Capítulo
XXIII
AIRDREVE,
LA CIUDAD DE ALTOS VUELOS
El grupo de aventuras continuaba su
camino rumbo al norte. Su nuevo objetivo era llegar a la región fría de
Limaria, el continente norte, y alcanzar la cima de la montaña helada de
Conaga. Allí les esperaba Helio, e imaginaban que probablemente tendrían que
enfrentarse a él, que su enemigo no les dejaría sin más el objeto que buscaban.
Siendo un miembro de la organización Muerte, sabían que el combate por la
piedra angular no sería nada fácil.
Durante el recorrido por los sendos
caminos de pradera, varios estruendos repentinos llamaron la atención del
grupo. Aquellos sonidos los habían escuchado desde kilómetros más atrás, pero a
medida que se iban acercando, resonaban con más fuerza e intensidad. Eduardo
conocía de sobra aquel sonido de motores y hélices, tantas veces oído en La
Tierra, y que parecía no sufrir ningún cambio en el mundo de Limaria.
Al levantar la vista al cielo,
observaron sorprendidos todo un escuadrón de pequeños aviones sobrevolando a
kilómetros de altura sobre sus cabezas. Tras ellos, los seguía un enorme Boeing
747 moderno, lleno de pasajeros. Su gran sombra
encima de ellos y la sensación de asombro los dejaron con la boca
abierta.
Corrieron hasta la cima de la colina
en la que se encontraban, y se sorprendieron al contemplar a lo lejos una
pequeña ciudad situada cerca de la costa, junto a una larga pista de aterrizaje.
Parecía ser un aeropuerto, pues tenía la pista para despegues y aterrizajes,
las pistas de carretero, los hangares y las zonas de aparcamiento de aviones.
También contaba con una torre de control, un aeródromo, la terminal de
pasajeros, y las zonas de comercio y servicio.
- ¿Qué es eso, Jack?- preguntó Marina,
asombrada.
El mago le echó un vistazo rápido al
mapa del mundo que siempre llevaba encima. No tardó en encontrar lo que
buscaba:
- Según el mapa, es Airdreve, la
ciudad de los aviones. Está bastante claro por qué le pusieron ese nombre-
comentó Jack- también es una de las ciudades de Limaria que se encarga de
formar pilotos y de construir aeronaves. Se puede decir que el oficio
tradicional y profesional de este lugar es la aviación.
Al oír aquello se dibujó una sonrisa
pícara en el rostro de Cristal. Como de costumbre, a la chica con coletas se le
ocurrió otra de sus geniales ideas:
- ¡Ya está, gente!- exclamó la
princesa- ¡tengo la solución a todos nuestros problemas!
Los demás la miraron, con un brillo
desconcertante en sus ojos:
- ¿Ah, sí? ¿Y cuál es?- preguntó Jack.
- Podemos usar un avión para volar
directamente a la montaña de Conaga- explicó Cristal- además, se encuentra al
otro lado del gran charco, y por mar tardaremos mucho más tiempo.
- ¡Qué buena idea!- exclamó Marina-
¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
- Hay un pequeño problema…-
interrumpió Rex- ¿alguien de aquí se ha preguntado si alguno de nosotros sabe
pilotar un avión?
El perro dio en el clavo con una
importante cuestión que hasta entonces los demás habían pasado por alto. De
repente hubo un incómodo silencio, que representó la clara respuesta a lo
evidente:
- Lo suponía…
- ¡Podemos apuntarnos en la escuela de
pilotos de Airdreve! ¡Así seríamos todos unos ases al mando de aeronaves!-
propuso Erika, con una sonrisa jovial- ¿qué os parece? ¿A qué no es mala idea?
Jack enseguida le recordó un factor
importante:
- No es mala idea…pero te olvidas de
que Ludmort se acerca cada vez más a nosotros, y no nos dejará una pausa para
aprender a volar…además, teniendo en cuenta que somos 5 los que podemos
pilotar, ello supone una gran inversión de dinero.
Los demás escuchaban con atención la
reflexión de Jack. Podían apuntarse perfectamente a la escuela de pilotos
gracias a la gran suma de platines que había conseguido Cristal apostando en
las carreras de dragones. Sin embargo, eso no era lo que más les preocupaba:
- Aunque lo mejor sería que uno de
nosotros aprendiera a hacerlo, eso significa pasar meses estudiando ingeniería
aérea. Sabiendo que estamos a menos de nueve meses del fin del mundo, no
tenemos tiempo que perder estudiando libros de aviones.
El mago tenía razón, y sus compañeros
lo sabían. De nada serviría entonces comprar una aeronave que los llevara al
continente norte. Cuando parecía que se habían agotado las ideas, el rostro de
Eduardo brilló con una nueva propuesta:
- ¿Y si pedimos ayuda a un piloto?
¡Podríamos contratarle por una buena cantidad de dinero a cambio de que nos
llevara a la montaña Conaga!
Aquella opción resultó de mayor agrado
al resto de sus amigos, que sonrieron satisfechos mientras asentían con la
cabeza:
- Esa idea me gusta- comentó Rex-
parece más fácil.
- ¿Y a qué estamos esperando?- exclamó
Cristal, alejándose por el camino- ¡vamos, tortugas!
De esa forma, el grupo corrió detrás
de la princesa, camino de Airdreve. Sonreían pensando que allí encontrarían a
alguien dispuesto a llevarlos al continente norte, y gracias a sus treinta mil
platines, seguro que tenían un piloto asegurado.
Aparte de los frecuentes ruidos de
motores y hélices que se escuchaban por todo el lugar, la ciudad parecía
tranquila y pacífica. A pesar de los estruendosos sonidos de despegue y de
motores de las aeronaves, la gente de la ciudad actuaba con total normalidad en
su vida cotidiana, como si aquello fuera algo normal. Eduardo no entendía cómo
los habitantes de Airdreve podían convivir con semejante ruido durante casi las
veinticuatro horas del día. Él ya se ponía nervioso desde que se acercaron a la
ciudad, y le desquiciaba oír a cada cinco minutos los mismos ruidos de motores.
En algunas ocasiones incluso sentía una pequeña molestia en los oídos, bastante
incómoda. Veía a los aldeanos con grandes orejeras puestas, seguramente para
protegerse de quedarse sordos.
Sus calles, a diferencia de Nautigh,
eran aparentemente más normales. No estaban tan abarrotadas de gente,
seguramente porque aquel lugar no era un destino turístico atractivo como la
ciudad portuaria. Entre las razones por no considerarse de tal forma, Eduardo
intuyó una muy importante, y que oía a cada varios minutos. Desde luego, tenía
claro que no se iría a vivir a esa ciudad ni aunque le regalaran una casa en
ella.
Caminando por una de sus calles, el
grupo se fijó en un curioso puesto adornado con colores llamativos y que
resaltaba en toda la avenida. Se acercaron a la tienda y observaron con
sorpresa las ofertas baratas de pociones y éteres que ofrecían en el
escaparate. Registraron en ese momento las mochilas y se dieron cuenta de que
no les quedaban provisiones para los combates contra monstruos salvajes, de
modo que decidieron invertir un poco de sus ahorros en ello:
- Disculpe, señora- dijo Jack- ¿podría
dejarnos un par de pociones y éteres, por favor?
La mujer, una persona bastante mayor,
estaba de espaldas a ellos. Tardó un poco de darse cuenta de que tenía clientes
esperando en su tienda:
- ¡Oh, qué agradable sorpresa!-
exclamó la tendedera- ¡clientes!
La mujer pareció no oír las palabras
de Jack. El mago volvió a repetir:
- ¿Podría dejarnos unas cuantas
pociones y éteres, por favor?
La señora se llevó una mano a la
oreja, como si no le hubiera entendido. Preguntó, un tanto confusa:
- ¿¡Qué si tengo jabón para comer!?
¿¡Pero qué cosas dices, joven!?
- ¡No, necesitamos pociones y éteres
para el viaje!
- ¿¡Carne y pescado para meter en la
lavadora!?- repitió perpleja y confusa la tendedera- ¿¡a quién se le ocurre esa
barbaridad!?
- ¡Qué no, señora!- replicó Jack,
molesto y cada vez más alzando la voz- ¡provisiones para viajar hoy mismo!
- ¿¡Qué si quiero cenar con usted hoy
mismo!?- exclamó la anciana, ruborizada- ¿¡Cómo se atreve!? ¡¡Pero si estoy
casada!!
La charla sin aclaraciones continuó de
la misma forma durante unos minutos. Minutos que enfurecían al mago cada vez
más, y le hacían gritar en los últimos segundos. Por más que trataba de hacerle
entender a la señora lo que querían, ella preguntaba asombrada por otra cosa
que no tenía nada que ver con el tema. Los demás reían en voz baja al ver la
situación a espaldas de Jack, era imposible evitar no reírse.
Eduardo tardó en darse cuenta de lo
que le pasaba a aquella persona mayor. Al contrario que el resto de habitantes
de Airdreve, ella no llevaba las grandes orejeras puestas. Eso significaba que
seguramente llevaba toda su vida viviendo en aquella ciudad sin protección para
sus oídos. Como resultado a tantos años de oír durante todo el día los ruidos
de motores y despegues de aviones, era muy probable que se hubiera quedado
sorda. No resultaba algo increíble, teniendo en cuenta la contaminación
acústica de aquella ciudad, en la que era una tortura permanecer en ella.
Finalmente el joven les explicó a sus
amigos la situación, y acabaron entendiéndola. Tras señalar en el escaparate lo
que querían, la tendera asintió con la cabeza y sonrió mientras decía:
- ¡Ah, vale, con que pociones y
éteres!- exclamó riendo- ¿¡Por qué no lo habéis dicho antes!?
Aquel último comentario enfureció a
Jack, y estuvo a punto de decirle unas palabras a la anciana. Pero en ese
momento sus compañeros lo agarraron del brazo, alejándolo del puesto y evitando
montar un espectáculo. Después de pagarle la cantidad de platines a la persona
mayor, debían continuar con su búsqueda de encontrar a un piloto que aceptara a
llevarlos a su destino, en el continente norte.
Siguieron caminando por las calles de
Airdreve, aguantando el molesto y a aquellas alturas desagradable sonido de
aviones. Recorrieron varios hangares cercanos al aeropuerto de la ciudad,
preguntando por los mejores pilotos de la provincia. La mayoría accedía sin
problemas y con una sonrisa a la petición de transportar a los miembros del
grupo en una de sus aeronaves, sobretodo interesados por la gran suma de
platines que ofrecían. Sin embargo, al comentarles a los voluntarios el destino
de vuelo, curiosamente cambiaban de repente de expresión, adquiriendo sus
rostros un semblante pálido y con el miedo reflejado en la cara.
Así fueron el resto de peticiones con
los demás pilotos profesionales, que directamente negaban con la cabeza y
nerviosos rechazaban la oferta de Jack y los demás. Cuando trataban de
convencerles con una oferta mejor, éstos los ignoraban y hacían oídos sordos,
mientras corrían para alejarse de ellos como si fueran un peligro.
Ya por último, corrió la voz por todos
los hangares la noticia de que unos viajeros buscaban piloto para dirigirse a
la montaña de Conaga. A partir de entonces, los lugares cerraban rápidamente
sus puertas donde quiera que iban a su paso. Jack y los demás no podían creer
lo que veían. Los pilotos se alejaban de ellos a sus casas corriendo con miedo en sus caras y muchos se aislaban
en los propios hangares, pero de forma asombrosamente descarada.
Aunque tocaban las puertas para tratar
de comunicarse nuevamente con ellos, nadie respondía. Tras varios intentos
inútiles, finalmente el grupo se dio por vencido, y con un suspiro de derrota,
caminaron lentamente alejándose del centro de aviones, y de los pilotos
profesionales que buscaban.
Deprimidos y abatidos por no encontrar
a alguien que los llevara al continente norte, asimilaron la idea de que en esa
ciudad nadie se ofrecería voluntario para transportarlos hasta su objetivo. Era
bastante comprensible, pues los mitos y rumores que se oían de ese lugar eran
cierto debido a los hechos relacionados con la montaña helada, nadie había
vuelto con vida de ese lugar. Aunque seguía sin conocerse la verdadera causa de
tal fenómeno paranormal, ninguno se atrevía a descubrir lo que entrañaba tal
misterio, con tal de proteger sus vidas.
Continuaron caminando por las calles
de Airdreve, hasta que pasaron por delante de lo que parecía ser un centro
educativo, con una impresionante estatua dorada en el tejado con forma de avión
hipersónico. Seguramente debía de ser la escuela de aviación oficial de
Airdreve. El timbre del edificio que marcaba el final de la jornada escolar
sorprendió a los miembros del grupo, que dirigieron sus miradas al edificio.
En ese momento despertó en la memoria
de Eduardo los días en que iba al instituto, y oía el mismo timbre que señalaba
el cambio de hora para las clases. Echaba de menos aquellos días en los que
llevaba la vida de estudiante, en los que tenía que hacer los desagradables y
cansinos deberes de cada día, aunque no le gustara, y los recreos en los que
reía y vacilaba con sus amigos Lionel, Bruno, Laura y Mandy.
Hubo un tiempo en que odiaba la vida
de ser estudiante, pero desde aquel día en la excursión que llegó a Limaria y cambió
su vida para siempre, muchas veces deseaba volver atrás, a su instituto, a su
ciudad de origen, Eleanor. Al menos en aquella vida aburrida, no estaba en
peligro ni tenía una enorme responsabilidad, en la que estaba en juego la vida
de dos mundos. Era todo lo contrario a
Limaria, ya que en La Tierra era una persona completamente normal, sin otra
preocupación que la de su futuro profesional y laboral en la sociedad
democrática. Cada vez que pensaba en sus amigos y profesores, en su instituto y
su antigua vida de estudiante, le parecían lejanos recuerdos de hace muchos
años que no volvería a revivir nunca más.
El chico volvió a la realidad cuando
Rex avisó de la presencia de un numeroso grupo de personas saliendo por la
puerta principal del centro. Iban todos vestidos con el mismo uniforme y el
mismo escudo reluciendo en la ropa que el que tenía la fachada principal del
edificio. Las mochilas cargadas a sus espaldas y los libros en sus manos
confirmaban lo evidente. Se trataba de estudiantes saliendo de la jornada
escolar, y curiosamente eran todos chicos de la misma edad, rondando los veinte
años:
- ¿Por qué no veo a ninguna chica saliendo
de la escuela?- preguntó Erika, pensativa por ese detalle- ¿Será acaso un
colegio exclusivo para chicos?
En ese momento sus dudas se
dispersaron cuando vieron salir de entre el grupo de estudiantes a una chica de
la misma edad que sus compañeros. Era pelirroja y de ojos azules, que
contrarrestaban con el uniforme verde de la escuela de aviación de Airdreve.
La chica corrió alejándose de la
multitud, saliendo del grupo con los apuntes de clase en la mano. Un despiste
por su parte la hizo tropezar de frente con otro de sus compañeros, y ambos
cayeron al suelo de espaldas al igual que sus libros desperdigados a su
alrededor. El otro se levantó y no se molestó en ayudarla:
- ¿¡Otra vez tú!?- exclamó el chico,
molesto- ¿¡Cuándo dejarás de molestar!?
Ella levantó la vista al estudiante
rubio, acompañado de su séquito de seguidores. Él la miraba con aire de
superioridad mientras trataba de limpiarse el polvo de tierra que había
ensuciado su uniforme:
- ¡Howard!- dijo la chica, perpleja.
- ¡Siempre andas de por medio!-
comentó el estudiante, con arrogancia- ¿¡Por qué no te vas de este lugar y nos
dejas a todos en paz!?
Jack y los demás contemplaron la
escena con asombro y perplejidad. La chica recogía sus libros y apuntes
mientras el resto de sus compañeros la torturaban con insultos y se burlaban de
ella:
- ¡Eres una inútil!- comentaba uno-
¡no haces más que molestar!
- ¡Eso!- decía otro- ¡Lárgate de esta
escuela y vuelve a tus tareas del hogar!
Ella lo escuchaba todo con la cabeza
baja y los ojos cerrados, mientras apretaba los dientes. Howard dijo entonces
con una sonrisa burlona y en tono de arrogancia:
- ¡Los aviones son cosa de hombres…las
mujeres no tienen lugar en el mundo de la aviación!- exclamó con maldad- ¡Será
mejor que te olvides de esto que te propones, porque nunca lo conseguirás!
La chica estuvo a punto de levantarse
y salir corriendo. Quería gritar, tenía ganas de desaparecer y olvidar todo lo
que había pasado, no quería seguir sufriendo lo mismo cada día en aquel lugar.
Justo cuando iba a moverse, sintió una nueva presencia frente a ella, y unas
voces desconocidas le hicieron abrir los ojos:
- ¡Ya basta!- gritó Erika.
Asombrada y perpleja, la estudiante
observó con la boca abierta a las nuevas personas acompañadas de un perro, que
salieron en su defensa. Howard y su séquito de seguidores también se sorprendieron
con la aparición del grupo:
- ¿Qué es esto?- preguntó el
estudiante, riendo en tono malévolo- ¿ahora eres tan débil que necesitas a la
chusma para protegerte?
- ¿¡Por qué la torturas de esa
manera!?- intervino Jack- ¿¡Quién te crees que eres!?
Howard volvió a reír, como si aquella
pregunta le resultara tonta. Respondió con aire de superioridad:
- ¡Por favor! ¿No sabes con quién
estás hablando?- sonrió irónicamente- ¡Soy el hijo del jefe superior de
aviación de Airdreve…y del propio alcalde de este lugar! ¡Todos en esta ciudad
me conocen!
A juzgar por su actitud y movimientos,
además de su desagradable personalidad y el puesto privilegiado de su familia,
el grupo intuyó que se trataba de alguien con riqueza y poder económico:
- ¡Me importa una mierda quien seas!-
exclamó Erika, desafiante- ¡No tienes derecho a tratar a los demás como si
fueran basura!
El estudiante rico volvió a soltar una
carcajada burlona, y le respondió:
- ¿Basura, dices? ¡Pero si ni siquiera
llega a eso!- señaló a la chica pelirroja.
Él y sus compañeros comenzaron a
reírse descaradamente y sin piedad, mientras la estudiante del suelo bajaba la
cabeza, deprimida, y cerraba los ojos. Estuvo a punto de llorar, pero en ese
momento volvió a levantar la vista, y se sorprendió al ver aparecer en las
manos de la chica una misteriosa vara que nunca antes había visto en su vida.
Todos los presentes se sorprendieron
cuando Erika, enfurecida por el comentario del rubio, electrocutó sin dudarlo a
Howard con una pequeña descarga eléctrica de su arma sagrada. El ataque mágico
hizo gritar al estudiante y hacerlo caer de espaldas al suelo, frente a ella, completamente
erizado y soltando leves chispas eléctricas:
- ¡¡Howard!!- gritaron sus compañeros
de clase.
Intentaron ayudarle a levantarse, pero
éste negó su ayuda a gritos y empujones. Se levantó furioso, y en tono de
amenaza los miró a todos diciendo:
- ¡Esto no quedará así…nadie se ha
atrevido nunca a atacar al grandioso Howard!- exclamó, apretando los dientes-
¡Juro que lo pagaréis muy caro…os arrepentiréis de esto!
Y de esa forma, el estudiante rico
salió huyendo del lugar a toda prisa, seguido por sus otros, seguramente,
falsos amigos interesados en sus bienes materiales. Por supuesto, el chico
rubio no los esperó durante la huida.
Marina tendió la mano a la chica
pelirroja, que ya había terminado de recoger sus libros, y la ayudó a
levantarse. La estudiante, todavía asombrada por los hechos ocurridos, trataba
de asimilar la situación:
- ¿Estás bien?- le preguntó la maga,
amablemente.
La chica pelirroja se sacudió el polvo
de tierra que había ensuciado su uniforme. Sorprendida al ver a aquel extraño
grupo de personas y un perro, tardó un poco en responder:
- Sí…muchas gracias.
- ¿Le hemos dado su merecido a ese
charlatán presumido, eh?- sonrió Cristal.
- Lo que habéis hecho ha sido
increíble…- dijo la estudiante, perpleja- nunca antes nadie había hecho eso a
Howard.
- ¿Por qué?- preguntó Rex, confuso-
¿Es que todos le tienen miedo?
- No es eso…es que, al ser su padre el
alcalde de la ciudad, cualquiera que le hace algo malo, se lo dice a su viejo.
El alcalde de Airdreve tiene todo el derecho de multar a sus ciudadanos, y por
eso nadie trata de buscarse problemas ni con él ni con su hijo…- explicó la
chica pelirroja- además de eso, en la escuela es el que recibe las mejores
notas…seguramente porque es el heredero legítimo de la compañía de vuelos de su
padre.
- Ahora lo entiendo- comentó Jack,
pensativo- por eso se debe que tenga tantos seguidores.
La estudiante asintió con la cabeza.
En ese momento, la joven elegida se dio cuenta de que aún no se habían
presentado. Enseguida habló rápidamente diciendo con una sonrisa jovial:
- Me llamo Erika…- luego añadió
señalando a sus compañeros- y estos son mis amigos Jack, Marina, Rex, Cristal y
Edu.
Tras las presentaciones de todos los
miembros del grupo de aventuras, la joven volvió a dirigirse a la estudiante de
Airdreve:
- ¿Y tú, cómo te llamas?- preguntó sonriente.
La chica pelirroja sintió, de alguna
forma, que podía confiar en aquellas personas. La habían protegido del mayor
abusador de la ciudad, y las sonrisas del todos los miembros del grupo
desprendían calor y seguridad. Sonrió antes de responder:
- Me llamo Alana.
Como agradecimiento a su ayuda
prestada, la chica pelirroja los invitó a su casa, situada a las afueras de la
ciudad. Era un alivio comprobar que, al menos, las casas de Airdreve estaban
insonorizadas. Sería una tortura oír incluso en sueños los sonidos y ruidos de
motores y despegues de aviones, llevando a cualquiera a la falta de descanso y
por consiguiente a la locura.
La casa de Alana era de tamaño normal,
color exterior en tono amarillo claro y el tejado rojo. Tenía dos plantas y,
aunque no fuera muy grande, era perfecta para vivir una persona, incluso dos.
Detrás de ella tenía un enorme patio, con un pequeño hangar en el jardín.
Sentados en el salón, Alana los invitó
a beber algo, y del cansancio que tenían pidieron agua fresca. Tras el primer
trago, Rex comenzó diciendo:
- ¿Por qué vives aquí, tan lejos de la
ciudad?
- Porque no soporto ese maldito ruido
de motores. Hace ya bastante tiempo que me cansé de escucharlo, y probablemente
de vivir en pleno Airdreve ya estaría sorda…- explicó la pelirroja- por eso
prefiero más la tranquilidad de este lugar, aunque eso signifique levantarme
más temprano para ir a la escuela por las mañanas.
- ¿Y a la gente?- intervino Marina-
¿no les molesta ese ruido?
- El alcade ya ha tomado la decisión
de trasladar el aeropuerto de la ciudad a varios kilómetros al sur, para que
los habitantes de Airdreve puedan vivir tranquilos y sin contaminación acústica-
explicó la estudiante- sin embargo, hace poco que el proyecto se aprobó, de
modo que todavía tardarán varios años en construir otro aeropuerto fuera de
Airdreve.
- Entiendo…- comentó Jack, pensativo-
entonces aún seguirás un tiempo con la misma rutina ¿verdad?
Alana asintió con la cabeza. En ese
momento Eduardo recordó el incidente de antes con Howard, y con curiosidad le
preguntó a la chica:
- Esa escuela a la que vas… ¿por qué
sólo hay chicos?
La pelirroja suspiró, abatida. Dejó
unos segundos de silencio antes de responder:
- Es la única escuela de aviación que
hay en Airdreve y en el continente central, de ahí que decidiera instalarme en
esta ciudad…al ser tema de aviones y aeronaves, la gente tiene mentalizada que
esas cosas sólo las pueden estudiar los hombres…y las mujeres se quedan al margen
de todo.
Los demás escucharon, sorprendidos,
las palabras de Alana, que continuó diciendo:
- Es por eso mismo que me traten de
mala manera, no sólo en clase por mis compañeros y profesores, sino también en
la propia Airdreve por los vecinos…me miran con mala cara, como si lo que
estuviera haciendo fuera algo ridículo y absurdo, como si fuera rara…no tengo
muchos amigos en esta ciudad.
- ¡Eso es injusto!- exclamó Erika-
¡las mujeres también tenemos derecho a hacer y estudiar lo que nos dé la gana!
Eduardo comenzó a pensar. Las
desigualdades entre los géneros tampoco se habían resuelto por completo en
Limaria. En su mundo, en La Tierra, a pesar de los enormes pasos que había dado
la mujer por igualarse al hombre, aún quedaban muchísimos cambios para que
realmente eso sucediera. Desgraciadamente seguía habiendo injusticia en ese
aspecto, algo que al chico le parecía horrible por parte de la dominación
masculina. En ese sentido, ambos mundos compartían la misma situación:
- ¡Es por eso que mi mayor sueño es
convertirme algún día en una piloto oficial, y demostrarle a los demás que las
mujeres también podemos volar igual que los hombres!- pronunció Alana, firme y
decidida- ¡Por un mundo socialmente más justo e igualitario!
La seguridad, decisión y firmeza de la
aspirante a piloto deslumbraron a los miembros del grupo, que contemplaron
asombrados a la chica pelirroja. Alana sufría cada día los insultos y rechazos
de las personas que vivían en la comunidad, y a pesar de los obstáculos y
dificultades que su objetivo suponía, ella seguía adelante, dispuesta a
esforzarse a conseguir su sueño.
Todos la miraron, y enseguida una
bombilla se encendió en sus cabezas. Sonrieron al pensar en que encontraron lo
que tanto llevaban buscando desde que llegaron a la ciudad. Eduardo le
preguntó, con una sonrisa eufórica:
- ¿Sabes pilotar un avión?
- ¡Claro que sí!- respondió ella-
¡tantos años estudiando libros de
ingeniera aérea tienen que servir de algo…incluso tengo mi propio avión en el
jardín, guardado en el hangar!
Los rostros del mago y de los demás se
iluminaron aún más, era demasiado perfecto para ser verdad:
- ¿Y crees que podrías llevarnos a
cualquier sitio por los cielos?- inquirió Jack.
- ¡Faltaría más, os debo un favor por
lo de antes…además, ahora tocan mini-vacaciones en la escuela de una semana!-
sonrió la piloto, que luego añadió- ¿Y bien? ¿A dónde queréis que os lleve? ¿A
Gold Saucer? ¿Idnia? ¿Nautigh? ¿Alguna ciudad cercana?
El rostro sonriente de Alana cambió
radicalmente de expresión a sorpresa y terror cuando oyó decir a Cristal, con
una sonrisa de oreja a oreja:
- ¡Queremos ir a la montaña de Conaga!
- ¿¡Qué!?- exclamó la pelirroja,
horrorizada- ¿¡A la montaña de Conaga!? ¿¡Estáis locos o qué!?
- ¿¡Pero qué tiene ese lugar de peligroso!?-
preguntó Eduardo, confuso- ¿¡Por qué nadie quiere ir!?
- ¿¡Es qué no conocéis los mitos y
rumores que se dicen de ese lugar!? ¡Cualquiera con sentido lógico ni se
atrevería a acercarse a ese infierno frío!
En ese momento Jack le suplicó, tratando
de convencerla:
- ¡Por favor, nadie quiere llevarnos…tú
eres nuestra única esperanza!
- ¿¡Por qué…por qué queréis ir a ese
lugar!?- preguntó perpleja Alana- ¿¡Qué importante razón os lleva a ese sitio!?
El silencio hizo acto de presencia en
ese mismo instante. Debían revelar el secreto de los dos jóvenes, y aún no
sabían si podían confiar en la piloto que acababan de conocer. Después de
pensarlo durante unos segundos, y tras recordar la seguridad que transmitía la
pelirroja en su firme decisión, finalmente Erika empezó diciendo:
- Es cuestión de vida o muerte…
- ¿Qué quieres decir?- volvió a
repetir la pelirroja, confusa.
Los dos jóvenes se miraron a los ojos,
y asintieron con la cabeza. Tras eso, ambos estiraron los brazos, y en sus
manos aparecieron respectivamente la llave espada y la vara mágica. El rostro,
antes confuso de la piloto, ahora se tornó pálido. Con la boca abierta, la
pelirroja exclamó, casi sin palabras:
- ¿¡Pero qué…qué es…eso!?
Eduardo continuó hablando. A juzgar
por su cara y tono de voz, parecía no vacilar en sus palabras:
- Alana, nosotros…somos los elegidos
de la profecía.
La chica pelirroja contemplaba
asombrada las armas recién aparecidas en las manos de los dos jóvenes. Había
oído que dichas armas sagradas eran especiales, y sólo podían llevarlas sus
correspondientes portadores, nadie más podía controlarlas. Sin embargo, aquella
demostración de Eduardo y Erika podía ser cualquier cosa, quizá un truco barato
de magia. La piloto trató de mantener la calma:
- ¡Si esto se trata de una broma lo
habéis hecho bien, me lo he creído!- rió irónicamente Alana- ¡Es imposible que
unos críos como vosotros…!
Erika no estaba para bromas. Estaba
dispuesta a demostrarle que decía la verdad, y sabía cómo. Se acercó a la
piloto y le dijo:
- Compruébalo tú misma.
La joven le tendió a Alana la vara
mágica en su mano, y se alejó unos pasos. La pelirroja descubrió con cara
pálida cómo desaparecía el arma sagrada de su mano y reaparecía mágicamente en
las de Erika. Temblaba al comprobar que lo que decía la chica era verdad:
- No…no puede ser…esto…debe de ser…un
sueño…no es…verdad…
- Sí que lo es…- respondió Eduardo,
que luego añadió- ¿entiendes ahora por qué debemos ir a la montaña Conaga? No
es sólo por nosotros…el futuro del mundo, de Limaria, está en juego.
Necesitamos a alguien que nos lleve en avión, porque no tenemos mucho tiempo…y
tú eres la única esperanza que nos queda.
Alana tardó en responder. Trataba de
asimilar que los elegidos de la profecía eran dos niños aparentemente normales,
y que los tenía frente a ella. Nadie se imaginaba que fueran ellos, y
probablemente muy pocos conocían su verdadera identidad. Los miró de nuevo,
asombrada, y Marina le suplicó diciendo:
- Por favor…
Antes de responder, unos tremendos
golpes tocaron la puerta de la casa de Alana, sorprendiendo a todos. Se oía
movimiento fuera, acompañado de sirenas de policía. Segundos después, una voz
por megáfono retumbó en toda la casa, a pesar de estar insonorizada:
- ¡Se pide a la estudiante Alana que
salga inmediatamente sin oponer resistencia y nadie saldrá herido!- amenazó la
voz- ¡Repito, se pide a la estudiante Alana que salga inmediatamente sin oponer
resistencia y nadie saldrá herido!
Todos sabían lo que aquello
significaba, y entendieron la causa. Alana se asomó por la ventana, y palideció
al ver casi una docena de coches de policía aparcados delante de su casa, con
los guardias armados. Al no conocer la identidad de los viajeros que lo habían
atacado, seguramente Howard le había dicho a su padre que fue ella misma.
Estaban en apuros:
- ¡Joder!- exclamó Cristal, también al
mirar por la ventana- ¿¡Todo esto por una pequeña descarga al hijo del
alcalde!?
- Seguramente vendrán a multarme, o en
el peor de los casos…encerrarme en la cárcel de la ciudad- dijo la piloto, con
indiferencia- a saber por cuánto tiempo.
Jack enseguida se disculpó, al darse
cuenta de que habían llegado a aquella situación por lo que habían hecho antes:
- Lo siento, Alana…es culpa nuestra…no
debimos…
- No tenéis por qué disculparos- cortó
la piloto en seco- soy yo la que debo daros las gracias…por ayudarme…y darme la
oportunidad de cumplir mi sueño.
Las últimas palabras de la pelirroja
sorprendieron al grupo entero, que sorprendidos, observaron alucinados el cambio
de mirada que tenía ahora la piloto. Parecía firme y segura de sí misma. Enseguida
se apartó de la ventana y ando deprisa por toda la casa, recogiendo algunos
objetos de los muebles. Rex le preguntó, perplejo:
- ¿Qué haces, Alana?
- ¿No queréis ir al continente norte?-
preguntó ella, con una sonrisa.
Las caras de Jack y los demás
sonrieron de repente. No creían que por fin tuvieran ya un piloto que los
llevara a la montaña Conaga. Les resultaba difícil de creer, después de los
tantos rechazos que recibieron aquel día por parte de los pilotos
profesionales. Erika se dio cuenta de algo importante, y preguntó a su nueva
aliada:
- ¡Espera! ¿¡Y la policía!?
- ¡No estoy dispuesta a permanecer en
una celda mientras se acerca el fin del mundo…y menos si los elegidos dependen
de mí para cruzar a toda velocidad los cielos de Limaria!
- ¡Entonces…! ¿¡Nos vas a ayudar!?-
preguntó Eduardo, con una sonrisa radiante.
- ¡Claro que sí!- asintió Alana con
otra sonrisa- ¡tengo que devolveros el favor que me habéis hecho!
Tras equiparse con los objetos
necesarios, coger varias provisiones y agarrar unos pequeños palos azules con
esferas del mismo color en ambos extremos, la chica pelirroja indicó al grupo
que la siguieran rápidamente:
- ¡Vamos, al hangar del jardín!-
exclamó Alana- ¡nos alejaremos volando de Airdreve!
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