Capítulo
XXXI
UNA
MISIÓN PELIGROSA
- ¿¡Qué!?- exclamaron todos los
miembros del grupo a la vez- ¿¡Será una broma, no!?
El teniente no mostró ningún gesto que
pudiera relacionarse con un malentendido gracioso, más bien al contrario.
Bastaba con mirarle al rostro para saber que iba totalmente en serio:
- Nunca bromeo con las misiones de sus
majestades…- dijo Biggs, sin vacilar- me tomo muy en serio mi trabajo.
Jack se aventuró a decir firmemente:
- ¡No lo entiende, venimos a hablar
con Venigna precisamente para intentar llegar a un acuerdo beneficioso para
ambos bandos sin necesidad de usar la violencia!
- Es inútil, la bruja no atiende a
nuestras palabras…tratar de razonar con ella no sirve de nada.
Alana intervino en ese momento:
- ¿¡Y usted qué sabrá!? ¿¡Acaso lo ha
intentado!?
Aquel comentario de la pelirroja le
molestó tanto que alzo la voz casi a gritos, mientras le clavaba una mirada
furtiva:
- ¡Claro que lo hemos intentado!-
gritó Biggs, furioso- ¡Antes éramos diez miembros en este equipo…mis soldados lo
han intentado todo en varias ocasiones desde que llegamos a Metroya, y todos
sus esfuerzos fueron en vano…tan sólo por hablar con ella!
- ¿Por qué?- preguntó Rex- ¿Qué fue de
esos tres soldados?
El teniente adquirió un rostro
sombrío, y un poco más calmado, pronunció en tono lúgubre las siguientes
palabras:
- Porque acabaron muertos…
Un escalofrío recorrió la espalda de
Eduardo y los demás, llegando a sentir un profundo terror a la soberana de
Metroya. No esperaban que una reina pudiera llegar a ser tan cruel y malvada,
alcanzando tales extremos sólo por acercarse a ella. Dudaban de si lograrían
haber estado a un par de metros de Venigna, pero de lo que sí estaban seguros
era que esa mujer tenía un corazón tan oscuro como su alma.
Un silencio sepulcral se apoderó
repentinamente de la habitación. Lo que les había dicho el teniente Biggs palideció y dejó sin habla al resto del grupo, que aún trataban de asimilar la
información recibida. Sin embargo, de nuevo el jefe de la resistencia de
Oblivia rompió el silencio. Debía contarles a todos la gravedad de la situación
a la que se enfrentaban:
- Fue precisamente por eso por lo que
la malvada reina supo de nuestra presencia en Metroya…y ante las medidas de
seguridad reforzadas por toda la ciudad,
hemos tenido que extremar las precauciones cubriéndonos con capuchas y
evitando, en la medida de lo posible, andar por zonas de la ciudad infestadas
de policías…en más de una ocasión tenemos que huir porque alguno sospecha de
nosotros…es un milagro que a estas alturas todavía no hayan descubierto la base
general en este edificio abandonado.
Eduardo y Erika prestaron mucha
atención cuando el teniente les dijo, dirigiéndose a ellos:
- Es por eso que os necesitamos,
elegidos de la profecía, ante la única solución de asesinar a Venigna, para que
acabéis con su total existencia y detengáis esta guerra…antes de que sea
demasiado tarde.
Los dos jóvenes tardaron varios
segundos en responder, atónitos y sin palabras. La sola idea de matar a alguien
ya les parecía demasiado para ellos, pues nunca le habían quitado la vida a una
persona. A los miles de monstruos abatidos en su camino no los contaban, ya que
eran ellos los que les atacaban, y por lo tanto tenían que defenderse. Sin
embargo, en aquella ocasión les pedían matar a otro ser humano, otra persona.
Era completamente diferente.
Cuando Eduardo aún estaba indeciso y
no sabía qué decir, Erika dio un paso adelante, con la cabeza alta, y dijo
firme y segura:
- Está bien…si no queda de otra, lo
haremos.
La respuesta de la chica sorprendió a
todos, y su compañero le dijo, inseguro:
- Pero…Erika…
- Edu, sabes bien que a mí tampoco me
gusta matar a nadie, pero si con eso salvo la vida de millones de personas
inocentes… ¿merece la pena intentarlo, no?
El chico razonó por unos segundos las
palabras de su amiga. Millones de vidas de personas valían muchísimo más que
una, y esa excepción representaba la única de la que dependía el resto. La
malvada reina Venigna era, entre otras cosas, uno de los pocos seres de
auténtico corazón oscuro que amenazaban con acabar con millones de vidas
inocentes, cuyas malignas intenciones podía desequilibrar el mundo entero por
completo. De no hacer nada, las consecuencias del inminente conflicto que se
acercaba serían mundialmente terribles.
Eduardo supo entonces lo que debía
hacer. Aunque no fuera lo moralmente
correcto, pero era por el bien de la humanidad. Volvió la vista al
teniente, y con la mirada firme asintió y dijo:
- Dinos lo que tenemos que hacer.
Biggs asintió a su vez con la cabeza,
con aprobación al elegir la respuesta correcta. Dio media vuelta e indicó al
grupo con un gesto de mano diciendo:
- Seguidme.
Todos obedecieron y caminaron detrás
de Biggs, quien los condujo hasta la habitación contigua, tras cruzar una
puerta blindada de gran envergadura que se abrió frente a ellos. Se trataba de
otra estancia iluminada, llena de ordenadores y tecnología, muy parecida a la
anterior. Incluso tenía una mesa bastante más grande, con varias sillas
alrededor.
Tras cerrar la puerta tras de sí, el
teniente pulsó un interruptor de la mesa y apareció de repente un enorme
holograma que ocupaba todo el tablero central de la habitación. Se podían
distinguir claramente muchos edificios y altas estructuras urbanas, y el grupo
enseguida reconoció lo que veían. Se asemejaba mucho al primer mapa holográfico
de la anterior estancia, solo que éste parecía mucho más realista y con mayor
nivel de detalles:
- ¿Esto es…Metroya?- preguntó Rex,
asombrado.
- Exacto, es un holograma de toda la ciudad,
mostrada por vía satélite- explicó el teniente.
- ¡Es increíble!- exclamó Alana,
señalando pequeños puntos que se movían por todo el mapa holográfico- ¡hasta se
puede ver a la gente andando por Metroya!
Biggs dijo seriamente, bajando de las
nubes a la pelirroja:
- Bueno, vayamos al grano.
El jefe de la resistencia manejó el
puesto de control y la ciudad se amplificó en un determinado punto del mapa.
Esta vez una estructura de dos pilastras macizas unidas por un arco, situada en
una amplia avenida, se convirtió en el punto de mira, que parpadeaba
intermitentemente en rojo. La joven reconoció enseguida aquella construcción,
que destacaba del resto de Metroya precisamente porque era la única estructura
antigua y no futurística de la ciudad:
- ¡El arco de Triunfo!- exclamó Erika,
asombrada.
“¡Pero si eso tiene muchos siglos de
historia!”- pensó Eduardo, completamente sorprendido, al recordar las lecciones
de la clase historia en el instituto- “¿¡es que acaso los romanos vivieron aquí
también, en Limaria!?”
Al chico le resultaba todo tan confuso
que empezaba a perder la noción de la realidad. La construcción de aquella
estructura sólo tenía dos posibles opciones: o bien los antiguos habitantes de
aquel mundo mágico poseían los mismos conocimientos que los romanos de La
Tierra y sabían construir los mismos edificios que ellos; o lo que era aún más
descabellado: que hubiera algún tipo de contacto en el pasado entre La Tierra y
Limaria.
Este último caso era lógicamente
imposible, pues para ello los antiguos habitantes que poblaron La Tierra o
Limaria siglos atrás tendrían que haber destruido la barrera tridimensional que
separaba ambos mundos. Sabía lo que aquello significaba, y de ser así Ludmort
habría eliminado todo rastro de vida muchísimo antes de que hubieran nacido
siquiera sus antepasados. La cabeza empezaba a darle vueltas y tenía muchas
preguntas e incógnitas alrededor de ella.
Biggs procedió a aclarar un poco la
confusión de los dos jóvenes, a quiénes vio desconcertados y claramente
perdidos:
- Esa construcción, a la que llamáis
“Arco de Triunfo” en vuestro mundo, lleva desde hace más de veinte siglos en el
continente este. Fue construido por los antiguos pobladores de Limaria, los
Sonamor, de quiénes heredamos muchas de las virtudes y conocimientos que
estudiamos actualmente- explicó el teniente- ellos asentaron las bases en las
principales ramas de la ciencia y el conocimiento, y gracias a sus estudios
podemos gozar de los grandes descubrimientos científicos que se conocen hoy
día.
Eduardo no podía creer lo que oía, y
le parecían demasiadas coincidencias. La misma época, los mismos conocimientos,
la misma calzada de piedra y la misma técnica y materiales de construcción.
Todo apuntaba a lo evidente, salvo esa antigua civilización Limariana conocida
como los Sonamor. El chico miró el rostro perplejo de Erika, y se preguntó si
su amiga también estaría pensando lo mismo que él. ¿Existía la posibilidad de
un contacto anterior a ellos entre La Tierra y Limaria, a lo largo de la
historia de la humanidad?
El joven estuvo a punto de decírselo a
su compañera cuando jack intervino, dirigiéndose a Biggs:
- ¿Qué significa esto, teniente? ¿Por
qué precisamente el Arco de Triunfo?
- Es en este lugar donde fijaremos
nuestro objetivo y pasaremos a la acción.
Alana parecía pensativa, seguía sin
comprender nada:
- No lo entiendo- se quejó la
pelirroja, frunciendo el ceño.
Ante la confusión del resto del grupo, Biggs procedió a aclarar el plan que tenía en mente:
- Os lo explicaré…
Tosió un par de veces antes de empezar
a hablar:
- Metroya es claramente consciente de
la enorme ventaja que tiene sobre su rival, Oblivia, y sabe de sobra que podría
acabar con él sin sufrir muchas pérdidas, por no decir ninguna…los anteriores
reyes de Metroya sabían que con semejante avance tecnológico y en armamento
militar, el continente oeste no tenía ninguna posibilidad de ganarles, de modo
que decidieron dejar de lado las guerras, para disfrutar mejor de los
beneficios que todo este entorno futurístico ofrecía…
- Es el período de los siglos de paz
entre ambos bandos, ¿verdad?- preguntó Rex.
El teniente asintió con la cabeza:
- Durante mucho tiempo se creyó que la
maldición de los príncipes había terminado por fin, y que Limaria volvería a
ser un lugar tranquilo y lleno de paz…hasta que llegó al trono la malvada reina
Venigna, y con sus ideales radicales ahora pretende retomar la guerra y
destruir la paz…
Alana intervino de nuevo, con una
duda:
- ¿Pero qué tiene que ver eso con
nuestra misión de asesinar a la bruja?
- Es muy simple…- respondió Biggs-
durante la época de paz, e incluso ahora, se celebra entre la población
metroyana lo que se conoce como la “Gira de la Victoria”, que consiste en
pasear a los reyes por toda la ciudad en una impresionante carroza, que
recuerda cada año la ventaja que tienen los estianos contra sus adversarios, su
asegurada victoria.
- ¿O sea, que creen que ya han ganado
la guerra, y lo celebran cada año en ese evento?- preguntó Rex- ¡pues no parece
que pueda surgir un conflicto de esa forma!
El teniente asintió nuevamente con la
cabeza:
- Tienes razón…a primera vista no
parece suponer un gran problema, y de hecho es una buena forma de entretenerse
antes que provocar una guerra, pero gracias a eso el continente oeste y Oblivia
siguen existiendo…Sin embargo, lo que pretende Venigna es avivar la llama
destructora en su población, y convencerla de que luche a muerte contra sus
enemigos…
Biggs intuyó, a través de sus caras
confusas, que se estaban perdiendo en la explicación, y procedió a aclararles
lo verdaderamente importante. Señaló de nuevo el objetivo fijado en el mapa,
que brillaba intermitentemente en rojo:
- Bueno, supongo que ya sabréis que
este monumento histórico tiene un sistema de defensa que permite encerrar a sus
enemigos en caso de emergencia, ¿no?
Todos callaron. Era la primera vez que
Eduardo oía que el famoso Arco de Triunfo tuviera algo así para defenderse de
sus enemigos, o quizá lo hubiera olvidado de las clases de historia en el
instituto, de las que no prestó atención:
- ¡Yo sí lo recuerdo!- dijo Erika,
pensativa- se trata de un sistema de poleas que se encuentra en el interior del
monumento, y que permite subir y bajar una grandes rejas de acero muy duras y
resistentes.
- Exactamente- afirmó Biggs- el plan
consiste principalmente en encerrar a la bruja en el Arco de Triunfo, momento
en el que pasaremos a la acción, y de un disparo a distancia acabaremos con
ella.
En ese momento saltó Jack, diciendo:
- Me parece un plan estúpido- comentó
el mago, un poco molesto- teniendo pistolas y armas de fuego se puede acercar a
ella entre la muchedumbre del público y dispararla, ¿por qué complicarse la
vida y armar todo este jaleo del Arco de Triunfo?
El teniente lo miró, con mala cara y
no precisamente de buenas maneras:
- No podríamos…todo el desfile estará
infestado de policías, que nos detendrían enseguida al mostrar el arma…y aunque
consiguiéramos acercarnos a Venigna, ella misma nos mataría antes incluso de
apretar el gatillo…- explicó Biggs seriamente- enfrentarse a la bruja cara a
cara sería un suicidio, por eso lo mejor es sorprenderla y acabar con ella en
medio de la confusión de los acontecimientos.
Jack calló, un poco resignado,
mientras Biggs manejaba nuevamente el panel de control. Esta vez un nuevo
edificio de la ciudad comenzó a brillar intermitentemente, también del mismo
color:
- Esta es la sede central de Metroya,
el “castillo” de Venigna, desde donde gobierna toda la ciudad…- explicó Biggs-
aquí dará lugar el típico discurso del soberano a sus ciudadanos, antes de
empezar la Gira de la Victoria.
Pulsó un botón y en el mapa
holográfico aparecieron un enorme reloj digital y un vehículo que se asemejaba
a una gran carroza, situada frente a la sede de Venigna. Este empezó a moverse
mientras la hora del reloj también lo hacía al mismo tiempo:
- La Gira de la Victoria empieza a las
20:15 horas, momento en el que la bruja abandona su morada y, montada en la
carroza, recorre las calles principales de Metroya.
El grupo siguió observando el curso
del vehículo de la reina, que andaba lentamente por las calles de la ciudad, y
su atención aumentó de manera drástica cuando se dieron cuenta de que parte del
trayecto se realizaba en la calzada romana, camino directo del Arco de Triunfo:
- Todos los años, la Gira de la
Victoria siempre pasa bajo el monumento histórico, es una especie de camino
obligado a seguir…- explicó el teniente- este será el momento en que actuaremos
y pasaremos a la acción…- que luego añadió- fijaos bien.
Eduardo y los demás se sorprendieron
cuando, tras encontrarse la carroza en el pleno interior del monumento a las
20:30 en punto, las rejas del mismo bajaron de golpe y encerraron a la bruja
dentro. Justo un segundo después una bala disparada de la azotea de otro
edificio cercano, que fue directa al interior del Arco de Triunfo, y con un
grito de dolor simulado, puso fin a la vida de la malvada reina del continente
este.
El grupo se quedó perplejo ante la
simulación virtual del plan de Biggs y la resistencia de Oblivia, que dio por
concluida cuando todo el mapa holográfico desapareció de repente y la enorme
mesa volvió a ser normal. El teniente se quedó callado por un momento,
esperando la opinión de los demás:
- ¿Y bien, qué os parece?
- Creo que es un buen plan, pero…
¿cómo haremos todo eso?- comentó Rex- para hacerlo primero tenemos que
organizarnos y…
- Precisamente para que la misión se
lleve a cabo y salga bien, necesitamos que se formen dos equipos: el equipo
Arco Triunfo, que se encargará de ir hasta el monumento y en su interior bajará
las rejas a la hora prevista; y el equipo francotirador, que disparará a
Venigna una vez quede atrapada e indefensa- explicó Biggs.
Alana dijo en ese momento, pensativa:
- Me parece bien, pero… ¿cómo
formaremos los equipos?
El jefe de la resistencia de Oblivia
los miró a todos detenidamente durante unos segundos, y luego les dijo a los
miembros de cada uno:
- Cristal, Jack y Erika formarán el
quipo Arco Triunfo. Ellos irán al monumento y en su interior bajarán las rejas
a las 20:30, hora en la que la carroza de la bruja pasará por debajo del mismo.
Hizo una pausa y, mirando a los otros
tres miembros, continuó:
- Rex, Alana y Eduardo formarán el
equipo francotirador. Desde la azotea de un edificio cercano al Arco de
Triunfo, apuntarán y dispararán a Venigna cuando el otro equipo baje las rejas.
En ese momento intervino el chico, no
muy convencido:
- ¡Espere, yo nunca he usado una
pistola u otra arma de fuego…!- dijo Eduardo- ¡no lograré acertar ni de cerca
al objetivo!
- Tranquilo, para eso os acompañaremos Wedge y yo a los dos equipos- intentó calmarlo el teniente- aunque no lo
parezca, somos los mejores tiradores de Oblivia…os necesitamos más bien como
refuerzos ante cualquier peligro que surgiera…por si acaso.
Todos entendieron lo que quería decir Biggs, y asintieron con la cabeza. Tratándose de Venigna, era muy probable que
tuvieran que enfrentarse a alguno de sus lacayos, o en el peor de los casos, a
ella misma:
- Wedge os acompañará a vosotros como
francotirador, mientras que yo iré con el equipo Arco Triunfo a mover las
poleas…seguro que moverlas después de tantos siglos no será nada fácil…- y
añadió como punto final a la explicación del plan- por si todo esto fallara, y
en caso de que no podamos huir y no tengamos otra opción más que la
muerte…iremos a plantarle cara a la bruja nosotros mismos con un pase especial
al castillo, para que vosotros podáis huir de Metroya y cumplir con vuestro
objetivo, elegidos de la profecía.
En ese momento sonaron trompetas,
tambores y demás instrumentos de orquesta, acompañados de griteríos
provenientes del exterior. Todos salieron fuera del cuartel general y se
asomaron por una ventana rota del edificio abandonado que los camuflaba. Ya era
de noche y se veía a lo lejos un gran brillo y resplandor en el centro de la
ciudad:
- ¿Qué es eso?- preguntó Erika,
sorprendida- ¿ya ha empezado el desfile?
- No, se trata de la ceremonia de
iniciación al Giro de la Victoria- explicó Biggs- el desfile de la carroza va
después de lo que viene a continuación: el discurso de la reina.
Alana miró el reloj de su muñeca, que
marcaba las 20:00, y les dijo a los demás:
- ¿No deberíamos irnos a prepararlo
todo para la acción?
- Si, ya va siendo hora…- respondió el
teniente, que luego sonrió diciendo- ¡hagamos que la Gira de la Victoria de
Venigna sea su gira de la derrota!
Eduardo y los demás sonrieron a su
vez, y Jack se dirigió a sus compañeras de equipo:
- Bien, es hora de irnos… ¡vamos,
Erika y…!
Al girarse donde su suponía que estaba
la princesa no había nadie:
- ¿¡Cristal!?
- Pero si estaba aquí hace un momento
con nosotros- comentó Alana- ¿dónde está?
En ese momento notaron nervioso a Biggs, que buscaba algo en sus bolsillos que no encontraba:
- ¡No…no puede ser…no está!
La alarmante reacción y repentino
cambio de humor del jefe de la resistencia de Oblivia acabó por dejar confusos
a los demás, que no tardaron en contagiarse de su preocupación:
- ¿El qué, teniente?- preguntó Erika,
también algo nerviosa.
Biggs los miró a todos con profundo
miedo reflejado en su rostro. Estaba claro que debía de haber perdido algo
realmente importante:
- ¡¡La tarjeta pase que permite al
acceso al edificio de Venigna…no la tengo!!
- ¿¡Qué!?- exclamaron todos.
Mucho antes de que los demás se dieran
cuenta, el chico fue el primero en saber lo que estaba pasando. Un objeto tan
importante como aquel no podía perderse tan fácilmente, de modo que sabía lo
que había pasado y quién era el responsable de lo ocurrido:
- No puede ser…- dijo Eduardo,
completamente pálido y perplejo- Cristal la ha…
El joven salió corriendo de repente
mientras le decía a su compañero:
- ¡¡Rex, ven conmigo, rápido!!
Sin embargo, Jack lo detuvo
agarrándolo del brazo, al pasar por su lado:
- ¿¡Estás loco!? ¡¡Falta media hora
para la operación y os necesitamos como francotiradores!!
Eduardo le respondió diciendo:
- ¡Alana puede disparar en caso de
emergencia, además, volveremos antes de las ocho y media!
- ¡Eso no es excusa!- reprochó el
mago, enfadado- ¡no puedes exponer tu vida de esa manera sabiendo que puedes
morir en cualquier momento!
Lo que le dijo el joven después, con
la mirada firme y decidida, dejó sin palabras a Jack:
- Es lo que debo hacer, como el líder
del grupo que soy…no puedo quedarme sentado y con los brazos cruzados mientras
veo morir a mis amigos, a mis seres queridos, a mi familia…si alguno de
vosotros muere por mi culpa, y no actué cuando tuve la oportunidad, no me lo
perdonaría nunca…- y luego añadió, mirando a su compañero a los ojos- tú lo
sabías, y por eso me elegiste a mí…si todavía queda algo del Jack que yo
conocía, del mago que nos salvó en La Tierra, si todavía crees y confías en
mí…te pido por favor que me sueltes y me dejes ir…o de lo contrario, puede que
no volvamos a ver a Cristal nunca más…
Todas aquellas palabras dejaron sin
habla a Jack, cuyo rostro sorprendido pareció haber tocado fondo en su alma. Se
había olvidado por completo del cargo que le había dejado a Eduardo, y de las
sinceras palabras que acompañaron la entrega del colgante mágico en sus manos.
Estaba tan cegado por la obsesión de querer cumplir su deber como guardián, por
la promesa de Marina, que había olvidado algo mucho más importante: la amistad
y la lealtad de sus amigos, sus compañeros…y su familia. Sabía que él ya no era
el que dirigía el destino de sus amigos, sino el joven que tenía a su lado.
El mago abandonó la furia que lo
invadía, y soltó más tranquilamente el brazo del chico. En su cara se dibujó
una media sonrisa afable:
- Está bien, pero prométeme que
volveréis antes de media hora.
- Lo prometo- respondió Eduardo, con
otra media sonrisa.
Tras asentir nuevamente con la cabeza,
el chico y el perro salieron corriendo de la habitación y abandonando el
cuartel general de la resistencia de Oblivia. Junto a ellos, los acompañaba el
recluta Wedge, con armas ocultas bajo su traje encapuchado.
Mientras corrían por entre los
callejones de la inmensa ciudad de Metroya, Rex le preguntó a su compañero:
- ¿¡Por qué crees que Cristal hace
todo esto!?
- ¡No lo sé…!- respondió Eduardo-
¡pero tenemos que detenerla antes de que sea demasiado tarde!
- ¿¡Por qué!?- preguntó el perro,
perplejo- ¿¡en qué piensas!?
El chico pronunció, con tremendo miedo
y preocupación en sus palabras:
- ¡¡Esta loca…cree que ella sola podrá
detener a la bruja!!
Mientras tanto, no muy lejos de allí,
Cristal caminaba sola por un oscuro callejón alejado de las calles principales.
Se había asegurado de que no la seguía nadie, pues aquello debía hacerlo sola.
Tenía miedo y en varias ocasiones estuvo a punto de dar media vuelta, pero su
firme decisión se lo impedía. Sabía que ya no había vuelta atrás:
- Siempre he dependido de los demás…a
la hora de la verdad siempre me escondo y dejo que mis compañeros den la cara
por mí…- se decía para sí misma- soy la única del grupo que no hago nada y,
además, siempre soy yo la que trae problemas…
Sacó la tarjeta pase de acceso al
castillo de Venigna que había robado al teniente Biggs y la observó en la
penumbra. Mientras la miraba pronunció seriamente:
- Esta vez seré yo la que ponga fin a
todo esto, la que lo arregle todo, la que salve por una vez la situación…les
demostraré a los demás que yo también puedo ayudar y hacer algo…hablaré
personalmente con Venigna y trataré de llegar a un acuerdo con ella…después de
todo soy la princesa del reino de Oblivia, soy la única persona después de mis
padres con mayor posibilidad de razonar con ella.
Volvió a guardar en el bolsillo la
tarjeta pase, y después de dar unos pasos más, se detuvo en seco y alzó la
mirada al cielo. Había llegado a su objetivo, al edificio, al castillo, a la
morada de la reina del continente este. Se encontraba en los callejones que
conectaba con la parte trasera del edificio principal de Metroya.
Gracias a sus habilidades de ladrona,
la princesa corrió, trepó y saltó por los muros del callejón, ascendiendo a
toda velocidad. Sus movimientos al agarrarse a las ventanas y pisar con gran
precisión y destreza los alfeizares y demás puntos de apoyo para impulsarse se
asemejaban a los de un felino rápido y ágil. Como una sombra silenciosa,
trepó con gran rapidez por el callejón,
intentando llegar a lo más alto, y sin que ningún vecino de las ventanas de
diera cuenta.
No tardó demasiado y sin ningún
problema en llegar a la azotea del edificio, lugar donde había una gran cúpula
ocupando la mayor parte del ático. Con su estrella ninja en mano y avanzando
con cautela, recorrió silenciosamente el lugar hasta llegar a la parte frontal
del edificio, y allí descubrió una gran alfombra roja cuyo extremo acababa en
un enorme y lujoso balcón con un micrófono. Desde allí podía contemplarse toda
la plaza central frente al edificio de la reina.
La chica con coletas observó todo a su
alrededor, e imaginó que la soberana de Metroya daba sus discursos a la ciudad
desde aquella balaustrada:
“No hay duda, ésta es la morada de
Venigna”- pensó para sí- “tanto lujo en un solo lugar de esta ciudad no puede ser de otra persona”
Después de asegurarse de que no había
ningún lacayo de la bruja en la azotea, la princesa bajó el arma, bastante
intrigada. Le pareció muy raro que el sitio estuviera desierto, sobretodo
porque se encontraba en el recinto privado de la reina estiana de Limaria.
Había mucho lujo, pero ni rastro de
vigilancia. A diferencia del reino de sus padres, que estaba armado hasta los
dientes y con una excelente vigilancia patrullando las veinticuatro horas del
día, la morada de Venigna resultaba ser un lugar inhabitado y tan
escalofriantemente silencioso que despertaba miedo en todo aquel que lo pisaba.
Parecía como si la bruja no necesitara ninguna ayuda ni protección, como si
pudiera defenderse ella sola ante cualquier peligro.
La chica con coletas caminó despacio y
en guardia por el lugar, por si acaso apareciera un enemigo de repente.
Encontró dos caminos posibles: uno cerca del balcón, que se trataba de unas
escaleras que comunicaban con los pisos inferiores del edificio, y la otra en
la cúpula, una puerta cerrada bajo cuyos pies se perdía el otro extremo la
alfombra roja.
Dedujo por lógica que los aposentos de
Venigna se encontraban siguiendo el rastro de la alfombra, por lo que sacó del
bolsillo la tarjeta pase que robó anteriormente, la cual pasó por un lector al
lado de la entrada, abriendo las puertas metálicas frente a ella. Con mucho
valor, se adentró en el pasillo oscuro, perdiéndose en las entrañas del corazón
de la fortaleza de su enemiga.
Los segundos que recorrió aquel
pasillo le parecieron interminables, llegando a pensar incluso que se trataba
de una trampa preparada por la misma malvada reina. Caminaba lentamente con
miedo a que alguien la atacara en cualquier momento, desprevenida. La tensión y
el terror provocados por el silencio y el único sonido de sus pasos la ponían
cada vez más nerviosa.
Después de lo que le parecieron unos
largos minutos andando, por fin logró divisar en la penumbra una puerta oscura,
y supo de alguna forma que tras aquella entrada se acababan los obstáculos para
llegar hasta Venigna. El inquietante frío helado y el aura fantasmagórica que
desprendía la puerta lo confirmaban, y la princesa tragó saliva.
Al estirar el brazo y tocar con una
mano los manillares, Cristal sintió un repentino escalofrío por todo su cuerpo,
igual al que siente alguien cuando sabe que el peligro está cerca. Durante unos
minutos se le congeló la mano de miedo, mientras temblaba, y el frío que sentía
hacía que respirara entrecortadamente, jadeando.
Empezaba a pensar realmente en serio
que aquello no era una buena idea y que debía salir corriendo de allí cuanto
antes. El miedo y el terror casi la dominaron por completo al sentir el
tremendo poder que había tras aquella puerta, y estuvo a punto de dar media
vuelta y correr de no ser porque consiguió recapacitar y dominar sus instintos
de supervivencia. Pensó que estaba a un paso de conseguirlo y que no estaba
dispuesta a abandonar después de haber llegado hasta allí sola.
No se lo pensó más. Finalmente movió
el manillar, abrió la puerta, entró en su interior y la cerró tras de sí. Ya no
había vuelta atrás.
Era una gran habitación oscura en
donde apenas había iluminación. Los únicos focos que proporcionaban algo de luz
provenían de las siniestras velas de fuego negro que yacían en las paredes. Por
todas partes había muchas telas transparentes que colgaban del techo y de las
paredes, que le daban un ambiente misterioso y fantasmal. Dentro de aquella
estancia sentía mucho más frío que fuera, incluso expulsaba vapor por la boca
al respirar.
En el centro de la sala había un
lujoso asiento en donde una silueta humana estaba sentada de espaldas a la
entrada.
Cristal comprobó a simple vista que se
trataba de una mujer de negro y con el cabello violeta. Dedujo por lógica que
era Venigna, y la chica caminó insegura y con pasos lentos hacia la bruja.
Pronunció mientras le temblaba la voz:
- ¿Eres Venigna…verdad?
Sólo obtuvo el silencio por respuesta,
ni siquiera la reina volvió la vista para dirigirle la mirada. Parecía que no
la había oído, algo que era prácticamente imposible teniendo en cuenta que eran
las únicas en aquella estancia y que estaban a poco más de cinco metros de
distancia. La princesa siguió caminando hacia ella mientras el miedo empezaba a
invadirla rápidamente por dentro:
- ¿Venigna?
Cuando estuvo a pocos pasos de la
bruja, un misterioso poder psíquico la apartó brutalmente a un lado y acabó
rodando por el suelo. Antes de que pudiera reaccionar y levantarse, algo la
agarró del cuello con fuerza y la mantuvo sujeta en el aire, a varios metros
del suelo.
Inmovilizada y atrapada, sin poder
siquiera pronunciar palabra, Cristal sintió de repente un intenso dolor
parecido al que se siente cuando le apuñalan a alguien cientos de cuchillas por
todo el cuerpo, y la chica se retorció violentamente mientras gritaba de dolor.
Con muchísimo esfuerzo, logró fijar la
vista en su enemiga, y lo que vio a continuación la dejó tan pálida y helada
como si hubiera visto un fantasma.
Un misterioso sello brillaba
intermitentemente en rojo en el cuello de Venigna, y aunque no pudo verle el
rostro de frente, juraría que sus ojos también parpadeaban del mismo color. El
poder psíquico de la reina reaccionaba con el sello y su uso en la tortura de
la princesa.
De repente la bruja se levantó de su
asiento, sin mostrar ninguna expresión ni mirar a la chica, como si no
estuviera en aquella habitación. Caminó tranquilamente a pasos lentos en
dirección a la entrada, y al llegar a la puerta cerrada ocurrió algo
sorprendente. La bruja, en vez de abrir la puerta con el manillar, lo que hizo
fue atravesarla como si fuera un fantasma.
Cuando desapareció de la estancia, el
poder psíquico de Venigna mermó de repente y dejó de hacer efecto. Cristal cayó
al suelo, inmóvil y agotada. Antes de cerrar los ojos y de perder por completo
el conocimiento, unas palabras resonaron claramente en su cabeza:
“Esa mujer…no es humana”
Mientras tanto, Rex, Eduardo y Wedge corrían por entre las miles de personas que se encontraban en la plaza central,
camino de la morada de la reina. Habían seguido su rastro gracias al olfato de
Rex, y el can les indicó a sus compañeros que la princesa estaba cerca. Durante
todo el camino habían avanzado sin problema en pos del rastro de la chica con
coletas, pero al llegar a la plaza central, una inmensa y sobrecogedora masa de
ciudadanos metroyanos se encontraba allí, apretados como sardinas en lata.
El movimiento por aquel lugar era
bastante dificultoso, y debido a la presión y al estrés de la situación, en más
de una ocasión a Eduardo le entraron ganas de pegarle un buen puñetazo a los
que empujaban. Rex, por su parte, también tenía ansias de soltarle un mordisco
a alguien, cada vez que le pisaban las patas.
Todos gritaban y vitoreaban el nombre
de Venigna, la conmoción de ver y presenciar a su reina enloquecía a la
población, cuyos silbidos y aplausos demostraban la admiración que sentían por
ella:
- ¿Tanto les alegra ver a Venigna?-
preguntó Rex.
- Es normal, muy pocas veces la ven en
persona- explicó Wedge.
- ¿Qué quieres decir?- intervino
Eduardo.
- Digamos que…la reina no suele mostrarse
a menudo en público.
El chico estuvo a punto de preguntarle
otra cosa, pero en ese momento un hombre que estaba al lado señaló arriba,
gritando:
- ¡¡Ahí está, es ella!
Los tres miraron en la dirección que
señalaba el ciudadano. Se sorprendieron cuando, en el momento en que una
siniestra silueta humana aparecía en la balaustrada de la azotea del edificio,
la gente gritó eufórica, aún más alto. Los gritos, silbidos y aplausos
aumentaron hasta tal nivel que a Eduardo le dolían un poco los oídos.
Todos se alegraban de ver a su reina,
y en la enorme pantalla plana que ocupaba la fachada del edificio se proyectó
en primer plano a la soberana del continente este:
- ¿Esa es…Venigna?- preguntó el chico,
sorprendido.
En medio de los vítores de la gente,
ocurrió un horrible suceso que acabó en tragedia. Una mujer joven surgió de
entre la muchedumbre, con un rostro furioso y lleno de odio que contrastaba con
el resto. Gritó afónicamente, rabiosa y con todas sus fuerzas mientras saltaba
y pataleaba:
- ¡¡Asesina!! ¡¡Traidora impostora, no
mereces ser reina!! ¡¡Lo que quieres es matarnos a todos!!
Gritó un par de abucheantes insultos
más hasta que llegó la policía y, sin mediar palabra, le pegó un tiro en la
cabeza que acabó con su vida.
Eduardo contempló todos los sucesos
con profundo miedo y terror, ya que la mujer estaba prácticamente a un par de
metros del grupo de Rex, Wedge y él. No esperaba que la autoridad de Metroya
fuera tan malvada y tuviera tanta sangre fría de acabar de esa forma con un
ciudadano civil. El absoluto silencio que acompañó a la tragedia permitió a Wedge susurrarle al joven:
- Así acaban los que se oponen a la
voluntad de la reina…seguramente pertenecía a un grupo minorista que está en
contra de los ideales de Venigna…no somos los únicos, también hay metroyanos
opositores a la soberana, pero actúan clandestinamente…si no quieren morir de
la misma manera.
No tuvo tiempo de decirle mucho más
porque en ese momento la bruja utilizó el micrófono que tenía frente a ella. Su
voz retumbó a través de los altavoces por todos los rincones de la plaza:
- Queridos ciudadanos de Metroya, nos
encontramos hoy aquí para celebrar nuestra futura victoria en la batalla que el
príncipe estiano comenzó hace más de diez siglos por el reino de su difunto padre,
el rey absoluto de Limaria…
Mientras todo el mundo prestaba
atención al discurso de su reina, Wedge les susurró a sus compañeros:
- Su majestad la princesa debe de
estar en ese edificio, vamos a buscarla.
Eduardo y Rex asintieron con la
cabeza, no podían perder tiempo. En aquellos momentos era muy probable que
Cristal estuviera en peligro, y debían salvarla cuanto antes.
Los tres corrieron nuevamente entre la
muchedumbre, bajo los atentos ojos asesinos de la policía. Por suerte, mientras
no enseñaran armas ni mostraran signos de rebeldía, la autoridad de Metroya no
haría nada para detenerlos:
- La batalla que ha perdurado durante
más de diez siglos por fin llegará a su final…- siguió hablando Venigna- les
demostraremos a esos oestianos quién es el más fuerte, y por tanto, a quién le
corresponde este mundo.
Al acabar el discurso, unos minutos
después, la gente gritó y aplaudió con más fuerza, dando por finalizado el
discurso de la soberana. En medio de los aplausos y vítores que recibía de su
pueblo, la bruja descubrió en el centro de la plaza a un extraño grupo de
visitantes bastante sospechosos: compuesto por un joven, un perro y un
encapuchado.
Al fijarse mejor en el chico de rojo,
una leve expresión de sorpresa surgió en su rostro. Nunca creyó que lo vería a
él en Metroya, en pleno centro de sus dominios. Una sonrisa diabólica se dibujó
en su cara, y cuando apagó el micrófono, dijo para sí misma:
- Vaya, mira por dónde, a quién
tenemos aquí…no me lo esperaba en la ciudad…y seguro que “ella” tampoco debe
andar muy lejos…es una gran noticia saber que están aquí…
Echó un vistazo mientras veía cómo
Eduardo y sus compañeros corrían por la plaza:
- Me encantaría acabar personalmente
con ese maldito crío elegido de la profecía, pero otros asuntos requieren de mi
presencia.
Miró por última vez a la gente que
gritaba en la plaza, eufórica con tan solo su mera presencia:
- Estúpidos humanos…- murmuró en voz
baja- dentro de poco llegará vuestro final…
En ese momento alzó un brazo como
último gesto de despedida. Después dio media vuelta, y desapareció de la
balaustrada, bajando por las escaleras que había al lado de la enorme alfombra
roja. Chasqueó disimuladamente los dedos mientras éstos desprendían una pequeña
chispa de oscuridad y sonreía maléficamente para sí misma:
- Aunque esto no contaba en los planes
de mi señor, no creo que le importe saber que el elegido sufrió un grave
“accidente”…- rió para sí- dejaré que mis mascotas hagan lo que les plazca con
ese mocoso…un poco de ejercicio no les sentará mal después de dos mil años
dormidos.
Rex, Eduardo y Wedge esperaron a que
Venigna se marchara del edificio. Tal y como esperaban, tras el discurso de la
reina venía la Gira de la Victoria. Desde su escondite en un callejón vieron
cómo la bruja salía por la puerta principal y se montaba en una enorme y lujosa
carroza, digna de la realeza. Las trompetas, tambores y demás instrumentos de
gala comenzaron a sonar desde que Venigna tomó asiento en su trono móvil y el
vehículo empezó a moverse:
- La Gira de la Victoria ha empezado…-
comentó Wedge- a partir de ahora sólo nos quedan quince minutos antes de que la
carroza llegue al Arco de Triunfo.
- Espero que los demás estén
preparados- dijo Eduardo- no sé si llegaremos a tiempo para ayudar al resto con
la misión Arco Triunfo.
Fue entonces cuando intervino Rex, que
avisó a sus compañeros mientras olisqueaba el suelo a su alrededor:
- ¡Chicos, he encontrado el rastro de
Cristal!- levantó el hocico y señaló al frente, completamente seguro- ¡mi
olfato no me engaña, Cristal ha pasado por aquí!
Cuando la carroza se hubo alejado lo
suficiente, los tres pasaron a la acción. Gracias al olfato canino de Rex,
lograron seguir el rastro de la chica con coletas, que los condujo hasta una
pared sin ninguna característica especial. Dedujeron por lógica que había
escalado hasta la azotea, de modo que ellos también la imitaron.
Se subieron encima de un coche volador
sucio y abandonado, y de un salto consiguieron alcanzar las escalerillas de
emergencia. El resto lo subieron corriendo por el único camino posible,
mientras sus pasos resonaban en cada escalón de la estructura metálica, hasta
llegar a la azotea del edificio.
Al internarse en territorio enemigo
los tres se pusieron en guardia, por si apareciera algún lacayo de Venigna. Sin
embargo, lejos de lo que esperaban, nadie acudió a su encuentro. Recorrieron
sigilosamente y con cautela el lugar, todo estaba en calma y no se percibía
ningún rastro de vida:
- ¿Por qué no hay nadie vigilando este
sitio?- preguntó Eduardo, intrigado ante tan inesperada sorpresa.
- Siendo Venigna, no necesita guardias
que la protejan- respondió Wedge, sin dejar de apuntar con su pistola láser- se
basta ella sola para defenderse.
Rex continuaba rastreando el suelo,
siguiendo la pista de la chica con coletas, y el olor le llevó hasta rodear la
cúpula y llegar a la entrada de la alfombra roja, en la misma balaustrada donde
minutos antes la bruja había dado el discurso a la ciudad. Todo seguía intacto
desde que se marchó:
- Chicos, mirad.
El perro indicó con un gesto la puerta
entreabierta al interior de la cúpula, y lo que les sorprendió fue encontrar la
tarjeta pase del teniente Biggs tirada en el suelo, a un lado de la puerta.
Aquello solo podía significar una cosa:
- Cristal estuvo aquí- dijo Eduardo-
seguro que ha entrado por ahí.
Rex y Wedge asintieron con la cabeza,
y los tres dudaron por un momento antes de aceptar y entrar, perdiéndose en las
entrañas de la morada de Venigna.
Atravesaron la penumbra absoluta,
iluminando el camino con una linterna que llevaba Wedge, hasta llegar al final
del pasillo y encontrar una siniestra puerta cerrada. El perro lo confirmó,
tras olisquear la entrada:
- No hay duda, Cristal está al otro
lado- dijo el can, completamente seguro de sus palabras.
Aquello le bastó a Eduardo para
decidirse a abrir la puerta, y cuando lo hizo tanto él como sus compañeros se
sorprendieron al descubrir los aposentos de Venigna. Las telas transparentes
colgaban del techo, y las llamas de fuego negro transformaban la atmósfera de
la estancia en un ambiente tétrico y fantasmagórico.
Allí, a un par de metros del lujoso
asiento, había un cuerpo humano tirado en el suelo, el cual reconocieron al
instante:
- ¡¡Cristal!!- exclamaron todos.
Los tres corrieron hasta llegar a ella
y se agacharon a su lado, temerosos de haber llegado demasiado tarde:
- ¿Está bien?- preguntó Eduardo,
preocupado.
Wedge comprobó sus constantes vitales,
y tras asustarse por unos segundos al pensar que quizá hubiera perdido la vida,
sonrió y suspiró aliviado diciendo:
- Sigue viva, solo se ha desmayado.
Eduardo y Rex también sonrieron,
aliviados por la noticia. Afortunadamente Cristal había sobrevivido al ataque
de Venigna, y el recluta Wedge afirmó, completamente perplejo, que era la
primera vez que alguien se presentaba tan cerca de la bruja y salía ileso. Era
un milagro que la princesa aún siguiera con vida:
- Menos mal- sonrió el chico,
aliviado.
De repente a Rex se le levantaron las
orejas, y un repentino escalofrío le recorrió la espina dorsal, haciendo que se
le erizaran todos los pelos de su cuerpo animal. Le dijo a sus compañeros, un
poco asustado:
- Chicos, este lugar es muy
peligroso…salgamos de aquí.
- Pero si Venigna está en la Gira de
la Victoria, lejos de aquí- comentó Wedge- ¿Qué te hace pensar qué…?
- ¡Escuchad, no bromeo!- exclamó Rex,
cambiando radicalmente de expresión a seriedad- ¡algo se acerca…no estamos
solos!
Eduardo supo que decía la verdad
porque el perro se mostraba cada vez más nervioso y alterado, llegando incluso
hasta el punto de gruñir y enseñar los dientes de manera más agresiva.
No hicieron falta más palabras para
saber que el peligro andaba cerca, de modo que decidieron salir de allí cuanto antes.
El soldado le indicó al chico:
- Eduardo, lleva a su majestad…yo te
cubriré las espaldas.
El joven asintió con la cabeza y cargó
a Cristal a su espalda, mientras Wedge recargaba toda su munición de armas de
fuego y se ponía en guardia. Enseguida retomaron la marcha para volver por
dónde habían venido.
Sin embargo, los peores temores se
confirmaron. En cuanto dieron dos pasos, el enorme techo cristalizado de la
cúpula se vino abajo, y en medio de la lluvia de los millones de cristales
rotos aparecieron dos horribles criaturas de la nada frente a ellos. Los tres
palidecieron de repente al ver a aquellos monstruos, que gritaban de furia:
- ¿¡Qué…qué es eso!?- preguntó
Eduardo, atónito.
Entonces Rex, que había visto esos
monstruos antes, exclamó diciendo:
- ¡Espera…! ¿¡No son esas las gárgolas
de piedra del Arco de Triunfo!?
- ¿¡Qué!?- exclamó Wedge- ¡no puede
ser, esos seres de piedra jamás podrían…!
En ese momento, uno de los monstruos
gritó de furia y se lanzó a atacarlos. El ataque rápido e inminente sorprendió
tanto a todos que tardaron en reaccionar. A pesar de disparar un par de veces
con tecnología láser y de desprender algunos fragmentos de piedra de su
enemigo, los disparos de la pistola de Wedge no bastaron para detener a la
criatura, que de fuerte zarpazo golpeó al soldado y lo lanzó rodando por el
suelo:
- ¡¡Wedge!!- gritaron sus compañeros.
La gárgola no paró en su trayecto de
llegar hasta Eduardo, y aunque el chico corrió en un intento por escapar de la
amenaza, no pudo esquivar la embestida que recibió del monstruo y lo derribó en
el suelo, junto a Cristal:
- ¡¡Eduardo!!- exclamó Rex.
La otra criatura se lanzó de la misma
forma a embestir al perro, que lo pilló por sorpresa, golpeó y lanzó un poco
más lejos, envuelto en varias cortinas que colgaban del techo:
- ¡¡Rex, no!!- gritó el chico.
Antes de que pudiera pensar y hacer
algo, un acto reflejo le hizo levantarse de inmediato mientras aparecía
mágicamente la llave espada en su mano, con la que bloqueó el mordisco del
monstruo, cuyas fauces abiertas se lanzaban peligrosamente hacia él.
Durante unos angustiantes segundos, el
joven trató de detener los feroces colmillos que mordían su espada con fuerza.
Sin embargo, las afiladas garras que le arañaban los brazos y las piernas le
hacían gritar de dolor, mientras sentía cómo le desgarraba la piel y la sangre
brotaba de sus heridas.
En un determinado momento Eduardo
reunió fuerza en sus brazos y manos, y con tremendo esfuerzo, gritó al mismo
tiempo que apartaba de un sablazo el rostro de la criatura a un lado y la
empujaba con fuerza. El filo de la llave espada le partió medio rostro a la gárgola,
que cayó rodando junto a sus pies un poco más lejos.
El chico adquirió un semblante pálido
al ver lo que acababa de descubrir. El trozo de cara que le había partido a la
criatura era en realidad un trozo de piedra, y fue entonces cuando de verdad creyó
la teoría descabellada de su compañero. Volvió la vista al combate entre el
perro y la otra gárgola:
- ¡¡Rex, tenías razón, son las
gárgolas de piedra del Arco de Triunfo!!
- ¡¡Alguien tiene que haberles dado
vida de alguna forma!!- respondió el can, mientras esquivaba las garras y
golpes de su enemigo- ¡¡Seguro que esto es obra de…!!
No pudo terminar la frase porque
recibió otro duro golpe del enemigo, que lo estrelló de lleno contra el suelo
mientras hundía sus afiladas garras en el costado del perro:
- ¡¡Rex!!
El despiste de Eduardo le costó un
duro zarpazo en el estómago, que le hizo gritar de dolor. Dolido, retrocedió
unos pasos mientras se llevaba la mano al estómago. Cuando al retirarla la vio
ensangrentada, un nuevo aviso por parte de Wedge hizo que reaccionara mirando
al frente:
- ¡¡Eduardo, cuidado!!
La gárgola se lanzó de lleno contra él
con las fauces y las garras abiertas, gritando de furia. Todo fue tan rápido
que el joven no reaccionó a tiempo para defenderse. En un vano intento por
bloquear el ataque con su arma, el monstruo de piedra optó por embestir al
chico contra una pared y la derrumbó con su propio cuerpo. Ahora la batalla se
libraba fuera, en el balcón del micrófono y la alfombra roja.
Wedge se cansó y decidió coger la
artillería pesada. Oculta entre sus ropajes de encapuchado, extrajo una
increíble y potente ametralladora láser, con la que apuntó a la gárgola más
cercana, a la que luchaba contra Rex:
- ¡¡Chúpate ésta, desgraciado!!
Apretó el gatillo y una increíble
lluvia de balas azotó a la criatura, que gritó de furia mientras se le
desprendían trozos de piedra del cuerpo. La gárgola volvió la cabeza al solado,
y con rabia e ira, corrió directa hacia él:
- ¡¡Wedge, no!!- gritó Rex, al ver sus
intenciones- ¡¡No lo hagas!!
Sin embargo, ya era demasiado tarde.
Viendo que las balas no le afectaban, y que de no hacer algo lo mataría en
cuestión de segundos, el recluta de la resistencia de Oblivia no lo dudó ni un
instante. Extrajo de su cinturón una de las granadas que tenía y la lanzó
directa al rostro de la criatura de piedra, antes de que lo alcanzara.
Una explosión se produjo en la
habitación de Venigna, que terminó de echar abajo todo cuanto quedaba de la
cúpula de cristal y envolvió en llamas las cortinas transparentes.
Eduardo, tirado en un rincón de la
balaustrada, no podía levantarse. Le dolía todo el cuerpo después de atravesar
una pared por la fuerza, y la sangre brotaba de su estómago, brazos y piernas:
- ¡¡Rex, Cristal, Wedge!!- gritó el
joven, tras contemplar frente a sus ojos la explosión que acabó con los
aposentos de la bruja, que podía verse desde el exterior y seguro desde varios
kilómetros a la redonda del edificio.
La gárgola con medio rostro que lo
seguía no tardó en encontrarlo, gruñendo de rabia. Avanzó hacia él a pasos
lentos mientras el chico, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, se
levantó a duras penas, agarrándose a lo que podía. Miró a su enemigo con rabia
y furia, mientras jadeaba:
- Todavía no…he dicho…mi última
palabra…
Levantó la llave espada y apuntó con
ella a la criatura, con la que pronunció alto y claro:
- ¡¡Piro+!!
Una enorme bola de fuego se formó y
salió disparada del filo del arma, que acertó de lleno en el blanco y produjo
una pequeña explosión, seguido de una humareda. Eduardo sonrió al darle de
pleno a su enemigo, y creyó por un momento que el combate había terminado.
Lo que ocurrió a continuación le
demostró todo lo contrario.
Su rostro palideció de repente cuando
el monstruo surgió de la humareda, con algunas partes de su cuerpo de piedra
quemadas y chamuscadas, y se lanzó con un grito de furia a atacar al joven. De
nuevo sus poderosas garras arañaron el cuerpo del chico, y la potencia del
golpe empujó brutalmente a Eduardo contra el balcón, destrozando parte de la
balaustrada.
Afortunadamente pudo agarrarse a una
pequeña viga metálica que sobresalía del balcón destrozado, y ahora su vida
pendía de un hilo. Agarrado con una sola mano, bajo sus pies estaba la plaza
central de Metroya. Se encontraba en una situación difícil, pues estaba en lo
alto de la azotea de un edificio, y desde su posición al suelo los separaba un
enorme abismo.
Debido a los golpes y arañazos del
monstruo, el brazo con el que se agachaba flojeaba mucho, y sabía que no aguantaría
mucho tiempo más. Una caída desde esa altura era una muerte segura.
Una desagradable sorpresa empeoró aún
más la situación.
Al levantar la vista, el chico vio a
la gárgola desde el borde del balcón roto, justo encima de él. La criatura
gritó de triunfo al ver a su presa débil y acorralada, y Eduardo temió lo peor
cuando vio al monstruo levantar una garra, preparándose para darle el golpe de
gracia.
Cuando parecía que todo estaba acabado
e iba a morir, una enorme estrella ninja atravesó envuelta en llamas al
monstruo y lo hizo explotar en mil pedazos. Todo fue tan repentino y confuso
para Eduardo que la onda expansiva le hizo soltar su mano de la viga.
Mientras sentía la poderosa fuerza de
la gravedad por todo su cuerpo y caía irremediablemente al vacío del abismo, el
chico cerró los ojos y esperó su muerte. Había fracasado como líder y ahora por
su culpa el mundo entero de Limaria y La Tierra acabarían sucumbiendo a su
destrucción para siempre.
Sin embargo, nada de lo que imaginaba
ocurrió cuando abrió los ojos al sentir que una mano amiga agarraba la suya y
le salvaba de una muerte segura. Suspendido en el aire, Eduardo exclamó,
completamente sorprendido:
- ¡¡Cristal!!
- ¡¡Todo buen guardián siempre salva a
sus protegidos en el último momento!!- sonrió la chica con coletas, mientras lo
sujetaba en el aire desde el borde de la balaustrada.
El chico sonrió a su vez, y ella lo
ayudó a subir con las dos manos. Por fin había pasado el peligro.
Eduardo no se quedó del todo tranquilo
hasta que vio a Rex y Wedge salir de la humareda del interior de lo que antes
era la cúpula. Una inmensa columna de humo debía de vislumbrarse desde varios
kilómetros a la redonda del edificio de Venigna.
El perro y su compañero salieron del
humo negro, con numerosas heridas por todo el cuerpo, pero vivos al fin y al
cabo, que era lo más importante. Se sentaron en el suelo apoyados en una pared,
mientras la princesa sacaba varias ultrapociones y éteres de la mochila y se
los daba a cada uno. Debían recuperarse tras el duro combate que acababan de
librar:
- Gracias, Cristal- dijo el chico,
agradecido- sin ti no lo hubiera contado.
- De nada- respondió ella, con una
sonrisa pícara- es mi forma de compensar el que hayáis venido a buscarme.
En ese momento intervino Wedge, que
gimió de dolor antes de decir:
- Majestad, por vuestra insolencia y
acto suicida habéis puesto en peligro la misión… ¿en qué estabais pensando?
Cristal cambió de semblante y su
rostro se tornó serio. Explicó a los demás:
- Quería intentar arreglar este
problema yo sola, y pensé que hablando con la reina podríamos llegar a un
acuerdo…pero me equivoqué…ni siquiera escuchó mis palabras…
- ¡Os habéis puesto en peligro sin
protección ni mucho menos ayuda!- le reprochó Wedge, molesto- ¿¡Qué hubiera
pasado si nosotros no llegamos a tiempo y hubiera muerto a manos de esa bruja o
de las gárgolas!? ¡El reino entero de Oblivia habría lamentado vuestra muerte,
y como única hija de sus majestades Arturo y Aurora, se desequilibraría la
línea de sucesión de la corona!
La princesa lo miraba seriamente, sin
pronunciar palabra. En ese entonces Rex comentó, un poco deprimido:
- Supongo que a estas alturas, la
operación Arco Triunfo habrá concluido…sin nuestra actuación…- luego suspiró y
dijo- hemos fracasado…
- ¿Cuánto tiempo nos queda?- preguntó
Eduardo.
Wedge miró el reloj de su muñeca, y su
rostro se derrumbó por completo. Un semblante triste y oscuro se formó en su
cara:
- Es inútil…faltan cinco minutos para
que la carroza pase bajo el Arco Triunfo…y nosotros aquí, heridos e
incapacitados para disparar…no lo conseguiremos…
A lo lejos se oían las trompetas,
tambores y demás instrumentos del desfile. Sin duda la carroza estaba muy cerca
del punto de acción. En ese momento la chica con coletas se alejó unos pasos
mientras decía:
- Con la que habéis liado aquí, la
policía no tardará en llegar…marchaos y volved con Alana, necesita vuestra
ayuda.
- ¡Espera!- exclamó Eduardo, perplejo-
¿¡a dónde vas!?
La princesa se detuvo en seco, y
dándoles la espalda, respondió seriamente:
- Tengo un asunto pendiente con
Venigna.
- ¿¡Qué!?- exclamaron los demás, sin
creer lo que oían.
- ¿¡Estás loca!?- preguntó Rex,
atónito- ¡¡ya has visto de lo que es capaz esa bruja!! ¿¡y aún así quieres
volver a plantarle cara!?
Fue entonces cuando también intervino Wedge, completamente en desacuerdo con la idea:
- ¡¡Majestad, os lo suplico…no
vayáis!!- exclamó el soldado de Oblivia- ¡¡lo que pretendéis es un
suicidio…Venigna os matará!!
La princesa pronunció, seriamente y
sin vacilar:
- Estoy decidida a hacerlo. Voy a
luchar por mi reino, por mis amigos, por mi familia…y por el mundo entero…si
con esto logro detener la guerra y salvar la vida de millones de personas, lo
haré asumiendo todas las consecuencias…aunque eso signifique mi propia muerte…
Lo que dijo después dejó perplejos y
asombrados a Rex y a Eduardo porque sabían, a diferencia de Wedge, lo que
significaban aquellas palabras:
- Siempre he sido una sombra…una
sombra inútil que no ayuda en nada, y además trae problemas…- dijo con sinceridad
y un poco de emotividad- Jack, vosotros y todos los demás…siempre me protegéis
y dais la cara por mí…siempre acabo en el banquillo sin ni siquiera ayudar un
poco…porque soy débil…
Eduardo trató de consolarla,
diciéndole con calma:
- Cristal, eso no es verdad…tú siempre
nos has ayudado, y de no ser por ti, nunca habríamos superado muchos de los
obstáculos en el camino…no eres para nada inútil…
La chica con coletas permaneció
callada mientras oía las palabras del chico, y cuando éste calló esperando una
respuesta, la princesa respondió:
- Esta vez no…esta vez seré yo la que
os proteja a todos, la que salve por una vez la situación…- luego añadió, como
una orden- huid de Metroya y acabad con Ludmort, antes de que sea demasiado tarde.
Retomó de nuevo los pasos para irse y
Eduardo trató de levantarse, pero sus heridas todavía seguían doliéndole, y
cayó de nuevo al suelo, gimiendo de dolor:
- ¡¡Cristal, no lo hagas!!- suplicó el
chico, con sus últimas fuerzas.
La chica se detuvo un momento, y sin
mirarle a la cara, sonrió diciendo y con sinceras palabras:
- Ahora entiendo lo que significa ser
un guardián de los elegidos de la profecía…- y añadió, como últimas palabras-
Eduardo, chicos…muchas gracias por todo.
Tras eso la princesa corrió,
alejándose de sus compañeros:
- ¡¡Cristal, no!!- gritaron todos.
Pero ya era demasiado tarde. Cristal
ya se había marchado en dirección al Arco de Triunfo, en donde le esperaba una
dura batalla con la bruja Venigna. No sabía si saldría con vida, pero estaba
dispuesta a arriesgarlo todo por los únicos amigos, la única familia que la
había apoyado siempre.
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