaba. Siempre en el colegio, y desde que tenía uso de memoria, ella siempre se ofrecía voluntaria para casi todo tipo de tareas de la clase. Erika era todo lo contrario a él, y muchas veces pensaba que eran completamente diferentes. Sus distintas personalidades le hacían preguntarse al chico muchas veces por qué le gustaba su amiga, si no pegaban ni se complementaban el uno al otro.

Eduardo trataba de fingir tranquilidad mientras ambos subían al escenario, aunque en su interior temblaba como un flan. Recibían cientos de aplausos y el chico se ruborizaba sin control. Ahora tenían frente a ellos a más de cincuenta espectadores, por lo menos. El monitor disfrazado les explicó en voz baja sus papeles:
- Bien chicos, en la siguiente escena un dragón malvado secuestrará a la princesa. Entonces el príncipe luchará con el dragón y salvará a su querida amada, ¿fácil, no?
Los dos jóvenes asintieron con la cabeza, y aquella vez Eduardo no pudo evitar temblar.
El duende monitor, mirando a Erika, le dijo:
- Obviamente tú serás la princesa, y él el príncipe.

Luego todo fue muy rápido. Los ayudantes se encargaron rápidamente de los preparativos para la siguiente escena, y los actores se colocaron en sus puestos. En menos de un minuto se levantó el telón, dejando a Erika presa de otro actor que la agarraba del brazo, disfrazado de dragón:
- ¡Socorro, que alguien me ayude!- gritaba Erika, interpretando su papel.
Mientras tanto, el narrador contaba los sucesos, de la forma más dramática posible:
- ¡Oh, no, la princesa Aurora ha sido secuestrada por un feroz y malvado dragón! ¿Quién la salvará?
De repente se oye un extraño ruido producido por los equipos de sonido. La tensión y la intriga invaden el escenario, y el narrador continúa:
- ¿Qué es lo que oigo? ¡Pero si es…!
En ese momento aparece Eduardo al otro lado del escenario, con una espada de plástico inofensiva en sus manos, y temblando como una hoja. Trató de mantenerse firme todo lo que podía, pero no lograba disimular su nerviosismo frente al público:
- ¡Su…suéltala…ahora mismo!- pronunciaba el chico, con un hilo de voz en sus palabras, y completamente nervioso- ¡malvado dragón!
El actor disfrazado soltó a Erika a un lado, y se preparó para el ataque. Eduardo tragó saliva, y lentamente se puso en guardia:
“¡Sólo es una actuación, sólo es eso…una actuación!”- pensaba, nervioso- “¡Eso es…no soy yo…sólo estoy actuando!”
Con esa idea en la cabeza, el chico no se lo pensó más. Aquello no era real, sino una obra de teatro. Nadie lo recordaría y seguramente tampoco se acordarían de él pasada aquella noche. Corrió dispuesto a luchar contra su oponente en el escenario, y en el último momento, el joven le asestó una inofensiva estocada. Fingiendo su muerte, el actor disfrazado cayó al suelo, vencido.

Eduardo y Erika se quedaron parados unos segundos, al no recibir más instrucciones. Se suponía que con eso habían terminado la representación, y esperaron que bajara el telón. Sin embargo, no lo hizo. El duende detrás del telón les indicó con gestos que se abrazaran, y ambos tardaron un poco en reaccionar.
Viendo que Eduardo no había pillado la última petición, Erika corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, para sorpresa del chico. Perplejo, oyó decir a la joven:
- ¡Gracias, príncipe Alfredo…eres mi héroe!
Aquellas últimas palabras sorprendieron al chico, y le recordaron el momento en que ella lo abrazó también en el Cañón Cosmo. Podía sentir la calidez de la chica pegada a su cuerpo, y sintió que Erika lo abrazaba con fuerza y ternura. Ella se aferraba al joven sin dudarlo, y aunque Eduardo no pudiera verle el rostro, creyó que sonreía. Colorado y ruborizado  por aquella situación, el chico tardó unos segundos en reaccionar. Movió poco a poco los brazos, y rodeó a su amiga hasta abrazarla, también con la misma calidez y dulzura que ella le correspondía.
De esa forma, fue entonces cuando bajó el telón entre cientos de aplausos y vítores del público, dando por finalizada la obra mientras el narrador concluía la historia:
- ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

Tras actuar en el teatro, los dos jóvenes decidieron ir a la noria, situada en la décima rama, y que coronaba la cima de Gold Saucer. Las vistas desde allí eran preciosas, mucho más de lo que Eduardo imaginaba. Parecían estar en la cima del mundo, a punto de tocar el cielo nocturno rodeado de un mágico manto de estrellas. La luna y la vía láctea estaban justo encima de ellos, observándolos e iluminándolos con su luz:
- Qué hermosa noche ¿verdad?- comentaba Erika mirando el cielo infinito.
- Sí…- respondió el chico, también observando las estrellas junto a ella.
Estaba nervioso, y un poco colorado por estar tan cerca de su amiga. Temblaba, pero hacía todo lo posible para evitar que se notara. Había pasado mucho desde la última vez que estaban solos, y él asimiló hace tiempo que podía estar tranquilo junto a ella y el resto del grupo, pero aún no completamente solos.
Erika volvió a hablar, tranquila y serena, con una sonrisa:
- Gracias por salvarme la vida…otra vez.
- ¿Qué?- preguntó Eduardo, sorprendido.
El joven despertó de sus pensamientos y tardó un poco en darse cuenta de a qué se refería Erika hasta que le dijo:
- En cierto modo hoy lo has hecho- sonrió ella- me salvaste de un dragón.
Por fin Eduardo entendió sus palabras, y aunque se sorprendió bastante, trató de pronunciar mostrando el menor nerviosismo posible:
- Erika, sólo era una obra de teatro.
- Lo sé, pero me hubiera hecho ilusión que en vez de un actor disfrazado hubiera sido un dragón auténtico…así podrías haberme salvado de verdad.
Los dos rieron, el último comentario de la chica resultó muy gracioso. A Eduardo le sorprendía las ideas que se le ocurrían a Erika. En ocasiones eran locas y absurdas, y en otras geniales y fantásticas. Era lo que tenía ser una chica alegre, extrovertida, simpática, amable y divertida, además de impredecible. Probablemente eso fuera lo que al joven le gustaba más de ella, y que le parecía absolutamente increíble.

De repente el silencio hizo acto de presencia, y por unos segundos los dos no supieron qué decir. Erika miró al chico a los ojos, y él le devolvió la mirada:
- Ahora que lo pienso… ¿te acuerdas de aquella noche, a las afueras de Mugget, cuando rescatamos a Marina del laboratorio? ¿Cuándo caíste al suelo y te ayudé a levantarte?
- Sí.
- Recuerdo que en cierto momento intentaste decirme algo, pero Jack me llamó y volví con los demás… ¿Qué querías decirme?
Entonces Eduardo lo recordó todo. En aquel momento, antes de que llegara Jack para irrumpirlos, iba a decírselo todo. Pensaba confesarle sus sentimientos por ella, lo que había estado ocultando durante toda su vida. Se puso más colorado todavía, y con la cara pálida y perpleja. Comenzó a hablar diciendo:
- Yo…
- ¿Sí?- preguntó ella, sin apartar la mirada de sus ojos.
Sorprendentemente el chico se dio cuenta de que no era el único ruborizado. Eduardo no podía pronunciar palabra. Miraba a Erika completamente ido. Estaba colorado y completamente nervioso. Sentía que su corazón latía a mil por hora y esta vez no podía evitar temblar.
Se moría de ganas por decirle lo mucho que la quería, por decirle todo lo que sentía por ella, por decirle lo mucho que le importaba. Era la ocasión perfecta. Ambos se encontraban en la cima del mundo, y nadie podía intervenir. Si lo que había estado buscando era la oportunidad, aquel era el momento esperado. Sabía que difícilmente podría volver a coincidir con ella, podría tardar mucho tiempo en estar a solas con la chica de sus sueños. Tan sólo la presencia de la luna y las estrellas podían verlos, y serían los únicos testigos de aquel momento mágico para ambos jóvenes.
Entonces Eduardo sintió la cálida mano de Erika, que acariciaba la suya mientras sonreía. La seguridad y el apoyo que le trasmitía la chica hicieron que  a Eduardo se le quitaran sus miedos y dudas, y finalmente hablara:
- Yo…quería darte las gracias…por todo lo que has hecho por mí.
El rostro de Erika dejó de brillar de repente, y se apagó con desilusión. Parecía decepcionada, y soltó la mano de su amigo con delicadeza:
- De nada, Edu…- dijo, tras un suspiro.
El chico se arrepintió de no haberle dicho lo que de verdad quería decirle. Algo en su interior le había hecho decir aquellas palabras inconscientemente, fuera de las intenciones de su corazón. Supo que había roto el momento mágico en la noria y ambos continuaron en silencio sin mirarse, deprimidos, hasta que la atracción llegó a su fin.

Al bajar de la noria y de vuelta al hotel, los jóvenes se encontraron con el señor Fortuny, acompañado de su escolta personal de guardaespaldas. Parecía furioso y lleno de rabia. Fue entonces cuando ambos recordaron, perplejos, que se habían olvidado de la señal de huida. Permanecieron fuera del hotel y pasaron por alto las advertencias de Jack:
- ¡¡Son ellos!!- señaló Fortuny, gritando- ¡¡ellos son los que me robaron el diamante arco iris…cogedlos!!- ordenó.
Aunque lograron correr un poco, enseguida la escolta se lanzó encima de Eduardo y Erika, y los apresaron a pesar de su resistencia:
- ¡¡Soltadnos!!- gritaba Erika, furiosa- ¡¡soltadnos ahora mismo, malditos!!
Era inútil. Los guardianes del millonario eran demasiado grandes y anchos para compararse con la fuerza física de los jóvenes. Aunque trataron de librarse de sus anchos brazos, no eran lo bastante fuertes.
Tardaron varios minutos en conducirlos a los confines bajo tierra del parque temático, a los calabozos donde encerraban a los revolucionarios, a las celdas de Gold Saucer. Allí también se sorprendieron y palidecieron al comprobar que estaban Jack y los demás, y los encerraron junto a sus amigos en la misma celda. Estaban atrapados.

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