Capítulo
XXII
PRIMER
PREMIO: LA LIBERTAD
En cuanto los jóvenes vieron a Jack y
compañía en la misma situación que ellos, palidecieron y exclamaron de
sorpresa. No entendían lo que estaba pasando:
- ¿¡Jack, qué hacéis vosotros aquí!?
El mago los miró, también sorprendido,
y luego preguntó enfadado:
- ¡Esa misma pregunta iba a hacer yo!
¿¡qué hacéis vosotros aquí!? ¿¡No deberíais estar en el hotel!?
Los dos bajaron la cabeza,
avergonzados. Habían desobedecido la orden de Jack, y probablemente gracias a eso
estaban en aquella celda, encerrados:
- Fuimos a dar una vuelta por el
parque…- explicó Erika- nos aburríamos en el hotel…no creíamos que pasara nada.
- ¡Pues mirad a lo que ha llegado
eso!- indicó Jack enfurecido a su alrededor- ¡ahora estamos todos atrapados!
¡Pensábamos pediros ayuda…antes de que os encerraran con nosotros!
Aquello sorprendió a ambos jóvenes,
que avergonzados por sus actos, bajaron la cabeza con pesar. Después de todo,
el mago sí los tenía en cuenta a la hora de llevar a cabo las misiones:
- Lo sentimos…
Sin embargo, las disculpas no
solucionarían el problema que tenían en aquellos momentos. Jack seguía enfadado
por la desobediencia de los jóvenes, y hacía falta mucho más que pedir perdón
para salir de su encierro. El mago suspiró derrotado mientras se llevaba una
mano a la cara, y a Eduardo le pareció que había calmado un poco su furia.
Recordó entonces el objetivo de todo lo planeado horas antes, y el chico
preguntó, a modo de romper el silencio:
- ¿Y la piedra angular? Supongo que la
habéis conseguido ¿verdad? ¿Dónde está?
A juzgar por sus malas caras, Eduardo
temió que el plan no saliera como estaba planeado. El silencio continuó,
presagiando lo desgraciadamente esperado:
- ¿Jack?- preguntó una vez más,
temiendo lo peor.
Deseaba que respondiera, que les
dijera que todo había salido bien, y que tenían el tan ansiado objeto en sus
manos. Sin embargo, sabía que de oír aquello, el mago estaría mintiendo no sólo
a los demás, sino a sí mismo. Y la situación no estaba precisamente como para tirar
cohetes.
La que respondió en su lugar fue
Marina, que tardó unos segundos en pronunciar. A ella y al resto de sus
compañeros se les veían abatidos y decepcionados, igual que su líder:
- No conseguimos la piedra.
Eduardo y Erika palidecieron de repente,
y exclamaron de sorpresa:
- ¿¡Qué!? ¿¡Pero qué ha pasado!?
- Alguien se nos adelantó y la robó
antes que nosotros- explicó Rex.
- ¡¡Espera, espera un momento!!-
intervino Erika, perpleja- ¿¡Cómo que la robaron antes que vosotros!? ¡¡No
entiendo nada, explicaos mejor!!
Hubo un nuevo silencio incómodo. Jack
prosiguió a relatar lo sucedido en la ausencia de los dos jóvenes:
- Al principio todo pareció ir bien.
Marina y yo conseguimos atraer la atención de Fortuny quemando una montaña de
billetes frente al despacho del dueño de Gold Saucer, y corrió detrás de
nosotros junto a su escolta.
Eduardo trataba de imaginarse la
escena, y no pudo evitar soltar una carcajada. Desde luego, debió de ser un
tremendo escándalo público para Fortuny y los trabajadores del parque, que
viven entre monedas y billetes. Se rió por dentro al pensar en la enfurecida
faceta del multimillonario siguiendo a los dos magos:
- ¿Y qué pasó después?- preguntó
Erika.
- Acabaron cogiéndonos cerca de la
gran sala redonda, de camino a la salida, y nos encerraron aquí abajo, según
él, por “degenerados quemafortuna”- explicó Marina.
- Pero ¿y Cristal y Rex?- preguntó la
chica- ¿no eran los encargados de coger la piedra en ese momento?
Fue en ese momento cuando habló la
princesa, frunciendo el ceño:
- Sí, pero en cuanto llegamos tras
pasar los límites de seguridad, vimos que no estaba la piedra en su sitio.
- ¿Y no pudo haberla cambiado de sitio
Fortuny?- comentó Eduardo, pensativo.
- No lo creo…respondió Rex, también
meditando sus palabras- la vitrina estaba rota, y el material que protegía la
piedra es demasiado caro. Dudo mucho que Fortuny rompiera el contenedor del
objeto sólo para cambiarlo de sitio, le costaría un dineral guardarlo en otro
igual.
- Allí nos tendieron la emboscada y
nos encerraron aquí con Jack y Marina, antes de que llegarais vosotros-
concluyó Cristal.
Aquello resultaba absurdo y poco
creíble para Eduardo, que no dejaba de hacerse preguntas en la cabeza. Aunque
la piedra angular fuera tan cara, a nadie con sentido común se le ocurría robar
el objeto sabiendo el nivel de seguridad que había en el parque. Podrían
condenar a prisión al acusado y a cambio de una desmesurada suma de dinero,
ofrecerle la libertad. Eso supone una esclavitud eterna para los que no pueden
pagarlo, y pasar el resto de su vida en el parque temático. Además de eso, a
los ojos de cualquier visitante normal de Gold Saucer, aquella piedra podría
ser una sortija barata con efectos de colores, con lo que muy pocos conocen el
secreto que esconde:
- ¡Maldita sea!- dijo Jack, apretando
los puños- ¿¡Quién pudo haberla robado!?
Definitivamente tenía que ser alguien
que conocía de sobra el poder de la piedra angular, y el chico tenía una
ligera, aunque quizá absurda idea, sobre el posible responsable del crimen. Quería
asegurarse y descartar tal posibilidad, por lo que Eduardo se dirigió al grupo
del robo y le preguntó:
- ¿Y cuándo llegasteis a la sala de
trofeos, la vitrina ya estaba rota?
Cristal y Rex empezaron a pensar,
tratando de recordar. Enseguida la chica con coletas dijo, pensativa:
- Ahora que lo dices…llegamos justo en
el momento en que se rompían los cristales, por lo que Rex y yo corrimos a la
escena del crimen.
- ¿Y no visteis al ladrón?- preguntó
Erika- ¡Tenía que estar allí en ese momento!
Se sorprendieron con la negación de la
princesa y el perro:
- No, allí no había nadie cuando
llegamos…y fue en ese momento cuando sonó la alarma y nos sorprendieron los
guardias de Fortuny.
- ¡Ah, vamos, tenéis que recordar
algo!- insistió la chica- ¡cualquier cosa…el criminal nunca deja la escena del
crimen sin rastros inmediatos!
Pasaron varios segundos hasta que la
bombilla de la cabeza de Cristal brilló. Enseguida comenzó a hablar deprisa,
sin parar y exclamando sorprendida:
- ¡¡Ya me acuerdo, estoy segura de que
vi una sombra!! ¡¡Sí, Sí…un manto negro en la parte superior de la sala,
saliendo por una de las ventanas!! ¡¡Aunque fue por unos segundos en medio de
la confusión de los guardias, vi al tipo de negro con pelo azul…y en su mano la
piedra!! ¡¡Sonrió con un escalofrío en mi espalda, me insultó con un gesto de
mano, me enseñó la lengua para burlarse de mí, luego se escabulló dejando la
escena del crimen, dio un salto en un agujero negro, y después…!!
Los demás la miraban perplejos, sin
comprender nada. Hablaba tan rápido que no se le entendían más de dos o tres
palabras seguidas. Jack la agarró de los hombros, furioso, y la sacudió
mientras decía:
- ¡¡Más despacio, idiota, que no se te
entiende nada!!
Cuando por fin la princesa pareció más
calmada, pronunció de forma más legible, con la mirada ida y los ojos dándole
vueltas:
- ¡Y el ladrón salió volando con un elefante
rosa y sus amigos los duendes, y juntos destruyeron Gold Saucer con un bazuca envuelto
en explosiones de flores bonitas!
Estaba claro que la princesa deliraba.
Su cabeza daba las mismas vueltas que sus ojos en continuos giros de
trescientos sesenta grados:
- ¡Jack, la estás mareando!- exclamó
Erika, cogiendo a su amiga y sentándola en el suelo con cuidado.
Cuando la chica con coletas se hubo
sentado de forma que no cayera, el resto trató de analizar las palabras que
había dicho la princesa. Por el momento no podían contar con ella porque estaba
demasiado mareada y trataba de recuperarse con la magia de Jack y Marina. Al
contrario que ella, Rex no recordaba nada de un sospechoso de negro, por lo que
el tipo del que hablaba Cristal era la única pista que tenían:
- Un tipo de negro, con pelo azul…-
comentó Marina, pensativa-...alguien que conozca el secreto de la piedra
angular… ¿quién podría…?
En ese momento los dos magos y jóvenes
se miraron, sorprendidos. Palidecieron y exclamaron los cuatro a la vez:
- ¡¡Helio!!
Tenía que ser él. La descripción que
aportó Cristal coincidía con el miembro de la organización Muerte, y conociendo
a los hombres de negro, no dudaron de que estaban al tanto de los poderes de
dicho objeto. Lo habrían robado para adelantarse a ellos y evitar de esa forma
que los elegidos escuchen las voces de los oráculos:
- ¡Mierda!- exclamó Jack, frustrado-
¿¡Adónde habrá ido ese desgraciado!?
En ese momento Rex se acordó de una
cosa, al mirar al suelo. Mostró un trozo de papel que cayó del bolsillo de la
princesa durante el forcejeo que la dejó mareada. Los demás también se dieron
cuenta de él:
- ¿Qué es eso?- preguntó Eduardo.
- Lo cogió Cristal antes de que nos
atraparan los guardias- respondió el perro- estaba junto a la vitrina rota…seguramente
se habrá olvidado de mencionarlo.
El can le dio el trozo de papel a
Jack, y éste lo desenvolvió rápidamente. Todos se sorprendieron al ver que
contenía un mensaje escrito, de forma anónima:
- “Os espero en la cima de la montaña
de Conaga. Si tanto apreciáis este mundo, tendréis que luchar por su
salvación.”- leyó Erika en voz alta.
Estaba claro que, a pesar de no llevar
firma, pertenecía a alguien que los conocía. No podía ser nadie más que la
organización Muerte, posiblemente a Helio, según la descripción de Cristal:
- La montaña helada de Conaga…- dijo
Jack, preocupado.
- ¿Qué pasa, Jack?- preguntó Marina,
al verle el semblante oscuro.
- Esa montaña es la más alta de toda
Limaria, situada en el continente norte. Muy poca gente sube allí, y los que se
aventuran en ella, no vuelven a bajar- explicó el mago- Nadie ha vuelto con
vida para contar lo que hay allá arriba .Su cima es el punto más cercano al
cielo que hay en este mundo.
Los demás le miraban, también con
miedo y preocupación:
- ¿Pero qué quiere hacer la
organización Muerte con la piedra angular allá arriba?- preguntó Rex.
- No lo sé…pero sea lo que sea, no es
nada bueno- respondió Jack- y lo peor de todo es que Ludmort está cada vez más
cerca de nosotros.
Erika ahogó un grito al asomarse por
la pequeña ventana de la celda y comprobar que el ser que amenazaba Limaria estaba
más cerca de ellos. Aunque no se notaba a primera vista, con fijarse bastaba
para ver que el pequeño punto rojo brillante del cielo se había vuelto un poco
más grande.
- ¿Y qué hacemos ahora?- preguntó
Eduardo, perplejo.
- Es evidente…- respondió el mago- ir
a recuperar la piedra angular.
- Pero… ese lugar es demasiado
peligroso- comentó Rex- ¿de verdad piensas ir allí arriba?
Sabían que la cita con sus enemigos en
la cima de la montaña de Conaga podría tratarse perfectamente de una trampa.
Estarían esperándolos para una especie de emboscada, ataque sorpresa o quién
sabía qué. En cualquier caso, lo que estaba claro es que no era nada bueno:
- Es la única pista que tenemos sobre
el paradero de la piedra angular, no la encontraremos en ningún otro sitio-
aclaró Jack seriamente- aunque sea una trampa de la organización Muerte, no
tenemos más opción que ir allí. Ni nosotros ni Limaria tiene tiempo que perder,
cada minuto es importante.
Luego se giró y caminó hasta los
barrotes, a los que se agarró con las dos manos mientras decía:
- Pero primero tenemos que salir de
aquí como sea…el futuro del mundo depende de nosotros.
Antes de que sus compañeros
pronunciaran palabra, unos pasos provenientes del pasillo llamaron su atención.
Se acercaron junto a Jack a los barrotes, y comprobaron sorprendidos que se
acercaba Fortuny, acompañado de sus guardaespaldas. Parecía satisfecho, pues
sonreía como si hubiera ganado una sus apuestas en los juegos del parque.
Cuando llegó a los barrotes frente a
ellos, cogió con una mano el cigarrillo que tenía en su boca, y les echó una
calada de humo en sus caras. Jack y los demás tosieron mientras el millonario
les hablaba:
- Ilusos, creíais que podríais escapar
del gran Fortuny…- soltó una carcajada burlona- ahora estáis encerrados en una
jaula como los animales que sois.
Mirando a Jack y Marina continuó:
- Unos por locos…degenerados quema
fortunas que no saben apreciar el auténtico valor del dinero, por encima de la
propia vida.
Luego a Cristal y Rex:
- Otros por ladrones…insensatos
rastreros que están tan desesperados por sobrevivir que no dudan en intentar
escapar de su propia mierda de vida.
Cuando miró a Eduardo y Erika su
rostro se tornó algo molesto:
- Y algunos por osar desafiar a
alguien superior…un ser que vale mucho más y está por encima de los sucios
mendigos que habitan en nuestra sociedad perfecta.
De repente, el millonario cambio
radicalmente de actitud, para sorpresa del grupo. En lugar de su sonrisa
burlona apareció un rostro salvaje y enfurecido, cegado por la codicia y la
ambición:
- ¡¡Sé que estáis todos
compinchados!!- gritó furioso Fortuny- ¿¡Dónde está mi diamante!?
- ¡No la tenemos!- respondió Jack
firmemente.
- ¡¡Mientes, la chica y el perro deben
de tenerla!!
En ese momento Cristal se despertó, al
oír la voz estruendosa del magnate. Mientras se levantaba y poco a poco
recuperaba el control de su cuerpo, oía al millonario hablar a gritos desagradables.
Sus amigos negaban una y otra vez lo evidente:
- ¡¡Malditos ladrones, devolvedme mi
diamante arco iris ahora mismo!!- repetía Fortuny con rabia y furia en sus
palabras- ¡¡u os juro que acabaréis todos muertos!!
En ese momento Cristal se recuperó
plenamente, e intervino con un leve tono de amenaza y el rostro enfurecido:
- ¡Mira, chulo con traje de marca y
corbata…nosotros no tenemos la piedra, y aunque la tuviéramos jamás te la
daríamos! ¿entiendes?
Aquella declaración y amenaza de la
chica con coletas fue la gota que colmó el vaso del magnate. En esa ocasión
perdió la paciencia, y gritó casi afónico:
- ¡¡Muy bien, vosotros lo habéis
querido…os encerraré aquí de por vida!! ¡¡Seréis mis prisioneros…y
permaneceréis en este lugar hasta que os pudráis de muerte!!
El grupo palideció al oír la sentencia
final de Fortuny. No podían creer que acabaran recibiendo el castigo por un
crimen que no cometieron, aunque en un principio pensaran hacerlo. El verdadero
ladrón se había adelantado a ellos en el robo del objeto, y debería ser él el
que recibiera su merecido. Sin embargo, ya habían comprobado que aunque
trataran de hablar con el dueño del parque, era imposible hacer entrar en razón
a Fortuny:
- ¡¡No puede hacernos esto!!- exclamó
Jack- ¡¡tenemos que salir de aquí!!
El magnate comenzó a alejarse por el
camino, más calmado, y sonrió malévolamente mientras decía:
- ¡Ya lo he hecho!- dijo Fortuny- ¡qué
os divirtáis en vuestra eterna prisión!
El grupo exclamaba y pedía a gritos al
hombre gordo una excepción, una reconsideración, una oportunidad. A pesar de
sus esfuerzos, Fortuny los ignoraba por completo, como si no lo escuchara.
Eduardo temió lo peor al comprobar que el magnate de verdad los iba a dejar
allí, que no tendría remordimientos sabiendo que morirían en aquella celda, que
no tenía conciencia ni se arrepentía de sus actos malos. Un hombre como él no
tenía más preocupaciones que las que no fueran él mismo y su dinero.
El chico sabía que si Fortuny
desaparecía por el pasillo, no volverían a verlo, y perderían la única
oportunidad que tenían para escapar de aquel condenado parque de atracciones. Eduardo
pensó rápidamente en algo, y gritó con la primera idea que se le pasó por la
cabeza, inconscientemente y sin pararse a reflexionar:
- ¡¡Espere, por favor…haremos lo que
sea!!
Fortuny se detuvo en seco, hipnotizado
por las palabras del joven. Rió maléficamente mientras se dibujaba una sonrisa
en su cara:
- ¿Lo que sea?- dijo el magnate al
girarse y caminar de vuelta hacia ellos.
- Sí- afirmó el chico, tratando de no
vacilar ni un instante.
Los demás escucharon la oferta del
ambicioso millonario Fortuny. Habían logrado llamar su atención, y ahora les
tocaba atender a las reglas del juego del magnate:
- Te propongo una cosa, chico. Si
participas en la próxima carrera de dragones y llegas el primer puesto, tus
amigos y tú seréis libres.
Parecía una buena oferta, demasiado
viniendo del inquietante y avaricioso Fortuny. Seguro que había alguna trampa.
El joven volvió a preguntar:
- ¿Y si no llegó el primero?
- Os encerraré aquí de por vida-
sonrió maléficamente el millonario- ¿Qué me dices, aceptas la apuesta?
Aquello dejó completamente pálidos a
todos los miembros del grupo. Descubrieron entonces el oscuro juego sucio de
Fortuny. Al magnate de Gold Saucer le encantaban los juegos de azar, y gracias
a su dominio corrupto y amañado sobre el parque temático, solía ganar
absolutamente todos los juegos en los que él participaba.
Era una apuesta difícil y arriesgada.
Se jugaban su libertad. Sabían que Fortuny haría cualquier cosa con tal de
ganar sus apuestas, y hasta entonces nunca había perdido ninguna en su vida
desde que tomó el control de Gold Saucer. Tenían muy pocas probabilidades de
ganar.
Mientras Eduardo pensaba su respuesta,
le sorprendió ver que Jack intervino en su lugar:
- ¡Está bien, correré yo, tengo más…!
- dijo el mago, tratando de proteger al joven.
Fortuny cortó enseguida a Jack,
dejándolo con las palabras en la boca. Alzó su voz imponente mientras lo
regañaba con la mirada:
- ¡¡No, este mocoso tuvo la osadía de
atacarme…y quiero venganza!!- dijo Fortuny con rostro amenazador- ¡¡o él, o
nada!!
El dueño de Gold Saucer irradiaba ira
y furia. La actuación del chico en la sala de trofeos había enfurecido al
magnate, y sólo podía permitir al joven volar a lomos de un dragón. Sus amigos
lo miraban, confusos y perplejos:
- Eduardo…
El chico lo sabía, sabía que no tenía
elección. Dadas las circunstancias, y viendo que era el único que podía hacer
algo, trataba de aparentar no tener miedo, de no temblar. Ahora la suerte del
grupo, que salieran de Gold Saucer, que lograran su libertad, dependía
únicamente de él. Tras pensarlo unos segundos, Eduardo apretó los puños,
levantó la vista y dijo firmemente sin vacilar:
- Acepto.
Gracias a una orden de Fortuny, el
chico salió de la celda y fue conducido a los establos de dragones por una
escolta de guardias, en la primera rama del árbol. Eduardo tardó varios minutos
en llegar al establo en donde guardaban a los corredores voladores, y tras
pasar por la puerta, uno de los guardias le informó en tono amenazante, y sin
quitarle el ojo de encima:
- Elige un dragón para la carrera, y
no tardes.
Con esas mismas palabras, dejó en
libertad temporal al prisionero. El chico ando rápidamente por el pasillo,
buscando un corredor volador joven, fuerte y rápido para ayudarle a ganar. Fue
entonces cuando, estando sólo y ajeno a las miradas, por fin temblaba de miedo.
Empezaba a arrepentirse de decir aquellas palabras y de aceptar la apuesta de
Fortuny, pero llegados a aquel punto sabía que no había marcha atrás.
No conocía en profundidad a los seres
mágicos y mitológicos, y por tanto no podía deducir cuál de aquellos dragones
era apto o no apto para correr. Por supuesto, nunca antes había sido jinete de
uno de ellos, y no sabía manejar el control de los seres voladores. Sin ningún
conocimiento ni experiencia para adiestrar dragones, tan sólo contaba con la
intuición, en ocasiones muy traicionera.
La mayoría de los que habían allí eran
demasiado mayores y débiles como para hacer un esfuerzo. De entre los jóvenes,
unos pocos estaban enfermos y parecían muy graves. Se notaba el mal trato que
recibían estos seres en aquel condenado parque temático, además de estar atados
con cadenas. A Fortuny y los dirigentes de las atracciones les importaba más la
diversión del público y el aumento económico que la salud de los corredores que
participaban en las carreras.
Todos los dragones que a simple vista
parecían en plena forma estaban ya reservados por el resto de jinetes. Eduardo
perdió toda esperanza hasta que se fijó en un magnífico dragón rojo, de menor
tamaño que los otros, y que parecía fuerte y sano. Con la duda, se acercó y
comprobó que se trataba de una dragona joven cuyas escamas relucían como el
rubí.
La criatura con alas lo miraba con
miedo mientras retrocedía, y Eduardo intuyó que aquella dragona había sufrido
mucho en Gold Saucer. El chico acercó su mano, tratando de acariciarla:
- No tengas miedo, no voy a hacerte
daño- le dijo en tono tranquilizador.
Aún dudando, la dragona poco a poco
acercó su hocico, y la mano del joven finalmente tocó la frente de la criatura.
Eduardo comenzó a acariciarle el hocico mientras sonreía. Había conseguido
quitarle un poco el miedo a la dragona, y él mismo se calmó y alivió gracias a
la calidez que desprendía ella:
- Buena chica…- rió el joven, que tras
mirar sus escamas rojas brillantes, añadió- ¿puedo contar contigo para esta
carrera? ¿Te importa si te llamo “Rubí”?
La dragona parecía más calmada, y como
si entendiera sus palabras, asintió con la cabeza. Eduardo había leído en
varios libros que los dragones eran seres inteligentes, capaces de entender el
lenguaje humano. En ese momento, Rubí le dio un pequeño golpe con la cabeza al
chico mientras le brillaban los ojos, y luego le lamió amistosamente la cara. Eduardo
lo entendió como un gesto de amistad. Sonrió al pensar que aquella dragona
había decidido confiar en él:
- Muchas gracias- respondió el chico,
agradecido.
En ese momento llegó el guardia junto
a ellos, y le dijo alzando la voz, molesto:
- ¡Eh, mocoso! ¿¡Por qué tardas
tanto!? ¡Elige a un dragón ya!
Eduardo observó nuevamente a Rubí.
Parecía joven y fuerte, además de estar en buena forma. Recordó el trato
cariñoso que había recibido de ella, que le dio a entender que confiaba en él.
No se lo pensó más, de modo que dijo firmemente:
- Elijo a este.
Mientras tanto, Jack y los demás
también salieron de su prisión, pero para ir al palco presidencial, vigilados
por los guardias, y por orden de Fortuny. El mismo magnate había ordenado
personalmente que fueran testigos en directo del espectáculo, y el grupo no se
negó a ir a ver a su amigo competir en la próxima carrera. Necesitaba todo el
ánimo y apoyo posible en aquellos momentos difíciles.
El maquiavélico propietario del parque
temático había prometido una gran suma de dinero a todos los demás jinetes de
dragón si conseguían que el joven y su dragona no llegaran los primeros a la
meta.
Eduardo y Rubí fueron llevados a la
línea de salida. Ambos estaban nerviosos ante las atentas miradas del numeroso
público que los observaba. No era nada extraño, pues las carreras de dragones
era la atracción favorita de la mayoría de los visitantes de Gold Saucer, y por
lo general casi siempre solía estar abarrotada.
Dirigió su mirada al palco
presidencial, donde se encontraban los peces gordos del parque. Allí estaba
Fortuny, con su típica sonrisa falsa mientras fumaba un cigarrillo, y
acompañado por su séquito de magnates multimillonarios. Pudo ver por un momento
a sus compañeros a un lado, vigilados por los guardias de Fortuny. Todos lo
animaban y miraban, pero sobretodo Cristal
y Erika saltaban y gritaban como locas moviendo los brazos de un lado a
otro. Destacaban entre los demás, y los guardias no tardaban en hacerlas callar
con amenazas.
Eduardo sonrió para sí. Sus amigos
confiaban en él, y no podía defraudarles. Volvió la vista al campo, a la línea
de salida. Lo que más le preocupaba al chico eran las miradas asesinas que les
echaban los demás corredores mientras reían en tono de burla:
- ¡Qué vergüenza!- exclamó uno de los
corredores- ¡competir con un crío!
- ¡Será fácil- dijo otro- ¡su dragón
parece un bebé, igual que el jinete!
Todos rieron en tono burlón, y Eduardo
ignoraba por completo los comentarios que hacían de ellos. Comparada con el
resto de dragones que había allí, Rubí era más pequeña, y aparentemente menos
fuerte. Sus patas y garras no estaban tan formadas como las de los demás
dragones, pero eso no implicaba lo mismo con sus alas.
Aunque el joven aún no había visto
volar a su dragón, tenía la esperanza de que Rubí tuviera unas alas grandes y
fuertes. Deseaba no haber fallado en su decisión de confiar la apuesta a su
dragona.
No sería fácil ganar aquella carrera. Sabía
que todos eran jinetes de dragón profesionales y con mucha experiencia. Viendo
que Rubí cada vez tenía más miedo, intimidada por los demás dragones que la
amenazaban con la mirada, Eduardo intentó tranquilizarla:
- Tranquila, lo harás muy bien…- le
susurró al oído.
Entonces apareció el presentador de la
atracción, vestido de forma elegante, y con un micrófono en la mano. El público
lo conocía, y enloquecieron a gritos cuando hizo su aparición en escena. Su voz
comenzó a resonar a través de los altavoces por todas las gradas:
- ¡Bienvenidos a todos y a todas,
amantes de los dragones!- exclamó el hombre uniformado- ¿¡Preparados para una
nueva y vertiginosa carrera de escupe fuegos!?
Un nuevo grito eufórico llenó las
gradas, el público cada vez se animaba más. Después de un pequeño discurso en
honor a Gold Saucer, y cómo no, a su ilustre y generoso dueño Fortuny, el
presentador procedió a nombrar a cada uno de los jinetes con sus respectivos
dragones. Tras eso, comenzó a explicar la ruta, o lo que es lo mismo, el
recorrido de la carrera:
- Los dragones volarán por todas y
cada una de las ramas de Gold Saucer, rodeando el gigantesco árbol en el que
estamos. En cada rama hay un miembro del personal que se encargará de comprobar
si todos los dragones pasan por ella. El objetivo es llegar a la cima del
parque, o sea, la noria, coger la perla correspondiente para cada jinete, y
volver aquí con dicho objeto…- explicó el tipo uniformado- ganará el primero
que vuelva aquí mismo con el objeto de la cima…- y luego añadió sonriendo
falsamente- cualquier dragón y jinete que se salte una sola rama, o que vuelva
sin su correspondiente perla, será descalificado.
Una vez explicadas las reglas, el
presentador dio la señal y todos los jinetes montaron a lomos de sus dragones.
Todo estaba listo para empezar la carrera. Eduardo, a lomos de Rubí, temblaba
nervioso. Era la primera vez que participaba en una carrera de dragones y temía
que todo saliera mal. La suerte del grupo dependía únicamente de él. Sus amigos
y él tragaron saliva, y estuvieron pendientes durante la cuenta atrás de diez
segundos para la salida. El silencio y la tensión reinaban en la pista y en las
gradas.
Fue entonces cuando finalmente sonó la
alarma, pillando desprevenido al chico. Todos los dragones desplegaron sus alas
y corrieron hasta levantar el vuelo, alejándose de la plataforma de salida. La
única que quedó en la pista fue Rubí, encogida mientras temblaba de miedo. El
presentador comentaba, sorprendido:
- ¡Eh, algo le pasa al número siete!
Fortuny echó una calada de humo y
sonrió satisfecho desde el palco presidencial. Rió junto a su séquito de
magnates, burlándose del joven. Mientras tanto en la pista, Eduardo imaginó lo
que le pasaba a su corredora. Con preocupación, le preguntó a Rubí:
- Por favor, no me digas que esta es
la primera vez que vuelas…
La dragona asintió tímidamente con la
cabeza, y Eduardo palideció mientras decía:
- Entonces la llevamos clara…
Rubí no se movía. Los otros dragones
ya habían pasado la primera rama, y se alejaban a la segunda a gran velocidad.
Si no hacía algo pronto, nunca lograría alcanzar a sus competidores. Jack y los
demás lo observaban todo en directo con miedo y preocupación:
- Eduardo, por favor…- comentó Jack,
apretando los puños.
Entretanto, Fortuny reía satisfecho.
Parecía que no iba a hacer falta que sus lacayos entraran en acción. Ante las
caras pálidas del grupo de aventuras, el millonario les dijo en tono burlón:
- Vuestro amigo, además de idiota, es
estúpido. Ha elegido a un dragón que no sabe volar.
Las risas burlonas y desagradables
enfurecieron a Cristal, que no lo aguantó más. Decidida, se asomó por el palco
gritando a pleno pulmón y llamando toda la atención:
- ¡¡Eduardo, haz que tu dragón vuele y
gane esta carrera si no quieres que baje y te mate!!- exclamó, furiosa- ¡¡Ya he
apostado tres mil platines por ti!!
El chico se sorprendió al oír gritar a
la princesa de aquella manera. Cuando los guardias la amordazaron y la ataron a
una silla, Fortuny amenazó a los demás de acabar igual si actuaban de la misma
manera. Eduardo comprendió que debía hacer algo, y rápido. Se dirigió a su
dragona y le habló en el tono de voz más tranquilizador posible. Sabía que si
no tenía confianza en sí mismo, su corredora mucho menos en sí misma. El dragón
podía notar los sentimientos de su jinete, y al mismo tiempo se los transmitía
a él:
- Escúchame…sé que te pido demasiado y
es la primera vez que vuelas…pero si no lo intentas, ambos quedaremos atrapados
aquí para siempre. Sé que puedes hacerlo…porque confío plenamente en ti.
Por alguna extraña razón, Rubí decidió
actuar. El joven le había transmitido la seguridad y la confianza que
necesitaba para hacerlo, y sentía que podía lograr cualquier cosa. La dragona
corrió decidida hacía el límite de la plataforma de salida, para sorpresa de
todos los presentes.
El pánico apareció del público cuando
el jinete y el dragón número siete saltaron al vacío, y aumentó más al darse
cuenta que caían en picado. El grupo observaba atónito cómo caía su amigo
directo a una muerte segura:
- ¡¡Eduardo!!- gritaron Jack y los
demás.
Entretanto, el chico se agarraba con
fuerza como podía a su dragona. Sentía que su estómago se revolvía dentro de
él, y una fuerte sensación de adrenalina se apoderó de su cuerpo. Caían
rápidamente a gran velocidad, y si no hacían algo de inmediato, morirían junto a
los pies del colosal tronco de Gold Saucer:
- ¡¡Rubí, despliega las alas,
rápido!!- dijo Eduardo, usando todas sus fuerzas para agarrarse a la criatura.
La dragona seguía sin reaccionar.
Estaban a pocos segundos de estrellarse contra el suelo rocoso cuando el joven
cerró los ojos y volvió a gritar:
- ¡¡Rubí!!
Como si de un milagro se tratara, la
dragona abrió y desplegó sus enormes alas. En el último momento chilló con fuerza
y consiguió mantener el equilibrio, logrando parar y mantenerse en el aire a
pocos metros del suelo. Eduardo abrió de nuevo los ojos, y perplejo comprobó
que seguía vivo. Asombrado, contempló la grandeza y el brillo especial de las
alas de Rubí. Eran asombrosamente magníficas.
El chico miró de nuevo a la dragona a
los ojos, igual que ella a él. Sonrió de alegría y felicidad cuando Rubí le dio
un lametón amistoso en la cara:
- Sabía que podías hacerlo.
Luego volvieron la vista arriba, a la
lejana plataforma de salida. Las miradas de ambos cambiaron y se tornaron
firmes y decididas:
- ¡Adelante Rubí, vamos a demostrarles
de lo que somos capaces!
La dragona asintió firme con la
cabeza, y levantaron el vuelo de vuelta al punto de salida. Si habían llegado hasta
allí, no estaban dispuestos a rendirse tan fácilmente. La libertad de sus
amigos, de los dragones y el futuro del mundo entero, estaban en juego.
El público enloqueció cuando
reaparecieron el jinete y el dragón número siete del vacío por el que habían
caído. Habían esquivado una muerte segura, y ahora se dirigían directos a la
primera rama, a alcanzar al resto de competidores que iban por la cuarta rama.
Se habían ganado el apoyo del público y los espectadores, que animaban a las
jóvenes promesas de las carreras de dragones.
Desde el palco presidencial, Jack y
los demás sonreían y celebraban felizmente al saber que aún vivía la esperanza.
Todavía no estaba todo perdido. Al contrario que ellos, Fortuny temblaba,
perplejo, mientras palidecía de repente. No creía lo que veían sus ojos. El
cigarrillo de su boca cayó al suelo, y su rostro ahora mostraba preocupación e
inseguridad:
- ¿¡Pero qué…!? ¡¡No puede ser…no es
posible!!
- ¡¡Sí que lo es!!- exclamó Erika, con
una sonrisa de oreja a oreja- ¡¡adelante Edu, puedes ganar!!
Sorprendentemente, y a pesar de que al
principio parecía débil, Rubí volaba con gran rapidez y agilidad. Eduardo se
alegró de haberla elegido a ella, y era en aquellos momentos cuando creía que
de verdad tenía posibilidades de ganar. Para ser la primera vez que volaba,
Rubí era asombrosa e increíblemente rápida, tanto que en ocasiones tenía que
aferrarse a su cuerpo con mucha fuerza para no salir despedido al vacío.
Incluso los espectadores, mediante la gran pantalla que seguía de cerca a los
corredores en la primera rama, alucinaban con los movimientos rápidos y ágiles
de la dragona roja. Enfocaban al número siete con muchísima más frecuencia que
el resto de competidores.
Lejos de lo que el chico imaginaba,
surcaron los cielos a una velocidad vertiginosa por entre las continuas ramas
de Gold Saucer, esquivando los teleféricos que encontraban suspendidos en el
aire, y abriéndose paso a través de los obstáculos multicolores del parque de
atracciones.
Para sorpresa de Eduardo, ambos llegaron
en pocos minutos y sin ningún percance a la cima de Gold Saucer, lugar dónde se
encontraba el último dragón de la fila recogiendo su perla. Rubí se acercó
rápidamente a la cabina de la noria con su perla correspondiente, y Eduardo
recogió sin demora el objeto necesario para la victoria:
- ¡Vamos Rubí, ahora volvamos a la
meta…y ganemos esta carrera!
La dragona asintió firmemente con la
cabeza, y comenzaron el descenso desde la cúspide de Gold Saucer. De esta
forma, con el último jinete por delante sorprendido de su aparición, ambos
iniciaron el recorrido de vuelta a la primera rama, a la línea de meta.
En aquella ocasión, jinete y dragón
pusieron en práctica la misma estrategia con la que cayeron al principio de la
carrera, aunque fuera demasiado peligroso. Sabían que tendrían menos agilidad y
movimiento, pero así ganarían más velocidad. Tras asentir los dos con la
cabeza, Rubí cerró las alas y encogió sus patas de forma que su cuerpo escamoso
adquiriera una forma recta y punzante.
De repente la dragona cobró una
velocidad mucho mayor que durante su viaje a la cima. Caía directa en picado,
sin control, y a una velocidad vertiginosa. Ahora Eduardo no podía abrir los
ojos, le costaba respirar y empleaba todas sus fuerzas para tratar de aferrarse
desesperadamente al cuerpo de Rubí, deseando que aquel trayecto acabara cuanto
antes. Sentía que podría soltarse en cualquier momento y morir estrellado en
cualquier rama u obstáculo del gigantesco árbol dorado.
De esa forma, a pesar de chocar un par
de veces con varios obstáculos en su camino, Rubí siguió adelante aguantando el
dolor de los impactos. A pocos segundos desde su descenso, la dragona logró
alcanzar y adelantar a todos los dragones que se abrían a su paso por delante.
Todos se sorprendían por la forma de volar del número siete, a diferencia del
resto de dragones, y observaban perplejos con la boca abierta cómo adelantaba
rápidamente los puestos, hasta colocarse entre los tres primeros. Recordaron el
trato con el magnate, y sabían lo que tenían que hacer.
Al llegar junto al enorme dragón negro
que iba en el primer puesto, Rubí recibió un duro golpe de él, que detuvo la
caída en picado. Eduardo abrió los ojos al disminuir la velocidad y oír los
gemidos de dolor de su dragona, que desplegó sus alas y recobró la forma
original de vuelo para equilibrarse.
Palideció al ver que los demás
corredores los rodeaban, con miradas asesinas y sonrisas burlonas. Entre todos
los dragones, comenzaron a masacrarla empujándola, arañándola y mordiéndola.
Rubí chillaba de dolor y agonía en medio de aquella tormenta sangrienta que la
castigaba sin piedad:
- ¿¡Pero qué hacéis, malditos
degenerados!?- preguntó Eduardo, furioso- ¡¡dejadla en paz!!
- ¡¡Órdenes de Fortuny, mocoso!!- le
respondió un jinete- ¡¡Toma esta!!
Un duro golpe debilitó a la dragona
roja, que por un momento perdió el equilibrio y lo recuperó enseguida. La pobre
Rubí chillaba de dolor, indefensa sola contra una docena de dragones más
grandes que ella. Visto que las palabras no funcionaban, el joven se hartó de
ver sufrir injustamente a su dragona, y sin dudarlo hizo aparecer mágicamente
la llave espada en su mano:
- ¿¡Queréis jugar sucio, verdad!?-
exclamó con furia en sus ojos- ¡¡Muy bien, a ver qué os parece esto!!
Eduardo empezó a lanzar diversas
magias a los demás dragones mientras golpeaba con el filo de su arma al resto
de jinetes. Aunque fue una dura batalla, y a pesar de recibir daños con las
armas de los competidores humanos, uno por uno acabaron cayendo, y por
consiguiente siendo descalificados.
Sin embargo, el enorme dragón negro y
su jinete se negaban a la derrota. Él y Rubí eran los últimos en pie, volando
hacia la meta mientras luchaban en una feroz batalla aérea de arañazos y
mordiscos. El dragón negro aguantó el golpe de Eduardo, y después de herir a
Rubí gravemente en un ala, la empujó bruscamente:
- ¡¡Rubí!!- gritó el joven, al verla
en estado crítico.
La dragona roja perdió el control, y
junto a su jinete, cayeron en picado al vacío, perdiéndose entre las hojas
doradas cercanas a las tres primeras ramas.
Fortuny rió satisfecho, por unos
minutos estaba preocupado al ver que el joven se desenvolvía en medio del
combate con sus competidores, pero suspiró aliviado al ver que finalmente había
caído. Al contrario que él, Jack y los demás observaban pálidos y aterrados
cómo Eduardo y su dragona desaparecían en el vacío de Gold Saucer. Parecía el
final de la carrera:
- ¡¡Eduardo, no!!- gritaron todos.
Parecía que todo había acabado. Las
últimas esperanzas puestas en el chico desaparecieron de repente, y el grupo
temblaba. No podían asimilar que, a pesar de los esfuerzos puestos en su joven
amigo, todo hubiera sido en vano. Jack bajó la cabeza, frustrado, apretando los
dientes y puños:
- ¡¡Maldito…maldito seas…Fortuny!!
- Ya os dije que es imposible ganarme
en los juegos de Gold Saucer…aquí, en este lugar, soy el dios del dinero, la
suerte, la fortuna…y el destino…- sonrió el magnate, con otro cigarrillo en la
boca.
Todos miraron con recelo y furia al
multimillonario propietario de Gold Saucer:
- El espectáculo fue divertido
mientras duró, pero era lo que tenía que pasar…tal y como os dije antes…vuestro
destino es pudriros en una celda… ¡todos vosotros, ahora, me pertenecéis plena
y completamente a mí…por el resto de mis días!
En ese momento intervino Marina, que
alzó la voz firmemente mientras decía:
- ¡¡Ni hablar…aún no has ganado la
apuesta!!
- ¿¡Qué!?- preguntó Fortuny, molesto-
¡Pero si has visto cómo moría tu amigo…no digas tonterías!
- ¡Mira bien, maldito creído!
La maga señaló un punto de la espesura
de hojas doradas, del cual surgió una llamarada que quemó una gran área a su
alrededor. Los demás vieron atónitos y con la boca abierta lo inesperado, y una
sonrisa esperanzadora surgió de los rostros del grupo de aventuras. El magnate,
por su lado, temblaba perplejo:
- ¡¡No…no es verdad…!! ¿¡Cómo es
qué…!? ¡¡Es imposible!!
El rayo de esperanza nació en el mismo
momento en que Rubí ascendió de la espesura dorada, con su jinete a lomos de
ella. Tanto Eduardo como la dragona tenían rasguños por todo su cuerpo, y
sangraban en varias heridas. Se veía de forma clara que Rubí estaba gravemente
herida y hacia un esfuerzo sobrenatural para mantener el vuelo. El chico y ella
jadeaban del cansancio.
El dragón negro y su jinete se
sorprendieron bastante al ver el regreso del número siete. No se lo esperaban
para nada, y estaban a punto de proseguir su camino a la meta justo cuando
aparecieron ellos. El otro jinete habló diciendo:
- ¿Es qué no pensáis rendiros nunca?
- ¡No mientras queden fuerzas para
luchar!- respondió Eduardo, firme y decidido.
Los dos dragones comenzaron a volar
directos a la primera rama. Estaban en la recta final de la carrera, ante la
línea de meta, el punto donde empezaron la carrera. Era el momento clímax del
juego, el público enloquecía con cada segundo que pasaba. Faltaba poco para el
fin, y sus amigos gritaban desde el palco, animando al joven:
- ¡¡Vamos Eduardo, tu puedes!!-
gritaban Jack y los demás- ¡¡Ánimo!!
- ¡No ganarás!- le advirtió el otro
jinete.
El dragón negro arremetió contra Rubí,
y ésta chilló de dolor. Furioso, Eduardo aprovechó el momento de la colisión
para agarrar con una mano la manga de la camisa del otro jinete, quedando cara
a cara con el oponente:
- ¡¡Esto por hacer daño a mi dragón y
jugar sucio!!
Inmovilizado y sin poder dar ninguna
orden a su criatura, el chico propinó un duro y brutal golpe con el filo de la
llave espada a su último enemigo, que lo tiró al vacío. El dragón negro se
detuvo, al no tener jinete y tampoco recibir ninguna orden. Por fin no quedaban
más corredores en la pista más que el número siete.
Se acercaban a la plataforma de la
primera rama, donde se inició la carrera. El estado de Rubí obligó a un
aterrizaje forzoso en la línea de meta, y el joven acabó cayendo del lomo de su
criatura y rodando por el suelo, herido. Nada más llegar, el presentador
comprobó uno de los principales requisitos para la victoria. Eduardo, con
esfuerzo, logró sacar del bolsillo la perla que le correspondía.
Sin fallos y con una enorme sonrisa,
el tipo uniformado dijo con su micrófono en mano:
- ¡Señoras y señores, me complace
presentarles a los nuevos ganadores de las carreras de dragones de hoy…los
números siete, Eduardo y Rubí!!
El joven, tumbado y jadeando del
cansancio junto a su dragona, le dijo sonriente:
- Lo hemos conseguido…estoy orgulloso
de ti…muchas gracias…Rubí…
La dragona le lamió de nuevo
amistosamente la cara, y el chico sonrió de alegría. Poco después ambos
recibieron un trofeo y una medalla como insignia de su victoria en las carreras
de dragones del parque temático Gold Saucer.
Tras la ceremonia de homenaje a los
vencedores de la última carrera, Eduardo por fin pudo reencontrarse con sus
amigos en la sala de trofeos, donde robaron la piedra angular. Estos se
lanzaron sobre él a abrazarle y a felicitarle, además de sanarle las heridas
con la magia cura. Todavía no podían creerse que había ganado hasta que el
propio Fortuny llegó hasta ellos, entre apenado y malhumorado por perder la
primera vez en su parque de atracciones. El magnate no tenía palabras para
expresar su derrota:
- No puede ser… ¿cómo ha podido…un
simple mocoso…ganar la carrera? Es imposible…
En ese momento, Jack habló seriamente
al millonario:
- Bien, Eduardo ha ganado la apuesta,
así que…
- ¡¡Y yo he ganado el lote de las apuestas!!-
exclamó Cristal alegremente- ¡¡ni más ni menos que treinta mil platines!!
El mago le hizo callar la boca de una
colleja, y Rex continuó sus palabras:
- Ahora cumple con tu parte del trato,
Fortuny.
El magnate no tuvo más remedio que
dejarlos libres, aunque aceptó a regañadientes. Una apuesta era una apuesta, y
sabía que ambos bandos debían cumplir su parte en caso de perder, aunque les
desagradara. También dio la orden de liberar a Rubí, por petición de Eduardo,
para que viviera libre volando por cielos de Limaria. A pesar de querer soltar
al resto de dragones, Fortuny se negó a acceder, ya que los necesitaba para su
negocio de las carreras de dragones.
Al joven le dio pena, recordando los
malos tratos que recibían aquellas maravillosas criaturas en ese asqueroso
parque de atracciones, pero por lo menos había conseguido liberar a uno. Rubí,
la dragona con la que voló y ganó una importante carrera, y con la que sin ella
no habría conseguido su más ansiado premio: la libertad. Sabía que nunca podría
olvidarla, y le deseó lo mejor en su nueva vida sin cadenas. Por fin, ambos
eran libres.
Ahora, por fin el grupo abandonó el
parque temático Gold Saucer, en pos de su nueva aventura. Reemprendieron la
marcha sobre el camino, esta vez rumbo al norte. Debían seguir las huellas de
Helio, que tenía en su poder la piedra angular, y recuperarla para llevarla
cuanto antes al templo sagrado.
Su próximo destino era la región fría
de Limaria, el continente norte. Concretamente, la cima de la misteriosa
montaña helada de Conaga. Eduardo tenía la desagradable sensación de que algo
malo iba a pasar allí arriba, y sus predicciones nunca fallaban.