miércoles, 3 de junio de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 29)


Han pasado dos años desde aquel día en que nos graduamos de 4º ESO. El mismo en que terminamos la educación secundaria obligatoria y dejamos de ser prácticamente chiquillos de instituto, para pasar a convertirnos en adolescentes ya adultos. Si bien dos años en realidad es mucho tiempo, para mí personalmente sí que ha pasado volando, en un abrir y cerrar de ojos. Quizá se debe a la cantidad de trabajo y el enorme esfuerzo realizado, que me ha mantenido tan ocupado durante estos meses y apenas me ha permitido dedicar parte del ocio a mi tiempo libre.

Hoy por fin ha llegado el auténtico, el verdadero día en que nos graduamos como alumnos de último año de Bachillerato. Con esto concluimos nuestro período de estudios pos-obligatorios, de la misma forma que también terminamos nuestro paso por el instituto. Hoy definitivamente es el día en que nos convertimos en adultos plenos y decimos adiós a todos nuestros profesores, a todas nuestras profesoras, a todos los pasillos, a todas las clases, a la cancha, al pabellón, a todo lo que concierne la vida y auge del centro de educación secundaria.

El sentimiento y la emoción nos invade, igual que hace dos años. Pero esta vez con la diferencia de que será la última graduación que hagamos en el instituto. Todos lo sabemos y somos conscientes, igual que los profesores que nos saludan y nos felicitan, algunos de ellos tratando de ocultar las lágrimas que no pueden contener.

De ese modo me encuentro sentado en mi silla, rodeado una vez más por el resto de compañeras y compañeros de mi promoción, todos mirando al frente. Todos vamos bien vestidos y arreglados, además de guapos: chicos con traje y corbata, y chicas con bonitos vestidos de gala. Alrededor de nosotros los profesores y nuestros padres, que admiran con orgullo la graduación de sus hijas e hijos ya adultos, convertidos en hombres y mujeres de provecho.

El discurso por parte del director y la jefa de estudios, la entrega de diplomas, la música de fondo, los vítores, los aplausos, las felicitaciones, la emoción, el sentimiento de la despedida...todo me recuerda a hace dos años. Y mientras oigo mi nombre por los altavoces, me levanto, camino hasta la tarima y recojo mi diploma, no puedo evitar recordar en un breve flashback todos los recuerdos que he vivido en el instituto: desde mi inocente llegada como un niño a 1º de la ESO hasta culminar en este mismo momento en que me gradúo como un hombre de 2º de Bachillerato. Lo cierto es que me recuerda mucho a esa expresión que oigo en las películas, cuando alguien afirma ver pasar toda una vida en pocos segundos frente a sus ojos.

Así me lo dice mi tutora al oído, cuando me abraza tras el director y me susurra al oído diciendo "Has crecido, Eduardo. Ya eres todo un hombre". Luego, tras el aplauso de mis compañeros y compañeras y del resto de padres que me observan, bajo de nuevo sonriendo de la tarima, con una agradable sensación de alegría pero a la vez triste nostalgia. Porque siento que este es el final de una etapa.

Por supuesto Laura y Mandy también suben a la tarima y recogen sus diplomas, además de recibir aplausos y felicitaciones por parte del público en general. Las dos visten muy guapas y elegantes con sus vestidos de gala, y los tres nos abrazamos de alegría. No podemos creer que ya haya acabado todo.

La sensación de nostalgia se incrementa y hace mayor cuando, ya en el exterior y cada uno hablando con su familia y sacándose fotos, me encuentro con la que había sido mi tutora en infantil, cuando tenía nada más y nada menos que 5 años. Junto a ella también se encuentra Érika y otros cinco alumnos más: los mismos siete niños a los que dio clase hace más de 10 años, y todos ellos antiguos compañeros míos en el colegio. No resulta para nada sorprendente que la mujer se alegre de vernos ya crecidos, y enseguida oigo la voz de Érika llamándome para salir todos en una foto con ella.

De esa forma, colocado al lado de Érika y, por muy raro que parezca, sin ponerme nervioso, los siete nos ponemos para una foto especial, en cuyo centro se sitúa la misma mujer que nos dio clase cuando éramos pequeños. Al acabar ella misma sonríe de alegría y afirma diciendo "¡Aquí van mis siete estrellas!"


Durante la cena y la fiesta de esa noche, son varias las ocasiones en que me fijo en Érika. A pesar de estar bailando y hablando con mis amigos y amigas, por dentro no dejo de pensar en lo que hace bastante tiempo me he propuesto: decirle toda la verdad. Porque tal día como hoy es el ideal para confesar lo que siento por ella: es el final del instituto y nuestros caminos se separan. No corro el riesgo de seguir viéndola todos los días si me rechaza, de modo que en realidad no tengo nada que perder.

Sin embargo los últimos meses, y puede que quizá los dos últimos años de Bachillerato, me han mantenido tan alejado de ella que ahora dudo de la fidelidad de mis sentimientos. Lo noté antes cuando nos hicimos la foto con la tutora del colegio, y siento que por dentro ya no me pongo nervioso cuando ella está cerca. Mi corazón tampoco late de la misma forma que lo hacía antes, y en realidad no me importa demasiado lo que haga o no. A veces la ignoro inconscientemente, y creo que por eso mismo ya puedo afirmar lo evidente: que Érika ya ha dejado de gustarme.

Por eso mismo pasa la noche con total normalidad. Ella a su rollo, yo al mío y todos felices. Dudo mucho que merezca la pena decirle que estoy enamorado de ella cuando en realidad siento que no es así. Sería mentirle, y no solo a Érika sino también a mí mismo.

Sin embargo, por alguna razón aún siento un incómodo nudo en el estómago...

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