viernes, 10 de enero de 2014
Crónicas de un amor platónico (parte 2)
Desde aquel extraño y misterioso día del pasado, que me cambió por completo y del que me es imposible recordar, no dejo de pensar en Érika. Si hasta ese momento nunca antes me había fijado en ella, ¿por qué ahora sí? ¿Qué diferencia hay entre la chica de hasta hace nada a ahora? Se trata de algo que no consigo ni quizá logre comprender jamás. ¿Será éste ése tipo de amor del que hablan las películas? ¿El que narran los cuentos? Tengo la impresión de que sí, porque nunca antes había sentido esto por nadie fuera de mi familia, en toda mi vida.
Me considero un niño alegre y risueño. Tengo mis manías y mis defectos, como todo el mundo, y también tengo mis propios miedos. Lo que más me gusta, al igual que la mayoría de los niños, es jugar, ya sea en casa como fuera, corriendo hasta agotarnos. Lo más divertido de todo es que yo soy el que suele inventarse los juegos nuevos dentro de mi grupo de amigos, y también el que toma la iniciativa para probarlos e incluso ponerles nombre. Tengo mucha imaginación, y eso a mis amigos les encanta porque se divierten con mis ideas. También sé hacer reír a la gente de muchas formas, algunas gracias a mi torpeza. En ese sentido creo que soy el payaso gracioso del grupo.
Sin embargo, esa faceta de payaso la pierdo cuando estoy en clase, y me doy cuenta de que es cuando esa niña llamada Érika está cerca. Su mera presencia me invade y me encoge, como si me oprimiera. Pero no de miedo o terror, sino de nervios. Los nervios me controlan cuando ella está cerca, y por culpa de ése extraño tipo de amor me vuelvo más tímido e introvertido. Es una sensación incómoda, tanto que incluso me tiembla todo el cuerpo: desde la cabeza a los pies. No soy yo mismo estando Érika delante, y eso es algo que no me gusta. ¿Será esto parte del amor? ¡Ojalá pudiera encontrar el remedio para quitarme esta enfermedad!
Me paso las horas completas de clase mirándola, y cuando gira la cabeza o me observa le desvío la mirada hacia otro lado, deseando que no me haya visto observándola. Más de una vez me pilla haciéndolo, y entonces me pongo todavía más nervioso. ¿Habrá sospechado ya que no dejo de mirarla? Espero que no, porque también sé disimular y pasar de ella igual que del resto de la clase. La discreción se trata de otra de mis virtudes, y el pasar normal, neutro e inadvertido se me da bastante bien. En ocasiones me siento como una especie de ninja, oculto entre las sombras.
Érika es una niña alegre, jovial, abierta, extrovertida, risueña y responsable. Nunca falta un solo día al colegio, salvo cuando se pone enferma o tiene que ir al médico. Es tan responsable que casi todos los años sale elegida como delegada de la clase, aunque también he de admitir que en mi voto anónimo siempre aparece escrito su nombre. La veo muy capacitada para ocupar tal puesto, y creo que es la perfecta candidata para representarnos a todos los niños y niñas de la clase. No dudo en confiar en ella para que sea nuestra alma y voz grupal.
Me gusta mi grupo entero de la escuela, algunos más que otros, pero porque desde siempre hemos sido una clase muy unida. Durante los últimos años de nuestra estancia en el colegio nos unimos más que cuando éramos pequeños, ya que jugamos casi todos al mismo juego en los recreos: el pilla pilla. Se trata de una sensación muy confortante y acogedora el que todos los niños y niñas de una misma clase jueguen juntos en el patio del colegio. Mis amigos y yo también nos unimos a este juego grupal, y nos encanta. Yo no soy de los más rápidos y me pillan enseguida, pero al menos consigo pillar a alguno de vez en cuando. Me siento feliz por jugar con todos, y en especial con Érika.
Ella casi siempre está con sus mejores amigas, aunque también juega con otros niños ajenos a su grupo, ya sea al fútbol como al pilla pilla. Lo mejor de Érika es que se preocupa mucho por los demás, sin importar si sean de su grupo como cualquiera de la clase. Es muy atenta y dedicada, y nunca duda a la hora de ayudar a otra persona. También es sincera, y siempre dice lo que piensa sin callarlo. No reserva nada y se la reconoce como una de las niñas más habladoras de la clase. Algunas veces los maestros y las maestras la llaman la atención por hablar demasiado, pero a mí me agrada oír su voz.
Las pocas conversaciones que entablo con ella son: o para pedirle algo en clase o para decirle algo jugando en los recreos. La mayoría son breves saludos de paso, gestos de bienvenida o despedida acompañado de un "¡Hola Edu!" o un "¡Adiós Edu!" con una media sonrisa. Yo también la saludo con una sonrisa, pero no una sonrisa cualquiera. La saludo tímidamente con una sonrisa boba y enamorada, que me sale de forma inconsciente y que por dentro me hace parecer idiota. Por suerte soy discreto y logro disimularlo bien. Nadie a mí alrededor se da cuenta de mi hasta ahora mayor secreto, del que nadie sabe ni conocerá de momento.
He oído casos de amores platónicos: casos en los que una persona se enamora de otra durante mucho tiempo, y casos en los que ése mismo amor desaparece al poco tiempo, de manera fugaz. No sé cuánto tiempo dura aproximadamente un amor platónico, pero estoy deseando que el que yo siento ahora sea de los del segundo caso, y que pase rápido para olvidarme de Érika y vaciar mi mente de todo lo relacionado con ella. Intento pasar el tiempo haciendo otras cosas pero, aunque no paro de jugar en un sólo día, siempre acabo pensando en ella. ¡Esto del amor platónico es un rollo! ¡Me estoy adelantando a sentimientos que no corresponden con mi edad, y quiero centrarme en lo que le gusta hacer a un niño de verdad!
A decir verdad ni siquiera yo mismo sé por qué me enamoré de Érika, por qué mi corazón la eligió a ella. Tal vez fuera por su personalidad valiente y decidida, o por su increíble capacidad voluntaria de ayudar a los demás. En cualquier caso, como los corazones no hablan ni pueden pronunciar palabra, jamás sabré el motivo de este amor platónico.
Uno de los pocos recuerdos que conservo en mi memoria sobre Érika fue en los primeros años del colegio. Tendríamos seis o siete años cuando de repente ella se me acercó y me besó en la mejilla. Quizá fuera para felicitarme por mi cumpleaños, o para darme las gracias por algo. Lo único que recuerdo de ése momento es sencillamente el beso, porque fue algo que me sorprendió y dejó en blanco, y por supuesto aquel instante me hizo olvidar todo lo demás a mi alrededor.
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