Capítulo
XXI
EN
GOLD SAUCER HAY GATO ENCERRADO
Habían pasado dos días desde que el
grupo abandonó el templo sagrado en pos de otra aventura. Su próximo objetivo:
buscar la piedra angular, objeto imprescindible para poder escuchar las voces
de los oráculos. Era el nuevo reto que debían superar, y estaban decididos a
afrontar, para llegar después hasta el secreto que les permitiría vencer a
Ludmort y así salvar los dos mundos.
Según la información valiosa que les
había contado Mirto, dicha piedra era única y exclusiva en todo el mundo, no
existían dos piedras angulares. El anciano se las describió como una piedra
transparente y cristalina, con un brillo especial, y en ella se veían
reflejados los siete colores del arco iris.
Eduardo trataba de imaginar el objeto,
pero le era imposible. Nunca había visto ni oído hablar de un mineral con
semejantes datos. Le resultaba raro creer que existía una piedra en la que
brillaban los colores del arco iris. Enseguida comenzó a pensar. Después de
todo lo que había visto y pasado desde que llegó a Limaria, las magias, los
G.F. y los extraños seres que habitaban en él, el joven podía esperarse
cualquier cosa de aquel mundo mágico, hasta hace unos meses impensable y
completamente fuera de su realidad en la Tierra.
Al cabo de una semana, tras registrar
e investigar cada pequeño pueblo y cuidad que encontraban a su paso, sumados a
todos los árboles, piedras, ríos e incluso animales salvajes, el grupo cayó
rendido al suelo, en medio de un paraje rocoso. Lo que habían registrado no era
ni la milésima parte del inmenso planeta de Limaria:
- Es inútil…- dijo Marina- no hemos
encontrado la dichosa piedra, y aún nos queda muchísimo planeta por delante,
incluyendo el fondo del mar y los picos de las altas montañas.
La motivación y las ganas por
encontrar el tan ansiado objeto desaparecieron a los tres días de empezar a
buscar. Aquel reto era demasiado para ellos, y para cualquier ser humano en el
mundo, resultaba prácticamente inalcanzable. Con las esperanzas bajas y la
moral por los suelos, el grupo bajó la cabeza, cansado y agotado:
- Jamás la encontraremos- comentó Rex,
abatido.
Todos suspiraron rendidos. Las
esperanzas casi se habían perdido hasta que Cristal levantó la vista y observó
sorprendida algo que le llamó la atención en el horizonte:
- ¿Qué es eso?- preguntó murmurando para
sí misma, intrigada.
Trató de ver con sus ojos, pero estaba
demasiado lejos como para alcanzar a discernir alguna forma. Metió la mano en
su mochila y sacó unos prismáticos que siempre llevaba encima, los cuales llevó
a su rostro. Solía usarlos antes para tácticas de espionaje, asegurarse de que
no había guardias de su reino cerca, y para identificar las posibles nuevas
víctimas a las que robaba, antes de conocer a Jack y los demás. Sin embargo,
estos le hicieron prometer a la princesa que dejaría de robar, y de que tratara
a partir de entonces de ser una buena persona honrada y civilizada. A cambio el
grupo compartía su comida con ella, y la protegerían de la misma forma que la
chica a los elegidos. Aún la estaban poniendo a prueba:
- ¿Cristal, qué haces?- preguntó Jack,
amenazante desde el suelo- recuerda lo que acordamos, nada de robos ni de
víctimas… ¿qué pretendes?
Las coletas de la chica saltaron con
euforia de alegría repentinamente mientras ella exclamaba y esbozaba una gran
sonrisa:
- ¡Nada de eso!- replicó la princesa,
sin enfadarse- ¡mirad!
Los demás se levantaron sin ganas,
pensando que se trataba de alguna broma de Cristal. Lejos de lo que esperaban,
lo que vieron con los prismáticos les dejó con la boca abierta.
A lo lejos había un enorme árbol
dorado colosal, que se alzaba imponente en el páramo desierto rocoso que lo
rodeaba. Resplandecía en el horizonte por sus muchas luces, de todos los
colores. Gracias al zoom de los prismáticos, se podía ver grandes focos de luz
que se movían de un lado a otro en la estructura, y algo todavía más increíble
en sus ramas:
- ¿Qué es eso?- preguntó Eduardo,
asombrado por aquel fenómeno antinatural en medio del páramo rocoso en el que
se encontraban. Tras observar detenidamente con más detalle gracias a los prismáticos,
el chico añadió confuso- ¿¡esos son…atracciones!?
- Gold Saucer- respondió Cristal- el
mayor parque de atracciones de Limaria.
- ¿Cómo lo sabes?- intervino Marina,
sorprendida- ¿ya has estado ahí antes?
Cristal asintió con la cabeza:
- Cuando escapé de casa, me llevé algo
de dinero de mis padres, para poder sobrevivir lo que durara…el primer sitio
que visité fue este lugar…- la princesa tardó un poco en responder, antes de
decir con una sonrisa pícara- fue ahí donde perdí toda la pasta jugando en las
máquinas tragaperras, al póker, los juegos de azar y apostando en las carreras
de dragones.
El resto del grupo la miró con
sorpresa, y algo de desprecio. Al fin comprendieron por qué la princesa tuvo
que aprender a robar para ganarse la vida:
- ¿¡Pero tú eres idiota o qué!?-
exclamó Jack- ¿¡cómo pudiste tirar todo el dinero en juegos de azar!?
¡Cualquiera con sentido común sabe que es desperdiciar dinero!- a lo que luego
añadió, más calmado- ¿Cuánto tenías?
- Más de treinta mil platines- respondió
Cristal sin ningún complejo.
Los demás aguantaron las ganas de
pegarla. Aquella suma de dinero suponía una gran ayuda para el grupo, y les
ahorraría el recorrer tantos kilómetros a pie. También podrían comprar grandes
sumas provisiones y medicamentos en las tiendas, sin ningún problema.
Dejaron a un lado la insensatez de la
chica con coletas, y volvieron al tema importante:
- ¿Y por qué no vamos?- propuso Erika,
con una sonrisa jovial- ¡así pasaremos un rato divertido!
Enseguida la reprochó el mago:
- ¿¡Qué dices, estás loca!? ¡El futuro
del mundo depende de nosotros, no podemos perder el tiempo en un parque de
atracciones!
Erika siguió insistiendo. Tenía muchas
ganas de ir:
- ¡Ah, vamos Jack, todos
estamos cansados y estresados de tanto buscar esa dichosa piedra! ¿Por qué no
nos relajamos un poco? ¡Nos vendrá bien!
El mago comenzó a
reflexionar las palabras de la chica. Volvió la vista a los rostros cansados de
los demás miembros del grupo, y comprendió que no podía negarlo. Tenía razón,
necesitaban descansar al menos unas horas y despejar la mente en otra cosa que
no fuera el tema de la piedra angular. Hasta él mismo lo necesitaba. Tras
pensarlo unos segundos, finalmente suspiró y dijo:
- Está bien, pero sólo
por hoy.
Las caras del grupo se
iluminaron, risueñas por saber que aquel día no lo dedicarían a la maldita
piedra que les estaba amargando la vida. Reemprendieron la marcha y cambiaron
el rumbo, directos hacia al famoso parque temático de atracciones Gold Saucer.
Tardaron unas horas
andando en acercarse a la base del colosal árbol. Cuánto más se aproximaban,
mayor respeto imponía la enorme estructura, que acabó cubriéndoles la sombra de
una de sus gigantescas ramas. Al llegar a la base misma del árbol, y cuando las
ramas se situaron a varios kilómetros por encima de sus cabezas, dejaron de
capturar con los ojos el esplendor de los edificios relucientes que brillaban
con multitud de colores artificiales, a lo largo de toda la desmesurada
infraestructura. Enseguida descubrieron que el dorado que parecía auténtico,
era en realidad una capa de pintura que cubría toda la corteza del árbol, y que
desde lejos parecía ser de oro puro y macizo. Lo habían pintado de tal manera
para darle el nombre distintivo al parque:
- ¿Y cómo se supone que
se sube?- preguntó Rex, buscando a su alrededor una puerta, escalera, ascensor
o medio para alcanzar los pisos superiores del árbol.
- Muy fácil- respondió
nuevamente Cristal, como si conociera de sobra todo lo referente al parque- Por
ahí.
La chica con coletas
señaló una especie de puesto no muy lejos de su posición, alejado de la base
del árbol. De él partían varios cables gruesos y resistentes que conducían a la
primera rama, la más baja de la estructura, en la cual había otro puesto igual
al de tierra. Se usaba el transporte aéreo del teleférico para viajar grupos de
personas en cabinas suspendidas en el aire, y así llegar a la entrada del
parque, o a la salida del mismo.
Todos subieron en una de
las cabinas, y comenzaron a subir lentamente por el cable hasta llegar a la
primera rama de contacto con Gold Saucer, en la que se encontraba la entrada al
parque. Tras unos minutos de viaje en teleférico, en los que cada vez estaban
más alto y veían a los demás visitantes como hormigas a lo lejos por debajo de
sus pies, finalmente llegaron a la recepción de entrada. Ahí tuvieron que pagar
una cantidad elevada de dinero para poder entrar al parque:
- ¿¡Qué!?- exclamó Jack,
perplejo- ¿¡tres mil platines por persona!?
- Lo siento, señor…es el
preció mínimo sin bono- le respondió la señorita que había detrás del
mostrador- ¿no disponen de la tarjeta de socios Gold Saucer? Con ella recibirán
un descuento del 5% en sus próximas entradas al parque. Además de eso, si son
fieles y llevan más de 50 años viniendo al centro todos los días, podrán entrar
completamente gratis…- les sonrió amablemente- ¿desean una?- y enseguida al ver
lo numerosos que eran, añadió- ¿o mejor 6? ¡Las mascotas también pagan!
- ¿Y cuánto cuesta esa
tarjeta?- volvió a preguntar el mago.
- ¡Podrán conseguirla
tan sólo por el increíble precio de cien mil platines la unidad!- exclamó con
euforia.
Las caras de todos
palidecieron. Eduardo creía que aquella señorita les estaba tomando el pelo,
pero a juzgar por su sonrisa de oreja a oreja, y sin añadir ningún comentario
esperando la respuesta de los visitantes, parecía que iba bastante en serio:
“¿¡De qué va esta
tía!?”- preguntó Eduardo, asombrado en su mente- “¿¡Tres mil platines por una
asquerosa entrada al parque durante par de horas, y encima por persona!? ¡Si ni
siquiera llegamos a los mil!”- luego agregó en su cabeza- “Y la tarjeta socio
de Gold Saucer es un timo más que rematado no, lo siguiente… ¿¡5% de
descuento!? ¡Es una estafa como una casa! Además del precio inalcanzable,
¿¡quién va a venir todos los días a este lugar durante 50 años!? ¿¡Es que
piensa vivir toda su vida entre atracciones!?”- finalmente terminó pensando-
“¡La de locos que abundan por el mundo, en serio, nunca había oído semejante
estupidez…y lo peor de todo es que ella sonríe con esa típica sonrisita falsa
como si le pareciera completamente normal! ¡Cómo se nota que no pasa hambre y
vive entre monedas y billetes…da asco!”
- ¿Van a querer la
tarjeta socio o no?- repitió ella, sin dejar de sonreír falsamente- hay más
visitantes queriendo pasar detrás de ustedes.
Las esperanzas de entrar
al parque se desintegraron rápidamente en cuestión de segundos, y el grupo bajó
la cabeza, deprimido. No tenían dinero ni para pagar una entrada normal. Jack
comenzó a decir, afligido:
- Pues…verás…nosotros…
En ese momento la voz de
Cristal retumbó con firmeza, sorprendiendo a los demás. La princesa se acercó
al mostrador y con decisión colocó un puñado de billetes frente a la señorita:
- ¡Seis entradas
normales, por favor…!- pidió la chica con coletas, sonriendo pícaramente, que
añadió con cierto aire de arrogancia- ¡…y quédese con el cambio!
Jack y los demás no
daban crédito a lo que veían en el mostrador. Habían más de veinte mil platines
frente a ellos. La señorita respondió, exclamando eufórica, y sin dejar de
sonreír:
- ¡Muchas gracias!-
indicó recogiendo el dinero e indicando que pasaran por la entrada a un lado
del mostrador- ¡Disfruten de su visita a Gold Saucer…no olviden volver!
Aún tratando de asimilar
lo ocurrido, Cristal los arrastró hasta la puerta de entrada al parque, sin
importar el estado de shock que habían sufrido sus amigos con la boca abierta.
Ya dentro del parque,
lograron volver en sí. Enseguida Marina le preguntó perpleja a la princesa:
- ¿¡Pero cómo…de
dónde…has sacado todo el dinero para pagar!?
La chica con coletas
sacó de su bolsillo una cartera ajena, que no pertenecía a ninguno del grupo.
Sonrió pícaramente mientras decía:
- Se la robé a un
incauto que estaba detrás de nosotros…el pobre ahora no podrá entrar.
En ese momento oyeron
los gritos de desesperación de un hombre en el mostrador, con apariencia
multimillonaria, tras ellos. Andaba gritando que hasta hace unos instantes
llevaba la cartera en el bolsillo, y que juraba no haberla extraído del mismo
para nada. Frente a sus exigencias de protesta y de culpa a la señorita del
mostrador, tuvieron que llegar los guardias de seguridad del parque y
llevárselo de vuelta al teleférico, para que no armara ningún jaleo. Lo más
sorprendente es que, a pesar de los insultos grotescos que recibía la señorita,
ella no dejaba de sonreír falsamente, incluso cuando llamó a los guardias y lo
vio alejarse. Se despidió de él agitando la mano, deseándole buenos días y que
no olvidara volver a Gold Saucer.
Cristal se reía a
carcajadas cuando Jack le reprochó, molesto, lo ocurrido:
- ¡¡Cristal, nos
prometiste que no volverías a robar…eso no está bien!!
- Mira el lado
positivo…al menos ya estamos dentro- sonrió ella, pícaramente- ¡Ay! ¿Qué
seríais vosotros sin mí? ¡Acéptalo Jack, me necesitáis!
El mago frunció el ceño
e ignoró el último comentario de la princesa. Cristal sonrió de nuevo y
continuaron por el largo pasillo que los conducía al tronco del árbol, a través
de la rama, al mismísimo centro del parque de atracciones.
No tardaron demasiado en
llegar a una gran sala redonda, con numerosas salidas por los trescientos
sesenta grados, exceptuando la recepción. En el techo podía contemplarse una
enorme cúpula de cristal, desde la que se veían los pisos superiores del parque
y algunas ramas doradas, hasta perderse la mirada en el infinito cielo ocaso
que mostraba unas excelentes vistas de Gold Saucer.
En cada salida había un
teleférico que llevaba a un sitio diferente, pues los cables se dispersaban en
muchas direcciones a lo largo del tronco y de las ramas del gran árbol dorado.
En ocasiones incluso se entrecruzaban. Aquellos cables iluminados con colores
brillantes y artificiales, sumados a las vistosas bolas y enormes globos multicoloridos
de helio que rodeaban el parque, le recordaron a Eduardo los adornos de algo
que le resultaba muy familiar. En cierta forma, y con un poco de imaginación,
Gold Saucer se asemejaba a un gigantesco árbol de navidad.
- Los carteles encima de
las salidas indican a dónde va cada teleférico- explicó Cristal, como la guía
turística del parque- ¡hay muchísimas atracciones!
- ¿Y por dónde
empezamos?- preguntó Marina, con una sonrisa ilusionada.
- Se me ocurre una cosa…
¿por qué no vamos cada uno a las atracciones que más le guste, y después
quedamos en algún sitio para vernos?- propuso Erika.
- Buena idea- sonrió
Jack, algo más calmado- bien, nos reuniremos aquí dentro de dos horas ¿qué os
parece?
Todos asintieron con la
cabeza de acuerdo al plan, y se dispersaron. Aquel era un lugar de distracción
y ocio, con miles de turistas y curiosos disfrutando de la diversión del
parque, sin otro objetivo que olvidar el estrés rutinario del trabajo:
“No parece un lugar
peligroso”- pensó Jack- “la gente se divierte, y no hay combates ni muertes en
un parque de atracciones, así que… ¿qué problema hay?”
Jack y Marina montaron
en el teleférico que conducía a la casa del terror, situado en la sexta rama,
deseando pasar un rato de miedo. Cristal y Erika se fueron por otro a la
montaña rusa, en la cuarta rama, exclamando y gritando de emoción. Rex y Eduardo
no tenían claro en qué atracción subirse, así que al final optaron por dar una
vuelta a todo el parque, yendo de rama en rama.
Aquel lugar era el mayor
parque de atracciones que el chico había visto en toda su vida. Ni siquiera en
la Tierra existía algo como aquello. Observaba asombrado las increíbles
montañas rusas que recorrían los espacios aéreos de Gold Saucer, a una
velocidad vertiginosa, y dando giros y vueltas que dejarían a más de uno
mareado del susto, además de las alturas. Tampoco podía dejar de contemplar los
tiros con premio de los puestos de la tercera rama, en el que los participantes
podían usar todo tipo de armas a distancia para acertar a las latas. Eso sí,
todo bien asegurado de que nadie sufra daño.
Oía los gritos de agonía
y de terror de las personas que se adentraban en la mansión maldita de la sexta
rama. Algunos incluso necesitaban atención médica al salir de la atracción,
cosa que le parecía demasiado fuerte, y por lo tanto decidió no entrar en esa
atracción. Incluso veía a los jugadores del recinto de los juegos de azar, en
la segunda rama. Éstos, con gestos amenazantes y miradas asesinas, muchas veces
acababan en pelea por acusaciones a los demás de hacer trampas. Enseguida
acudían las autoridades del parque para poner fin a los conflictos.
En lo alto de la copa
del colosal árbol se encontraba una gigantesca noria, que coronaba la cima de
Gold Saucer. Allí se reunían los familiares y las parejas felices para tener
unos minutos de tranquilidad, alejado de la locura del resto de ramas del
parque. El chico se preguntaba cómo sería estar allí arriba, a punto de tocar
el cielo. Debía de ser un lugar muy alto, ya que la noria en sí era muchísimo
más grande que las que él conocía en la Tierra. A eso le sumaba la altura de
Gold Saucer, sin duda aquella atracción no era apta para los que tenían miedo a
las alturas.
Sin embargo, nada le
llamó tanto la atención como los varios dragones que sobrevolaban todo el
parque, volando por entre las ramas de Gold Saucer. Partían de la primera rama,
volaban a toda velocidad hasta la noria siguiendo diferentes rutas, y volvían
al punto de partida. Lo que extrañaba al joven eran los jinetes que montaban
las criaturas míticas, como si de caballos o chocobos se trataran. Asombrado,
no podía creer que los dragones existieran de verdad en Limaria. Era la primera
vez que los veía:
- ¿Por qué esos dragones
vuelan por todo el parque?- preguntó Eduardo, con curiosidad.
- Pertenecen a la
atracción “carrera de dragones”, en la primera rama- explicó Rex- la gente apuesta
por ellos en las carreras, y si ganan, se llevan el bote. Se trata de otro
juego de azar.
El chico y el perro
siguieron viajando en teleférico hasta llegar a la quinta rama, en la que se
encontraba el recinto ferial de Gold Saucer. Dicho lugar tenía exposiciones de
trofeos y reliquias que el parque había ido ganando desde su inauguración, con
algún que otro descubrimiento y tesoros de, supuestamente, elevado valor
económico. Poca gente entraba allí, ya que la mayor diversión del parque eran
precisamente las atracciones.
Las vitrinas sólo
contenían medallas y trofeos falsos, con algún que otro robado. En la pared
principal había un enorme cuadro, un autorretrato de un hombre de mediana edad,
que sonreía falsamente al público:
“¿Por qué todos los que
trabajan o son de aquí tienen la misma estúpida sonrisa falsa?”- pensó Eduardo
para sí.
Tras unos minutos
observando sin mucho interés el contenido de las imitaciones bien hechas, el
chico contempló una gran vitrina que se encontraba situada en el centro de la
sala, en cuyo interior brillaba una piedra reluciente. Su breve y fugaz
resplandor atrajo la atención del joven:
- ¿Qué es eso?- murmuró
Eduardo, con curiosidad.
Se separó del can y
caminó hasta el objeto misterioso de la vitrina. Dio un salto cuando, estando
frente a ella y mirándola de reojo, volvió a brillar repentinamente. En ese
momento algo le golpeó en su memoria. Por un momento le pareció ver el arco
iris reflejado en el objeto, y pensó que debía de ser una locura:
- ¿Eduardo, has visto
algo auténtico y que no sea falso?- le preguntó Rex riéndose mientras miraba
por su lado más vitrinas.
El chico reaccionó con
sorpresa, y ahogó un grito de alegría mientras sonreía de oreja a oreja.
Definitivamente sabía que no estaba loco. Había visto siete colores brillar de
aquel objeto. Tembló al saber que lo que llevaban buscando durante semanas, lo
que duramente no habían conseguido, lo que día tras día se esforzaban con un
mínimo de esperanza por ese objeto, estaba allí, delante de sus ojos, brillando
con los siete colores del arco iris:
- ¡Rex!- exclamó el
joven, eufórico- ¡Corre, mira esto!
- ¿Qué pasa?- preguntó
el perro caminando hacia él- ¿Tan falso es eso que ves que te impresiona?
- ¡Nada de eso!- señaló
Eduardo, sacudiendo la cabeza- ¡Mira!
Rex cambió radicalmente
de expresión cuando llegó junto a él y contempló el objeto de la vitrina
central. Su anterior rostro indiferente dejó paso a otro totalmente asombrado y
perplejo. Con la boca abierta, se dieron cuenta de que la piedra angular, el
objeto clave único en el mundo que podría salvarlos a todos, y del que su
secreto pocos conocen, estaba allí, expuesto en una sala de trofeos abierta al
público:
- No puedo creerlo…-
dijo Rex, sin palabras- es… ¡es la piedra angular!
- ¡Por fin la hemos
encontrado!- exclamó Eduardo, que sonreía de oreja a oreja- ¡verás cuando se lo
contemos a Jack y los demás! ¡Se van a llevar una gran alegría!
En ese momento, un
hombre gordo, con un cigarro en la boca y echando humo se acercó a ellos. Iba
elegantemente vestido, con traje, corbata y zapatos de buena calidad.
Atiborrado de joyas, cadenas y anillos de oro, también tenía un diente dorado. Con
aire de superioridad y arrogancia, les ordenó diciendo:
- ¡Eh, vosotros, apartad
vuestras sucias manos…- y mirando a Rex, añadió- y patas de mi mayor tesoro!
El joven y el perro se
alejaron unos pasos y, tras observar al nuevo individuo y el autorretrato de la
pared, enseguida comprendieron que se trataba de la misma persona:
- Es el señor Fortuny,
el dueño de este parque de atracciones- susurró Rex al joven.
- Tienes razón-
respondió Eduardo, también pensativo- tiene la misma sonrisa falsa que en el
cuadro.
El hombre millonario les
repitió en tono amenazador:
- ¡Alejaos de mi
diamante arco iris!
- ¿¡Pero qué dice!? ¡Eso
no es un diamante!- dijo Eduardo.
- ¡Calla, mocoso
repelente…lo es porque lo digo yo!- replicó Fortuny.
- ¡No lo entiende,
necesitamos esa piedra!
- ¿¡Para qué!? ¿¡Para
que la vendáis al mejor postor por unos miserables platines!? ¡Lo siento, pero
esto es demasiado lujo para unos sucios mendigos muertos de hambre!
En ese momento a Eduardo
le hirvió la sangre. Tenía ganas de pegarle un puñetazo a aquel cerdo rico
arrogante. Le daban asco las personas creídas que se sentían por encima de los
demás, y las trataban como a un puñado de basura:
- ¡Por favor!- insistió
Rex- ¡Es cuestión de vida o muerte!
- ¡Bah, si lo que se
pierde es la vida de otro desgraciado hambriento, no pasa nada!- dijo Fortuny
sin importancia mientras echaba una calada de humo en sus caras- ¡ojalá que se
pudra entre la mierda, que eso es lo que valéis!
El chico ya no lo
aguantó más, su rabia acumulada estalló. Apretó los puños e hizo aparecer
mágicamente la llave espada en su mano, con la que le rajó el traje de marca
que llevaba puesto Fortuny, sin herirlo. El millonario cayó al suelo de
espaldas, sorprendido, y horrorizado al ver que el joven se acercaba unos pasos
a él, pidió clemencia:
- Retira lo que acabas
de decir- ordenó el chico, seriamente.
Fortuny, sudando a
chorros por su frente, dijo agonizado y con desesperación:
- ¡¡Está bien, está
bien, lo retiro...pero no me mates, por favor!!- suplicaba el hombre gordo-
¡¡Aún tengo mucho que ganar e invertir!!
Rex miró a su compañero
a los ojos, y Eduardo asintió con la cabeza. Apretó los dientes mientras
desaparecía su arma de las manos. Las personas como él le enfurecían, pero no
podía acabar con la vida de alguien, por muy malo que fuera. Siempre había sido
así:
- No soy un asesino-
dijo el joven, más calmado.
Fortuny suspiró
aliviado, con su vida a salvo. En ese entonces, Rex volvió a hablar, en tono
amenazador:
- Ahora danos la piedra,
y nadie saldrá herido.
El hombre millonario
bajó la cabeza, y rió maléficamente. En su rostro se dibujó una sonrisa malvada
y despiadada:
- Claro, ¿por qué no?
En ese momento pulsó un
botón de seguridad que llevaba siempre en la muñeca, para casos de emergencia.
Sonó una alarma por el recinto ferial, para sorpresa del joven y el perro.
Enseguida entraron en la sala un montón de guardaespaldas de Fortuny, que
apresaron a Rex y a Eduardo a pesar de su resistencia. Cuando Fortuny los vio
completamente atrapados, y seguro de que no iba a sufrir daños, se levantó del
suelo con la ayuda de otro de sus lacayos. Estaban sujetados con fuerza y a
merced del magnate, por lo que no podían defenderse.
El hombre millonario se
acercó a Eduardo y le pegó un puñetazo en el estómago, que le hizo gemir de
dolor:
- Esto por rajar mi
mejor traje.
Luego siguió con Rex y
le soltó otro duro golpe en el hocico:
- Y esto por obligarme a
entregaros el diamante.
Se alejó un poco de
ellos y pronunció unas últimas palabras:
- Ha sido mucha la
osadía por vuestra parte. Dad gracias a los dioses de que no os condene a
muerte por esto.
A continuación dio la
última orden:
- ¡Llevadlos fuera de la
sala de trofeos! ¡Que quede prohibida la entrada para estos dos mendigos!
Cumpliendo las órdenes
de su superior, los guardaespaldas de Fortuny echaron de una patada a Eduardo y
a Rex del recinto ferial, que acabaron mordiendo el polvo del suelo.
Al cabo de dos horas,
todos se reunieron en el lugar dónde quedaron al principio, el hall de entrada,
la gran sala con todas las salidas rodeándola. Sabían que era muy tarde para
seguir el camino en busca de su objetivo, pues estaba anocheciendo, y el sol ya
se había puesto en el horizonte.
Cristal propuso, gracias
a otra de sus geniales ideas, alquilar una habitación para todos y pasar la
noche en el hotel de Gold Saucer. Los demás estaban de acuerdo con la idea,
pues se encontraban cansados y agotados de tanto movimiento en las atracciones,
y a esas horas la visibilidad para encontrar la piedra angular era mínima.
Decidieron dejarlo para la mañana siguiente.
El hotel del parque era
una increíble mansión de grandes proporciones, situado en la quinta rama del
árbol, y dotado de todo tipo de comodidades a la altura de un verdadero hotel
de cinco estrellas. Como era de esperar, incluso el precio por una noche era descomunal,
imposible de pagar con los fondos normales del grupo. Por suerte, la habilidad
de robar de la princesa de Oblivia les resultó más útil que nunca, dejando a
otro millonario sin su cartera en el bolsillo. Fue lo menos por lo que se
preocuparon.
Rex y Eduardo les
contaron a sus amigos lo ocurrido en la sala de trofeos, ante la sorpresa y las
bocas abiertas de Jack y los demás, quienes les costaba creerse que su objetivo
estuviera tan cerca de ellos:
- ¿¡Estás seguro de que
era la piedra angular!?- preguntó Marina, perpleja.
- Completamente- afirmó
Eduardo- brillaba con los siete colores del arco iris.
- ¡Maldito Fortuny!-
comentó Erika, frunciendo el ceño- ¡si lo tuviera delante le daría su merecido!
Jack entonces dijo,
pensativo:
- En cualquier caso,
sabemos dónde está la piedra angular…ahora sólo podemos pensar en cómo
conseguirla.
En ese momento intervino
Cristal con otra de sus grandes ideas, mientras se le formaba una sonrisa
pícara en el rostro:
- A mí se me ocurre una
forma…
Rex pareció adivinar sus
intenciones:
- ¿No estarás pensando
en que lo robemos, verdad?
La princesa sonrío,
dejando claro su plan:
- Visto lo que les hizo
a Rex y a Eduardo, no veo otra forma de conseguirla.
- Odio admitirlo, pero
creo que tiene razón…- dijo Jack, pensativo- estamos en un lugar corrupto lleno
de ambición y egoísmo…seguro que hay más de una trampa en estos juegos de Gold
Saucer, todo sea por ganar dinero y bienes económicos…- y luego añadió- además,
no creo que Fortuny acepte a negociar con nosotros.
El resto de los miembros
del grupo calló, atentos a las palabras del mago. Sabían que tenía razón, pues
ya habían visto demasiado con sólo estar un día en el parque. Fortuny, al igual
que los que trabajan ahí, son personas corrompidas por el egoísmo y la materialidad.
No sería fácil conseguir el objeto por las buenas:
- Si a alguien se le
ocurre una idea mejor, que la diga ahora- dijo Jack.
Tras un largo silencio
sin respuesta, Marina finalmente levantó la mano diciendo:
- Será la primera vez
que robe algo, pero saber que es por una buena causa me tranquiliza. Voto por
la idea de Jack.
Y así, poco a poco, los
demás levantaron la mano. Viendo que nadie se oponía a la idea, Jack asintió
con la cabeza, y afirmó seriamente:
- Bien, pero tendrá que
ser esta noche.
- ¿¡Qué!?- preguntó
Eduardo, perplejo- ¿¡Tan pronto!?
- No podemos perder
tiempo. Ludmort está cada día más cerca de nosotros, y con él nuestra muerte- dijo
Jack, sin vacilar-tenemos que llevarla al templo sagrado cuanto antes.
- Vale, pero… ¿cuál es
el plan?- preguntó Rex.
- Formaremos dos grupos;
uno se encargará de distraer a Fortuny mientras el otro coge el objeto- explicó
el mago- cuando tengamos la piedra angular, salimos pitando de Gold Saucer.
- ¿Los grupos?- preguntó
Eduardo, confuso.
La maga se puso al lado
de Jack, y él prosiguió con las indicaciones del plan:
- Marina y yo
intentaremos distraer a Fortuny de alguna manera, y somos el primer grupo.
- ¿Pero cómo pensáis
llamar la atención de Fortuny?- indagó Erika.
- Ya pensaremos en algo-
respondió Marina- no será tan difícil llamar la atención de un millonario si se
trata de dinero.
Volviendo al tema
principal, Rex retomó la cuestión importante:
- ¿Y quiénes formarán el
segundo grupo?
Jack se quedó pensativo
durante unos segundos, pensando en los integrantes del otro grupo. Finalmente
respondió:
- Cristal y Rex,
vosotros os encargaréis de coger la piedra.
- Una pregunta- saltó el
perro- seguro que esa sala estará bien protegida con todo tipo de trampas,
¿Cómo vamos a coger la piedra angular?
En ese momento saltó la
princesa, con una gran sonrisa eufórica. Comentó con un leve tono de
arrogancia:
- ¡Qué pregunta más
tonta!- exclamó la chica con coletas- ¡por si no lo sabiáis, en este equipo se
encuentra la mejor y más experimentada ladrona de toda Limaria! ¡No hay
secretos para mí en lo que se refiere al robo!
- Por eso mismo Cristal
está en el segundo grupo- añadió Jack- su habilidad para robar cosas nos
resulta muy útil en este tipo de situaciones.
La joven se dio cuenta
de algo, ya que ni su amigo ni ella formaban parte del plan. Enseguida Erika
preguntó:
- ¿Y nosotros, Jack?
¿Qué haremos Edu y yo?
- Vosotros os quedaréis
aquí, no podemos permitir que corráis peligro- dijo seriamente el mago y sin
vacilaciones- necesitamos a los elegidos con vida. Tranquilos, recibiréis una
señal de aviso para la huida.
- ¡No es justo!- se
quejó Erika, frunciendo el ceño- ¡nosotros también queremos ayudar!
- Y lo haréis si vencéis
a Ludmort- replicó Jack- y para eso os necesitamos vivos.
- ¡Pero…!
- ¡Nada de peros, Erika!-
cortó el mago, casi a gritos- ¡Ya basta!
A juzgar por la
expresión dura y sin vacilar de Jack, ambos entendieron que iba muy en serio.
Tardaron varios segundos de tensión hasta que los dos jóvenes no tuvieron más
remedio que aceptar, y tras un suspiro de derrota, dijeron:
- Está bien.
Jack y los demás se
fueron al cabo de un rato, no sin antes prepararlo todo y organizarse bien para
la peligrosa misión que iban a emprender. Sabían que podía caerles una buena
por intentar robar en Gold Saucer, pero aún así debían intentarlo. Ya conocían
lo que les pasaba a los que robaban en el parque. Los encerraban un tiempo en
los calabozos del parque, y a cambio los liberaban si aportaban una cantidad
desmesurada de platines.
Comparado con Gold
Saucer, el futuro del mundo era muchísimo más importante que un parque de
atracciones. Tenían la obligación de actuar a pesar de los obstáculos, aunque
eso incluyera saltarse las normas y leyes de los lugares en los que se
encontraran.
Había pasado media hora.
Eduardo se encontraba sólo en la habitación, ya que Erika había salido.
Suspiraba aburrido mientras miraba por la ventana el panorama de Gold Saucer,
que ofrecía un espectáculo de luces multicolores. Más allá, a lo lejos, se
dibujaban las siluetas oscuras de las montañas en el horizonte. El cielo
nocturno estaba inundado por millones de estrellas. Entre ellas, un gran
círculo rojo destacaba, y el chico conocía de sobra lo que era aquello:
Ludmort.
No dejaba de pensar en
lo que les había dicho Jack. Tenía razón en cuanto que debían protegerlos a
Erika y a él, pues eran sus guardianes, los que según Mirto, protegían a los
elegidos. Sin embargo, tampoco podían dejarlos fuera de todas las misiones que
hacían. Los apartaban y hacían sentirse más inútiles, cosa que no soportaba el
chico.
Sabía que Jack no se los
decía por maldad, sino todo lo contrario. Lo hacía por su bien, para
protegerlos, pero aún así seguía sin estar de acuerdo. Después de pensarlo,
tenía claro que algún día convencería al mago, y si hacía falta, desobedecería
sus órdenes. Quería demostrarle a Jack que podían ayudar, que no eran sólo unos
elegidos con una única misión, que podían luchar junto a ellos en las buenas y
en las malas.
Unos toques en la puerta
despertaron a Eduardo de sus pensamientos. Se giró y sorprendió mientras Erika
entraba en la habitación. Con una sonrisa jovial, ella se acercó a él diciendo:
- Hace una bonita noche
para salir.
Eduardo la miró confuso,
como si no hubiera entendido ni una sola palabra. Entonces la chica lo agarró
del brazo y tiró de él hacia la puerta:
- ¡Vamos a dar una
vuelta!
- ¿¡Estás loca!?-
reaccionó el joven- ¡Jack dijo que debíamos quedarnos aquí!
- ¡Ah, vamos!- insistió
Erika tirando de él, mientras sonreía- ¡sólo será un momento, no tardaremos
mucho!
Después de intentar
razonar con ella, sin resultados, finalmente Eduardo no tuvo más remedio que
dejarse llevar, y ambos salieron de la habitación. Cuando su amiga se ponía de
aquella forma solía ser bastante cabezota, y si no había una buena razón para
no hacerlo, ella no se rendía. El chico la conocía bien, y supo que aunque se
resistiera no conseguiría detenerla:
“Bueno, supongo que por
un rato no pasará nada”- pensó el joven para sí- “Estaremos de vuelta antes de
la señal de huida”
Tras recorrer todo el
parque, y teniendo vistas todas las atracciones, acabaron yendo a una a la que
no habían visitado ese día. La idea de Erika de ir al teatro Gold Saucer
sorprendió al chico, ya que aunque la había visto durante su trayecto con Rex
por el parque horas antes, nunca se paró a fijarse en las obras que
representaban en él. Estaba situado en la octava rama, muy arriba en el árbol.
La experiencia que vivió en aquel teatro fue algo mágico que Eduardo nunca
lograría olvidar en su vida.
Empezaron por sentarse
en los bancos para el público, junto con los demás espectadores. Entre los
diversos temas que se representaban ahí, como terror, comedia, acción, drama,
etc. aquella noche el director eligió de tema el amor. Se trataba de una obra
de teatro romántica infantil en la que, como siempre, el amor salía victorioso.
Por supuesto, la mayoría
del público allí presente eran parejas felices, abrazadas, acurrucadas y
disfrutando de su romance perfecto. Aquello le hacía sentirse incómodo a
Eduardo, cuya única compañía era Erika a su lado, y claramente no eran más que
amigos. Se preguntaba si ella había visto las muchas parejas que estaban allí,
y de si aquello la incomodaba. Aparentemente se veía tranquila en su asiento,
sin indicios de nerviosismo, y atendiendo con una sonrisa a la obra, mientras
soltaba pequeñas risitas de vez en cuando por alguna torpeza de los actores en
el escenario.
En un momento dado de la
obra, un hombre disfrazado de lo que parecía ser un duende, salió de un extremo
y se colocó a un lado del escenario. Anunció en voz alta y dijo claramente:
- ¡Para la siguiente
escena necesitamos dos voluntarios, un chico y una chica para ser exactos!
Dos grandes focos de luz
iluminaron el escenario, y luego se dirigieron por entre el público sin detenerse.
Eduardo sabía lo que aquello significaba: salir ahí y actuar delante de todas
aquellas personas. Era demasiado tímido como para actuar en un escenario. Nunca
se le había dado bien el teatro, ni siquiera en las obras que representaba en
el colegio de pequeño. Deseó enormemente que no les tocara a ellos, y cerró los
ojos buscando alguna forma de camuflarse, aunque supiera que eso no le serviría
de nada:
“Bueno, tampoco es para
tanto”- pensó el chico en su mente- “Hay otros muchos aquí mirando la obra.
Seguro que les toca a dos de la última fila, como de costumbre”- y después
añadió, para darse más calma- “Sí…seguro”
Sin embargo, lejos de lo
que esperaba, tenía la extraña sensación de que lo estaban observando. Comprobó
sus sospechas cuando el duende dijo alegremente con una sonrisa:
- ¡Ahí!- señaló- ¡esa
joven pareja de la primera fila!
Los focos de luz
iluminaron a Eduardo y Erika, y el joven abrió los ojos de golpe. No se creyó
de verdad que ellos habían sido los elegidos hasta que su amiga lo cogió del
brazo y lo levantó del asiento, eufórica. Al chico le pareció increíble que de
las muchas parejas que había entre el público, el duende se fijara precisamente
en ellos. Debió de advertir la timidez del joven y, en contraste con él, la
gran alegría de su compañera. Formaban una pareja curiosa, y por eso seguro que
los eligieron a ellos. Seguro que los asientos de primera fila tampoco ayudaron
mucho, pues estaban a la completa vista del duende del escenario.
A su lado Erika parecía
feliz e ilusionada por salir al escenario. Imaginó que desde el principio quiso
salir a actuar, y no le extrañaba. Siempre en el colegio, y desde que tenía uso
de memoria, ella siempre se ofrecía voluntaria para casi todo tipo de tareas de
la clase. Erika era todo lo contrario a él, y muchas veces pensaba que eran
completamente diferentes. Sus distintas personalidades le hacían preguntarse al
chico muchas veces por qué le gustaba su amiga, si no pegaban ni se
complementaban el uno al otro.
Eduardo trataba de
fingir tranquilidad mientras ambos subían al escenario, aunque en su interior
temblaba como un flan. Recibían cientos de aplausos y el chico se ruborizaba
sin control. Ahora tenían frente a ellos a más de cincuenta espectadores, por
lo menos. El monitor disfrazado les explicó en voz baja sus papeles:
- Bien chicos, en la
siguiente escena un dragón malvado secuestrará a la princesa. Entonces el
príncipe luchará con el dragón y salvará a su querida amada, ¿fácil, no?
Los dos jóvenes
asintieron con la cabeza, y aquella vez Eduardo no pudo evitar temblar.
El duende monitor,
mirando a Erika, le dijo:
- Obviamente tú serás la
princesa, y él el príncipe.
Luego todo fue muy
rápido. Los ayudantes se encargaron rápidamente de los preparativos para la
siguiente escena, y los actores se colocaron en sus puestos. En menos de un
minuto se levantó el telón, dejando a Erika presa de otro actor que la agarraba
del brazo, disfrazado de dragón:
- ¡Socorro, que alguien
me ayude!- gritaba Erika, interpretando su papel.
Mientras tanto, el
narrador contaba los sucesos, de la forma más dramática posible:
- ¡Oh, no, la princesa
Aurora ha sido secuestrada por un feroz y malvado dragón! ¿Quién la salvará?
De repente se oye un
extraño ruido producido por los equipos de sonido. La tensión y la intriga invaden
el escenario, y el narrador continúa:
- ¿Qué es lo que oigo?
¡Pero si es…!
En ese momento aparece
Eduardo al otro lado del escenario, con una espada de plástico inofensiva en
sus manos, y temblando como una hoja. Trató de mantenerse firme todo lo que podía,
pero no lograba disimular su nerviosismo frente al público:
- ¡Su…suéltala…ahora
mismo!- pronunciaba el chico, con un hilo de voz en sus palabras, y
completamente nervioso- ¡malvado dragón!
El actor disfrazado
soltó a Erika a un lado, y se preparó para el ataque. Eduardo tragó saliva, y
lentamente se puso en guardia:
“¡Sólo es una actuación,
sólo es eso…una actuación!”- pensaba, nervioso- “¡Eso es…no soy yo…sólo estoy
actuando!”
Con esa idea en la
cabeza, el chico no se lo pensó más. Aquello no era real, sino una obra de
teatro. Nadie lo recordaría y seguramente tampoco se acordarían de él pasada
aquella noche. Corrió dispuesto a luchar contra su oponente en el escenario, y
en el último momento, el joven le asestó una inofensiva estocada. Fingiendo su
muerte, el actor disfrazado cayó al suelo, vencido.
Eduardo y Erika se
quedaron parados unos segundos, al no recibir más instrucciones. Se suponía que
con eso habían terminado la representación, y esperaron que bajara el telón.
Sin embargo, no lo hizo. El duende detrás del telón les indicó con gestos que
se abrazaran, y ambos tardaron un poco en reaccionar.
Viendo que Eduardo no
había pillado la última petición, Erika corrió hacia él y lo abrazó con fuerza,
para sorpresa del chico. Perplejo, oyó decir a la joven:
- ¡Gracias, príncipe
Alfredo…eres mi héroe!
Aquellas últimas
palabras sorprendieron al chico, y le recordaron el momento en que ella lo
abrazó también en el Cañón Cosmo. Podía sentir la calidez de la chica pegada a
su cuerpo, y sintió que Erika lo abrazaba con fuerza y ternura. Ella se
aferraba al joven sin dudarlo, y aunque Eduardo no pudiera verle el rostro,
creyó que sonreía. Colorado y ruborizado por aquella situación, el chico tardó unos segundos en reaccionar. Movió poco a poco los brazos, y rodeó a su amiga hasta abrazarla,
también con la misma calidez y dulzura que ella le correspondía.
De esa forma, fue
entonces cuando bajó el telón entre cientos de aplausos y vítores del público,
dando por finalizada la obra mientras el narrador concluía la historia:
- ¡Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado!
Tras actuar en el
teatro, los dos jóvenes decidieron ir a la noria, situada en la décima rama, y
que coronaba la cima de Gold Saucer. Las vistas desde allí eran preciosas,
mucho más de lo que Eduardo imaginaba. Parecían estar en la cima del mundo, a
punto de tocar el cielo nocturno rodeado de un mágico manto de estrellas. La
luna y la vía láctea estaban justo encima de ellos, observándolos e
iluminándolos con su luz:
- Qué hermosa noche
¿verdad?- comentaba Erika mirando el cielo infinito.
- Sí…- respondió el
chico, también observando las estrellas junto a ella.
Estaba nervioso, y un
poco colorado por estar tan cerca de su amiga. Temblaba, pero hacía todo lo
posible para evitar que se notara. Había pasado mucho desde la última vez que
estaban solos, y él asimiló hace tiempo que podía estar tranquilo junto a ella
y el resto del grupo, pero aún no completamente solos.
Erika volvió a hablar,
tranquila y serena, con una sonrisa:
- Gracias por salvarme
la vida…otra vez.
- ¿Qué?- preguntó Eduardo,
sorprendido.
El joven despertó de sus
pensamientos y tardó un poco en darse cuenta de a qué se refería Erika hasta
que le dijo:
- En cierto modo hoy lo
has hecho- sonrió ella- me salvaste de un dragón.
Por fin Eduardo entendió
sus palabras, y aunque se sorprendió bastante, trató de pronunciar mostrando el
menor nerviosismo posible:
- Erika, sólo era una
obra de teatro.
- Lo sé, pero me hubiera
hecho ilusión que en vez de un actor disfrazado hubiera sido un dragón
auténtico…así podrías haberme salvado de verdad.
Los dos rieron, el
último comentario de la chica resultó muy gracioso. A Eduardo le sorprendía las
ideas que se le ocurrían a Erika. En ocasiones eran locas y absurdas, y en
otras geniales y fantásticas. Era lo que tenía ser una chica alegre, extrovertida,
simpática, amable y divertida, además de impredecible. Probablemente eso fuera
lo que al joven le gustaba más de ella, y que le parecía absolutamente increíble.
De repente el silencio
hizo acto de presencia, y por unos segundos los dos no supieron qué decir.
Erika miró al chico a los ojos, y él le devolvió la mirada:
- Ahora que lo pienso…
¿te acuerdas de aquella noche, a las afueras de Mugget, cuando rescatamos a
Marina del laboratorio? ¿Cuándo caíste al suelo y te ayudé a levantarte?
- Sí.
- Recuerdo que en cierto
momento intentaste decirme algo, pero Jack me llamó y volví con los demás… ¿Qué
querías decirme?
Entonces Eduardo lo
recordó todo. En aquel momento, antes de que llegara Jack para irrumpirlos, iba
a decírselo todo. Pensaba confesarle sus sentimientos por ella, lo que había
estado ocultando durante toda su vida. Se puso más colorado todavía, y con la
cara pálida y perpleja. Comenzó a hablar diciendo:
- Yo…
- ¿Sí?- preguntó ella,
sin apartar la mirada de sus ojos.
Sorprendentemente el
chico se dio cuenta de que no era el único ruborizado. Eduardo no podía
pronunciar palabra. Miraba a Erika completamente ido. Estaba colorado y
completamente nervioso. Sentía que su corazón latía a mil por hora y esta vez
no podía evitar temblar.
Se moría de ganas por
decirle lo mucho que la quería, por decirle todo lo que sentía por ella, por decirle
lo mucho que le importaba. Era la ocasión perfecta. Ambos se encontraban en la
cima del mundo, y nadie podía intervenir. Si lo que había estado buscando era
la oportunidad, aquel era el momento esperado. Sabía que difícilmente podría volver
a coincidir con ella, podría tardar mucho tiempo en estar a solas con la chica
de sus sueños. Tan sólo la presencia de la luna y las estrellas podían verlos,
y serían los únicos testigos de aquel momento mágico para ambos jóvenes.
Entonces Eduardo sintió
la cálida mano de Erika, que acariciaba la suya mientras sonreía. La seguridad
y el apoyo que le trasmitía la chica hicieron que a Eduardo se le quitaran sus miedos y dudas, y
finalmente hablara:
- Yo…quería darte las
gracias…por todo lo que has hecho por mí.
El rostro de Erika dejó
de brillar de repente, y se apagó con desilusión. Parecía decepcionada, y soltó
la mano de su amigo con delicadeza:
- De nada, Edu…- dijo,
tras un suspiro.
El chico se arrepintió
de no haberle dicho lo que de verdad quería decirle. Algo en su interior le
había hecho decir aquellas palabras inconscientemente, fuera de las intenciones
de su corazón. Supo que había roto el momento mágico en la noria y ambos
continuaron en silencio sin mirarse, deprimidos, hasta que la atracción llegó a
su fin.
Al bajar de la noria y
de vuelta al hotel, los jóvenes se encontraron con el señor Fortuny, acompañado
de su escolta personal de guardaespaldas. Parecía furioso y lleno de rabia. Fue
entonces cuando ambos recordaron, perplejos, que se habían olvidado de la señal
de huida. Permanecieron fuera del hotel y pasaron por alto las advertencias de
Jack:
- ¡¡Son ellos!!- señaló
Fortuny, gritando- ¡¡ellos son los que me robaron el diamante arco iris…cogedlos!!-
ordenó.
Aunque lograron correr
un poco, enseguida la escolta se lanzó encima de Eduardo y Erika, y los apresaron
a pesar de su resistencia:
- ¡¡Soltadnos!!- gritaba
Erika, furiosa- ¡¡soltadnos ahora mismo, malditos!!
Era inútil. Los
guardianes del millonario eran demasiado grandes y anchos para compararse con
la fuerza física de los jóvenes. Aunque trataron de librarse de sus anchos brazos,
no eran lo bastante fuertes.
Tardaron varios minutos
en conducirlos a los confines bajo tierra del parque temático, a los calabozos donde
encerraban a los revolucionarios, a las celdas de Gold Saucer. Allí también se
sorprendieron y palidecieron al comprobar que estaban Jack y los demás, y los
encerraron junto a sus amigos en la misma celda. Estaban atrapados.
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