¡Hola, bloggers! Como muchos que llevan siguiendo este blog desde hace dos años, sabrán que hoy es el día en que este fanfic cumple años: ¡ni más ni menos que 6 años!
Y, por supuesto, como tal día de hoy escribí el primer capítulo hace seis años, hoy también vuelvo a publicarlo, pero completamente reescrito.
La razón a esto es que, después de terminar la historia en verano y con unos resultados notablemente mejores de lo esperado, me daba pena que este fanfic tuviera un primer capítulo tan cutre y mediocre (seamos sinceros, los primeros capítulos no le llegan ni a la suela de los zapatos a los últimos xD). Por eso, y con bastante tiempo de antelación, estas semanas he estado reescribiendo de nuevo el capítulo 1, el cual presento hoy con motivo del sexto aniversario de FF: MP.
Para los que leyeron la primera versión ésta les resultará casi en su totalidad completamente nueva, con nuevos diálogos y escenas nunca vistas hasta ahora, y para los que no ésta puede ser la oportunidad perfecta para descubrir, por primera vez, mi propio fanfic de Final Fantasy.
¡Disfrutad de la lectura y de este nuevo primer capítulo! ^^
Primera
parte: Búsqueda
Prólogo-Capítulo I
EDUARDO
Amanecía
en la ciudad de Eleanor. Los primeros rayos del sol surgieron del horizonte,
iluminando con su resplandor las costas de una pequeña localidad al lado del
océano, y tanto el mar como el cielo se vestían de maravillosos colores
cálidos, en diferentes tonalidades mezcladas de rojo, rosa y amarillo. Pero sin
embargo, de todos los colores, el naranja era sin duda el protagonista. El
naranja de un bonito y hermoso amanecer, reflejado en las nubes y en el cielo
cálido sin límites.
Un joven
estudiante de catorce años, Eduardo, despertaba de su sueño profundo. Lo había
despertado el estridente sonido de un pequeño despertador que tenía en la mesa
de noche, al lado de la cama. Tras tantear varias veces con la mano por fuera
de la cama hasta dar con la fuente del sonido, finalmente logró dar con ella y
pulsar el botón superior, que cesó de repente el ruido igual que se enciende y
apaga la luz de una habitación. Todavía más dormido que despierto, el chico
dejó caer de nuevo su brazo por fuera de la cama, aún acogido entre los brazos
del sueño. Después de varios minutos en los que deseaba seguir durmiendo, al
final acabó levantándose, a una velocidad tan lenta que parecía estar
literalmente entre las nubes.
Cuando
se hubo puesto en pie, tras lo cual se tambaleó y casi cae al suelo, trató de
situarse en la vida real. Como sabía que aún seguía medio dormido, con los ojos
entrecerrados, decidió seguir inconscientemente con su rutina diaria de cada
mañana. Lo primero que hizo fue dirigirse al baño y darse una ducha de agua
fría, que acabó despertándolo por completo. Una vez limpio, seco y despejado,
lo siguiente era abrir las puertas del armario y elegir con cuidado la ropa que
iba a ponerse.
Tras
vestirse y estar decentemente arreglado, su siguiente parada era la cocina,
donde se sirvió un desayuno rápido compuesto por una taza de leche fría, cacao
en polvo que disolvió en la misma, cereales y un par de tostadas con mermelada.
Después
de cepillarse los dientes y acicalarse lo mínimo frente al espejo del baño, el
joven regresó de nuevo a su habitación, donde preparó la mochila con materiales
poco habituales para una jornada escolar. Metió en ella un saco de dormir,
todos los objetos necesarios para una correcta higiene personal de baño, dos o
tres camisas y pantalones cortos, varios pares de ropa interior, calcetines,
una chaqueta, una cantimplora y una linterna.
Debido a
lo llena que iba su mochila, tardó más de lo que esperaba en cerrar la
cremallera, con mucho esfuerzo. Incluso no descartó la idea de llevar el saco
de dormir en una bolsa a mano, pensando más en la comodidad.
Sin
embargo, cuando por fin cargó con la pesada mochila a su espalda y ya iba a
dejar su habitación, de repente recordó algo muy importante, y volvió sobre sus
pasos. En la mesa de noche que había junto a su cama, al lado del despertador,
había un colgante del cual pendía una pequeña piedra transparente y cristalina,
casi como un cristal. Tenía una forma cuidadosamente tallada, y a la luz del
sol resplandecía con una bonita luz cálida.
Tras
coger el colgante e introducir la cabeza en el agujero formado por el cordel
con ambas manos, el chico suspiró de alivio. Sentía que se olvidaba de algo muy
importante, y notar aquel colgante alrededor de su cuello le devolvía parte de
la tranquilidad. Cuando miró la piedra cristal por un momento y la cerró en la
palma de su puño derecho, sonrió al sentirla. Ya tenía todo lo que le faltaba.
Y de esa
forma, con la seguridad de quien sabe que no se le olvida nada, salió de la
habitación y de su propia casa, cerrando la puerta con llave tras de sí.
Por
alguna extraña razón, tenía la sensación de que aquel día iba a ocurrir algo
emocionante, algo increíble. Y tenía razón, pues, aunque no lo supiera, la
rueda del destino ya había comenzado a girar.
Irremediablemente
aquel día cambiaría su vida para siempre.
Debido a
que había tardado más de lo que esperaba en preparar su mochila, Eduardo apuró
la marcha y no tardó en empezar a correr, bajando a toda prisa por las
escaleras del edificio en el que vivía, hasta llegar a la planta baja. Allí
corrió esquivando a una señora mayor que justo iba entrando en ese momento, a
la que sorprendió de un repentino susto, y abrió entonces la puerta principal
que comunicaba con el exterior.
El joven
continuó su carrera sin descanso por entre las calles de la ciudad de Eleanor,
subiendo y bajando cuestas empinadas, y transitando por en medio de la gente
que iba y venía de un lado a otro. Gracias a su torpeza chocó con varias
personas en su camino, e incluso al cruzar un paso de peatones en rojo un coche
frenó en seco, a pocos centímetros de Eduardo. Tanto las personas como el
conductor del vehículo se mostraron muy enfadados ante tan poca prudencia por
parte de él, y todos coincidieron en gritarle, molestos:
- ¡Eh
tú, ten más cuidado, chaval!- le dijo un transeúnte.
- ¿Pero
será posible?- exclamó una mujer, frunciendo el ceño.
-
¡Maldito crío estúpido!- le gritó el conductor del coche asomado por la
ventanilla, haciendo sonar la pita del vehículo- ¡Mira por dónde vas!
El chico
solo se disculpaba rápidamente ante aquellas quejas y molestos comentarios, y
de la misma forma continuaba su camino, sin dejar de correr en ningún momento.
Sabía que le quedaba poco tiempo, y no podía permitirse perder ni un solo
segundo si quería llegar cuanto antes a su objetivo. Sabía que podía llegar
tarde cualquer otro día corriente del curso, pero no aquel día. No precisamente
aquel día.
De modo
que Eduardo continuó su interminable carrera, cada vez más agotado y asxifiado
por el esfuerzo. El peso de la mochila que cargaba ese día tampoco ayudaba
mucho, puesto que iba muy llena, y eso le restaba velocidad y agilidad para
esquivar obstáculos.
Podría
haber compartido el peso de la misma en una bolsa a mano, pero ya era demasiado
tarde. Si se detenía ahora a administrar el peso de la mochila, lo más probable
era que perdiera el tiempo necesario para llegar al instituto, y eso era lo que
menos quería en aquellos momentos. Así, continuó corriendo con todas sus
fuerzas, como si su vida dependiera de ello, por entre las calles de la ciudad
de Eleanor.
Cuando
llegó al instituto quince minutos más tarde, sorprendentemente sus amigos
todavía continuaban allí, esperándole. No tardó en descubrir que el chófer del
autobús tenía problemas técnicos con el vehículo, y que se encontraba agachado
y con el capó abierto registrando el motor del mismo. Eduardo agradeció en
silencio y para sí mismo aquel repentino fallo técnico, totalmente imprevisto y
a todas luces inesperado.
- Una
avería del motor- oyó decir al chófer, mientras el joven paseaba cerca del
vehículo, andando hacia el resto de estudiantes.
- ¿Suele
pasar a menudo?- preguntó uno de los profesores tutores, junto a él.
- ¡Qué
va! ¡Si casi nunca da fallos de este tipo!- afirmó el conductor, todavía ojeando
el motor- ¡Y además, ayer pasó perfectamente bien por la revisión! No entiendo
por qué se avería hoy de nuevo. Es como si...
- ¿Como
si quisiera dar la lata...expresamente hoy?
Ambos se
miraron a los ojos por un momento, y enseguida los dos soltaron una carcajada,
riendo por la gracia del chiste. Fue entonces cuando el chófer añadió, con una
amplia sonrisa en la cara.
- ¡Sí,
seguro que esto es cosa del destino!- bromeó el conductor- ¡Alomejor hoy
también me toca la lotería!
Eduardo
continuó su camino, oyendo las risas de ambos hombres a su espalda. Por un
breve momento pensó en las últimas palabras del chófer, pero enseguida las
apartó a un lado en su mente, al recordar que había llegado a tiempo al
instituto.
Podía
estar seguro de que, de no ser por aquel pequeño percance de última hora, el
chico habría perdido definitivamente el autobús, y por consiguiente el viaje
organizado. No sabía si aquello era cosa del destino, que lo tenía todo cuidado
y meticulosamente preparado, o si simplemente tenía mucha suerte. Con
entusiasmado optimismo, prefirió elegir la segunda opción, ya que la primera le
resultaba ligeramente siniestra.
El chico
no tardó en encontrar a su grupo de amigos del instituto, todos ellos esperando
en una de las largas filas de estudiantes, a la espera del funcionamiento del
vehículo. Ese día su clase haría una excursión al monte, de acampada, durante
tres días. Ésa era la razón por la que todos llevaban grandes mochilas de
montaña cargadas a la espalda, o por mayor comodidad a los pies de uno, ya que
pesaban lo suyo.
Eduardo
llegó junto a sus amigos andando lentamente, todavía sudando y jadeando del
cansancio. Sus compañeros enseguida notaron la fatiga en su rostro, e
imaginaron la tremenda carrera que acababa de hacer el joven para llegar hasta
allí.
-
Ya...ya estoy...aquí... - dijo él, aún respirando con dificultad, cuando llegó
junto a ellos.
-
¡Llegas tarde, Edu! - dijo Bruno, con cara de pocos amigos. Se notaba que
estaba cansado de esperar- ¡Como de costumbre!
- Has
tenido mucha suerte, ¿sabes? - le animó Mandy, con una media sonrisa - hoy dio
la casualidad de que el motor del autobús se averió, ¡y justo antes de que
saliéramos!
- ¡Y
tanto que tiene suerte! - intervino Laura, mirando y ladeando la cabeza en
todas direcciones, siguiendo algo invisible con la mirada. No parecía ni que
estuviera prestándole el mínimo asunto a la conversación- ¡Este tío siempre se
las arregla de alguna forma para que todo le salga bien! ¡No sé cómo lo hace!
Y justo
en el momento en que la chica dio una fuerte palmada en el aire, como queriendo
aplastar a una mosca invisible, otro de sus amigos aprovechó para intervenir.
- Es la
primera vez que acampamos todos juntos, ¡seguro que será divertido! - dijo
Lionel, integrándose de lleno en la conversación - siempre había querido hacer
esto con todos mis amigos.
- No
creo que sea para tanto, sólo es una excursión - aclaró seriamente Bruno- ¿por
qué os ponéis todos tan contentos?
-
¡Bruno, no estropees la magia del momento!- dijo Mandy.
- ¡Es
que llevo aquí esperando desde las siete y media de la mañana, y ya estoy harto
de esperar!- se quejó el chico, frunciendo el ceño- ¡Encima esta mierda de
mochila pesa que no veas, y ahora para colmo se estropea el motor del autobús!
¿Qué será lo siguiente? ¿Que se cancele el viaje en el último momento?
Bastó
que el chico pronunciara aquellas palabras para que, en ese momento, el
profesor que acompañaba al chófer alzara la voz, haciendo a la vez señas con
las manos en alto para que todos prestaran atención. El siguiente comunicado de
que, en caso de que no arreglaran el motor, no tendrían más remedio que
cancelar el viaje, hizo que un profundo desaliento unánime surgiera por parte
del patio entero del alumnado. Sin duda, aquello supuso el colmo de todos los
colmos, sobretodo para Bruno, que no pudo evitar reprimir su ira gritando
palabrotas y quejándose frunciendo el ceño.
En medio
de toda la confusión del grupo y del patio en general, que resignados tuvieron
que seguir las siguientes instrucciones del profesor de que lo intentarían una
vez más, Eduardo giró la cabeza, y su corazón empezó a latirle de repente a un
ritmo acelerado. Sus ojos contemplaron durante largos segundos a una persona
especial para él, que despertaba sentimientos incondicionados en su alma.
Se
llamaba Erika. Tenía la misma edad que él, estaba en su misma clase y la
conocía desde que eran niños pequeños.
Se quedó
un buen rato observándola, recordando todos los momentos que habían pasado
juntos desde entonces. Sin embargo, de todos ellos, el recuerdo más especial
que tenía era la noche en que le prometió que la protegería y la cuidaría
siempre.
Cuando
le hizo esa promesa tan sólo tenían siete años. Al mirarse todavía en el
espejo, aún se reía al pensar en las tonterías infantiles que hacía de pequeño,
y en muchas ocasiones se sonrojaba y avergonzaba de que una vez le hiciera esa
promesa a la chica que le gustaba.
Habían
pasado muchos años desde entonces, y el chico se decía a sí mismo que
probablemente ella se hubiera olvidado de aquella promesa infantil, que en
algunas ocasiones deseaba no haber hecho por vergüenza. Lo que sí tenía claro y
sus gestos y comportamiento indicaban, además de los sentimientos que
despertaba de su corazón cuando la veía, es que estaba perdidamente enamorado de
ella. Lo había estado durante toda su vida, desde aquella noche, y nunca le
había confesado lo que sentía. Junto a ella se mostraba tímido e introvertido,
y se sonrojaba cuando la tenía cerca o sabía que lo veía.
En ese
momento sus ojos se encontraron, y ella enseguida lo saludó con una dulce
sonrisa, al mismo tiempo que agitaba la mano abierta de un lado a otro. Él
inmediatamente le desvió la mirada, sorprendido y completamente rojo.
Su amigo
Lionel le vio en ese momento y notó algo raro. Preguntó confuso.
-
Eduardo, ¿qué te pasa? Estás totalmente colorado.
El
chico, un poco paralizado, tardó en responder.
- ¡Nada,
nada, cosas mías…! - contestó, temblando y riendo, en un claro intento de
aparentar seguridad.
Y justo
en ese momento, el mismo profesor de antes volvió a hacer señales con las manos
en alto y hablando en alta voz. Con una gran sonrisa, anunció diciendo las
siguientes palabras.
-
¡Buenas noticias, chicos!- exclamó el docente- ¡Finalmente nos vamos de
acampada!
Un nuevo
grito de júbilo se extendió por todo el patio del instituto, expresando alivio
y alegría. Incluso Bruno cambió de repente la expresión de su rostro, quedando
finalmente satisfecho tras sus largas horas de espera.
- ¡Por
fin, ya era hora! - asintió éste.
- ¡Menos
mal! - dijo Mandy.
- ¡Por
poco no lo contamos! - añadió Lionel.
Y justo
en ese momento Laura, que no había prestado la menor atención a nada de lo que
había ocurrido, por fin logró aplastar a la mosca invisible que llevaba todo el
rato intentando matar, siguiendo con la mirada.
- ¡Ja,
te tengo! - exclamó la chica, sonriendo con astucia y picardía.
Momentos
después, se inició el proceso de carga de mochilas en el compartimento inferior
del vehículo, en el que los estudiantes fueron metiendo sus pertenencias en el
autobús y luego subiendo al interior del mismo en fila.
Sin
embargo Eduardo, justo cuando iba a caminar igual que sus amigos, se detuvo de
repente en seco, quedándose en su misma posición. Sus ojos y expresión de la
cara palidecieron repentinamente de terror, cuando en ese momento oyó decir por
primera vez una misteriosa voz en su cabeza.
"Adelante,
ya puedes pasar...tu viaje empieza ahora"
El chico
de rojo se quedó totalmente congelado de repente, con los ojos y la boca
abierta mudo de terror. Nunca antes había oído otra voz que no fuera la suya
cuando hablaba mentalmente consigo mismo, y desde luego estaba seguro de que
aquello no podía ser su conciencia. Pues, si no era su conciencia ni tampoco él
mismo, ¿de quién podía ser aquella misteriosa voz?
No tuvo
tiempo de meditarlo, puesto que en ese momento sus amigos lo llamaron a lo
lejos, apartándolo de sus pensamientos.
- ¿Edu,
pero qué haces? - gritó Laura, junto al resto - ¡No te quedes ahí parado y ven
a guardar tu mochila, que te vas a quedar atrás!
El joven
asintió con la cabeza, todavía tratando de pensar en la misteriosa voz de su
mente. Ésta no volvió a manifestarse en su cabeza, y parecía claro que solo él
la había escuchado. Incluso fue tan corta y efímera que Eduardo pensó que se lo
había imaginado, pero el extraño escalofrío posterior que sentía en su cuerpo
le demostró que se equivocaba.
- ¡Edu,
espabila! - gritó Bruno, al ver a su amigo indeciso.
El nuevo
aviso de su compañero hizo que el chico reaccionara. Agitó la cabeza
rápidamente a ambos lados para despejarse, y echó a correr inconscientemente. Pero justo en ese
momento, cuando iba corriendo hacia sus amigos, tropezó con otra persona en el
camino, a quien no vio porque todavía estaba distraído, y ambos chocaron hombro
con hombro.
- ¡Oye,
ten más cuidado! ¿Quieres? - replicó la otra persona.
Eduardo
enseguida descubrió, cuando se dio la vuelta, que había tropezado ni más ni
menos que con Erika, quien también se dirigía al autobús a dejar su mochila.
Tanto
ella como él se mostraron los dos sorprendidos de repente, con los ojos
abiertos y mirándose fijamente. La chica había perdido todo rastro de furia o
enfado en su rostro.
- Edu,
tú...
-
¡Lo...lo siento, Erika! - se disculpó enseguida él, titubeando - ¡Ha...ha sido
sin querer...yo...yo solo quería...!
- ¡Vamos
chicos, deprisa! - repitió uno de los profesores tutores en voz alta en ese
momento, llamando la atención de todos los estudiantes - ¡Más rápido, que
llegamos tarde!
La
interrupción del docente quebró el instante en que ambos se miraron a los ojos,
y la chica enseguida entendió que debían embarcar cuanto antes. Volvió a mirar
al joven de rojo, y su sonrisa se estrechó un poco cuando le dijo.
- No
pasa nada, ha sido un accidente - justificó Erika, que luego añadió diciendo -
venga, subamos de una vez al autobús.
- Sí -
respondió Eduardo, también algo más frío y seco.
Ambos se
separaron de nuevo y continuaron distintos caminos para guardar sus mochilas en
el compartimento inferior. Cuando el joven llegó por fin junto a sus amigos,
éstos habían contemplado toda la escena del choque de hombros.
- ¡Hay
que ver, Edu! - dijo Mandy, sonriendo jovialmente - ¡Siempre estás en las
nubes!
-
¡Tierra llamando a Eduardo! - bromeó Lionel, con otra sonrisa pícara - ¡Baja de
una vez, que es hora de partir!
-
¡Venga, guarda ya esa maldita mochila! - dijo Bruno - ¡Parece incluso que pesa
más que la mía!
Sin
embargo, mientras los demás guardaban sus pertenencias Laura, que solía ser la
que percibía cosas que nadie más veía, fue la única en darse cuenta de que algo
le pasaba al chico. Le preguntó, ladeando la cabeza y mirándolo a los ojos.
- Oye,
¿estás bien? Parece como si hubieras visto un fantasma o algo así.
Eduardo
supo que estaba en lo cierto. Todavía no dejaba de pensar en la misteriosa voz
de su cabeza, que desapareció de la misma forma en que apareció: rápida y
efímeramente, como una estrella fugaz. Sin embargo, prefirió no contarle nada
de lo sucedido a su amiga, por temor a que pensara que estaba loco.
- ¡Ah,
no, nada, nada! - respondió él, con una media sonrisa forzada - ¡Es solo que
acabo de tener un escalofrío, nada más!
La chica
se quedó largo rato mirándolo, fijamente. Eduardo supo de alguna forma que
quizá Laura sabía que estaba mintiendo, pero al parecer prefirió no hacerle más
preguntas, por respeto. Lo único que le dijo tras mirarlo fueron las siguientes
palabras.
- Pues
deberías preocuparte. A menudo los escalofríos auguran malos presagios.
Y con
estas mismas palabras dio media vuelta y se dispuso a guardar su mochila,
acercándose al compartimento de carga con pasos ligeros y demasiado infantiles
para una chica de su edad. Eduardo se quedó con los ojos y la boca aún más
abierta de lo que la tenía antes.
Al cabo
de un rato, cuando ya había guardado su mochila e iba a subir al autobús,
Eduardo echó un último vistazo al instituto, antes de entrar. De repente, una
profunda preocupación invadió su ser, recordando las palabras de la misteriosa
voz desconocida, y pensando que tal vez estaría cometiendo un error. Sin
embargo, al cabo de unos instantes, y después de pensarlo durante un momento,
finalmente movió la cabeza rápidamente a ambos lados. Trató de decirse a sí
mismo que se estaba inventando cosas raras, y que era muy probable que su
imaginación le estuviera jugando una mala pasada.
Después
de todo, él no creía en eso del destino, ni tampoco en los malos presagios
originados por repentinos escalofríos.
Finalmente
entró en el autobús, decidido. Pues, tal y como le había dicho la misteriosa
voz desconocida, su viaje ya había comenzado.
Como veis, es mucho más largo que la anterior versión, y además cuenta con mejores diálogos más trabajados y elaborados. Lo que más me gusta de este capítulo es ésa incertidumbre y ese sabor a misterio que deja en la boca, con el tema del destino y de que nada ocurre por casualidad. Yo personalmente pienso que ahora esto sí es un buen primer capítulo, una buena introducción, y que deja con ganas de seguir leyendo, con ganas de querer saber más.
¿Y a vosotros qué os parece? ¿Os gusta este nuevo primer capítulo reescrito? ¿Pensáis que es un buen prólogo para FF: MP?
¡Nos leemos en la próxima entrada! ;D
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