Es a partir de esa etapa cuando, por primera vez, se debilita el amor platónico. En ocasiones cayendo poco a poco, y otras directo en picado y sin remedio.
En esa misma etapa me encuentro yo ahora, durante mis dos años como estudiante de Bachillerato. Estoy en pleno auge de trabajos, tareas, deberes y demás quehaceres propios de un estudiante de cursos superiores. Los profesores no hacen más que hablarnos de la dichosa PAU, de repetirnos lo importante que es para nuestro futuro profesional y laboral, y de mandarnos montones de tareas y deberes para hacer, por no hablar por supuesto de los también molestos exámenes. Entre una cosa y otra lo cierto es que últimamente no tengo tiempo para relajarme. Siempre hay algo que hacer, siempre hay algo que adelantar, siempre hay algo que estudiar...y estoy empezando a agobiarme un poco. Algo que no quería desde un principio.
Tengo la mente y la cabeza tan ocupadas en los estudios que noto ya no pienso tanto en Érika. Ni siquiera me acuerdo de mirarla cada vez que ella pasa o la veo de casualidad por los pasillos. A veces incluso ella misma me saluda y tardo un poco en reaccionar, pero porque no me doy cuenta de que está ahí, no noto su presencia hasta que me habla. Me da vergüenza pensar en lo maleducado que soy a veces si me dirige la palabra y no le respondo, ignorándola por completo, pero porque estoy concentrado pensando en otra cosa. Me sorprende el tremendo cambio radical de intensidad de mis sentimientos por ella, hasta hace unos pocos años tan alto que parecía no tener límites, pero ahora tan bajo que ya hasta incluso me da igual lo que haga o deje de hacer, como si no me importara.
Ya no me preocupo por arreglarme ni de ponerme guapo cuando sé que voy a pasar delante de ella, porque en realidad me da igual lo que piense. Después de tantos años por fin he llegado a la conclusión de que, para Érika, solo he sido siempre otro compañero de clase más, alguien normal y corriente, uno más del montón. Lo sé porque nunca ha pretendido dar un paso más allá, nunca ha intentado referirse a mí como algo más que un compañero, y desde luego tampoco algo más que un amigo. Porque eso es lo que somos y hemos sido siempre: simples compañeros de clase.
Me doy cuenta de pequeños detalles de los que antes no era consciente por mi amor cegado, y son los que finalmente me hacen abrir los ojos a la realidad. Ahora que ya no soy un crío ni tampoco un niño ingenuo, asimilo por fin lo evidente: que yo no le gusto a Érika. Y si alguna vez le gusté, ahora ya ha dejado de hacerlo. Ella también ha crecido, también ha madurado. Ya no es una niña sino toda una mujer. Y yo personalmente la considero madura para su edad.
Siempre he pensado en la posibilidad de que le gustara a Érika, pero eso lo hacía cuando era más pequeño, más inocente y más ingenuo. Cuando todavía creía en el amor platónico. Sin embargo, ahora que se ha enfriado tanto y ha dejado de ser como antes, mis sentimientos también se han debilitado, también han caído. Ahora que he visto la realidad y he descubierto lo que hay, ya no estoy tan enamorado como antes, ya no me importa que Érika me mire o no. Porque a decir verdad, ¿Por qué iba ella a fijarse en mí?
Con este pensamiento en mente me desmotivo y entristezco un poco, supongo que decepcionado por bajar de las nubes. Trato de mirar el lado positivo, que consiste en que éste es el primer paso para olvidar lo que una vez sentí por Érika. Me alegro porque ya por fin puedo decir adiós a este maldito amor platónico, que no va a ninguna parte y con el que llevo cargando más de siete años. Lo cierto es que estoy deseando olvidarme ya de Érika.
Y mientras mantengo la cabeza fría ocupada con mis estudios, por fin llega el inevitable día para el que hemos estado preparándonos: la prueba de acceso a la universidad.
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